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Latín I (Ventura)

3. LA HISTORIOGRAFÍA ROMANA EN LA ÉPOCA DE AUGUSTO*

ANTONIO FONTAN

3.1. ROMA BlyO AUGUSTO

El régimen de Augusto, que empieza tras la muerte de César (44 a.c.), se conso-
lida en Acio (31) y se extiende hasta el fallecimiento del Príncipe, es a la vez tradicio-
nal y revolucionario.
Si se atiende a los títulos de las magis-
traturas y a la relación de las instituciones,
Roma seguía siendo una república, en la
que el poder residía conjuntamente en el
Senado y en el Pueblo y era ejercido por
magistrados elegidos en comicios o asam-
bleas. La cúpula política estaba ocupada
por los cónsules a los que igualmente co-
rrespondía el mando militar: su poder se
llamaba imperium. Lo poseían también, a
su nivel y con sus misiones propias, los
pretores y podía ser atribuido a otros ma-
gistrados por tiempo definido y de ordina-
rio para determinado territorio. Junto a
ellos, ejercía directamente tareas de gobier-
no el propio Senado y participaban de
ellas los tribunos de la plebe. El primero
era un cuerpo consultivo y legislativo, que
se repartía esta última función con las
asambleas de ciudadanos o comicios. Los
tribunos disfrutaban de las decisivas facul-
tades de iniciativa legislativa y de veto.
Roma seguía siendo formalmente una
ciudad-estado: casi como una «polis» grie-
El Emperador Augusto_ ga. La península itálica, hasta la frontera

* Estas páginas forman parte de un trabajo más extenso e inédito del autor sobre la Historiografla
Romana_
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natural de los Alpes, constituía un territorio incorporado a Roma con cabeza en la
urbe. El resto de lo que se entiende por Imperio, desde el Atlántico al Éufrates y des-
de el Rin y el Danubio a los desiertos del norte de África, estaba distribuido en pro-
vincias en las que magistrados romanos gobernaban poblaciones, tierras y lugares.
Pero bajo la continuidad nominal de estos esquemas del régimen anterior, Roma,
en la época de Augusto y por obra suya, experimentaría el cambio revolucionario que
ha analizado en nuestros días Ronald Syme y que tan brillantemente habían adverti-
do Tácito a fines del siglo I y Gibbons en el XVIII.
Una verdadera monarquía sucedió a la precedente oligarquía republicana de la
que sólo subsistían meras apariencias. El poder se hallaba concentrado en el César: el
mando sobre las fuerzas armadas y la administración política, judicial y financiera es-
taban estrechamente asociados bajo la exclusiva dependencia del Emperador, que go-
zaba además de la potestad tribunicia para promover leyes y vetarlas, y de un impe-
rium maius que desbordaba los límites geográficos y temporales de las magistraturas
comunes. Los observadores más sagaces lo habían señalado: legiones classes prouincias,
cuneta ínter se conexa escribió Tácito (Ann. 19) -«las armas, las leyes, los pueblos» se-
gún la enunciación de Dión Casio 53, 4, 3- y Suetonio concluye la sección política
de su biografia de Augusto diciendo que había gobernado militar y políticamente el
mundo (terrarum orbem, 61, 2).
Al Senado y a las asambleas les estaba permitido, en ocasiones, debatir algunos
asuntos, pero su función política consistía en ratificar las decisiones del César. Estos
cambios trajeron consigo una cierta modernización. Por primera vez en la historia se
creó un verdadero Estado, casi en el sentido moderno del término.
Pero también se generó una nueva noción de patria y un sentimiento ampliamen-
te extendido de pertenencia a ella. El Imperio, y a su cabeza el César, eran patrimo-
nio religioso, espiritual y político común de ciudadanos, peregrinos y socios, o pue-
blos aliados, entre los que en las dos centurias siguientes, y por una especie de proce-
so natural, se extendería progresivamente la condición jurídica latina y finalmente la
plena ciudadanía romana.
Roma había cambiado en su estructura profunda, aunque se conservara el vocabu-
lario político: eadem magistratuum uocabula (Tac. Ann. 13). La accidentada y riquísima
historia del Imperio no volvería a conocer una revolución de alcance análogo hasta
los días de Constantino.

3.2. HISTORIA COMO UTERATURA

La obra de los historiadores, en sus contenidos básicos y en su fundamentación


ideológica, ha de ser entendida en ese contexto.
En cuanto literatura esta obra se caracteriza por dos rasgos principales. El primero
es que la historia en Roma a partir de Augusto es una verdadera literatura, concebida
como tal por autores y lectores, y no una tecnografia informativa o registral a la ma-
nera de la mayor parte de los analistas anteriores. Cicerón había dicho que la historia
era, sobre todo, una obra oratoria y los escritores de su generación y de las posterio-
res lo sabían bien. Por lo tanto, su escritura estaba gobernada por la Retórica.
En segundo lugar, la lengua, si no siempre postclásica, es postciceroniana. Lo es
en Livio yen Trogo Pompeyo. Es una prosa lineal y paratáctica, y escasamente perió-
dica, hasta en los pasajes que revisten la forma de discurso.
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En el léxico, se encuentran signos arcaizantes, no sólo en Salustio sino también
en Livio, principalmente en los fragmentos «anticuarios» y referentes a prodigios.
Hay poetismos y algunos vulgarismos, una relativa abundancia de participios con
gran soltura en su empleo, adverbializaciones y otras gramaticalizaciones de palabras,
etc. La sintaxis del verbo es de transición a la que florecerá en los escritores del siglo
siguiente: formas de infinitivo, concordancia de los tiempos, reajuste de los modos,
ampliación de los usos del subjuntivo en determinados contextos, etc.
Los principales autores de historia en tiempos de Augusto, cuya obra se ha con-
servado, fueron, para asuntos romanos, Salustio (un hombre de la generación ante-
rior, pero que escribe en los tiempos de Augusto) y Tito Livio, y para la historia uni-
versal Trogo Pompeyo. A sus escritos hay que unir los documentos y testimonios de
la época que son las Res Gestae Diui Augusti, o informe político del Príncipe Fundador
del régimen, y numerosos pasajes y noticias de la antología retórica de Séneca el Ma-
yor, que constituyen estampas vivas de la cultura y de la sociedad de su tiempo. Fi-
nalmente han de tenerse en cuenta las obras perdidas, como la de Asinio Polión, y de
otros autores que para la posteridad son poco más que meros nombres. (Ciertas obras
de historia romana importantes de esa época, como la Biblioteca de Diodoro Sículo,
las Antigüedades de Dionisia de Halicarnaso o los Apuntes históricos -perdidos- y
la Geografía de Estrabón pertenecen, por sus autores y por su lengua, a la literatura
griega.)

3.3. TITO LMO

El más importante de los historiadores contemporáneos de Augusto y el más no-


table prosista latino de la época fue el paduano Tito Livio (Titus Livius Patauinus).
Compuso una extensa obra, en ciento cuarenta y dos libros, titulada Ab urbe condita
libri, de la que se ha conservado aproximadamente una cuarta parte: del I al X y
del XXI al XLV, más unos resúmenes, llamados «períocas», de éstos y de casi todos
los demás, y otro compendio similar hallado en Oxyrrinco.
De Livio proviene también la antología de prodigios de Julio Obsecuente (un pa-
gano probablemente del siglo N) y un pasaje relativamente extenso del libro XCI que
se ha podido leer en un palinsesto vaticano. Los fragmentos de los libros no conser-
vados que reproducen o citan otros autores suman más de ochenta en las últimas edi-
ciones críticas.
Tito Livio nació el año 59 o el 64 a.C. en Padua, la antigua capital de los vénetos,
sometida a Roma junto con toda la Cisalpina antes de la segunda guerra púnica, y
plenamente incorporada a la república desde el año 174. Era coetáneo de Augusto
(nacido en el 63), de Agripa (62), de Horacio (65), de Tibulo (60), de Mesala Corvino
(64), y del hijo y del sobrino de Cicerón (65 y 66) y algo más joven que Virgilio (70)
y Mecenas (74-64 ?). Murió el 17 d.C., tres años después que el Príncipe.
En su juventud adquirió una buena formación en las dos lenguas y culturas grie-
ga y latina y aprendió retórica y filosofia, primero en Padua y después en Roma. En
los años de su madurez alcanzó notable prestigio, según el testimonio de Séneca el
Viejo, que cuenta que el rétor Lucio Magia era conocido y apreciado por ser yerno
de Tito Livio. Y esto se escribe más de veinte años después de la muerte del historia-
dor. Q!1intiliano añade que escribió unos «diálogos históricos y filosóficos», de los
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que no se sabe nada más, y una epístola adfilium, en la que recomendaba la imita-
ción de Cicerón y de Demóstenes y de los oradores que se les asemejan_
Hay pocas noticias más de su vida_ Tuvo dos hijos y una hija, la esposa de Magio_
Fue amigo de Augusto, que no dejó de llamarle «pompeyano», quizá por la estima-
ción que manifestaba en su obra por las grandes figuras de la república -incluidos
Bruto y Casio, los asesinos de César-o A su relación con la casa imperial ha de atri-
buirse la noticia que ofrece Suetonio de que había alentado al joven Claudia, futuro
emperador, a cultivar los estudios históricos.
De la fama que alcanzó Livio en vida son testimonio no sólo los príncipes, Séne-
ca el Viejo y las noticias que llegan hasta su hijo el filósofo, los dos Plinios, Qlinti-
liana, Marcial y Tácito, sino la anécdota que cuenta Plinio el Joven (Ep. 11, 3, 8) de
un gaditano que acudió a Roma sólo para verle, regresando enseguida después a su
ciudad.
Parece que la vida de TIto Livio transcurrió entre Roma y su Padua natal sin mu-
chos viajes más. No se puede excluir, sin embargo, uno a Grecia, por estudios, como
hicieron sus coetáneos más ilustres y era práctica común entre los romanos acomo-
dados. En todo caso, conoció bastante bien la lengua griega y había leído autores he-
lénicos. Una de las principales fuentes de varias secciones de su obra fue Polibio.

Tito Livio compuso su obra como una historia perpetua de Roma, ordenada año
por año siguiendo la técnica analística. En el libro primero, que comprende la funda-
ción de la ciudad y la época de los reyes, el relato no está organizado por periodos
anuales sino por reinados, aunque se mencione la duración de cada uno. Pero desde
que con la república se inauguran las magistraturas anuales, Livio, salvo error o algún
caso de vacilación, no omite ningún año.
El libro I comprende, como se ha dicho, la historia --o leyenda- de la funda-
ción de la ciudad y el periodo de los siete reyes de la tradición: entre el año 753 a.e.
y el 510, de la expulsión de Tarquinio el Soberbio. Desde ahí (libro II) hasta el final
del V con Camilo dictador se alcanza el 356 a.e. El X concluye en el 293.
Perdida la segunda década (XI a XX), el XXI da principio a las campañas de Aní-
bal desde España pasando por las Galias hasta llegar a Italia (218). El libro XXXI, pri-
mero de la cuarta década, empieza en el 201 y el XL acaba en el 179. La última pén-
tada que se posee (XU-XLV) abarca desde el 178 al 167. Es visible cómo se van redu-
ciendo los periodos de cada péntada o década a medida que avanza el tiempo y la
información disponible es más rica y detallada. El fragmento del palinsesto vaticano
que pertenece al libro XCI (Sertorio en Hispania, ante Contrebia, capital de los celtí-
beros) corresponde a los años 77 y 76.
La historia de Roma que recogen esos treinta y cinco libros y los que ahora faltan,
pero que existían todavía a finales del siglo N, cuando Símaco dice que había encar-
gado corregir el totum liuianum opus es sustancialmente la que conoce la posteridad
hasta las investigaciones de los últimos siglos. La Roma republicana de la cultura oc-
cidental es la Roma de Tito Livio.
Nada más alejado de la obra de Livio que la tosca sequedad a que condenaba a
sus predecesores el rigor de la analística. Tito Livio compone con indiscutible maes-
tría cada uno de los libros y de las partes de su historia. Así ocurre con el libro de los
reyes (I); con el resto de la primera péntada, que termina con la «refundación» de la
ciudad después de las hazañas de Camilo, dando paso a un nuevo principio de Roma
(VI 1, 1) y también de la historia de Livio; con la tercera década (XXI-XXX), la de la
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guerra anibálica; con la cuarta (XXI-XL), la
de la expansión hacia Oriente y la consoli-
dación y asentamiento romano en el Occi-
dente (Hispania) y en el Sur (África) y con
algunas secciones menores dentro de estos
conjuntos.
Todo el relato de Livio está articulado
de modo que se pueden distinguir bloques
de cinco libros, o «péntadas», en toda la
parte conservada y, por lo que se sabe del
resto de la obra, cabe pensar que lo mismo
ocurría por lo menos hasta el libro Cxxv,
que es el último de la primera péntada que
se publicó después de la muerte de Augus-
to, según el testimonio de la períoca del
CXXI.
Esta última información revela que Li-
vio siguió escribiendo incansablemente
hasta el final de su vida, pues sólo en los
tres años del 14 al 17 d. e. habría com-
puesto veintidós libros. Presunto busto de Tito Livio.
Respecto de la causa de que la Historia
de Livio concluyera en el año 9 a.e. sólo
se pueden emitir suposiciones. ¿Fue por enfermedad o fallecimiento del autor? ¿Te-
nía alguna significación especial a sus ojos la fecha del 9 a.e. por haber ocurrido en
ella la muerte accidental de Druso, el padre de Germánico, o por la victoria sobre los
germanos, o porque la laudatio del joven príncipe fuera pronunciada por el propio
Augusto?
La articulación literaria de la obra en bloques de cinco libros no casa siempre con
la periodización más comúnmente aceptada en época moderna para la historia roma-
na. Pero como han hecho observar algunos estudiosos, en época de Livio se veían las
cosas de otra manera que veinte siglos después. Basta reparar en que para la posteri-
dad la edad de Augusto es la de la más alta grandeza de la ciudad y del Imperio, y Tito
Livio la considera un momento de decadencia. «Se ha llegado, dice en el Prefacio, a
un extremo en que no podemos soportar ni nuestros males ni sus remedios.»
No obstante, la refundación de Camilo tras la liberación de los galos (VI), la Se-
gunda Guerra Púnica (XXI), la Macedónica (XXXI) y algunos principios de sección
más -los del XXI, el XXXI y otros- son puntos de inflexión en la historia de Roma
tanto para un historiador augústeo como para uno de ahora.
La organización literaria de la historia titoliviana en bloques de libros o secciones
va acompañada de una manifiesta -y admirable- continuidad, que hace de toda la
obra un conjunto unitario, y que el autor ha conseguido acudiendo a muy diversos
recursos formales y de contenidos. Los pasajes iniciales de los libros remiten a los úl-
timos del anterior. Al principio de los libros suele haber expresiones que remiten al
capítulo o capítulos finales del precedente, como hic en cualquiera de sus formas o
adverbios del tipo iam, alibí, etc ... Entre «péntadas» aparecen prefacios u otras indica-
ciones que subrayan la continuidad: «a la paz con los Púnicos (que era el fin del XXX)
sucedió la guerra de Macedonia» (XXXI 1, 6), que es precisamente la que se relata a
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partir de ese lugar. En alguna ocasión (libro XXVI) se comienza bruscamente, por así
decir, un consulado importante (el del año 211, que es cuando Aníballlega a las puer-
tas de Roma). Y así en otros lugares semejantes.
Livio concibió su historia, ya desde el inicio, como un «todo» unitario, que esta-
ría a la vez sabiamente articulado. (Totum llaman al opus liviano Marcial, a fines del si-
glo 1, y Símaco a principios de! N.) Esa unidad es anunciada por el autor en e! Prefa-
cio, que sin duda fue dado a conocer con el libro primero. Basta leerlo para llegar a
esta conclusión.
Es un caso verdaderamente singular en la historia de la literatura universal que
con tan firmes conceptos ideológicos (Roma y su significación, como imperio y
como patria), literarios (un relato continuo y organizado con destreza, sin caer en
monotonía) y lingüísticos (la primera prosa postciceroniana, iniciadora del latín post-
clásico), e! autor se mantuviera fiel a esos criterios a lo largo de ciento cuarenta y dos
libros y cuarenta y cinco años, desde e! 28 a.c. hasta el 17 d.C. (Si se hubiera conser-
vado la obra entera, ocuparía unas doce mil páginas en volúmenes de formato nor-
mal, unos treinta tomos de cuatrocientas páginas cada uno.)
Las fuentes de la historia de Livio son fundamentalmente los analistas anteriores
y Polibio. Los primeros, desde Qtinto Fabio Píctor y Lucio Cincio Alimento, que
igual que Acilio escribieron en griego a principios del siglo II a.c., hasta Qtinto Tu-
berón, el acusador de Ligario en una causa famosa en que intervino como defensor
el propio Cicerón. Los nombres de varios de ellos aparecen de vez en cuando en Li-
vio. Qyizá sean Claudia Cuadrigario, de principios del siglo 1, y Valerio Antias o de
Anzio, del momento postsilano (después del 80), los que en más ocasiones están ci-
tados nominalmente.
Hoy se tiende a pensar que Livio seguía habitualmente varios autores a la vez para
unos mismos hechos, tanto cuando confronta unos analistas con otros, o con Poli-
bio, como cuando aduce el testimonio de dos o más de ellos. Es frecuente que se em-
plee un genérico quidam en plural o alii o términos similares con los que indudable-
mente se refiere a varios. Menos aceptación tiene actualmente la idea tan repetida des-
de finales del siglo XIX de que Livio se manejaba con dos fuentes o dos libros nada
más en los diversos tramos del relato.
La otra gran fuente de Livio, para la tercera década y los libros siguientes, es e!
griego Polibio. Como se conserva en su integridad o en resúmenes la historia roma-
na de este amigo y protegido de Escipión Emiliano, la colación de ambos autores
ilustra el método de trabajo del romano y la elaboración literaria de los pasajes inspi-
rados por el griego. De tales comparaciones se deduce que Livio es un historiador
más fiel y riguroso de lo que se pensaba hace cien años, y que incluso cuando más de
cerca sigue a su modelo griego no deja de introducir juicios propios, noticias de otras
fuentes y una valoración histórica y política personal de los sucesos.
El espacio dedicado a la historia de los diferentes años es muy diverso en exten-
sión. En los primeros libros hay algunos en que sólo se mencionan los nombres de
los cónsules -que es la manera de decir la fecha- y se pasa inmediatamente a los
magistrados del siguiente. En la tercera y cuarta década el relato es más extenso y por-
menorizado.
Con pocas excepciones los libros empiezan con periodos consulares, bien sea con
las elecciones, bien con la inauguración de los magistrados y la distribución de sus
«provincias» o responsabilidades.
Dentro del relato se alternan los hechos civiles o urbanos y los episodios milita-
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Caballero Samnita. Fresco.

res, de ordinario sin mezclarlos (domi militiaeque). Generalmente los primeros son po-
líticos y sociales y militares o diplomáticos los otros. Si hay varios de cada clase en un
periodo consular, suelen alternarse. Es habitual que al fin de cada periodo anual se
hallen los pasajes «anticuarios», en que se refieren actos de culto, prodigios, ceremo-
nias y liturgias de propiciación o encaminadas a obtener el favor de los dioses, proce-
sos electorales y sesiones protocolarias del Senado o de las asambleas.
En cuanto estilos o géneros literarios se aprecian tres clases mayores de contextos:
el relato, los discursos y los pasajes protocolarios. El relato se enriquece literariamen-
te con episodios dramáticos, que son estampas que otorgan relieve y viveza a la na-
rración.
En el libro primero, la devolución del reino a Númitor por los gemelos, la muer-
te de Rómulo, las historias de los Horacios y de los Curiacios y las de los dos Tarqui-
níos que determinan la ascensión del uno y la caída del otro. Y así, en el 11 las de Ho-
racio Cocles en el puente, Mucio Escévola y su brazo carbonizado, la traición de Ca-
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riolano, la hazaña de los Fabios; los episodios de Cincinato y de Virginia en el III; los
cisnes del Capitolio en el V; las horcas caudinas en el IX Y la deuotio de Decio en
el X. Igual ocurre en los demás libros a razón de cuatro o cinco episodios de este ca-
rácter dramático en cada uno hasta el final de la parte conservada. Particularmente
notables son la historia de la reina Sofoniba (XXX), la destrucción de Abydos (XXXI)
tan semejante a la de Sagunto, la entrevista de Escipión y Aníbal (XXXV), el proceso
de los Escipiones (XXXVIII) y el de las Bacanales (XXXIX). Muchas de las períocas de
los libros perdidos indican que este hábito literario se practicaba a lo largo de toda la
obra.
Esos pasajes «dramáticos» ayudan a interpretar los acontecimientos, del mismo
modo que los retratos de los personajes elaborados con depuradas técnicas retóricas,
igual que los discursos en estilo directo o indirecto.
Los pasajes protocolarios tienen un estilo propio y muy característico. Se parecen
unos a otros y suelen ser muy paratácticos, con frecuente acumulación de yuxtaposi-
ciones y abundantes arcaísmos de léxico, de formas gramaticales, de sintaxis, etc.
La lengua de Tito Livio se halla a medio camino entre Cicerón y los postcIásicos.
El léxico es más bien el de sus mayores, con las adiciones técnicas que requieren los
asuntos. En la sintaxis hay cierta evolución: más agilidad en el uso de los participios
y una marcada preferencia por el empleo del subjuntivo como modo de la subordi-
nación. También se aprecian innovaciones en las expresiones de generalización y en
los valores de algunas conjunciones.
Al fin de la antigüedad Tito Livio -el Livio literal, el de los textos-, entró en
zona de penumbra. En la edad carolingia se copiaron repetidamente las décadas pri-
mera, tercera y cuarta, pero no era muy leído y no se le cita mucho.
Pero esa penumbra -y casi ecIipse- del texto no alcanza al pensamiento o al es-
píritu. Roma, según Tito Livio, había seguido en su historia un proceso análogo a los
de los seres vivos. Los pueblos, como los hombres, nacen, crecen y al final decaen.
Esta especie de «biologismo» histórico, que toma el modelo de la vida humana como
pauta para la historia de las naciones, es uno de los legados de Tito Livio a la cultura
de Occidente.

3.4. TROGO POMPEYO

Trogo Pompeyo fue un destacado naturalista e historiador de época de Augusto,


originario del pueblo -o ciudad federada- de los Voconcios en la Galia Narbonen-
se. Es uno de los más antiguos escritores no itálicos de la literatura romana. En elli-
bro XLIV de sus Historias Fzlípicas daba noticias suyas y de sus mayores. El abuelo, lla-
mado también Trago Pompeyo, había recibido la ciudadanía romana por concesión
de Pompeyo en la guerra de Sertorio; un tío paterno mandó fuerzas de caballería con-
tra Mitrídates, también bajo Pompeyo; su padre había servido con César, y en su can-
cillería, encargado entre otras cosas del anulus con que se sellaban los documentos y
las cartas, una especie de secretario de despacho de «la firma».
Publicó trabajos de zoología y de botánica, varias veces utilizados por Plinio el
Viejo que lo califica de autor muy riguroso (auctor e seuenssimis) yen alguna ocasión
reproduce un extenso párrafo. Pero esos escritos no se han conservado.
Diferente suerte han corrido los cuarenta y cuatro libros de las Historias Filípicas
de los que un tal Juniano Justino, escritor pagano del siglo I1I, o más verosímilmente
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