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MARCO REFERENCIAL

En este apartado hablare de las relaciones de pareja con un enfoque en la neurosis


y sus enganches; en donde los orígenes en estos rasgos son en la familia nuclear,
la formación de patrones y las decisiones personales encaminadas a satisfacer una
situación neurótica de la personalidad de los individuos. Pues entre dos personas
formando una relación se encuentran 4 fantasmas; los padres de ambos, quien
forman su figura y fondo. Aprendiendo a relacionarse con el otro desde sus
introyectos familiares.

En la literatura actual encontramos información del enganche neurótico con enfoque


Gestalt, en donde el amor entre las parejas es más una neurosis que otra cosa. En
donde sostener una relación de pareja representa todo un desafío; las elecciones
varían de acuerdo a los ciclos evolutivos y a nuestro crecimiento. Tanto la escala de
valores como el sistema de creencias, gustos, apariencias, se ven modificados por
la experiencia de vida y esto también involucra a las relaciones de pareja. No cabe
duda de que el tema del amor de pareja ha sido uno de los grandes temas de todos
los tiempos. Ese amor incluyes placer y trabajo, posesividad y desposesión,
encuentro y desencuentro. Un amor que implica una atracción física, sexual,
intelectual y romántica. El enamorado es idealista y realista en la valoración de su
objeto amoroso (Ceberio, 2017).

El sentimiento amoroso constituye un vínculo, un tipo complejo de relación


conectado con estados de ánimo positivos, intensos y plenos, pero, además, es un
sentimiento efímero, conflictivo, egoísta y se relaciona con lo traumático y lo
doloroso, como puede observarse en las parejas que pasan por separaciones o
experiencias de celos (Velasco Alva, 2007). La pareja humana se constituye por
una atracción que excede la racionalidad. El enamorarse no se puede evitar,
siempre están en juego el fluido emocional y la activación bioquímica de nuestro
cerebro que produce eso que sentimos y que se llama amor.

La pareja es la interacción de dos personas que se interinfluencia de manera


complementaria, que comparten una parte de sus actividades de vida y que poseen
proyectos en común, pero también proyectos personales de cada integrante. Una
pareja intenta ser pareja, es decir, equilibrada y estable. (Ceberio, 2017)

Las etapas en la pareja inician en el noviazgo, en donde es prioridad el compromiso


y elaboración de contratos que pueden ser explícitos o no. En donde se observa la
culminación de esta etapa con algún ritual: boda, celebración, etc. Esto trae
aparejado el hecho de que, al ser un nuevo sistema en construcción,
necesariamente se deben desvincular de las familias de origen, pero a su vez, cada
miembro de la pareja trae consigo las costumbres, tradiciones y códigos de esas
familias. Con la llegada de los hijos, la pareja tiende a inclinarse por las nuevas
funciones parentales y se produce un retiro de otras funciones conyugales; pero no
es conveniente que para ejercer el rol de padres, se deje de ser pareja conyugal.

Durante la vida, un ser humano va adquiriendo costumbres, edificando valores y


creencias y de esta manera forma su identidad, su personalidad. En el momento de
construir una pareja se va a ver obligado a revisar ciertas actitudes que hasta ese
momento consideraba adecuadas. Cuando una persona decide formar una pareja,
deberá replantearse, reacomodarse y adaptarse al otro, el otro a uno, en pos de un
vínculo armónico, pero no neurótico.

La pareja humana puede ser considerada el germen de la familia. De ese


intercambio electivo que realizan dos personas que tratan de complementarse surge
una unidad: la pareja. En la familia de origen se encuentra no solo un lazo de amor,
sino fundamentalmente un lazo de sangre: el vínculo viene otorgado por
circunstancias biológicas y de crianza, mientras que la pareja es un proceso de
cocreación en donde se ensamblan los preceptos, mandatos, estilos relacionales,
funciones, creencias, etc.

La pareja humana no se constituye en el vacío, tampoco por casualidad (aunque en


apariencia el encuentro amoroso pueda resultar fortuito) sino en interacción con
otras figuras significativas. Se comenta que una pareja es el resultado de dos figuras
reales y cuatro fantasmas: los padres de ella y los padres de él, porque cada
integrante incorpora a la relación, por oposición o por adhesión, la impronta que trae
de su familia de origen (los contenidos de la figura masculina y femenina, los estilos
de relación de la pareja parental/conyugal).

En artículos que hablan sobre la elección de pareja se comenta que esa atracción
que existe entre dos personas se debe a una atracción química haciendo referencia
a motivaciones irracionales e inconscientes de las que uno no es dueño. Los
factores que influyen en esta elección el olor corporal: actualmente existen 12
subtipos básicos de olor corporal que vienen determinados genéticamente y se han
comprobado mediante estudios científicos que tendemos a elegir parejas que
tengan el mismo olor corporal que nuestro progenitor de sexo contrario en
heterosexuales y del mismo sexo en homosexuales (feromonas sexuales,
sustancias presentes en las secreciones corporales que condicionan una respuesta
sexual positiva en los demás). Aunque el olor corporal es uno de los componentes
de la química, con certeza no es el único. Existen otros más internos que pueden
ser más decisivos a la hora de elegir pareja. (Calvo, 2018) (Albaladejo, 2018)

La primeras relaciones que establecemos (madre, padre, hermanos, abuelos)


conforman las coordenadas de nuestro universo afectivo a lo largo de la vida. Si
este patrón no es saludable nos llevan a relaciones toxicas, en donde contienen
conflictos no resueltos, sus distorsiones van a incrementar conflictos en la relación
de pareja. Nuestra elección neurótica de pareja nos convierte en víctimas de nuestro
pasado, pues nos conectara con el modelaje de nuestros padres, en su relación
conyugal. Así fórmanos la neurosis con los enganches que traemos del pasado
elaborando una relación toxica en donde sino la hacemos consciente y remediamos
con un tratamiento psicoterapéutico, seguiremos en una relación toxica.

En estas relaciones neuróticas encontramos parejas que eligen a personas con


características de las relaciones de sus progenitores; como en casos en donde sí
se vive una relación erotizada con la madre en la infancia, elegiremos parejas
castrantes o que se someten a nuestra castración (conflicto edípico negativo o
invertido). Si se sufre abandono o el maltrato en la infancia idealizaremos a nuestras
parejas con las dotaremos de una omnipotencia de la que carecen (vínculo
dependiente). O si no se tuvo una relación real con los progenitores, se buscara una
pareja con las que no sea posible la vinculación o acepten nuestra dificultad para
establecerla (pesudovínculo). Estos conflictos no resueltos hacen que se busquen
parejas entre personas: histriónico y obsesivo, narcisista y narcisista, narcisista y
bordelinde, obsesivo y bordelinde, sádico y masoquista, obsesivo y dependiente,
dependiente y dependiente, etc. Se observa que estos patrones de relación
persiguen a la perpetuación del sujeto en su conflicto infantil que, lejos de
resolverse, se acentúa. Las parejas neuróticas suelen atemperar sus dificultades
durante la etapa de la crianza de sus hijos que también son reclutados para la
neurosis familiar mediante la erotización, la explotación, el sometimiento, etc.
Cuando los hijos abandonen el hogar estos conflictos aparecerán pues ya no está
el efecto que producen la presencia de los hijos, y se verán solos descubiertos ante
la relación toxica que siempre ha existido entre la pareja. La resolución de su
conflicto inconsciente conduce a la ruptura de la pareja, y ante este momento
inminente esta la terapia y es efectiva cuando es leve el conflicto, y cuando es grave
se requiere de un tratamiento individual paralelo. Y cuando se tiene éxito en el
trabajo psicoterapéutico se puede evolucionar a una relación sana de intercambio
adulto. En la actualidad se ven casos que no se logran salvar por la lamentable
relación toxica y que es muy difícil la evolución desde la fase química del comienzo
(seducción) y después pasan a la fase física (simbiosis sexual) y al cabo de un
tiempo terminan en una fase matemática (liquidación de la sociedad, en un divorcio)
(Albaladejo, 2018)

Haciendo referencia del amor entre las parejas se encuentra la necesidad del otro
de sentirse amando y de amar. Teniendo en cuenta la autoestima de las personas;
el amor neurótico patológico es propio de personalidades inmaduras, inseguras y
faltas de autoestima que han proyectado en el otro su propio valor, es decir, su
propia estimación. Cuando la persona sana rompe la relación con la persona
neurótica, este no lo puede soportar, se hunde, se deprime, pierde interés por todo,
ya que, al pensar que no sirve para nada no tiene sentido (para él o ella) esforzarse
en nada, pues nada puede por sí solo (Albaladejo, 2018).
En el amor, “se le necesita a alguien porque se le ama”, en el amor neurótico, se le
“ama a alguien porque se le necesita”. Lo primero es lo deseable en una relación y
es normal que cuando nos separamos nos encontremos tristes y ansiosos. Los
sentimientos más agudos como la depresión, la histeria se dan en lo segundo, que
es amarle porque se necesita. La persona dependiente, no se libera del apego, tiene
un pensamiento monotemático y llega a agobiar, perseguir, amenazar, insultar,
maltratar (física o psicológicamente) o chantajear emocionalmente a su pareja o
expareja para que vuelva con él a toda costa, hasta pueden asesinar, pues se
sienten dueños de su autoestima. Hablando de la autoestima, esta es constructiva,
integradora, amorosa, joven, fresca y reparadora de circunstancias adversas, es un
sentimiento que regala afecto placentero para sí mismo y para los demás; es una
sensación de compañía eterna y de seguridad en el ser humano (Albaladejo, 2018).

Las emociones que no siguen el curso adecuado para desarrollar el potencial


interior que todos tenemos nos impulsan a quebrantar lo más grande de nosotros
mismos. El amor te desarrolla, te enseña, te potencia, te quiere, te aprecia, te
reconoce, te admira. Si se logra que en las parejas se viva el amor con autoestima,
será una relación integradora y el primer paso para que la relación llegue a ser el
reflejo de nosotros mismos es potenciar los aspectos positivos que llevamos dentro
y que la neurosis se trate en psicoterapia para equilibrar, sanar, unir.

En el desarrollo y la evolución del ser humano se encuentran varias etapas que vive
cada uno de nosotros; dentro de cada familia se nutre una forma de relacionarse
con sus seres queridos y con quienes se tiene una unión, una forma de hacer
contacto y sobre todo de seguir un modelaje que le servirá de sobrevivencia al niño
en su mundo real, interno.

En el desarrollo de las modalidades de contacto desde el punto de vita de la Terapia


de la Gestalt se tienen los siguientes procesos en el individuo: Confluencia,
introyección, proyección, retroflexión, contacto. La óptica Gestáltica focaliza en el
desarrollo infantil la organización y la maduración de la capacidad de entrar en
contacto, de forma sana y nutriente, con el ambiente. Cuando hablamos de contacto
en Terapia Gestalt entendemos aquel evento especifico en el que Organismo y
Ambiente se encuentran y cumplen determinados requisitos: Si están los dos
totalmente presentes en los límites de contacto, llevan a su cumplimiento su
intencionalidad orgásmica, permanecen los dos, en el mismo momento, siendo
figuras de un campo energético y perceptivo, dan vida a una Gestalt experiencial
que es diferente de la suma de las partes (Salinia, 1989).

La experiencia del Nosotros: primera fase: Confluencia primaria. - en el niño no


existe el límite, se siente parte del otro (madre/padre). Después de los tres años en
la confluencia sana, la pérdida tendrá que ver con los limites perceptivos y subjetivos
ya formados antes y la sensación de perderse en el otro se apoyara en la
consciencia del yo y del otro. En esta primera fase es la de la ilusión de un límite
común para dos realidades (organismo-ambiente) que están físicamente
separadas. El niño encuentra en la confluencia con la madre un nosotros sin
confines, La disponibilidad de la madre a la confluencia permite que las vivencias
del niño se anclen.

Del Nosotros al tú: Segunda fase: introyección.- pasa a núcleos de consciencia del
ser diferenciados. Es un momento dramático, “ruptura de la cascara”. Cuando la
confluencia primaria ha sido asimilada, ha llegado a ser una primera estructura de
fondo de la competencia de contacto que se está construyendo, emerge y se hace
figura la diferencia entre el yo físico-corpóreo y el ambiente. Se percibe el “Vacío” y
al ambiente con la función de llenar ese vacío. El contacto se transforma en
experiencia gestáltica del límite del otro, luminosa y del límite del organismo oscuro
y confuso. Ambiente que-nutre y organismo que-recibe componen la modalidad de
contacto llamada introyección. Vacío, dentro, nutrición, dependencia, etc., son los
temas esenciales de esta fase.

Tercera fase: la proyección.- Las tensiones ya se advierten “dentro” de sí, pero el


organismo no está todavía en condiciones de identificarlas como propias. Y las
atribuye al “Tu”, que se transforma en punto de enganche de las tensiones, de las
sensaciones intensas que se advierten “dentro”. Se desarrolla una específica
atención hacia el “fuera-de-sí mismo, visto como contenedor de las propias
tensiones primero y, después, como realidad que hay que explorar y manipular. En
esta fase, parece que el niño se busca a sí mismo fuera, en el ambiente. Además,
desarrollando esta tendencia, el niño pone las bases para el interés, la curiosidad,
la empatía intuitiva hacia el otro.

Del Yo al Yo-Tu: cuarta fase: La retroflexión.- Denominada como el “segundo fulcro”


del desarrollo (Wilber, 1989). En ella el niño aprende a realizar dos tipos de
diferenciación: entre la imagen de sí y la imagen del otro, por una parte y entre la
imagen y la realidad, por otra (Stern 1989), Habla del sentido del “yo autorreflexivo”
o “verbal”. El niño ya es capaz de reconocer el “dentro” y el “fuera”, lo que pertenece
a los propios confines y lo que es extraño y experimenta, se da cuenta de que, en
algunas cosas y en ciertos momentos puede prescindir de la madre. Se puede hacer
a sí mismo tanto lo que querría recibir del ambiente como lo que querría hacer al
ambiente. Esto es, consigue desdoblarse en el que tiene necesidad y el que
responde a la necesidad. Cuando el Organismo llega a la frontera de contacto, no
entra en contacto con el ambiente, sino que retorna sobre sí mismo-retroflecta-
saboreando la nueva experiencia de poder prescindir del ambiente.

Quinta fase: El contacto final o confluencia sana. - momento culminante de este


largo proceso madurativo de la relación madre-hijo. La interacción Organismo-
Ambiente alcanza la máxima intensidad: en la frontera de contacto, el Organismo
puede estar totalmente presente y puede entregarse a la experiencia del nosotros,
con la consciencia de reencontrar después los propios límites. Lo mismo el
Organismo que el Ambiente son capaces de reconocer y contener la propia
excitación y seguir siendo figura, antes de dejarse ir hacia una nueva Gestalt que
es el contacto.

Del Yo-Tú al Yo Narrativo: Sexta fase: El post-contacto entre asimilación-egoísmo


y confluencia neurótica.- Si el Organismo después del contacto final, en vez de
dejarse fluir hacia la experiencia del nosotros, a la satisfacción y a la espontaneidad,
se retira en sí mismo, se tiene la disfunción de contacto del egoísmo (fobia del
contacto, del vínculo). Acabando el tiempo del contacto, queda agarrado al otro y
no se retira del contacto, se tiene la disfunción de contacto de la confluencia
neurótica (fobia de la autonomía). De cómo se hayan vivido las fases anteriores
(confluencia, retroflexión, etc.), serán las disfunciones en la psiconeurosis. En la
evolución normal emerge, en esta fase, el sentido del yo narrativo: “en este punto,
finalmente, el niño está en condiciones de darnos una narración (una historia de
vida) y de decirnos quién es, qué le sucede, qué hace o por que lo hace” (Salinia,
1989). Después del contacto, llega la asimilación, la nueva experiencia se integra,
el self ha realizado una expansión: nace el sentido de la historia, de la lealtad, de
los roles. La terapia Gestalt llama “función-personalidad del self” al ser consciente
de lo que se ha llegado a ser.

“La pareja es una historia de encuentros entre dos seres humanos, un collar de
encuentros. Una dinámica de encontrarse y separarse, a veces o tener
desencuentros o mejor aún no-encuentros. De esperar un nuevo encuentro”
(Medina, 2012)

Las relaciones de pareja que tienen más posibilidades de llegar a buen puerto son
aquellas cuyas historias comparten puntos de vista, responsabilidades e
interacciones de los acontecimientos; elementos básicos para establecer una buena
comunicación. De esa manera, dos personas que mantienen una relación necesitan
crear una especie de historia compartida que se sume a sus historias individuales
(Sternberg,1999). Lo importante en estas relaciones es el “Sumar”: las entidades de
Yo-Tú no se pierden, crean una tercera historia, que es la Pareja, historia de
encuentros, del “Punto medio” en donde siendo el Self un fenómeno del campo,
donde (Yontef 2005) nos menciona:

El campo determina el cambio o el estancamiento (stasis). El sentido básico


del Self es que es un fenómeno del campo, un fenómeno co-creado por el
individuo y el ambiente, la identidad se forma y se mantiene, se expande y
se contrae por la interacción de todo campo.

Buber se encarga de poner el acento en el establecimiento de relaciones humanas


que reposan en bases distintas a las que existen actualmente. Menos Yo-Ello, y
más Yo-Tú. Esto vendría a acompañar no sólo a la psicoterapia, sino a la educación,
que consiste en liberar las fuerzas del amor y las fuerzas creativas en el individuo,
así como su capacidad de relación auténtica. Cuando conocemos a una persona,
empezamos a proyectar nuestros pensamientos y sentimientos tanto los
conocimientos adquiridos, como el equipaje emocional de nuestro pasado sobre
ella. El resultado es que a pesar de que creemos que estamos conociendo a esa
persona cada vez mejor, no conseguimos acércanos a ella. Al contrario, quizás
estamos creando una historia que nada tiene que ver con nuestra pareja y si con lo
que nosotros imaginamos sobre ella.

A través de la psicología social se pueden ver y explicar por qué se elige a una
persona como pareja. Las teorías se centran en espacios de la relación social, como
la búsqueda de una persona semejante que no plantee excesivos problemas ni
situaciones desconocidas (Teoría del equilibrio, Heider); las ventajas y desventajas
que implica la relación (Teoría del intercambio de Thibaut y Kelley, 1959); la
igualdad de ese intercambio (Teoría de la igualdad de Walter et, 1978); la
complementariedad de las necesidades mutuas (Teoría de las necesidades
complementarias de Winch, 1958, 1967).

Una descripción sobre el amor entre las parejas y su desarrollo a través de los
cambios de la sociedad son lo siguiente: desde Platón en la antigua Grecia describe
el amor como una tendencia a completarse con el otro, el ser humano estaría
incompleto y en la unión con el otro alcanzaría su completud; aún hoy en día el
saber popular mantiene esta propuesta con la frase de “encontrar la media naranja”
(La constitución de la pareja, 1996).

El enamoramiento provoca una intensa activación fisiológica que se va a reflejar a


tres niveles: emocional, cognitivo y conductual; a nivel afectivo se siente una intensa
atracción hacia la persona amada, deseo de ser correspondido, euforia al ser
correspondido y depresión cuando no, se siente atracción sexual como forma de
unión plena, de fusión con el otro y temor al abandono. A nivel cognitivo aparecen
pensamientos intrusivos y preocupación por el otro, se le idealiza, se desea
conocerle y ser reconocido, se fantasea continuamente con él, desaparece de su
atención todo lo que no tenga que ver con el ser amado y surge gran incertidumbre
respecto a poder conseguir y/o mantener su amor. A nivel conductual existe un
acercamiento para conocerle y hacerse conocer, se le ofrecen presentes para ganar
su amor y se deja de lado lo que no tiene que ver con la persona amada. El deseo
de intimar y la imposibilidad temporal de lograrlo estimulan la fantasía y la
idealización del otro y de la relación con él, lo cual favorece el enamoramiento. El
enamoramiento como un proceso en el cual, a partir de un estado de ausencia de
relaciones íntimas, de incompatibilidad con la pareja actual o de un periodo de
transición en el ciclo vital, surge un sentimiento de soledad y el deseo de encontrar
a alguien que llene ese vacío afectivo junto con la incertidumbre de que eso pueda
darse (Hatfield y Walster, 1978). El enamoramiento será tanto más intenso cuanto
más necesitada este la persona, y será más “loco” cuanto más inmadura sea la
persona o más crítico sea su momento vital, por ejemplo: la etapa media de la vida
en la que los individuos toman consciencia del tiempo pasado y del que les queda
y desean vivir la adolescencia con un amor intenso como forma de combatir el paso
del tiempo.

La psicoterapia Gestalt, centrada en el aquí y el ahora, busca traer a la persona al


presente poniéndola al tono con sus sensaciones y sentimientos, que se dan en el
campo único del cuerpo, dejando de lado el pasado que solo genera en la persona
sentimientos de culpa o arrepentimiento, el futuro que genera sentimientos de
ansiedad e inseguridad. Busca la madurez en la persona, tenemos a la madurez no
dentro de los parámetros de desarrollo humano dividido en etapas, sino que en la
teoría de la terapia Gestalt, la madurez se da en función de encarar y resolver
situaciones cotidianas en contacto con uno mismo y el ambiente, una conducta
madura es cuando se está a tono con las capacidades y el proceso que nos hace
ser lo que somos, pasar del apoyo ambiental al propio (Pinto, 2005).

En las relaciones de pareja también se nombra el concepto de “Colusión” como una


integración de la parte sistémica y psicoanalítica de los individuos. El enfoque
psicoanalítico identifica en un “yo” bien individuado el prerrequisito necesario para
un buen funcionamiento en la pareja y el sistémico considera las relaciones de
pareja en el contexto de la familia y marca los aspectos relacionales y descuida los
individuales. Conjuntamente, hacen una integración para el manejo en la
psicoterapia (Will, 1987). El psicoanálisis define la importancia para la pareja de
unas relaciones objétales maduras y recíprocas, entendidas como la capacidad de
mantener vínculos de apego y de cuidado más allá de las vicisitudes creadas por
los cambios afectivos, las desilusiones y las frustraciones. Las relaciones con otros
que un individuo dependiente y carente de integración y diferenciación a nivel del
“yo” tiende a crear, representan una compensación a fallos narcisistas, apoyándose
en importantes objetos y manteniendo de esta forma un equilibrio narcisista muy
frágil. Se hipotétiza, por lo tanto, que la neurosis individual está correlacionada con
el fracaso de pareja. Sin embargo, en la evidencia clínica existen relaciones de
pareja felices entre individuos altamente neuróticos, los cuales, siendo conscientes
de sus propios problemas, esperan menos del otro de lo que se estila hoy día,
facilitando este modo el buen funcionamiento de la pareja. Así como también existen
personas sanas que son incapaces de mantener relaciones estables con otros, de
la misma forma que los conflictos de pareja pueden surgir en ausencia de cualquier
patología individual significativa. (Will, 1987)

Aunque no se puede determinar que el comportamiento individual sea virtualmente


independiente de los factores relacionales. Es sobre todo la estructura de la relación
la que determina si prevalecerá un comportamiento enfermo sobre el sano o al
revés. El comportamiento individual es diverso según las relaciones en el que se
expresa. La historia personal y psicopatología individual son, por tanto, profetas de
los que no se pueden confiar porque cada pareja desarrolla sus propias dinámicas
relacionales. Desde la terapia familiar sistémica, se identifican dos conceptos:
sistema de pareja y el sistema familiar. En terapia familiar, la familia como sistema
no se somete a discusión, en la terapia de pareja, en cambio, el problema tiene que
ver con la misma existencia del sistema. La formación y el mantenimiento de un
sistema de pareja implican un continuo proceso de elección, en el sistema familiar
no existe este problema pues los hijos no escogen a sus padres, ni los padres
pueden hacerlo con sus hijos. Por eso, en las relaciones de pareja se hace frente a
los miedos, necesidades, a la formación de expectativas y a las perspectivas de
crecimiento. Todo esto es todavía más importante en el tratamiento de parejas que
están en vías de separación, porque el insight y la comprensión de estos puntos
pueden facilitar el proceso de separación y la posibilidad de hacerse libres y
disponibles para nuevos vínculos. El sistema de pareja se puede romper, el familiar
no; los hijos pueden cambiar la relación con los padres, pero no pueden anular la
relación con ellos. Estos conflictos se refieren a la organización, la estructura y las
reglas de la pareja que tienen que ver a menudo con importantes aspectos
psicoanalíticos. Explora los objetivos de los temas emotivos de la díada, clarificar
modalidades colusivas, trabajar como se han desarrollado los sentimientos de
esperanza, deseo, frustración, ansiedad, vergüenza y culpa en la historia de la
pareja, son todos instrumentos en el proceso terapéutico.

En un estudio de Will (1987), el autor demuestra que parejas formadas por cónyuges
muy neuróticos, y con más de 16 años, han permanecido estables; lo cual no
depende exclusivamente de la presencia o no de una patología personal o
relacional, sino también de la calidad de los ideales compartidos; cónyuges con altas
expectativas libidinosas recíprocas incurren fácilmente en desilusiones respecto a
la realidad, lo cual puede conducir a una desestabilización de la homeostasis de la
pareja. Cambios muy rápidos a nivel de las normas y valores hacen muy difícil a los
cónyuges desarrollar ideales de parejas mutuas y distintas que permitan una buena
identificación y faciliten el nacimiento de estructuras definidas en el sistema.
Actualmente el sustento material ya no depende del matrimonio, las emociones son
las que han adquirido una gran importancia. La promesa de escoger las
necesidades individuales favorece la emotivación de las dinámicas intradiádicas, lo
cual a su vez no hace más que acentuar las manifestaciones de disposiciones
neuróticas por parte de cada cónyuge. El concepto de colusión tiene que ver con
este tipo de interacción emotiva, basado en las ideas de Henry Dicks, Bowen,
Meissner y Gurman. (Will, 1987)

La totalidad diádica determina el comportamiento individual en el sistema de


parejas: parejas colusivas: en cada relación, el comportamiento individual se
modela, es neutralizado o amplificado según la personalidad de ambos miembros.
Los estudios sobre la formación de pareja que examinan a los dos miembros
separadamente no entienden el hecho de que, en realidad, no se ocupan de
aspectos de las personalidades interactivas que tienen gran importancia en la
elección del otro, sino más bien de algunos parámetros no interactivos. La estructura
de la personalidad o el comportamiento de los miembros deben ser estudiados
durante la interacción. El matrimonio ofrece un marco dentro del cual se puede
expresar tanto las necesidades regresivas como progresivas. Una relación de
pareja estable implica la dilación del tiempo de las necesidades personales, exige
responsabilidades recíprocas e implicarse frente a los objetivos comunes, pero
ofrece también satisfacción de necesidades regresivas; Las parejas que van a
terapia expresan a menudo comportamientos sumamente polarizados, no obstante,
no existe una diferencia clara entre complementariedad neurótica y normal. Esta
polarización puede estar causada por factores situacionales y ser, por tanto,
funcional. Cuanto más de tipo defensivo es la polarización y por ello motivada por
miedos recíprocos a menudo inconscientes, más disfuncional y neurótica puede ser
considerada la relación. El mismo tipo de trauma infantil puede llevar a un
comportamiento regresivo o progresivo, según el miedo que predomine o el estilo
del individuo en cuestión.

El compañero progresivo refuerza el comportamiento regresivo del otro y viceversa.


Esta estrategia promueve en el primero sentimientos de superioridad, control de si
y autoestima, permitiendo al mismo tiempo la negación de fantasías regresivas que
son delegadas en el otro. Los miembros de una pareja pueden sentirse atraídos y
al mismo tiempo repelidos por un tema que puede ser al mismo tiempo fascinante y
molesto. La polarización funcional de los roles conduce a posiciones en las cuales
los miembros se integran y se complementan el uno con el otro al mismo nivel
relacional.

En una pareja con una estructura oral, el amor es definido en términos de ofrecer y
recibir cuidados y atención. Las díadas sádico-anales están caracterizadas por
temas que giran en torno al binomio autonomía-dependencia. En un nivel fálico el
amor tiene el significado de conseguir y ofrecer prestigio social, mientras que las
relaciones narcisistas están caracterizadas por tensiones hacia la armonía y la
simbiosis. Estos temas constituyen a menudo la base inconsciente sobre la cual se
estructuran las relaciones de pareja.
Una relación de pareja puede ser enriquecedora para el individuo, ayudarlo a
desarrollar lo que jamás se hubiera imaginado, pero una relación patológica puede
conllevar al mayor de los sufrimientos (Romero, 2016). Como refiere Willi (2004)
que para que se desarrolle el potencial del ser humano se necesita a otros seres
humanos, y sobre todo de su pareja. Queda claro la tendencia del ser humano a
emparejarse con un compañero y/o compañera, pues no quedan tan claros los
motivos que inducen a un individuo a seleccionar a una pareja determinada dentro
de sus posibilidades, para establecer un proyecto de vida en común. Los motivos
por lo que uno se siente atraído por su pareja sigue siendo uno de aquellos misterios
existenciales sin aparente solución (Klohnen y Luo, 2003; Pérez Tensor, 2006).

En una relación de pareja se envuelve en el tema del amor, y para cada persona
tiene una connotación diferente. Stemberg (2000) considera que no existe una
definición que pueda describir lo que se ha entendido por amor a lo largo de la
historia o de las culturas; en la misma línea, Willi (2004) sostiene que no hay una
definición unívoca y válida de lo que cada uno considera como amor. Ambos autores
coinciden también en señalar que a pesar de lo indefinido del concepto, parece
haber un conocimiento implícito en el ser humano a la hora de entender a qué se
refiere la palabra amor, que permite tener una representación social común de la
misma. Stemberg (2000) propone recurrir a la literatura más que a la ciencia para
poder apreciar la rica diversidad de elementos que confluyen o participan de este
sentimiento. De igual forma, Willi (2004) menciona lo inconcluyente de los
resultados que se han obtenido cuando se ha investigado la temática del amor. Lee
(1974) hablaba de que existían seis estilos de amor: amor romántico (eros); el amor
juguetón (ludus); el amor amistoso; el amor posesivo, el amor pragmático y el amor
altruista. Cada uno de estos seis tipos de amor definía también un estilo de relación.
Stemberg (1986) hace énfasis en tres componentes: intimidad, pasión y
compromiso, en su modelo triangular del amor.

De la combinación de cada uno de estos vértices saldrá un tipo de amor


determinado: el grado entre lo alto en intimidad y bajo en pasión y en compromiso;
el encaprichamiento: bajo en intimidad y en compromiso y alto en pasión: el amor
vacío: bajo en intimidad y en pasión, pero alto en compromiso, el amor romántico:
alto en intimidad y en pasión, pero bajo en compromiso; el amor de compañía: alto
en intimidad y en compromiso, pero bajo en pasión; el amor necio: bajo en intimidad
pero alto en pasión y en compromiso; y el amor consumado: alto en intimidad,
pasión y compromiso. Stemberg (1986) Romero (2016)

Intimidad

Pasión Compromiso

Figura 1. Triángulo del Amor (Stemberg,1986)

A pesar de lo indeterminado del concepto amor, y de las diferentes formas que éste
puede adoptar en función de la pareja que se esté observando, Willi (2004) lo
considera el factor más importante en una relación de pareja y en la conformación
de la misma.

La teoría de la Similitud de Byrne (1971), este punto de vista sostiene que las
personas seleccionamos como compañeros de relación a aquellos que
consideremos similares a nosotros en algunos aspectos fundamentales. Stemberg
(1989-2000) refiere que según esta opción tendemos a elegir preferentemente a
aquellas personas que nos gratifican. Y va más allá postulando que probablemente
el aspecto más gratificante de un compañero potencial es la similitud con uno
mismo.

Por otro lado está la teoría de la complementariedad de Winch (1958), esta visión
propone que lo que buscamos en un compañero es que sea alguien que destaque
en aspectos en lo que nosotros no lo hacemos, o que sea capaz de cosas que
nosotros no somos capaces de hacer. Stemberg (1989-2000) ejemplifica este
supuesto haciendo mención a cómo personas con una gran necesidad de atención
buscan compañeros atentos, o cómo personas dominantes tienden a emparejarse
con compañeros sumisos. Así también Winch (1963) menciona dos dimensiones en
las que la complementariedad deberá de ser: dominancia/sumisión y
crianza/receptividad. En donde se puede observar a personas que a la hora de
elegir un posible cónyuge pueda primar por un lado la búsqueda de lo similar para
determinar variables, mientras que para otras lo haga búsqueda de lo diferente,
(Richard, Wakefield Jr., y Lewak, 1990; Figueredo, Sefcek y Jones, 2006; Brown,
2015), dándose simultáneamente en el mismo proceso ambos principios de
Similitud y Complementariedad.

Podemos hablar de la selección de pareja desde el modelo Cognitivo-Conductual,


en donde la persona se siente atraído por lo similar a ella (sociodemográfico como
de tipo psicológico). Se considera que tendemos a sentirnos atraídos por aquellas
personas que pertenezcan a nuestra misma raza, compartan nuestra religión o
tengan actitudes religiosas parecidas (Braithwaite et al. 2015).

También dentro de los modelos Cognitivo Conductuales del comportamiento,


Thibaut y Kelley (1959) proponen la Teoría del Intercambio Social. Estos autores
predicen que nos sentiremos más atraídos por aquellas personas que hagan que
nuestra particular balanza de ganancias y pérdidas nos dé un resultado favorable.
Esto quiere decir, que nos emparejamos con aquellas personas que nos aporten
beneficios por encima de los costos que nos va a suponer mantener la relación. La
elección final va a depender de percibir que el otro es semejante a uno en cuanto a
expectativas y capacidad de ofrecer lo mismo que uno espera y percibe que puede
dar.

Sin embargo, no todas las propuestas de esta escuela están basadas en la similitud.
Echeburúa (1990) hace mención a la intervención de otras variables como la no
excesiva familiaridad y toma como referencia la Teoría de complementariedad de
Lindzey (1981), que postula que las necesidades de ambos miembros de la pareja
se deben de complementar.
La psicología Psicodinámica ha sido probablemente la escuela teórica que más
aportaciones ha realizado a la cuestión de la elección de pareja, y en sus propuestas
explicativas se ha hecho énfasis en la importancia que tienen los mecanismos
inconscientes y las vivencias tempranas. García, Garrido y Rodríguez (1993)
afirman que en general la mayor parte de las teorías psicoanalíticas consideran que
el sentimiento de amor entre dos personas no es sino la transferencia en un objeto
nuevo de emociones sentidas sobre todo en la infancia. En otras palabras, la
relación de pareja como el lugar donde reeditar a tiempo real y de forma
inconsciente los afectos y las vivencias interpersonales que marcaron nuestra niñez.

Perez-Testor (2006) señala que Freud ya trató esta cuestión en varios de sus
escritos, el creador del Psicoanálisis postulaba que el individuo tendía a elegir
consorte de una de estas dos maneras:

1.- Conforme lo que denomino el tipo de apoyo: Elección en la que buscaremos


como pareja a personas que encarnen a cierto parecido con el modelo que en
nuestro fuero interno conservamos de aquellos otros que en nuestra niñez
ejercieron sobre nosotros funciones de cuidado y protección (usualmente las figuras
parentales).

2.- Conforme a lo que denomino el tipo narcisista: donde se busca a una pareja que
represente aspectos idealizados, o como dice Pérez-Testor (2006), se escoge entre
aquellas posibles parejas por las que uno se sienta amado y deseado.

Pérez- Testor (2006) también hace referencia a que, para explicar el


emparejamiento humano, Karl Abraham (1961) hablaba de endogamia neurótica (la
búsqueda en el otro del contrario a la madre o al padre). Entendemos que ambos
conceptos son los polos opuestos de un mismo continuo: el tipo de elección de
pareja por apoyo ya descrito por Freud; el matiz diferencial radica en nuestra opinión
en que Abraham toma conciencia de que los modelos no solo sirven para ser
replicados, sino que también pueden convertirse en la referencia de aspectos que
no se desean y se pretenden evitar.
Melanie Klein (1994) al referirse a la importancia de las primeras relaciones de
objeto, y a diferencia de los autores previamente citados, sugiere que no es un
modelo de persona lo que se toma como referencia de cara a efectuar la elección
de pareja adulta. Es más bien un modelo de relación lo que el individuo anhela
recrear con su consorte (el vínculo). Melanie Klein consideraba que las relaciones
normales adultas no se pueden reducir a una mera repetición de una relación
pasada. No se trataría de una especie de profecía relacional ante la cual no está
predestinado y poco puede hacer. Al contrario, las relaciones normales adultas
habrán de verse enriquecida con nuevos elementos que terminan por configurarlas
como algo único e irrepetible (Klein, 1937, Pérez-Testor, 2006).

Henry Dicks (1967) propone un modelo integrativo en el que toman parte en igual
medida mecanismos conscientes e inconscientes de selección de pareja, que han
servido de base para desarrollos teóricos actuales (Willi, 1978, 2004). Según este
autor, en la elección de pareja hay que tener en cuenta tres aspectos que están
relacionados entre sí, pero que pueden variar de forma independiente:

1.- El individuo con sus características personales.

2.- Factores socioculturales que mediatizan la relación de pareja.

3.- Factores inconscientes que existen entre los miembros de la pareja (vínculos
amor-odio).

Dicks plantea que en toda pareja, y de forma inconsciente, se produce un juego de


identificaciones proyectivas e introyectivas en el que se depositan en los otros
partes, no tolerados del self de uno que se encuentran reprimidas. En este sentido
y como indican Rincón y Garrido (2005), la elección de pareja estaría motivada por
el redescubrimiento en el cónyuge de aspectos reprimidos del propio self. Según
esta perspectiva, tendremos predisposición a sentirnos especialmente atraídos por
aquellas personas que muestren espontáneamente aspectos que a nosotros nos
resultan inaccesibles porque los mantenemos reprimidos en el inconsciente.

De esta forma, mediante el emparejamiento podemos depositar sobre nuestro


cónyuge (y así experimentar a través del otro) aquellos contenidos propios que de
actuarlos nosotros nos generarían mucha angustia y podrían alterar nuestro
equilibrio intrapsíquico.

Siguiendo sobre lo que dice Dicks, Lemaire (1974) va un paso más allá y propone
la elección de pareja estará mediatizada por la búsqueda del equilibrio personal:
buscaremos como compañero a aquella persona cuyas características no solo no
pongan en riesgo nuestra estabilidad intrapsíquica (entre instancias), sino que
además refuercen nuestro sistema defensivo contra la angustia derivada de la
satisfacción pulsional.

Por lo tanto el individuo no solo busca en el futuro cónyuge la capacidad de


satisfacer sus expectativas conscientes. Se trata de un desarrollo más complejo
aún: El otro significativo que postule a ser pareja, deberá de poseer ciertas
características que le permitan participar en nuestra organización defensiva no
despertando los conflictos irresueltos que arrastrarnos desde la infancia, pero, sobre
todo, sirviendo también para reprimirlos aún mejor.

Willi (1978) considera que el juego neurótico entre cónyuges empieza desde el
primer encuentro, pero que la elección colusiva de pareja no se puede circunscribir
a un proceso “llave-cerradura en la que dos personalidades se adaptan desde el
principio sin necesidad de aditamentos”. Este autor lo considera más bien un
proceso de acoplamiento progresivo que tiene el riesgo de convertirse en un arreglo
neurótico valiéndose de la asunción de posturas polarizadas y complementarias por
no afrontar un conflicto común no resuelto. En 1978, Willi refería que la colusión
afecta directamente al enamoramiento y puede originar la más fuerte atracción entre
personas.

Nos habremos de sentirnos atraídos por tanto por aquello aspectos perceptibles en
nuestro cónyuge que nosotros mantenemos reprimidos porque de aflorar a la
consciencia serían susceptibles de generar angustia. En la medida en la que nuestra
pareja siga comportándose como lo debe de hacer (según el contrato tácito que
designa la colusión), y cada uno cumpla con su respectivo rol, por ejemplo: que el
activo siempre sea el cuidador, y el dependiente siempre sea el individuo objeto de
cuidados), podremos seguir manteniendo inconscientes los conflictos de base,
garantizando de esta forma nuestra estabilidad emocional.

Sin ser psicoanalista, Napier (1971), afirmaba que “las personas tienden a casarse
con su peor pesadilla”. Framo (1980), considerado uno de los pioneros de la terapia
familiar, sugiere que aquellos cónyuges que temieron el rechazo o el abandono de
sus padres es probable que se casen con otros que se pudieron haber sentido
absorbidos por ellos. Willi hablaba de cuatro tipos de colusión en función de la etapa
del desarrollo psicosexual en la que se haya originado el conflicto común compartido
por ambos cónyuges:

1.- La colusión Narcisista: La temática que gira en torno a este tipo de


emparejamiento es el del amor como ser uno. Uno de los cónyuges asume el rol de
sujeto exitoso y pleno de autoestima, y el otro el de proveedor de esa autoestima
para el primero. El segundo cónyuge renuncia a aspiraciones individuales, se
entrega a la idealización del primero designado los límites a los que éste puede y
debe aspirar.

2.- La colusión Oral: Tipo de colusión que gira en torno al tema del cuidado. Un
cónyuge asume la función de cuidador total solícito y entregado, y el otro cónyuge
asume el rol del lactante desvalido y totalmente dependiente de la atención,
preocupación y nutrición del primero. Con la unión, cada miembro de la pareja se
protege de la ansiedad que le supone tener que asumir el rol complementario, ya
que este rol lo va a desempeñar el cónyuge siempre.

3.- La colusión Anal: Este tipo de colusión orbita sobre la temática del poder y su
reparto en la relación de pareja. Se plantea desde la preocupación de hasta qué
punto puede sobrevivir una relación a las aspiraciones de la autonomía del otro; y
cómo se pueden controlar estas por el bien de la unión. Uno de los cónyuges
asumirá el rol de dominante, y el otro de cónyuge dominado.

4.- La colusión Fálico- Edípica: La temática que predomina en este tipo de colusión
es el de la identidad de género. La manera de cómo uno concibe que debe de
plantarse en el mundo y en las relaciones siendo hombre y mujer. Las parejas
atrapadas en este tipo de colusión se reparten de forma rígida los roles masculino
y femenino, conformando estereotipos grotescos de lo que se entiende por
masculino y femenino, hasta el punto de renunciar a aquellos aspectos identitarios
que no concuerden con ese modelo.

Willi propone que la atracción específica entre dos personas no surge únicamente
de las cualidades positivas (como la belleza o la inteligencia). Más bien que la
atracción parte de las inseguridades y debilidades encubiertas de una persona y de
su anhelo por superarlas. El ser humano necesita la confirmación por parte del
entorno para sentirse realizado, y es ahí donde toma relevancia la pareja. La idea
de poder ayudar al otro en el hallazgo de su camino puede ejercer un atractivo
especial, o lo que es lo mismo, la clave puede radicar en percibir que se puede
ayudar al otro a completar su potencial desarrollo. Por lo tanto, elegimos como
pareja a aquella persona que sintamos que con nuestro apoyo puede llegar a costas
más elevadas, lo que al mismo tiempo debe de impulsar nuestro propio crecimiento.
Resumiendo: en 1978 Willi hacía hincapié en los procesos neuróticos que
mantenían a la pareja rígidamente estable; en 2004 Willi da prioridad a las
posibilidades de crecimiento en común de ambos cónyuges dentro de la pareja
como factor promotor de la relación.

La terapia Familiar Sistémica ha realizado grandes aportaciones a la evaluación, el


tratamiento o la etiología de los problemas de pareja rompiendo con la ortodoxia del
paradigma de la época. Sin embargo, han sido pocos los modelos dentro de esta
familia de psicoterapias que han hecho de la elección de pareja su objeto de estudio.
De entre estos últimos destacaremos el enfoque Trigeneracional y el
constructivismo.

El modelo Trigeneracional parte de la premisa de que dentro de cada familia se


hace un reparto de roles entre miembros a través de expectativas y refuerzos. El
individuo se comportará de forma ajustada a lo que se espera de él, en función de
lo que aquellas personas significativas le demanden de forma implícita o explícita.

García Badarraco (1990-2000) consideraba que la familia nuclear es el contexto en


donde se deben de obtener los recursos necesarios para una sana individuación,
siempre que se dé la condición de que aquellos “otros significativos” en contacto
con el sujeto tiendan a confirmar los aspectos espontáneamente identitarios del
mismo. Si, por el contrario, a lo largo del desarrollo se van cuarteando
sistemáticamente las muestras de espontaneidad del individuo que no
correspondan con las expectativas o necesidades de las figuras de referencia, se
estará favoreciendo el surgimiento de un falso self (Winnicott, 1991), anquilosando
en un estereotipo grotesco que encaje dentro del rol que demanda el entorno de
forma rígida. Ésta asignación de roles no sería sino el reflejo de los esfuerzos
inconscientes de aquellos que determinan los roles por dominar sus propios
conflictos intransíquicos, fruto de la experiencia en sus propias familias de origen.

Dentro del enfoque Trigeneracional, Framo (1965, 1976, 1980) propone una
perspectiva que integra la tesis de marco psicoanalítico de Fairbaim (1954) y Dicks
(1967), en un intento por ir más allá de la mera interacción matrimonial, e incluir el
peso de las generaciones precedentes. Framo postula que en la elección de pareja
deben de darse una mezcla de condiciones conscientes e inconscientes (atractivo
sexual; estilos de relación, formas de expresión) que estimulen la reviviscencia de
determinadas fantasías infantiles de amor incondicional. Pero simultáneamente, el
futuro cónyuge deberá de tener rasgos propios de objeto interno malo, para
posibilitar la eventual penetración de viejos oídos infantiles en él. Framo (1965)
señala que cada individuo posee un sistema de radar emocional a través del cual
reconoce al otro como estrechamente ajustado a sus necesidades objétales
internas.

Todo este proceso no tiene por qué verse confirmado en la realidad objetiva sino
que basta con que sea así percibido por el individuo. En la medida en la que cada
cónyuge interprete las conductas del otro en clave de sus propios objetos internos
(habitualmente sus padres), volcará sobre éste una serie de expectativas que
tenderán a verse confirmadas por la propia manera de comportarse del individuo
(identificación proyectiva), y así sucesivamente.

Jûrg Willi (2004) también apunta a la relación actual con la familia de origen como
factor influyente en la relación de pareja, al considerar que el individuo deberá de
decir si su potencial personal se puede desarrollar más adecuadamente siguiendo
la tradición familiar, o, por el contrario, el desarrollo vendrá de la creación de nuevos
caminos. Este mismo autor refiere que la elección de pareja puede estar relacionada
de múltiples maneras con la familia de origen: Mediante la constitución de una
pareja se puede buscar la toma de distancia de los padres (Apostolou, 2011); se
puede tratar de corregir un desarrollo familiar defectuoso; o incluso se puede tratar
de obtener un mayor peso específico dentro de la familia. Willi también considera
que no resulta extraño que los padres promuevan o favorezcan determinadas
uniones (Apostolou y Papageorgi, 2014), y pone como ejemplo la “adopción” como
nuevo hijo de alguien que desea romper con su propia familia de origen, y que por
tanto no trae consigo ninguna dependencia familiar.

Por otro lado está la perspectiva constructivista que supone una revolución
epistemológica en cuanto a la comprensión del comportamiento del ser humano.
Desde este desarrollo teórico se propone que la realidad no es algo único y objetivo
sino que depende del propio individuo, ya que éste participa activamente en la
construcción de su propio mundo en base a la codificación de la información que
recibe a través de sus sentidos. De esta manera, se postula que la realidad puede
ser interpretada de formas distintas, y se llega a la conclusión de que resulta
inverosímil la idea de adquirir un conocimiento “verdadero” (Rincón y Garrido, 2005).

Procter (1981) plantea que en el contexto de una relación cada miembro ejerce un
control sobre el otro, de manera que guía o regula la forma de construir la realidad
común de la pareja. Cada cónyuge, por tanto, cumplirá su rol en la medida en que
el otro le oriente en la tarea común.

Caillé (1992) señala la importancia de considerar dentro de la unión de pareja la


construcción de valores, expectativas y normas comunes. Refiere que la pareja
tendrá sentido si los cónyuges pueden crear un absoluto: un modelo de la relación
pareja que vaya más allá de la mera suma de ambos cónyuges. El absoluto influye
en la identidad de cada miembro de la pareja al tiempo que cada cónyuge influye
en el absoluto total con sus propias características personales.
García (1993) señala que elegiremos como pareja a aquellas personas que tengan,
entre otros factores, un sistema de constructos similar o complementario al nuestro
porque así nos resultará más fácil iniciar una relación de rol (noviazgo, matrimonio,
unión).

El enclave fundamental de la relación conyugal surge del elemento doble y


recíprocamente decisorio que implica la elección de la pareja, hecho que configurará
una situación de cuya complejidad, que surgirá el éxito o el desacierto de la futura
relación y en principio una perpetua convivencia, en donde la elección de pareja
muy al contrario de lo que el común de los mortales entiende (dada la extensa
retórica amatoria nacida prácticamente desde que se inventó el lenguaje escrito),
no es solo una decisión promovida por los elementos –estimulo de orden físico y
sensorial de base endógena, sino por el extenso cortejo de motivaciones entre las
que el componente instintivo no tiene una prevalencia exclusiva tal y como ocurre
en el mundo animal (Triviño, 2000).

El matrimonio, la relación de pareja y todos sus equivalentes institucionalizados o


no, en cualquiera de las culturas hoy vigentes, serán siempre en todo caso formas
de convivencia en las que los protagonistas perseguirán aunar modelos de
entendimiento personal en una síntesis que pueda ser asumida y compartida para
metas comunes. El matrimonio no es en definitiva únicamente una opción legal,
social o emocional; es sobre todo el resultado de una dialéctica que sintetizará el
modelo de convivencia deseado y cuyo devenir, afortunado o fallido, solo se
comprobará en el transcurso de un tiempo a veces incluso muy breve.

La elección de pareja por estas estructurales razones y otras muchas más, que en
su momento desarrollamos no es, en lo que respecta a la especie humana, un hecho
circunstancial y azaroso, sino una decisión inconsciente pero sutilmente
reflexionada, con independencia de que tal reflexión se realice con elementos
insuficientes, parciales, erróneos o intencionadamente falseados. Lo único que de
azaroso y circunstancial hay en la elección de pareja es el primer encuentro.
Cuando se inicie el contraste de las condiciones que se ofrecen y que se exigen al
otro miembro de la futura pareja tras ese primer encuentro, ya no habrá nada que
no se mida y pese con admirable precisión. Estas y otras modalidades de corte
psicopatológico más o menos encubierto transformarán el cortejo prenupcial en una
gestión cinegética cuyo porvenir, por regla general, comporta una experiencia que
se demostrará gravemente desajustada una vez establecido el compromiso
conyugal. (Triviño, 2000)

Todo individuo accede a la institución matrimonial con el fin de obtener la cobertura


de dos motivaciones: la primera de ellas es la búsqueda de una forma de vida que
se acomode a unos supuestos gratificantes tal y como el sujeto los concibe; en
segundo lugar, a fin de satisfacer su pretensión de que tal modelo de vida sea
asumido y compartido por el otro miembro de la pareja. Así la posible convivencia
no será entendida como una forma homogéneamente unívoca de encuentro, sino
como un modelo personal de búsqueda existencial que se basa en apetencias
subjetivas. La distorsión que ello puede generar dará lugar a graves equívocos de
difícil solución.

En realidad y salvando las circunstancias que configuran unos condicionamientos


manifiestamente patológicos a la hora de la búsqueda de pareja, debe entenderse,
como antes dijimos, que toda relación de cortejo prenupcial no deja de ser una
gestión mercantil más o menos encubierta en la que ambos miembros se proponen
realizar un sutil análisis de la mutua oferta antes de zanjar el acuerdo contractual
que vincule sus existencias. Hay modelos de convivencias de buena factura, así
como los hay desajustados, estando tales desajustes vinculados a un muestrario
bastante amplio de posibilidades. En todo caso, en la mayoría de las ocasiones en
que existe una anomalía determinante para la búsqueda de pareja, la elección no
será sino una elección de pareja, para lo cual el sujeto pondrá su máximo empeño
en conseguir el encuentro de la persona que reúna las condiciones adecuadas
(Triviño, 2000)

Partiendo de ello, insistimos en aventurar la propuesta de que la relación


interpersonal que da lugar a una decisión de convivencia conyugal es fruto, en todo
caso, de la idea internalizada por la previa experiencia que cada sujeto (no importa
el sexo), haya tenido en su propia historia. La experiencia conyugal se transforma
en el banco de pruebas de la madurez emocional de los esposos, aunque
desafortunadamente se trate de una prueba cuando todo esta decido. No hay duda
de que la realización del matrimonio constituye en sí una forma de demostración de
la normalidad psíquica, por no decir que la más importante de todas.

Pero una relación de pareja no fracasa sistemáticamente, aunque existan


excepciones, porque una de las partes sea incapaz de comprender el sentido del
acto decidido, sino sobre todo por la incapacidad de uno o de ambos cónyuges para
asumir y cumplir las obligaciones que para con el otro comportará la convivencia
perpetua, voluntarias y supuestamente libres que se ha decidido. El hecho
paradójico es que tal incapacidad sólo se suele comprobar en la convivencia
cotidiana tras la firma del contrato y sólo excepcionalmente, antes de verificarse
éste. La comprobación se hará objetiva a expensas de multitud de hechos que
demuestren una total intolerancia para la comunicación amorosa, desde los
conflictos primarios en la esfera de la sexualidad (impotencia, frigidez, etc.) hasta
las más refinadas formas de rechazo de la convivencia (actuaciones seviciosas de
una relación sadomasoquista, formas clínicas del alcoholismo, actuaciones
psicopáticas, etc.)

Sin embargo, el punto más importante de la cuestión es precisamente el análisis de


las motivaciones que explican tanto el hecho mismo de la decisión matrimonial
cuando el porqué del fracaso de la comunicación elaborado sobre el anecdotario de
frustraciones cotidianas. El matrimonio constituye también, fenomenológicamente
hablando, una manifestación de táctica normalidad referida a los aspectos
emocionales y sobre todo a los erótico-sexuales. En la medida en que el matrimonio
simboliza y constituye la prueba de la demostración, es lógico concluir que será
promovido y buscado como forma observable de convivencia por todos aquellos
sujetos que no se sientan portadores de incapacidad alguna en ninguno de dichos
aspectos. Pero es obvio que, por idénticas razones, lo será también por aquellos
otros que necesitan ansiosamente negar a través de una falsa praxis la incapacidad
que en uno o en ambos campos sospechen, o se sepan y sientan fundadamente
afectados. Por último punto a tratar, por ser de una definitiva importancia para la
comprensión de la textura íntima del fracaso matrimonial, es el hecho de que cuando
el fracaso se establece desde una fundamentación psicopatológica, exige
necesariamente un cónyuge activo que ejercerá sus actuaciones sobre un cónyuge
pasivo. Esto es evidente en aquellos casos en los que el conflicto conyugal tarda un
cierto tiempo en manifestarse; al menos oficialmente.

Ceberio (2014), Sostiene que una relación de pareja a través de muchos años de
convivencia resulta todo un desafío para cada uno de los integrantes de una
relación. La desvalorización de uno de los cónyuges hace que establezca una
relación de dependencia fuerte sistematizada en el tiempo, constituyendo una
relación de una total asimetría relacional. Por ejemplo, actualmente, la esperanza
de vida en el mundo, de acuerdo con los datos que proporciona el Banco Mundial
en sus indicadores del desarrollo mundial (octubre 2010), la media alcanza casi los
70 años. Desde tenerse en cuenta que los países del continente africano
desbalancean un promedio que debiera estar en los 80 años, dado que oscilan en
un deceso promedio de 55 años. La longevidad, producto no necesariamente de la
mejora de la calidad de vida, sino de los avances tecnológico-médicos y una
farmacología avanzada, hacen que la tercera edad no sea el último tramo de la vida,
sino que se estructure una cuarta edad a partir aproximadamente de los 75 años.
(Ceberio Marcelo R, 2013). No obstante, los viejos actuales no son los viejos de
antes: hay un cambio de actitud en dirección a una posición más juvenil. Antes los
mayores esperaban la muerte, hoy se encuentran planificando el futuro, es decir, “la
vida es bella y larga”, pero no solamente la vejez se modifica, sino también el resto
de ciclos evolutivos, la pubertad se ha transformado en adolescencia y los
adolescentes alcanzan los 22 años y más, por ende, los adultos retardan su
proyecto de pareja y matrimonio, con el problema que genera el hecho de que el
ritmo biológico marca pauta de maternidad límite y hace imposible lograr gestar por
marcanza de padre. Es toda una nueva estructura que modifica la organización de
la sociedad misma. En un estudio de hace más de diez años atrás, se describió de
40 indicadores que comparaban lo que se llamó “Viejas y nuevas estructuras
familiares” Ceberio (2011; 2013) en Ceberio (2014).
Hasta la década de los 50, se era adulto a los 22 años, hoy adolescentes tardíos,
edad en que los hombres contraían matrimonio y los matrimonios eran largos por la
tempranía del enlace. Hoy se inicia más tarde y la longevidad los alarga, pero lo
cierto es que la conformación de la pareja y las acciones masculinas y femeninas
han variado de cuajo en su concepción: desde la cantidad de hijos, la asimetría en
la valoración de los hombres (hombre autoritario/mujer sumisa), la atención del
bebé, hasta el trabajo fuera de casa de la mujer, entre otras diferencias.

Si la familia puede ser considerada como la célula nuclear de la sociedad y una


matriz de intercambio donde se cuecen a fuego lento desde creencias centrales,
estructuras de significados, funciones, identidad, etc., se constituye en uno de los
pilares principales de la vida psíquica de las personas. En el proceso de
individuación- del somos, al ser individual- todo este cúmulo de
conceptualizaciones, traducidos en mandatos de origen, se encargan en cada uno
de sus miembros, que reproducirán- por oposición o adhesión- en otros grupos,
parejas o constituciones de otras familias (Ceberio, 2014).

En la pareja humana entonces, para cada uno de sus integrantes, la familia será
siempre la matriz, el baremo, el patrón de referencia. Es la familia, la que provee a
cada uno de sus integrantes un sentimiento de identidad independiente que se
encuentra mediatizado por el sentido de pertenencia. Desde esta perspectiva, una
pareja puede ser definida como un sistema conformado por dos personas, voceras
de 2 sistemas que fueron conformados, a su vez, por 4 sistemas que, a su vez,
fueron constituidos por 8 sistemas, así en una relación geométrica. Linares y
Campos (2007) definen a una pareja como dos personas de igual o distinto sexo
procedentes de dos familias, que instauran un vínculo proyecto y objetivos comunes
e intentan trabajar en equipo (apoyo o motivación) en un espacio propio que excluye
a otros, en interacción con el entorno.

Esta descripción demarca claramente las fronteras de la consolidación de una


pareja a la que cabría agregarle que ambos cónyuges son portadores de pautas,
normas, cultura, funciones, códigos, mandatos, valores, creencias, significados,
ritos, estilos de emociones y procesos de información, etc., que es lo que trae cada
uno de los integrantes en su linaje y que está dispuesto con mayor o menor
resistencia a interactuar y acordar. De la sinergia de todos esos componentes que
trae cada uno a la relación, se construirá una pareja. Es decir, de la misma manera
que en el proceso de individuación familiar, de somos vamos a constituir al ser, en
la construcción de la pareja “del ser, al somos”, lo que cada uno aporta a la relación
(propiedades y atributos) conforma una pareja con identidad propia, la identidad de
pareja.

Si bien un integrante puede tener algunas de sus propiedades en común con el otro,
es decir: “¿Que tienes tú que no tengo yo, que tengo yo que no tienes tú?”. En esta
matriz relacional radica la esencia del vínculo. Y que hay sobre ¿El amor? Una de
las características distintivas de la pareja humana con otras parejas animales, es el
amor. Muchos han sido y son los autores que han intentado definir al amor:
Románticos, poetas, científicos, artistas, terapeutas, se han embarcado en
semejante tarea, imponiendo desde sus modelos de conocer las más disímiles
descripciones. Y que ha sido difícil de explicar, más aún cuando se apela a recursos
racionales que competen a la lógica.

Tratar de traducir el amor a significados racionales e imponerle, si se quiere, una


cuota de lógica, puede sumergirnos en una profunda complicación. H. Maturana
(1997) señala que: La preocupación por el otro no tiene fundamentos racionales, la
preocupación ética no se funda en la razón, se funda en el amor. El amor no tiene
fundamento racional, no se basa en un cálculo de ventajas y beneficios, no es
bueno, no es una virtud, ni un don divino, sino simplemente el dominio de las
conductas que constituyen al otro como un legítimo otro en convivencia con uno.

El amor es un sentimiento que emerge de forma poderosa del sistema límbico. No


pasa por el tamiz del hemisferio izquierdo, aunque a veces se intenta evaluar cuáles
fueron las características, particulares o actitudes por la que una persona ha
enamorado a otra. Es entonces cuando el amor se piensa. Pero se piensa cuando
se haya instaurado. O cuando se duda. Cuando no se está convencido que el
sentimiento hacia el otro es el amor. El sujeto enamorado, siente y convierte en
acciones que tratan de ser consecuentes y coherentes con ese sentimiento. Y el
amor, eso es, un sentimiento. A diferencia de la emoción que es intempestiva, el
sentimiento involucra variables emocionales, cognitivas, pragmáticas y un factor
fundamental: el tiempo, que es el encargado de ejercer las tres variables anteriores.

Aunque en ocasiones, el amor se confunde con otras emociones. Estar enamorado


no es estar entrampado, enlazado, atrapado, cazado, enganchado, apresado,
ligado, pegado, absorbido. Esas son falsas concepciones del amor, son
sentimientos y emociones que confunden y que tienen su progenie en enlaces
psicopatológicos, disfuncionalidades, comunicacionales, engarces de tipo de
personalidad. En el amor siempre hay una cuota de pasión. Pero la pasión no es
obsesión; la pasión motiva, la obsesión agota, la pasión promueve pasión, la
obsesión asfixia, la pasión entusiasma, la obsesión enloquece, la pasión atrae y la
obsesión genera rechazo. Básicamente, afírmanos que el amor no es una palabra,
sino un acto, es decir, el amor no tiene definición precisa sino que es definido en el
seno de la pragmática mediante acciones que conllevan interacciones. Un ser
humano traduce en gestos, movimientos, acciones, palabras o frases orales,
escritas, en la necesidad de hacer saber al otro y de trasmitirle ese afecto profundo.
Trasmisión que encierra la secreta expectativa de reciprocidad amorosa, de
complementariedad relacional que produce en el protagonista el saber que no está
solo en semejante empresa (el amar sin ser amado es una de las causales más
frecuentes de la desesperación). Trasmisión que busca la creencia de una
seguridad. Una utópica seguridad, tanto, que la búsqueda de reaseguramiento
amoroso hace que se descuide el presente de amor en pos de reafirmar el futuro
hipotecándolo. Y ese descuido, posee lamentables consecuencias cuando la mirada
preocupada se centra en adelante y no en mientras y durante.

Miret Monsó (1972) señala en un agudo estudio acerca de los gestos, que cuando
dos personas se encuentran y aparece en ellas el deseo amoroso, la comunicación
verbal se activa. Las palabras fluyen en armonía, aunque a veces los temores al
rechazo bloquean ese libre fluir. Las frases se impostan casi poéticamente.

El crecimiento del vínculo, desde el conocimiento del otro en sus valores, gustos,
virtudes y gustos, etc., genera una complementariedad que permite el lento avance
hacia la conformación de la familia. Pero la génesis de una buena relación de pareja
se halla entre otras cosas, en estar con el otro de la misma manera y la misma
libertad que cuando estamos con nosotros mismos.

Se puede decir que la pareja es un gran enigma, de hecho, como lo es el sentimiento


amoroso. Es cierto que la relación complementaria se produce como un fenómeno-
base que muestra que una pareja se elige como “pares complementarios”. Cognitiva
y emocionalmente, por ejemplo, veo en el otro aquellas cosas de las que adolezco
y que me muestran lo que me falta, a la vez siento y me expreso emocionalmente
de manera diversa que mi pareja. Estas mismas diferencias se cuecen en la
dinámica de las interacciones en donde los niveles de acción se entretejen
alternativamente y con características y peculiaridades, tanto los estrógenos como
los andrógenos y nuestro cerebro, anotómica y químicamente dista del cerebro de
nuestra pareja conformando tanto el cerebro femenino como el masculino, un solo
cerebro: el cerebro de pareja (Ceberio, 2014).

Entonces la complementariedad alcanza no solo los aspectos interacciónales,


emocionales y cognitivos, sino también los neurológicos. Está muy estudiado y
todavía en faceta de investigación, las diferencias entre cerebro masculino y
femenino que, notablemente la estructura de cerebro, funciones, neuronas y
neurotransmisores también operan en forma complementaria. Entonces, no son dos
cerebros únicamente, sino un “cerebro de pareja”. No se trata de diferencias de nivel
promedio de inteligencia, se trata de diferencias estructurales, y las influencias y
prevalencia de ciertos neurotransmisores y hormonas.

Por ejemplo, la mujer posee un 11% más neuronas en los centros cerebrales del
oído y el lenguaje, y en la cisura inter-hemisférica hay mayor cantidad de fibras
nerviosas precisamente en la circunvolución del cuerpo calloso, razón por el cual,
el desarrollo del lenguaje, la expresión y observación de las emociones, se
encuentra en mayor actividad (Brizendine 2006). Las mujeres recuerdan con mayor
precisión fechas y las asocian con contenidos emocionales con mayor rapidez y
efectividad que el varón, dado que el hipocampo es mayor en el cerebro femenino.
Por lo tanto, el recuerdo más la emoción es uno de los factores por los que una
mujer sea más emotiva al recordar y jamás recuente una anécdota de manera
neutra. (Ceberio, 2014)

En el caso del hombre, la amígdala que le posibilita detonar la señal de alarma sobre
las situaciones de peligro, se encuentra en hiperactividad cotidiana (no nos
olvidemos que el hombre era cazador y el desarrollo de su amígdala fue la alerta
que lo protegió de las grandes bestias), por lo que el hombre puede rápidamente
escalar hacia una agresión y violencia desmedida, propulsado además por las
funciones de la testosterona como una hormona de la agresión, la iniciativa, la
virilidad, la jerarquía, la valentía. Y se encuentra que la violencia de género se carga
en la mayoría de los casos, al hombre como agresor-victimario.

En sinergia con los factores socioculturales, se demarcan las fronteras de las


funciones del hombre y la mujer. Mandatos como “los hombres no lloran”,
características como fortaleza, valentía, independencia, protección y defensa, no
demostrar el miedo, ni sentir dolor, no mostrar sensibilidad, mostrarse seguro y
hasta con cierta frialdad emocional, entre otros, son atribuciones patrimoniales
simbólicas de lo masculino. Mientras que su contrario complementario son
características que distinguen a lo femenino. Las mujeres tienen permiso para
mostrar sus emociones, llorar, llevarse del brazo, mostrar su miedo e inseguridad.
La complementariedad se fundamenta en conceptualizaciones neurológicas,
emocionales, cognitivas y comportamentales, elementos que se inter-influencian.

Estos son algunos de los fundamentos de las diferencias complementarias entre los
dos sexos y muchas veces encuentran a un cónyuge reclamándole al otro, actitudes
que nunca podrá tener, no por malicia o desgano o cizaña a su pareja, sino por
diferencias de cerebro y la consecuente incapacidad. (Ceberio, 2014)

Es importante entender que una elección desarrollada desde la “necesidad” de


pareja genera una falta de discriminación en la elección. Semejante necesidad
sugiere la dificultad de estar en soledad. Soledad no como un término desvalorativo,
sino como un baluarte de la autoestima, “como estar bien con uno mismo en el
tiempo que estoy conmigo”. Por lo tanto, en esta huida de la soledad, se elige para
llenar esa carencia del otro-pareja y para llenar esa soledad consigo mismo. Esta
falta de discriminación conlleva el enlace con fantasmas producto de proyecciones
ideales, donde el otro no es el otro, sino una gran pantalla donde proyecto mi
necesidad.

La necesidad muestra la carencia; el hecho de no tener una pareja, no implica ser


un carenciado. Los carenciados, en general establecen relaciones dependientes,
aquellos que no lograr convivir consigo mismos y buscan en la pareja referentes de
retroalimentación. De cara a los sentimientos de soledad de pareja, los necesitados
buscan llenar su desvaloración personal con el reconocimiento de los otros. Una
persona que goza de buena autoestima, se muestra interdependiente y el hecho de
no poseer pareja lo constituye en una persona que desea compartir su tiempo
(valioso) con otro. La necesidad genera ansiedad y esto se traduce en “arrebatos”
de acciones. Manotazos de ahogado que, en muchas ocasiones, por miedo a la
soledad, la falta de reconocimiento y a la desvalorización, se elige a una persona
lejos de las verdaderas posibilidades de relación (Ceberio, 2014).

Pero una elección desde el deseo adulto, maduro y con pocos visos neuróticos, nos
da la posibilidad de discriminar el objeto amoroso observado tanto sus aspectos
virtuosos como defectuosos, aspectos que no son virtuosos y defectuosos por sí
mismos sino para la construcción de la persona que elige, o sea, son atribuciones
de segundo orden: sentirse bien conmigo y mi soledad de pareja (nunca estamos
solos en totalidad, se está solo de algo o de alguien), si bien no es indicador de una
elección de manera libre y sin urgencias. Es establecer una relación desde una
simetría relacional.

Elegir desde el deseo, entonces, implica la aceptación de la propia soledad: “Si


estoy bien conmigo en el tiempo que estoy conmigo, tendré que hacer una buena
elección para compartir este tiempo valioso con otro”. (Ceberio, Hacia el trastorno
de la alineación conyugal, 2014)

Pero es condición para formar una pareja disfuncional y sumergirse en juegos de


mal amor, elegir desde la necesidad. No es lo mismo desear tener una pareja que
necesitar desesperadamente una pareja. No es lo mismo una persona deseante
que una persona necesitada. En la elección y el desarrollo de la conquista y
posterior consolidación del vínculo de pareja, se construyen dos tipos de objetos-
reales e ideales- que inician dos procesos relacionales. En los procesos idealizados
se observan solamente las virtudes, mientras que en los procesos de recalificación
se contemplan tanto las virtudes como los defectos. Tanto uno como otro proceso
es producto de las atribuciones personales, que selecciono, percibo o construyo en
el otro. Para el pasaje del objeto amoroso hacia el status de real, hace falta que el
otro acepte y negocie aquellos aspectos del compañero que califica como negativos.

Es a través de la necesidad que se proyectan las carencias construyendo a otro


ideal, otro que “es” parcialmente. Es el otro real, el otro del deseo, el otro que se
intenta ver en su totalidad. En conclusión, hay aspectos del sujeto que enamoran,
otros que no enamoran (aspectos que están y que no mueven la aguja del amor ni
del desamor) y otros aspectos que desenamoran. Todos estos perfiles dependen
del protagonista, no son en sí mismos positivos ni negativos. Son aquellos que se
enamoran de un fantasma construido de acuerdo a patrones personales, sufrientes,
puesto que se sumergen en la utopía de intentar adecuar al otro a su deseo,
construir a otro a la justa medida personal, sin siquiera darse cuenta de quién es el
otro en realidad. (Ceberio, 2014)

Se puede hacer la reflexión sobre la incondicionalidad o condicionalidad sobre el


objeto amoroso, en donde los amantes buscan en el compañero la seguridad del
amor hacia ellos. Más aún, en la consolidación del matrimonio se jura “amor para
siempre”, y esta no deja de ser una falacia. La creencia en la incondicionalidad del
amor en pareja conlleva el desproteger la relación. Por tal razón, en la familia y en
la pareja se muestran las facetas más íntimas y los núcleos más neuróticos de las
personas, como las conductas abusivas, el no control de los impulsos, o las
descargar agresivas, o sea, no se desarrollan acciones que complazcan al otro con
la expectativa (consciente o inconsciente) que el otro nos valore, por creer que el
otro nunca se va a ir de nuestro lado.

Paradójicamente, entonces, son los seres más queridos los que no siempre son los
más cuidados en la creencias de tenerlos seguros a nuestro lado. A esta forma
neurótica, se contrapone el entender que el vínculo de pareja debe ser estimulado
y construido de manera cotidiana. Lo cierto es que la separación, rompe la creencia
de la incondicionalidad para entender que el amor de pareja es condicional. Por otra
parte, si existe un amor incondicional, es el amor de los padres hacia los hijos (por
supuesto padres funcionales y sanos).

Ceberio (2014) afirma que sostener una relación de pareja durante años, sin duda,
implica un trabajo cotidiano. Trabajo que significa redefiniciones parciales, para
dejar estables algunos perfiles de la relación. El pasaje de años hace variar los
estilos relacionales amorosos, las formas de expresión afectiva, las necesidades,
expectativas de respuesta, actividades, gustos y preferencias, entre otras cosas. No
se trata de que la persona con quien se formó pareja sea otra persona.

Los ciclos evolutivos demarcan cambios en una serie de aspectos que,


necesariamente, deberán compatibilizarse con el compañero. Ciclos evolutivos de
la pareja y de los miembros en particular, más allá de las diferencias de edad de
ambos que pueden acentuar distinciones y diferencias entre los integrantes. Los
mismos hijos que transforman y amplían a la pareja conyugal en pareja parental,
hacen que se rectifiquen estructuras relacionales y se fomenten triangulaciones
nocivas.

Estos cambios desestructuran complementariedades y reciprocidades. Esta es una


de las causas porque la pareja deberá someterse a reformulaciones en pos de
encontrar los acoples complementarios que los unen. La creatividad y la constancia
deben estar al servicio de la tal reingeniería relacional, pero principalmente las
ganas de estar con el otro mediante el sentimiento amoroso. Claro que no se trata
del mismo amor. El amor varía de acuerdo a las experiencias que vive la pareja,
experiencias que modifican el amor de los primeros tiempos de la relación. Muertes,
nacimientos, mudanzas, enfermedades y un sinnúmero de situaciones críticas,
varían la calidad del amor. Esto no implica que el amor se modifique en términos
cuantitativos. No se ama más o menos, sencillamente se ama de manera diferentes,
dependiendo de lo que se haya vivido en la familia de cada cónyuge.
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