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ALABUENA

DE DIOS
Colonización en La Macarena
RíosDuda y Guayabera
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ej. 1.
Claudia Leal

ALABUENA
DE DIOS
Colonización en La Macarena
Ríos Duda y Guayabera

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FESCfi.
TABLA DE CONTENIDO

Prefacio 11

PRIMERA PARTE
A manera de introducción 21

SEGUNDA PARTE
Los colonizadores 33

Los inicios 35
El Guayabero 48
El Duda 51
El Alto Guayabero 68
La veredas y sus habitantes 73

TERCERA PARTE
Presencia institucional: ¿zona roja o zona verde? 77

La Macarena: "Patrimonio biológico de la humanidad" 80


Orden Público................................................................. 88
TABLA DE CONTENIDO

Prefacio 11

PRIMERA PARTE
A manera de introducción 21

SEGUNDA PARTE
Los colonizadores 33

Los inicios 35
El Guayabero 48
El Duda 51
El Alto Guayabero 68
La veredas y sus habitantes 73

TERCERA PARTE
Presencia institucional: ¿zona roja o zona verde? 77

La Macarena: "Patrimonio biológico de la humanidad" 80


Orden Público................................................................. 88
CUARTA PARTE
Economía 105

La Manigua 107
El pan de cada día 112
El Dorado 125

QUINTA PARTE
Las mujeres 145

Las 'costillas' 148


Caminos sin salida 155
¿Será que con el tiempo las cosas cambian? 162
Se requieren mujeres 169

Bibliografía 180

Lista de mapas

1. Ubicación de la Macarena en el departamento del Meta.. 27


2. Las veredas El Tapir y El Alto Raudal.............................. 31
3. Estado de la colonización en 1979 50
4. Zonificación del censo 76
5. Area de Manejo Especial La Macarena 87
6. Ruta de la madera 141
ATRACCIÓN FATAL

Los tres ocupábamos el puesto trasero de la pequeña avioneta


para cuatro personas. Mónica, incómoda en la mitad, ponía cara de
valiente, y yo le rogaba a un dios prestado para que nos llevara sanos
y salvos hasta nuestro destino. Estábamos entre una nube, por los
vidrios se deslizaban rápidas las gotas de agua, y se sentía una tem-
bladera sospechosa. Ibamos aterrorizados pensando que tendríamos
que pasar una hora por los aires del Meta en medio de tanta incerti-
dumbre. Minutos antes el piloto había accedido a llevarnos tras una
larga espera de un cuarto pasajero que no se presentó. No sabíamos
que nos estábamos poniendo en manos de un piloto bastante inex-
perto y que su improvisado copiloto sería nuestra salvación. Al poco
tiempo de vuelo salimos de la nube y me puse a contemplar, primero
las sabanas y luego la selva a la espera de que apareciera la renom-
brada serranía. Con la claridad vino la calma, pero no fue completa.
El asistente del piloto no cesaba de darle indicaciones a 'nuestro
capitán' y de levantarse del asiento para poder ver lo que nosotros
apreciábamos desde las ventanas laterales. Pasó casi una hora, tiem-
po en que deberíamos estar llegando, cuando vi un río y con voz de
conocedora le dije a Daniel: "Ese es el Guayabero. Ya estamos cer-
ca. Ahora vamos a seguir el río hasta llegar". Pero, cuál no sería mi
sorpresa cuando el piloto giró a la izquierda y encaminó la nave
hacia el Guaviare. Si no es por la rectificación del ayudante hubiéra-
mos terminado en San José. Estábamos muy cerca del pueblo y al
poco tiempo lo vimos: pequeño y desordenado en la orilla del río, lo
sobrevolamos y descendimos hacia la pista de aterrizaje. La avione-
ta estaba ladeada y parecía que un ala fuera a incrustarse en la pista
y el aparato a dar la vuelta. Tal vez mis súplicas surtieron efecto
porque aterrizamos sin problemas en la población de La Macarena.
PREFACIO

COLONIZACIÓN: UNA PRÁCTICA DE VIEJA DATA

La historia de Colombia es la historia de la colonización, de la


incorporación de nuevos espacios al sistema económico dominante,
primero bajo el régimen colonial y luego con la República. Es la
historia de la ocupación dispersa del territorio, en buena medida in-
dígena, por parte de españoles primero y muy pronto por mestizos,
negros e incluso indígenas, que desplazados de sus territorios de ori-
gen se han visto obligados a buscar otras tierras.
La ocupación española ocurrió inicialmente a lo largo de la costa
atlántica. Comenzando el siglo XVI, Rodrigo de Bastidas recorrió el
actual Caribe colombiano, desde el Cabo de la Vela hasta Panamá,
descubriendo para los españoles la desembocadura del Magdalena,
al que llamó río Grande. A Bastidas le siguió Alonso de Ojeda, quien
fundó en 1509 el primer pueblo español en lo que es hoy territorio
colombiano. Dicho pueblo se llamó San Sebastián de Urabá y a su
fundación siguió la de Santa María la Antigua del Darién por parte
de Vasco Nuñez de Balboa, quien poco después recibiría el título de
Adelantado del Mar del Sur, gracias a que los indígenas le enseñaron
el Océano Pacífico. Estas primeras fundaciones no habrían de tener
un futuro próspero, como otras situadas más al nororiente: en 1526
Rodrigo de Bastidas fundó Santa Marta y en 1532 Pedro de Heredia
fundó Cartagena, que surgió gracias al oro saqueado de las tumbas
de la cultura Sinú.
En 1536 comenzó la conquista del interior con la primera incur-
sión por el Magdalena, al mando de Gonzalo Jiménez de Quesada.
En este viaje se abrió el panorama para la conquista del valle del
Magdalena, las regiones de Vélez y el valle de Moniquirá, los 'pue-
12 A LA BUENA DE DIOS

blos de la sal' y el 'valle de los alcázares' --como llamaron a la


sabana de Bogotá-, Tunja, el 'valle de las minas' (Neiva) y hasta
divisaron los llanos orientales. Por su parte, Sebastián de Belalcázar,
fundador de Quito, quien había hecho parte del ejército de Francisco
Pizarro, conquistador del Perú, emprendió la conquista de las tierras
al norte de Quito, llegando hasta lo que es hoy el Quindío, de lo que
resultó la fundación de Pasto, Popayán, Cali, Anserma y Cartago.
Como no es objeto de este escrito hacer un recuento de la Con-
quista, baste con citar a Juan Friede, quien concluye que a finales del
siglo XVI

(...) los territorios que por su clima, vías de comunicación y fertili-


dad del suelo, estaban aptos para la colonización, se encontraban ya
firmemente en manos de los "blancos" y las principales vías de ac-
ceso desde el exterior estaban abiertas, quedando reservadas, para la
futura colonización, las tierras que bordeaban el Pacífico, las selvas
y los llanos orientales y las "bolsas" en el interior ocupadas por los
indígenas; territorios que poco a poco se abrían a la colonización,
según las necesidades económicas, políticas y sociales del país.
(FRIEDE, 1989: 114)

Dichas 'bolsas' eran territorios que en su conjunto formaban ex-


tensiones mayores que las áreas dominadas. Durante la Colonia se
afianzó el dominio sobre las tierras abiertas, y se extendió la domina-
ción hacia esas 'bolsas', fenómeno que va más allá del gobierno es-
pañol y alcanza incluso el siglo XX.
En el período colonial la ocupación del territorio se estructuró
inicialmente alrededor de los centros mineros y luego de regiones
con potencial agrícola. La búsqueda ansiosa de oro --cuyo mejor
ejemplo son las leyendas sobre El Dorado- y su explotación, son el
resultado de las necesidades de España y Europa de mayores canti-
dades de metálico, dentro de una economía mercantil en expansión.
Alrededor del oro crecieron varios distritos en Santa Fe, Antioquia,
Cartago y Popayán, en lo que Germán Colmenares (1989) llama el
primer ciclo del oro, que va desde 1550 hasta 1640. El segundo ciclo
(1680-1800), que tuvo una amplia participación de las minas de oro
del Pacífico, permitió el enriquecimiento de las ciudades andinas
que controlaban esta explotación, básicamente Popayán y Cali. Así,
la colonización durante el período de dominio español se realizó al-
rededor de 'islas en expansión' que permitían el envío de exceden-
tes a la metrópoli. Paralelo a la explotación minera se fue creando un
46 A LA BUENA DE DIOS

nes... Vino el de Apiay de Villavo y aviones particulares. Por el río


empezó a entrar gente cuando supieron que estaba pueblado, ahí sí
echaron a venir. La gente venía, se quedaba un rato por aquí y des-
pués se iba. Por el río también venían indios. Venían a aserrar, usa-
ban una vaina que le decían disco, era redonda con dientes y tenía
motor. Como todo era baldío, entraban y sacaban cedro amargo. Eso
duró un tiempo, como dos o tres años. Gente a pescar sí no venía.

Así, en la década de los años 60 comenzó a tomar forma, muy


lentamente, lo que inicialmente se llamó El Refugio y hoyes el pue-
blo de La Macarena 19. Quienes llegaron con intensiones de quedarse
hicieron casa cerca de la pista, de esta manera se formó un caserío
allí donde había comida y donde eran factibles las relaciones con el
exterior. Inicialmente el caserío operaba como un conjunto de fincas
cercanas, en el que todos cultivaban y pescaban, de pronto criaban
marranos y alguna que otra res, tal como sucede actualmente en las
fincas que conocí río arriba.
El pequeño poblado fue formándose como centro de operaciones
de la zona, era el lugar donde se conseguía comida, canoas, herra-
mientas, animales y cualquier otro tipo de cosas necesarias en un
lugar de colonización temprana como era La Macarena. El comercio
local comenzó tímidamente. Primero fue una casa cualquiera que
vendía mercancías encargadas de Villavicencio, una tienda sin nom-
bre, que fue creciendo hasta llegar a ser un pequeño almacén, apenas
para cubrir necesidades básicas, según lo permitía el escaso dinero
circulante. Y mientras esto sucedía llegaban nuevos colonos. Algu-
nos iban por un tiempo y terminaban quedándose a organizar su vida
allí, veían las posibilidades que brindaba la tierra virgen y regresa-
ban por sus familias. Así, La Macarena fue ensanchándose al ritmo
lento del comienzo de la colonización.
No todos llegaron a radicarse en el naciente poblado. Algunos se
internaron en la sabana y otros rompieron monte en las orillas del río
Guayabero. Primero ocuparon las tierras cercanas al 'pueblo' yen la
medida en que éstas conseguían dueño, el corte se fue alejando.
El aumento de población y las elementales necesidades de salud
dieron pie para que apareciera la primera droguería. Su dueño era
don Pacho Betancourt, quien aprendió las artes de curar como enfer-
mero en el ejército. Su droguería, chiquita como era, fue convirtién-

19. En los mapas del Instituto Geográfico Agustín Codazzi todavía llaman al
pueblo El Refugio en lugar de La Macarena.
14 A LA BUENA DE DIOS

La creencia de que la tierra disponible era infinita motivó al Esta-


do en numerosas ocasiones a saldar sus deudas o a pagar favores
concediendo baldíos de propiedad de la nación. Desde las guerras de
independencia, para hablar sólo de la República, el Estado pagó con
tierras servicios que adeudaba. Problemas financieros, como los re-
sultados por las constantes guerras civiles del siglo XIX, llevaron al
gobierno a ceder parte de las pertenencias de la nación dando terre-
nos en concesión. Algunos casos fueron escandalosos como la Con-
cesión Barco y la Concesión de Mares.
Los procesos de colonización han sido, desde tiempo atrás, la res-
puesta a una distribución inequitativade la tierra, que comienza desde
la Conquista con la asignación de encomiendas y se afianza en la
Colonia con las haciendas. La colonización de nuevas tierras ha sido
entonces la manera de desplazar a la población campesina de las re-
giones donde la tierra ya ha sido acaparada. Ha sido también una de
las formas de reproducción de los campesinos, como grupo social
marginal en Colombia. Los procesos colonizadores han sido espon-
táneos, como también han obedecido a políticas estatales que han
visto en la ocupación de 'baldíos' la solución a las demandas por
tierra hechas en numerosas regiones del país.
Los procesos de colonización han implicado la apropiación del
territorio por parte de la población colonizadora, y su transformación
de acuerdo a sus aspiraciones y posibilidades. Ello ha significado, en
la gran mayoría de los casos, la sustitución de los bosques naturales
por cultivos y pasturas, y el desplazamiento de la población nativa
por los nuevos ocupantes, cuyo caso más dramático se dio en la Con-
quista con el exterminio masivo de indígenas. De ahí que la constan-
te incorporación de nuevos territorios a la economía de la sociedad
mayor haya resultado en la reducción notable de ecosistemas, como
es el triste caso de la zona andina, y en una merma constante de la
población indígena, no sólo en número, sino también en lo que se
refiere a su cultura.

COLONIZACIÓN RECIENTE DE LOS BOSQUES HÚMEDOS TROPICALES

Hoy, cuando se habla de colonización se piensa en zonas selváti-


cas bajas como el Urabá, el Putumayo, el Caquetá y el piedemonte
llanero, por haber vivido procesos de ocupación recientes. Estas son
regiones que todavía absorben población llegada en su mayoría de la
zona andina, desde las montañas de Nariño hasta las estribaciones de
PREFACIO 15

las cordilleras, aunque también involucran a personas procedentes


de la costa atlántica y hasta del Chocó y el resto del Pacífico. El
denominado bosque húmedo tropical fue el último en llamar la aten-
ción y despertar la codicia de los colombianos. Mientras hubiera otras
tierras disponibles, ¿quién iba a internarse en esas selvas calientes,
húmedas y malsanas, que para más estaban -yen parte aún están-
habitadas por tribus indígenas de las que poco se sabía?
Esos 'montes' eran lo único que quedaba sin dueño, y parecían
infinitos. ¿Cómo imaginarse que tan inmensos baldíos podrían llegar
a estar todos distribuidos, incluyendo parques naturales y resguar-
dos, acabándose así los terrenos libres para la colonización? Las tie-
rras boscosas también tienen límites y por fin se vio que el éxodo de
población desposeida con el fin de ensanchar la llamada frontera agrí-
cola es una salida facilista que no puede durar mucho tiempo más.
Sumado a este motivo, los procesos de colonización llaman actual-
mente la atención por estar asociados a cultivos ilícitos, como la
marihuana en la Sierra Nevada de Santa Marta y la coca en el
Putumayo y en el Guaviare; por la fortaleza de la guerrilla en estas
zonas, como sucede en el Urabá y en el Guaviare; por la destrucción
de los bosques, considerados ahora recursos estratégicos, como en
todos los casos; y por la complicada relación entre estos fenómenos,
como sucede con la llamada 'narco-guerrilla'.
La colonización de las selvas ha sido vista con buenos ojos por el
Estado, y también por los terratenientes, que con ello evaden un pro-
blema de redistribución de tierras y 'civilizan' esos territorios consi-
derados deshabitados, incorporándolos a la economía nacional. Las
selvas fueron durante mucho tiempo un territorio fantasma que sólo
figuraba en los mapas como un gran manchón; la Constitución polí-
tica de 1843 fue la primera que hizo mención de los "territorios na-
cionales": Guajira y Caquetá (los actuales departamentos de Vaupés,
Caquetá, Putumayo y Amazonas). El Estado intentó desde esos años
promover la colonización de esas tierras con diferentes estrategias
poco exitosas, como el apoyo a misiones para "reducir a los salva-
jes", la asignación de tierras e incluso el apoyo a la colonización
extranjera.
La apertura de estas regiones a corrientes migratorias ha estado
asociada a dinámicas de la economía nacional expresadas en auges
extractivos, que pueden ser minerales o productos del bosque como
el caucho o la misma madera; y a economías de enclave, como es el
caso del banano. Lo sucedido en parte de la Amazonia es ilustrativo.
El auge de la extracción de quina, principalmente en Santander, llevó
Tercera Parte

PRESENCIA
INSTITUCIONAL:
¿ZONA ROJA
O ZONA VERDE?
PREFACIO 17

La violencia a partir de los años 40 ha sido un motivo poderoso


para el desplazamiento de población hacia las llamadas zonas margi-
nales, lo que además favorece el clima enrarecido que en ocasiones
se respira en las tierras de reciente ocupación.
Con la Ley 2 de 1959, que crea un área de reserva forestal de
58.162.950 hectáreas, el gobierno limitó las tierras disponibles para
la colonización. Sin embargo, en 1987, el 22% de dicha área había
sido sustraido de la reserva. El Sistema de Parques Naturales Nacio-
nales ha sido otro instrumento jurídico que en teoría establece barre-
ras a la colonización. Sin embargo, como se aprecia en este libro, los
parques no han sido garantía para evitar que esas tierras sean ocupa-
das, así como la reserva forestal tampoco ha sido un obstáculo real,
como lo ilustra la situación de la serranía del Darién, para citar sólo
un caso.
De otra parte, como ya se mencionó, el Estado ha tenido políticas
explícitas de colonización, como los esfuerzos realizados por la Caja
Agraria en la década de los 30, entre los que se cuenta el fracaso de
Ciudad Mutis (Bahía Solano). Los ministerios de Industria, Agricul-
tura, Gobierno, e incluso el de Guerra -hoy de Defensa-, han teni-
do a su cargo, en diferentes momentos, programas de colonización.
El Instituto Colombiano de ReformaAgraria, Incora, ha sido un fuerte
promotor no sólo de la colonización, sino sobre todo, de la transfor-
mación de los bosques por cultivos o pasturas, como en el caso del
Urabá chocoano, donde su apoyo a la ganadería fue el primer paso
para que la selva abierta por colonos diera paso a extensos potreros
hoy propiedad de pocas familias. .
Este caso, en que los terrenos abiertos han reproducido el esque-
ma de tenencia de la tierra que generó la colonización, no es para
nada una excepción. La colonización de las selvas ha resultado en la
implantación de un modelo andino de explotación de la tierra, aun
cuando las características de estos ecosistemas no soportan el tipo de
explotaciones típico de otras tierras más fértiles, debido a que la
mayoría de los nutrientes no se halla en el suelo, sino en la misma
vegetación, que a través de la caída de las hojas y la pudrición de los
árboles viejos, regenera la tierra para el sustento de la vegetación.
Así pues, el mito largo tiempo sostenido sobre la riqueza de estos
suelos se viene a pique después de unas pocas cosechas que eviden-
cian que con la tumba del bosque se elimina la gran riqueza de esos
territorios.
El rápido empobrecimiento de la tierra, resultado de estas tecno-
logías inadecuadas, ha traído como consecuencia la siembra de pasto
18 A LA BUENA DE DIOS

y a la larga, el establecimiento de grandes ganaderías. Puede afirmar-


se entonces que la expansión de la frontera agrícola es un mito, por-
que la agricultura pronto da paso a la ganadería, y por lo tanto debe-
ríamos hablar más bien de la expansión de la 'frontera ganadera',
que obliga a que los colonos vuelvan a moverse y repitan el ciclo de
tumba, cultivo y siembra de pastos, para vender nuevamente las 'me-
joras' a quien pague más por ellas.

EL PACÍFICO: UN EJEMPLO EN CONTRAVÍA

Vale la pena mencionar el caso de la colonización del Pacífico,


poco estudiada, y que es un fenómeno contrario al modelo andino de
colonización devastadora de las selvas húmedas (ApRILE-GNlsET,
1993). La conquista de estos territorios fue tardía en relación con
otras regiones de la actual Colombia, y fue centrada en la explota-
ción de las minas de 'oro corrido' que abundan en los ríos de esta
región. Debido a lo dispersa y esquiva que era la población abori-
gen, y a que en otras regiones mineras ya se estaba empleando la
mano de obra esclava, en el Pacífico la minería se apoyó fundamen-
talmente en el trabajo de población negra traída de Africa. La explo-
tación minera no dio origen a ciudades como en otras regiones, sino
a caseríos o reales de minas, que podían fácilmente morir con el
abandono de su respectiva mina. Quibdó, Tadó, Nóvita y Barbacoas
son algunas de las pocas poblaciones que datan de esa época.
Ya desde el siglo XVIII se organizaban grupos negros libres con
esclavos fugados y con aquellos que compraron su propia libertad.
Eran sociedades incipientes que resultaban de la confluencia de ele-
mentos de distintas naciones y culturas africanas, con prácticas apren-
didas a la población indígena y fuertes huellas españolas, como el
lenguaje. A mediados del siglo XIX, con la manumisión de esclavos,
los señores mineros abandonaron sus minas y la población negra
quedó libre en esas selvas para organizar su propio modelo de vida.
Así, en la segunda mitad del siglo pasado y en la primera mitad de
este siglo, los ríos del Pacífico fueron colonizados por población
negra, con prácticas económicas acordes con el medio, tal como se
puede observar hoy. Son comunidades que combinan diferentes ac-
tividades como la pesca, la caza, la extracción de madera, la minería
y la agricultura, según el caso. Y la agricultura es a pequeña escala y
combina diferentes cultivos y se rotan los terrenos, de tal manera
que no se agote la poca tierra disponible para cultivar.
120 A LA BUENA DE DIOS

animales. Esto tiene mucho que ver con el aislamiento en que están
estas veredas y con las dificultades de transporte de las que ya bas-
tante se ha hablado. Es muy importante anotar que el esquema típico
de la colonización en el que los colonos tumban, queman, siembran
y cuando la tierra está agotada la venden a los ganaderos que van
conformando latifundios, aquí no se presenta. Que la región sea apar-
tada y de difícil acceso, y sobre todo el hecho que sea-parque natural
y no esté permitido titular tierras, desmotiva a los posibles compra-
dores, que prefieren invertir en un territorio donde su dinero sí fruc-
tifique. La falta de esta presión, tan fuerte en otras áreas de coloniza-
ción, ha sido un factor que ha contribuido a que el proceso de reduc-
ción del bosque sea más lento de lo que habría podido ser.

EL PESCADO Y LOS ANIMALES DE MONTE

La caza y la pesca artesanal han sido la fuente principal de proteí-


na de los colonos. En años anteriores tanto la cacería como la pesca
eran muy abundantes. Así lo cuenta don Adriano, uno de los prime-
ros pobladores de la vereda:
Había harta carne y pescado: manao, cafuche, danta, chigüiro, pa-
vas, paujiles ... Este solar se llenaba de manaos: se cruzaban del otro
lado del río y preciso salían aquí, nosotros les dábamos con la hacha
y ellos berriaban y salían para afuera.

Rigoberto, como todos los demás colonos, coincide con que an-
teriormente había carne de monte y pescado en abundancia, y ade-
más nos habla de los legendarios manaos, cerdos salvajes que anda-
ban en grupos inmensos, y que ahora están desterrados de la zona:
Eso antes se cogía mucha cachama, eso era tire y saque. También
había mucho manao: mirábamos manadas de doscientos, trescientos
marranos. Ese era uno de los animales con que a mí me metían te-
rror. Una vez nos fuimos a cacería, como unos seis, a buscar manaos.
Llevaron unos perros. Cuando ruedan los perros y por allá escucha-
mos los manaos. 'Bueno -dijimos- vamos a matar uno cada uno'.
y comienzan esos animales a bujar y a chasquiar ese muelaje. Yo iba
de cabeza, cuando se viene ese perro y pasa por un lado y se viene
esa manada... Yo del susto tan berraco saqué la base y no totió -¡qué
bruto! -yo miré que no totió esa escopeta y no hay otra más sino
tirarla y de una vez le mando la mano a la palmita, una palmita de
lágrima de San Pedro, yo no brinqué ni nada sino que la abracé y
Primera Parte

AMANERA
DE INTRODUCCION
ATRACCIÓN FATAL

Los tres ocupábamos el puesto trasero de la pequeña avioneta


para cuatro personas. Mónica, incómoda en la mitad, ponía cara de
valiente, y yo le rogaba a un dios prestado para que nos llevara sanos
y salvos hasta nuestro destino. Estábamos entre una nube, por los
vidrios se deslizaban rápidas las gotas de agua, y se sentía una tem-
bladera sospechosa. Ibamos aterrorizados pensando que tendríamos
que pasar una hora por los aires del Meta en medio de tanta incerti-
dumbre. Minutos antes el piloto había accedido a llevarnos tras una
larga espera de un cuarto pasajero que no se presentó. No sabíamos
que nos estábamos poniendo en manos de un piloto bastante inex-
perto y que su improvisado copiloto sería nuestra salvación. Al poco
tiempo de vuelo salimos de la nube y me puse a contemplar, primero
las sabanas y luego la selva a la espera de que apareciera la renom-
brada serranía. Con la claridad vino la calma, pero no fue completa.
El asistente del piloto no cesaba de darle indicaciones a 'nuestro
capitán' y de levantarse del asiento para poder ver lo que nosotros
apreciábamos desde las ventanas laterales. Pasó casi una hora, tiem-
po en que deberíamos estar llegando, cuando vi un río y con voz de
conocedora le dije a Daniel: "Ese es el Guayabero. Ya estamos cer-
ca. Ahora vamos a seguir el río hasta llegar". Pero, cuál no sería mi
sorpresa cuando el piloto giró a la izquierda y encaminó la nave
hacia el Guaviare. Si no es por la rectificación del ayudante hubiéra-
mos terminado en San José. Estábamos muy cerca del pueblo y al
poco tiempo lo vimos: pequeño y desordenado en la orilla del río, lo
sobrevolamos y descendimos hacia la pista de aterrizaje. La avione-
ta estaba ladeada y parecía que un ala fuera a incrustarse en la pista
y el aparato a dar la vuelta. Tal vez mis súplicas surtieron efecto
porque aterrizamos sin problemas en la población de La Macarena.
LAS MUJERES 171

Como decía al comienzo de este aparte, las niñas no son las úni-
cas perseguidas, sino también cualquier mujer que se asome sin cara
de compromiso. Dos mujeres solas llegaron recientemente a la vere-
daí\Solas significa necesitadas de afecto y del apoyo económico de
un compañero. La falta de un hombre implica también falta de iden-
tidad: es él quien le da un lugar social a la mujer, y esto trae seguri-
dad. En la vereda, la idea de una mujer sola es difícil de concebir.
Todas son, o al menos fueron, 'la mujer' o 'la señora' de alguno, esté
él presente o no". Estos dos casos son bastante ilustrativos sobre las
posibilidades que tienen las mujeres en esta zona.
Después de años de ausencia, Marlén Rosas fue a pasar vacacio-
nes a la finca de sus papás; en El Tapir su destino le deparaba un
marido, fue y lo encontró. Es hija de don Miguel, habitante antiguo
de la vereda.Vivió algunos años en el pueblo, donde conoció a Fermín
y se ennovió con él durante un año y medio. Viendo a las demás, le
entró la gana de tener un niño, pero uno propio, y desoyendo conse-
jos quedó embarazada. Así terminó su historia de amor. Aunque de-
jaron de verse, Fermín le hacía llegar todo lo que necesitaba. Al final
del embarazo sí estuvo a su lado, a pesar de que los lazos entre ellos
ya se habían roto. A la semana de nacida Judith, una nenita preciosa,
el padre se fue de Macarena y Marlén no volvió a saber nada de él. A
la semana de tener la niña, Marlén ya estaba trabajando en lo que
puede hacerlo una mujer allá: en casas de familia, en restaurantes o
de guisa.
Trabajó duro por más de un año y en diciembre decidió subir a la
finca a pasar las vacaciones con sus papás. Tan pronto lo supieron,
aspirantes y curiosos se pusieron al acecho: la casa se llenó de hom-
bres que iban a verla, entre ellos estaban don Alberto, un señor ya
entrado en años que vive errante por la vereda; Chucho, un costeño
venido hace pocos años de Cimitarra, quien ya hizo el intento de
vivir con una mujer de la vereda sin buen resultado; el Siete Mujeres,
que se ganó ese apodo por convivir con dos hermanas a la vez, una
de las cuales es su actual mujer; Pablo, joven sobrino de una de las
colonas de la vereda; y otros. Todos intentaban palabriarla, Chucho y
el Siete Mujeres incluso apostaron cuál se la cuadraba primero ... y
ganó Chucho. Marlén estaba por devolverse, aburrida de tanta
molestadera, pero Chucho le truncó el retorno. El es un hombre ya

44. En el pueblo es factible que una mujer sea alguien por sí sola, pero en el
campo, normalmente,tienencomo referencia el hecho de ser 'la mujer' de un hombre.
A MANERA DE INTRODUCCION 25

ideas para que eventualmente formularan proyectos para trabajar allá.


No había compromiso alguno aparte de ir con la mente abierta y la
mejor disposición posible. El panorama no podía ser más atractivo.
Este campamento se haría a través de la Asociación para la Defensa
de la Macarena que estaba iniciando labores. Molano había desem-
polvado viejos papeles que daban origen a dicha asociación -que
ya contaba con personería jurídica, estatutos y todo-- con el fin de
sacarla de los archivos y darle vida.
El campamento estaba planeado para diciembre de ese año, 1991,
pero se canceló. Por una parte, alguno de los organismos de inteli-
gencia del Estado se enteró de la reunión y no pudo parecerle menos
que sospechoso la propuesta de mandar a unos estudiantes, todo pago,
por una semana a un área catalogada como zona roja. De otra parte,
el propio Ministro de Defensa llamó a Molano para decirle que era
poco aconsejable hacer el campamento en ese momento, porque la
situación de orden público estaba complicada y no se podía garanti-
zar la seguridad de los viajeros.
Así fue como el campamento que inicialmente estaba pensado
para unos 15 días en diciembre quedó reducido a los ocho días de
semana santa de 1992. Dichosos nos fuimos los 16 elegidos y nues-
tros tres 'jefes'. Todos, con excepción de quienes tuvimos el gusto de
probar suerte en la avioneta, llegaron por el río. Bajaron por tierra
hasta Concordia y luego subieron por el Guayabero durante tres días
en una chalana de Asocolonos. Nos dividimos en tres grupos; en el
que yo iba subió por el Guayabero y luego por el río Duda hasta
donde los últimos habitantes que dependen de La Macarena: quienes
viven en el campamento de los japoneses. A'iÍ entramos a los parques
naturales La Macarena y Tinigua. Conocí la tierra que sería mi casa
un año después: la vereda El Tapir, la más distante del pueblo río
arriba. Fueron cuatro días en que nos dedicamos a hablar con los
colonos y ello nos permitió llevarnos una impresión general de esa
zona, y a mí, hacer mis primeras amistades.
La Macarena me embrujó. Dicen que quien bebe agua de sus ríos
está condenado a permanecer allí o a regresar: queda atado. Ese es un
cuento viejo que tienen de innumerables ríos en las más variadas
regiones, pero eso no importa, alguna explicación tienen que encon-
trar a esa atracción que la Sierra de la Macarena ejerce sobre muchos
de los que la hemos contemplado.
Tan pronto pude, en junio del mismo año, regresé. Estuve un mes
en el campamento de los japoneses, más conocido en esos días como
Japón y cuyo nombre original es Chamusa. Su nombre oficial-Cen-
26 A LA BUENA DE DIOS

tro de Investigaciones Primatológicas, Macarena- resume lo que es.


Japón, como puede suponerse, es un mundo aparte dentro de lo que es la
vida allá arriba. En esos días, caminando por las trochas del campamen-
to, aprendiendo del monte y viendo algunos animales, fue cogiendo for-
ma la idea de este escrito. Pensé en escribir sobre la vida pasada y pre-
sente de esas veredas para entender la lógica de su funcionamiento y las
posibilidades de conservar sus bosques. Para esto era necesario vivir
allá unos meses y compartir las experiencias de la gente.
Mientras trabajaba en mi memoria de grado, para salir victoriosa
con un título de economista bajo el brazo, redacté la propuesta de
este proyecto, lo que no fue nada fácil a pesar de lo sencillo que era el
mismo. Mi idea era vaga y tenía que especificarla más de lo que yo
misma quería, más de lo que me parecía necesario. Me sentía casi
mentirosa. Una vez escrito tuve que buscarle financiamiento. El pro-
yecto parecía no cuadrar dentro de los planes de ningún organismo,
pero finalmente la suerte estuvo de mi lado: La Fundación Friedrich
Ebert de Colombia -FESCOL- me aprobó unos pesos y la Corpora-
ción Araracuara me ofreció su apoyo logístico in situ.
Terminé la memoria a comienzos de 1993, dejé listos todos los pape-
leos del grado y salí rumbo a La Macarena. Mi idea era participar de la
vida de la vereda, para así lograr una información cualitativamente bue-
na y llevarme además el sentimiento de lo que es vivir allá. Para eso
pretendía convivir con distintas familias por períodos de tiempo cortos.
Antes de irme intenté averiguar si podía trabajar como profesora en una
de las escuelas rurales, intuyendo ya que eso sería mejor que un
peregrinaje de tres meses; pero no pude concretar nada. Sin embargo, al
llegar a La Macarena supe que en la escuela de El Tapir se necesitaba
urgentemente un profesor. Así que, en calidad de voluntaria y con el
visto bueno de la comunidad, me convertí en 'la profe' . De esta manera,
me incorporé rápidamente a la vida de la vereda y me ubiqué en un lugar
estratégico: la escuela, que es el centro social por donde pasa todo el
mundo. A través de mi trabajo como profesora logré lo que quería y
más: pude compenetrarme con las personas y tener un buen panorama
de lo que allí sucede, colaborar de alguna manera y participar del mundo
de los niños.

CAMINO HACIA EL TAPIR

Al Tapir se llega desde La Macarena, y a La Macarena se puede ir


por aire, por agua o por tierra (ver mapa No. 1). La manera más
A MANERA DE lNTRODUCCION 27

MAPA No. 1
UBICACIÓN DE LA MACARENA EN EL DEPARTAMENTO DEL META

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""'"TAPADA -
28 A LA BUENA DE DIOS

ortodoxa, más cómoda, más rápida y a la larga la más barata, es por


avión. Satena vuela desde Villavicencio tres veces a la semana, muy
temprano en la mañana. Si no se consigue cupo en Satena es posible
viajar en un avión de carga o contratar una avioneta si hay suficientes
pasajeros.
Si se parte desde Bogotá lo mejor es viajar en flota a Villavicencio
hacia la media noche; así lo hice un martes a finales de febrero de
1993. Llegué aún a oscuras a Villavicencio y tomé un taxi al aero-
puerto, que queda al otro lado de la ciudad. En el camino se pasa
frente al cementerio que en el arco de la entrada tiene un aviso: 'Aquí
termina la vanidad del mundo'. Con esa advertencia, dejé atrás a
Bogotá, crucé el largo puente sobre el río Guatiquía que me llevaría
a ese otro mundo, al país aislado, al del rebusque, al de los ríos, al
país de la frontera.
A La Macarena también se puede acceder por río, como lo hicie-
ron mis compañeros del campamento universitario. Muchas de las
mercancías que se comercian en Macarena llegan por agua desde
Concordia o San José del Guaviare, así que hay chalanas y falcas que
hacen el recorrido frecuentemente. Además, hay una voladora de lí-
nea (léase lancha) que hace esa ruta una vez a la semana. A San José
o Concordia se llega por tierra desde Villavicencio. La carretera está
pavimentada hasta Granada, de ahí en adelante el viaje es una
brincadera que deja desvencijado a cualquiera. Si el invierno es fuer-
te no es aconsejable tomar esta vía porque la travesía puede ser eter-
na: los barriales que se forman obstruyen el paso.
La última opción para llegar a La Macarena es hacer el viaje por
tierra desde San Vicente del Caguán en el Caquetá, a donde se llega
desde Neiva; pero esto sólo es posible en verano.
Al Tapir podría llegarse sin pasar por La Macarena bajando por el
Duda desde La Julia, que está conectada por tierra a la Uribe y ésta
por carretera hasta Villavicencio. El problema es que el río se seca en
verano y la navegación se complica. En invierno es más fácil, pero
nadie hace esa ruta porque no hay necesidad: los colonos que viven
relativamente cerca de las bocas del Duda dependen de La Macarena,
y los de más arriba, de La Julia.
La Macarena es una población pequeña, producto de una coloni-
zación relativamente reciente: hace 30 años no había ningún indicio
de lo que es hoy el pueblo. En las veredas se le conoce como 'La
Pista', por obvia razón. La calle principal se extiende desde 'el aero-
puerto' hasta uno de los puertos sobre el Guayabero, esta calle es
puro comercio: tiene tiendas de todo tipo, panaderías, una discoteca,
A MANERA DE INTRODUCCION 29

un radioteléfono, billares, venta de verduras, de carne, en fin ... Fren-


te a esta calle, cerca al puerto, está el parque. La iglesia, triste, carente
de atractivos, escasamente se nota cuando hace sonar sus campanas
llamando a misa. Sobre el parque también están el Inderena y el res-
taurante y la discoteca del negro Carmona, lo más distinguido de La
Macarena. El comercio se extiende por las calles cercanas a la prin-
cipal. Se multiplican las misceláneas, las panaderías, las residencias,
los restaurantes, los cines, las discotecas y las tres casas que forman
la zona caliente del pueblo, famosa como Curramba.
La Macarena es un pueblo improvisado que creció derramándose
en la misma dirección del río. Sus calles son anchas, polvorientas en
verano y barrosas en invierno. Si hace sol, el cielo se ve inmenso,
pero hay que salir del pueblo para notario. Adentro, el ambiente se
pone pesado y uno siente que con cada paso se derrite. Cuando se
nubla, una sombra recorre el poblado y resalta su feúra.
La Macarena tiene dos caras. Entre semana es un pueblo semi-
solitario, detenido, medio muerto. Para muchos: tedioso. Las tiendas
que abren se ven tristes, sin gente e invadidas de cacharros inútiles.
El jueves comienza la acción y el viernes el pueblo hierve. La gente
de las veredas llega a comprar lo que necesita: remesa, zinc, repues-
tos o remedios; llegan a divertirse: a tomar cerveza o a visitar
Curramba. En todo caso a gastar billete. En el fin de semana todo es
movimiento y ruido: hay cerveza en cantidad, plata que circula, gen-
te tirando pinta dispuesta a gozar la noche, baile, música por todos
lados, cobro de deudas, negocios, peleas. El domingo o el lunes, con
guayabo, con remesa o sin ella, la gente se devuelve por el río o por
la sabana, en motor, a pie, a caballo o en jeep, y el pueblo recobra su
aburrida calma'.
Subiendo por el río Guayabero en una hora se llega al Raudal.
Este es un cajón de piedra de tres kilómetros de largo, que encierra el
río y aumenta la fuerza del agua. El cajón es hermosísimo. En verano
se puede atravesar sin problema, y dicen que hay quienes lo pasan
incluso en porrillo'. Las piedras del extremo de arriba se destapan y
dejan ver los petroglifos, dibujos tallados sobre las piedras, recuerdo
de quienes fueron los amos de esas tierras, amos extintos o desterra-

l. Según el censo realizado en marzo de 1993 por Bravo, Castro y Páramo, la


población de La Macarena tenía 1.721 habitantes, de los cuales más de la mitad eran
menores de 20 años. Los resultados del censo de octubre de 1994 indican 2.021
habitantes para la cabecera del municipio de La Macarena.
2. Canoa pequeña, que se conduce a remo y a la que no se le puede poner motor.
30 A LA BUENA DE DIOS

dos. En invierno el río crece y el Raudal "no da paso": las aguas se


ponen turbulentas y quien se aventure en ellas corre el gran riesgo de
no salir al otro lado.
El Raudal es el Dios-Demonio del que depende la vida río arriba.
Dificulta todo. En invierno se descarga a un extremo, pasajeros y
carga pasan por la pica' y se embarcan en otra canoa al otro lado.
Cruzar la pica caminando toma sólo una hora, pero con carga es otra
historia. Para ello hay mulas, transporte costoso y demorado. Han
habido intentos de utilizar tractores, pero se entierran, se dañan y a la
final hay que recurrir nuevamente a las mulas.
Si se viaja río arriba y no se tiene motor' asegurado para conti-
nuar, es posible que haya que esperar varios días en un sitio conocido
como La Bodega, pues subir por trocha desde El Raudal hasta las
bocas del Duda en invierno es casi imposible porque se crecen los
caños y se inundan los bajos, cerrando el paso. Así que quien quiera
subir queda a merced del río y de quienes tienen motor. Eso es así
ahora que hay mucho movimiento debido al auge de la madera, antes
la cosa era aún más difícil.
El Raudal se ha comido a mucha gente desde que llegaron colo-
nos a aventurar por esas tierras. Hay ahogados famosos e historias de
sobrevivientes, canoas y carga perdidas. Casi todos los años El Rau-
dal cobra su muerto. Por eso la gente le tiene miedo y respeto. Hay
motoristas expertos en cruzarlo, pero con El Raudal nadie tiene el
futuro asegurado.
Pasando El Cajón se llega a la vereda El Alto Raudal y siguiendo
por el río se cruza la frontera invisible con la vereda El Tapir. En la
margen derecha del río (bajando, porque el río siempre baja), frente a
la Sierra está la escuela. Ahí viví, rodeada de selva, agua y montaña,
durante casi cuatro meses (ver mapa No. 2).

"Esa es usted, profe, y el chiquito soy yo"


Carlos Arbenis Polanco

3. Trocha.
4. Canoa con motor.
A MANERA DE INTRODUCCION 31

MAPA No. 2
LAs VEREDAS EL TAPIR y EL ALTO RAUDAL

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32 A LA BUENA DE DIOS

ESTE ESCRITO

De lunes a viernes permanecía en la escuela completamente dedi-


cada a mi trabajo de maestra, que se extendía a madre y enfermera,
puesto que la escuela era internado. Mis labores incluyeron también
la de cocinera, ya que en algún momento la responsable renunció y
no hubo más remedio que echarle leña al fogón para luego aparecer
tiznada en el salón de clases. Procuraba pasar los fines de semana
con alguna de las familias de la vereda, acompañándolos y hablando
pajarilla. Eran salidas cortas de apenas dos días. Al finalizar las cla-
ses aproveché para subir por el Guayabero y conocer esa zona que
para mí era un misterio, pues durante cuatro meses ví subir las falcas
que luego bajaban con madera. Regresé al frío del altiplano bajando
por el río hasta Concordia donde tomé una flota hasta Bogotá.
Durante mi estadía en Macarena llevé un diario en el que anotaba
los sucesos de la escuela y de la vereda y lo que conversaba con la
gente. Trabajaba en él por las noches y a veces pasaba hasta una
semana sin tocarlo. Ese diario fue la base para elaborar este escrito.
Además, grabé tres entrevistas en los últimos días de mi estadía. So-
lamente los apartes que corresponden a estas entrevistas aparecen en
letra menuda en el escrito; los demás momentos en que la gente ha-
bla aparecen entre comillas, sin diferenciarse del resto del texto, por-
que no son transcripciones sino producto de mi memoria. En Bogotá
hice una cuarta entrevista a Kosei Isawa, fundador del campamento
de investigaciones primatológicas del río Duda. Los textos citados
en la bibliografía sirvieron de soporte para algunos de los capítulos,
con excepción del libro de Betsy Hartman y James Boyce, A Quiet
Violence, View from a Bangladesh Village, que algunos años atrás
me dio luces sobre el tipo de trabajo que podría hacer.
A mi regreso a Bogotá trabajé varios meses en la redacción de
este trabajo, que revisé un año después a la luz de una última visita
en semana santa de 1994, en la que subí desde La Macarena hasta La
Julia.
Antes de cerrar esta introducción debo anotar que los nombres de
muchas de las personas que se mencionan en el texto son falsos, pues
ellas no fueron consultadas si estaban de acuerdo con lo que aquí se
dice.
Segunda Parte

LOS COLONIZADORES
Los INICIOS

LOSTINIGUA

En 1948, cuando se declaró a La Macarena la primera reserva


natural del país, estas eran tierras vírgenes donde sólo habitaba una
familia de indígenas tiniguas'. De esos primeros pobladores apenas
sobreviven dos viejos, Sixto y Criterio, con casa Guayabero abajo,
no muy lejos de La Macarena. Además de estos dos ancianos no hay
noticia de ningún otro tinigua, lo que hace pensar que con ellos mo-
rirá otro de los tantos grupos indígenas que han desaparecido en
América. Un grupo del que además muy poco se conoce: no hay
estudios sobre los Tinigua, no se sabe con qué otros indígenas están
emparentados, y en fin, es tan escasa la información que resulta muy
valiosa la crónica -publicada en 1928- del padre Fray Gaspar de
Pinell en la que relata "la manera ingeniosísima como los indios
tiniguas de los llanos del Yarí cazan a los saínos'", por ser tal vez el
único registro escrito que existe sobre este grupo indígena.

5. Esta familia se instaló en cercanías de la Serranía después de un largo


peregrinaje que al parecer comenzó en tierras pertenecientes al actual departamento
del Caquetá, según información suministrada por Mónica Valdez, quien está inves-
tigando a los Tinigua para su tesis de grado de antropología de la Universidad Na-
cional. Según el mapa "Indígenas amazónicos empadronados en el censo de 1928"22,
elaborado por Camilo Domínguez (publicado en el libro que escribió conjuntamen-
te con Augusto Gómez, Nación y Etnias, los conflictos territoriales en la Amazonía
1750-1993, Bogotá, Disloque editores, 1994), se censaron cinco familias tiniguas
de seis, cuatro, nueve, cinco y nueve personas en los alrededores de la Sierra, una de
las cuales aparece ubicada en un punto muy cercano al actual pueblo de La Macarena,
y era una de las familias que contaba con nueve personas.
6. "Cuando los tiniguas desean saborear la sabrosa carne de aquellos cuadrúpe-
dos, se reúne una cuadrilla de cazadores, con sus arcos y largas flechas en forma de
saeta, y se dirigen a aquellas fajas de monte; atisban a la manada de saínos, la rodean
y la van sacando para la llanura limpia de árboles. Allí esos animales quedan des-
36 A LA BUENA DE DIOS

HERNANDO PALMA: EL EXTERMINADOR

Los Tinigua, según cuenta la historia, fueron exterminados por un


tal Hernando Palma. Sobre Palma mucho se escucha, pero poco se
sabe a ciencia cierta. Para los habitantes de La Macarena, Palma fue
un hombre despiadado, malo de corazón, que pagó sus culpas, o par-
te de ellas, en uno de los puertos del pueblo, cuando murió de un tiro
certero una mañana que bajó a bañarse al río.
Debido a que sobre él sólo hay referencias, que fue anterior a casi
todos y por lo tanto casi ninguno lo conoció, la historia de Palma es
confusa. Palma es un fantasma siniestro que vive difuso en la memo-

concertados y se dejan conducir al son del entusiasta y monótono estribillo tujá,


tujá, tujá, cantado por los cazadores, hasta donde éstos quieren, a la manera que un
hato de mansos ternerillos se deja conducir al corral, donde deben esperar impacien-
tes las horas de la mañana para saborear afanosos el lácteo néctar de sus madres.
Varias veces, mientras los van conduciendo, algunos de aquellos animales, movidos
sin duda por la ferocidad de sus instintos, esponjan su hirsuto pelo, hacen sonar los
dientes con recios y agudos castañeteos, como intentando echarse encima de los
atrevidos cazadores. Entonces éstos, firmes en su lugar, templan el arco, les apuntan
las flechas, actitud suficiente para que aquellas fieras depongan sus bríos y sigan
cabizbajas dejándose conducir resignadamente. A veces algún saíno, más brioso
que los demás, abandona la piara y echa a correr por su cuenta: los cazadores lo
dejan tranquilo, y al poco rato vuelve apresurado a juntarse con la prisionera mana-
da. Así la van conduciendo hasta sitios escogidos de antemano, donde empieza la
matanza, de la siguiente manera: los cazadores van echando ojo a los saínos más
gordos; templan el arco, despiden la flecha en forma tan certera que de cada flechazo
atraviesan la barriga de la víctima escogida, la cual, cayendo de redondo al suelo,
lanza un fuerte chillido, que es causa de que la manada se alborote y se aparte un
poco de aquel lugar, dejando la víctima o víctimas solas a disposición de otros in-
dios e indias, listos a descuartizarlos para preparar su sabrosa carne. Así sigue la
fiesta, hasta que calculan tener carne suficiente para el tiempo que desean. Concluída
la matanza, se abre el círculo de los cazadores, y los saínos sobrevivientes se vuel-
ven a las fértiles orillas de los ríos a seguir engordándose en espera de turno para ser
víctimas de las certeras saetas de los indios. Esto parece un cuento de Las mil y una
noches; pero el reverendo Padre Lorenzo de Pupiales, misionero capuchino, y sus
compañeros de expedición, presenciaron en 1922 una de estas matanzas, con todos
los detalles descritos, la cual se verificó en el patio de la casa en donde estaban
alojados, con una manada de ochenta saínos, en que fueron cuarenta las víctimas.
Cuando visité los llanos, los tiniguas quisieron obsequiarme con uno de estos diver-
tidos espectáculos; pero el poco número de hombres que se hallaban reunidos no fue
suficiente para rodear la manada desde el principio, y una vez puestos el autos los
saínos, demostraron ser más listos que los indios y no se dejaron cercar, viéndome
privado por este motivo de presenciar una escena tan divertida y emocionante".
PADRE FRAY GASPAR DE PINELL, 1928:122-123.
LOS COLONIZADORES 37

ria de los pobladores de La Macarena y algunos puntos del Caquetá


como San Vicente del Caguán. En Macarena sólo hubo un par de
viejos que me confesaron conocer parte de la historia de aquel hom-
bre cruel. Pero antes de contar los relatos de don Abundio y don
Camilo quisiera referirme a lo que sobre el bandolero encontré en
algunos escritos de Alfredo Molano y en un libro sobre historia del
Caquetá. Según Molano...

...Hernando Palma había sido soldado de Guadalupe Salcedo y lue-


go, integrante del grupo de Dumar Aljure. Era un hombre veleidoso
y ambicioso. Siendo lugarteniente de Aljure incendió a San José del
Guaviare y se estableció en el Bajo Raudal", donde un día 10 sor-
prendió la amnistía", Entró en conflicto con los comandantes guerri-
lleros y se dedicó al pillaje. Cambió entonces de base y se 'ranchó'
en La Rompida, aguas arriba del Raudal, también sobre el río
Guayabero. De allí tuvo que salir porque asesinó a toda una comuni-
dad indígena alegando que lo habían querido envenenar", Se trasla-
dó con sus secuaces a La Cristalina, muy cerca de La Macarena,

7. Raudal Angostura 11,cerca de San José del Guaviare. Sobre este momento en
la vida de Palma dice el mismo Molano en su libro Selva Adentro: "Hacia 1951 San
José, que no tendría a la fecha más de diez o veinte casas, un hato y muy poca
agricultura, fue invadido -por decirlo de alguna manera- por las guerrillas co-
mandadas por Palma y Morales, lugartenientes de Alvaro Parra. Hernando Palma y
el comandante Héctor Morales se habían hecho relativamente fuertes en las cerca-
nías de San Martín y en 1951, precisamente, se habían tomado a Boca de Monte
[Granada]. Es muy posible que en el repliegue de esta acción Palma haya llegado
hasta San José. Morales, por la misma fecha huía hacia el Duda. Sea como fuere,
Palma y sus veinte hombres, mal armados, se establecieron en cercanías de San José
y sus pocos habitantes -la mayoría liberales y tolimenses- lo acogieron y los
respaldaron económicamente. No se demoró en el pequeño puerto pero mantuvo la
región como una retaguardia fiel y una zona de abastecimiento logístico, y los con-
tados dueños de hatos se vieron obligados a pagar impuestos, como solía hacerse en
todo el Llano, tanto a la guerrilla como al ejército nacional", MOLANo, A., 1987: 32.
8. La amnistía de 1953-54 del general Gustavo Rojas Pinilla.
9. A ello se refiere el mismo autor en Yo le digo una de las cosas...: "Palma no
se estableció con carácter permanente en el Guaviare sino que remontó el Guayabero
con 5 o 6 hombres armados. En El Raudal hizo un campamento, y desde allí se dio
a la tarea de imponerse a sangre y fuego sobre la débil población indígena. Palma
vivía de las contribuciones de los nativos en trabajo y en especie: lo que equivalía,
en la práctica a la esclavitud. Asesinaba sin reticencias a quien desconociera sus
leyes y a bala limpia redujo los contados asentamientos indígenas del Guayabero.
En un sitio llamado La Sombra, en la margen izquierda del río, vivía una india que
gustó a Palma. Amarrada la condujo al campamento y allí trató de hacerla su mujer.
38 A LA BUENA DE DIOS

donde estableció un pequeño, pero brutal, imperio. Tanto a los colo-


nos como a los indígenas les cobraba un tributo en especie con el que
alimentaba su gente y comerciaba, pues parte de las contribuciones
debía ser pagada en pescado seco. Poco a poco fue ampliando sus
negocios hacia el Yarí, una región de colonización campesina gana-
dera, pero a diferencia de lo que hacía en el río Guayabero se dedicó
simplemente al abigeato. Por aquellos días el ejército temía una in-
cursión de Dumar Aljure y el capitán de la base del Caguán, conoce-
dor del conflicto entre los antiguos guerrilleros, optó por apoyarse
en Palma para defenderse de Aljure. A cambio de esta colaboración
permitió al primero no sólo el negocio con el ganado sino que poco
a poco se convirtió en el principal comprador de los semovientes
que Palma se robaba. Esta alianza afianzó el poder social y económi-
co del bandolero. Pero un día los colonos se cansaron de las contri-
buciones y del despotismo de Palma y lo asesinaron en su sede en La
Cristalina" (MOLANO, A. en CUBIDES et al., 1989: 294).

Por su parte, Félix Artunduaga, autor de un excelente libro sobre


historia del Caquetá, habla de este personaje al referirse a la época de
La Violencia en este departamento!", Dice que Palma centró sus acti-
vidades en los llanos del Yarí, que se acogió a la amnistía de Rojas y
que fue asesinado en 1954 por el pariente de una de sus víctimas.
Las historias de don Abundio y don Camilo coinciden parcial-
mente con las averiguaciones de Molano. Don Abundio es uno de los
fundadores del pueblo y actualmente uno de los hombres más viejos.
Confía poco en su memoria y advierte que tiene el pasado revuelto,
pero una vez logra el prodigio de entrar en él, habla lento y pausado
rescatando imágenes desordenadas de sus primeros días en tierras de
La Macarena. Describe a Palma como "un hombre más bien bajoso y
lanudo, no se le miraba el pellejo en los brazos y en la espalda. Buen
mozo sí era, pero de nada le sirvió porque ese señor era muy maJo".

Pero la india, fiel a su gente, quiso envenenar a Palma y así vengar sus crímenes y
abusos. No obstante, su raptor descubrió el plan y asesinó a la india y a todos los
indígenas que quedaban en la región", MOLANO, A., FAJARDO, CARRlZOSA, s.f.: 147.
10. "En esta región existían grupos armados que finalmente invadieron a
Guacamayas, comandados por el Gavilán, el Dragón Rojo, el Capitán Veneno y
Hernando Palma. Estas eran típicas bandadas de violencia' irracional', sin partido,
que se dedicaban a matar y a robar". Esta invasion sucedió en 1950, cuando
Guacamayas, puesto intermedio entre San Vicente y Algeciras, contaba con 200
casas. Fueron desalojados por el ejército y el pueblo quedó reducido a cenizas.
ARTUNDUAGA, 1990: 129.
LOS COLONIZADORES 39

Don Abundio es la cabeza de una de las primeras tres familias que


llegaron de San Vicente del Caguán a organizarse en lo que hoyes el
poblado de La Macarena. Cuando eso Palma ya estaba instalado:
vivía en el actual puerto de Juan Andrade y tenía una canoa con mo-
tor en la que bajaba madera, además robaba ganado en el Yarí, por
donde es sabido que mató mucha gente. Tenía cuatro guardaespaldas
que le colaboraban en sus fechorías.
Don Abundio recuerda que cuando llegaron había unos pocos
indios que vivían arriba del Raudal y cuyo jefe se llamaba Agapito.
Sus hijos conocieron a los de don Abundio y así comenzó la relación
entre unos pobladores y otros. Cuando ganó confianza, Agapito se
trasladó al sitio donde hoy está ubicada La Macarena, "a vivir donde
había gente". Ahí convivieron hasta que un día Agapito se enfermó
de un extraño mal: se hinchó todo y finalmente murió. Pero de la
relación de Palma con los indígenas don Abundio no recuerda nada.
De lo que sí tiene memoria es que Hernando Palma trató de hacer-
le daño a mucha gente, incluso a su familia. A oídos de don Abundio
llegó la noticia que Palma andaba diciendo que a los González iba a
darles sal para comérselos bien gorditos: primero a los más mozos, a
las señoras después de aprovecharlas y de últimas al abuelito. Asus-
tados y sin ganas de migrar, fueron hasta San Vicente a ponerle el
parte al teniente, lo que les tomó dos días. Allá se organizó un grupo
de cinco civiles que tenían el compromiso de regresar con la cabeza
del bandolero. Dos de ellos llegaron con el cuento que venían a tra-
bajar, Palma los recibió, habló con ellos y luego --como hacía al finali-
zar cada día- bajó a bañarse al río. Lo acompañaba Misael González,
uno de los hijos de don Abundio. Y ese fue el momento escogido
para hacer justicia y vengar a todos los muertos que pesaban sobre
las espaldas de Hernando Palma. Eliseo Losada, uno de los miem-
bros de la comisión, pidió que se lo dejaran, puesto que él era uno de
los perjudicados: Palma le debía la muerte de su señora y las de unas
señoritas. Desde el barranco le pegó un tiro. Palma se mandó la mano
a la cintura para sacar la carabina y en ese instante lo remataron. Ya
muerto lo amarraron a un pedazo de un avión que se había accidenta-
do en cercanías de la serranía y lo echaron a la mitad del río.
Don Camilo, el otro viejo que manifestó conocer la historia de
Palma, coincide con los momentos finales de la muerte, pero cuenta
la historia desde otro lado, pues él en esos días no vivía en Macarena,
sino que la conoció por haber participado en las expediciones de ci-
viles que tuvieron como misión acabar con la vida de ese hombre
temido.
40 A LA BUENA DE DIOS

Conocí a don Camilo porque era vecino de la escuela y un día


cualquiera llegué a su casa sin ser invitada: en un pequeño cuarto,
mezcla de sala y bodega, donde colgaban las espigas de arroz, acos-
tado en un chinchorro estaba un viejo fumando tabaco. Tenía puestas
unas gafas hechas con alambre cubierto de cable azul. La barba cana
de tres días le cubría la piel oscura. No miraba a ninguna parte. Me
saludó cordial, desde la comodidad del chinchorro, con un 'buenas,
señorita'. Daba la impresión de estar descansando los trabajos de
muchos años. Don Camilo parecía ausente, parecía estar más allá de
nosotros, a quienes aún la vida puede sorprendemos. Don Camilo ya
había vivido lo que tenía que vivir, él había pasado por todo. Era aún
vigoroso: lo vi en otras ocasiones pilando arroz y despellejando un
tigre. Sobre su cuerpo flaco se dibujaban aún nítidos los músculos
que ejercitaba trabajando a diario. Pero su espíritu ya flotaba por los
alfes.
El día del relato nos encontramos en El Raudal: él esperaba subir
con su mujer a la finca y yo a la escuela. No había transporte. Me fui
al puerto para alejarme del bullicio de la gente que estaba estaciona-
da esperando viaje. Junto a los bancos de madera" apilados vi al
viejo y me le acerqué. Esa tarde supe que él conocía el final de la
vida de Hemando Palma. Algo me contó ese día, pero me hubiera
gustado conocer más. Quedé de visitarlo el martes de la última sema-
na de clases para despedirme. Quería escucharlo, pero no pude y ya
no podré. Ese lunes, volviendo de la maicera con su esposa, cruzan-
do el río que cruzó infinitas veces, se les voltió el potrillo y don
Camilo se ahogó. En el fondo del río quedaron todos sus cuentos.
El me había dicho que tenía tanto para contar como para escribir
un libro. Lo que sigue es apenas una página de ese libro extraviado.
Don Camilo supo de Palma por un capitán del ejército que estaba
empeñado en acabar con la vida del bandolero. Palma fue uno de los
reductos de la violencia partidista. Los guerrilleros liberales de los
llanos cogieron rumbos muy distintos después que la tregua y el ejér-
cito acabaron con ellos: unos dejaron las armas y otros las volvieron
su vida: Tirofijo fundó las Farc y Hemando Palma hizo carrera de
bandolero. Contaba don Camilo que lo apresaron y lo llevaron a San
José junto con el grupo de hombres que lo seguía. En la pequeña
población no había cómo tener tantos presos así que los embarcaron,

11. Tablones que son la forma en que se comercia la madera después de salir de
los aserríos.
LOS COLONIZADORES 41

pero no a todos; entre los que quedaron estaba el jefe. Quienes se


fueron perecieron en un naufragio y la embarcación quedó inservi-
ble. Así que no hubo cómo mandar a los demás, quienes permanecie-
ron allí un tiempo y luego partieron aguas arriba.
Contaba don Camilo que un cura de San José le enviaba ayuda a
Palma, que tenía como base un punto sobre el Guayabero. En algún
momento Palma se encaminó al Yarí, donde obligó a algunos de los
hombres a ir a San Vicente del Caguán en busca de comida y otras
cosas que él necesitaba. Dejó a los familiares como rehenes bajo
amenaza de matarlos si la misión no era bien cumplida y en silencio.
Los campesinos contaron que eran enviados de Palma y el bandolero
cumplió con su palabra: cobró sus muertos en el Yarí.
El capitán de San Vicente formó entonces una comisión de civiles
encargada de ir hasta donde hoy está el pueblo de La Macarena a
buscar a Palma para matarlo. Don Camilo fue parte de esa comisión
y de las que siguieron, porque cada viaje era perdido: largo y
dispendioso y sin poder quebrar al hombre. Decía don Camilo que
por el camino vieron los restos de la masacre perpetuada por Palma
en el Yarí. Sólo hasta el cuarto viaje pudieron asestarle el golpe una
mañana que bajaba a bañarse al río.
Don Camilo regresó un año después a instalarse en La Macarena.
Su familia -los Silva- fue una de las primeras, entraron por los
mismos días que los Oviedo, y algún tiempo después de los González,
los Pérez y los Cerquera. Tiempo después subió a hacer finca en el
Tapir hasta que el 7 de junio de 1993 se lo tragó el río.

EL REFUGIO

Don Camilo era el vecino río arriba de la escuela. Don Adriano


González, el otro vecino, es hijo de don Abundio, y fue uno de los
primeros en instalarse en la vereda. Don Adriano es de Natagaima,
42 A LA BUENA DE DIOS

Tolima, y llegó a La Macarena pasando por el Caquetá como muchos


otros. Cuenta que cuando tenía 10 años a su padre...

...un pariente lo convidó y él nos trajo hasta el Caquetá, a un pueblo


que se llama Guacamayas. Estuvimos un tiempo. y el anciano dijo
que nos viniéramos para San Vicente del Caguán. Ahí duramos otro
tiempo, viviendo arrimados. No compramos finca, allá la tierra era
muy cara en ese tiempo, y como mi papá había sido criado en el
Magdalena, pues le gustaban las aguas grandes, los ríos grandes,
pescar y toda esa vaina. En San Vicente, después de que ya hizo
amigos, le nombraban mucho La Macarena y el Guayabero, decían
que por aquí era muy rico en cacería y en pescado -¡que se monta-
ba uno encima de las dantas!-, que esas eran las bestias. Entonces a
él le dio afán de venir a conocer. Como ya estaba anciano, él se que-
dó con toda la familia allá y yo, que ya tenía 16 años, me vine con un
hermano, con Misael, el mayor. Por aquí duramos 15 días pasiando.
Eso fue en 195512• Estuvimos en lo que es el pueblo hoy día, esto no
era sino monte y sabana, no había ni una casa.
A nosotros nos gustó por aquí, en seguida fuimos donde mi papá y le
dijimos. A los veinte días regresamos, porque a mi papá le dio afán
al contarle nosotros que era bonito, que era cierto que había mucha
carne y mucho pescado. Nos vinimos toda la familia: mi papá y mi
mamá, tres hijos del Tolima y cuatro del Caquetá, Cuando eso yo ya
tenía mujer y un hijo. Con Agustina nos conocimos en el Caquetá,
donde ella nació y se crió. Entramos en un verano y nos tocaba dor-
mir en la pura pampa, porque no había rancho ni nada.
Por aquí no había nadie, sólo unos indios, pero ellos vivían escondi-
dos, porque cuando la violencia, que peleaban por política, mataron
a unos de ellos, entonces los que quedaron vivos se volaron, cogie-
ron la selva. Les daba miedo que llegara gente y los matara. Noso-
tros no tratábamos con ellos porque no estaban por aquí, vivían por
esas peñas de la Sierra de La Macarena. Ya después, cuando comen-
zamos a trabajar, a tumbar monte, a sembrar plátano y maíz, enton-
ces los indios que habían quedado se dieron cuenta; pero eran
poquitos: por ahí como cinco nada más. Había unos que hablaban
castellano, los otros no hablaban nada. Los mocitos tenían familia
por allá en San José y se fueron, pero después de que ya estuvieron

12. No coincide con Artunduaga, pues según este autor la muerte de Palma fue
en 1954, y según don Abundio González, padre de quien relata, dicha muerte suce-
dió después de su llegada. Este desfase no tiene mayor importancia para esta histo-
ria, pero demuestra las dificultades de reconstruir con exactitud una historia a partir
de fuentes orales.
LOS COLONIZADORES 43

donde nosotros, que introducieron conversa. Los viejos se murieron


aquí en La Macarena, pero de muerte natural, hace tiempos ya, en
los años en que estábamos solos...
Porque nosotros duramos 10 años aquí en La Macarena solos, solos,
sin ninguna clase de recursos. Diez años comiendo pepas. Toda la
semilla que hay en La Macarena hoy día la trajimos nosotros del
Caquetá a la espalda. Desde San Vicente se gastaban tres días a pie
por una pica que ya estaba hecha. Lo más urgente lo comprábamos
en un caserío en el Yarí que quedaba a 12 horas. La comida que da
más ligero es el maíz yeso fue lo primero que sembramos, porque la
yuca pues da es al año y el plátano lo mismo. Eso no traíamos sino
por ahí de a 10 colinos de plátano. También trajimos arroz. Todo eso
se daba muy bueno..
Un día, cuando ya teníamos diez años completos de vivir solos en La
Macarena", habíamos ido con mi papá a traer una viga para una casa
que íbamos a hacer, serían las cuatro de la tarde cuando de pronto:
una avioneta. Bajó hasta donde está el pueblo y luego subió hasta
donde nosotros, a una casa que quedaba en el filo donde está la base
militar hoy día, y dió vueltas, pero bajitica. Luego sacó uno la mano
por la ventanilla y nos hizo señas que bajáramos para donde hoy está
la pista. Ahí estaba recién quemado, nosotros le habíamos metido
cándela, estaba limpio ese bajo. Cuando llegamos, la avioneta ya
había aterrizado". El capitán charló con mi papá: que qué tanta tie-
rra reclamábamos nosotros, que si reclamábamos toda esa sabana.
Mi papá le dijo que no, que lo que alcanzáramos a trabajar no más.
Entonces dijo el dueño de la avioneta: Nosotros vamos a seguir vi-
niendo, vamos a coger unpedazo de sabana para meter ganado. Ese
man no era colombiano, era italiano, se llamaba Aldo. Con él venían
una muchacha y otro señor, los dos bogotanos. El nos dijo que a los
ocho días volvía, que le hiciéramos 150 metros de pista, por 20 o 30
metros de ancha, para él poder aterrizar mejor. Y nos dio un aguar-
diente que traía. Nosotros aquí estábamos sufriendo y mi papá les
dijo que sufríamos de todo: ropa y sal... bueno, él no les dijo más
nada tampoco. Cayeron como un lunes o un domingo y dijeron: el
sábado venimos. Prendieron la avioneta y se fueron.
Nos pusimos desde el lunes a hacer eso, a quitar los comejenes, a
trozar los troncos y dejamos la pista bien limpia". El sábado preciso

13. Un año, según el padre, don Abundio González.


14. La pista ya estaba hecha, la habían encontrado a la llegada a Macarena,
estaba abandonada y enrastrojada, según el padre, don Abundio González, y la her-
mana, Idalí González.
15. Las referencias que tiene Molano sobre los primeros habitantes de La
Macarena y sobre la construcción de la pista son distintos a lo que aquí se cuenta:
"Hacia los años 50-51 se fortaleció el poblamiento de San Vicente del Caguán con
44 A LA BUENA DE DIOS

llegó, como a las dos de la tarde. Nos traía de todo ese señor: panela
por bultos y sal por bultos, una caja llena de ropa para mujer y para
hombre, y cositas así de comer. A él le gustó mucho la hechura de la
pista y nos preguntó cuánto era, yo no me acuerdo cuánto quedamos.
Se quedó esa tarde en la casa con la señora, ella era girardoceña, sólo
vinieron los dos. Esa noche se pusieron a conversar con mi papá y le
dijo que estaba muy interesado en hacer unos trabajos aquí en La
Macarena, que a él le gustaba era trabajar con turismo, con puros
gringos, que necesitaba 12 casas grandes, que si él se las podía ha-
cer. Mi papá le dijo que sí, que estábamos para ganar plata, muy
pobres. El dijo que ya la pista no la quería de 150 metros, sino de
500, para entrar un avión grande. Nosotros le dijimos que sí. El hom-
bre quedó en avisarnos en qué mes podíamos hacer las casas, según
lo que hablara afuera. El hombre siguió viajando y nos siguió tra-
yendo lo que nosotros necesitábamos y así se mejoró algo la situa-
ción que teníamos.
Llegó el punto en que hicimos las casas: una casa grande y como
ocho casas pequeñas y comenzó a echar turismo: eso se llenaba de
gringos.AAldo lo reemplazó Thompson, él traía un lote de 20, hom-
bres y mujeres, duraban ocho días y en seguida venía el avión y los
alzaba 16. Conforme venían a levantar, llegaban otros a quedarse. Co-
menzaban a llegar en diciembre y seguían viniendo hasta por ahí

gente que venía perseguida en la cordillera, sobre todo de las regiones del Pato y de
Balsillas. Eran liberales que los conservadores expulsaron de sus tierras y que se
agregaron a otro movimiento migratorio que tuvo su centro en Algeciras, Pero en
San Vicente no encontraron la paz. Un día el ejército, que a la sazón cumplía misio-
nes partidistas, encerró a los liberales en el matadero del pueblo y los amenazó con
ejecutarlos si no desocupaban la localidad. Fue así que algunos liberales se dirigie-
ron con sus familias hacia el Yarí y otros llegaron a las vegas del Guayabero. Este
grupo, compuesto por dos o tres familias, encontró construída una pista que había
pertenecido a la compañía Shell y antes a la Tropical Oil Company, y en sus cerca-
nías se fundó. Vivieron durante unos años de la caza y la pesca, del cultivo de la
yuca y del plátano, y establecieron relaciones con la comunidad indígena guayabera
que por aquellos años tenía asiento cerca del Alto Raudal", MOLANo,A. en CUBIDES
el al., 1989: 294.
16. Con respecto a la llegada del turismo Molano tiene una versión que también
se aleja un poco de este relato: "Una tarde los colonos vieron como una avioneta se
destrozaba contra una peña de La Macarena. A los pocos días vieron sobrevolar otra
buscando a la primera, que aterrizó en la pista abandonada por la Shell. La piloteaba
un italiano llamado Aldo Leonardo, a quien le gustó el sitio y analizando la disposi-
ción tributaria de los colonos comenzó a cambiarles pescado seco y cueros de tigrillo,
perro de agua y caimán por sal, cigarrillos y aguardiente. El negocio debió ser muy
lucrativo porque a los pocos días llegó con otro extranjero, Tomy Thompson.
Thompson era un piloto norteamericano que había luchado en la segunda guerra
LOS COLONIZADORES 45

marzo. Como los gringos no toman agua, porque la bebida de ellos


es sólo cerveza, les traían la cerveza por bultos, y aquí a nadie le
vendían, era sólo para los gringos. Como ellos pagaban con dólares,
entonces podían hacer mucha plata. Los gringos venían a pescar y a
cazar, a ver y a matar animales, porque muy atroces sí son esos
señores: mataban los animales, les sacaban fotos y los dejaban ahí.
Yo le cuento eso porque yo miraba, porque yo andaba de motorista.
Me tocó irlos a dejar hasta San José y río arriba llegábamos hasta el
Raudal. Hubo una época que nos fuimos cinco motores para San
José, todos llenos de gringos. Ellos traían en el avión los motores y
las voladoras.
En esas empezó a entrar más personal, más finqueros del Caquetá,
pero ellos venían era a comer, porque nosotros ya teníamos comida.
Entró toda la familia Silva y un señor Emilio Pérez, pero él duró un
tiempo no más y se fue otra vez para el Caquetá, no se amañó. La
Macarena comenzó a llenarse de gente, entonces los gringos no qui-
sieron volver". Ellos duraron viniendo como tres años. Cuando se
fueron había como seis o siete familias. Gente de esa época como
que no hay más, los que había ya se murieron. De esa época no esta-
mos sino nosotros, nosotros haciendo estorbo.
Luego comenzó también a entrar gente del Meta, de VilIavo, ya ve-
nían aviones de allá. El primer avión particular que pisó la pista de
La Macarena fue uno de Neiva, del Huila, a sacar pescado. Después
comenzaron a entrar de Bogotá, de la Fuerza Aérea, un coronel: ve-
nía por pescado, plátano y yuca". Comenzaron a entrar muchos avio-

mundial y que en Colombia había establecido un negocio de compra de cacao a lo


largo del Guaviare con los hermanos Schmidt. Tomy Thompson no encontró cacao
en La Macarena pero en cambio dedujo otras posibilidades económicas de la región.
Estableció un refugio para cazadores y pescadores, mandó construir ranchos para
albergar a sus clientes, instaló planta de luz eléctrica, limpió y reconstruyó la pista y
a los pocos meses trajo a los primeros turistas desde Miami. Nació así El Refugio".
lbid, p. 295.
17. Cuenta don Abundio que durante la época en que Thompson traía turistas
vino una petrolera, que estuvo explorando como seis meses y después se fue. Que la
casa de Thompson quedaba donde ahora es el parque y que él era el administrador
de esa casa. Que él renunció a ese trabajo y le consiguieron reemplazo. Y que según
parece a la nevera de petróleo le echaron gasolina y se quemó toda la casa con todo
lo que tenía adentro. Que cuando Thomson fue y vio eso le dio tanta pena que no
volvió. Durante los años que estuvo el gringo entró mucha gente del Caquetá.
18. Hay un dato de Molano del que yo no tuve noticia y que me parece impor-
tante anotar. Según él, la entrada del avión de la Fac "coincidió con una política de
apoyo a la colonización por parte de las Fuerzas Armadas y del Gobierno Nacional.
En el avión llegaban entonces generalmente no sólo pilotos sino colonos que la FAC
trasladaba gratuitamente al Refugio para que iniciaran su vida económica." Ibid,
p.295.
46 A LA BUENA DE DIOS

nes... Vino el de Apiay de Villavo y aviones particulares. Por el río


empezó a entrar gente cuando supieron que estaba pueblado, ahí sí
echaron a venir. La gente venía, se quedaba un rato por aquí y des-
pués se iba. Por el río también venían indios. Venían a aserrar, usa-
ban una vaina que le decían disco, era redonda con dientes y tenía
motor. Como todo era baldío, entraban y sacaban cedro amargo. Eso
duró un tiempo, como dos o tres años. Gente a pescar sí no venía.

Así, en la década de los años 60 comenzó a tomar forma, muy


lentamente, lo que inicialmente se llamó El Refugio y hoyes el pue-
blo de La Macarena 19. Quienes llegaron con intensiones de quedarse
hicieron casa cerca de la pista, de esta manera se formó un caserío
allí donde había comida y donde eran factibles las relaciones con el
exterior. Inicialmente el caserío operaba como un conjunto de fincas
cercanas, en el que todos cultivaban y pescaban, de pronto criaban
marranos y alguna que otra res, tal como sucede actualmente en las
fincas que conocí río arriba.
El pequeño poblado fue formándose como centro de operaciones
de la zona, era el lugar donde se conseguía comida, canoas, herra-
mientas, animales y cualquier otro tipo de cosas necesarias en un
lugar de colonización temprana como era La Macarena. El comercio
local comenzó tímidamente. Primero fue una casa cualquiera que
vendía mercancías encargadas de Villavicencio, una tienda sin nom-
bre, que fue creciendo hasta llegar a ser un pequeño almacén, apenas
para cubrir necesidades básicas, según lo permitía el escaso dinero
circulante. Y mientras esto sucedía llegaban nuevos colonos. Algu-
nos iban por un tiempo y terminaban quedándose a organizar su vida
allí, veían las posibilidades que brindaba la tierra virgen y regresa-
ban por sus familias. Así, La Macarena fue ensanchándose al ritmo
lento del comienzo de la colonización.
No todos llegaron a radicarse en el naciente poblado. Algunos se
internaron en la sabana y otros rompieron monte en las orillas del río
Guayabero. Primero ocuparon las tierras cercanas al 'pueblo' yen la
medida en que éstas conseguían dueño, el corte se fue alejando.
El aumento de población y las elementales necesidades de salud
dieron pie para que apareciera la primera droguería. Su dueño era
don Pacho Betancourt, quien aprendió las artes de curar como enfer-
mero en el ejército. Su droguería, chiquita como era, fue convirtién-

19. En los mapas del Instituto Geográfico Agustín Codazzi todavía llaman al
pueblo El Refugio en lugar de La Macarena.
LOS COLONIZADORES 47

dose en un improvisado centro de salud de caridad. En el pueblo no


había residencias y hasta La Macarena llegaban campesinos enfer-
mos, sin plata y sin dónde dormir. En la droguería se les tendía una
cama en el piso y se bregaba a alentarlos, todo fiado porque cómo
más. Con el tiempo se hizo evidente que las ganancias nunca sobre-
pasarían las deudas y así la primera droguería llegó a su fin. Para que
un negocio de ese tipo pudiera funcionar se necesitaba que hubiera
un verdadero pueblo.
Los primeros colonos, como ya se dijo, provenían del Caquetá.
Algunos eran propiamente caqueteños, hijos de una colonización más
antigua propiciada por la explotación de caucho a finales del siglo
pasado; otros eran oriundos de la zona andina, de departamentos como
el Huila y el Tolima, para quienes los pueblos del Caquetá fueron
estaciones de una peregrinación más larga. Estas personas llegaron
atravesando a pie las sabanas del Yarí desde los últimos pueblos
caqueteños, en especial, desde San Vicente del Caguán. Con la llega-
da de los aviones se abrió otra puerta a la colonización que hacía
escala en Villavicencio para pasar a Macarena. Entre este grupo ha-
bía algunos llaneros, pero la mayoría fueron personas que llegaron
desde otros puntos de la geografía de Colombia, como Boyacá y
Santander, temperaron unos años en cercanías a Villavicencio y fi-
nalmente fueron a probar suerte a Macarena. Muchos de los llegados
a Macarena son colonos de segunda generación: el pedazo de tierra
que sus padres abrieron en el Caquetá o en el Meta se quedó pequeño
cuando los hijos crecieron y éstos tan pronto pudieron migraron ha-
cia zonas vírgenes a repetir la hazaña de sus padres.
48 A LA BUENA DE DIOS

EL GUAYABERO

Las tierras ubicadas arriba del pueblo de La Macarena, antes del


Raudal, fueron presa de esos primeros colonos que quisieron hacer
finca en esa zona recién descubierta. La ribera izquierda -bajando-
hacía parte de la reserva natural desde 1963, cuando se establecieron
sus límites, tal vez por ello, la ribera derecha fue preferida. Arriba del
Raudal ninguno se animaba a hacer finca. Pocos conocían esas tie-
rras y aventurarse a vivir más allá de semejante obstáculo natural era
una empresa demente, siendo que aún había tierras disponibles por el
Guayabero, el Losada y por sus caños.
Sin embargo, era de prever, conociendo la dinámica expansiva
de la colonización, que tarde o temprano habría quienes cruzaran el
raudal en busca de tierras para establecerse. Este movimiento fue
propiciado por el primer auge económico que conoció La Macarena,
las llamadas tigrilladas. Esto fue sencillamente la venta masiva de
pieles de tigre (jaguar) y tigrillo, que fue propia también de otras
zonas selváticas de nuestro país.
Dejemos que sea nuevamente don Adriano quien nos relate su
llegada a la finca donde actualmente vive:

Cuando comenzó a llenarse eso de gente entonces yo me aburrí y


arranqué para acá, o sea cuando ya se formó pueblo, con todo y tien-
das. A mí me gustaban más estas tierras que las de abajo. Yo conocí
todo para abajo y todo esto hasta las cabeceras del Guayabero cuan-
do se cazaba tigrillo, y sólo este punto me gustó. Cuando yo me vine
para acá todavía vivía, todavía existía eso, pero ya no daban permi-
sos, cazaba la gente, pero por contrabando. Los compradores siem-
pre llegaban a comprar. Yo alcanzé a sacar varias pieles de
contrabando. Pero eso no duró mucho porque en esos días pusieron
puesto del Inderena allí en la bocana del Duda y allá en el Raudal.
Nosotros tenemos 20 años de estar aquí. Del Raudal para arriba ya
se había fundado un señor que llama Víctor Castro, ese vive en La
Macarena, aunque todavía tiene la finca donde se fundó, y un señor
Carlos Romero que ya murió. Más gente no había cuando yo me
vine para acá. Por el Duda no había nadie.

Como don Adriano, los primeros colonos cruzaron el Raudal hace


alrededor de 20 años, fueron personas que ya estaban en Macarena y
que buscaban buenas tierras para hacer finca. Todos ellos se funda-
ron en la margen derecha del río, puesto que el Guayabero marcaba
el límite de la reserva La Macarena y ellos sabían que si se hacían
LOS COLONIZADORES 49

adentro corrían el riesgo de ser expulsados y perder todo el trabajo


adelantado. Estos primeros pobladores hubieran podido buscar tierra
en otros lugares, si decidieron fundarse arriba del Raudal fue por
gusto y porque había mucho de dónde escoger. En cambio los colo-
nos que buscaron finca por esos lados unos cinco años después lo
hicieron porque abajo ya no quedaban tierras libres: todo tenía due-
ño, todo estaba colonizado. Y el hecho que ya hubiera algunos pocos
colonos les facilitaba el duro trabajo que les esperaba.
Como lo demuestra el mapa No. 3 del Estado de la colonización
en 1979, primero se coparon las tierras que están entre La Macarena
y el Raudal, y también las del río Losada. En el año en que se toma-
ron las fotografías aéreas a partir de la cuales se hizo el mapa, los
pedazos tumbados arriba del Raudal estaban dispersos y cubrían un
área mucho menor que los de abajo del Raudal. El mapa también
muestra cómo la inmensa mayoría de las fincas, tanto arriba como
abajo del Raudal, estaba ubicada en la margen derecha del río.
Don Gerardo, quien tiene su finca en el lugar más lindo de toda la
vereda El Tapir, llegó hace 14 años (es decir, por la época que ilustra
50 A LA BUENA DE DIOS

MAPA No. 3
EsTADO DE LA COLONIZACIÓN EN 1979
LOS COLONIZADORES 51

el mapa). Venía de una finca cerca de la pista donde trabajó durante


un año. Llegó a La Macarena porque su papá lo había llevado a co-
nocer cuando él era pequeño, y ya más grande, con mujer a bordo,
decidió aventurarse por los lados de la serranía. No había cruzado el
Raudal hasta que lo hizo en busca de tierras. Llegó donde don Camilo
Silva, quien reclamaba todo lo que había entre su finca y las bocas
del Duda, en la rivera derecha del Guayabero. En esos días nadie se
atrevía a cruzar el río por el cuento de la reserva, pero Gerardo se
atrevió. Fue el segundo, después de don Juan Torres, quien tiene
finca cerca de las bocas. Cuando Gerardo llegó sólo había dos moto-
res en la zona, de dos señores que ya no viven por ahí, y muy pocos
habitantes.
Gerardo llegó con la bonanza de la coca, un nuevo auge que im-
pulsó la colonización. En los años 80 llegó al Guayabero la mayoría
de las personas que habitan allí. Ellas no distinguieron entre una ori-
lla y otra, los nuevos pobladores se fundaron a ambos lados del río,
dándole a la vereda su configuración actual.

EL DUDA

La colonización del río Duda ha tenido una dinámica particular:


además de que, como en otros sitios, las bonanzas de la marihuana y
la coca fueron alicientes, algunas de sus historias nada tienen que ver
con estos auges, como es el caso de los primatólogos japoneses y de
Ornar Montealegre, el primer morador del Duda.
En 1970, cuando apenas estaban entrando los primeros habitantes
del Guayabero arriba del Raudal, el Inderena puso una cabaña en las
bocas del Duda, para hacer presencia en el parque y frenar la cacería
de tigre y tigrillo que aún persistía en la zona. Por esa misma época
Ornar Montealegre llegó al río Duda con serias intenciones de insta-
larse allí donde nadie había entrado. El inspector que vivía en la ca-
baña del Inderena, necesitado de compañía, ayudó a Ornar a organi-
zarse.
Ornar Montealegre, un huilense que en ese entonces tendría unos
40 años, llegó buscando la libertad y ya lleva 22 años pisándole los
talones. Es un hombre solo, mariguanero" y conversador. Ahora pasa

20. Cuentan que el cura párroco de La Macarena le regaló una biblia y que
Ornar la interiorizó: después de leer cada página las usaba para armar sus cigarrillos
de hierba béndita.
52 A LA BUENA DE DIOS

de los 60 años, es fuerte y saca a relucir su dentadura cada vez que


sus propias ocurrencias lo hacen sonreír y le permiten un respiro en
uno de sus largos monólogos. Ornar no tiene cultivos, aunque sí al-
gunas maticas y árboles frutales. Dicen que ha pasado años enteros
en los que su única remesa era un bulto de sal. Parecería que Ornar
lleva largo tiempo viviendo del aire y del paisaje. El no llegó, como
los demás, buscando El Dorado, ni el añorado pedazo de tierra en
donde poder criar sus hijos, por eso su caso es único. y como le gusta
leer y hablar de cosas raras, despotricar contra Dios y los políticos,
contra una humanidad que ha perdido el norte y el sentido de la vida,
a Ornar se le conoce como 'el loco' . Un loco que sale poco y le da
vueltas al mundo desde su finca perdida en el río Duda.
Ornar llegó en compañía de Emiliano, quien se fue a los 15 días y
luego volvió con su hermano y su cuñada. El inspector los subió y les
recomendó instalarse en un bajo en la ribera derecha del Duda. Ornar
no le hizo caso, prefirió establecerse en una loma, segura en las épo-
cas de invierno, donde todavía vive. Vivir en el margen derecho del
río no tenía problema puesto que el límite de la reserva de La Macarena
era el río Duda.
Poco a poco fueron llegando nuevos colonos al Duda. José María
Polanco se ubicó cerca de las bocas y Orlando Vásquez entró y orga-
nizó su finca más arriba de la de Ornar. Después llegó Rigoberto
Martínez, hermano de Orlando, quien, al serie prohibida la entrada,
subió por el Guayabero, cruzó hasta el Duda y comenzó a armar su
finca al lado de la de su hermano, hasta que un inspector le aclaró
que no lo iban a desalojar.

A mí un inspector dellnderena me prohibió la entrada en el 77... A


ese lo cambiaron y fue cuando entró ese señor Alfonso. En el 80
había otro inspector ahí, yo ya tenía casa y todo, mas sin embargo yo
lo llamé y le pregunté por la derecha. Me dijo: No Rigoberto, usted
puede trabajar. Está listo porque yo soy de trabajo, vamos a traba-
jar entonces, le respondí, y me quedé.

Por esos días también llegó otro personaje muy especial, a quien
tuve la fortuna de conocer mientras viví en El Tapir. Ramiro es un
'desadaptado' , como se lo dijo alguien cuando ya se había decidido a
vivir en La Macarena, y como me lo dijo él a mí, recordando a quien
supo definirlo. Tiene una cara bonita, pero cuando habla o se ríe se
nota que le falta un diente. Todo su aspecto: su barba larga, su som-
brero y sus ropas rotas le dan un aire de otra época, como de campe-
LOS COLONIZADORES 53

sino medieval. Ramiro es inocente y franco, buena persona. Le ha


costado mucho acostumbrarse a la vida en el monte, pero dice que
ahora sí sabe vivir allí, y que le gusta. Anda en potrillo, despacio
como el río, y disfruta viendo los animales en la orilla y escuchando
los ruidos de la selva. Con el potrillo hace ejercicio y se mantiene
fuerte.
Llegó a Macarena por casualidad: un día, cuando tenía unos 27
años y vivía en Bogotá, se encontró con su hermano, quien le propu-
so que lo acompañara a visitar a su tío Ornar que se había ido a vivir
a la selva. No teniendo nada que perder aceptó ir con él. Cuando
estuvo en Macarena miró bien y le gustó, y consciente de lo mal que
estaba en la ciudad decidió irse a probar suerte.
En la ciudad Ramiro había caído bajo. Hubo noches en Bogotá
que pasó caminando porque sabía que si intentaba dormir en la calle
el frío no lo iba a dejar. Entonces esperaba a que fueran las 10 de la
mañana cuando el sol ya ha secado el pasto y se echaba a dormir en
algún parque. Cuando se encontró con su hermano, vivía en el barrio
La Macarena con unos músicos, que lo acogieron al verlo durmiendo
en un Buick viejo estacionado eternamente en un taller de mecánica,
de un señor gordo y sucio, apodado el cerdo Barragán. Con los músi-
cos vivió mejor, haciéndoles mandados, pero arrimado, yeso no es-
taba bien.
Porque el barrio La Macarena le dio amistades que le alegraban la
existencia. La gente le daba comida, le armaba conversa, le regalaba
ropa... es que por esos días Ramiro era uno de los únicos hombres en
Bogotá que andaba con zapatos de colores. En las Torres vivían unos
muchachos que traían del extranjero zapatos coloridos y de esos le
regalaron algunos pares a Ramiro. De modo que ropa buena sí tenía,
pero de nada le servía porque como no tenía dónde lavarla la amon-
tonaba sucia en el cascarón del Buick.
Ramiro nació con mala estrella, desde pequeño notó que algo le
fallaba. Estudió hasta quinto de bachillerato y no quiso seguir. Todos
sus hermanos, excepto uno, son profesionales. Pero a él no le gustó
el estudio. Tiene nociones de agricultura, que no recuerdo dónde
aprendió, y que de algo le han servido en Macarena. Tuvo una buena
época, pero los días lo fueron empujando al abismo. Una mujer lo
enamoró, pues él nunca ha sido conquistador, y con ella tuvo dos
hijas. Tuvo también un buen trabajo que le duró dos años. Pero des-
pués no volvió a conseguir nada, se le torció el camino y la mujer lo
dejó. La mala vida y las drogas lo estaban desbaratando, hasta que
conoció La Macarena y decidió intentar un cambio.
54 A LA BUENA DE DIOS

Tras ese primer viaje de reconocimiento del terreno, volvió a Bo-


gotá donde sus hermanos lo equiparon con las herramientas necesa-
rias para hacer finca, y se fue. Llegó a vivir donde Omar. Mientras
eso Emiliano organizó su finca y Orlando Vásquez también se fun-
dó. Así que cuando él decidió fundarse, el corte iba donde los japo-
neses, que habían organizado un campamento, pero se habían tenido
que ir. Ramiro subió con un muchacho a trabajar al lugar abandona-
do y se encontró un sitio bien particular: había trochas marcadas y
huellas de estudio. Pensó Ramiro que quedarse ahí, como la lapa
que se mete en el hueco que hace el gurre, podía traerle problemas.
Además tuvo un aviso. Haciendo una platanera, que todavía está
allí, llegó una marimba y se quedó mirándolos. La marimba, cuenta
Ramiro, les estaba diciendo que ella era la verdadera dueña de ese
lugar. Entonces, respetaron el sitio y se fueron a armar la finca más
arriba, en un pedazo de tierra que fue comprado.
Tan arriba la vida era muy difícil, por allá no iba nadie nunca, así
que Ramiro bajó y se instaló al otro lado del río, abajo de Rigoberto.
Desde allí ha participado en la historia del Duda. Le tocó el auge de
la marihuana, cuando todos sembraron con la esperanza de sacar algo
de plata de esas fincas. Recuerda haber bajado con un cargamento de
varios bultos, de su propia producción y de los vecinos. Lo hicieron
de noche para que el ejército, que estaba en la cabaña del Inderena
situada en las bocas del río, no les pusiera problemas. Llegaron al
pueblo y los compradores, con quienes habían hablado de antemano,
se hicieron los de la vista gorda y los dejaron con toda la carga, que
terminaron arrojando al río. En el fondo del Guayabero terminó para
ellos el gran auge de la marihuana.
También vivió la bonanza de la coca. No como sembrador, pero sí
trabajó raspando hoja en unos cultivos del caño Santo Domingo y
luego como picador allí mismo y en una finca del Guayabera Alto,
hasta que trajeron una máquina para picar y se quedó sin trabajo.
Ramiro formó parte de los campesinos organizados por la Unión
Patriótica. El fue, como tantos otros, a las reuniones que citó la UP.
De allí salió elegido responsable de la vereda, debido posiblemente a
que su grado de educación supera con creces al de la mayoría de los
colonos. Bajó, junto con muchos de los habitantes de arriba del Rau-
dal, a una manifestación por el asesinato del candidato presidencial
Jaime Pardo Leal en 1987. Al llegar al pueblo, resultó que los únicos
organizados eran ellos y su papel se estaba volviendo penoso. Le
dijeron a Ramiro, que como representante que era le tocaba pedir
contribuciones en los almacenes y en las tiendas, para darles almuer-
LOS COLONIZADORES 55

zo a los manifestantes. Eso a él no le gustó: suficiente era con bajar a


protestar, como para que además les tocara mendigar comida. Se negó
a hacerlo y fue depuesto de su cargo por incapaz. Con eso quedó
trunca su carrera política y le tocó seguir en la vereda representándo-
se sólo a sí mismo.

PUERTO CHAMUSA

El último punto habitado del río Duda es un conjunto de tres cam-


pamentos: Puerto Chamusa (o Japón), Puerto Paujil (o Colombia) y
Puerto Marimba. Es un lugar único en toda la región. Allí no hay
cultivos de ningún tipo y el pedazo de monte tumbado es el estricta-
mente necesario para levantar los campamentos. El área de estudio
está cubierta con trochas marcadas que sirven para realizar las inves-
tigaciones. Chamusa, más conocido como Japón, fue inaugurado en
1975, dos años después fue abandonado y reorganizado en 1986. En r

1990surgió Colombia, ahora conocido como Puerto Paujil, y en 1992,


Puerto Marimba.
Los primatólogos japoneses que fundaron y han mantenido vivo
a Puerto Chamusa están envueltos en una bruma de sospechas y ha-
bladurías. Todos los habitantes de la zona saben que en el campa-
mento se estudian micos y se observa la naturaleza, pero esa historia
no convence a nadie. Para la mayoría de ellos resulta inexplicable
que unos extranjeros lleguen hasta estas selvas a invertir todo el di-
nero que implica mantener el campamento y venir desde tan lejos,
sólo para mirar micos. Los colonos están convencidos que en ese
cuento hay gato encerrado. Se dice que los japoneses salen con unas
maletas de metal grandes de las que nadie ha podido ver su conteni-
do. Se rumora que en ellas sacan materiales valiosos, como oro y
esmeraldas, y que la extracción de esos tesoros naturales es la verda-
dera razón de su presencia. Quienes no lo aseguran, por lo menos
sospechan que los japoneses algo se traen entre manos. Aunque to-
dos en el Duda y el Guayabero saben del campamento, pocos lo co-
nocen. En él, como en todas las casas de la región, puede pernoctar
quien necesite, pero como queda tan retirado, pocos lo hacen. Tal vez
ello refuerza las creencias. Muchas veces me vi envuelta en conver-
saciones en las que traté de explicar que no sólo el oro y las esmeral-
das son valiosos, que el conocimiento que se logra con los estudios
que se adelantan en el campamento tienen un valor inmenso, aunque
éste no siempre se pueda medir en dinero. Pero nunca logré conven-
56 A LA BUENA DE DIOS

cer a mis interlocutores. Al respecto Kosei Izawa, el gestor principal


del campamento, con quien hablé en un hotel en Bogotá, dice que
"falta educación, porque [los colonos] no tienen idea ni pensamiento
de ecología, únicamente económica, por eso ellos no pueden pensar
bien para nuestros estudios'?'.
Los japoneses que montaron el campamento son primatólogos,
esto es una combinación entre biólogos y antropólogos. Su intención
es estudiar la evolución cultural de los humanos, para ello los vesti-
gios vivos de nuestros ancestros, es decir, los micos, son una buena
pista. La evolución morfológica de los hombres puede estudiarse a
partir de fósiles, pero para conocer los cambios sociales ello no es
suficiente, por eso es conveniente mirar los seres vivos. Así que la
comparación entre el comportamiento humano y el de los demás
primates vivos es la vía que estos primatólogos escogieron para re-
solver tales interrogantes.
Entre los años 1960 y 1968 ellos estudiaron primates en otras
regiones del mundo. Sin embargo, para que su gran objetivo pudiera
cumplirse necesitaban datos de todos los primates que viven actual-
mente. AAmérica nadie venía con esos fines, porque las condiciones
de estudio en el bosque tropical no son las más atractivas. La hume-
dad, los insectos, la movilidad de los micos son factores que hacían
casi impensable este tipo de estudio. Movidos por la necesidad de
llenar ese vacío, estos científicos vinieron a Suramérica.
Don José, como le dicen a don Koseien el pueblode LaMacarena,y
sus compañerosvinieron por primera vez a Colombiaen 1971.El con-
tacto con este país lo establecierona través de un profesorjaponés que
trabajó en la Universidad Nacional enseñando biología entre 1960 y
1962, quien además les dijo que en el Putumayo podrían encontrar el
lugar que ellos necesitaban.Con la ayuda del doctorIdroho,botánicode
la UniversidadNacional,y por mediode un conveniocon la Facultadde
Ciencias Naturales de esta universidad, los japoneses viajaron al
Putumayo a buscar un lugar para realizarsus estudios.
Su sede fue Puerto Leguízamo, y para ser más explícitos, la base
militar, ya que también tenían un convenio de ayuda con el ejército.
Estuvieron casi tres meses buscando el lugar indicado para un cam-
pamento, pero no lo encontraron. Como lo explica don Kosei: "Para
estudiar ecología y comportamiento de los animales silvestres, espe-

21. Entrevista a Kosei Izawa, septiembre 7 de 1993, Hotel del Due, Bogotá.
LOS COLONIZADORES 57

cialmente micos, necesitamos encontrar buen sitio. Por ejemplo, si


algunos micos son ariscos, nosotros encontramos diariamente un
minuto, dos minutos y escapan, no podemos sacar datos; pero si
mansos, 12 horas completos podemos seguir, sacando muchos datos.
Buen sitio significa: los animales muy mansos. Por ejemplo, antes
cazadores no entraron y no molestaron; pero cuenca de río Putumayo
completamente habitada, muchos cazadores y todos los animales son
ariscos".
Por ello se fueron para el río Caquetá. Cerca de caño Peneya en-
contraron un buen sitio y armaron su campamento. Allí estudiaron
unas diez especiesde primates en los seis meses que estuvieron. Luego
regresaron al Japón a escribir artículos a partir del trabajo de campo
y regresaron a Colombia en el año 1973. Volvieron al mismo sitio,
pero los cazadores habían ahuyentado a los micos. Entonces subie-
ron por el caño hasta un lugar suficientemente apartado y pusieron
un segundo campamento. Estuvieron nuevamente medio año y re-
gresaron a Japón.
En 1975 vinieron por tercera vez a nuestro país y encontraron que
una vez más la colonización había avanzado y el lugar donde tenían
el campamento ya no era propicio para estudiar el comportamiento
animal. El doctor Idrobo les comentó de un proyecto de investiga-
ción de flora y fauna que la Universidad Nacional había comenzado
ese mismo año en la Sierra de La Macarena. Así que en junio del 75,
Kosei Izawa y sus compañeros fueron a conocer La Macarena.
El pueblo era muy chiquito, tenía unas 50 casas, dos tiendas y
ninguna residencia. En ese tiempo no había avión permanente, por lo
cual tuvieron que esperar varios días en el aeropuerto de Villavicencio
hasta que por fin lograron embarcarse. En el pueblo buscaron un guía
y encontraron a don Luis Lozano, padre de Henry Lozano, quien fue
encargado del campamento años después. Con él bajaron a Yarumales
y a caño Cabra, pero esos lugares ya estaban colonizados y no ser-
vían para sus propósitos. Don Luis les dijo que al otro lado del Rau-
dal sí encontrarían con seguridad lo que buscaban. Pero era invierno
y en esos días no se podía cruzar el Raudal. Hacerlo a pie era impo-
sible porque no había bestias, ni canoa al otro lado. Por eso don Luis
les dijo que mejor volvieran en verano, y así lo hicieron. En octubre
estuvieron de regreso. Cruzaron el Raudal y buscaron un lugar por el
río Guayabero, pero no encontraron nada que les complaciera. En las
bocas del Duda estaba la cabaña del Inderena, pero allí no les pudie-
ron dar razón de un lugar como el que querían, así que subieron por
el Duda y encontraron el sitio hoy conocido como Japón.
58 A LA BUENA DE DIOS

Ese año construyeron un campamento muy sencillo y se queda-


ron seis meses estudiando maiceros, churucos, marimbas y aullado-
res". En los años 1976 y 1977 regresaron a continuar sus estudios.
Pero en ese último año tuvieron problemas: "Personas de afuera se
metieron a sembrar marifana y también con marifana vinieron los
guerrilleros y todas personas dicen: peligroso, mejor quitar estudio".
En el año 1976 vinieron investigadores de Canadá, Estados Unidos y
Europa. Dentro de un cuerpo de paz de los Estados Unidos vino un
botánico amigo de don Kosei, que además de ser científico era em-
pleado de la OA; la guerrilla lo secuestró". Dos años después logra-
ron pagar el rescate ("no se conoce bien cuántas monedas") y lo sol-
taron. Había un compromiso entre él y la guerrilla de que no escribi-
ría su experiencia, pero al regresar a Estados Unidos él infringió esa
regla. El hombre murió asesinado. Con todos esos problemas, la
embajada de Japón, la Universidad Nacional y el Inderena le nega-
ron el permiso a los primatólogos para seguir trabajando. No tuvie-
ron otra opción: abandonaron el campamento.
Estuvieron en Brasil, Perú y Bolivia, pero en 1981 cambiaron de
universidad y trabajo y no pudieron volver a Suramérica sino hasta
1985. En ese año Izawa estuvo en Perú, Brasil y Colombia tratando
de reestablecer vínculos para proseguir su trabajo. En ese viaje estu-
vo con Carlos Arturo Mejía, más conocido como 'Caturo', quien era
desde esos años profesor de biología de la Universidad de los Andes.
En 1976 Caturo trabajaba en el Inderena en el proyecto de primates,
por lo cual Izawa había tenido que hablar con él para sacar los permi-
sos, así que ya se conocían. Junto con el profesor Mejía regresaron a
Macarena en el año 86. El auge de la marihuana ya había pasado,

22. Estos son los nombres científicos de algunos de los primates que hay en la
zona del campamento: Maiceros: Cebus apella, churucos: Lagothrix lagorincha,
marimbas (marimonda o mono araña en otras regiones):Ateles betzcbuth, aulladores:
AI/ouatta senilicus, titis: Saimiri scirceus, y monos nocturnos: Aotus trivirgatus.
23. Dice Jacobo Arenas: "A Richard Starr lo tomaron los guerrilleros cuando
realizaron la acción de La Macarena en los Llanos Orientales. Ahí había un grupo de
norteamericanos y las gentes de la población así se lo informaron a los guerrilleros.
Entonces nuestros compañeros detuvieron sólo a Starr porque los otros norteameri-
canos no estaban ahí en ese momento. Lo condujeron por entre la selva y entre
nosotros estuvo tres años. Los pobladores de La Macarena decían que los norteame-
ricanos que estaban allí posiblemente eran de la Agencia Central de Inteligencia de
los Estados Unidos, pero yo estoy convencido de que por lo menos Starr no lo era.
Era de verdad un científico. Yo tuve la oporunidad de hablar con él unas dos veces".
ARANGO, 1984 citado por CUBIDES et al., 1989.
LOS COLONIZADORES 59

pero en su lugar estaban los cultivos de coca. Al llegar al sitio donde


estaba el campamento tuvieron una grata sorpresa: los coqueros ha-
bían llegado hasta muy cerca del campamento, pero el sitio seguía
intacto. Si se hubieran demorado uno o dos años más en volver ha-
bría sido demasiado tarde. Ese año se quedaron allí unos ocho meses.
Con el apoyo del profesor Mejía firmaron un convenio con la
Universidad de los Andes. En él los japoneses se comprometieron a
patrocinar dos cursos de campo al año, en los meses de vacaciones, y
de apoyar a unos tres o cuatro estudiantes cada semestre para realizar
estudios. A cambio del transporte, la comida y la orientación, dichos
estudiantes están en la obligación de escribir un artículo para la re-
vista FieldStudies ofNew WorldMonkeys, Macarena, Colombia, que
se publica anualmente y lleva siete números.
Cuando se reestableció el campamento, el alcalde de La Macarena,
Jorge Delgado, era miembro de la Unión Patriótica y dirigente de
Asocolonos. Las Farc eran la fuerza dominante en la región. Tras
diálogos y reuniones, los japoneses hicieron un convenio con la al-
caldía: ésta se comprometía a ayudar a conservar la cuenca del río
Duda, controlando la caza, la tala de árboles, la entrada de nuevos
colonos y la siembra de coca, y los japoneses por su parte quedaron
de dar financiación para desarrollar un sitio río abajo, donde el dete-
rioro de la selva es mucho mayor, para poder reubicar allí a los colo-
nos del Duda. Esta ayuda se logró con la empresa privada japonesa.
Durante los siguientes tres años la guerrilla no molestó para nada
las actividades del campamento, pero la reubicación no pasó de ser
un rumor. En 1989, con la entrada del ejército, que desplegó su fuer-
za bruta bombardeando la zona, la situación cambió bastante. La pre-
sencia de la guerrilla disminuyó notablemente y la Unión Patriótica
perdió la alcaldía. Con las relaciones de poder trastocadas, el conve-
nio perdió su vigencia, por eso reanudaron las conversaciones, esta
vez con quienes les concierne directamente la situación ambiental
del Duda y el Guayabero: las comunidades. Se firmaron acuerdos
con las juntas de acción comunal de las tres veredas más cercanas al
campamento: El Tapir, El Alto Raudal y El Bajo Raudal. Según se
acordó, las comunidades recibirían apoyo de los japoneses para me-
jorar la infraestructura de las tres escuelas, a cambio de que las co-
munidades velaran por la conservación de la zona. En este caso la
financiación se ha conseguido a través de una fundación para conser-
var la zona de La Macarena, organizada en el Japón, y que ha logra-
do contribuciones de particulares con la ayuda de propaganda en un
periódico.
60 A LA BUENA DE DIOS

Con el nuevo alcalde también intentaron un nuevo convenio. Esta


vez el municipio necesitaba una casa de la cultura. El financiamiento
conseguido en Japón para tal fin debía ser entregado a una organiza-
ción no gubernamental, por lo cual el dinero se canalizó a través de
la Asociación para la Defensa de La Macarena.
En 1990 tres biológos de la Universidad de los Andes construye-
ron el segundo campamento que entraría a formar parte del CIPM (Cen-
tro de Investigaciones Primatológicas, Macarena), al que bautizaron
Colombia. Después de concluido su estudio, este lugar ha quedado a
la disposición de otros estudiantes o biólogos graduados que han ido
a vivir allá, y últimamente fue ampliado y está siendo utilizado como
base para las investigaciones sobre paujiles, de donde viene su nuevo
nombre Puerto Paujil. En 1992 otro biólogo uniandino construyó un
tercer campamento con el fin de hacer educación ambiental, además
de investigación. Este campamento se conoce como Puerto Marimba
y se ha levantado con los aportes del club rotario de una ciudad japo-
nesa. La idea de Puerto Marimba es llevar prioritariamente a los ni-
ños de la región, aunque también de otros lugares, a que pasen
pequeñas temporadas en las que aprendan algunas nociones de bio-
logía y ecología, pero sobre todo para fomentar el cariño al monte.
Es también un lugar abierto a los adultos de la región que quieran
visitarlo. Puerto Marimba pretende ser un punto de comunicación.

LOS MOCHACABEZAS24

Hay un pedazo de tierra, abajo del campamento de los japoneses,


conocido como 'los Mochacabezas' o 'Desca' (de descabezadores).
El curioso nombre se origina en una historia ocurrida allí durante el

24. Entrevista a Rigoberto Martínez, 12 de junio de 1993, río Duda, La Macarena.


LOS COLONIZADORES 61

auge de la coca e indica el comienzo de la presencia semi-perma-


nente de la guerrilla en la zona; tal vez fue esta la vez en que Los
Muchachos tuvieron mayor protagonismo en el río Duda. Rigoberto
Martínez, vecino de los 'Desea', la vivió de cerca y me la relató.

La muerte del muchacho fue en el 84, así que fue en el 82 o en el 83


que mi hermano le regaló un pedazo de tierra a los hermanos García
para que pudieran sembrar coca. Primero distinguimos a la mucha-
cha Sofía, una de las hijas de Jorge García, y después al hermano de
ella, Orlando. Ellos se pusieron a trabajar juntos, luego vino el papá,
consiguieron socio por allá afuera que los apoyara para que sembra-
ran coca y se pusieron a sacar adelante el cultivo.
El finado se llamaba José y le decían Mataperros. Era del Tolima. No
tenía familiares por aquí, había venido a La Macarena por amistad
con Alberto Guzmán, que fue secretario del juez. Trabajaba donde
los Ortices. Cuando los García comenzaron a sembrar coca se lo
llevaron para su finca. Don Gerardo sí le dijo antes de que se fuera
que por allá arriba no le convenía ir, como comunicándole un mal
presentimiento, pero José se fue siguiendo su destino. A ese mucha-
cho lo exprimieron: lo trabajaron y lo trabajaron hasta que se cansa-
ron de él. Eso venían aquí y lo cargaban como un burro: dos garrafo-
nes de esos de cinco al hombro y otro en la mano, de puro guarapo
para sacar miel. Póngale cuidado: de aquí hasta allá, a pata... eso es
cosa berrionda.
Cuando él trabajaba fue que vino el compadre con el hijo, Poliodoro,
y el resto de la familia: trajeron la muchacha Lilia, de 20; a Jorge, el
pequeño, que tendría unos 13 años; a Ricardo que era más mayorci-
to, por ahí de 15; también a Saúl, que era el más menor y a Erlinda de
18. AJosé le gustó Lilia y a ella le gustó José. Se fueron haciendo el
roce hasta que él la coronó. Y ahí le tocó empezar a pensar en la vida
en serio.
Una día José llegó aquí, yo estaba abriendo una canoa en la playa,
una canoa para motor, cuando él me gritó desde la finca de mi her-
mano al otro lado. Yo no sabía quién era, porque de un lado al otro
casi no se mira, hasta que lo conocí por la voz y me dijo que lo
embarcara. Entonces fui y lo crucé y me contó la historia de lo que le
había sucedido el día anterior. Era que el viejo lo había despachado,
porque le había pegado al hijo del compadre, del asesino, que toda-
vía no era asesino. El pelado, que tendría como 13 años, le había
tomado mucha confianza a José: le cogía la escopeta sin permiso y
se metía a todas partes, y si le decía que se estuviera quieto, de una
vez le pegaba su patada o su puño. A José eso no le gustó y seguro
ese día estaba de mal genio, porque sacó la peinilla y le pegó un
planazo.
62 A LA BUENA DE DIOS

El ya tenía su pedazo de tierra y lo estaba trabajando por lo que se


iba a casar con la muchacha Lilia. Yo no sé si se lo dieron o él lo
compró, en todo caso él resultó con esa tierrita ahí arriba. Venía a
que yo le ayudara a trabajar para poderse pasar para allá rápido.
Entonces le dije: Mano, yo tengo aquí mucho trabajo y no puedo,
dése cuenta que estoy abriendo esta canoa y no puedo abandonar el
trabajo porque es muy delicado. -Tranquilo Rigo, ayúdeme a hacer
allá que eso 110 son sino dos días y yo luego vengo y le ayudo a abrir
la canoa. =Pero, ¿cómo voy a dejar la canoa llena de agua aquí?
En cualquier momento crece el río, quita las cuñas y la calloa se
voltea COIl toda esa agua y se dalia. -Eso no le pasa liada. Al fin
dije: Bueno, voy a acompañarlo nada más para ir a hacerle ese fa-
vor. Y me fui con él al otro día.
Esa noche le dije que fuéramos al otro lado, a la laguna, a La Herra-
dura, a coger un pescado y a cazar. Ahí fue cuando conocí la escope-
ta que él cargaba, porque me dijo: coja usted la escopeta y cace, yo
más bien le piloteo. No encontramos nada de cacería, lo único fue
que el muchacho miró un cachirre que se iba a comer un bocachico
como de dos libras, que apenas había cogido. Arrimamos y él le dió
con el canalete, el cachirre soltó el pescado y se fue, y el muchacho
de una vez le echó mano al bocachico, que estaba vivito todavía y
nos lo trajimos. Eso fue lo que cogimos esa noche para el desayuno
del otro día. Desayunamos y nos fuimos.
Yo le presté vasijas para hacer de todo, desde comida en adelante,
porque el muchacho estaba mal y no tenía nada. Me llevé al chino,
que tenía como 10 años y esa fue la salvación mía. Nos fuimos los
tres en el potrillo. El tenía su potrillo arriba en la isla, ahí él se montó
en el suyo y llegamos arriba en los dos potrillos. El tenía otro potrillo
en el puerto de Jorge. Llegamos como a las dos de la tarde, sin al-
muerzo. Yo me puse a trabajar y le dije: José, usted hágase cargo de
la comida, porque yo vine fue a trabajar. El dijo: bueno, voy a traer
un garrafón para cargar el agua y unas cositas y después vuelvo. Y
se fue para donde el suegro. Allá no estaba sino Sofía, el chino del
compadre y como que Jorge también, porque los otros estaban al
otro lado en el Guayabero. Ahí fue cuando le preguntó Sofía que con
quién había ido y él le dijo que con Rigoberto, y Nelson, el hijo. Y
Sofía le dijo: digale a Rigo que venga, que quiero charlar con él.
Entonces el finado me dijo. Mallo,pero es que yo vinefue a trabajar
y no a perder tiempo, le respondí. ¿Cómo iba a ir y a abandonar el
trabajo? El tenía que volver por el resto de cosas, además abajo tenía
una canoa. -Dígale que yo no puedo ir En el primer viaje el mu-
chacho no había llevado la escopeta, me la había dejado. Ya en el
segundo, yo lo veía como con vaina rara, él no se sentía tranquilo, de
una vez se terció la escopeta, porque tal vez allá ya le habían dicho
LOS COLONIZADORES 63

alguna cosita... Voya ir por el resto de cosas, me dijo. Y yo le adver-


tí: Póngase pilas con la comida. Y él sonriente: De aqui a las siete,
ocho de la noche yo creo que no es tarde, ¿no, Rigo? -El todo es
que haiga, le dije yo. Y se fue carcajiándose el muchacho.
Yo me quedé trabajando. Llegaron las seis y nada que aparecía el
muchacho, las siete y nada. Como a las siete y media comenzó a
llover, pero en cantidades, tronaba por todos lados, y nosotros ape-
nas medio entechando ahí el rancho, poniéndole palmiche e iraca...
Nos tocó recogernos con un caucho y dormir ahí como pudimos.
Como él no apareció, pusimos cada uno dos maduros a asar y esa fue
la comida. Yo cada nada miraba el camino por donde se fue el mu-
chacho, veía esos cocuyos y le decía a Nelson: Mire mijo, ahi viene
José fumando cigarrillo. Pero era pura paja.
Llegó el otro día y nada por ningún lado. A mí me dio rabia. A este
muchacho qué le pasa, no se esmera por lo de él. Siendo que yo le
estoy ayudando, ¿por qué no viene? Se puso fue a trabajar en otra
parte. Comencé yo a hacer una media comidita y trabajaba, apenas
miraba que el fogón se estaba apagando, ahí mismo volvía y lo atiza-
ba, y seguíamos trabajando. Hasta que se quemó la olla con un poco
de carne con tomate y me dio rabia, era una olla nuevecita que está-
bamos estrenando. Llegaron las nueve y nada, me fui otra vez a cor-
tar palmiche porque se había acabado. Estando allá en el corte de
palmiche me dio como escalofrío, una escaramuceadera muy brava,
muy fea. Entonces le dije al chino: Yono trabajo más. Y de una vez
me bajé para donde estaba haciendo el rancho, alisté todo el equipa-
je, nos fuimos por ese barranco y me pegué un trompezón y la male-
ta me fue a dar por allá a ese puerco zanjón. Eso era ya como la una
de la tarde. Me fui todo berraco: Este es el cañón del diablo y no
vuelve es nadie. El potrilJo del muchacho quedó ahí y cuando bajé,
en el otro puerto, en el de los García, estaba el otro.
Esa tarde había crecido el río, se había desnivelado la canoa y estaba
toda torcida; ahí si me puse más culebro. Vino un muchacho de don-
de mi hermano, es que allá estaban en recolección, y yo le comenté
el caso. El muchacho de una vez sentenció: Eso fue que lo mataron.
y fue a contarle a mi hermano. Era que en esos días nosotros estába-
mos bravos, estábamos algo extraviados de la cabeza.
Los García no dejaban pasar dos, tres días y estaban aquí. Después
de la desaparición del muchacho, pasaron las semanas y nada. Ellos
eran muy charlatanes y de ahí en adelante no volvieron a charlar
nada, para sacarles una palabra era cosa grave. El viejo se fue de una
vez para afuera del todo, no duró sino como tres días después de la
desaparición del muchacho. Cuando yo estaba arreglando la canoa
ellos llegaron ahí, eso bajaba un poco de gente y me dijeron que
bonita la canoa. En esas yo me le metí al viejo Jorge. Le dije: don
64 A LA BUENA DE DIOS

Jorge, ¿ usted me puede dar razón de José? Dijo: no se sabe si cogió


para el Guayabero, eso le llegó una carta y lo mandaron a llamar,
en todo caso quién sabe qué se harfa.
Cuando él iba bajando al pueblo regó el cuento en El Cajón que el
muchacho se había desaparecido con el compañero, que tal vez el
compañero lo había matado. ¡Y el compañero era yo! A raíz de ese
run-run toda la gente de por ahí salió con que yo tenía que dar razón
del muchacho. ¡Tantocuento! Eso venían aquí a investigarme, iba a
venir una comisión de la Junta: un poco de colonos para sacarme a
mí palabras, cuando yo no sabía nada. Ya habían pasado como dos
meses, cuando el día menos pensado me dijo mi hermano que bajaba
cada nada: póngase pilas porque usted puede salir metido en un asun-
to muy peligroso.
Yo pensé no hay más que hacer sino mandar una carta para el pue-
blo, al secretario del juzgado, el amigo del muchacho, pero una carta
personal, por debajo de cuerda, para que él estudie el caso. La escribí
y se la mandé con ese muchacho Alejo, el hijo de doña Cecilia. El
fue y le contó a la mamá y la cucha de una vez dijo que era mejor que
hiciera publicar esa carta porque era un asunto peligroso, y él se la
entregó al presidente de la Junta, al finado Julio Aranda. A él tam-
bién se la quitaron: la cogió La Guerra. Los Muchachos hicieron una
reunión y la leyeron duro, así que todo el mundo se enteró de lo que
yo mandaba decir en esa carta. Como ocho días después de leer la
carta arrimaron aquí, vinieron cuatro. Me dijeron: compañero, cami-
ne nos acompaña por aquí a ver si !lOS vende o nos regala un pucho
de maíz para comer. Nos fuimos y mentiras: era para investigarme.
Me preguntaron por el finado y les conté lo que sabía y también me
preguntaron por la carta. A los 15 días vinieron otros a investigarme,
yo les conté la misma vaina.
Al poco tiempo dejaron de molestarme. Los García se habían ido,
llevándose a la embarazada, y le habían dicho a mi hermano que
cuando estuviera la coca la cogiera y les diera alguna cosa, entonces
él me dijo que fuéramos a mirar el cultivo. En verdad, el achaque era
para ver si el viejo estaba allá y nos daba razón de José. Nos fuimos.
Llevábamos apenas un galón de gasolina y sólo nos aguantó hasta la
playa de abajo, ahí desmontamos y dejamos la canoa amarrada. Co-
gimos por la playita y yo le dije a mi hermano: esto por aquí huele a
muerto, a puro cadáver. Seguimos hasta la casa y encontramos al
compadre y le preguntamos por el muchacho, y él dijo: yo ni sé cómo
se llama, ni si es negro o es blanco o es grande o pequeño. Como no
daba razón ninguna, fuimos al rancho que él estaba haciendo por
unos fulminantes y para ver si habían cambiado algo de la casa, de lo
que había dejado yo allá. Entonces le dije a mi hermano: mire vea,
este colchón y esta ropa 110 estaban, la trajeron para acá. De resto,
LOS COLONIZADORES 65

todo estaba así. Mi hermano dijo: sí, eso fue que al muchacho lo
mataron aquí. Y nos fuimos.
Como a los 15 días volvimos a ver el cocal. Llegamos a la casa y no
había rastros de nadie, pero sí había candela. Fuimos, miramos la
hoja y volvimos. Nos pusimos a buscar rastros a ver si había gente.
Yome fui para la chorrera, donde lavaban, y miré un viaje de rastros,
subí y le dije a mi hermano: allí hay rastros que no estaban cuando
llegamos. Entonces dijo: ustedes quédense aquí -habíamos ido con
Nelson- y yo me voy por el caminito a ver si miro algo. Yo había
ido con la escopeta que el viejo Jorge me había dejado; pero mi her-
mano se fue sin nada, con un saco rojo puesto y ya, se fue a pata y le
dio la vuelta a la morreta, como eso era una lomita... Y encontró al
viejo Isidoro con dos escopetas, arrodillado y apuntando hacia don-
de estaba yo, y el hijo estaba al lado con el parque. Mi hermano le
salió por detrás y le dijo: don Isidoro, ¿qué hace ahí? El viejo pegó
el grito y tiró las escopetas al suelo, y dijo: ¡ay! yo no lo maté, yo no
lo maté, don Orlando, fue el compadre. Mi hermano le dijo: no don
Isidoro, no se ponga con esas vainas que eso ya pasó, yo vengo es a
mirar la hoja. Pero mentiras, nosotros íbamos era tras de eso. y cuan-
do le vio la escopeta le dijo: esta es la escopeta del José, ¿cierto? El
compadre respondió: yo no sé, mi compadre tiene hartas allá en
Guamal, esa me la dejó aquí. Cuando me encontró a mí lo saludé y
le salí con la misma: esta escopeta es la del muchacho, ¿cierto?
=No, no, no, esta es de mi compadre. Pero yo la conocía bien por-
que el día que desapareció el muchacho yo tuve esa escopeta en las
manos mías, y se lo hice saber, además con esa escopeta estuvimos
de cacería allá en la laguna frente a la casa. Nos quedamos un ratico
con el viejo, nos despedimos y nos vinimos.
Al otro día bajamos para Santo Domingo, allá había harta gallada por-
que Los Tatucos estaban trabajando una coca. Fuimos y pasamos par-
te. Ahí estaba el Mono Colorado, muy allegado al finado, él dijo:
vamos a ir a rescatar la escopeta porque ese es el cuerpo del delito,
si aparece se sabe que lo mataron fue allá arriba. Entonces organizó
un poco de gente y subimos a rescatar la escopeta y el Mono pasó por
primo del finado. Unos nos fuimos por tierra y otros se fueron en mo-
tor. El viejo estaba cortando leña, cuando llegamos no se pudo escapar
por ningún lado. De una vez el Mono le dijo: esa es la escopeta de mi
primo, la conozco,me hace elfavor y me la entrega. Dijo: no, yo no se
la entregoporque esa me la dejó donJorge. Tanto insistióel Mono que
la entregó y ahí fue cuando le miramos el machetazo en el lado de
arriba del calibre. Y con eso descansé yo. La Guerra se dio cuenta y
cogió la escopeta, entonces para qué iban a volver a molestarme.
Al poco tiempo llegaron los García a coger la hoja, ya habían pasado
como cuatro meses desde el día aquel. El viejo no se fue para arriba
66 A LA BUENA DE DIOS

de una vez, se quedó allá donde mi hermano, porque según dijo, él


había consultado con una bruja por allá afuera y ella le había dicho
que debía aclarar la muerte del muchacho. Entonces el viejo vino y
le contó todo a mi hermano y le preguntó que cómo hacía para en-
contrarse con La Guerra, para informarle, porque si él iba solo allá a
la casa de pronto el compadre lo mataba. Estaba con la vaina del
miedo. Mi hermano le dijo que tranquilo, bajó y volvió con una co-
misión de Los Muchachos, eran tres. El compadre ya se había ido
para la casa.
La Guerra vino aquí, dijeron ellos que venían al levantamiento del
cadáver, que tenían que saber dónde estaba. La única forma de que
no se escaparan era llegarles unos por tierra y otros por agua, donde
llegáramos todos en el motor el asesino se vuela. La Guerra venía
fija que el asesino era don Ismael, porque don Jorge le había contado
a mi hermano. Hablaron entre ellos que si me llevaban a mí y me
dijeron: compañero, me hace el favor y nos acompaiia y no temapor
nada, usted conoce el terreno y necesitamos que guié una patrulla
por tierra. Me descargaron a mí con dos muchachos y cogimos para
arriba. Ya había caminado como media hora cuando arrancó el mo-
tor con mi hermano y el otro muchacho, dándonos tiempo para arri-
mar iguales. Cuando llegamos estaba Sofía haciendo la comida y
había otros señores, por lo que estaban arreglando una hoja. Los pu-
sieron quietos, mallos arriba y los investigaron a todos. Los demás
estaban en el cocal cogiendo hoja, dejaron a uno cuidando y los otros
se fueron para allá. Arrimaron al cultivo, los rodearon, llamaron al
compadre, a la orden, dijo, y de una vez quieto ahí, y él: yo no lo
maté, lo mató donJorge, mi compadrelo mandó matar... y lo trajieron.
Se pusieron a preguntarles y ahí fue cuando el viejo cantó: que él lo
había matado porque el compadre le había dicho que lo matara, por
lo que la muchacha había quedado embarazada y todavía no se ha-
bían casado y el viejo no quería que la muchacha se casara con él,
quería que se casara con gente de plata, no con un trabajador; y la
otra era por haberle pegado al hijo del compadre... Según hicieron el
croquis, cuando lo mataron estaban en la cocina. El viejo Jorge esta-
ba en una esquina, sentado en un estantillo, el otro compadre estaba
sentado en otro estantillo; entonces el viejo Jorge llamó a José, él iba
con la escopeta terciada en la espalda, se cruzó de brazos atrás y se
puso a escuchar al viejo, mientras el compadre se paró con la peini-
lla y [pá! De no haber sido por la escopeta le baja la cabeza y rueda
cabeza aparte.
Se dieron cuenta que todos estábamos oyendo lo que decía el acusa-
do entonces se lo llevaron retiradito para que no escucháramos nin-
guno. Cuando terminaron se pusieron a vigilarlo de lejos. En un
descuido el asesino se les iba volando, cuando se dieron cuenta ya
LOS COLONIZADORES 67

había gatiado unos cuatro metros para coger la montaña, los guerre-
ros lo vieron y dijeron quieto ahí. Yel viejo: ¡ay! por Dios, no me
maten. Ahí si lo amarraron bien, con un cedal largo, con las manos
atrás y del pescuezo.
Al finado José, después de matarlo lo arrastraron para afuera, de las
patas, como a un animal, y después lo amarraron de los brazos y de
las patas y le metieron un palo y lo llevaron a enterrarlo. Lo iban a
tirar al río, pero Jorge dijo que era mejor que lo enterraran. Orlando
fue a ayudar a enterrarlo, lo mandó el taita. A mi hermano lo llevaron
de perito para el levantamiento del cadáver. Por esos días el río había
crecido y estaba desbordado, eso era puro lodo por todos lados, no se
encontraban huellas de nada. El viejo no encontró la tumba, enton-
ces dijo: que traigan a Orlando que él también sabe dónde se ente-
rró. Era que el viejo no había dicho que el hijo había ayudado.
Entonces fueron al cocal y lo trajieron y de una vez fue y le dijo al
compadre: ¿es que usted se hace el pendejo? Es ahí donde está ese
palo clavado. Era el palo en que lo habían llevado colgado. Al mu-
chacho lo enterraron por donde yo le había dicho a mi hermano que
olía a feo la primera vez que subimos. De una vez comenzó ese viejo
a escarbar con las puras manos la tierra blandita, puro barro, hasta
que al fin fue encontrando. Lo habían enterrado a unos 30 centíme-
tros. Encontraba los huesos y los limpiaba tranquilamente y los iba
echando a una maleta. No quedaba carne, puros pedazos de cuero
ahí pegados yeso olía muy a feo, lo único que tenía carne era una
cotiza. Ya no tenía casi ropa, estaba todo podrido. Eso era media
bolsadita de huesitos, de esos de fibra en que viene la sal, como el
muchacho no era grande... El mismo asesino se lo echó al hombro y
eso le traquiaba en el espinazo.
Llegó la hora del almuerzo. Al viejo lo dejaron con los huesos a la
orilla del río y no lo dejaron ir a almorzar: que ese hijue... sólo se
merecía que lo mataran, porque no tenía compasión de nada, confor-
me sacaba esos huesos, no se le daba nada. A mí ya me habían dado
el almuerzo arriba y me dijeron: compañero, vaya usted ayude a
cuidar, a prestar guardia. Era que yo había llevado una escopeta.
Cuando ya almorzaron todos nos despedimos y nos vinimos. Todos
se montaron y el asesino iba en la mitad y al muerto lo iban a dejar.
Le tocó al asesino ir y traer la bolsa de aliado de un palo y lo echaron
detrás de mí. A juntos compadres los echaron para abajo.
Aquí llegaron, se les dio comida y a lo último dejaron que se le diera
comida y agüita al asesino. Se lo llevaron y de ahí para acá yo no
supe sino por oídas qué más pasó. Esa noche se quedaron arriba de
Víctor Castro. A los ocho días soltaron a don Jorge, que subió por
aquí. Con los días yo supe lo que le había pasado al otro compadre.
Eso que disque le hicieron hacer el roto, la sepultura para él mismo,
68 A LA BUENA DE DIOS

y cuando ya estuvo hecha llamaron a un guerrero de esos que son


novatos para que fuera aprendiendo y le diera el tiro de gracia. De
una vez se cayó al hueco y le echaron tierra.
y el chino Poliodoro, el hijo del asesino, a lo último se les fue. El día
del rescate del finado, la muchacha Sofía le dio la forma para que se
pisara: le pidió permiso a un guerrero para que fuera a traer agua a la
chorrera y el muchacho de una vez se pisó. El chino duró un tiempo
ahí y cada vez que escuchaba un motor se pisaba para la montaña. Se
la pasaba de esa casa hasta más arriba de los japoneses. Tenía puen-
tes por todos lados, por todos esos caños. Un día cogió dos o tres
panelas, una macheta, un toldillo y una hamaca, hizo un joto y se
cruzó, dijo que se iba para Guamal él solo. Yo no sé cómo cruzó el
Duda y el Santo Domingo y se encaramó por toda esa Sierra, cuando
estuvo por allá arriba miró para abajo y vio casas y dijo allá es
Guamal, fue cuando llegó donde Gerardo. Dicen que no se conocía,
que tenía garrapatas por todas partes, el muchacho estaba muy débil
ya. Todo enfermo lo llevaron al pueblo y le dieron remedio, y no
quiso volver más para acá. Buscó trabajo, se ganó el pasaje y se fue
para afuera. Y por allá en Guamal como que del chino no dan razón.
De ahí para acá fue la sal de ellos, se vino la finca al suelo, las hijas
todas ya con hijos... Ahí está la finca abandonada. Ellos se fueron
hace como tres años, cada nada hay chivas de que vuelven: todos los
principios de año dicen que Sofía viene, pero no aparece por acá. El
motor eso lo vendieron, a mí me dijeron que recogiera lo que queda-
ba de vajilla y por ahí la tengo arrumada. Y el sitio quedó con el
nombre Mochacabezas.

EL ALTO GUAYABERO

La colonización en el Alto Guayabero ha sido la más tardía por


ser la zona más apartada. A finales de los años 70 era muy difícil
aventurarse tan arriba, pues además de todo lo que implica vivir más
allá del Raudal, había que navegar distancias muy grandes para lle-
gar a lugares despoblados, donde era casi imposible conseguir cual-
quier tipo de ayuda. A pesar de las dificultades, en esos años unas
dos o tres familias pasaron las bocas del Duda para buscar donde
organizarse. Pero hasta los años 80 no hubo una colonización signifi-
cativa. Esta estuvo motivada inicialmente por el auge de la coca, y
luego por la dificultad de conseguir tierras abajo y por el ejemplo y
apoyo de quienes ya habían llegado a esas alturas del río. Sin embar-
go, fueron muy pocas familias las que se establecieron en el Alto
Guayabera.
LOS COLONIZADORES 69

En la década de los 80 el Alto Guayabero fue testigo de un intento


fracasado de colonización dirigida. En 1984 se pretendió fundar un
pueblo río arriba a unas seis horas en motor de las bocas del Duda.
Por allá no subía nadie en esos días. De los 'conejillos de indias' que
hicieron parte de ese experimento sólo hay unas tres o cuatro fami-
lias que todavía viven en Macarena y una sola que vive en el Alto
Guayabero. Don Rolando y doña Orfilia me recibieron tres días en
su finca, ella me refirió su historia y la de ese pueblo fallido llamado
Espelda Nueva.
Doña Orfilia es caleña y fue en su ciudad donde conoció a su
marido, en condiciones que valdría la pena relatar, pero que nos apar-
tarían de lo que aquí nos preocupa. En Cali tuvo sus tres primeras
hijas y luego la familia migró para Bogotá. Bueno, mejor que sea ella
misma quien cuente lo que siguió.
Nosotros nos fuimos porque en Bogotá estaba la hermanita de él,
ella compró una buseta y lo mandó llamar para que la trabajara. Ahí
estuvimos como nueve años. En Bogotá tuve una niña, Yoanita. Des-
pués nos fuimos para Caldas con el papá de él que lo llevó por allá
a miniar: a sacar oro. Pero eso no había ningún oro. Allá se puso a
manejar también. Estuvimos dos años: primero en San Diego, lue-
go unos días en Berlín, luego otro tiempo en Sonsón y luego en
Dorada.
Entonces fue cuando oímos la propaganda de Espelda Nueva. Eso
fue en el 84. El papá de él fue el que le dijo: mijo, cómo le parece
que hay una propaganda lo más de buena, que por allá en el Meta,
por la Sierra de La Macarena, están repartiendo unas tierras, de a
300 hectáreas. Entonces él fue a Radio Capital a averiguar y allá le
dieron la dirección de dónde había que ir. El fue y habló con don
Orlando López García. Ese señor es periodista y fue el fundador de
El Retorno, que queda para los lados del Guaviare.

Efectivamente,en 1968 Orlando López manejaba un programa de


radio de cubrimientonacional dedicado al campo. Las historias de mi-
seria de innumerablesfamilias que migraron del campo a la ciudad de-
bido a la violencia y a la negativa del Incora de ayudar a los
'ex-campesinos', lo llevó a organizarun primer intento de colonización
dirigida con la ayuda del comisario del Vaupés, de quien dependía el
Guaviareen aquellaépoca. Con una campañaradial, la colaboraciónde
la Fuerza Aérea con transporte para las familias y unos campamentos
hechos por la comisaría en el lugar escogido comenzó la 'Operación
Retorno al Campo'. Fueron unas 750 familias que debieron enfren-
70 A LA BUENA DE DIOS

tarse con la selva virgen, bien adentro, en un lugar llamado caño


Grande entre San José del Guaviare y Calamar, que pasó a conocer-
se como El Retorno. 'Algunos murieron de hambre, otros de palu-
dismo; muchos fracasaron y salieron, regresando a su sitio de origen
o con rumbo desconocido'. Pero otros sobrevivieron consolidando
la colonización, de lo que actualmente es una de las mayores zonas
coqueras de Colombia. El segundo intento de Orlando López no co-
rrió con la misma suerte.
[Don Orlando] era de una asociación de abogados, ingenieros, pro-
fesores de la universidad ... que tenía personería jurídica y todo.
Rolando, mi marido, todavía tiene por ahí el carné. Don Orlando le
sacó un mapa grandote y le mostró donde nos iban a traer. Todo
estaba bien estudiado, ya habían traído la primera gente.
A Rolando le dijeron que había colegios, que había almacenes para
sacar la remesa, que uno echaba una cosecha y si era una hectárea
de maíz y botaba 20 cargas, uno daba cinco a la caja de ahorro y que
esa plata se la iban ahorrando y que de resto, pues se vendía y uno lo
metía en lo que quisiera ... Mejor dicho, eso era una carreta hasta
rara. Que a uno le entregaban 300 hectáreas: cuatro eran donde iba
a ser el pueblo y el resto en la montaña. Y mentiras: todo era puro
cuento.
Don Orlando dijo que teníamos que pagar lo del pasaje de Bogotá a
Villavicencio. Allá llegamos y nos dejaron cuatro días en la defensa
civil, todo por cuenta nuestra. De ahí nos ponían a Macarena los
pasajes que pagáramos: nos quitaron como 180 mil pesos, en ese
tiempo ... Viajamos con el coordinador, que se llamaba Policarpo
Bayona. Venía también don Hugo que ya tenía la señora aquí.
A La Macarena llegamos en un Aeroselva y al pueblo fue uno de los
mismos colonos de Espelda y nos recogió en un motor. En La
Macarena duramos otros cuatro días. Nosotros traíamosbuena remesa,
pero en esos días que estuvimos varados nos gastamos casi todo,
compartiendo con los mismos organizadores ... El que nos recogió
fue Camilo, que era uno de los de la rosca, de los que cuando llega-
ban las remesas de Bogotá eran 'venga pa' ca': vendían todo, se lo
tomaban y la gente arriba aguantando hambre.
Espelda Nueva era un poco de ranchitos, todos feítos, y en uno guar-
daban la droga y la remesa. A nosotros nos habían dicho que disque
aquí había supermercado y cuando llegamos: ni panela, ni sal, ni
nada. Nada que comer, ni siquiera manteca. Don Polo nos dijo que la
remesa todavía no había llegado, pero que llegaba más tarde. Y le
protesté: ¿por qué no me dijeron con toda seriedad cómo era la mallo
aquí? ¿por qué se pusieron con tantos engaños? Entonces dijo: no-
sotros les dijimos así, pero aquí se van a formar escuelas, se va a
LOS COLONIZADORES 71

montar una cooperativa de trabajo, eso no se preocupe que es por


estos días liada más.
Cuando llegamos estaban don Hugo, el paisita, don Camilo, El Feo,
doña Anita... había como 12 familias, y con nosotros, pues, 13. Ellos
ya llevaban como ocho meses, venían de muchas partes, todos se
enteraron por el radio. A esa primera gente la trajeron gratuitamente.
Después de nosotros llegaron como cuatro familias y ya más antes
se habían ido como 30. Toda esa gente fue emigrando de ver la situa-
ción tan triste.
La primer gente que llegó estuvo muy bien, porque fue cuando don
Rito les dentraba toda la comida que mandaban desde Bogotá. Eso
mandaban por cargas, por toneladas: leche, arroz, papá, de todo, y él
repartía bien las cosas. Cuando nosotros llegamos, en esos diítas, él
se había tenido que volar, porque don Polo le hizo la guerra: fue a
Bogotá y le dijo a los doctores esos que don Rito estaba haciendo
una pista y que esa pista no era para sacar comida, sino para sacar
bazuco, y que la gente que había ahí, él la estaba metiendo al
narcotráfico. Ahí misrno al señor lo mandaron a coger preso, enton-
ces le tocó volarse. Eso fue una calumnia muy grande. La pista ahí
estaba, pero ya está enmontada, nunca se utilizó para nada, porque
en esos días todo se desintegró.
Cuando estuvimos ahí sembramos maíz, cuatro hectáreas de pláta-
no, como tres de yuca, cuatro mil palos de caña, fríjol, huerta... Todo
eso se perdió allá en el monte.
A ese señor don Polo lo iban a matar,porque él y los de la rosca comían
bien, toda la remesa que llegaba era para ellos, que eran como siete, y
los demás tomábamos pura agua con limón y comíamos yuca san-
cochada, ahuyama sancochada,plátano sancochado: como marranos.
Yeso eran problemas por todos lados, chismes por todos lados. Ya la
gente aburrida. Y las señoras de esos señores de ver la situación tan
crítica se empezaron a ir una por una. La mujer de Abelino se fue y
empezó a loquiar en La Pista. El marido quedó arriba convencido
que se había ido para Bogotá, cuando le llegó la noticia... Lo mismo
la señora de Teamo. Fueron a rebuscarse, porque qué más podían
hacer. Yome acuerdo de los hijitos del Feo, que la señora también se
sinvergüenció, cuando iban de cacería y repartían y no les daban
camita a ellos, les tiraban las cabezas y las patas; cuando ellos que-
rían comer carne frita cogían una sartencita y le echaban agüita, así
que medio tapara el asientico y cuando empezaba el agüita a gorgoriar
cortaban el pedacito de carne y lo echaban a que se achicharrara ... si
sufrieron esos niños. Sólo quedamos cuatro mujeres que no nos
sinvergüenciamos.
A los organizadores les dieron mucha ayuda: les donaron dos moto-
res, cantidad de herramienta y ahí en la Caja Agraria hicieron pasiar
72 A LA BUENA DE DIOS

a ese señor que presta plata para las fincas... En todo caso, en Espelda
se robaron como 20 millones.
Llegamos en diciembre del 84. El enero lo pasamos más aburridos y
esas niñas enfermas. Como al mes y medio Rolando se salió a raspar
coca donde los Pachos y donde don Octavio, que eran los únicos que
vivían por aquí, además del finadito Eladio. Policarpo le brincó por-
que él se estaba ensuciando las manos de narcotráfico; entonces le
dijo Rolando que si ponía todo lo necesario para sus hijas y nos me-
tía toda la remesa que nos hacía falta, él no trabajaba con narcotráfico,
pero así como estaba no iba a dejar morir sus hijas de hambre.
Policarpo le dijo que si iba a seguir con el narcotráfico era mejor que
dejara la colonización. Rolando le respondió: está bien, me retiro,yo
ya no pertenezco a Espelda Nueva y desde hoy en adelante me voy.
Nos fuimos casi a los dos meses de estar ahí y atrás de nosotros la
gente se empezó a salir. Quedaban 18 familias y de esas no quedó ni
una allá arriba. Sólo hay una en La Pista, la de don Abelino Palacios,
y por allá abajo también está don Jorge Castro, al que le dicen Teamo.
A don Polo le hizo una visita La Guerra para que organizara eso, dos
veces le hicieron el viaje y no lo encontraron, él se les escondía. Y
eso que cuando nosotros llegamos ya lo habían citado dos veces y él
no quiso ir. Lo estaban buscando para decirle que velara y respon-
diera por la gente que había traído, que cuidara que la gente pudiera
suplir sus necesidades, así fuera trabajando por fuera, pero él quería
esclavizamos trabajando en la tierra esa. Ya cuando todos nos
desintegramos entonces él se fue, por esos días lo calibraron en La
Julia.

Así que de todas las familias que llegaron a fundar Espelda Nue-
va, sólo una se quedó. Las condiciones de vida en esa lejanía y en esa
selva no eran nada prometedoras. Como lo cuenta doña Orfilia, eran
los días en que se cultivaba coca. Por eso algunas personas entraron
en esos años, llegaron con la ilusión de hacerse a unos pesos con el
oro blanco. Pero se fundaron mucho más abajo de donde pretendie-
ron hacer el frustrado pueblo. Una de las familias que aún vive allí y
que entró en esos días, venía del Caquetá, donde le fumigaron el
cultivo de coca. Ya sabían cómo era el asunto y aprovecharon que en
Macarena nunca le han puesto problema a esos 'cultivos ilícitos'.
La ola colonizadora más fuerte del Alto Guayabero es reciente, su
inicio coincide con la entrada de 'los araucanos', en 1989 más o
menos. Los famosos araucanos son madereros, oriundos en su ma-
yoría de Arauca, aunque también del Casanare, que llegaron a La
Macarena a despojarla de sus maderas finas y dieron comienzo al
auge maderero que persistía cuando viví en El Tapir. Estos profe-
LOS COLONIZADORES 73

sionales de la madera aprendieron el oficio en su tierra, y una vez


acabaron con toda la ceiba Tolúa, migraron a otras tierras en su bús-
queda, explotando siempre sólo esa especie, la misma que llaman
cedro macho, que según ellos es la única que da la base. Así llegaron
a Macarena. Primero pusieron sus ojos -y sus motosierras- en la
madera más fácil de sacar, es decir, la que está al borde del río y
preferiblemente abajo del Raudal. Pero en la medida que ésta se fue
agotando y que los colonos de Macarena aprendieron el oficio y la
actividad se generalizó, se metieron por los caños navegables y cru-
zaron el Raudal. Así, los madereros llegaron a las veredas El Alto
Raudal y El Tapir, al río Duda y al Alto Guayabero.
El frenesí de la madera llevó a que la gente buscara las tierras sin
dueño para apropiárselas, o incluso a comprar las que aún tienen o
tenían madera, para vender luego 'los palos' o explotarlos ellos mis-
mos. Así, el Alto Guayabero, antes tan poco atractivo, se fue llenan-
do de gente, al ritmo de las motosierras y del tintineo de las mone-
das. La mayoría de estos colonos ya estaba en Macarena cuando
comenzó la bonanza de la madera y lo que hizo fue moverse aguas
arriba. De los araucanos sólo hay dos que hicieron finca en esta zona,
pues a ellos no les interesa instalarse, sino moverse hacia las regio-
nes donde todavía hay madera para explotar.

LAS VEREDAS y SUS HABITANTES

Cuando la colonización arriba del Raudal fue tomando cuerpo, a


la vereda que se estaba formando se le dio el nombre de El Alto
Raudal. Todas las tierras del estrecho para arriba formaban parte de
esta incipiente vereda, cuyo límite superior se movía con la entrada
de nuevos colonos, al ritmo del corte. Pero cuando comenzó a haber
una verdadera organización, es decir, junta de acción comunal y es-
cuela para los niños, se hizo evidente que quienes podían participar
74 A LA BUENA DE DIOS

en las reuniones y mandar sus niños a la escuela eran quienes vivían


más cerca al Raudal.
Debido a que el terreno que cubría esta vereda era tan grande y a
que el número de colonos que no se beneficiaba de la organización
era considerable, algunos decidieron en 1990partir la vereda en dos
y así nació El Tapir. Con ello, los límites de la vereda el Alto Raudal
quedaron claramente trazados. Una de sus fronteras quedó marcada
por la línea imaginaria que se forma entre la Piedra de la Virgen y la
Loma del Tigre, en la boca del Raudal. La Piedra de la Virgen es una
piedra inmensa, como muchas de las que forman las paredes del ca-
jón, que queda sobre el borde izquierdo y que está cerca de la entra-
da" del Raudal; en ella le hicieron un altar a la virgen al que
ocasionalmente los lancheros le piden tener buen viaje. La Loma del
Tigre queda al otro lado del río, un poco retirada de la orilla y a la
altura de la entrada del cajón; de tal manera que la línea imaginaria
es una diagonal que atraviesa el río en la puerta del Raudal. Esta
vereda se extiende por ambos márgenes del río hasta caño Yamú, que
desemboca en la margen derecha del río Guayabero.
Arriba de caño Yamú comienza la vereda El Tapir, que no tiene
fin: se extiende por el Guayabero hasta donde esté el último colono y
por el río Duda hasta el campamento de los japoneses.
La distancia entre caño Yamú y los últimos pobladores del Gua-
yabero es tan grande que para efectos prácticos la vereda cobija a los
habitantes de las orillas de este río hasta poco más arriba de las bocas
del Duda, y a todos los pobladores del Duda hasta Japón. Es decir,
que los habitantes del Alto Guayabero no tienen ningún tipo de orga-
nización, porque realmente no pertenecen a ninguna vereda.

EL CENSO

Con la ayuda de algunos colonos que me contaron quiénes vivían


en las casas que no conocí, pude hacer -en junio de 1993- un censo
aproximado de los habitantes de estas veredas. Dividí el censo en
tres zonas. La primera es la vereda El Alto Raudal, y a la vereda El
Tapir la dividí en dos: los habitantes del río Guayabero hasta las bo-
cas del Duda y el Duda hasta el campamento de los japoneses, y el
Guayabero desde las bocas del Duda hacia arriba. A la segunda área

25. Llamo entrada el extremo de arriba del Raudal, nuevamente siguiendo el


curso del río: entra por arriba y sale por abajo.
LOS COLONIZADORES 75

la llamé El Tapir y a la tercera El Alto Guayabero, como lo muestra el


mapa No. 4.
Los resultados del censo fueron los siguientes:

Hombres Mujeres Niños

Alto Raudal 34 32 56
Tapir 35 28 48
Alto Guayabero 34 24 65
Total 103 84 169
Número total de habitantes 356

Es de notar que la diferencia más grande entre el número de mu-


jeres y de hombres adultos se presentó en el Alto Guayabero, donde
la colonización es más reciente e inestable, puesto que está asociada
con el auge de la madera. y es allí también donde -como lo mues-
tran las siguientes cifras- hay un mayor número de trabajadores
permanentes e itinerantes, lo que aumenta esta diferencia, ya que con
excepción de las cocineras todos los trabajadores son hombres.
Si al número de habitantes por zona se le suman los trabajadores
que permanecen allí, haciendo cálculos por lo bajo, el número de
adultos aumentaría así:

Hombres Mujeres

Alto Raudal 74 66
Tapir 80 62
Alto Guayabero 70 58
Total 224 286

Si además sumamos la población itinerante, es decir, aquellos tra-


bajadores que suben por pocas semanas y luego se van, se puede

é
afirmar que a finales de junio de 1993 había, contando a los niños,

,~
más de 406 personas en toda el área.
76 A LA BUENA DE DIOS

MAPA No. 4
ZONIF1CACIÓN DEL CENSO

SEf1.1Vd-lli'
De. l..A
r-v.(.A~~A

lITIlll I?L I'rL..1b "tJf\'/"!>e~


~ &L.. TAPIF\

~ éL.. AL..TD p..AVPA:L


Tercera Parte

PRESENCIA
INSTITUCIONAL:
¿ZONA ROJA
O ZONA VERDE?
La Macarena es conocida por su riqueza natural, su belleza y su
gran variedad de verdes, entre los que se encuentra el verde militar.
Es famosa por ser parque natural y por sus problemas de orden pú-
blico. Esas imágenes, aunque tienen mucho de cierto, llevan a equí-
vocos. Por una parte, La Macarena no es el paraíso natural donde se
puede pasear entre animales salvajes y plantas exóticas que tienen la
garantía de estar protegidas por nuestra avanzada legislación en ma-
teria ambiental. y, por otra, no es una zona de combates en la que el
viajero corre el riesgo de ser alcanzado por una bala perdida. Aun-
que el hecho de ser reserva, parque nacional o área de manejo espe-
cial no tenga incidencia alguna sobre la protección de los recursos
naturales, y aunque su fama de área de conflicto militar no implique
que la vida allá corra peligro, estas dos características sí afectan la
región. En ambos casos ello está relacionado con la presencia estatal
en el área, de una parte del Inderena y de otra del ejército.
80 A LA BUENA DE DIOS

LA MACARENA: "PATRIMONIO BIOLÓGICO DE LA HUMANIDAD"

De La Macarena se habla corno si fuera un lugar casi mágico. Al


mencionar sus grandes atributos naturales se tiende a confundir su
belleza con las características que hacen de éste un lugar muy parti-
cular y de gran diversidad biológica, pues el valor de esta serranía y
sus alrededores no radica simplemente en sus paisajes, sino en su
incalculable riqueza biológica resultado de una historia particular.
La Sierra de La Macarena es parte del llamado Escudo Guyanés,
una formación geológica muy antigua. Dicha formación rocosa, lla-
mada también de Roraima, tiene sus orígenes en el período Pre-
cámbrico, es decir, hace más de 4.500 millones de años. Además de
esta serranía, en Colombia hay pocos terrenos que hacen parte de
esta antiquísima formación; uno de ellos es la serranía del Chiribi-
quete. Gracias a su avanzada edad, la Sierra de La Macarena tiene
especies que no existen en la Amazonia, pero sí en territorios aparta-
dos corno la Guyana, que son de su 'generación'.
Además de tener este pasado remoto, La Macarena está situada
en un lugar estratégico: está prácticamente integrada a la Amazonia,
limita por el norte y el oriente con las llanuras del Orinoco, y por el
occidente se halla muy cerca a la zona andina, en particular a la cor-
dillera oriental. Ello ha determinado que en la serranía y sus alrede-
dores confluyan especies de los más diversos orígenes. Por medio de
procesos de dispersión, La Macarena ha recibido especies de todas
las regiones que la circundan, además de tener otras asociadas a sus
orígenes en el Precámbrico.
El aislamiento que implica el clima frío de las partes altas de la
sierra y la formación rocosa de sus suelos, permite suponer que cier-
tas poblaciones se adaptaron a estas condiciones llegando a un grado
de especificidad en sus características que las separó de su especie de
origen, formando así una nueva especie. Estos procesos de especiación
son los que generan el endemismo, es decir, la existencia de especies
propias de una zona que no se encuentran en ninguna otra parte del
planeta.
Así pues, la importancia biológica de La Macarena se refleja en
dos aspectos relacionados entre SÍ: su diversidad, producto de su ubi-
cación estratégica y toda su historia natural; y sus posibles ende-
mismos, bien sea en la parte alta de la serranía o en los bosques que
la rodean. Bosques que en buena medida y sobretodo en la parte orien-
tal de la serranía entre el Ariari y el Guayabero, han sido sustituidos
por pasturas, o han sufrido procesos de intervención. Así que los bos-
PRESENCIA INSTITUCIONAL: ¿ZONA ROJA O ZONA VERDE? 81

ques de esta 'área protegida' están en un rápido proceso de desapari-


ción, con lo que se está perdiendo una inmensa riqueza biológica,
que en buena parte es desconocida.

LAS CABAÑAS

La vereda El Tapir abarca una zona en la que limitan el Parque


NacionalNatural Sierra de La Macarena y el Parque Tinigua, la vereda
está por lo tanto en medio de una de las áreas del Sistema Nacional
de Parques que fue administrado por el Inderena hasta la crea-
ción -por medio de la Ley 99 de 9 de diciembre de 1993- del Mi-
nisterio del Medio Ambiente y el Sistema Nacional Ambiental.
Durante mi estadía en la vereda la presencia del Inderena fue casi
nula; las ruinas de lo que algún día fue una de sus cabañas de vigilan-
cia son testigo de la veracidad de la acusación frecuente que se hace
de que los Parques sólo existen en el papel.
La cabaña del Inderena -o mejor, lo que queda de ella- está
situada sobre el río Guayabero en las bocas del Duda. Debió haber
sido muy linda, sobre todo en comparación con las viviendas de la
zona. La cabaña tenía techo de zinc (digo tenía porque una buena
parte de las láminas se las robaron) y fue hecha toda, incluyendo el
piso, con unas tablitas delgadas que por allá no se conocen. Tiene
dos pisos, pero la escalera desapareció, así que si se quiere subir hay
que hacerlo por uno de los huecos del piso de la segunda planta.
Hace años está deshabitada. La conocí un día que iba con algunos de
mis alumnos camino a un cocal cercano a recoger hoja. Ese día en-
contramos un par de avisperos desocupados, huella dejada por las
últimas moradoras de la cabaña. Después de ser abandonada por el
Inderena, sirvió de 'cuartel' para el ejército durante algunos meses,
y cuando estuve todavía la 'contraguerrilla' la utilizaba de vez en
cuando: a finales de abril de 1993 descargaron tropa, que estuvo allí
pocos días, antes de que el helicóptero volviera a 'alzarla'. A veces
también la usan los viajeros para pernoctar, y en la época de subienda
servía a los comerciantes de pescado que llegaban 'de compras' a la
zona.
Lástima, pensaba yo; encontrar esa casita en ese estado a esas
alturas del río es como ver las ruinas de un castillo medieval. y dicen
que esa cabaña no fue, ni siquiera en sus buenos tiempos, tan bonita
como la que la precedió. Porque es que esos son los restos de la
segunda cabaña; la primera tuvo una muerte más rápida a causa de
82 ALABUENA
DEDIOS

un incendio de dudosos orígenes. Culpan a un tal 'churuco' de la


desgracia. Dicen que se enemistó con el funcionario encargado, quien
lo había dejado en su lugar a cambio de una participación en un ne-
gocio de coca que le impedía atender su puesto de trabajo. Parece ser
que el inspector no cumplió con su palabra o que el tal 'churuco'
decidió que su parte era muy pequeña y pidió más. No lograron lle-
gar a un acuerdo y en represalia 'churuco' le metió candela a la cons-
trucción más linda en varios kilómetros a la redonda. Claro está que
la versión oficial dice que fue un accidente; quién sabe...
Esa primera cabaña fue construida por el Inderena en 1970, cuan-
do no había colonos en el Duda, y en el Guayabero tan sólo unos
pocos. La hicieron con el ánimo de tener presencia en la Reserva y
de controlar el negocio en boga: la cacería de tigre y tigrillo. La caba-
ña estaba bien equipada, con deslizador y todo, pues de qué otro
modo podía el funcionario de turno llegar hasta allá. Tuvo varios
inspectores, el primero, de apellido Ramírez se ahogó, y el tercero,
según me dijeron, era el encargado en el momento del incendio. En
la primera cabaña había libros muy bonitos. Según cuenta Rocío,
quien vive desde hace 14 años en el Duda, a ella le gustaba bajar, y
mientras su marido hablaba con el inspector, ella entraba a la biblio-
teca a mirar los libros de animales que allí había.
Después del incendio construyeron la cabaña que hay actualmen-
te, en la que vivieron dos o tres inspectores. Después, por falta de
presupuesto -alegan-, tuvieron que dejar la cabaña a su suerte, y
de milagro todavía queda algo de ella. En el Raudal hay otra cabaña,
construida por el mismo tiempo que la primera del Duda, y que tam-
bién está abandonada. Ha servido, como la de arriba, para albergar a
diversos personajes y -paradójicamente- facilitar la colonización,
como cuenta don Pedro Ladino en Yo le digo una de las cosas ... : "Así
llegamos a la boca del Raudal. El dueño era un señor polaco, muy
formal el hombre, nos ayudó y nos acomodó en la caseta del Inderena,
que estaba desocupada".
Esta presencia de cadáver es la que tiene el Inderena en esta zona
del Parque, además de visitas muy esporádicas, casi turísticas, de
algunos funcionarios.
En el libro Nuevos Parques Nacionales, Colombia publicado por
el Inderena en 1993, se dice que "la gran mayoría de cabañas de
control están en proceso de reubicación" y que "por el momento se
encuentran en funcionamiento sólo dos" (SANCHEZ, HERNÁNDEZ,
RODRÍGUEZ, CASTAÑO, 1990: 171). Una de ellas en La Curia, al norte
de la serranía, y la otra en el pueblo de La Macarena. Esta última está
PRESENCIA INSTITUCIONAL: ¿ZONA ROJA O ZONA VERDE? 83

situada en pleno Parque central y fue ampliada hace poco, es espa-


ciosa y cómoda. Allí tiene su cuartel general el jefe del Parque y los
pocos funcionarios que trabajan con él. La cabaña sirve para albergar
a visitantes ocasionales, o a algunos profesores veredales que van al
pueblo a pasar el fin de semana.
El Inderena no tiene ningún mecanismo de protección para el Par-
que y su presencia parece más bien un adorno". Uno de los funcio-
narios optó por poner una caseta de golosinas como complemento a
su trabajo con el Inderena. Pero esa no es la única actividad alterna.
Los rumores de sobornos por permitir sacar pescado son generaliza-
dos. Con respecto a la extracción de madera, dicen las malas lenguas
que en un principio cada funcionario tenía a su cargo un pequeño
número de comerciantes y que cuando las falcas estaban cargadas en
el puerto, listas para salir a Concordia, el funcionario encargado se
acercaba a recoger la contribución correspondiente. Sin embargo, de
un tiempo para acá -dicen- los comerciantes dejaron de pagar la
mordida y los del Inderena poco pudieron hacer, pues su poder real
tiende a la invisibilidad.
Es de resaltar que el jefe del Parque del tiempo en que yo estuve,
que llevaba dos años en su cargo, era hasta el momento el único que
había vivido en el Parque mismo. Los anterioresrealizabansus labores
desde Villavicencio. También es de notar que quien era el encargado
desde las oficinas del Inderena en Bogotá de mediar las relaciones
con los funcionarios del Parque, osó desplazarse hasta allí en
contadísimas ocasiones y en gran medida por ello su conocimiento
de la zona es lamentable.
Debido a problemas de planificación y falta de recursos, y tam-
bién de voluntad, el hecho concreto es que la labor que el Inderena
cumplía en el Parque no era ni cercana a la que debería ser según lo

26. Según BRAVO,CASTROY PÁRAMO,1993, "El Inderena ha estado presente en


La Macarena desde su fundación en 1968 ... Anteriormente funcionaba como la e.M.V.
(Corporación Autónoma de los Valles del Magdalena) cuyo coordinador era el ma-
yor Naranjo y el jefe del parque el ingeniero Ciro Moreno Rojas. Por ese entonces
había mucha plata y todo funcionaba como un régimen militar; los funcionarios que
recibían la dotación completa debían estar perfectamente uniformados, peluqueados
y afeitados y se les cobraban multas si no cumplían con esto. En 1972, cuando llegó
el doctor Iván Bustos, que era todo mechudo y barbado, la disciplina se acabó. Ha-
bía mucha plata y se tuvieron hasta 10 cabañas en todo el sector, dotadas completa-
mente y con funcionarios que patrullaban por el monte cinco días a la semana. Pero
se acabó el presupuesto y poco a poco fueron despidiendo a una cantidad de funcio-
narios y abandonando las cabañas".
84 A LA BUENA DE DIOS

estipulado en el papel. Es fácil echarle a alguien el agua sucia y liqui-


dar de un trazo las responsabilidades. Pero la cuestión no es tan sen-
cilla. El Inderena también está inmerso en la red complicada y
contradictoria que es nuestro país, y cargarlo con una cantidad de
tareas que no está en capacidad de cumplir, soluciona las cosas sólo
en teoría, y deja que las distintas fuerzas que operan espontáneamen-
te en su zona de responsabilidad hagan de ella lo que puedan entre
traspies y codazos.

LA RESERVA, LOS PARQUES Y EL ÁREA DE MANEJO ESPECIAL:


MUCHO NOMBRE PARA POCA COSA

Tres años después de su creación en 1968, el Inderena fue encar-


gado, por decisión del Consejo de Estado, del manejo y control de la
reserva de La Macarena. En ese mismo año, 1971, se le asignó a la
Universidad Nacional la coordinación de la investigación en el área
protegida.
La Sierra de La Macarena y parte del territorio a su alrededor
había sido declarada reserva biológica 23 años antes, en 1948 (por
medio de la Ley 52, que se reglamentó al año siguiente por medio del
Decreto 438). Esto significaba -o significa- que debe conservarse
con fines de investigación. La organización técnica y administrativa
de la reserva fue adscrita en sus inicios al Instituto de Enfermedades
Tropicales 'Roberto Franco' de Villavicencio. En 1959 se le declaró
Monumento Nacional (por medio de la Ley 163, que se reglamentó
en 1963 por medio del Decreto 264), y con ello se insistió sobre su
carácter de reserva de los recursos naturales. Hasta 1963 se delimitó
el área de la reserva (Decreto 2963 de 1963), según un estudio del
Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional y el Mi-
nisterio de Agricultura".
Dos años después de estar a cargo de la reserva, en 1973, el
Inderena deslindó de su territorio 531.359 hectáreas en las vegas del
Bajo Güejar y el Bajo Ariari, cuya colonización había comenzado 20

27. Según el libro Nuevos Parques Naturales, Colombia, publicado por el


Inderena, los límites del Parque "se definieron entre los ríos Duda y Guayabero, al
occidente; el Curía, el Güejar y el Ariari al norte y al oriente, y el Guayabero por el
sur;" -y continúa de manera ambigua- "la reserva incluyó una extensión aproxi-
mada de 900.000 hectáreas, pero según la cartografía que definió los límites inicia-
les, la superficie era de 1.130.000 hectáreas".
PRESENCIA INSTITUCIONAL: ¿ZONA ROJA O ZONA VERDE? 85

años atrás. Con ello el área supuestamente protegida quedó con una
extensión de 630 mil hectáreas.
En 1989 se creó el Area de Manejo Especial La Macarena que in-
cluye cuatro parquesnacionales" y dos distritosde manejo integrado".
Los Parques Cordillera de los Picachos, Tinigua y La Macarena se
unen para formar un corredor vertical de ecosistemas que abarca del
páramo hasta la selva. El Parque Nacional Natural Tinigua se creó en
septiembre de ese mismo añ030, como parte del paquete. Su creación
es significativa para al área que aquí nos ocupa, puesto que buena
parte de las veredas El Alto Raudal y El Tapir quedó englobada den-
tro de este parque: las márgenes derecha de los ríos Duda y Guayabera
desde el Raudal hasta más arriba del campamento de los japoneses, y
ambas márgenes del Guayabero, en la zona a la que me he referido
como El Alto Guayabero. Si bien es cierto que la creación de la Re-
serva de La Macarena (hoy Parque Nacional Natural Sierra de La
Macarena) fue anterior al proceso colonizador en el área arriba del
raudal Angostura 1,la creación del Parque Tinigua fue posterior a los
asentamientosa lo largodel Guayaberoy el Duda. Esto va en contravía
de la legislación de parques, que establece que en las áreas protegi-
das no puede realizarse ninguna actividad que atente contra el
ecosistema, es decir, que no puede haber asentamientos humanos ni
actividades productivas. Los colonos allí ubicados, así llevaran mu-
chos años, quedaron de un momento a otro en condición de ilegales.
Valdría la pena mencionar que la margen izquierda del caño Per-
dido, que desemboca en el río Losada, que a su vez desemboca en el
Guayabero, también quedó incluida dentro de la jurisdicción del Par-
que, y este es uno de los lugares de donde más se extraía madera en
los días en que viví en Macarena.

28. Picachos (154.000 has.), Tinigua (208.000 has.), Macarena (629.280 has.) y
Sumapaz (137.000 has.), para un total de 1'128.780 has. Sólo se incluye el área de
los parques que está en el departamento del Meta.
29. Distrito de Manejo Integrado de La Macarena Zona Norte-Sur (403.010 has.)
y Distrito de Manejo Integrado del Ariari-Guayabero (2'360.000 has.). Los distritos
de manejo integrado se definen como "espacios geográficos delimitados, para que
dentro de los criterios de desarrollo sostenido, se ordene, planifique y regule el uso
y manejo de los recursos naturales y las actividades económicas". Estos se dividen
en: zonas de producción, zonas de recuperación para la producción, zonas de preser-
vación y zonas de recuperación para la preservación.
30. Por Decreto-Ley N" 1989.Se localiza entre los ríos Duda y Guayabero hasta
el Raudal Angostura I al oriente, el río Losada al sur; el caño Perdido y los ríos
Guaduas y Guayabero al occidente; y cerrando el límite la quebrada Lagartija y una
línea recta imaginaria por el norte.
86 ALABUENADEDIOS

El Area de Manejo Especial puede ser un sistema coherente en el


mapa (ver mapa No. 5) pero en la tierra no funciona. No solamente la
zonificación no coincide con lo que de hecho sucede, sino que desde
que se diseñó no se ha hecho nada para hacerla realidad y demostrar
su utilidad.
El hecho que esta área haya sido reserva biológica no ha impedi-
do el proceso colonizador, pero sí lo ha afectado; del mismo modo
que no ha habido una correspondencia entre la creación del área de
manejo especial y lo que sucede en la zona, aunque la demarcación
del terreno en los mapas sí ha tenido algunos efectos locales. El he-
cho que la margen izquierda del Guayabero y el Duda fuera reserva
desde antes que llegara allí el primer colono determinó que el
poblamiento del margen derecho fuera más rápido e intenso, puesto
que existía una amenaza algo lejana de expulsar a quien se instalara
en terreno reservado. Sin embargo, para efectos prácticos, los colo-
nos no veían -ni ven- diferencia alguna entre las dos orillas del
río, entonces terminaron apropiándose de todas las tierras sin impor-
tar a que lado del río estuvieran.
Tengo la impresión, por la coincidencia en el tiempo, de que fue a
raíz de la creación del área de manejo especial, y por lo tanto del
Parque Tinigua, que los rumores de que iban a sacar a los campesi-
nos asentados en los parques tomó fuerza. Estos chismes no hicieron
emigrar a los colonos, pero sí tal vez acelerar los procesos extractivos,
en particular de madera, aprovechando el auge que comenzaba, para
tomar del medio lo que más pudieran, antes de que los echaran, lo
que resultó contraproducente para ambas partes. Por un lado, ha ha-
bido una disminución notable de los recursos madereros de los par-
ques en los últimos años, y por otro, los colonos, que nunca fueron
expulsados, se quedaron sin madera, es decir, sin riqueza, en sus pre-
dios.
Aunque la delimitación de áreas protegidas no ha sido obstáculo
para la colonización, sí ha frenado la vinculación de programas de
asistencia técnica en la zona, pues todo lo asociado con producción
económica va en contra de la ley. El caso concreto que ilustra el
problema de imposibilidad de trabajar con la población asentada en
los parques, es el de la Corporación Araracuara. Esta entidad prestó
ayuda al municipio de La Macarena en 1986, desde su sede en San
José del Guaviare, a raíz de las inundaciones que hubo ese año, y al
año siguiente instaló una nueva sede en el poblado de La Macarena.
Aunque en un principio la COA sí implementó sus programas de cul-
tivo de cacao y cría de cerdos en las veredas El Alto Raudal y El
PRESENCIA INSTITUCIONAL: ¿ZONA ROJA O ZONA VERDE? 87

MAPA No. 5
ÁREA DE MANEJo ESPECIAL LA MACARENA

AFJ:A Dé MANEJD t:5fELl AL 1. PA",,<UE N¡'LlONAL NIIWRAL 'ÓIEI<.<A De LA MIlCAI'&oNA


LA MACARENA. 1".lONA DI' ¡zaupelCN-loN VARA CA n",EoWAcloN NCjCTb.

(I>E.c.KE.tz> I'\S") 11.. loNA DI' I\UUreRAl.-lor-\ PMA LA p~~~VAélDN S01..

"le ·ZoI<A iIe ~EAAL\ON PAIZA CA fROn'(LfoN N0/'-TE

2,. PA~t¡JE NAUONAL NAH'IIL h"'''')A

.lb. ZoNA DI" !\UIip¡,!<ALION PARA cA P{f~!'IZVAl ,ON :,UR,

3. PMQVE WlUONAL l'IkTJMl LGI'OILJ'l'<\ DE L.Cf, fl''''''")

1. PA~ NAUvNAL NA1JI"AL ~JYIM!ll

\.
\

•. ZoNA DE muPfiWLON IAM LA PWPUCL\ON O<LIDENTé

1. looA liE f1(.of)\)LLID>\ ARJklZ,\-6JJA'''BfW'

6. ~({A. ~ ft.EWfeM(..,{CM 17.t\-¡LA LA r'P-"PJ((.LC1~ SI.$':

- - - -
_._._._
t>IVI'SoION T!;.rt~~I"L
/<.10 1/0 ",,¡;¡o 1. ZON.,I.¡PE fRe~I{A(l[)/'J. SeK]2AN.:A L.A L.lN¡_\:_,~
88 A LA BUENADE DIOS

Tapir, después los suspendió al tener en consideración las leyes del


Sistema de Parques Nacionales Naturales".
En estas condiciones, no es posible pensar, por ejemplo, en for-
mular proyectos que generen un mejor aprovechamiento de los re-
cursos y eviten el acelerado proceso de degradación del ecosistema.
Con la existencia de los parques los campesinos quedan abandona-
dos a su suerte, y los recursos naturales también, puesto que la legis-
lación no tiene ningún cumplimiento.
Por último, el hecho que los colonos estén asentados en áreas
protegidas determina que no tengan títulos de propiedad de sus pre-
dios, al menos válidos legalmente, lo que es una de las señas de su
inestabilidad.

ORDEN PÚBLICO

"¿Ustedes han escuchado que La Macarena es una zona roja muy


peligrosa?
Vea, de todas las regiones que yo conozco, la más sana creo que ha
sido esta".

La presencia institucional de las autoridades ambientales ha sido


mínima en la zona, según se vió en el capítulo pasado. Como se dice
que La Macarena es zona roja y como las veredas El Tapir y El Alto
Raudal están situadas estratégicamenteentre el pueblo de La Macarena
y La Uribe, célebre por haber sido durante años el cuartel general de
las Farc, podría pensarse que el ejército o la guerrilla han llenado ese

31. Los programas de asistencia técnica de la COA fueron suspendidos a raíz de


que son ahora las lJMATA -Unidades Municipales de Asistencia Técnica- las en-
cargadas de estas funciones.
PRESENCIA INSTITUCIONAL: ¿ZONA ROJA O ZONA VERDE? 89

vacío institucional. Sin embargo, hacer una afirmación de ese tipo no


es posible, como tampoco es cierto que esta sea una zona de combate
entre estas dos fuerzas armadas. Bien se ha dicho que los polos de
violencia en el país coinciden con enclaves donde la actividad eco-
nómica es muy rentable. Tal vez ello explique que esta zona haya
sido pacífica en relación con tantos otros puntos de conflicto en el
país. La guerrilla ha tenido un papel bastante marginal si se compara
por ejemplo con su protagonismo río abajo, cerca del Raudal Angos-
tura 1,donde el auge de la coca fue intenso. El ejército tuvo muy poca
presencia en esta zona hasta 1991, cuando decidió hacerse sentir con
estruendosos bombardeos y esporádicas visitas. Guerrilla y ejército
nunca han tenido un encuentro en este territorio, aunque cada uno a
su manera ha quedado grabado en la mente de sus habitantes. Y la
policía, que podría pensarse que ha participado de algún modo en la
vida en la zona, se ha mantenido completamente al margen de los
acontecimientos en las veredas lejanas del pueblo.

LA POLICÍA

Don Adriano afirma que "primero llegó la policía, luego el


Inderena y después el ejército, hace pocos años". Algunos de los pri-
meros colonos recuerdan que cuando llegaron ya había policía en
Macarena. Fue la policía quien construyó, cuando el pueblo todavía
no era pueblo, la primera escuela. Hoy día tiene su centro de opera-
ciones muy cerca de la pista. Llaman la atención los sacos de arena
que rodean la inspección, protegiéndola de un improbable ataque, o
más bien, proveyéndola de un llamativo disfraz de guerra para que
no pase desapercibida. Posiblemente se busca el mismo efecto con el
hecho de cerrar durante la noche la calle donde está el cuartel. Los
policías de La Macarena parecen de vacaciones. Se les ve sentados
charlando, oyendo música y cuidando a sus mascotas: micos, ardi-
llas, tucanes y otras bellezas, que se encargan de entretener a los
agentes mientras cumplen su tiempo reglamentario y son transladados
a otro lugar. Dicen las malas lenguas que se sabe de algunos policías,
que aburridos por la inactividad y deseosos de participar del rebus-
que colectivo, han atracado, amparados por la oscuridad, a quienes
andan muy tranquilos, confiados en la calma del pueblo. Otros apro-
vechan para estudiar. De cualquier modo su actividad más reconoci-
da es la participación en el campeonato de fútbol que organiza la
alcaldía.
90 A LA BUENA DE DIOS

Los agentes poco salen del pueblo, lo que según parece es tradi-
ción, o al menos eso es lo que indica la experiencia arriba del Raudal.
Muchos de sus habitantes no recuerdan haber visto nunca un policía
en la zona, aunque sí hubo una ocasión hace muchos años en que
algunos de ellos subieron hasta el río Duda. El Inderena mandó lla-
mar a la policía por un problema con un colono; pero cuando subió la
canoa con los agentes, el hombre del conflicto bajaba al pueblo en-
fermo de fiebres palúdicas. Con ello el asunto quedó clausurado.
Tiempo hace también que la policía tuvo que colaborar con don
Carlos Bonilla por el asunto del robo de unos marranos. Don Carlos
es hoy un viejo que vive sólo con su esposa y trabaja duro para man-
tener su finquita sobre el Guayabero, cerca a la escuela. Lejos están
los días en que era un potentado de los marranos (bueno, potentado
en su contexto) y que los novios de sus tres hijas mayores se llevaron
al pueblo unos de estos animales con el fin de venderlos, y así, con la
plata conseguida en esos 'negocios familiares', vestir bien en las vi-
sitas a las señoritas. A oídos de don Carlos llegó la voz que sus 'yer-
nos' habían bajado con unos cerdos por el Raudal, justo cuando a él
se le habían desaparecido unos animalitos. Ignacio, el hijo mayor de
los Bonilla, bajó al pueblo y llegó a tiempo para evitar que los nue-
vos dueños echaran los cerdos en el avión a pasar a una mejor vida en
Villavicencio. Ignacio probó que los cerdos eran de su familia cuan-
do llamó a Trueno por su nombre y el marranito le obedeció. La
policía entonces procedió a capturar a los tres sujetos: al jefe de la
banda no le pudieron probar su participación, pues no había bajado
al pueblo a vender la mercancía, y quedó libre; otro de los ladrones
se voló, y al tercero se lo llevaron a pagar carcel 'afuera'. Este episo-
dio sucedió en el pueblo, la policía sólo llegó hasta el Raudal en
busca del prófugo. Este caso corrobora que la policía se ha manteni-
do al margen de los asuntos veredales: esta institución no ha sido
mediadora de conflictos y ni siquiera ha tenido presencia física.

LOS MUCHACHOS Y EL EJÉRCITO

La presencia guerrillera en estas veredas ha sido efímera, sin em-


bargo condujo a acciones muy fuertes de parte del ejército con el
ánimo de ganarle terreno.
Don Adriano recuerda haber visto al primer guerrillero hace unos
18 años: "Lo miré pasar al pie del Raudal. El se identificó, dijo que
estaba tratando con las Farc y habló de la situación de uno... Después
PRESENCIA INSTITUCIONAL: ¿ZONA ROJA O ZONA VERDE? 91

de eso siguieron andando... ". Esta primera aparición coincide con el


secuestro del botánico Richard Starr en 1976. Sin embargo, estos
fueron hechos aislados, la presencia guerrillera no se sintió sino tí-
midamente hasta 1984, como dice Rigoberto: "Comenzó a haber
Guerra [leáse guerrilla] con la vaina de la muerte del muchacho",
porque eso no se miraba casi". Otra era la situación Guayabera aba-
jo: desde comienzos de los años 80 las Farc empezaron a tener un
papel activo a raíz de la bonanza de la coca, convirtiéndose en la
fuerza reguladora de los conflictos.
El ejército estrenó acciones en la zona cuando en 1981 se instaló
en la cabaña que el Inderena dejó desocupada en las bocas del Duda.
Rigoberto recuerda: eso fue "cuando la bonanza de la marihuana, y
duró como seis meses. No eran ni 40 [hombres] y no patrullaban."
Desde allí dieron la orden de evacuar a los colonos del Duda y del
Alto Guayabero, decían que iban a bombardear y así lo hicieron en la
parte alta del Guayabero. Rigoberto, como los demás colonos del
Duda, no se fue:

La orden era evacuar toda la región, a mí me mandaron razón del


puesto que había en las bocas. Entonces me fui para allá con mi
hermano, yeso fue de una vez manos arriba y requisa. Tuvimos un
alegato con el capitán, porque yo le dije que no podía abandonar, que
si querían subieran y me evacuaran ellos mismos, que yo no tenía
cómo, y que además no iba a poner a aguantar hambre a la familia. A
cualquier civil se la puede montar un militar, pero como yo ya era
reservista ... El capitán me mandó a callarme la boca y yo muy for-
malle pregunté: ¿Me puedo retirar mi capitán? Me respondió: Cuan-
do quiera. Le dije que no me iba a salir, no me dijo nada y me vine.
Por aquí no pasó nada. Cuando eso La Guerra no andaba por acá.

Los colonos del Guayabera sí evacuaron. Eran pocas familias,


pero vivían muy lejos del pueblo y les tocó bajar como pudieron. Los
Betancourt eran de los pocos que tenían motor para transportarse,
bajando por el río rescataron a Gorrita, un vecino que intentó salir en
balsa y 'estaba para ahogarse'. Tuvieron que dejar todo tirado: los
animales y las cosas, porque apenas había espacio para embarcar la
gente. Doña Nora le echó todo el maíz que pudo a las gallinas y le

32. El asesinato de un trabajador, caso que fue investigado y juzgado por la


guerrilla. Este hecho se relata en la segunda parte de este volumen bajo el nombre de
Los Mochacabezas, p. 60.
92 A LA BUENA DE DIOS

abrió las puertas a los marranos para que cogieran monte. En el pue-
blo duraron sus buenos días. A los Betancourt el ejército les quitó el
motor, tuvieron que poner la queja con el superior para que se los
devolvieran, pero desvalijado. En esa época el ejército tomaba lo que
necesitaba, animales, o un motor como en este caso, y disponía de
ello sin ninguna explicación, apoyado simplemente en la evidente
posesión de la fuerza.
A partir del año 1984 la guerrilla comenzó a pasar con mayor
frecuencia, yeso, el simple paso, se constituyó en su forma de hacer
presencia. Como dice don Adriano: "Los Muchachos salían como
los manaos: de cualquier parte. Ellos no le decían a uno de dónde
venían ni para dónde iban. Andaban por la agua o por tierra; vestidos
todavía mejor que los militares, con mejor equipo que el ejército.
Eso andaban de a 600, 700 hombres y mujeres". Rigoberto recuerda
que "cruzaban hasta siete y ocho falcas llenas de gente".
Además del caso de los Mochacabezas, no hay conflictos de re-
nombre cuya solución se le atribuya al poder de la guerrilla... y mu-
cho menos al Estado. Había pocos problemas y la guerrilla tenía pues-
tos sus ojos en otras zonas. Bien lo dice, nuevamente, Don Adriano:
"Ellos querían prohibir la pesca para que no se acabaran los recursos
naturales, pero no pudieron. Venían, decían eso y se iban y luego
venían los pescadores y pescaban". Los problemas de linderos co-
menzaron con la venta de madera. La entrada del ejército, a través
de los bombardeos, coincidió con el comienzo del auge maderero,
por eso la guerrilla no alcanzó a probarse como poder mediador en
ese terreno. Dice Rigoberto: "Ellos arreglaron problemas de linde-
ros, pero por allá abajo en el Guayabero, por aquí no. Yo les dije que
me arreglaran el lindero y me dijeron que sí, pero después se fueron
y el lindero quedó en las mismas, los Castro se metieron y acabaron
de cortar todo. La Guerra nunca estuvo cuidando nada [se refiere a
los recursos naturales J, a mí me dijo que si no tenía problemas de
linderos podía vender los palos".
La presencia del ejército hasta finales de 1991 fue esporádica.
Don Adriano relata de qué manera los afectaba:

Cuando el bombardeo ese por allá en la Uribe [diciembre de 1990],


que decían que habían cogido un gringo, entonces cayó ejército a La
Macarena y estuvieron aquí, de paso, me hicieron unas preguntas,
que si había visto algo raro. De raro,pues hasta ahora ustedes..., les
dije. Ellos se vinieron del pueblo y se quedaron un tiempo en La
Cabaña, duraron como unos cinco meses; no hacían nada, ni le de-
PRESENCIA INSTITUCIONAL: ¿ZONA ROJA O ZONA VERDE? 93

cían nada a uno. Yo iba allá a dejarles comida, cuando eso yo tenía
motor. Aquí estuvo el teniente que comandaba ese grupo cuando ya
iban de pa'bajo y aquí en el patio dijo que le habían dado mucho y
que él no había visto personal bueno como el de por acá, que donde
quiera que él llegaba le daban aun cuando fuera tinto. Se fueron muy
contentos.
En ese tiempo tenía que andar uno con el cuaderno debajo del soba-
co para ir a hacer remesa, si traía usted cinco panelas el ejército le
dejaba dos, si traía cinco barras de jabón, lo mismo, le dejaba dos.
Había puesto en el Duda y otro donde Pablo Ramírez [entre el Rau-
dal y las bocas del Duda], y a toda la gente la requisaban. Ellos no
dejaban pasar remesa grande, decían que era para la guerrilla. Eso
duró harto, a mí nunca me llegaron a requisar la remesa, yo todo lo
que compraba me lo dejaban pasar. Eso se acabó porque en esas se
alevantó todo el ejército de La Macarena, se fueron porque no había
nada, no habían topado nada de lo que andaban buscando. Cuando
volvieron ahí sí se estacionaron y no se han vuelto a ir.

UN COMANDANTE EN LA REGIÓN33

Durante la década de los ochenta, en su vida de guerrillero, a


Hermides Losada le tocó rondar la zona del Guayabero y el Duda,
primero en calidad de visitante y más adelante como comandante de
diferentes frentes en el Guayabero, el Duda y por último en el Gua-
viare. Así pues, Hermides, como lo rebautizaron las Farc, conoce
bien la historia de la guerrilla en esta zona por ser su propia historia.
Es un pasado que en buena medida se limita a la presencia guerrillera
en los alrededores del Alto Guayabero y del Duda y en el que, por lo
menos en lo que concierne a las veredas arriba del Raudal, no hay
lugar a cantos épicos sobre peligrosas maniobras o gritos de batalla.
Hermides es un hombre joven, pequeño y fornido, con ojos chiquitos
y mirada atenta. Es serio y amable, generoso cuando habla y muy
claro. Tiene en sus rodillas las huellas de una operación que lo obligó
a retirarse de la vida miliciana en la que se enroló desde muy joven
en el Caquetá.
Hermides Losada pasó por primera vez por el Guayabero en 1980,
cuando llegó a pie desde el Caquetá con dos compañeros. Muy poca
gente vivía en el Alto Guayabero en esos días: los Betancourt, Gorri-
ta o Gorro'e paja, el indio Alejandro y el tuerto José, entre otros. Era

33. Entrevista a Hermides Losada, 1994.


94 A LA BUENA DE DIOS

la época de la bonanza de la marihuana y por eso había algo más de


gente. Estando en el Guayabero, mucho más arriba de las bocas del
Duda, lo cogió la orden de evacuar que impartió un mayor que estaba
en las bocas del caño Perdido, y él bajó obediente como uno más de
los colonos allí asentados. Hubo orden de evacuación en razón de
que el ejército planeaba bombardear el Alto Guayabero y el Duda.
Según Hermides, el bombardeo era la respuesta del ejército a una
acción de la guerrilla en Puerto Crevaux, situado en el municipio de
la Uribe entre las quebradas Santander y las Dantas.
Molesta y sin entender razones, la gente del Guayabero se em-
barcó como pudo, abandonando animales y enseres. A las cuatro de
la tarde llegaron a las bocas del Duda, donde había un puesto del
ejército. El teniente los registró uno por uno (Hermides pasó por
motorista) y, muy formal, les dio a todos agua de panela y comida.
Pasaron esa noche en la cabaña. Encartado con toda la gente que
bajó, el teniente llamó a su superior a plantearle el problema, el ma-
yor del caño Perdido le contestó: "¿Ya se le están aflojando los pan-
talones? Cumpla con la orden que usted es un militar". Despacharon
a todo el mundo al pueblo, sin más, obligándolos a esperar a que el
ejército tuviera a bien dejarlos regresar a sus fundos. Ante tal arbi-
trariedad se organizó una comisión para arreglar la difícil situación
de la gente. Como miembros de esa comisión estaban: Valentín, un
cura español,don Pacho Betancourt,un tenientede la policía,un comer-
ciante del pueblo y el alcalde. Fueron hasta el Perdido a hablar con el
mayor que dirigía el operativo, pero no les hizo caso. Entonces fueron
hasta la Brigada en Villavivencio,y así lograronponerle fin a la pesadi-
lla. Regresaron ocho días después con gasolinay ayuda de la alcaldía.
A los quince días Hermides Losada bajaba nuevamente al pueblo
en compañía de algunos vecinos con un cargamento de semilla de
marihuana para vender. El teniente de las bocas del Duda los cogió y
no hizo caso cuando don Pacho le dijo que esa semilla era para cura-
ción porque él era botánico; los detuvo, les quitó las cédulas y les
decomisó los motores. El teniente habló con el mayor que dio la or-
den de mantenerlos retenidos porque él iba a subir con dos desertores
de la guerrilla. Hermides temblaba, pero la buena fortuna estuvo de
su lado: el mayor no pudo subir y a ellos los mandaron sin papeles
para el pueblo. A los cuatro días subieron por las cédulas, pero Hermi-
des se quedó en el pueblo con la disculpa que tenía paludismo. Subió
después solo, del pueblo lo llevaron hasta las bocas del Duda y de ahí
subió en el motor de un sargento, iba a encontrarse con unos compa-
ñeros con quienes salió al Yarí en nueve días.
PRESENCIA INSTITUCIONAL: ¿ZONA ROJA O ZONA VERDE? 95

Al llegar al Caquetá, Hermides supo que había sido ascendido de


comandante de escuadra a miembro de dirección del Frente 15 del
Caquetá. Con este cargo tuvo uno de sus pocos enfrentamientos en la
inspección de Puerto Cartón en 1982.
En marzo de 1984 lo llamaron para encomendarle la misión de
fundar un nuevo frente con 50 hombres del Frente 15 y con presu-
puesto para un año. El 28 de mayo comenzaba el proceso de paz
promovido por el presidente Betancur: hubo una gran fiesta y en la
Uribe al comandante Hermides Losada le dieron por escrito el plan
de trabajo del recién creado Frente 27, que consistía en una labor
política: 'conquistarse la zona'.
Así llegó por segunda vez a Macarena. Organizó varios campa-
mentos: durante un mes estuvo donde Víctor Castro; luego dos me-
ses en un punto muy cercano a donde hoy queda la escuela El Tapir;
se trasladó por otros dos meses a la cabaña; y por último se instaló en
La Raya, en el río Duda. Sus vecinos más cercanos eran Miguel Ca-
brera, río arriba, y los 'descabezadores', río abajo. La Julia --el últi-
mo caserío del Duda- no existía, sólo la vereda Buenos Aires. Hoy,
bajando por el Duda desde La Julia, además de Buenos Aires hay dos
veredas más: Ojo de agua o La Amistad y La Paz, que llega hasta La
Raya. Gastaban en ese tiempo tres días hasta Mesetas, tres a La Uribe
y dos al Oriente, por la carretera que une a Mesetas con La Uribe. El
Frente 27 cubría un área vasta ubicada entre La Catalina y la Uribe,
Piñalito y Mesetas.
Hermides se dedicó a trabajar con su tropa: abrieron camino des-
de La Raya hasta donde Miguel y de ahí hasta La Pista en minga con
los campesinos, y limpiaron hasta la Uribe las trochas hechas por la
compañía petrolera. Estos fueron los caminos de la colonización,
pues la gente que abandonó los fundos en el ochenta pidió permiso
para volver, regresaron en masa, reactivando el poblamiento de la
zona. Fue un año en que aumentaron en número de hombres y pu-
dieron trabajar porque había plata de la coca.
El el Pleno de febrero de 1985 se decidió la conformación de la
Unión Patriótica y en marzo de 1985 a Hermides lo mandaron al
Guaviare de comandante del 7Q Frente, donde tuvo que apoyar el
proceso político que luego fracasó. Entregó el Frente 27 a Martín
Villa,y Hemán Benítez, comandante hasta ese momento del 7Q Frente,
fue encomendado a fundar el Frente 31 en Medellín del Ariari. Al
Frente 27 lo desplazaron hacia Piñalito en 1987, teniendo aún de
comandante a Martín Villa, y el Guayabero y el Duda quedaron den-
tro de la jurisdicción del Frente 42 que tenía sede en las bocas del
96 A LA BUENA DE DIOS

Losada, hasta que en 1993 se desplazó para la cordillera. Esta zona


fue asumida entonces por el 72 Frente.
En el Guaviare Hermides participó en los diálogos de paz y en las
comisiones de verificación, de las que era miembro por ser coman-
dante de Frente. Ayudó a organizar la UP en Macarena, que llegó a
la alcaldía con su candidato Jorge Delgado. A finales de 1987 se
violaron los acuerdos y se acabó la paz. Durante ese tiempo, el 72
Frente realizó un importante trabajo político, que incluso tuvo el
apoyo de un equipo de Bogotá, aumentó en número y se armó bien
con la plata de la bonanza de la coca que se sintió fuerte en ese
departamento; pero esa es otra historia.

LOS BOMBARDEOS

La estrategia empleada por el ejército para irrumpir en la zona


fue brutal: bombardearon la selva en varias ocasiones, comenzando
en 1991. Ello marcó el inicio de un corto período de presencia esqui-
va de las fuerzas militares, en el que la guerrilla desapareció. Cuan-
do el ejército volvió a retirarse, la guerrilla ganó campo nuevamente,
con una presencia esporádica y en un intento de ganar espacio como
fuerza reguladora de conflictos.
En el Duda hubo dos bombardeos, Rigoberto recuerda:

Antes de los bombardeos nunca había pasado ejército, ni policía por


acá, de lo que es ley, nada. El primer bombardeo del Duda fue en Isla
Grande, más arriba de Japón, a principios de 1991. A mí me tocó
ayudar a sacar un poco de trasteo de una familia que vivía allá. Los
últimos colonos tenían una finca viejísima, que les habían dado los
Andrade, era al mismo lado de Japón, pero mucho más arriba. De-
cían que a esa familia le llegaba mucho la guerrilla y como ellos no
tenían mucho tumbado, estaban recién instalados y apenas socolando
para tumbar alrededor de la casa, miraron la casita ahí metida dentro
de la montaña y dijeron: eso es un puesto de guerra: de una vez le
tiraron el bombardeo y cayó el ejército. A ellos les tocó salir trotan-
do en el motorcito que tenían, salieron dejando abandonado todo y
aquí vinieron a parar.
El avión, ese que llaman marrano, comenzó a dar una vuelta prime-
ro, a tomar el punto de referencia. Cuando uno ve una vaina de esas
uno se pone pilas y si está en la montaña de una vez sálgase pa'fuera
porque van a bombardear. El señor estaba lejos haciendo un potrilla
con los hijos, cuando vieron que estaban ametrallando por los lados
PRESENCIA INSTITUCIONAL: ¿ZONA ROJA O ZONA VERDE? 97

Dibujo de Wilson Ortiz


10 años, 2do. de primaria. Internado El Tapir
98 A LA BUENA DE DIOS

de la casa, entonces de una vez se fueron para allá. Cuando cayeron


los helicópteros en la playa, que queda ahí cerquitica de la casa, en-
tonces ellos se fueron, bajaron a remo y por acá bien abajo sí pren-
dieron el motor. El ejército estuvo como dos o tres días ahí, volvieron
y los levantaron y se fueron.
Como a los ocho días nosotros subimos: habían destrozado todo,
todo 10 de la casita. Habían roto las bolsas de la remesita que tenían
y regado todo afuera, la ropita, todo; no dejaron nada adentro.
Con ese primer bombardeo se fueron los manaos y llegó el ejército.
Luego fue cuando bombardearon y dejaron ejército por todos lados
en septiembre del año antepasado [1991]. Desde el segundo bombar-
deo la guerrilla se perdió. Claro está que por aquí nunca ha habido,sólo
cruzaban por acá, pero nunca más se volvió a mirar nada de esa gente.

En ello coincide don Adriano:

Desde que llegó el ejército la guerrilla no volvió. El ejército entró a


La Macarena [al pueblo] hace siete años, pero por aquí no hace sino
tres: cuando los bombardeos en el 91. Eso fue la contraguerrilla. En
esta zona la guerrilla y el ejército nunca han peliado, eso no es sino
fama; en cambio el ejército viene y bota todo ese poco de plata por
ahí en bombas y ametralladoras, pero corriendo a la cacería porque a
quién van a coger por ahí.

y recuerda bien el último bombardeo, el más feroz, que duró dos


días:

El profesor Alvaro se había ido para donde Bonilla a hacerle la visi-


ta, andaba con Henao [director del Inderena]. Eran por ahí como las
cuatro de la tarde. Acababa yo de venir del trabajo cuando un heli-
cóptero que subía y volvía y bajaba y volvía y subía... eso duró como
una hora. Cuando hizo una bajada otra vez de pa'bajo y oímos noso-
tros una rumbazón que parecía el fin del mundo: venían aviones y
más helicópteros. Uno creía que iban a pasar, y no, cuando miramos
fue que comenzaron a remolinear uno detrás de otro y se fueron ba-
jando y bajando. Y nosotros parados ahí en el patio con unos niños
de la escuela que estábamos asistiendo y con otros que habían veni-
do, esto estaba lleno de niños y todo el mundo asustado, hasta la
profesora... Y el profesor venía por la trocha, le pasaban bajito y él
se tiraba al suelo, llegó con las rodillas y los codos pelados. Cuando
él oía que los aviones se alejaban se paraba y corra, hasta que llegó
todo asustado ese señor, y Henao, pues también. Estaba yo parado
ahí poniéndoles cuidado cuando dio una vuelta un mirage y se vino,
pero bajitico ese animal, yo dije: se va a llevar la casa por delante.
PRESENCIA INSTITUCIONAL: ¿ZONA ROJA O ZONA VERDE? 99

Miré que soltó una cosa aquí derecho de la casa y se vino dando
vueltas la cosita, no era muy larga y tenía una cuerdita, yo nunca
había visto una vaina de esas. Cuando el avión ya iba lejos, la vimos
que se enderezó, pero esa vaina chillaba... Donde cayó era monte,
como a unos 50 metros del río y levantó una llamarada de candela
más alta que La Macarena. Y siguen... ¡Ahí sí se descargan! Dan otra
vez la vuelta y botan otra ahí en el río, eso se formó una humareda
muy bestia, como 500 metros, se volvió humo el agua y sonaron
cosas aquí contra esos palos. Yoestaba recostado contra ese estantillo
y el golpe me sacó a la asequía, eso traquió la casa. Ahí sí nos estaba
dando susto, dijimos: nos van a acabar. Fueron como cinco bombas.
Cuando ya comenzó a oscurecerse, entonces se fueron.
La profesora se vino pa'ca con todos los niños y la guisa, allá"no
quedaron sino Henao y el profesor. Como a las 7 de la noche se me
ocurrió decirle a Agustina que madrugara a hacer tinto para alcanzar
a tomar antes de que llegaran los aviones. La profesora dijo: Don
Adriano, 110 diga eso. Estaba parado en el patio a las 6 de la mañana
tomándome el tinto y llegaron, y todo nubado, nubado, estaba la
nube bajitica. Duraron como una hora dando vueltas, y nosotros
-<:Iaro-- con miedo. Entonces echó a alejar la nube, echó a aclarar;
cuando ya miraron, entonces se estallan contra esa serranía, pero es
que eso no era sino bajar, bomba y metralla contra esa serranía. Una
cosa es contar y otra haber vivido eso. Descargaron ejército, pero en
el filo, de ahí pa'ca quedó la base. Y allá en la cabaña botaron tam-
bién, pero no duró sino unos 15 o 20 días. Y también donde Alba.
Después de eso aquí no ha parado el ejército.

Rigoberto también se refiere a ese bombardeo:

Cuando el bombardeo de septiembre, Emiliano estaba trabajando en


el potrero, se arrimó a un palo porque vio que los helicópteros esta-
banjodiendo mucho ahí cerquita. Estaba con la rula, en pantaloncillos,
cuando cayeron dos helicópteros en el potrero, él dejó abandonada
la casa y se fue... y fue a salir allá donde Ricardo en el Guayabero.
Aquí había un aserrador y nos dijo que lo lleváramos por allá abajo
para irse pa'l pueblo. Nosotros no sabíamos que habían descargado
ejército, cuando bajamos no había nadie. Estaban aserrando donde
Ramiro, compramos cigarrillos donde las pastusas, dejamos el mu-
chacho donde José Malo y subimos un ayudante. Nos cogió la tarde,
veníamos como a las siete de la noche, ya no se miraba, dejamos los
cigarrillos donde Ramiro y nos vinimos. Veníamos frente de donde
Emiliano y yo le dije al motorista: mano, como que Emiliano 1I0S
llama, eso con el ruido del motor no se escuchaba nada, cuando hi-
cieron una descarga... Yo pegué un grito, me mandé la mano a la
100 A LA BUENA DE DIOS

barriga, creí que me habían matado. Cuando los soldados: arrimen


cabrones pa'ca y arriba las manos. ¿Qué manos arriba? -les diji-
mas- entonces, ¿cómo vamos a arrimar? Si vamos con las manos
arriba, pues nos vamos agua abajo... Yo de una vez cogí el remo y
me fui arrimando. Venga usted pa' cá y usted pa' cá , nos dijeron, y a
los otros muchachos les pusieron una pistola en la cabeza. A mí sí
me sacaron lejos, me iban que disque a colgar: usted está gordito pa'
colgarlo de aqui de este palo. Les dije: Pues cuélgenme. -Tiene que
cantar todo. -Pero, ¿cantar qué? Yono sé nada. ¿Qué quiere que le
cante? -Pues de la guerrilla. ¿Dónde la dejaron? -¿Cuál guerri-
lla? Nosotros no cargamos a nadie. -y ¿dónde dejaron la remesa
que tratan pa' Los Muchachos? -¿Cuál remesa? Ustedes nos están
confundiendo con una chalana que iba por allí, que venía a cargar
una madera, que la cogieron, la ametrallaron y le echaron bomba,
que ahí iba un muchacho que hirieron... y esa chalana sólo venía a
cargar madera, venía con un viaje de tambores de gasolina para
hacer balsa. -Y¿ dónde está esa chalana? -Esa cogió río abajo a
llevar al herido pa '1pueblo. -Pues si no canta usted todo lo que
sepa, de aquí no se va. -Yo no sé nada más, ustedes verán. Fue cuando
les dije que yo había pagado servicio militar,que yo conocía cuando el
coronel José Joaquín Matallana Bermúdez del batallón... de la Sexta
Brigada , que estuve en el batallón número uno de policía militar en
Bogotá Entonces ya se voltió la vaina. Me preguntaronque si yo era
dueño de finca por aquí. Les dije: Si señor;la finca mía es por aquí
arribita y para allá voy. Entonces me soltaron: Puede irse, pero no
vaya usted de noche a salir de alláporque no respondemospor nada.
Como ese día nos cogió la noche, creyeron que eramos guerrilleros,
nos dieron rafagazos y dijeron, pues aquí los cogimos.

La presencia del ejército también se hizo efectiva con algunas


visitas:
El verano antepasado [91] estuvo el ejército como en noviembre, en
enero se fueron. Llegaron aquí dos veces, todo diciembre lo pasaron
aquí, ellos tenían sus campamentos por allá adentro, después se fue-
ron para las bocas de Santo Domingo, ahí pasaron año nuevo y vol-
vieron otra vez. Por aquí pasaron como 400 tipos.

JOVEN GUERRILLERO:
¡Gánese 40 millones
por entregar a su cabecilla!
PRESENTESESINTEMORA CUALQUIERAUTORIDAD.
SU SITUACION JURIDICA LE SERA RESUELTA!

DECIDASEy BIENVENIDOA LA SOCIEDAD


PRESENCIA INSTITUCIONAL: ¿ZONA ROJA O ZONA VERDE? 101

INCONSCIENTE COLECTIVO

Desde que se inauguró el puesto del ejército en la Serranía los


colonos se acostumbraron al paso frecuente de los helicópteros que
suben y bajan llevando tropa o remesa. Yomisma los escuché y los vi
varias veces durante mis visitas y mientras viví en la escuela. Pero no
sólo se ven o se oyen helicópteros... El 29 de abril, era jueves, había
reunión en la escuela con la representante de Bienestar Familiar de-
bido a malos manejos dados a un auxilio para la alimentación de los
niños. Esperábamosa la 'doctora' temprano,pero a la hora de almuerzo
no había llegado. La razón era sencilla: las ráfagas y las bombas del
ejército los detuvieronen el Raudal. En la escuela alcanzamos a oír los
ecos de la guerra:contamos seis bombas y varias ráfagas de metralleta.
Todos los asistentes aventuraban hipótesis sobre dónde estaba te-
niendo lugar la actividad. Vimos también los helicópteros y un k-fir.
Resultó que todo ese alboroto era 'necesario' para descargar tro-
pa en una finca cercana al Raudal. En la cabaña también descarga-
ron, pero sin hacer escándalo.
Esa noche sucedió algo extraño en la escuela. Se acabó la reunión
y los asistentes se fueron. Algunos padres se llevaron a sus hijos y,
además de los profesores, sólo durmieron ocho niños en el internado.
Cocinaba la vecina, doña Rubiela. Los comensales eramos nosotros
once y la familia de doña Rubiela. La noche era muy oscura. Doña
Rubiela estaba lavando la losa cuando le pareció ver dos hombres en
el camino al río, uno de ellos fumando. Se lo dijo a don Eliécer, su
marido. Los tres profesores estábamos comiendo, don Eliécer se nos
acercó y nos pidió la linterna. Volvió con el mismo cuento de su
mujer: él también creyó haber visto a los dos hombres, pero cuando
fue con la linterna no había nadie. El profesor Javier dijo haber visto
una luz como de linterna por los lados del camino, antes de que don
Eliécer hubiera ido. Como nos correspondía, los profesores fuimos a
ver qué pasaba. Tampoco vimos nada, llamamos y nadie respondió.
Los niños se pusieron nerviosos. Nos acompañaron al río, nos cogían
y no se despegaban, estaban muertos del susto; los más grandes bus-
caron rastros y tampoco encontraron nada.
-Profe, ~me dijo Wilson en voz baja- eso son Los Muchachos.
--Que van a ser Los Muchachos -les dije convencida. Además,
en esta escuela se le da posada a todo el que llegue, así que nadie
tiene necesidad de andarse escondiendo por ahí.
-Profe, hable pasito que nos pueden oír.
-Pero si no hay nadie, ¿quién nos va a oír?
102 A LA BUENA DE DIOS

-Profe, --dijo esta vez la arriera- eso sí son ellos, no ve que no


les gusta que uno los vea.
-Si no les gusta que uno los vea, no saldrían al camino fumando
y dando papaya.
Pensé que era un equívoco: unas sombras y una luciérnaga que
habían despertado la imaginación de nuestros vecinos, pero los ni-
ños no estaban tan seguros y se negaron a.irse a dormir. Estábamos
calmándolos, dándoles seguridad, cuando Coqueta empezó a ladrar.
Eso sí era algo inesperado.Coqueta era una perra de la vecindad, cuyo
segundo hogar era la escuela. Se venía por la trocha y llegaba llena de
garrapatas a dormir, buscar juego y robar comida. Pero de cuidar poco
sabía, nunca ladraba. Esa noche se creció el animalito, ladraba duro
fuera de los predios de la escuela a un poco de monte que haya la orilla
del río. Fuimos hasta la cocina, en silencio, con una horriblecerteza de
que alguien andaba escondido por ahí. Coqueta no dejaba de ladrar y
los niños se me pegaban como sanguijuelas. Los profesores Sergio y
Javier fueron a investigar y yo me quedé en la cocina con los niños,
mirando como los valientes se alejaban.
-Ve profe que sí hay alguien.
-Pues eso parece, -les dije- pero tranquilos que no tienen mu-
chas ganas de venir a visitamos.
-Nos deben tener rodeados, así hacen, se van por entre el monte
y le dan la vuelta a la casa, cuando uno los mira ya están en todas
partes.
-Duermen al lado de la casa y uno no se da cuenta sino al día
siguiente.
-A veces uno sólo ve el rastro y lo que dejan.
-Sí profe, una vez se quedaron como dos semanas donde noso-
tros durmiendo entre el monte y nosotros no nos dimos cuenta cuán-
do llegaron, -rne confesó Carlitos.
-Chismoso -lo regañó la hermana.
-A mi casa también fueron, yo estaba con mi hermano. Cuando
oímos ruidos salimos y ahí estaban. Nos preguntaron que si estába-
mos solos y les dijimos que sí. Yo me asusté al ver ese poconón de
gente, pero el capitán les dijo que sólo habíamos dos niños. Nos pu-
sieron a bajarles frutas y a mí me quedaron doliendo los brazos de
tanto colaborarles.
Todos tenían cuentos, no supe cuáles eran del ejército y cuáles de
la guerrilla, y aseguraban que mientras hablábamos había hombres
durmiendo guindados entre el monte y que lo mejor era no ir, porque
andaban bien armados. En esas pasó algo, Coquetá se fue a ladrar
PRESENCIA INSTITUCIONAL: ¿ZONA ROJA O ZONA VERDE? 103

más lejos y al poco tiempo volvieron los profesores. "No vimos nada",
nos dijeron. Pero luego supe que habían oído el ruido de algo grande
que se alejaba y que en ese momento Coqueta se fue a ladrar más
adelante. Al rato se calló y volvió. Alos niños se les espantó el sueño
y a nosotros también. Todos querían dormir con los profesores. Era
una noche fría, la más fría que recuerdo. Se abrigaron y Javier repar-
tió camisas y sacos a los que no tenían con qué cubrirse. Parecían un
grupito de refugiados a la luz de la Coleman en el salón de clases.
Pusimos música y charlamos hasta que les dio sueño y accedieron a
irse a dormir. Tenía la sensación que nos estaban mirando, que obser-
vaban todo lo que hacíamos, especialmente con la potente luz que
nos iluminaba en ese salón sin paredes. Los inodoros no tenían puer-
ta y a la hora de ir a acostarme me daba como pena ir al baño: creía
que me veían.
Al día siguiente le contamos a don Eliécer, quien no pareció ex-
trañarse. Nos contó la historia de un sargento que llegaba a las casas
sin ser visto y oía detrás de las paredes lo que la gente conversaba.
A raíz de los sucesos de ese día quedé con la idea que la guerrilla
y el ejército están impresos en la imaginación de los niños, y de los
adultos también. Son una especie de fuerza poderosa semioculta. Una
fuerza real que han visto y con quien han hablado, pero a la que le
atribuyen poderes casi mágicos. Todo lo que anda entre el monte
tiene su misterio. Quien desafía a la selva tiene algo de maravilloso.
Exactamente dos semanas después, 'otro jueves, volvió el fantas-
ma de los hombres armados. Estábamos en la cocina reposando el
almuerzo y algunos niños estaban rajando la leña. De pronto empe-
zaron a entrar saltando a la cocina, en cámara lenta y en puntas de
pies, como si fueran a hacer algo malo. "El ejército... Por ahí está
pasando el ejército", dijeron. Los man- r--'"'----------------"\
damos a que siguieran en su trabajo y GUERRILLERO
COLOMBIANO:
salimos, pero no vimos nada. Ellos sí se
fueron de exploradores, sólo a mirar, Reintégrese 1<] soc..iedOd~... _"
<l
porque ninguno se atrevía a aventurarse y no vi va ~n la .fIt . 'l. ~...

más allá del alambre de púas que marca zozobra. Piense l,.' ~,~,
el límite de la escuela. Dijeron haber vis- en su familia. ~ f . r~i('J'
CJ;i.-o-::
¡Piense en usted! '-(, -, "~_.
to, todos, desde su cuarto, un hombre CANESE 40 MILLONES POR

con traje camuflado y con un morral. I ENTRECAH AL CABECILLA DE LA CUADRll ,LA.

I
Ningún adulto lo vio, y Yeison, quien I l'rC~él\.Il'$~~i('r aU\orid.1d~i~lgÚ~;J
I Su vida es ímpor tantc. Aproveche la
temor
goza de una imaginación prodigiosa, ; ,ocasión... 5i'u~clón [urfdlca le r('su.':.~_ ~
5\1 ~Cf¡]

vio, él solito, tres hombres bien equi- i ---~ i


pados. l~~~~s~:_n~:\~~~O:~-.:.~:
Cuarta Parte

ECONOMIA
LA MANIGUA

"En el sueño del yagé él me acompañó a una tierra solitaria y verde,


llena de animales que cantaban y de aguas que brotaban; había sol y
luna al mismo tiempo; todo el mundo se miraba alegre y con risa. El
curiaca me la mostró de lejos y me dijo que para allí tenía que coger.
Así fue como llegué al Duda".
Historia del Yagé, Yo le digo una de las cosas.•.

La historia del yagé es tal vez el relato más lindo del libro sobre la
colonización de la Reserva de La Macarena. La imagen del Duda
que vió el hombre me trae a la mente el Duda que conocí; es un
recuerdo romántico de viajero que va de paso, de enamorado de las
perfectas creaciones de los dioses. Es la imagen de la selva que se ve
desde los filos: verde e interminable; de las quebradas y lagunas que
se encuentran entre el monte, de las mariposas, de los animales oca-
sionales, de los silencios e innumerables sonidos. Es el recuerdo del
gozo de los sentidos que se dejan invadir por algo grande y poderoso,
por algo que es mucho para nosotros que cortamos nuestras raíces y
ahora no reconocemos el barro de donde venimos.
Pero la visión de la selva que tienen los colonos está despojada de
este romanticismo. La selva es para ellos un medio hóstil donde les
ha tocado vivir. Es el lugar misterioso en el que han tenido que hacer
casa, puesto que en las regiones más 'civilizadas', ya no hay lugar
para ellos. La selva no es para los humanos. Para los hombres está 'lo
limpio': las carreteras, los cultivos extensos, los potreros, los pue-
blos y las ciudades. Los habitantes de la selva habrían preferido un
sitio de más fácil acceso, con más comercio, con más gente, con menos
dificultades; pero la vida los llevó dando tumbos a la tierra virgen, a
la tierra prometida, donde había oportunidades, donde tuvieron que
partir de cero para convertir ese monte en lugar para vivir.
108 A LA BUENA DE DIOS

Los primeros colonos desembarcaron con su costal de miserias


en la orilla del río, esperando hacer de esa montaña" una finca, espe-
rando ver a esa tierra producir: dar comida y dar billete. Esos colonos
no conocían la selva y tuvieron que pasar tragos amargos en su inten-
to de ganarle la batalla. Los pobladores de estas tierras son migrantes
del centro del país: Tolima, Huila, Santander y Boyacá, principal-
mente. Algunos estuvieron en tránsito en el Caquetá, por iniciativa
propia o de sus padres. Así que ni unos ni otros tienen la sabiduría
acumulada por generaciones que da la vida en la selva.
El contraste con las comunidades indígenas es enorme. A ellas no
les asusta la selva, son parte de ella. La conocen, por cientos de años
han aprendido a descifrar sus enigmas. Saben que en sus movimien-
tos tienen límites, que traspasarlos es arriesgarse a acabar con la fuente
de la vida. Son --o fueron- respetuosos. La vida de los indígenas
en la selva era armoniosa, ellos eran unos más entre los habitantes
del bosque. Los colonos, en cambio, no llegaron a formar parte de la
selva. Tienen la ilusión de dominarla, pero no pueden porque no la
conocen. Dominarla significaría ser cómplice de sus secretos, tomar
de ella sólo lo necesario, vivir dentro de su ley. Pero ellos no son de
allí y no pueden pensar así. Piensan que la selva está ahí, esperando a
que los reyes de la tierra la coronen. Los hombres deben darle forma
humana a la montaña, yeso en términos concretos significa ultrajar-
la. Como la selva no es la madre, sino una enemiga incomprendida, y
como no hay tiempo de coquetearle para que revele los hilos que la
manejan, hay que aprovecharla despojándola de sus tesoros.
Los colonos son los hijos naturales de esta sociedad. Y cargan
con su mentalidad porque son parte de ella, pero también arrastran
con el peso de ser los rechazados. Los colonos heredaron este mundo
de promesas incumplidas y se fueron para darles la oportunidad de
convertirse en realidad. Partieron tras el sueño de la propiedad priva-
da, del fundito donde levantar a la familia, donde criar a los hijos,
donde caerse muerto, para que no digan después que en esta vida no
se hizo nada. Abrieron sus ojos queriendo ver oro, intentando descu-
brir el brillo del metal camuflado entre el follaje. Los colonos van en
pos del Dorado. Son hijos de Pizarra y de Jiménez de Quesada, vás-
tagos de los reyes de Europa. Son sobrados criollos, despreciados de
las tierras fértiles de los valles y las montañas, donde algunos dicen
que no hay campo para todos. Son hijos del odio y la ilusión. Cargan

34. Montaña: sinónimo de selva o monte.


ECONOMIA 109

con culpas propias y ajenas. Ellos desgarran las selvas en nombre


nuestro.
y para nosotros los citadinos lo que vemos es engañoso. Noso-
tros sí que no sabemos nada de nada cuando estamos parados en
medio de un bosque. Nuestra sabiduría es inútil. No distinguimos un
árbol de otro, no diferenciamos un sonido. No leemos el cielo. Nuestra
pobre humanidad vulnerable a los mosquitos no resiste tanta agua,
tanto barro, tanta maraña. Entonces nos maravillamos con el conoci-
miento que dan unos pocos años en el monte. Y no es un saber
desdeñable, pero es relativamente escaso. y sobre todo, está inmerso
en una ideología depredadora. La misma de todos nosotros, porque
nuestra historia ha sido una carrera contra la naturaleza.
Los colonos llegaron a enfrentarse, solos y pobres, al poder de la
selva. Y el esfuerzo y las penurias por las que han pasado han mar-
cado su relación con el bosque. Han tenido batallas duras, contra la
vegetación, contra los zancudos, contra el miedo, batallas que obli-
garon a algunos a emigrar. Estos exiliados en un mundo desconoci-
do y traicionero, logran ganar terreno por medio de su trabajo. Este
se convierte así en un valor supremo. Es con sudor que lo limpio le
gana campo a la montaña. Lo tumbado es considerado bonito. Los
potreros y los cultivos son civilización, adelanto, prueba de tesón; el
monte es infinito y hay que trabajarlo. Quien no tumba es perezoso.
El trabajo es lo que vale: las 'mejoras' tienen un precio más alto que
la selva virgen, con excepción ahora de la madera comerciable. El
premio al trabajo es la transformación de la montaña en un lugar
habitable, 'como en el Caquetá', oí decir muchas veces.
La selva no es para ellos orden sino caos. Es húmeda, malsana;
llena de animales extraños, de formas de vida incontables que no se
sabe por qué existen ni para qué. Hay tantos enemigos en la selva:
los pitos que trasmiten la temida leishmaniasis; los nuches, gusanos
peludos que se crían bajo la piel; las congas, reinas de las hormigas;
las culebras venenosas, de todos los estilos y para todos los gustos:
corales, cuatro narices, riecas, pudridoras; las machacas y su cura
milagrosa (hay que 'tener sexo' para librarse de su efecto); el palu-
dismo obstinado y recurrente; las garrapatas y los colorados, las ara-
ñas pollas y las cucarachas; y en fin todo tipo de alimañas malignas.
y no sólo en la selva se esconden misterios. El río también tiene
habitantes peligrosos: las rayas que clavan su punzón y lo sacan des-
garrando la carne y dejándola untada de una baba corrosiva; el cai-
mán y el güio, que comen niños; el temblón y su corriente eléctrica;
además de ello, el río por sí solo tiene sus trampas y ha demostrado
110 A LA BUENA DE DIOS

su poder engullendo a más de uno. Las aguas bajan tranquilas, pero


al menor descuido muestran que las apariencias engañan.
y como si todo esto no fuera suficiente, hay unos seres más eté-
reos, pero también peligrosos. Son moradores de los bosques o las
aguas y encarnan los poderes misteriosos de ese mundo exuberante.
Importados o nativos ellos se pasean por esas tierras como si fueran
suyas. Ellos son, entre otros, los gnomos y las brujas, de cuyo ale-
tear nocturno fui testigo; la madremonte, que desaparece a la gente
en la espesura de la selva; el pescador, que se adelanta a los hombres
recogiendo todo el pescado y dejando las redes vacías.
Pero el ser más temido de todos no es ninguno de ellos; es un
animal, cuya presencia es real y mítica a la vez. El encarna la amena-
za permanente que implica la selva. Ha dejado huella en todas partes
y es tema de conversación recurrente. Todos parecen haber tenido
encuentro con él: luchas cuerpo a cuerpo, huidas precipitadas. Es el
gran enemigo. Por eso, cuando yo salía por las trochas la advertencia
era segura: 'profe, cuidado con el tigre'.
El jaguar es el rey, silencioso y ágil, de la selva. Es un felino
grande, sabio y hermoso. Al tigre no se lo come nadie; es él quien
pasa haciendo fiestas con quien encuentra. Por culpa suya algunas
mujeres no salen al monte. Dicen que todavía hay muchos, pero las
famosas tigrilladas y el avance de la colonización han hecho mella
en la población de pumas ('leones') y jaguares. El tigre merodea las
casas porque allí tiene presas fáciles: los marranos.Cuentanque mata
a los que alcanza y luego escoge al que se va a comer, y que si se lleva
uno es seguro que vuelve por más, por eso hay que ganarle,poniéndole
una trampa antes de que el daño sea mayor. En esas situaciones casi
todos los colonoshan matadotigres. En sus casas suele haber pielesque
atestiguanla veracidad de las historias.Pero se piensa que el tigre ataca
por gusto, que si ve a un hombre en el monte lo sigue y puede agredirlo
sin motivo, porque así es él: malo por naturaleza.Este animalpersonifi-
ca lo desconocido y lo irracional del mundo selvático. Su presencia
y supuesto carácter obligan a los hombres a ir armados al monte. Yo
salía sin siquiera un machete y cuando me advertían que tuviera cui-
dado, les contestaba: 'Tranquilos que tigre no come profe'.
y para que no se quede en pura habladuría oigamos una de tantas
historias:

Yo he matado tres tigres, es por la vaina de que comen marrano,


porque me hacen daño, de resto yo no los mato. Yoen veces voy de
cacería y los miro cruzar y dejo que se vayan.
ECONOMIA 111

Le contara yo ese rodaje en la pelea que tuve con ese tigre ahora
poco.... Estaba yo sentado en aquel banco, con el machete, jodiendo
con un palito, cuando escuché a una marrana chillar, eso fue como a
las tres de la tarde. De una vez dije 'eso es el tigre que se está co-
miendo la marrana' y me fui con ese pedazo de mocha, y todos los
perritos que hay por ahí se fueron detrás. Y yo que llego allá y el
tigre que soltó la marrana y se fue. Entonces le uché los perritos. La
marrana chorriaba sangre por todas partes. Me fui detrás de los pe-
rros, cuando ahí adelantico lo encaramaron y yo sin escopeta ni
nada... Me puse fue a mirarlo: ¡tan bonito ese tigre ahí en ese palo
encaramado! Y apenas pelaba ese muelero... ¡Era grandísimo!
Yome le fui arrimando más y más y no hallaba qué hacer, yo gritaba
que me llevaran un harpón, alguna vaina, pero eso no habían escu-
chado. El chino andaba con la escopeta por allá en Santo Domingo
con otro señor. Cuando el tigre se cayó otra vez a tierra, entonces me
le fui encima con los perros. Otra vez lo siguieron y lo encaramaron
más allá, pero ya más bajitico en una bejuquera fea; los perros brin-
caban y se enredaban en esos bejucos. Ellos iban pa'rriba así como
una iguana echa pa'rriba. Ya nos habían dado como las cinco y me-
dia y yo dije 'más de las seis de la tarde no espero', a esa hora el tigre
ya es peligroso y toriado ... Entonces me fui haciendo pica con la
peinilla así cerquita, más cerquita... Cuando me pega ese susto tan
berraco y me peló ese muelero, de una vez me vine y me hice detrás
de un palo. Entonces me senté a esperar a ver si llegaban con la
112 ALABUENADEDIOS

escopeta. Yo estaba uchando los perros, cuando llegó la escopeta y


yo pum, hijuepucha, le pego un tiro, tal vez se lo puse bien puesto,
pero entonces no se iba, ni se caía al suelo ni nada. Entonces saqué
yo otra vez y pum le pegué el otro y el bicho quedó ahí acostalado,
mirándome, con esas muelas peladas, con esos ojos brotados. Yo
dije 'ese tigre no está muerto, de pronto se me va a tirar' y de una vez
cogí otra vez la escopeta y pum se la puse en la cabeza. Pero el tigre
no se movía, entonces cogí una vara y lo urgué y ya estaba muerto,
sino que se había quedado engargolado en los bejucos.
Le di tres plomazos a ese berriondo y lo maté y lo trajimos. Le saca-
mos la manteca, la cabeza y el cuero y las patas las vendí a cinco mil
pesos cada una.

EL PAN DECADA DÍA

La vida de los colonos en la selva se rige por una cuestión funda-


mental: la supervivencia de la familia. La enorme dificultad de con-
seguir dinero, particularmente en la zonas más apartadas y en la eta-
pa inicial de la colonización, es el gran limitante al que se enfrentan
los habitantes de estas regiones. Este problema hace que se constru-
ya un sistema cerrado que intenta suplir la inmensa mayoría de las
necesidades básicas dentro de la finca, reduciendo al mínimo los
requerimientos de compra. En estas circunstancias, la supervivencia
está condicionada a lo que el medio -en su estado natural- puede
aportar y a las posibilidades de su transformación para la produc-
ción, es decir, al uso que se le dé a la tierra, al bosque y al río.
En términos generales es difícil conseguir dinero en regiones ais-
ladas y con grados de desarrollo incipientes. Para ello es necesario
que haya un sistema mercantil generalizado que permita la venta de
excedentes y a su vez ofrezca productos de distinta índole a cambio.
En el caso de las veredas que nos atañen, el Alto Raudal y El Tapir,
la consecución de dinero depende del comercio con la población de
La Macarena. En los primeros años de la colonización, el pueblo no
tenía una red de relaciones de mercado extensa; además de ello, la
distancia que hay entre estas veredas y 'La Pista', y el gran obstácu-
lo que representa el Raudal, hacían imposible la realización de cual-
quier producto. A pesar de que en La Macarena ya se ha desarrollado
una economía mercantil 'compleja', el aislamiento en que aún se
encuentra esta zona hace que los altos costos de producción bo-
rren cualquier posibilidad de venta de productos agrícolas tradi-
cionales.
ECONOMIA 113

El logro de ingresos monetarios queda planteado entonces como


el punto débil y problemático del sistema económico en esta zona
selvática y apartada. Procurarse algún dinero es necesario, puesto
que hay ciertas cosas que es indispensable comprar, como por ejem-
plo la sal y algunas herramientas. Por ello, las pocas oportunidades
que se presentan para obtener dinero se aprovechan, aunque estas no
sean rentables en términos de la contabilidad capitalista. La lógica de
estos sistemas de producción no puede ser entendida en términos
contables, sino de supervivencia.

LOS CULTIVOS

En la etapa inicial de la colonización, las actividades de los nue-


vos habitantes están directamente enfocadas a cubrir las necesidades
más elementales de la vida: comer y tener techo. La historia de todos
es la misma: lo primero que hicieron fue sembrar comida y levantar
un rancho. Muchos sembraron y construyeron antes de irse a vivir al
fundo, así, cuando llegaron, ya comenzaban las cosechas y tenían un
techo asegurado. En los primeros meses, sobre todo, es clave el apo-
yo de los vecinos. Ellos ayudan con el conocimiento que tienen del
lugar, con comida y con mano de obra para los trabajos iniciales que
son los más duros. El grado de ayuda que presten los vecinos varía
en cada caso, a veces la colaboración es mínima. Sin embargo, la
solidaridad en el momento de arranque es muy importante para que
la empresa colonizadora tenga éxito.
Los cultivos más importantes, que no faltan en ninguna finca y en
ninguna mesa, son el plátano y la yuca. Además, se siembra maíz,
arroz, café, cacao, fríjol, caña, árboles frutales y es factible que ten-
gan una pequeña huerta. Estos cultivos constituyen, junto con la caza
y la pesca, la base de la alimentación.
Los cultivos dependen del ciclo anual de lluvias, que varía un poco
de año a año (ver gráfico). El verano fuerte se presenta entre los
meses de noviembre y enero. Hacia finales de este mes caen las pri-
meras lluvias, pero persisten cortos 'veranos' ocasionales. En abril
comienza la época de lluvias, pero hasta mayo no entra el invierno
fuerte, que se prolonga en los meses de junio y julio. En agosto dismi-
nuyen las lluvias y los 'veranos' (días de sol) se hacen más frecuentes,
hasta que en noviembre se presenta el verano propiamente dicho.
La humedad incipiente de los primeros meses del año es pro-
picia para la siembra de maíz, arroz y yuca. A los tres meses de
114 A LA BUENA DE DIOS
ECONOMIA 115

sembrado ya se puede cosechar el maíz tierno, más o menos en el


mes de junio. De pronto por esos días también se recoge el pri-
mer arroz, que está listo en seis meses. En los meses de julio y
agosto se siguen cogiendo estas dos cosechas. El último maíz, ya
duro, se recoge a los cinco meses de sembrado, y se utiliza como
alimento para las gallinas y los marranos. El arroz se corta en
septiembre y se deja retoñar para una segunda cosecha menor; en
enero se recoge la 'soca'. Las yucas pueden comenzar a cogerse
desde los ocho meses de sembradas y normalmente al año ya se
han acabado de coger, pero pueden durar creciendo mucho más
tiempo. A los dos años las yucas alcanzan tamaños inverosímiles
y están aún en perfecto estado para consumir. A principios de
agosto se siembra fríjol, que se cosecha a los tres meses, es decir,
en octubre y noviembre. El fríjol también puede sembrarse en
enero pero se corre el riesgo de que en el momento de cosecharlo
no haya sol y no se seque, entonces se pudra y se pierda la cose-
cha. En septiembre se roza para sembrar nuevamente yuca y maíz,
y también ajonjolí. Es decir, que en el año se pueden tener dos
cosechas de maíz. El ajonjolí dura cuatro meses en estar listo. La
clave es que 'cuando abra el piquito', es decir, cuando la espiga
empiece a abrir, el clima debe estar veranoso, de lo contrario se
corre el riesgo de que se moje y se pierda la cosecha. En noviem-
bre y diciembre, aprovechando el verano, se roza y se quema para
preparar el terreno para la siembra. Se debe rozar con tiempo para
que sequé y se pueda quemar.
El plátano y la caña son cultivos más duraderos. También se pue-
den sembrar con las primeras lluvias del año. En ambos casos hay
que esperar un año para cosechar. En el caso del plátano, este se
sigue cogiendo en cualquier época del año por mucho tiempo; una
platanera puede durar más de ocho años produciendo. En el caso de
la caña la producción sigue por unos seis años, y hasta más.
Con la llegada de los colonos, los animales del monte vieron po-
sibilidades de diversificar su dieta. La yuca es preferida por los que
pueden desenterrarla: roedores como los borugos, los chaquetos y
los tintines (ratones sin cola); también gustan de ella animales más
grandes como los cafuches. El maíz se lo comen los loros, los
cusumbos, los zahínos y los chigüiros. Es frecuente oír disparos que
pretenden ahuyentar a los loros -si no matarlos- cuando el maíz
comienza a estar listo. Las lapas participan de la fiesta comiéndose el
maíz que cae al suelo. Pero son los maiceros los enemigos principales
de los cultivos de maíz: dicen que amarran las mazorcas de las hojas
116 A LA BUENA DE DIOS

o las barbas y se las cuelgan en el hombro, así tienen las manos libres
para llevarse otras cuantas y salir corriendo, 'como si fueran raciona-
les'. Los maiceros también atacan la caña, lo mismo que los zorros y
los chigüiros. El plátano lo disfrutan los zorros, los micos y las lapas.
El arroz es exclusivo de las aves: loros, chamones y torcazas. No hay
cultivo que perdonen los moradores del bosque.
Los cultivos tradicionales no tienen salida en el mercado local.
Los costos y las dificultades del transporte hacen imposible la venta
de los productos en La Macarena. La demanda está copada con lo
producido por quienes viven más cerca del pueblo. Uno de mis veci-
nos me dijo que alguna vez bajó con una carga considerable de raci-
mos de plátano, porque se estaban perdiendo. De nada le sirvió, des-
pués de un par de días de intentos infructuosos por venderlos, tuvo
que regalarlos a los conocidos que tiene en el pueblo. El maíz es el
único producto que ocasionalmente puede venderse, pero no hay for-
ma de planificar cuándo hay relativa escasez y por lo tanto precios
altos que justifiquen llevar algunas cargas al pueblo. Así que nunca
se cultiva con el ánimo de vender o hacer negocio, sino de comer o
alimentar a los animales. Si hay excedentes se reparten entre los ve-
cinos, bien sea de regalo o a cambio de alguna cosa.
Las técnicas utilizadas por los colonos en los procesos de produc-
ción agrícola son sencillas y generalmente eran conocidas por ellos
antes de llegar a La Macarena. Los cultivos existentes en los lugares
de origen de los colonos son los mismos que ellos siembran en sus
fundos, y en ese sentido el proceso de adaptación es relativamente
sencillo. Son procesos poco tecnificados debido a las limitadas posi-
bilidades que hay en el área y a que el proceso conocido de antemano
era así mismo sencillo, resultado del acervo de conocimiento de las
comunidades campesinas del centro del país. Estas formas de cultivo
son propias de los terrenos fértiles encontrados en los Andes, pero no
son compatibles con el tipo de suelos que sostienen las exuberantes
selvas amazónicas.
Los suelos de estas selvas son pobres, la mayoría de los nutrientes
está almacenada en las plantas y no en la tierra. Por esto, al preparar
los terrenos para la siembra, por medio de un proceso de tala y que-
ma, se está perdiendo el grueso de la riqueza del bosque. Las prime-
ras cosechas aprovechan los nutrientes que quedan en el suelo, pero
no reintegran prácticamente nada. Le chupan a la tierra lo poco que
le queda. Esto es evidente en los resultados entre cosecha y cosecha.
La primera es muy buena, la segunda no tanto, la tercera regular, y
así sucesivamente. Cada cosecha es peor que la anterior, lo que en
ECONOMIA 117

jerga económica se denomina rendimientos decrecientes. y para ver-


lo no se necesita de mayor abstracción. En un cultivo de maíz que
visité se veía una diferencia notable entre el maíz de una mitad del
potrero y de la otra mitad, uno era de mayor tamaño, siendo que todo
el terreno fue plantado al mismo tiempo. Los dueños del cultivo me
explicaron que la parte en que el maíz era más alto era la que había
sido abierta ese año y sembrada por tanto por primera vez, mientras
que el otro espacio ya había sido sembrado del año anterior. Los due-
ños me contaron además que en el Caquetá el suelo está tan maltrecho
que sólo da una cosecha anual, mientras que allí se recogen aún dos
cosechas de maíz al año.
La sostenibilidad de la producción puede examinarse según dos
puntos de vista: económico y biológico (FALLA, 1992). En términos
económicos sostenibilidad significa tener utilidades no decrecientes
en el tiempo, lo que está asociado con la existencia de bienes sustitu-
tos, que permitan mantener las utilidades en caso de agotamiento del
recurso. También está relacionado con la tecnología y la disponibili-
dad de recursos financieros. Pero hablar de utilidades en un contexto
donde no es posible la comercialización no tiene sentido. y en caso
de que se pudieran realizar los productos, evidentemente no sería
una producción sostenible, puesto que la única forma para mantener
las utilidades sería tumbando más monte, es decir, haciendo uso de
otro terreno, y a la larga, acabando con el bosque. En términos bioló-
gicos o ecológicos, sostenibilidad significa lograr una utilización de
los recursos naturales que asegure su capacidad de recuperación, y
por lo tanto de producción. En otras palabras, mantener una produc-
ción constante en el tiempo, lo que, como se vió, es completamente
imposible.
La alimentación de los colonos siempre incluye plátano y yuca.
Que tenga maíz, fríjol o arroz depende de la disponibilidad, es decir,
de las cosechas y la época del año. Actualmente hay muchos que no
tienen toda la variedad de productos que es posible cultivar, puesto
que resulta más sencillo procurarse el dinero y comprar comida en el
pueblo. En la medida en que se rompe el aislamiento o cuando sobre-
vienen los auges, como el de la madera actualmente, esa 'autarquía'
se acaba.
Entre la cosecha y el momento de tener la comida servida hay
varios pasos. En el caso del maíz, por ejemplo, sólo en contadas oca-
siones se comen las mazorcas asadas. Generalmente el maíz de des-
grana y se muele para hacer envueltos y arepas. El arroz hay que
dejarlo secar y luego pilarlo y escogerlo, para finalmente prepararlo.
us A LA BUENA DE DIOS

La caña hay que pasarla por el trapiche para sacarle la miel y así
aprovechar el dulce. El fríjol hay que sacarlo al sol para que seque,
teniendo cuidado de entrarlo cada vez que la lluvia amague. En fin,
el proceso de alimentación va más allá de la siembra, el cuidado del
cultivo y la recolección de la cosecha.
Decía atrás que además de los cultivos los colonos suelen tener
árboles frutales y una pequeña huerta, aunque sorprende la poca va-
riedad de frutas y verduras. Los limones nunca faltan, pues no sólo
sirven para hacer bebida y sazonar las comidas, sino que también
tienen propiedades curativas y limpiadoras. Con limones sanan las
heridas, se limpian las mesas, se blanquean las ollas, y se lava en
caso de que falte el jabón. Algunas de las frutas que se encuentran
son guanábanas, naranjas, mangos, guayabas, toronjas, limas,
guamas, cocos, papayas y bananos. Pero por lo general en una casa
no tienen toda esta variedad, sino algunas pocas frutas. El bosque
también tiene sus delicias como los caimarones o uvas de monte.
Pero se consumen muy pocos frutos de monte, a pesar de que 'lo que
mico come', también lo puede consumir el hombre. Eso refleja la
falta de conocimiento de la selva de que hablaba anteriormente. Uno
de los pocos productos silvestres que aprovechan es el fruto de la
palma de milpé, del que se saca leche y aceite.
En la dieta del colono las verduras tienen el último lugar de
importancia. La cebolla, el cilantro y el tomate son de las más
comunes, y se usan para dar sabor a las comidas, no para comer-
las solas. También es frecuente encontrar ahuyama. Algunas hier-
bas se utilizan para hacer aguas, que a veces son medicinales. El
color y el comino de monte también son aprovechados por unos
pocos.

GALLINAS, CERDOS y VACAS

Debido a que con las cosechas no es posible conseguir dinero,


éstas se usan parcialmente para alimentar animales que sí pueden ser
vendidos. El maíz es el mejor ejemplo: sirve para engordar las galli-
nas y los cerdos. Las gallinas son importantes dentro del balance
alimenticio de las familias colanas puesto que ponen huevos y son
por tanto doble fuente de proteínas. Además, las gallinas se comen
en ocasiones especiales yeso les da un valor cultural, por llamarlo de
alguna manera. De otra parte, como decía, en algunas ocasiones las
gallinas se pueden vender. Durante mi estadía era frecuente que los
ECONOMIA 119

tripulantes de los botes madereros pararan en ciertas casas en busca ~


de gallinas para el viaje.
En la mayoría de las casas hay marranos. Engordarlos implica un
ahorro: la forma de hacer que el maíz reporte plata es dándoselo a los
cerdos y luegovendiéndolos.Como me decía una señora: 'aquí todo lo
que se cultiva es para nosotros y los marranitos'. Si se tienen pocos, el
costo de mantenerloses mínimo, puesto que se alimentan de desperdi-
cios: los sobrados de la comida, las yucas 'chumbas', los plátanos
que siempre sobran. Además, ellos se rebuscan en el monte: a dife-
rencia de las vacas, según me explicaba el veterinario de la Corpora-
ción Araracuara, lo cerdos no comen plantas venenosas y pueden
aprovechar sobre todo el rastrojo, reduciendo los costos de tenerlos.
Sin embargo, a una escala mediana, criar cerdos es un negocio
riesgoso. Si se tienen bastantes marranos hay que cultivar comida
especialmente para ellos, en particular maíz, y esto implica un costo
monetario y de oportunidad: en vez de estar sembrando maíz se po-
dría invertir el tiempo en una actividad más provechosa. Y a los ma-
rranos se los puede comer el tigre, o al menos matarlos, pues gene-
ralmente cuando aparece el tigre cae más de uno. O los animalitos
pueden caer en desgracia, como le sucedió a las marranas de doña
Lilia que abortaron a causa de los bombardeos. Se dice también que
a veces los marranos se enmontan y que es difícil recuperarlos, se
vuelven más salvajes que sus parientes los saínos y un encuentro con
ellos puede ser muy peligroso, así es posible que se pierdan para
siempre.
Así, pues, criar marranos no es garantía de éxito, por eso tan pronto
hay forma de ganarse unos pesos de otra manera se abandonan los cer-
dos. Habría que anotar que es frecuente la poco saludable costumbre
de convivir con estos animales, ya que las viviendas no siempre tie-
nen una cerca que impida que los animales se metan en la casa.
Las vacas se tienen por la leche que dan y como activo comerciable
que puede convertirse en dinero con cierta facilidad. El ganado es la
forma de ahorro por excelencia en la zona. En una de las familias
que conocí cada miembro tenía una vaca, que podía vender en caso
de necesidad. Uno de los niños se enfermó de neumonía y los gastos
del hospital y de droga se pagaron con la venta de su vaca, La Chata.
Parecería que este niño ya no tiene derecho a enfermarse, porque si
algo similar vuelve a sucederle tendrían que vender la vaca de uno
de sus hermanos, y si ellos se enferman ...
Es de recalcar que en las fincas de esta zona no hay hatos gran-
des. Quien tiene el mayor número de vacas es dueño de unos veinte
120 A LA BUENA DE DIOS

animales. Esto tiene mucho que ver con el aislamiento en que están
estas veredas y con las dificultades de transporte de las que ya bas-
tante se ha hablado. Es muy importante anotar que el esquema típico
de la colonización en el que los colonos tumban, queman, siembran
y cuando la tierra está agotada la venden a los ganaderos que van
conformando latifundios, aquí no se presenta. Que la región sea apar-
tada y de difícil acceso, y sobre todo el hecho que sea-parque natural
y no esté permitido titular tierras, desmotiva a los posibles compra-
dores, que prefieren invertir en un territorio donde su dinero sí fruc-
tifique. La falta de esta presión, tan fuerte en otras áreas de coloniza-
ción, ha sido un factor que ha contribuido a que el proceso de reduc-
ción del bosque sea más lento de lo que habría podido ser.

EL PESCADO Y LOS ANIMALES DE MONTE

La caza y la pesca artesanal han sido la fuente principal de proteí-


na de los colonos. En años anteriores tanto la cacería como la pesca
eran muy abundantes. Así lo cuenta don Adriano, uno de los prime-
ros pobladores de la vereda:
Había harta carne y pescado: manao, cafuche, danta, chigüiro, pa-
vas, paujiles ... Este solar se llenaba de manaos: se cruzaban del otro
lado del río y preciso salían aquí, nosotros les dábamos con la hacha
y ellos berriaban y salían para afuera.

Rigoberto, como todos los demás colonos, coincide con que an-
teriormente había carne de monte y pescado en abundancia, y ade-
más nos habla de los legendarios manaos, cerdos salvajes que anda-
ban en grupos inmensos, y que ahora están desterrados de la zona:
Eso antes se cogía mucha cachama, eso era tire y saque. También
había mucho manao: mirábamos manadas de doscientos, trescientos
marranos. Ese era uno de los animales con que a mí me metían te-
rror. Una vez nos fuimos a cacería, como unos seis, a buscar manaos.
Llevaron unos perros. Cuando ruedan los perros y por allá escucha-
mos los manaos. 'Bueno -dijimos- vamos a matar uno cada uno'.
y comienzan esos animales a bujar y a chasquiar ese muelaje. Yo iba
de cabeza, cuando se viene ese perro y pasa por un lado y se viene
esa manada... Yo del susto tan berraco saqué la base y no totió -¡qué
bruto! -yo miré que no totió esa escopeta y no hay otra más sino
tirarla y de una vez le mando la mano a la palmita, una palmita de
lágrima de San Pedro, yo no brinqué ni nada sino que la abracé y
ECONOMIA 121

subí los pies yeso me quedaban colgando y llegaron los manaos y


alcanzaron a gruñirme y yo grite ¡ay! que los manaos me iban a
comer. Y los otros, pues se habían subido por allá en otros palos.
Había dos clientes que se subieron a un cacao de ese montuno y ahí
había un avispero... Y tan carnívoros que son esos animales, que
después de que cogen a una persona eso la vuelven pedazos.
Póngale cuidado: nosotros nos comíamos un manao y no matába-
mos más de uno. y yo encontraba hasta las cinco o seis manadas de
200 o 300 manaos. ¿A dónde nos íbamos a comer todos esos manaos?
Un cerdo de esos alcanza para mucho.
En cambio ya no hay ni para mirarlos. Resulta que con la vaina de la
bombardeada se fue la cacería, no se ha vuelto a ver un animalito,
porque esto por aquí fue muy bombardeado, metrallar todo, por el
ejército, eso hace... como de unos tres años para acá. Con eso y las
motosierras se espantaron los manaos.

Así, pues, la situación ha cambiado. La cacería y la pesca han


disminuido notablemente. En cuanto al pescado, es la pesca comer-
cialla responsable de que en la subienda los peces no puedan llegar
hasta las partes altas del río: son pocos los que se salvan de los
trasmallos que ponen a través del Guayabero. Todos los colonos se
quejan de eso. Esta merma se refleja directamente en una disminu-
ción del consumo de pescado. La pesca artesanal, destinada al con-
sumo familiar, se hace básicamente con anzuelo y atarraya. De car-
nada se utilizan los pescados más pequeños, como los nicuros, parti-
dos en pedazos, o lombrices, que pueden ser pequeñas o si se está
muy de buenas, las inverosímiles 'chillonas', muy gruesas y hasta de
más de 30 centímetros de largo. También se utiliza harina como car-
nada. Un día ví unas plumas de colores a la orilla del río y pregunté
de qué eran. Resultaron ser de una guacamaya, víctima de un tiro de
escopeta, cuyo cadáver fue usado para carnada. Los pescados que
más se comen son el bocachico, con sus mil espinas, los pequeños
nicuros y cucharos, la cachama, los yaques, y uno que otro amarillo
chiquito. En las épocas en que la pesca es muy mala, algunos pueden
acudir a las lagunas, generalmente llamadas 'madre viejas' por ser
antiguos cauces del río, donde se consiguen caribes, que son las mis-
mas pirañas.
La cacería ha disminuido por varias razones. Una de ellas es la
destrucción del hábitat y la cacería que vienen incluidas en el paque-
te del avance de la colonización. Hay otra razón, ya expuesta, en la
que están de acuerdo todos los colonos: los bombardeos que hizo el
ejército en el 90 y 91 ahuyentaron a los animales. Yo considero que
122 A LA BUENA DE DIOS

más que eso, la desbandada de animales se debe al auge de la made-


ra, cuyos inicios coinciden con los bombardeos. Son entonces dos
explicaciones que se entrelazan. La fiebre de la madera no sólo ha
incentivado la inmigración, lo que aumenta la demanda de carne,
sino que ha hecho que los colonos se aventuren por sitios donde an-
tes no habían entrado, al menos no de forma permanente, como es el
caso de algunos caños. El ruido de las motosierras es posible que
asuste a los animales y los aleje. Sea cual fuere la explicación, lo
cierto es que ahora cuando los colonos salen de cacería es muy facti-
ble que regresen con las manos vacías. Hablo aquí de los lugares más
antiguos de colonización, puesto que en los lugares abiertos recien-
temente todavía se encuentran animales con cierta facilidad. De los
que nunca se volvió a saber nada en toda la región es de los manaos,
quedaron en el imaginario colectivo, como los unicornios.
Animales pequeños como lapas y gurres (armadillos) se siguen
encontrando con relativa facilidad. Dice Rigoberto:

No matamos una danta porque nos queda muy grande para nosotros
cuatro no más. Lo que sí comemos nosotros aquí harto es lapita, esa
boruga o tinaja. Es sabrosa, pero condimentada. Después de que la
mate, usted la pringa con sal y luego la sazona con cebolla machacada,
ajos, comino, todo eso, y la deja adobar un poquito y luego sí se come
un pedazo frito o sudado...eso es mejordicho para morderselos dedos.

Puede que Rigoberto no cace dantas, pero cualquier otro que se


cruce con uno de esos hermosos animales, parientes de los rinoce-
rontes, con seguridad acciona la escopeta. Además, como cada vez
son más escasos, desaprovechar un encuentro de esos sería conside-
rado un gran desperdicio. Cualquier animal que por casualidad se
asome donde hay gente no tiene posibilidades de vida. Así, por ejem-
plo, supe de la muerte de dos venados: cometieron el error de apare-
cer muy cerca de los solares de las casas y terminaron en la olla.
Mientras estuve en La Macarena probé carne de danta, gurre, lapa,
cafuche y hasta de cachirre (babilla, de sabor muy similar al pesca-
do). y es cierto que, con excepción de la danta que comí por varios
días seguidos, apenas probé la carne de monte, pues en el internado
comer carne es un lujo muy pocas veces visto. Por fortuna nunca me
ofrecieron carne de mico, porque, como les decía a los niños, 'primo
no come primo'.
Los resultados de la cacería fueron por muchos años una fuente
muy importante de proteína, pero su participación en la dieta es cada
ECONOMIA 123

vez menor. A pesar del dolor que a una persona como yo (que se crió
viendo Naturalia y los especiales de la National Geographic) le pue-
da producir la muerte de un animal, cuando se lleva comiendo hari-
nas durante varios días, un pedazo de carne no cae nada mal. Sin
embargo, la cacería no siempre es justificada, matar un pato o una
corocora no tiene sentido, son animales que tienen muy poca carne y
son escasos, y además para eso están las gallinas. Hubo dos muertes,
dentro de los predios de la escuela, completamente innecesarias. Una
fue la de un tucán lindísimo, al que mataron, sencillamente por el
gusto de tirarle. Luego, como por hacer algo con el animalito, se lo
comieron. Tuve su pico, como triste recuerdo, en mi cuarto durante
muchos días. El otro fue un búho, al que mataron supuestamente al
confundirlo con un gavilán, amenaza para las gallinas. Esto fue una
disculpa tonta, puesto que quien lo mató se mudaba de la escuela ese
mismo día con todo y sus gallinas.
Gracias a la cacería tuve el cuestionable placer de ver durante
diez días al animalito más lindo que he tenido. A los pocos días de
haber llegado a la escuela estuve un fin de semana de visita en un
aserrío. Después de la comida, Don Juan, mi anfitrión, salió a un
guayabo a 'postiar' una lapa que iba a comer por las noches. Oímos
el disparo y los aserradores se reían y apostaban que si había estado
de buenas el cazador había matado un ratón. Pero de pronto llegó
don Juan con una lapa gorda y la tiró a nuestros pies. Antonio al verla
reaccionó: 'esa lapa está preñada', dijo, y en un segundo, ante mi
aterrada mirada, la rajaron y le sacaron un lapito, chiquitico y moja-
do. Creímos que estaba muerto por la demora en sacarlo, pero el
animalito dió tímidos asomos de vida. Lo soplaron y doña Adelia le
chupó la naricita para dejarlo respirar. Así fue Lorenzo recibido en
este mundo. A los diez días de vida, después de ser la mascota con-
sentida de la escuela, a Lorenzo le salió una hernia en el ombligo, y
una mañana mientras estábamos en clase se quedó tieso y frío.
Es muy común criar lapas sacadas 'del buche de la mama', así
como también es frecuente encontrar pajaritos y loros en las casas, y
hasta de pronto algún paujil, un tente o un mico.

PALOS, PALMAS Y BEJUCOS

Para sobrevivir, los colonos también tuvieron que aprender a ha-


cer sus casas con los materiales que brinda la selva: madera, guadua
(o guauda, como le dicen allá), palma y bejucos. Se usan varios tipos
124 A LA BUENA DE DIOS

de madera y de palma también, como la pequeña lágrima de San


Pedro. Hacer la casa tiene su arte y su mística. El palmiche, por ejem-
plo, hay que cortarlo en menguante para que no se gorgojeé. y al
rancho hay que hacerle fogón, con greda y ceniza, y también mesas,
butacas, armarios, y hasta inodoros y cuanta cosa permita la imagi-
nación. También se hacen escobas con palma de cumare o milpé o
sencillamente con pasto.
También se pulieron en el arte de hacer canoas, potrillos y remos.
Como la tarea de hacer canoas es tan dispendiosa, hay personas que
se especializaron en hacerlas, como el indio Alejandro y don Moisés.
Hacer una canoa toma más de un mes dedicándole a ese oficio todo
el tiempo. Hay que encontrar el palo y tumbarlo, echar hacha para
darle forma, o en estos tiempos, usar la motosierra. 'Cuando está
lista, se quema para abrirla, para que dé anchura, porque uno las cons-
truye y son angosticas, luego se abren como cuando se le saca la
cosca a un gurre'. A Alejandro le toma un mes o un mes y medio
hacer una canoa y por ella recibía en 1993 entre 200 y 500 mil pesos,
según el tamaño. Esto es el pago por su trabajo, puesto que el palo
generalmente lo pone el dueño.

CUAJADAS Y ATARRAYAS

Con los cultivos, la caza, la pesca, la construcción de casas y


la hechura de objetos variados, los colonos aprovechan los recur-
sos propios de la selva y su capacidad de trabajo, y así .evitan
incurrir en gastos monetarios dada la enorme dificultad para con-
seguir dinero. Sin embargo, hay ciertas cosas que es indispensa-
ble comprar: parte de la remesa, como la sal y el jabón, ropa,
medicamentos, y algunas herramientas, como los machetes y la
escopeta, entre otros.
Para procurarse ese dinero los colonos suelen hacer labores muy
sencillas, usualmente asociadas a las actividades de la finca, como
puede ser la venta de huevos o quesos, de panela o de atarrayas.
Estas actividades reportan un ingreso muy bajo, pero importante
puesto que es tal vez el único con el que cuenta el colono. Este tipo
de pequeñas empresas caseras tienen una característica peculiar: si
se le ponen números al asunto, resulta que los campesinos trabajan a
pérdida, los gastos superan el precio de venta del producto.
Examinemos el caso de la cuajada. Un kilo se hace con un balde
de leche, es decir, con 11 botellas. Cada una cuesta 130 pesos. Eso
ECONOMIA 125

suma 1.430pesos en leche.Además de esto, se utiliza cuajo que cuesta


200 pesos. Y la cuajada se vende en tan sólo 800 pesos. Por lo tanto,
se estarían perdiendo 830 pesos, un poco más que el valor de la cua-
jada, yeso sin contar el precio de la mano de obra. Pero resulta que a
pesar de que sería mejor negocio vender la leche, nadie la compraría,
además la leche tiene el inconveniente de que se daña muy rápi-
do. Es decir, que si no se hiciera cuajada la leche se perdería, o lo
que es lo mismo, el costo de oportunidad de la leche tiende a cero,
para utilizar el lenguaje económico. Lo mismo sucede con el valor
de la mano de obra. Las mujeres que hacen cuajada no podrían con-
seguir que les paguen por realizar alguna labor en sus fincas, por lo
tanto el costo de oportunidad de la mano de obra también es igual a
cero.
Miremos otro ejemplo. Doña Carmen, una anciana de la vereda
El Tapir, teje atarrayas en sus ratos libres y así no desperdicia el
tiempo. Las hace grandes o pequeñas, según el gusto del cliente. Las
grandes las vende a 30 mil pesos y las pequeñas a 20. Para una gran-
de gasta 5.500 pesos en hilo, 7.200 en las 24 plomadas que se re-
quieren, y dos mil pesos en el cairo, pita gruesa que sirve para empa-
tar. Eso suma 14.700 pesos en insumos. Doña Carmen dice que se
demora un mes haciéndola, así de a raticos. Si sumamos esos raticos
y les ponemos un precio, es decir, si incluimos el costo de la mano
de obra, es muy posible que la ganancia resulte irrisoria o incluso
negativa. Pero sucede que doña Carmen no tiene la posibilidad de
emplearse: no puede dejar sola su finca y tampoco tiene quién la
contrate. Por lo tanto, en este caso también, el costo de oportunidad
de su trabajo, en términos monetarios, es nulo, y el tejer atarrayas le
permite ganarse alrededor de 15 mil pesos con los que puede com-
prar lo que necesite.

EL DORADO

"Me darán por muerto, pero, ¿para qué les escribo?,


¿para contarles que sigo igual de pobre?"

La historia de Colombia es la historia de la colonización, de la


conquista de nuevas tierras por blancos y mestizos, del eterno inten-
to por 'civilizar' el monte; es la perpetua expansión de la fontera
agrícola, el aprovechamiento de las tierras consideradas deshabitadas.
126 A LA BUENA DE DIOS

El centro del país es reproductor: produce gente para exportar a las


zonas vírgenes, exiliados que van a colonizar y a imponer la menta-
lidad heredada: la capitalista, la de la civilización y el progreso, la
del dinero y la acumulación.
La Macarena hace parte de esa mitad del país donde van a parar
los desterrados de la otra mitad. Es un apéndice de Colombia; le cuelga
amarrada de un hilo. La Macarena es tierra de nadie y de todos. Es
uno de los muchos puntos por donde se expande la frontera agrícola,
a costa de acabar con la selva, debido a que no hemos sido capaces
de dar habitación a todos en las tierras productivas. La Macarena,
inocente, sufre las consecuencias de lo que ha sucedido lejos de sus
ríos. Es uno de los límites de ese hervidero que somos. Es tierra de
ilusiones. Es tierra de momentos: de bonanzas. Allá caen los pobres
con ansias de tierras y los que olfatean las pinches riquezas que deja
rasgarle las carnes a la madre naturaleza. La Macarena es tierra de
rebuscadores, y así, a la vez de ser calma y tiempo eterno, es movi-
miento rápido y agitación.
Los colonos llegan en busca del paraíso perdido. Viajan a estable-
cerse donde creen que hay mejores oportunidades para ellos. Espe-
ran prosperar en tierras nuevas. Los colonos quieren ser ricos, miden
el éxito en términos de plata. Los primeros colonos, y algunos de los
que llegan todavía, fueron en busca de tierra para establecerse y le-
vantar sus familias, también con la esperanza de conseguir plata, y
con todo ello mejorar su nivel de vida. Otros van simple y sencilla-
mente tras la ganancia, es por ello que las olas fuertes de migración
están asociadas con bonanzas económicas. Los colonos ponen el ojo
donde hay una oportunidad. Son rebuscadores, se le miden a lo que
sea. Si el negocio en boga son las pieles, se vuelven expertos en ca-
zar tigres. Si lo que se vende es la coca, la siembran, aprenden su
química y ponen todos sus esfuerzos en la nueva lámpara de
Aladino.
Los colonos son fiel reflejo de la mentalidad capitalista, la del
billete y el enriquecimiento. Pero la plata allí parece un espejismo.
Al principio no había, luego por momentos se asoma y brilla, pero se
esconde. Tienta a los hombres y desaparece. Y es que esa mentalidad
heredada del centro del país tiene como escenario el lugar más atra-
sado, el más 'salvaje'; el menos articulado con el resto del país y del
mundo. La Macarena, y los territorios semejantes, son el último esla-
bón de la cadena. Intentan atarse a la periferia de Colombia, a esas
zonas que giran en torno a los centros económicos del país. y Co-
lombia, por su parte, baila en la periferia de la economía mundial,
ECONOMIA 127

tratando de estrechar los lazos que la unen a los centros dominantes


del planeta.
En esas condiciones, en las que no existe una relación recíproca y
permanente, la única manera en que estas áreas pueden mantenerse
vinculadas al mercado nacional e internacional es haciendo uso, se-
gún las posibilidades de comercialización, de sus 'ventajas compara-
tivas': la abundancia de recursos naturales" y su situación estratégica
de aislamiento. Así, la economía de mercado de esta región se basa
en auges de economía extractiva y cultivos ilícitos: pieles y madera
en el primer caso, y marihuana y coca en el segundo. Estos auges,
como su nombre lo indica, son de corta duración, y por eso mismo
implican un nivel de inversión relativamente bajo. Son vulnerables a
cambios bruscos en las condiciones del mercado, que pueden dar por
terminada una actividad en cuestión de pocos meses. Por ello la in-
versión debe ser baja, pues no se pueden arriesgar grandes capitales
en actividades poco seguras.
Los actores involucrados participan de diferente manera en estas
bonanzas según su posición y, por tanto, también es diferente lo que
puedan aportar al proceso. Así, los comerciantes, son quienes pue-
den hacer la mayor inversión, en botes y motores por ejemplo, y por
ello obtienen a nivel local la mayor ganancia. También hay persona-
jes externos a la región que se mueven por zonas similares en busca
de ganancias, tal es el caso de los pescadores y los aserradores pro-
fesionales. Ellos también tienen una buena cuota de ganancia. Entre
los colonos locales se puede hacer una categorización en dos nive-
les: de una parte están aquellos que sólo poseen su tierra y su fuerza
de trabajo, y aunque entran en el juego, están en la base de la pirámi-
de; y de otra, están aquellos que lograron acumular un capital míni-
mo y con él participan en los procesos económicos como pequeños
empresarios. Faltaría mencionar al ejército de trabajadores que lle-
gan atraídos por las bonanzas a emplearse en lo que encuentren:
raspando hoja de coca o de ayudantes de aserrador, según la fama
del momento. Entre este grupo también se encuentran personajes
locales.

35. Con una lógica muy similar a la de la economía colombiana durante el siglo
XIX,según lo explica OCAMPO, 1984.
128 A LA BUENA DE DIOS

LA PRIMERA FAMA

Desde el principio, la vinculación de El Refugio --centro que


canalizó la colonización en la zona- a la economía del resto del
país, se hizo aprovechando sus recursos naturales: tomándolos del
medio para la venta. El ejército llegó a comprar pescado y por el
Guayabero subían pescadores a hacer uso del río. El centro vacacional
de Thompson también fue una venta de recursos naturales, puesto
que el atractivo para los gringos era la cacería de animales salvajes.
Sin embargo, el comercio de pescado era muy limitado y el plan
turístico de Thompson no era una actividad que vinculara a todos los
colonos que había y a los que iban llegando. El primer gran auge fue
el comercio de pieles de tigre y tigrillo, que puso durante varios años
a todos los hombres de la región, e incluso a algunos de fuera, a
internarse en el monte en busca de los preciados felinos.
La cacería de tigre y tigrillo duró como cinco años. Había mucha
plaga, es que uno no podía criar un marrano porque el tigre lo sacaba
de adentro. Todo el mundo mataba, y no solamente la gente de aquí,
también venían del Caquetá y luego se iban. Los que cazaban eran
puros hombres, por allá no se llevaban mujeres. Eso duraba uno 15
días en el monte, 12 días, 10 días, otros duraban por ahí un mes. Eso
mataba uno tres o cuatro tigres en la semana, y tigrillos, si estaba uno
de buenas, mataba 12 y hasta 15. Yo alcancé a sacar carnet de cace-
ría, se sacaba en Villavicencio. A mí me parece que no me costó sino
cinco pesos. Inderena era el que daba esos permisos. Todo el mundo
tenía permiso. Con eso uno podía matar todo lo que quisiera. La
gente que compraba las pieles venía en avión y compraba todo lo
que hubiera en La Macarena, ellos también tenían que tener licencia
para sacarlas. Las pieles las compraban negociantes que venían de
Bogotá y de Villavicencio. Pagaban muy barato en ese tiempo -
claro que la plata valía-: por ahí a 2 milo 2.500 pesos las de tigrillo
y las de tigre real a 3 mil o 4 mil. Una remesa, es decir, un costal tres
rayas se llenaba con 150 pesos.

Así comenzó a circular la plata que por allá poco se había visto.
Pero después de un tiempo llegó la prohibición: el Inderena dejó de
dar permisos y el comercio disminuyó. Sin embargo, el impulso no
se frena de buenas a primeras con el paso a la ilegalidad. La cacería
continuó a menor escala y por poco tiempo mientras hubo quien via-
jara a comprar las pieles, a pesar de no ser permitido.
Siguiendo el esquema de la economía extractiva, hubo un peque-
ño e infructuoso intento de explotar caucho en La Macarena. Alejan-
ECONOMIA 129

dro, un indígena brasileño con cédula de Mitú, llegó a la región hace


unos 20 años a sacar caucho. El ya lo había hecho en el Vaupés, pero
el trabajo en Macarena era distinto, porque la especie que explotaban
era otra. Con la leche de un árbol impermeabilizaban los costales y
con unos zapatos con chuzos y un arnés se trepaban a los árboles
para sacarles todo el látex. Luego cocinaban la leche que iba forman-
do bolitas, que ellos recogían para entregarle al patrón. Trabajó unos
meses por caño Perdido y luego otro tiempo cerca del Raudal, en la
parte de arriba; pero ese trabajo no tuvo futuro.

MARIHUANA Y COCA

En mi primer viaje a La Macarena tuve la oportunidad de conocer


un laboratorio de procesamiento de coca. Estábamos donde don
Silverio, oyendo sus historias y viendo las enormes esquirlas de las
bombas caídas cerca a su casa, cuando alguien me dijo que nos iban
a llevar al laboratorio. Lo imaginaba tal como es: un galpón, con
hoja de coca apilada, canecas y otros enseres necesarios para el pro-
cesamiento. Yo quería tomar fotos, pero no sabía si se molestarían.
Me acerqué a don Silverio y tímidamente le pregunté si podía tomar-
le fotos al laboratorio. "Claro, todas las que quiera", me respondió.
Tener coca no es para ellos ningún misterio. Luego, mientras estuve
de profesora constaté que el cultivo parecía no tener ese carácter ilí-
cito que se lee en los periódicos.
Lo mismo sucedió con la marihuana. Un día en su casa, Silverio
nos preguntó, al profesor y a mí, si queríamos conocerla. "Cómo no,
Silverio", le dijimos entusiasmados. Y sacó del zarzo medio bulto de
olorosa hierba: "Es Punto Rojo -nos contó-- de muy buena cali-
dad". La tenía ahí porque ya no había quién la comprara, así que
terminaba siendo para el consumo local: del bulto que tenía ya no le
quedaba sino medio, pues la otra mitad la había regalado. Además,
cuando la fue a recoger del cultivo, resultó que los viciosos de la
región ya habían recolectado buena parte de la cosecha. En otra casa
también me mostraron restos de alguna colecta de marihuana y en
otra maticas que quedaban de lo que muchos años antes había sido
un cultivo. Porque la marihuana subió el Raudal a finales de los se-
tenta con la fuerza del pequeño auge que hubo en toda la región.
"Se dice que hacia 1974-75 se trajeron de la Sierra Nevada las
primeras semillas de marihuana y se plantaron con éxito en las cerca-
nías de Vistahermosa... Eran cultivos extensos, mantenidos en secre-
130 A LA BUENA DE DIOS

to y manejados con gran sigilo. Los colonos observaban curiosos


pero discretos el experimento. Cuando en la costa el negocio se puso
difícil, los Llanos surgieron como una alternativa, y en Vistahermosa
comenzaron a regalarse semillas, a impartirse instrucciones técnicas
y a darse pequeños créditos para sembrar la yerba. Fue un plan de-
liberado, orientado a sustituir a la costa como productora ... Por el
Güejar, se dice, [la semilla] bajó el Ariari... y subió por el Guayabero"
(MoLANo,A. en CUBIDES et al., 1989: 300).
Al Duda, la marihuana llegó hacia 1976 y se cultivó hasta 1980
más o menos. La marihuana fue el primer auge que se vivió cuando
esta zona ya estaba poblada, pues en la época de las tigrilladas estaba
deshabitada. Los colonos, que tantos trabajos habían pasado, apro-
vecharon la llegada de la mata milagrosa, que le daba felicidad a
otros y dinero a ellos. La marihuana prometía todo el dinero que
parecía imposible desde que llegaron a ese monte. Con el cultivo
llegó más gente, que con la actividad podía hallar fácilmente el modo.
Pero la promesa se esfumó. Los compradores desaparecieron y con
ellos los sueños de vivir de la marihuana. A algunos no les pagaron
cosechas recogidas y otros tuvieron que echar su producción al río.
Después se conoció la coca, tan práctica para transportar, que la
marihuana en comparación se volvió obsoleta: cargar con esos bul-
tos es mucho complique.
Además de la ventaja del transporte, la coca tuvo mejores condi-
ciones que la marihuana: mayores precios y más mercado, y el terre-
no abonado por la experiencia de la maracachafa. En consecuencia,
el nuevo cultivo llegó rápidamente a llenar el vacío dejado por la
marihuana y su bonanza tuvo mucho más vuelo.
La actividad fuerte de la coca tuvo lugar de La Macarena hacia
abajo. Los cultivos, la inmigración, el surgimiento de nuevos pobla-
dos, la proliferación de tabernas para beberse los ingresos y el domi-
nio que logró la guerrilla, fueron la forma en que se manifestó el
auge. A pesar de que del Raudal hacia arriba la situación era mucho
menos candente, la coca hizo presencia y dejó sentir su impacto. Los
colonos que había sembraron y nuevos migrantes llegaron con la idea
de hacerse a una finca para cultivar.
La siembra de coca arriba del Raudal fue tardía, comenzó en los
años 1981 y 82, cuando según los datos de Osear Arcila (ARCILA en
CUBIDES et al., 1989: 170) los precios ya estaban bajando: en 1979 se
pagaba a 1.100 pesos el gramo de base en La Macarena, en 1980 a
1.000 y en 1981 a 700. Según el mismo autor, el precio en 1982 fue
de 600 pesos --en promedio, posiblemente-, pues según mis ave-
ECONOMIA 131

riguaciones en mayo de ese año se pagaba el gramo a 800 pesos y en


noviembre el precio había descendido a 200 pesos. Así siguió el pre-
cio durante todo el año 83 (a 80 pesos según el autor citado, y entre
150 y 200 según mis fuentes). En 1984 el precio cayó en picada y se
llegó a pagar la irrisoria suma de 60 pesos por gramo de base. Los
colonos que tenían coca sembrada estaban desesperados, esos pre-
cios significaban la quiebra: perder lo que habían invertido, que en
el caso de ellos era todo lo que tenían. Pero tan pronto mataron al
ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla, los precios se dispararon:
en una semana se volvió a pagar 200 pesos por el gramo. Quienes
habían abandonado sus cultivos se dedicaron a limpiarlos para vol-
ver a la actividad. Durante los años siguientes, es decir, desde me-
diados de 1984 hasta este año el precio se mantuvo entre 300 y 500
pesos". En un principio ese precio servía, pero con el aumento del
costo de la vida la disminución del precio real de la coca fue notable
y muchos de los colonos abandonaron sus cultivos.
Algunos pocos lograron ahorrar con la bonanza y son quienes
actualmente participan como pequeños empresarios en negocios como
la madera y la pesca. Otros disfrutaron el dinero que cayó en sus
manos en trago y mujeres, o lo gastaron en comida, ropa, gasolina y
hasta un motor, y poco les quedó cuando decayó la actividad. O los
tumbaron, como a Isidoro.

Yo sembré coca. Aquí con el hermano recogíamos 400 o 500 arro-


bas. En esa época el precio estaba bravo. Eso fue en el 82 u 83...
hasta el 85 hubo apogeo por aquí. Yo hice una socia y en eso, desde
que el cliente no sea correcto en todo, cómo va a sacarle producto
uno a la vaina. Cuando me independicé, sembré una hectárea aparte
y resulta que a mí una hectárea bien cultivada me daba 200 arrobas.
Con otro socio que tenía nos cogíamos 350 arrobas. Como el her-
mano se fue yo me hacía cargo de esos cultivos, los limpiaba y ven-
día la hoja. Entonces yo arrejuntaba siempre como unas 600 arro-
bas. Eso fue la última raspa que yo alcancé a camellar. Vino un tipo
por allá del Cajón, un señor buena persona, que decían que era hon-
rado. Me dijo: "Yo le compró la hoja Isidoro, ¿a cómo me la ven-
de?". "A 900 pesos arroba", le respondí. Así quedamos. La mujer le
cocinaba. El chino cogía hoja. Ella alcanzó a ganar como más de 50

36. Arcila registra una disminución sostenida en el precio que va desde 540
pesos en 1984, hasta 223 pesos en 1988, cuando realiza su trabajo de campo.
132 A LA BUENA DE DIOS

mil pesos y el chino más de 30 mil pesos en cogida. Lo mío eran


casi 500 mil libres, de la hojita. El señor se fue para afuera a vender
la mercancía. "¿Y la plata?", le dije. "Yo voy y no me demoro mu-
cho, máximo unos ocho días y le traigo su plata". Yo ya había coti-
zado un motor en ViIlavicencio, un 40, no era sino girar la plata y de
allá me lo giraban para acá. El señor se fue y hasta el sol de los
venados. Se acabó todo. Yo no me meto en más socias. El señor
tenía fincas y todo y se voló... Y yo de honrado no fui capaz de
sacarle un gramo a ese tipo, él me daba todos esos paquetes de
tardecita para que los guardara ... y él sí vino y me quitó todo. Y de
ahí para acá abandoné yo todo eso.

Lo abandonó hasta 1993, porque -en medio del auge maderero-e-


el precio de la coca mejoró notablemente. En abril, se estaban pagan-
do 800 pesos por gramo. Con ello volvieron todos a sembrar, y los
que aún tenían, pues sembraron nuevas hectáreas.
Con el nuevo impulso, vi sembrar coca en más de una ocasión. Se
abren huecos en la tierra y en ellos se introducen de forma inclinada
pedazos de palo o estacas, que son las semillas. La primera 'raspa' se
hace ocho meses después de la siembra, y se sigue raspando cada 40
días por mucho tiempo si el cocal se cuida, es decir, si se fumiga
contra las hormigas, grillos y gusanos, y no se deja enrrastrojar. En el
momento de la cogida llegan los trabajadores y se hospedan mientras
dura la raspa. Se les da alojamiento (cada quien guinda su hamaca
donde puede) y comida. La mujer de la casa es quien normalmente
cocina, y sólo en algunos casos se le paga. Con su trabajo ella contri-
buye con parte del salario de los trabajadores que se les paga en espe-
cie. Así, el ingreso de la familia, o tal vez debería decir del marido, es
mayor que si se contratara a una cocinera.
Los trabajadores se amarran 'chiros' en los dedos para que no se
les pelen. Con la raspa los índices se ponen negros y así quedan por
un par de días. El pago a los trabajadores se hace por cantidad de
hoja recogida. En abril de 1993, por ejemplo, se pagaba a 1.500 pe-
sos la arroba. Si además picaban la hoja, ganaban 300 pesos más por
cada arroba. Nelson, el mayor de mis alumnos, quien a sus 17 años
trabajaba los fines de semana en el cocal para pagarse sus estudios,
recogió 117 libras en dos mañanas de trabajo, y además las picó. Con
ello ganó 8.500 pesos. Cuando el trabajo no es recoger hoja, sino por
ejemplo limpiar el cocal, se paga un jornal, que era de 3.000 pesos
libres. Si es jornal de fumigación se pagaban 5.000 pesos.
En un principio los colonos que cultivaban vendían la hoja por
arrobas porque eran pocos los que conocían el secreto del procesa-
ECONOMIA 133

miento.Algunos aprendieron e hicieron buena plata trabajando como


químicos donde se recogía bastante hoja. Pero después el conoci-
miento se generalizó y el trabajo de químico se acabó. Ahora, sólo
quienes producen muy poquito venden la hoja, y lo hacen a otros
colonos vecinos que tienen su laboratorio montado.
La hoja se puede picar a mano en un cajón con dos palas unidas,
aunque existe una máquina picadora, qUevale la pena comprar cuan-
do la producción es considerable. En la época de la bonanza, Ramiro
era especialista en picar hoja, para eso lo contrataban los Guarín,
pero un día llegaron con la dichosa máquina y él se quedó sin traba-
jo. Una vez picada la hoja se pone sobre un plástico y se le echa
cemento yagua, y al son de la música que emite La Voz del Llano, se
pisa bien la mezcla para que la hoja suelte el alcaloide. Terminado el
baile, la hoja se recoge en canecas, se les echa gasolina y se dejan allí
de un día para otro. Luego se deja escurrir la gasolina y se le echa
ácido sulfúrico disuelto en agua, con ello la gasolina, que tiende a
flotar, se separa del agua que contiene el alcaloide. A esa agua se le
llama guarapo y se le echa permanganato de potasio ('perga') para
purificarlo. Si el resultado no es del todo satisfactorio, se bate el gua-
rapo, se le vuelve a echar gasolina, y se repite toda la operación. La
idea es que el guarapo quede cada vez más puro. Finalmente se le
echa amoníaco, que separa el alcaloide del agua. Este se seca y que-
da listo para la venta. Es la llamada base de coca, que allá se conoce
como bazuco o sencillamente como 'merca'.
La gasolina sobrante se reutiliza por si quedó en ella algo de mer-
ca. Las hojas se botan, y según dicen son un buen abono. En la finca
de los Guarín tenían un laboratorio que ya no se utiliza, la hoja se
botaba por un barranco. Curiosamente hace poco se descubrió que en
el lugar donde caía la hoja hay ahora un salado, que es un sitio donde
animales de diferentes especies van a chupar tierra.
Los niños más grandes de la escuela conseguían la plata 'pa' los
dulces' trabajando los fines de semana en el cocal de don Silverio.
El iba todos los viernes a recoger a cuatro de sus hijos, que estudia-
ban en la escuela. Ellos también participaban en la raspa o en los
oficios relacionados con el cultivo de coca. Hasta los profesores
estuvimos raspando hoja, pero para vergüenza pública entre am-
bos cogimos menos que Milady, una de las hijas de Silverio que
apenas tiene 10 años, y que fue la única mujer que vi en ese ofi-
cio. Hasta Carlitos, uno de los niños menores del internado, fue a
trabajar. Recogió algunas libras y don Silverio le preguntó que
qué iba a hacer con la plata que se había ganado. Carlitos le res-
134 ALA BUENA
DEDIOS

pondió que comprar lápices para la escuela. Don Silverio le acon-


sejó que encargara unos calzoncillos al pueblo, que le estaban
haciendo falta.

LA PESCA
COMERCIAL

Como se vió en el capítulo pasado, los colonos de las veredas El


Alto Raudal y El Tapir se quejan de que la pesca ya no es como era
antes. La razón por la que esto ha sucedido es la práctica de la pesca
comercial.
La subienda tiene lugar todos los años entre los meses de enero y
abril. Los colonos decían que este año era uno de los peores que
habían tenido, en lo que a pesca se refiere: la subienda casi ni se
sintió. Río abajo los pescadores se prepararon con dos meses de an-
ticipación para la temporada: construyeron 40 viviendas en el Rau-
dal Angostura 11,que con un promedio de cuatro personas cada una,
sumaban 160 personas listas a atrapar cuanto pez subiera. Sin em-
bargo, en enero el 72 frente de las Farc prohibió la pesca entre
Cachicamo y San José del Guaviare, permitiendo sólo la pesca con
anzuelo para el consumo. Para hacer cumplir su ley, las Farc impu-
sieron multas, quemaron equipos de pesca y decretaron el desalojo
total del área de la veda (MOLANO, A., VARGAS Y MAYORGA, 1993).
Las Farc no fueron la únicas en prohibir la pesca, en diciembre el
Inderena decretó una veda, pero la levantó en enero y el municipio
otorgó permisos para pescar. Según el trabajo citado, durante dos
meses y medio de subienda salieron del puerto de La Macarena, por
avión, en promedio, dos toneladas de pescado semanales. El precio
en el pueblo variaba a mediados de 1993 entre 6.000 y 10.000 pesos
arroba, que se vendía a 20.000 pesos en Villavicencio. La exporta-
ción hacía que a veces no se consiguiera pescado en el pueblo. Los
peces que se venden comercialmente son de tallas grandes, pejes y
valentones básicamente, cuyo tamaño oscila entre 70 centímetros y
dos metros.
Los colonos de las veredas que nos ocupan participan también de
la pesca comercial. Aprovechando que a principios del año, debido
al verano, las aguas del río son claras, ellos bucean con caretas y
arponean a los pejes o amarillos que se esconden en las palizadas y
cuevas del río. Los llevan vivos amarrados de la canoa para vender-
los el sábado en el pueblo. Los mejores sitios para la pesca son los
que están rodeados de selva virgen, por eso algunos colonos suben
ECONOMIA 135

por el Duda a pescar en las áreas deshabitadas. Esta actividad no


representa una fuente de ingresos permanente para los colonos.
Para eso están los pescadores profesionales, que llegan a la re-
gión en la época de subienda. Los comerciantes del pueblo les propor-
cionan combustible y alimentación, y luego les compran el producto
de la pesca.
En 1993 los dos comerciantes de pescado que compraban en el
área unieron esfuerzos y realizaron su trabajo conjuntamente. Su-
bían en el mismo bote a recoger y pesar el pescado de estas veredas.
Uno de ellos me comentó que entre febrero y abril ganó un promedio
de un millón de pesos al mes. Pero su actividad terminó porque llegó
nuevamente la guerrilla y en un intento de poner orden prohibió la
pesca comercial.

LA MADERA

Estaba en la hamaca, aún adormilada, cuando un ruido fuerte,


cada vez más intenso, ensordecedor, me sacó del sueño y me recordó
que estaba en un aserrío, a dos horas del río Duda por el caño San
José. Era el ruido que hace un cedro macho" cuando cae y entre sus
ramas arrastra todo lo que haya su paso, para finalmente golpear su
gran tronco contra el piso.
Fui a conocer el aserrío aprovechando que Angel María y José
Antonio, padres de algunos de mis alumnos, tenían que ir a limpiar el
caño, para garantizar la salida de las canoas cargadas de madera. Tra-
bajaron dos días, bajando a paso lento por el caño, quitando con ma-
chete y motosierra los troncos y ramas que dificultaban el paso de la
canoa. El primer día fue frío y con una llovizna permanente, lo que
les hizo el trabajo más pesado. Aunque los estuvimos esperando, Angel
María y José Antonio no fueron a almorzar con nosotros, los sor-
prendió el medio día ayudándole a otros aserradores a trastearse a un
nuevo campamento; ellos les dieron comida, caliente y abundante.
Mientras tanto yo estuve en 'nuestro' campamento hablando con las
dos cocineras, compañeras de dos de los trabajadores. Los dos
aserradores y sus ayudantes llegaban ocasionalmente a resguardarse
de la lluvia. Para ellos fue un día largo. Para mí, delicioso.
Por paradójico que parezca, algunos campamentos son más có-
modos que las casas de los colonos: hay techo y buena comida ase-

37. Bombacopsis quinata, de la familia Bombacaceae.


136 A LA BUENA DE DIOS
ECONOMIA 137

gurada. y están en medio del monte. Cuando se arma el campamento


sólo se limpia el espacio mínimo para levantar los cambuches y se
prosigue al trabajo: tumbar uno a uno los cedros marcados con ante-
rioridad, y sacarles el mayor número de bancos" posible. Una vez se
ha terminado con todos los palos" del lugar, se apila la madera en el
puerto y se hace un campamento en otro sitio estratégico. Si el cam-
pamento queda lejos del río o del caño hay que usar mulas para llevar
la madera. Ese día de lluvia tuve la fortuna de no tener que oír todo el
tiempo el ruido persistente de las motosierras. Cuando escampaba
iba a verlos trabajar. Habían tumbado dos palos cercanos. Una pareja
trabajaba cada árbol. El ayudante medía y marcaba la madera, para
que el aserrador cortara por las líneas trazadas con una pita untada de
aceite. Luego el ayudante se cargaba en la espalda el banco recién
sacado y lo arrumaba con los demás. y el proceso se repetía una y
otra vez. A veces era difícil cortar la madera del árbol en bancos. En
ello se mide la experiencia y habilidad del aserrador: debe sacar de
cada palo el mayor número de bancos posible.
Claro que 'los araucanos', reyes del negocio,desperdiciaronmucha
madera en el primer año del auge. Uegaron a La Macarena en 1989
después de arrasarcon todas las ceibas tolúa, la especie maderable más
valiosa deArauca y Casanare, que en Macarena se conoce con el nom-
bre de cedro macho. Conocíanbien el negocio. Entraron en bandada y
se dispersaronpor la región en busca de maderas finas. Se regaron por
las márgenesdel Guayaberoy penetraron en los caños. Se expandieron
como una epidemia.Finalmentecruzaron el Raudal y empezaron a ne-
gociar los palos con los dueñosde la tierra.Algunos vendieron,maravi-
lladospor la gananciafácil:sólo teníanque dejara los aserradoresentrar
y llevarse los cedros, esos que los colonos habían tumbado para sem-
brar, sin saber que eran valiosos.
Pero lo que por agua viene, por agua se va. La plata, que en un
principio les pareció mucha, resultó no ser tanta, a la hora de gastar-
la. Quedaron en las mismas que antes y sin árboles. Y poco a poco se
fueron dando cuenta de su error. Los engañaron: les pagaron la ma-
dera a precios irrisorios. Es cierto que en este negocio el que menos
gana es el dueño de la tierra, como en todo el pez grande se come al
pequeño. Sin embargo, a ellos les pagaron menos del precio usual. A

38. Unidad en que se compra y vende la madera, equivale a tres tablas.


39. ArboI.
138 A LA BUENA DE DIOS

algunos les dieron apenas cien pesos por banco (en 1993 pagaban
entre mil y dos mil pesos). Cayeron por ingenuos. El dinero se esfu-
mó de sus manos como si se hubiera derretido y sus fincas quedaron
sin madera, que es la que en estos días le da valor a la tierra.
Los colonos fueron comprendiendo que la tierra que tuviera ce-
dros era explotable y que por 10 tanto valía. Comenzaron así los pro-
blemas de linderos. Antes se sabía más o menos cuál era el límite de
cada predio y nadie peleaba; las picas que marcaban los límites, si es
que las había, se trazaban de común acuerdo. Había suficiente tierra
y los linderos no eran motivo de discordia. Pero con la bonanza de la
madera ninguna tierra es suficiente: un metro más allá o más acá
puede significar uno o dos árboles más o menos, yeso, unos cuantos
miles de pesos para uno o para otro. Con la bonanza, los colonos se
afanaron por trazar los límites de sus fincas, por abarcar el mayor terre-
no posible, si es que en él había cedros. Algunos vecinos, viejos conoci-
dos, protagonizaron peleas y desde entonces han arrastrado rencores.
Los más avivatos se metieron en el terreno de otros, sembraron
tres yucas y un cacao, reclamaron parte de la tierra como propia y
marcaron los palos para venderlos. Y el antiguo dueño, si no tenía
cómo defenderse perdía la madera. y es que no hay ante quién que-
jarse. Los colonos no tienen títulos de propiedad y la extracción de
madera en el Parque, como todas las actividades que allí se llevan a
cabo, son ilegales. Como me contó una víctima de los ladrones de
madera: "Yo le hablé de eso a la contraguerrilla y el capitán me dijo:
lo que tiene que hacer usted es poner el denuncio en el juzgado, si no
lo atienden pues péguele un tiro a un viejo de esos y tírelo al río. Yo
puse el denuncio en el pueblo, está en el Inderena y en la personería,
pero no sirvió de nada. Así que ni modo de ayudar a que no se metan
por allá y a cuidar los recursos naturales". La amenaza de robo acele-
ró el proceso: había que apresurarse a marcar la madera y venderla al
mejor postor. Porque la realidad es que desde el comienzo del auge,
ni el ejército ni la guerrilla, ni la policía ni la alcaldía, ni el Inderena
ni nadie, ha podido ni querido hacer nada para frenar la tala de made-
ra. Sin Dios ni Ley el negocio prosperó.
Los araucanos duraron poco tiempo monopolizando la extracción
de madera en el sector. Pronto, los colonos del lugar aprendieron
cómo era el asunto, compraron motosierras y se pusieron a aserrar.
Invirtieron lo que pudieron e ingresaron a la fiesta. Cuentan que en la
época de los bombardeos los araucanos andaban en la zona, y que un
buen día, en el río Duda, por paranoia o confusión de blanco, el ejér-
cito le disparó al bote de uno de ellos, y dicen que por eso prefirieron
ECONOMIA 139

sacar madera en otra parte. Algunos de ellos siguieron en la región,


con las ventajas que da la experiencia y el capital, pero tuvieron que
compartir el negocio con los habitantes locales.
Algunos colonos decidieron vender la madera aserrada, en lugar
de los árboles, pues así tenían una ganancia un poco mayor. Si mu-
chos de ellos no han participado en el transporte, bien sea llevando
su propia madera o convirtiéndose en empresarios y comprándole a
otros para venderla más abajo, es porque no tienen con qué comprar
el motor y el bote que requerirían para ello. Siguen entonces hacien-
do las veces del pez pequeño.
Unos pocos colonos sí lograron convertirse en pequeños empre-
sarios de la madera. Algunos incluso la llevan hasta Concordia. Estas
son las familias más prósperas de la región, que lograron ahorrar
algo con la coca. Es de notar que algunos de estos pequeños empre-
sarios son hijos de colonos antiguos, son jóvenes que por lo general
no sobrepasan los 30 años, y que fueron criados en Macarena. Estos
'empresarios' no encajan con la imagen de quienes comandan los
negocios: trabajan a la par con sus ayudantes y escasamente se dis-
tinguen de ellos, comparten el techo y la comida, cargan bancos por
igual, se mojan, y en fin, realizan un trabajo físico muy duro y
agotador.
El negocio de la madera en las veredas El Alto Raudal y El Tapir
tiene que salvar el obstáculo que rige toda la vida río arriba: el Rau-
dal. Hasta este punto la madera se transporta en botes y en balsas:
cada bote se carga hasta el límite y con bancos y canecas vacías se
arman grandes balsas que amarran a cada lado de los botes. Al llegar
al Raudal se desarman las balsas y si éste da paso la madera se carga
en los botes que la van pasando poco a poco. En invierno, cuando las
aguas no permiten el tránsito de embarcaciones, toca descargar la
madera en el lado de arriba del Raudal, cruzar los bancos por la tro-
cha con mulas y volver a cargar alIado de abajo. Por eso hay quienes
prefieren vender la madera en el Raudal, especialmente en época de
invierno. Otros sí bajan la mercancía hasta La Macarena y la venden
allí a los comerciantes del pueblo, que la llevan hasta Concordia o
Villavicencio. Algunos de estos comerciantes suben hasta el Raudal
y cargan allí sus viajes. Los compradores de madera de La Macarena
son los mismos dueños de las tiendas y generalmente también los
mismos negociantes de coca.
Ellos no sólo compran la madera que viene de arriba del Raudal,
sino también la del caño Perdido y el Losada, el mayor centro
maderero cercano a La Macarena. Bajan en sus falcas y chalanas por
140 A LA BUENA DE DIOS

el Guayabero, pasando por Cachicamo, Puerto Colombia y otros ca-


seríos que nacieron con la bonanza de la coca. Tuve la oportunidad
de hacer ese viaje en una falca cargada de madera. A la altura de uno
de los caseríos, que pasamos ya de noche, el dueño de la embarca-
ción se paró adelante donde lo pudieran ver, atento a que algo suce-
diera. Estaba esperando que la guerrilla nos mandara llamar, para
cobrar el impuesto, si mal no entendí. Saliendo madrugados de La
Macarena, es posible llegar a la boca del Raudal Angostura 11duran-
te la noche, para así madrugar a cruzarlo. Este sí da paso durante
todo el año. El tráfico está organizado por horas: de seis a siete sólo
se permite subir, durante la siguiente hora bajar y así hasta el final
del día. Este raudal tenía una enorme y peligrosa piedra en la mitad,
causa de muchos accidentes, que fue dinamitada hace poco. A pesar
de que esta piedra ya no existe y que hay tránsito todos los días del
año, pasar en una chalana o una falca muy cargada es peligroso, por
eso parte de la carga la cruzan unos botes siempre listos a esto. Prue-
ba de que el Raudal aún es peligroso es el hecho que el día que cruza-
mos se cumplían 20 días de la muerte del primero de nueve ahogados,
que no pudieron encontrar.
Del Raudal a Puerto Concordia el camino es corto, se gastan unas
dos horas. Concordia es un pequeño puerto sobre el Ariari que vive
del comercio de víveres y madera. Allí llega toda la madera del Duda,
el Guayabera, caño Perdido, el río Losada, caño Cachicamo, caño
Ceiba y caño Grande. De Concordia la madera se lleva en camiones
hasta Villavicencio. Las falcas madereras remontan el río hasta La
Macarena cargadas de mercancías: comida, cerveza, gaseosa, y cuanta
cosa se necesite. Por eso los comerciantes de madera son los mismos
dueños de las tiendas. (Ver mapa No. 6).
Calculaban en 1993 que quedaba madera para unos dos años.
Como están las cosas, lo único que va a parar el negocio es el agota-
miento del recurso. Mientras yo estuve, escuché varias veces el chis-
me de que 'los muchachos' iban a prohibir sacar madera. Los colo-
nos decían que ellos eran los únicos capaces de frenar el negocio.
Según parece la guerrilla intentó poner trabas a la tala de madera,
pero se dio cuenta que perdería todo el apoyo si se oponía al negocio
en boga. De seguir la cosa como va es posible que haya que buscar
mucho para poder apreciar algunos cedro-machos, si no se encuen-
tran silvestres, tocará mirar los que algunos colonos han sembrado.
Rigoberto sembró recientemente 170 cedros y tiene otros sembrados
hace años, que ya son árboles grandes. Emiliano tiene un potrero de
cedros, pues hace años limpió y quemó un lote donde había un cedro,
ECONOMIA 141

MAPA No. 6
RUTA DE LA MADERA
142 A LA BUENA DE DIOS

comenzaron a nacer los arbolitos y él decidió dejarlos. Ramiro tam-


bién tiene algunos árboles plantados.

EL NEGOCIO DE LA MADERA EN NÚMEROS

Precios de la madera por banco, en pesos corrientes

Nov. 1992 Abril-


Marzo 1993 Junio 1993

Aserrío arriba de las bocas del 6.000 5.000*


Duda y en la orilla del río
Raudal (Extremo de arriba) 7.000
La Macarena 9.000 - 9.500 8.500
Transporte hasta La Macarena 2.200 2.000
Concordia 12.500 11.000
Transporte La Macarena - Concordia 2.500 2.500
Transporte Concordia -Villavicencio 1.500 1.500**
Villavicencio 16.000 14.500

* El precio por banco en el puerto bajó hasta 2.500 pesos el 20 de abril


.. Más 100.000 pesos para el salvoconducto por cada 80 bancos, es decir, 1.250
pesos más por cada banco.

Los precios de la madera estuvieron constantes desde noviembre


de 1992 hasta marzo de 1993. A partir del mes de abril bajaron y se
mantuvieron constantes hasta principios de julio, cuando terminé el
trabajo de campo. Esta disminución en el precio fue causada por un
cambio en las expectativas del negocio. Decían que el Inderena esta-
ba poniendo problema para dar los permisos para sacar la madera de
Concordia. Comprar madera en esas condiciones implicaba un ries-
go para los comerciantes, pues de pronto no la podían llevar hasta
Villavicencio (aunque hasta donde supe esta amenaza nunca se hizo
efectiva). Algunos dejaron de comprar y redujeron las cantidades, lo
que resultó en una leve disminución en la demanda de madera, mien-
tras la oferta seguía más o menos inalterada, pues generalmente el
dinero se necesita con urgencia y es problemático guardar la madera
en espera de que aumenten los precios. Algunos necesitan la plata
ECONOMIA 143

para vivir, otros para cubrir los costos, y otros tienen la madera nego-
ciada antes de cortarla y no pueden dejar de venderla.
El costo del transporte del aserrío hasta La Macarena es mayor en
verano que en la época de lluvias, puesto que el río tiene un menor
nivel y las falcas deben llevar menos peso.
Ya había dicho que el dueño de la tierra es el que menos gana. Se
le pagan entre mil y dos mil pesos por banco cortado. También pue-
den negociar los palos sin saber cuánta madera van a dar.Angel María,
por ejemplo, vendió 70 palos en seis millones y medio de pesos, lo
que da más o menos 93 mil pesos por árbol. A un árbol se le sacan en
promedio entre 80 y 100 bancos, aunque el rango es de 20 a 250
bancos. Si suponemos, para el caso de Angel María, un promedio de
90 bancos por árbol, el precio de cada banco sería de 1.033 pesos. El
dueño de los árboles puede ser también el aserrador. En ese caso, de
los 5 mil pesos que cuesta cada banco en el puerto el comprador de la
madera le descuenta los materiales que le haya adelantado para reali-
zar el trabajo: remesa, gasolina y aceite, básicamente. Así el dueño-
aserrador se ganaría más o menos 3 mil pesos por banco. Se entiende
entonces que algunos colonos hayan comprado motosierras con el
fin de cortar ellos mismos su madera: así pueden ganarle más del
doble a cada banco.
Un aserrador gana más que el dueño de los árboles. Compra una
motosierra en 1'200.000 pesos. Si es bueno puede cortar 500 bancos
en el mes, a dos mil pesos banco, ganaría un millón de pesos. Si gasta
200 mil pesos en remesa y otros 200 mil en gasolina, gana 600 mil
pesos limpios. Así en dos meses y medio de trabajo libra la motosie-
rra. Quien se dedique a transportar madera también asegura buen
billete. Conocí un caso de alguien que ya tenía bote y compró un
motor para transportar madera de la vereda al pueblo, que le costó
2'200.000 pesos. En un viaje, de cuatro días, puede ganar 500 mil
pesos. Así, que con suerte podía librar el motor en un mes y medio de
trabajo.
Quinta Parte

LAS MUJERES
Antes de ir a trabajar en la escuela e incluso después de haber
regresado a Bogotá, no tenía pensado escribir sobre las mujeres. Pero
al comenzar a ordenar mis notas encontré que tenía mucha informa-
ción sobre ellas, seguramente porque también soy mujer y en los
muchos ratos que charlábamos fui enterándome de la historia de sus
vidas. Así que comencé a escribir y cuando menos me di cuenta tenía
varios capítulos sobre el tema. Creo que sin esta parte este relato
sobre el Guayabero y el Duda hubiera quedado cojo. Sin embargo,
después de haber escrito con la mayor libertad, supe que no debía
publicar sus historias sin consultarlo con ellas, puesto que no sabían
--como tampoco lo sabía yo- que de nuestras conversaciones iban
a salir las páginas que siguen. Ante la imposibilidad de regresar y
consultar con cada una su parte de este cuento, cambié todos los nom-
bres, pero ello no fue suficiente, cambié entonces detalles y mezclé
historias, también me inventé algunos pedazos, pero sin alterar el
sentido. Así pues, los episodios que se enredan en estos capítulos no
corresponden enteramente a la vida de ninguna de las mujeres que
conocí en Macarena, son el apoyo a la manera como percibí la histo-
ria general de las mujeres de esta zona.
Con esta quinta parte que cierra el escrito he querido que los es-
fuerzos de las mujeres colonizadoras no sean pasados por alto, y que
con ello se tenga una visión más completa de cómo es la vida por allá
arriba.
148 A LA BUENA DE DIOS

LAs "COSTILLAS,,4()

Las veredas El Tapir y El Alto Raudal han sufrido un proceso de


colonización que no sobrepasa los 25 años. La base de este proceso,
y sobre todo de su consolidación, es la familia y en esa medida el
papel que desempeña cada miembro dentro de ella es muy importan-
te. La forma como está organizada la familia otorga un lugar a las
mujeres, que determina su vida y su participación en el proceso colo-
nizador. En términos generales se observa una clara división del tra-
bajo: mientras los hombres se encargan de los cultivos, de cazar y
pescar, de bajar al pueblo, o se emplean para conseguir plata, las
mujeres permanecen encargadas de la casa y de los niños. Encargarse
de la casa implica diversas tareas como cocinar, lavar la loza y la
ropa, rajar leña, cargar agua, limpiar y barrer. De otra parte, es claro
que dentro de las familias -y también a nivel comunitario-- son los
hombres quienes dominan. Puede afirmarse, nuevamente en térmi-
nos generales, que es el padre quien toma las decisiones familiares
de mayor peso y ello hace evidente su poder. A nivel social o públi-
co, tanto en la vida diaria como en las reuniones comunitarias, es
notorio el papel preponderante y de líderes que tienen los hombres.
Sin embargo, a pesar que la división sexual del trabajo y el domi-
nio masculino dentro de la familia es bastante evidente, ello sólo es
cierto como generalización. Por una parte, además de ocuparse de
las labores de la casa y de los niños, las mujeres muchas veces son
importantes como parte de la mano de obra familiar,es decir,en cuanto
realizan actividades que son consideradas del campo de acción mas-
culino. De otra parte, hay casos, aunque pocos, en los que son las
mujeres las que dominan.
'Me parece que esta dualidad es típica de una zona de coloniza-
ción apartada, donde la dificultad de la vida hace que los rasgos
sociales dominantes se vean de forma nítida: todo es más simple y
en esa medida más definido. Pero, esa misma dificultad, esa situa-
ción límite en que se vive, hace que ningunode esos rasgossea cierto en
todos los casos, las situaciones extremas incitan la versatilidad, invi-
tan a romper los patrones. El tipo de sociedad que resulta de la colo-

40. Nombre con el que muchos maridos se refieren a sus esposas; alusivo a un
pasaje del Antiguo Testamento sobre el primer hombre y la primera mujer:
"Hizo Dios caer sobre el hombre un profundo sopor; y dormido tomó una de sus
costillas, cerrando en su lugar con carne, y de la costilla que del hombre tomara,
formó Dios a la mujer, y se la presentó al hombre".
LAS MUJERES 149

nización no es monolítico, no tiene la fortaleza que imprimen los


años, no es estático; es una sociedad en proceso de construcción,
contradictoria, en pugna permanente, maleable, se ajusta a las nue-
vas condiciones a que debe enfrentarse. Es una sociedad adaptativa:
en ello radica su riqueza.
Debido a que la estricta división del trabajo entre hombres y mu-
jeres es un estereotipo, hay numerosas situaciones en las que el equi-
librio se rompe, Cuando una familia comienza a hacer finca se re-
quiere un gran esfuerzo tumbando monte, sembrando, construyendo
la casa, y por ello es común que en estos casos las mujeres traspasen
las fronteras de la división sexual del trabajo y colaboren durante un
buen tiempo en las labores típicamente masculina~~j~uchas veces,
los hombres trabajaban un tiempo en las fincas recién adquiridas, sin
vivir allí, quedándose durante algunos días y volviendo después a
continuar los trabajos. Esto con el fin de 'l':lecuando lleven la familia
tengan donde vivir y comida sembrada.Cuando las mujeres llegan,
todavía es mucho lo que queda por hacer, y así ellas además de cui-
dar la casa, salen al monte a ayudarle al marido]
Anteriormente, hacer finca era más difícil que ahora: era más
problemático conseguir ayuda en la medida que en la región había
menos gente, los colonos recién llegados debían caminar grandes
distancias para conseguir las semillas o la comida, muchas veces no
había canoas con motor que les pudieran ayudar, y si las había, no era
un servicio permanente; en fin, ahora que hay más actividad en el
área las cosas se facilitan. Estas dificultades hacían aún más necesa-
rio el trabajo de la mujer en la etapa inicial de la finca. Así lo cuenta
doña Lilia, una de las primeras colonas del río Duda:

El vino primero, hizo el ranchito y dejó sembrado maíz, y se fue para


Villavicencio, duró como tres meses y después me trajo. Yo me vine
con él porque qué más, tocaba, ya con los chinos y todo. Cuando vinie-
ron aquí, Sujey no tenía todavía el año y el chino tenía como año y dos
meses y así me los traje, chiquitos y con ese miedo, que paludismo, que
no sé qué, pero gracias a Dios los chinos nunca se llegaron a enfermar.
Entramos aquí y nos pusimos a trabajar, porque eso era todo monte. Y
le dábamos tieso y parejo juntos. Yo me despertaba y hacía el desayuno
y tendía un caucho en el suelo y ahí dejaba a los chinos para que no
fueran a aporrearsen, los dejaba a juntos sentados y nos íbamos a traba-
jar. Nosotros tumbábamos y después quemábamos para sembrar maíz,
plátano y yuca. Y volvía y les daba el almuerzo y corra otra vez pa'l
trabajo. A nosotros nos tocó hacer toda la tumba mientras el chino cre-
cía un poquito para que pudiera ayudar al papá.
150 A LA BUENA DE DIOS

Nadie se le medía a esta vaina por acá, no había ninguna vía de pene-
tración, ni motores, nada. Esto era muy sólido, nada de gente. Mu-
chas veces pa' conseguir la comida, el platanito, eso había que ir
abajo.... a traer semilla o ir a trabajar ocho o 15 días por allá.
Aquí nosotros no hemos sabido qué es ayuda de un vecino, sola-
mente trabajar nosotros, todo lo que se ha hecho aquí es esfuerzo de
nosotros.

Como bien dijo doña Lilia, ella trabajó mientras su hijo creció y
pudo colaborarle al papá. Otras mujeres, cuando llegaron, tenían hi-
jos en edad de trabajar y gracias a ello pudieron dedicarse desde un
principio a lo que típicamente les corresponde. Este es el caso de
doña Rosa, quien cuando llegó a organizar la finca al lado de su
marido tenía tres hijos, niños todavía, pero capaces de ayudarle a
don Carlos. Con el cuidado de los cuatro menores y el trabajo de la
casa ella tenía todo su tiempo copado. Un niño es considerado apto
para el trabajo desde que tiene alrededor de 10 años, aunque ello no
significa que pueda reemplazar a un adulto. Desde edades más tem-
pranas ellos salen con los papás y van aprendiendo de ellos su ofi-
cio. Además, a medida que van creciendo se les van asignando
responsabilidades, tales como cargar agua o alistar las vacas para el
ordeño, que los van familiarizando con el trabajo, aunque no sean
esas mismas tareas las que desempeñen cuando sean mayores.
En la medida en que los hijos crecen,la finca 'progresa' y aumentala
actividad en la región, y con ello las posibilidadesde colaboración,las
mujeres se desprendende las tareas masculinas y se dedican a lo suyo.
Sucede también que sus responsabilidades disminuyen al punto de
tener suficiente tiempo libre para colaborar en ciertas actividades,
aún cuando estas no sean consideradas su obligación. Así, por ejem-
plo, van a pescar al río o al caño, ayudan a mantener los cultivos y a
cosechar,o salen a acompañar al marido y comparten su trabajo.
Debido a las frecuentes incursiones en el campo de trabajo mas-
culino y a la naturaleza de su trabajo, las mujeres son muy versátiles
y muy fuertes. Mientras los maridos van al pueblo, o salen a trabajar
en otra finca, ellas deben velar por que todo esté en orden. Esto im-
plica cuidar los trabajos que el marido realizaría si estuviera presen-
te. Así, ellas son capaces de desempeñar cualquier oficio". A veces

41. Esto también es cierto para los hombres, quienes en ocasiones se ven solos
y tienen que ocuparse de cocinar cuando salen al monte o están en los botes. Hay
algunos que viven solos y por eso desempeñan todos los oficios. Lo que no es nada
usual es que la mujer salga y el hombre se quede cuidando la casa y los niños.
LAS MUJERES 151

les toca organizar el ejército de trabajo infantil y ponerse a laborar


con ellos. Ante nuestros ojos muchos de los trabajos que ellas reali-
zan normalmente serían considerados masculinos debido a que re-
quieren de un gran esfuerzo físico, tal es el caso de cargar agua, rajat
leña, coger maíz o plátano. Esto desdibuja un poco la frontera entrd
un tipo de trabajo y el otro: el límite está dado por la asociación di~\
recta de los oficios al cuidado la casa y en menor medida por el reJ
querimiento de fuerza que ellos implican.
VHay,sin embargo, algunas pocas actividades que es muy raro que
una mujer desempeñe, aun ocasionalmente.Aunque algunas pocas
saben manejar motor fuera de borda Son siempre los hombres quie-
nes los manejan. Este hecho está relacionado con dos aspectos que se (
tratan más adelante: de una parte/usar un motor implica salir de lal
casa, moverse por el río yeso le corresponde a los hombres, más que
a las mujeres, y por otra, son los hombres los dueños de los motores
y por lo tanto quienes disponen de ellos] A los niños les enseñan
desde pequeños a manejar motor si su familia tiene uno, si no, apren-
den tan pronto se les presenta la o~0rtunidad; las niñas en cambio
pueden llegar a viejas sin aprender.¡ La cacería es también una labor
en que las mujeres casi no participan y si lo hacen es acompañando a
los hombres, nunca solas. Esto posiblemente está relacionado con el
hecho de que cazar es considerado una tarea 'peligrosa' y ruda, en la
que además es necesaria un arma, y son los hombres quienes las
manejan y quienes deben enfrentar ese tipo de situaciones. Si bien
las mujeres se encargan de arreglar para cocinar los pescados y los
animales pequeños, como las lapas y los armadillos, si el animal ca-
zado es grande, como una danta o un chigüiro, son los hombres los
que los arreglan, es decir, quienes le quitan el cuero y los intestinos,
y cortan la carne en pedazos pequeños. Aquí, es evidente, el límite lo
marca el esfuerzo físico que implica despresar el animal.
Esa división sexual del trabajo, aunque no sea estricta, como se
vió, es una realidad que se trasmite de padres a hijos y de ese modo
se mantiene: así como los niños ayudan a los papás, las niñas apren-
den el oficio de las mamás. Para las madres es un alivio tener hijas,
pues así comparten su trabajo cuando ellas crecen. Desde muy pe-
queñas aprenden a prender el fogón y a cocinar, a cuidar a los herma-
nitos menores, a lavar ropa, y en fin, a desempeñar los oficios nece-
sarios para mantener una casa. Por eso, cuando las niñas comienzan
a tener formas de mujer, y especialmente, cuando tienen la capacidad
física de tener hijos, ya están listas para convivir con un hombre y
ocupar el lugar que le corresponde a una mujer en una casa. An-
152 A LA BUENA DE DIOS

gélica, una de mis alumnas, era prueba de ello. Vivía en un ranchito


cerca a la escuela con su hermana Yoana de ocho años. Angélica,
que tenía 12, cocinaba, mantenía la casa y cuidaba y mandaba a su
hermanita. Ante los ojos de cualquiera ella ya era capaz de manejar
una casa. A pesar de eso ella sigue siendo una niña, jugando igual
que las demás; pero los señores ya le tienen puesto el ojo: 'Cómo
está de bonita Angélica', comentan sin inocencia. El día menos pen-
sado coge camino y se va con un hombre, así como lo hizo su amiga
Ruby el año anterior cuando estudiaban juntas en la escuela del
Alto Raudal. Ruby tenía 15 años, ahora tiene 16, un marido y un
hijo.
La división del trabajo entre hombres y mujeres descansa sobre
un hecho que afecta las relaciones por fuera de la familia de cada uno
de los sexos. Los hombres son quienes se encargan de los trabajos
que tienen remuneración monetaria, que en el caso de la economía
campesina son pocos y reportan ingresos pequeños, pero significati-
vos en la medida en que son los únicos con que cuenta la familia. Los
hombres son los encargados de vender productos o animales o de
emplearse por un salario. Este hecho es más claro en las actividades
que no son de subsistencia, como el cultivo de coca o la venta de
madera. Son los hombres quienes se ocupan de éstas y quienes reci-
ben el dinero que se logra conseguir. y mientras ellos se dedican más
a este tipo de actividades, las mujeres deben reemplazarlos en labo-
res de subsistencia que ellos suelen realizar, es decir, cuando las ta-
reas del hombre se diversifican, sus mujeres toman su lugar en aquellas
que no reportan un ingreso monetario.
Si una mujer desea ganar dinero, tiene pocas posibilidades de con-
seguirlo. En el pueblo es relativamente fácil encontrar trabajo coci-
nando o lavando, pero en la vereda las cosas cambian. Una colona que
tenga su familiano puede abandonarla casa e irsea cocinara otra parte.
El caso de la primera cocinera que tuvo la escuela mientras yo estuve
es poco común. Ella trabajaba de guisa y tenía a sus hijos internos, es
decir que vivían con ella, además su marido pronto estuvo a su lado
puesto que le propusieron encargarse de la tienda que funcionaba en
los predios de la escuela. Sin embargo, cuando ella renunció y la
tienda cerró, fue muy difícil que otra mujer accediera a trabajar,puesto
que ninguna podía abandonar sus obligaciones.
En la vereda se encuentran algunas mujeres trabajando de guisas
en los aserríos. Ellas suben del pueblo por un tiempo corto, son mu-
jeres solas o compañeras de uno de los aserradores. Su caso es distin-
to al de las madres de familia de la vereda.
LAS MUJERES 153

Cuando hay trabajadores en las fincas, debido a los cultivos de


coca principalmente, las mujeres trabajan cocinando para ellos.
Es un trabajo muy duro: se levantan a las tres o cuatro de la ma-
ñana a hacer el desayuno,y no bien terminan cuando tienen que poner
a hacer el almuerzo y luego la comida; porque cuando hay traba-
jadores ellos duermen en la finca mientras dure el empleo. Gene-
ralmente nadie les paga ese trabajo, aunque tendrían que hacerlo
en caso de contratar a una mujer que no fuera de la casa. Hay
algunas pocas ocasiones en las que ellas reviran y se les reconoce
el valor de su trabajo. Sin embargo, el salario que gana una mujer
cocinando es inferior al que gana un hombre con su trabajo de
jornalero.
Aunque pueden desempeñar trabajos masculinos en su finca, al
lado de su marido, no lo hacen por un salario en otro predio. Ellas
nunca se emplean como peones; así, por ejemplo, no se les ve reco-
giendo hoja de coca, ni aserrando.
El hecho que sean los hombres quienes recogen las ganancias de
la familia, facilita sus relaciones con el mundo exterior. El manejo de
la plata implica relacionarse con otras personas, salir de la finca,
mientras el trabajo del hogar puede hacerse relacionándose sólo con
los miembros de la familia. Esta es una razón de peso para que los
hombres bajen más al pueblo que las mujeres. Los motivos para ir al
pueblo varían, pero suelen estar relacionados con el hecho de tener
dinero: bajan a comprar remesa, a concretar algún negocio o a ven-
der 'merca'; si las razones por las que viajan no tienen que ver direc-
tamente con la plata, sí implican gastos, y son ellos quienes disponen
de los recursos para efectuarlos.
El pueblo es también el centro de diversión, la gran tentación,
donde hay trago y mujeres. En La Pista hay billar, baile y cerveza. Y
como todo en el pueblo, el goce y la fiesta cuestan. Por eso suelen
haber problemas: los hombres bajan y se beben la plata, a veces en
Curramba con buena compañía, y regresan con las manos vacías, a
sus fincas donde hay tantas necesidades.
Esta relación con el exterior va de la mano del dominio que ellos
tienen dentro de la familia. Todo es parte de una misma estructura
familiar coherente. La autonomía que tienen en su campo de acción,
les reporta, por su naturaleza, un papel de mando dentro de la fami-
lia: toman decisiones en asuntos cruciales: qué cultivar y cuándo,
qué animales o qué 'palos' vender, qué hacer con la plata, y muchas
veces deciden asuntos de los hijos, si deben estudiar, si pueden ir al
pueblo, si pueden trabajar, etc..
154 A LA BUENA DE DIOS

Sin embargo, decía al comienzo de este capítulo, en la vereda El


Tapir hay excepciones a esta norma general. Vale la pena reseñarlas
para dar una visión global más completa y acertada de la división de
tareas entre hombres y mujeres en esta zona.
'Las Pastusas' son un caso singular, la madre, viuda, las dos hijas
y sus maridos conforman un 'clan' familiar como no hay otro en la
vereda. Les llaman así porque el padre era nariñense. Viven, cada
quien en su finca, pero son vecinas, por lo cual se reunen casi a diario
en la casa de la madre. Son ellas, en especial doña Carmen, la mamá,
quienes deciden el destino de sus familias; eso se evidencia en las
reuniones comunales donde ellas son las que opinan y a quienes se
les consulta cualquier problema o determinación que haya que to-
mar. Este dominio femenino se da debido a unas condiciones parti-
culares: la personalidad fuerte y dominante de doña Carmen, quien
seguramente era la cabeza de la familia cuando su marido vivía; el
hecho que el eje familiar lo constituyan tres mujeres muy unidas, y la
debilidad de los hombres frente a ellas. El marido de una de las hijas
tiene un perfil bajo, y el otro, aunque es un hombre fuerte convive
con una fiera: hace poco tiempo su mujer le clavó una puñalada por
haber estado en Curramba, y a pesar de eso siguen juntos.
El otro caso es el de doña Nelcy, quien llegó sola a la vereda hace
unos tres años, porque uno de.sus hermanos tiene finca allí, además
su papá y otros dos hermanos viven en el área. Doña Nelcy, sin em-
bargo, no se entiende muy bien con su hermano, por lo cual él no es
una figura masculina que se asocie con ella. Llegó a la vereda con
sus tres hijos: una niña de 13 años y dos gemelos de ocho, y se le han
conocido varios compañeros, de los cuales dos pueden ser conside-
rados 'maridos', por cuanto han convivido con ella por un tiempo
largo. Pero a doña Nelcy no se le reconoce como la mujer de nadie,
ella tiene identidad por sí misma. Por haber estado sola durante pe-
ríodos largos maneja todas las labores de su finca, y a veces contrata
trabajadores para que le ayuden. No sé si sea por el tipo de trabajo
que realiza que se mantiene mucho mejor que las demás mujeres:
fuerte y bonita. Como prueba de su dominio sobre sí misma y lo que
la rodea, doña Nelcy anda -'como un varón'- con la escopeta ter-
ciada al hombro.
Así, pues, ser mujer en El Alto Raudal o en El Tapir tiene un
significado concreto, implica una posición dentro de la familia y un
papel fundamental dentro del proceso de colonización. A pesar de
que su desempeño como ama de casa y como madre de familia es
preponderante y a que comúnmente está subordinada a su marido,
LAS MUJERES 155

esto es un esquema, una generalización, y la afirmación es válida


sólo en este sentido, puesto que la realidad es más compleja y por
ello las fronteras de la división sexual del trabajo y el poderío del
hombre no están siempre tan claramente demarcados. Esto debido a
la condición límite que se vive en esta zona: la necesidad de sobrevi-
vir es el factor decisivo para que este esquema se desdibuje.

CAMINOS SIN SALIDA

HIJO DE TIGRE SALE PINTADO

A muchas de las mujeres que conocí en La Macarena la vida las


cogió corticas, las arrastró por caminos desconocidos hasta situacio-
nes inesperadas a las que han tenido que hacer frente. Se ataron a un
hombre desde muy jóvenes, se llenaron de hijos sin saber cómo ni
cuándo, envejecieron sin quererlo. Muchas han vivido una vida pres-
tada, en la que ellas no han tenido poder de decisión. Los giros han
sido prematuros, los avances rápidos. Han vivido a tientas: la expe-
riencia les llegó muy tarde, las lecciones las aprendieron ya cansa-
das, desperdiciadas. Algunas tuvieron la suerte de toparse con un
buen marido, otras se resignan y hacen de su vida lo que mejor pue-
den, otras viven royendo su frustración y dándole la cara a cada día.
Doña Candelaria es una de tantas, pero su caso es de los más extre-
mos. La visité varias veces y en una de esas visitas me demostró que
su usual silencio no significa que no tenga qué decir, sino que está
tan apocada que raramente conversa.
Ese fin de semana lo pasé en casa de los Romero. Los hombres se
levantaron muy temprano a trabajar, antes de las seis pasaron por el
lado de mi hamaca rumbo a la futura maicera. Me levanté un poco
más tarde y fui a la cocina, doña Candelaria estaba haciendo el desa-
156 A LA BUENA DE DIOS

yuno para la familia y los dos trabajadores: caldo de papa, pescado,


arroz, arepas y chocolate en agua endulzado con panela. Cocinaba y
se le veía mal semblante, tenía dolor de cabeza y maluquera en todo
el cuerpo. Desde que la conocí, siempre estuvo enferma, y siempre
trabajando. Estaba recuperándose de un paludismo que la tuvo
'pa'morirse'. Bajó al pueblo sola, casi sin poder caminar y sin un
peso, confiada en deudas que no le cancelaron. Regresó con pocas
fuerzas y sin tregua en el trabajo, tan pronto pisó la casa le tocó en-
cargarse nuevamente del fogón.
El desayuno estuvo listo a las siete y media, y fui con Paty, una de
las hijas de doña Candelaria, a llevárselo a los hombres. Regresamos
a la casa a desayunar con las mujeres y los niños. Luego bajé al puer-
to con Pedro, uno de los hijos menores de Candelaria, a mirar bajar el
río y a matar el tiempo.
Doña Candelaria bajó más tarde, iba para la platanera que queda
al otro lado del río, pero Miguel -su marido-- no había dejado
ningún remo, así que no pudo ir. Se quedó con nosotros, hablando,
mientras le escarbaba la cabeza a Pedro en busca de piojos y liendras.
Me c.m».9que una vez le habían prendido los piojos y que para ma-
tarlos se había echado veneno en la cabeza y casi se intoxica. Eso le
recordé'Ia historia de su mamá que sí murió intoxicada, víctima de
un veneno que ella misma se procuró. Así se refirió a su pasado: "Mi
mamá murió envenenada cuando yo tenía como 10 años. Mi papá la
trataba muy mal, le daba unas pelas muy tremendas. Le pegaba por
cualquier cosa, desahogaba su mal genio en ella. Le alcanzaba un
machete y le decía 'cójalo, cójalo a ver y nos damos hasta matarnos'.
Ella no hacía nada, y nosotros pequeñitos mirábamos todo eso tan
feo. Mi papá tenía una moza: la vecina. Mi mamá sabía, pero no le
decía nada, ella era muy resignada. Mi hermana mayor sí era de cui-
dado. Un día descubrimos en la casa una foto de mi papá con la
moza. Mi hermana me dijo 'camine', y nos fuimos para donde la
cucha esa. Mi mamá trató de atajamos, pero nosotras seguimos, si
era para el bien de ella. Llegamos y le preguntamos que si ella se
metía con mi papá y lo negó todo, entonces mi hermana le sacó la
foto y esa señora se puso furiosa: nos echó de la casa y puso la tranca.
Pero no pasó nada más.
"Mi mamá vivía muy aburrida. Un día se fue temprano a ordeñar
como de costumbre. Cuando llegó a la casa me pidió agua y yo se la
pasé. Luego me pidió otro poco, pero se había acabado y le dije que
no había más. Entonces ella cogió la olla y se fue para el caño. Mi
hermano el mayor se había ido a llevarle el desayuno a mi papá, mi
LAS MUJERES 157

mamá le había dicho que de pronto cuando regresara ya no la encon-


traba. Sería por eso que él dejó el desayuno en el camino y volvió
corriendo. El quería mucho a mi mamá y ella también lo quería mu-
cho a él. Llegando a la casa la encontró tirada en el caño, ya sin
fuerzas para pararse. El gritó y yo llegué con mis otros hermanos.
Ella, pobrecita, nos dijo que la ayudáramos a salir, que no se podía
parar sola. Yo estaba muy angustiada, pero no entendía bien qué era
lo que estaba pasando. Imagínese, en la casa ella ya estaba mal y yo
no me di cuenta, la dejé irse para el caño como si nada.
"Mi tío pasaba en una mula hacia donde mi papá estaba trabajan-
do y mi hermano le avisó que mi mamá se estaba muriendo. Después
le avisaron a mi papá y él se vino todo asustado, y llorando, ahí sí,
pero ya pa' qué. Eso le preguntaban que qué se había tomado, pero
ella ya no podía hablar. Lo último que dijo fue 'pobrecitos mis hijos,
se quedaron solos' , y mi papá le fue diciendo que si pensaba eso para
qué se había matado. Desalmado: mortificándola hasta el final. Yes
que mi hermanito chiquito tenía apenas siete meses, calcule usted lo
aburrida de la vida que tenía que estar ella para irse y dejarlo.
"Cuando mi mamá ya estaba muerta, mi tío se metió a la casa y
esculcó todo hasta que encontró un veneno para quemar el pasto y
pensó que seguro había sido eso lo que ella se había tomado, y enton-
ces lo tiró lejos con rabia. Ella se tomó el veneno con la leche del
ordeño y ~canzó a lavar bien el pocillo, con ceniza y todo.
"Sin mi mamá, me tocó a mí ponerme a hacer de comer. A mi
papá seguro le daba lástima verme ... Bueno, y también tendría ganas
de traerse la señora esa. En todo caso al mes ya había conseguido
otra mujer, pero no la vecina, sino otra señora".
El tiempo había pasado y ya era hora de preparar el almuerzo, así
que regresamos a la casa. Mientras hacia nuevamente de comer, doña
Candelaria siguió con su historia."Yo siempre fui muy bruta para el
estudio. No me gustaba. Tanto renegué que mi papá al fin me sacó de
la escuela, pero me advirtió que recordara que no era culpa de él, que
luego no fuera a decir que él no me había dado estudio. Uno así
pequeño qué va a saber qué es bueno. Yo ahora me arrepiento y no
vaya dejar que a mis hijos les pase lo mismo.
"En cambio me gustaba trabajar: sembrar, todo eso. Será por eso
que mi marido se fijó en mí, me vio y dijo: 'esta trabaja bueno, esta
es para mí'. Yo no había tenido novios, a mí me daba pena. Opor-
tunidades sí tuve, pero yo no les ponía atención. Miguel era conocido
de la familia y no sé porqué a él sí le acepté, me dijo que me fuera
con él., Eso qué no me decía, puras ilusiones, puras mentiras. Ni
158 A LA BUENA DE DIOS

siquiera fue capaz de hablar con mi papá. Cuando me fui con él,
me dijo que después iba a hablar con mi papá, pero nos vinimos
para La Macarena y nunca fue. Yo lo seguí nueve días a pie por la
selva desde el Caquetá hasta La Macarena, sin saber para dónde íba-
mos ni qué me esperaba. Yo no sé porqué hice eso.
"Estuvimos trabajando en una finca cerca del pueblo y después
nos fundamos aquí. Y vinieron los hijos. Yo no sabía que se podía
planificar. Cuando supe ya los tenía a casi todos, pero él no me deja-
ba, decía que eso servía para volverme vagabunda. Con el tiempo sí
empecé a planificar dijera lo que dijera mi marido. \
"Ya llevamos 13 años aquí, lo que tiene William, y yo estoy abu-
rrida. Todo lo que él me dijo fueron mentiras porque yo no he hecho
sino trabajar como un burro, aunque por fortuna comida no me ha
faltado. Míreme como estoy sin siquiera tener 30 años".
A doña Candelaria le pasa lo que a muchas mujeres que se quejan
de tener una mala vida. Se lanzan al ruedo sin saber qué le espera, los
hechos de su vida pasan presurosos sin que ellas puedan enderezar el
camino. Eligen un hombre, se imaginan un futuro agradable y "luego
se sienten desencantadas y amargadas. En poco tiempo tienen enci-
ma la responsabilidad de un hogar y ni un minuto para recordar las
ilusiones perdidas. A algunas sus maridos lasttratan sin cariño, sin
consideración siquiera. No les piden un favor ni les dan las gracias.
Ellas se guardan la rabia o se quejan de falta de tiempo, de que nada
de lo que ellas hacen les gusta o que ellos no se preocupan por los
niños y se emborrachan cada vez que pueden. Hay 'pelas' famosas
de algunos maridos a sus mujeres: que les dan con un palo, o que las
cojen a plana, o contra las piedras, incluso mientras los niños miran.
A ellas, con el tiempo, se les envenena el alma. Se la pasan cocinan-
do y viendo por los hijos. Son mujeres que nunca han pensado en
ellas, en lo que quisieran hacer de sus vidas, es como si no tuvieran
posibilidades, como si estuvieran en un camino sin salida. Los hijos
se convierten en la razón de ser de sus vidas: ellas son mujeres, es
más, son personas, en cuanto son madres. Eso es lo único que las
salva en su frustración.

SOBRE LABELLEZA y LOS AMORES PROHIBIDOS

En la cocina donde doña Maruja trabaja día a día hay unos afiches
pegados en la pared, no de paisajes, ni de la selección Colombia, son
afiches de mujeres con poca ropa y las fotos ampliadas y a todo
LAS MUJERES 159

color de Paola Turbay y otras reinas. [Qué ironía! Las formas de


esas mujeres resaltan la belleza perdida de la dueña de casa. Y es
que con la vida que llevan, muchas mujeres tienen que soportar una
realidad triste: su envejecimiento prematuro. Con cinco hijos a cues-
tas, combinados con un fuerte y extenuante ritmo de trabajo, algu-
nas se acaban: agotan sujuventud a los 25 años. Dejan de ser atractivas
y con ello pierden uno de sus mejores atributos, una de sus razones
de existir: ser objeto del deseo y del placer para los hombres.
Ellos también se ven mucho mayores que aquellos de su misma
edad que viven en la ciudad, pero eso no les resta puntos, muy por el
contrario, los hace verdaderos hombres. El trabajo les forma el cuer-
po, los hace duros, musculosos; las heridas los hacen interesantes,
recorridos; un hombre en sus treinta o incluso cuarenta sigue siendo
apetecible. Las mujeres a esa edad ya están pasadas, las miradas de
deleite se posan sobre las niñas de 15. Con los años, las mujeres
sirven como madres y como trabajadoras, pero como objeto de deseo
quedan en un tercer plano.
Esto refuerza la búsqueda de otros amores: los hombres preten-
den rescatar el paraíso perdido en otras mujeres. Esta no es la única
razón: tener mujeres es prueba de hombría. Ellos no pierden oportu-
nidad para coquetear y si de esos leves intentos alguno germina, si
una mujer les sigue el paso, bienvenido el baile. Y tienen posibilidad
de ello por cuanto salen de la casa, bajan al pueblo y se mueven por
el río; en sus salidas pueden establecer contactos y ocasionalmente
hacer algún enlace. Por eso hay algunas mujeres que viven muy ce-
losas, pendientes de los chismes sobre sus maridos. También es cier-
to que ellos muchas veces son celosos, temen que en sus ausencias
sus mujeres aprovechen bien el tiempo con algún vecino o con los
trabajadores que viven tiempos cortos en la zona.
Las 'mozas' y los 'mozos' son tema diario de las lenguas ociosas
de la vereday del pueblo. En la mayor parte de los casos las habladurías
no tienen piso, de cualquier mirada, de cualquier cruce de palabras, de
cualquier rencor surge una historia que se recrea sobre sí misma y
cobra vida propia, aunque sus protagonistas ni siquiera se conozcan.
Sin embargo tanta pajarilla algo tiene de cierto. Curioso es que, en
un solo fin de semana,dos mujeres,Ana y doña Eulalia, me hayan rela-
tado historiassimilares.Doña Eulalia es una mujer de rasgos bien defi-
nidos, venida de Puerto Inírida, allá se conoció con su marido, un
santandereanode Lebrija.Hace unos diez años,poco tiempo después de
haberse instalado en lo que es su actual finca, doña Eulalia se fue a
visitar a su familia. Mientras fue y volvió, lo que pudo haber tomado
160 A LA BUENA DE DIOS

uno o dos meses, don Josué instaló a otra señora en su lugar y juntos
vendieron los marranos que doña Eulalia había criado, y los demás se
los comieron. Cuando ella volvió, don Josué le dijo que había vendido
la finca para que se fuera, pero ella se percató de lo que sucedía y tuvie-
ron una pelea muy fuerte, doña Eulaliacasi los mata a ambos,pero no lo
hizo 'porque estaba en casa ajena'. Don Josué se fue con la 'moza' y
dejó a su mujerque tenía tres meses de embarazo,pero cuandole faltaba
un mes para tener el niño, el marido regresó. Hoy la familia tiene tres
hijos, además del que nació por esos días.
El marido de Ana también tuvo una 'moza' hace un tiempo. Hará
unos tres años que Ana vivía en La Pista donde administraba un
local. Eso le dejaba buena platica, que ella le entregaba a su marido,
quien trabajaba en lo que consiguiera por el río o en las fincas. A
Ana le llegó el chisme que su esposo tenía una moza en una de las
veredas. Debido a sus obligaciones le quedaba difícil ir a averiguar,
pero finalmente lo hizo y descubrió que era cierto. Marido y mujer
fueron protagonistas de un encuentro fuerte en el pueblo y sólo el
tiempo ha podido mitigar el rencor que le quedó a ella de la expe-
riencia. Pues, además de que su marido tenía otra mujer, que para
mayores había sido 'curramberra', se le echó la culpa de la quiebra
del local, que según ella fue responsabilidad de Efraín por gastarse
la plata que ella le entregaba confiando en que estaba ahorrando.
Ana quiso coger camino y alejarse de su marido, pero pensar en
sus hijos se lo impidió: no los iba a dejar, pero tampoco los iba a
llevar sin saber qué vida le esperaba y qué les podía ofrecer ella sola.
AAna le sucedió lo de doña Candelaria, se escapó de su casa con un
hombre y al poco tiempo ya estaba en embarazo. Vivía en una tierra
nueva para ella, sin más conocidos que su marido, se apegó a él y fue
pariendo hijos uno tras otro, sin saber que es posible tenerlos sólo
cuando se quiere. Cuando se vio mal, traicionada por quien era su
soporte, no pudo adueñarse de su vida, desprenderse de lo que era e
intentar otra posibilidad; Ana ya no era libre.

DOÑA RITA y sus DOS MARIDOS

Doña Rita es una mujer de unos 45 años, madre de seis hijos. Es


delgada: de buen cuerpo para nuestra idea de belleza, pero muy flaca
para las preferencias de la gente en Macarena. Tiene la piel templada
y se conserva asombrosamente bien con relación a las demás muje-
res de su edad.
LAS MUJERES 161

Doña Rita se 'casó' joven y desde temprana edad asumió el papel


de madre. Vivió poco tiempo en la finca aliado de su marido, prefi-
rió criar a sus hijos en el pueblo, a donde él bajaba a visitarla. Doña
Rita era una mujer amargada: muy malgeniada y extremadamente
estricta con sus hijos. Don Juancho, su marido, le pegaba duro, una
vez los niños llamaron a la policía angustiados porque iba a acabar a
golpes con la mamá.
El tiempo pasó y las niñas se fueron yendo una a una sin el con-
sentimiento de la madre, los hijos también se fueron a buscar cómo
ganarse la vida. Doña Rita se quedó sola, con un marido mucho ma-
yor que ella, hacia quien sentía un resentimiento alimentado por los
años que tuvo que depender de él y las palizas que recibió. Sin hijos
a quienes cuidar, doña Rita ya no tenía que permanecer a su lado.
Ella ya podía hacer lo que mejor le pareciera de su vida y en esa
coyuntura a la señora le cambió su vida más de lo que ella misma
hubiera esperado. Conoció en el pueblo a un joven, que podría ser el
marido de una de sus hijas, quien en lugar de fijarse en una mujer
menor que él, enamoró a doña Rita.
En contra de todas las predicciones decidieron vivir juntos, y de
la mano de su segundo marido Doña Rita abandonó para siempre a
Juancho Avila.
Esta historia va en contravía de todos los patrones que se obser-
van en Macarena. Doña Rita está, a sus 45 años, viviendo la historia
de amor de su vida. No valen los chismes, porque ella después de
llevar esa vida impuesta no va a permitir que este sueño se le esfume
como si lo hubiera traído el viento. Doña Rita tomó una decisión y
está dispuesta a defenderla.
El mundo social de la colonización tiene sus leyes, o tal vez sea
más acertado decir sus regularidades, pero es tan convulsionado, tan
variado y tan rico que permite encontrar escape a los caminos sin
salida que él mismo impone.
162 A LA BUENA DE DIOS

¿SERÁ QUE CON EL TIEMPO LAS COSAS CAMBIAN?

Hay una diferencia marcada entre las relaciones de pareja de las


mujeres que llegaron a colonizar, a hacer finca y a levantar su familia
al lado de sus maridos, y las de sus hijas o de las de otras mujeres que
han llegado recientemente solas a La Macarena.
Las primeras familias que llegaron, bien sea a lo que es ahora el
pueblo o a la vereda, lo hicieron a un medio hóstil donde no había
ningún tipo de condiciones que les facilitara lograr sus objetivos:
hacer una finca y quedarse a vivir en ella, con la lejana y vaga espe-
ranza de conseguir plata algún día y salir de la pobreza. Esas prime-
ras familias y las que más tarde se aventuraron a organizarse arriba
del Raudal a pesar de todos los problemas que ello implicaba -y
aún implica-, tuvieron mucho trabajo, en condiciones adversas, que
fue compartido por el hombre y la mujer y los hijos mayores. Ade-
más del trabajo pesado que debieron realizar, permanecieron aisla-
das por mucho tiempo. Estos factores -la adversidad, el trabajo
conjunto y el aislamiento--las obligó a estar muy unidas para poder
sobrevivir y salir adelante. El hombre y la mujer tuvieron que apo-
yarse mucho el uno en el otro y sobrellevar juntos momentos muy
difíciles para construir entre ambos lo que ahora tienen. Todos esos
años de lucha conjunta crearon lazos muy fuertes entre las parejas y
por eso la relación entre ellas es muy estable. Algunas de esas perso-
nas hoy pasan de 50 años yeso fortalece la unión entre ellas.
Esa situación es diferente a la de las parejas actuales, que les ha
tocado vivir una fase posterior del proceso colonizador, en la que hay
más gente, más actividad, un pueblo atractivo a donde llega gente
con ánimos de rebuscarse la vida, no necesariamente haciendo finca.
Quienes no tuvieron ese enfrentamiento con el monte en un territorio
despoblado, tampoco crearon esos lazos fuertes de los primeros co-
lonos. Muchas de las parejas que hay en La Macarena no llegaron
juntas, como sí lo hicieron la mayoría de las pioneras, sino que se
conocieron allí y luego decidieron convivir. Y estas parejas las for-
man los hijos de los colonos antiguos y las personas que por diversos
motivos han llegado a la zona.
El rasgo predominante de las uniones en Macarena, sean éstas de
hace 30 años o de hace tres, es que no están selladas por el matrimo-
nio. Las mujeres se 'salen a vivir' con un hombre y desde ese mo-
mento se establece una unión tácita, equivalente al matrimonio. Ella
entra a realizar las labores de mujer y él a velar por su nueva esposa:
ella le cocina y le lava la ropa, y él trabaja para conseguir dinero y
LAS MUJERES 163

poder comprar lo que sea necesario para ambos. Desde que dos per-
sonas deciden vivir juntas se les considera marido y mujer. Esta falta
de un lazo formal facilita la disolución de las parejas cuando lo esti-
men conveniente, o cuando uno de los dos decida hacer vida aparte.
y resulta común encontrar mujeres y hombres jóvenes que han esta-
do 'casados' varias veces, es decir, que han convivido con varias
personas diferentes.
Esto tiene ventajas y desventajas. De una parte, hombres y
mujeres son más libres para decidir el destino de sus vidas, pero
por otra, sobre todo las mujeres (aunque también los hombres),
pueden verse abandonadas de buenas a primeras con una carga
considerable de pequeñas criaturitas y sin seguridad alguna. Tam-
bién es cierto que tanto hombres como mujeres están dispuestos
a hacer pareja con alguien que ya tenga hijos a su cargo. Así, es
común encontrar familias en las que hay hijos de ella o de él sola-
mente y de los dos. Los hijos, pues, no parecen ser un impedimento
para formar un nuevo hogar. El cariño y el trato que ellos reciban
ya es otro problema.
Los hijos de las primeras familias de colonos enfrentan un pano-
rama bien distinto al que les tocó vivir a sus padres. Las cosas pare-
cen ser mucho más cómodas: la colonización ha avanzado yeso ha
traído muchas facilidades: la infraestructura propia de un pueblo pe-
queño, mayores posibilidades de intercambio, transporte, trabajo, y
en fin, ha suavizado la vida en el monte. Pero el tipo de sociedad que
construye la colonización carece de raíces profundas. Todos son a la
larga extranjeros, aventureros, que llegaron para ver qué le podían
sacar a esas tierras. Son personas que no están atadas a la tierra, ni a
la zona, por vínculos muy fuertes. Muchos que llegaron con el auge
de la coca o de la madera, pueden irse mañana a donde vean un mejor
porvenir, así como pueden decidir quedarse para siempre. Nadie se
conoce por generaciones; todos se ayudan, pero velan cuidadosos
por sus propios intereses. Así pues que el mundo donde les ha tocado
vivir a quienes se criaron en Macarena no es fácil y menos aún para
las mujeres, puesto que en ese tipo de sociedad -sobre todo en las
zonas más apartadas como El Alto Raudal y El Tapir-los empren-
dedores son los hombres.
Las mujeres nacidas o criadas en estas veredas han cogido rum-
bos distintos. Algunas se han quedado en Macarena haciendo finca al
igual que sus padres, con la diferencia que aprendieron desde peque-
ñas a vivir en el monte; o se han quedado rebuscándose la vida de
otro modo, en el comercio, por ejemplo. En estos casos, las mujeres
164 A LA BUENA DE DIOS

han seguido el mismo esquema de vida que sus antecesoras. Otras


han buscado un futuro lejos, en Villavicencio o en Bogotá, alIado de
sus familiares, siguiendo lo que hubieran hecho sus madres de no
haber cogido selva adentro. Posiblemente trabajan en casas de fami-
lia o viven junto a un hombre criando niños. La diferencia aquí, en
cuanto a su papel como mujer, es poca, aunque en ocasiones hay que
reconocer que buscar una vida por sí mismas es un giro notable.
Chabela, Violeta e Hilda fueron de las primeras niñas en llegar a
vivir al Tapir. Son las tres hijas mayores de don Lucas Vásquez. Al
principio les tocó muy duro, Violeta recuerda muy especialmente la
plaga de insectos que las tenía desesperadas, con la piel llena de ron-
chas y sin remedio alguno en la lejanía de la finca. También se acuer-
da de cómo les tocaba irse al cuarto cuando alguien llegaba, disque
porque esa era la costumbre en esas tierras, hasta que doña Margarita
puso punto final a esa situación absurda. Con el tiempo se aclimata-
ron y hace unos 18 años ellas eran tres de las pocas muchachas dis-
ponibles de la vereda. Estas tres hermanas tuvieron que vivir una
situación intermedia entre la de sus madres y las de las hijas de los
colonos que actualmente están en edad de separarse de su hogar. Por
una parte, compartieron con sus madres los momentos más difíciles
de la colonización, y por el otro, les tocó buscar marido en Macarena,
no como sus madres que lo encontraron afuera antes de migrar. Ellas
no gozaron de la estabilidad que brinda haber llegado junto con un
hombre a formar una familia en una tierra nueva y tampoco partici-
paron de las ventajas, siempre relativas, que trae la consolidación del
proceso colonizador. Tuvieron que moverse en un mundo muy cerra-
do, con aún menos posibilidades de las que tiene allá cualquier mujer
hoy día.
La historia de estas niñas, en lo que fue el paso de vivir alIado de
sus padres a formar su propia familia, ilustra el panorama que las
primeras mujeres criadas en Macarena tuvieron que afrontar. Mario
Castro, criado también en la vereda, era en esa época un muchachón
bien plantado, que además se preocupaba por vestir bien. Pero tenía
dos problemas que eran de conocimiento público: su amor por el
ocio y por 'el vicio' (marihuana en este caso), así que a don Lucas
poco le gustó verlo frecuentar su casa con la disculpa de trabajar,
pero con la intención secreta de hacer de Hilda su novia. El padre,
pues, habló con la hija, y ella pareció entender sus razones porque
no atendió las insinuaciones y peticiones del joven. Mario tuvo que
olvidarla y para ese fin fijó sus ojos en Violeta, pero ella tampoco le
correspondió. Descorazonado, Mario puso sus esperanzas en la más
LAS MUJERES 165

pequeña, a quien antes no había notado por ser todavía una niña.
Chabela, con su aire de inocencia, cayó rendida a sus pies... y co-
menzó así una historia de amor tormentosa.
Don Lucas estaba furioso, no podía tolerar que su hija -para
colmo de males la menor- se enamorara de un hombre con seme-
jantes costumbres. Y Mario, como era amigo de Ignacio, el mayor
de los hermanos, visitaba la casa regularmente con cualquier pretex-
to. Decidió poner fin a la enemistad con don Lucas y hablarle: con la
parquedad y franqueza que lo caracterizan le dijo que quería a
Chabela. Don Lucas arguyó que ella era una niña, pero Mario se
mantuvo: el amor no tiene edad. Entonces don Lucas quiso medir la
seriedad de las intenciones del muchacho: le dijo que tenía que dejar
sus malas mañas antes de pretender a su hija. Mario, impávido, le
respondió que así era él y así se iba a quedar.
El enfrentamiento entre padre y pretendiente fue desde entonces
abierto. Chabela tenía prohibido hablar con Mario y ambos lo sabían
muy bien. Pero como buenos novios no entendían razones y más de
una vez desobedecieron el mandato de don Lucas, una de esas le
costó a Chabela una garrotera que por poco la mata. En otra ocasión
se escaparon por la trocha, pero don Lucas se fue detrás y los alcan-
zó; Mario le hizo frente y terminó con la boca totiada de un puño
bien dado de don Lucas. Chabela volvió corriendo para la casa y los
hermanos planearon irse de la casa para que el padre no matara a
Chabela, y así fue como Hilda, Chabela y los dos niños menores
cogieron camino y pasaron la noche entre las bambas de un árbol.
Violeta se quedó acompañando a doña Margarita. Al día siguiente
los niños regresaron para no volver la tragedia de mayores propor-
ciones.
Mario cogió camino arriba, pues sabía que las niñas tenían que
haber tomado esa dirección, y las esperó --encaramado en un palo
como un tigrillo-- en un lugar donde el camino se bifurca. Y,efecti-
vamente, por ahí pasaron y él se fue detrás llamando a Chabela. Hilda
le respondía, siempre displicente, evitando que Chabela hablara. No
tomaron la trocha que va a la casa, sino que siguieron de largo hasta
la casa del compadre de don Guillermo, el único sitio donde podían
pedir posada. Y allí las recibieron diciéndoles que podían quedarse
todo el tiempo que quisieran, que de lo que ellos comieran también
habría para ellas. Al poco tiempo llegó Mario y también pidió posa-
da. El compadre, se la negó, pues enterado de 10 sucedido no podía
hospedarlo a él y a las niñas, y como él ya era mayorcito podía defen-
derse solo.
166 A LA BUENA DE DIOS

Después de unos días decidieron bajar al pueblo donde la tía,


aprovechando que una canoa bajaba recogiendo pescado. Estaban
listas, pero la canoa pasó muy cargada y no pudo arrimar, apenas
apagó el motor para avisar. Y la voz que se oyó fue la de Ignacio, el
hermano mayor, quien bajaba al pueblo a preguntar por ellas. Pero
allá, nada pudieron decirle. Doña Margarita supo después dónde es-
taban y fue a hablarles, ellas prometieron volver si no les pegaban.
Mario pasó esos días pescando por ahí cerca y como prueba de
amor le mandaba a Chabela pescados con sus iniciales marcadas. Así
ella no pudo olvidarlo. Se necesitó que Mario robara a don Lucas
para que Chabela se convenciera de una vez y para siempre que ese
hombre no le convenía.
Pasada su pena, Chabela se ennovió con Claudio Gómez, otro
muchacho criado en la región. Su hermana Hilda se casó y Violeta
tuvo que bajar al pueblo por una temporada larga. Cuando volvió,
Chabela se había ido con Claudio, aburrida de estar sola en la casa.
Claudio se la llevó a la casa de sus padres donde le esperaba muy
mala vida. Al poco tiempo de haber llegado le dieron la primera
'pela' y Chabela se fue para donde sus padres, pero para ese mo-
mento don Lucas ya los había hecho casar, así que le dijo a Chabela
que debía seguir el destino que ella misma había escogido y la man-
dó de regreso a su nueva casa. La vida de Chabela se volvió una
pesadilla: el suegro y la suegra, el marido y hasta un cuñado le pega-
ban a su antojo, cuando había visita le tocaba esconderse, trabajaba
todo el día y a cambio no le daban ni siquiera ropa y a pesar de que su
familia vivía muy cerca no podía ir a visitarlos. Así, siendo una espe-
cie de esclava tuvo cuatro hijos: tres varones y una niña. Antes de
que naciera el último, el suegro le dijo: 'ese niño que usted carga es
mío' y cuando nació le puso su nombre y se lo dio a su mujer para
que lo criara.
Pasados varios años de malos tratos, Chabela se voló con las po-
cas fuerzas que le quedaron después de una golpiza. Viéndose solo,
Claudio fue arrepentido a rogarle que volviera. Ella aceptó, con la
condición que le construyera un rancho aparte del de sus suegros. El
cumplió su palabra, pero las cosas para Chabela no mejoraron: tan
malo era el menú en su propio rancho que Claudio iba a comer con
los papás y luego regresaba a dormir con ella.
Una prima de Claudio se dio cuenta de la vida miserable de
Chabela y se propuso enmendarla. Le hizo saber a la guerrilla de la
situación, ellos fueron con cualquier otro pretexto y la vieron flaca,
casi sin ropa y comiendo pura yuca, y autorizaron que se fuera. Acor-
LAS MUJERES 167

daron, con el marido de la prima, que la recogían a la una de la


mañana una noche que iban a bajar con pescado fresco. Chabela
tenía todo listo y al acostarse no pudo dormir, cuando oyó el motor
se paró y Claudio le preguntó que qué hacía. Ella decidida le dijo que
se iba y él pensó en no dejarla, pero al ver que eran varios y que la
partida era un hecho, se subió a la canoa y se fue él también. El marido
de la prima le canceló 35 mil pesos que le debía de una raspa de coca y
él dijo que se los dieran a Chabela:por primeravez le iba a dar el sueldo
asu mujer.
Una hermana de Claudio estaba 'casada' con un señor de quien
dicen que mató a su mujer para librarse de ella. Ese señor le ofreció
trabajo a Claudio Guayabero abajo, en lo que todos hacían por esos
días: producir coca. Chabela se fue con él de cocinera. Río abajo la
bonanza daba sus frutos: cada casa era también una cantina, donde
los trabajadores podían deshacerse del dinero que iban logrando.
Claudio se emborrachaba después del trabajo y Chabela tenía que ir
en un potrillo a recogerlo. Además de eso, él reanudó sus viejas cos-
tumbres y desahogaba sus problemas sirviéndose, en todo sentido,
del cuerpo de Chabela. Una vez la 'prendió a plana'", puños y pata-
das de tal forma que el patrón tuvo que intervenir para que no destro-
zara a la cocinera: calmó a Claudio diciéndole que no la matara porque
después 'la guerra '43 lo mataba a él. Alos pocos días Claudio salió a
beberse el sueldo y amenazó a Chabela con repetir la hazaña si no lo
iba a recoger. Ella no fue y cuando lo oyó llegar se escapó antes de
qu~ cumpliera lo prometido.
Las dimensiones del problema eran tales que los únicos capaces
de solucionar el problema eran 'los muchachos', así que les avisa-
ron. Ellos citaron a los esposos, pero sólo Chabela acudió a la cita.
La acompañaban varias personas que iban a hablar a su favor. La
guerrilla apoyó la separación y decidió que Chabela se quedara con
lª niña y el papá con los tres varones (el tercero nació río abajo).
. Por fortuna la historia de Chabela tiene final feliz: consiguió un
marido que la trata bien y que tiene los medios para ofrecerle una
buena vida. Tuvo que vender la cantina que tenía, porque Claudio
se la pasaba tomando ahí con vanas esperanzas de recuperar a su
mujer.
La vida de Chabela puede ser más dramática que la de la mayoría
de mujeres criadas en Macarena, pero ayuda a comprender el pano-

42. Le pegó insistentemente con la parte plana del machete.


43. La guerrilla.
168 ALABUENADEDIOS

rama que se le presentaba a estas mujeres criadas en el monte, apar-


tadas y sin mayores posibilidades de salir de su casa a no ser que
fuera al lado de un hombre. Jugaban a la ruleta: el futuro dependía-de
que tan buen marido resultara el elegido.
Violeta, la hermana de Chabela, aún vive en El Tapir.Se casó y se
organizó en el río Duda. Su caso es dramático por motivos distintos:
ella estuvo seis años completos sin bajar al pueblo, dedicada única-
mente a tener hijos y a trabajar. Tiene siete hijos, un médico que
subió con una brigada de salud la encontró muy débil y le dijo que la
causa de sus males era tanto traer niños al mundo, sin tregua y sin
una buena alimentación; con ello Violeta decidió planificar. Después
del letargo ella despertó. Ahora anda al pie de su marido, cuidando
sus negocios con madera, aprovechando que sabe leer, mientras él
apenas conoce las vocales que ella le enseñó. Violeta y su marido
forman una de las parejas más lindas de La Macarena.
Las cosas' han cambiado un poco para las niñas en las fincas. La
mayor actividad que hay ahora en la zona les abre un poco su visión
del mundo y facilita su tránsito de niñas a mujeres. Así como Chabela
y Violeta representan un extremo del espectro, Magdalena Ortiz y
Magdalena Hernández están en el lado opuesto de ese mismo espec-
tro. Sus ejemplos son importantes ya que muestran un cambio, aun-
que distinto en cada caso, frente a lo que fueron sus madres. Estos
cambios son significativos no solamente por marcar una diferencia
con el papel tradicional de sus madres, sino también puesto que esta-
blecen una división, aún incipiente, entre las mujeres de la zona.
Las dos Magdalenas son hijas de colonos muy antiguos de La
Macarena, pero son más jóvenes que las hermanas Vásquez de quie-
nes hablaba atrás. Sus familias son las dos más prósperas de la re-
gión, a pesar de que llegaron sin nada al igual que todos los demás
colonos. Fueron desde su llegada dos familias emprendedoras, que
no desperdiciaron las oportunidades que se les presentaron de conse-
guir algo de plata. Ello permitió que ambas Magdalenas fueran en-
viadas a terminar sus estudios de bachillerato en Bogotá y en
Villavicencio. Después de graduadas, una de ellas se quedó en Bogo-
tá adelantando una carrera técnica y ahora vive y trabaja en
Villavicencio, la otra regresó a Macarena a trabajar en la alcaldía y
pronto se interesó en los negocios familiares. Ella fue, por iniciativa
propia, una de las negociantes de pescado del pueblo e invirtió algún
dinero en madera, luego fue alcaldesa en reemplazo de un alcalde
inhabilitado. La independencia que las caracteriza y marca la dife-
rencia de ambas Magdalenas con respecto a las demás mujeres de la
LAS MUJERES 169

vereda la ha permitido el estudio y el hecho de haber vivido fuera, y


eso a su vez ha sido posible gracias al ahorro generado por un exce-
dente económico y a la visión de largo alcance de sus padres, es de-
cir, a la importancia que le otorgaron al estudio.

SE REQUIEREN MUJERES

Una región con muchos hombres solos es una región de hombres


hambrientos. A una zona de colonización apartada como es el caso
de las veredas El Alto Raudal y El Tapir, llegan hombres a trabajar, a
quedarse o de paso, pero son pocas las mujeres que arriban. Esto crea
una situación de desequilibrio,en donde, para ponerlo en términos un
poco crudos,la demanda de mujeres sobrepasa con creces la oferta.
En estas condiciones, los hombres ponen los ojos en las escasas
posibilidades que tienen. La mayoría de las mujeres de la región no
están disponibles, así que las que van apareciendo son muy aprecia-
das. Las pocas mujeres que llegan pronto se percatan de ello: a todas
les proponen una cosa u otra, las envuelven en habladurías, y así,
algunas, sin saberlo, llegan para quedarse. Pero sobre quienes recae
más fuertemente esta situación es sobre las niñas. Ellas algo perciben
en las miradas y en las invitaciones. Allá, a las niñas no les dan tiem-
po de convertirse en mujeres: reemplazan una muñeca -si es que la
tienen- por un bebé, en cuestión de meses. Los hombres de la re-
gión, y los que van llegando, así sea de paso, las miden con la mira-
da, tantean las posibilidades de probar carne fresca o de tener quien
los cuide: alguien que los espere en la casa con la comida caliente y
con una muda de ropa limpia.
Cuando las niñas comienzan a coger forma, las mamás empiezan
a preocuparse porque saben que muy pronto les puede cambiar la
vida, como les sucedió a muchas de ellas. En la escuela nos reco-
mendaban especialmente a las niñas mayores, ante nuestra increduli-
dad, que fue cediendo paso a una certeza del peligro inminente.
170 A LA BUENA DE DIOS

Uno de los colonos, un eterno solitario que pasa los 30 años, le


decía un día al profesor mirando a una de nuestras alumnas: 'ellas, a
esa edad, ya saben para qué sirven', y luego le relató su intento falli-
do de sacar a vivir a una niña. Para ellos, conquistarlas-a esa edad-
no es violentarlas, es facilitar que la naturaleza siga su curso, es
maximizar su potencial; dejarlas es esperar que otro más rápido las
'corone'. Darles dinero no es insultarlas, es parte importante de la
conquista: un hombre debe mostrar que él puede ofrecerle una buena
vida a su mujer.
Algunas niñas son víctimas del acoso sexual de sus parientes o
pretendientes. Son muchas las historias que se escuchan en la región,
y no podría decir cuáles son ciertas y cuáles producto del imaginario
colectivo. Verdaderas o falsas, el hecho que circulen y que sean creí-
das es de por sí significativo. Hubo un chisme en particular, sobre
una de las niñas que estudiaron en la escuela antes de que yo fuera
profesora, que me impactó y que nunca pude verificar. Había ciertas
cosas en la vida de Amanda que resultaban sospechosas: siempre
tenía plata y subía estrenosa del pueblo, mientras sus hermanos no
tenían ni plata ni ropa nueva. La explicación que daban es que ella
era la 'moza' de un indio viejo, que respondía bien a sus favores.
Qué significa 'moza', quién era el tal indio viejo y cuándo se veían
son tres preguntas que quedaron en el aire. Además, la historia resul-
ta inverosímil al ver a Amanda, que aunque es un poco gordita y
tiene una cara linda, era -y es- todavía una niña.
El cuento de Amanda no acaba de convencer, a pesar de que se
toma como una verdad; otras niñas, sin embargo, no dejan lugar a
dudas de la veracidad de sus actos. Mirta, por ejemplo, es una niña
de escasos 12 años que vivía en una finca en el Alto Guayabero, que
decidió irse con uno de los trabajadores de su papá. La nueva vida la
confundió y volvió, entre enamorada y arrepentida. Su papá la man-
dó para Bogotá con sus hermanas antes que' el infeliz ese se la lleva-
ra otra vez, la dejé en embarazo y ahí si no haya nada que hacer'.
A algunas niñas, para que no les suceda eso, los padres las tienen
'encarceladas'. Como padre, Ricardosabe que su hijaToña,de 15 años,
ya está en edad de coger camino en la vida y para evitarlo no la deja
salir de la finca sino muy rara vez y acompañada de alguno de sus
padres; mientras su hermano Hernán, un poco mayor, tiene completa
libertad de movimiento. Esta actitud no es ninguna solución, refuerza
la posibilidad de que un buen día las jóvenes, aburridas, se desapa-
rezcan detrás del primer hombre que las ilusione, y luego estén, a los
treinta años, llenas de hijos, viejas, cansadas y desencantadas.
LAS MUJERES 171

Como decía al comienzo de este aparte, las niñas no son las úni-
cas perseguidas, sino también cualquier mujer que se asome sin cara
de compromiso. Dos mujeres solas llegaron recientemente a la vere-
daí\Solas significa necesitadas de afecto y del apoyo económico de
un compañero. La falta de un hombre implica también falta de iden-
tidad: es él quien le da un lugar social a la mujer, y esto trae seguri-
dad. En la vereda, la idea de una mujer sola es difícil de concebir.
Todas son, o al menos fueron, 'la mujer' o 'la señora' de alguno, esté
él presente o no". Estos dos casos son bastante ilustrativos sobre las
posibilidades que tienen las mujeres en esta zona.
Después de años de ausencia, Marlén Rosas fue a pasar vacacio-
nes a la finca de sus papás; en El Tapir su destino le deparaba un
marido, fue y lo encontró. Es hija de don Miguel, habitante antiguo
de la vereda.Vivió algunos años en el pueblo, donde conoció a Fermín
y se ennovió con él durante un año y medio. Viendo a las demás, le
entró la gana de tener un niño, pero uno propio, y desoyendo conse-
jos quedó embarazada. Así terminó su historia de amor. Aunque de-
jaron de verse, Fermín le hacía llegar todo lo que necesitaba. Al final
del embarazo sí estuvo a su lado, a pesar de que los lazos entre ellos
ya se habían roto. A la semana de nacida Judith, una nenita preciosa,
el padre se fue de Macarena y Marlén no volvió a saber nada de él. A
la semana de tener la niña, Marlén ya estaba trabajando en lo que
puede hacerlo una mujer allá: en casas de familia, en restaurantes o
de guisa.
Trabajó duro por más de un año y en diciembre decidió subir a la
finca a pasar las vacaciones con sus papás. Tan pronto lo supieron,
aspirantes y curiosos se pusieron al acecho: la casa se llenó de hom-
bres que iban a verla, entre ellos estaban don Alberto, un señor ya
entrado en años que vive errante por la vereda; Chucho, un costeño
venido hace pocos años de Cimitarra, quien ya hizo el intento de
vivir con una mujer de la vereda sin buen resultado; el Siete Mujeres,
que se ganó ese apodo por convivir con dos hermanas a la vez, una
de las cuales es su actual mujer; Pablo, joven sobrino de una de las
colonas de la vereda; y otros. Todos intentaban palabriarla, Chucho y
el Siete Mujeres incluso apostaron cuál se la cuadraba primero ... y
ganó Chucho. Marlén estaba por devolverse, aburrida de tanta
molestadera, pero Chucho le truncó el retorno. El es un hombre ya

44. En el pueblo es factible que una mujer sea alguien por sí sola, pero en el
campo, normalmente,tienencomo referencia el hecho de ser 'la mujer' de un hombre.
172 A LA BUENA DE DIOS

maduro y serio, no como los jovencitos del pueblo que sólo buscan
matar la gana cuando persiguen a una mujer. Ella llevaba un buen
tiempo sola y le había tocado duro: ya era tiempo de compartir su
vida y tener un apoyo. Ahora Marlén tiene marido y Judith tiene un
papá.
En cuanto a oficio la vida no le cambió mucho. Al poco tiempo de
juntarse con Chucho, a él le salió trabajo ayudantiando" y le dijo a
Marlén que decidiera si se quedaba en la finca con los papás (hacien-
do de comer) o se iba de guisa con él para el aserrío. Prefirió irse
caño adentro con su marido, así está con él, gana un sueldo y no se
aburre.
Mientras Marlén disfrutaba su luna de miel, Juana, o doña Juana,
llegó como cocinera a la escuela pasada la mitad del semestre. Al
igual que para tantas mujeres en Macarena su edad es imprecisa; si
tiene cédula, se podría probar que aún no llega a los 30 años, pero eso
poco importa, la edad la determinan las huellas de la vida. Habida
cuenta de su recorrido, doña Juana se conserva muy bien. Otras con
su kilometraje ya están viejas y sin ánimos. Ella está rosagante. Es
gorda y habladora, muy habladora. Hace seis años no ve a cuatro de
sus hijos que viven con el papá y su señora en el Caquetá. El hombre
vive armado y a ella le da miedo que le pase algo si se asoma por allá,
además, después de tanto tiempo y con todos los cuentos que le han
metido a los niños, ellos ya no la deben querer.
Llevaba sólo 20 días en Macarena, la mitad de los cuales los pasó
cuidándose un paludismo. Supuestamente había conseguido marido,
un tal Juan Pacho, que pensaba hacer finca en un terreno que compró
Guayabero arriba. Para los pocos que la 'distinguían' hasta ese mo-
mento ella era la mujer de Juan Pacho, aunque no se los viera juntos
porque él, como tantos otros hombres, trabajaba en un aserrío. Doña
Juana está criando una niña de dos años llamada Yeny,fruto de algún
otro marido que se le habrá cruzado en la vida. Doña Alcira la descu-
brió en el Raudal y le propuso trabajar en la escuela, ella aceptó gus-
tosa porque andaba necesitada y no quería irse a vivir a la finca de su
'marido'. Juana se estaba dando cuenta que ese señor no le convenía:
le veía pinta de irresponsable y las malas lenguas ya le habían infor-
mado de su fama de borrachín. Así, pues, entró en conversaciones
con otro candidato, Armando, un hombre aindiado y ya mayor. Lo
conoció en el Raudal, pero él no insistió porque ella ya tenía su hom-

45. Ayudante de aserrador.


LAS MUJERES 173

breoCuando el bote en el que él trabajaba paró en la escuela, volvió a


verla y ella presurosa le aclaró que estaba sola. Allá 'marido' puede
ser cualquiera, el de hace diez años o el de hace diez días, y así como
las uniones surgen rápida e inesperadamente, también las separacio-
nes se suceden en cualquier momento. Esto especialmente cuando
no hay hijos de por medio. Así, Juana despachó a su hombre sin que
él mismo lo supiera. Armando, viendo el terreno despejado se lanzó
a la ofensiva: le dio algo de plata a Juana para que comprara queso y
unos huevos para ella y la niña y prometió traerle unos encargos.
Juana no tenía un peso y por el trabajo en la escuela recibía escasos
40 mil mensuales. Necesitaba un hombre que respondiera por ella y
por su hija y vió mejores posibilidades con Armando, por ser mayor
y más serio.
En la tierra de las rancheras, donde se le canta al dolor y al despe-
cho, donde las letras relatan pasiones desenfrenadas, el amor paradó-
jicamente tiene un fuerte tinte de negocio. El amor de Juana es un
problema de soledad y de necesidad económica. Su coqueteo busca
una ganancia contante y sonante. En este mundo de lobos, los astutos
sobreviven. Juana se estaba jugando su vida por el río, quién sabe
cuántas veces habrá tirado los dados, para ver malas jugadas. Juana
no hablaba de amor. Se reía como una niña cuando recibía las cartas
con promesas de Juan Pacho. Ella quisiera creer en el amor, pero no
puede, ya ha vivido mucho para eso. Espera, simplemente, que le
vaya bien. Todos conocen su historia, sin conocerla: la vida de Juana
es la de muchas. Ya se oían los presagios de fracaso y desengaño
cuando anunció públicamente que ya no era una mujer sola.
Armando prometió comprarle lo necesario para tenerla bien, 'si
no ¿para qué consigue uno mujer?', le había dicho a ella. Subió el
patrón y regó el cuento que Armando había comprado unos tendidos
muy lindos y una estufa para el futuro hogar, que se le había ido el
sueldo en compras para ella. Yeso se lo fueron a contar a Juana, pero
todo era burla y risa barata. Cuando se terminaron las clases y se
acabó su trabajo, Juana se quedó esperando a que Armando bajara o
subiera en el bote y le definiera la situación.

ARANDÚ, EL REY DE LA SELVA

Yo también era una mujer llegada a la vereda, pero distinta a las


demás: universitaria y venida de afuera. Iba, además, por un tiempo
fijo y con un oficio determinado. En términos de oferta de mujeres,
174 ALABUENADEDIOS

yo no contaba. A pesar de que temporalmente me incorporé a la


vida de la vereda, seguía siendo alguien de afuera, con otras ideas y
otras aspiraciones: un ser de otro mundo. Mi caso no era nuevo: yo
fui la cuarta profesora de El Tapir proveniente de la universidad.
Esa posición de extranjero es diferente siendo mujer, que siendo
hombre. Con todas las diferencias que hay entre quienes viven allá y
la gente de afuera, como yo, ser del mismo sexo es un rasgo común
que permite establecer un puente de unión. Para mí resultaba mucho
más fácil acercarme a las mujeres que para los profesores; así como
había algunas cosas que los hombres le comentaban al profesor y que
a mí no me mencionaban, cierta 'amistad entre hombres' de la que
yo naturalmente no podía hacer parte.
Ser mujer también constituye una segunda excusa para la inutili-
dad que caracteriza a los 'universitarios': no sabemos hacer ninguno
de los oficios necesarios para la vida: pescar, echar machete, voliar
hacha, prender un fogón, manejar potrilla ... en fin, para todo necesi-
tarnos ayuda, para todo resultamos torpes. Por las razones obvias --que
hemos tenido una vida distinta, que estamos de paso, etc.- nos per-
donan, pero en el país del 'mero macho', son un poco más flexibles
con las mujeres, a los varones les sigue faltando la estampa de la
hombría. Tal vez en lo único en que son más condescendientes con
ellos es en los oficios de la cocina: es más comprensible que un hom-
bre no sepa 'hacer de comer' a que una mujer no pueda hacerlo. Las
mujeres visitantes, como no tenemos que mantener una casa, no so-
mos puestas a prueba.
Con la inmunidad que significaba ser profesora y extranjera, me
sentía libre del asedio que sufrían las otras mujeres que llegaban a la
región. No es que no me coquetearan, sino que eran palabras al vien-
to y yo podía hacerme la loca fácilmente. Pero no contaba con la
astucia de Arandú.
Aunque callado, este es un personaje notorio, al estilo de los hé-
roes de las películas del oeste. Lo conocí una mañana cuando me
subí a su bote para que me llevara al pueblo. Era un bote grande lleno
de madera, con una estufa al frente. Sólo iban él y el motorista, un
guajibo que no volví a ver más. No eran aún las seis de la mañana.
Tras de mí venía el profesor, que a pesar del resbalón en el puerto,
estaba más dormido que despierto. Sucio, con el maletín abierto y
echando madres imperceptibles se logró subir al bote. Javier era un
personaje que para ir a Macarena se había comprado unas botas
tobilleras, de corte clásico y suela lisa, y seguía sufriendo las conse-
cuencias de su pinta citadina. Mientras fuimos por las balsas de ma-
LAS MUJERES 175

dera y las amarraron al bote, me lavé la cara y los dientes para disfru-
tar el río. La selva se dibujaba tímida detrás de la niebla y avanzába-
mos lentamente, sobrepasando apenas el ritmo del agua. Iba atenta,
siguiendo las curvas del río y ubicando los ranchos de la orilla. Era
mi primera salida río abajo desde la llegada y quería conocer bien el
lugar que habitaba.
Cada quien se ocupaba de lo suyo, era como si fuera sola en un
bote manejado por fantasmas. Adelante de nosotros, lejos de nuestra
vista, iba Mauro Téllez en otro bote, con él hablé la noche anterior en
la escuela para pedirle que me llevara al pueblo. En ese otro bote
también había estufa e iba doña Susana, mamá de cinco de mis alum-
nos, de pasajera y de guisa. Paramos y el hombre se bajó a comprar
queso y huevos. Con el movimiento y el despertar del día abandoné
el bote fantasma. La niebla ya se había levantado y Javier hablaba de
cuando la guerrillase tomó el pueblo en caño Jabón; el guajibo se reía.
Cuando el hombre regresó al bote pude detallarlo, era maciso,
con los músculos bien marcados, tenía pelo largo en capas y parecía
mirar siempre a lo lejos. Vestía apenas una pantaloneta de jean mora-
do desteñido; tenía un puñal en la pierna y en el brazo un tatuaje.
Venía de Muzo, donde trabajó con Gilberto Molina: cuando salía, el
jefe a veces le pedía que lo acompañara. Estaba en Macarena cuando
supo la noticia del asesinato y viajó al entierro, porque ese señor era
para él como un papá. Carga, a manera de talismán y carta de presen-
tación, un frasquito con esmeraldas que me mostró. En Macarena está
dedicadoal negociode la madera,pero tiene en mentesacar esmeraldas.
Dice que estuvopor la montañay que como él conoce,sabe lo que allí se
puede encontrar.Dice que ya tiene lo necesario y que sólo le falta el
momento.Le deseé mala suerte en ese negocio.
Me senté a leer en la punta del bote. El vino y se sentó a mi lado.
Me preguntó qué leía y le respondí. De pronto, de ese hombre grande
y de voz gruesa salió una frase inverosímil: '¿Puedo ser tu amigo?'.
Me reí fuerte, y ante esa mirada inquisitiva, le dije que sí. Pero es
como si le hubiera dicho lo contrario, porque en todo el resto del
viaje mi nuevo amigo no me dirigió la palabra.
Paramos en la casa de los Téllez y seguimos todos en un solo bote
y sin balsas, para cruzar el Raudal. Mauro iba manejando, muy segu-
ro, y por eso no pasamos por la pica. Doña Susana iba muy asustaba
y más cuando se entró el agua y nos mojamos todos. Pero salimos al
otro lado sin problemas. Mientras ellos descargaron y fueron por más
madera, Javier y yo estuvimos visitando a su hermano que era profe-
sor en la escuela del Bajo Raudal.
176 A LA BUENA DE DIOS

A La Macarena bajamos, hacia el final de la tarde, el mechudo y


el guajibo, Javier y yo, en un bote vacío. El hombre me ofreció subir,
al día siguiente muy temprano, una gasolina que yo necesitaba llevar
hasta la escuela. Me pidió que le dejara una de las manillas'" que
llevaba puestas, pero le dije que eran regalos y que no se las podía
dar. Llegamos a La Macarena, se despidió y se bajó del bote con
mucho afán. Al fin no necesité la gasolina y no tuve que ir al puerto
a entregársela al día siguiente.
Pasaron los días y la escuela entró en crisis: la cocinera renunció,
se acabó la remesa y el profesor Javier se fue enfermo para Villa-
vicencio. Durante tres semanas tuvimos muy pocos alumnos: ocho
que no eran internos y los demás se iban turnando de acuerdo a la
comida que lográramos conseguir. En esos días, nos pulimos rajando
leña, prendiendo el fogón y cocinando. Un día la situación tocó fon-
do: tuvimos sólo dos alumnos. Sergio se encargó de Juan Carlos y yo
de Jarbleidy. Acabábamos de entrar de recreo cuando arrimó un mo-
tor. Juan Carlos y Sergio se fueron a ver quién era, yo me quedé
tratando de que mi alumna aprendiera a restar con cifras de dos dígitos,
pero no era el momento preciso, ella estaba pendiente de lo que suce-
día en el puerto, así que fuimos a ver. No alcancé a bajar cuando,
para mi sorpresa, me encontré con el hombre del pelo largo, lo saludé
e iba a seguir, pero me di cuenta que los que estaban abajo no tenían
la intención de subir; todo quedó claro cuando él me entregó una
bolsa con un paquete de galletas superwafer y unos mashmelos. In-
cómoda la situación... Como dueña de casa lo invité a tomarse un
tinto, y también a los demás, cuando subieron. La situación era risi-
ble: Sergio (quien aún no entendía el motivo de la visita) y yo senta-
dos con este hombre mientras se tomaba su tinto, preguntándole por
el profesor Javier, a quien había visto bailando en una fiesta de 15 en
el pueblo, y el grupo de aserradores, ayudantes, arrieros o lo que
fueran, parados, a un ladito, tomando porciones menores de tinto.
Las galletas y los mashmelos sirvieron para celebrarle el cum-
pleaños a Argenis al día siguiente y la historia para que Sergio me
tomara del pelo por tener un pretendiente.
El siguiente episodio, prácticamente el último, sucedió también
en la escuela, pero para contrastar con la desolación del anterior, este
fue un domingo de reunión en que había mucha gente. La reunión ya
se había terminado, los hombres estaban jugando fútbol y las muje-

46. Pulseritas.
LAS MUJERES 177

res conversando en la cocina, yo con ellas, cuando empezaron a apare-


cer personas desconocidas,sin ninguna intención aparente. De pronto
entendí, cuando ví a un hombre de pelo largo salir a la cancha a jugar
los últimos minutos del partido. Cuando terminaron se me acercó y
me dijo: 'Claudia, tengo que hablar contigo'. Le pregunté si se iba a
quedar y me dijo que no sabía. Antes de acercárseme se había cercio-
rado de mi condición preguntándole a Javier si yo era la mujer de
Sergio. Esa tarde los profesores comenzaron a llamarme Arandú, yo
no entendía, 'la reina de la selva', y ahí comprendí que si yo era la
reina tenía que haber un rey y que sólo podía ser uno descamisado,
musculoso, de pelo largo y puñal en la pierna.
Arandú decidió quedarse en la escuela con toda su tripulación. Ya
estaba oscuro; como anfitriona, convidé a los huéspedes a un delicio-
so sancocho, pero entre ellos no estaba Arandú. Me lo encontré sen-
tado solo en la penumbra del salón y le pregunté: "Bueno, ¿qué es lo
que me tiene que decir?". Me respondió que no era cosa de un minu-
to y que hablaríamos cuando yo tuviera tiempo. Ante tanta solemni-
dad le dije que me tenía que preparar y me fui riéndome. Al rato
volví decidida a despachar el asunto.
Y fue con caImita,Arandú se tomó su tiempo para entrar en mate-
ria. No recuerdo de qué me habló al principio, pero debió haber sido
algo típico, al estilo de si no me aburría en la escuela o si estaba
amañada. Después me pidió que lo acompañara al río a recoger la
línea" que se le había quedado en el bote. Era una noche clara y no
necesitamos linterna, el contorno de la selva se dibujaba contra el
cielo, mientras la luna subía. El río se veía bajar rápido. Estábamos
parados en el barranco frente a frente y me sentía protagonizando un
novelón sin conocer el libreto. En vista de la poca elocuencia de
Arandú me dediqué a hablar y a hacerle preguntas. ", ¿Va a volver a
Muzo?', 'sí', '¿usted quisiera ir a conocer?', 'no', '¿por qué quiere
volver?', 'para enguacarme', 'pero eso no debe ser fácil', 'yo tengo
contactos y puedo llegar a los sitios que tienen buenas probabilida-
des', '¿para qué se quiere enguacar?', 'pues para tener plata, mucha
plata', 'y, ¿para qué?', 'para tener un carro y una casa grande con
piscina', '¿y con grifos de oro?'''. No le gustó el chiste, no se rió.
", ¿No le da miedo que lo maten?', 'no', '¿conoce a Colmillo?', 'cla-
ro, ese man ha matado a mucha gente por allá' ... '¿qué pasó con su

47. Manguera que lleva la gasolina del 'ful' (tanque) al motor. Siempre la reco-
gen para evitar que se roben el motor.
178 A LA BUENA DE DIOS

manilla?', 'tranquilo que no se la he regalado a nadie, me la quité


para lavarla' ... 'usted se llama Francisco, ¿cierto?, porque oí que le
dicen Pacho', 'no, algunos creen que ese es mi nombre, pero yo me
llamo Yuldor' ... 'Yo no estudié sino hasta tercero, me echaron y no
seguí, a usted le gusta leer, ¿cierto?', 'sí', '¿me presta un libro?', '¿de
la biblioteca?', 'no, mejor uno suyo' ... 'Me gusta como se viste' -me
pareció una burla-, '¿con los pantalones rotos?', 'sí' ... 'Yo he teni-
do problemas con la policía por tener el cabello largo y lo quiero
tener hasta la cintura', 'ajá' ... 'Bajemos al bote', 'no', '¿tienes afán?',
'no, pero no quiero subirme al bote' ... 'Mis papás tienen una finquita
en Sasaima y yo a veces voy a visitarlos, también voy a Chía, ¿usted
vive en Bogotá?', 'sí', '¿le gusta bailar?', 'no', 'y ¿le gusta ir a cine?',
'sí', 'podríamos ir cuando yo vaya', 'ajá' ... 'Cuando quiera ir a caño
Cristales me dice y yo la llevo, y si quiere llevar a los niños, pues,
también', 'gracias, pero eso es como difícil, no hay tiempo' ... 'Mi
sueño es ver una danta', 'yo voy a volver a la montaña a buscar es-
meraldas y ahí se ven animales', 'ajá"'. Bajaron tres hombres, reco-
gieron la línea y regresaron."'Ya se llevaron la línea y llevamos mucho
tiempo aquí, volvamos a la escuela', '¿tienes afán?', 'no, pero ya me
aburrí aquí', 'me gusta hablar contigo', 'ajá' ... 'Claudia, un momen-
to', '¿sí?', '¿te gustan las estrellas?', 'sí', 'te regalo esas dos', (risa)
'gracias', 'Claudia ...', '¿qué?', 'yo pienso en tí todas las noches an-
tes de dormirme', (risa) 'mentiroso y a los mentirosos se les crece la
nariz', 'es verdad... Claudia, ¿quieres ser mi novia?' , (risa) 'no', ,¿por
qué?', 'porque yo no vine a buscar novio, además usted tendría que
dejar de sacar madera para ser novio mío', 'por tí haría cualquier
cosa', '¿podemos ser amigos?', 'eso sí'. '¿Usted tiene muchas no-
vias?' 'No, yo sólo te quiero a tí"'. Volvimos al salón, nos sentamos
mientras los niñosjugaban con Javier y Sergio.Javier gritaba' Arandú'
y algunos de los niños también. Me tocó explicarle que lo estaban
invitando a jugar, pero no quiso ir.
Días después por accidente me enteré que Arandú 'es un hombre
callado, de pocos amigos. Aquí la gente le tiene miedo, aunque pare-
ce buena persona. Le gusta la marihuana y no le importa que uno
sepa. Está casado con una sobrina de don Pepe López y tiene una
bebita'. Quedé fría. Lo que hasta ese momento había sido un chiste,
pasó a asustarme. Me sentí insegura. Luego, en el pueblo, confirmé
los rumores. La gente le tiene miedo, es un tipo extraño, atravesado,
que es mejor evitar.
Así, pues, que no gocé de total inmunidad. La historia no pasó a
mayores, pero me sirvió para aprender que el lobo puede tener piel
LAS MUJERES 179

de oveja y que, universitarias o no, las mujeres somos mujeres y no


falta quien arriesgue unas palabras (y unas galletas), cuando el botín
puede ser mucho mayor.
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