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Y
DOCTRINA
DEL
MOVIMIENTO
PENTECOSTAL
INDICE
UNIDAD I
1
Ubica a la Historia del Movimiento Pentecostal dentro del contexto de la Historia de la Iglesia
y de la Historia Universal organizando la información relevante de los avivamientos
cristianos, personajes y movimientos de renovación espiritual que participaron antes de la
Reforma Protestante como antecedentes a la formación, consolidación y difusión del
Movimiento Pentecostal.
UNIDAD II
Ubica a la Historia del Movimiento Pentecostal dentro del contexto de la Historia de la Iglesia
y de la Historia Universal organizando la información relevante de los avivamientos
cristianos, personajes y movimientos de renovación espiritual que participaron después de la
Reforma Protestante como antecedentes a la formación, consolidación y difusión del
Movimiento Pentecostal.
UNIDAD III
Conoce y comprende los escenarios y las épocas donde surgieron y se desarrollaron las
Iglesias del Movimiento Pentecostal, interpretándolos con un espíritu crítico y reflexivo.
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UNIDAD IV
Detecta las distintas tendencias doctrinales y teológicas que se han formado al interior del
Movimiento Pentecostal y las explica a la luz de la Palabra de Dios.
Explica la Doctrina y la Praxis del Movimiento Pentecostal actual en un nuevo escenario
histórico y hace la lectura analítica y comparativa.
UNIDAD I
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LOS AVIVAMIENTOS CRISTIANOS Y LOS MOVIMIENTOS DE
RENOVACION ESPIRITUAL ANTES DE LA REFORMA PROTESTANTE
Se consolido en La calle Azusa en 1906, con Charles Seymour, de raza negra, quien
había asistido a una pequeña escuela bíblica que Parham dirigía en Houston, quien
empezó a proclamar la promesa del don de lenguas. Allí broto un avivamiento, en
medio de torrentes de emoción y numerosos casos de personas que hablaron en
lenguas. Asambleas de Dios La denominación más grande se desprende de este
avivamiento. Con su fundamento doctrinal: Cristo salva, sana, bautiza con el espíritu
Santo y viene otra vez.
FIESTAS JUDÍAS
Visitantes judíos: Cada año, alrededor de ese mismo tiempo, la ciudad de Jerusalén
hacía de anfitriona a los visitantes judíos procedentes de todas partes de la tierra, que
venían a celebrar una serie de fiestas antiguas.
Fiestas solemnes: Todo el período de celebraciones duraba unos sesenta días. Los
judíos habían venido celebrando esa temporada cada año por mucho más de mil años.
Este año estaba ya probablemente cerca de los mil quinientos años de celebración de esa
temporada de fiestas.
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que se efectuaba durante el tiempo de siembra de los cultivos: así, si Dios les
concedía una buena temporada de siembra, y después una buena siega, eso significaba
un buen año para Israel. Pero una siega pobre podía significar un desastre o incluso una
hambruna.
Juicio al Nazareno
DOMINGO FIESTA DE LAS PRIMICIAS: El día siguiente, que era sábado todos
observaron el descanso sabático. Estaba por comenzar el domingo, día en que había de
tener lugar la celebración de la fiesta de las primicias.
Poco antes del amanecer del domingo, uno de los sacerdotes del templo salió del
templo y se dirigió hacia un campo sembrado que estaba próximo a Jerusalén. Cuando
el sacerdote llegó allí, observó cuidadosamente el suelo para ver si habían brotado de
la tierra algunos tallitos (primicias) de la simiente sembrada. A sus pies se veían
algunas plantitas que habían brotado de la tierra. ¡Unos menudos tallos, las primicias
de la cosecha de ese año, habían brotado! En ese preciso momento sintió que la tierra
se sacudía debajo de sus pies
Entonces el sacerdote sacó pronto el tallito del suelo y lo llevó de vuelta al templo. Allí
efectuó el ritual de las primicias. Sostuvo la plantita en las palmas de las manos
levantadas delante del altar; y estando parado allí, la meció hacia adelante y hacia atrás
delante de Dios. Ofreció a Dios el grano germinado, siguiendo un antiguo ritual de
acción de gracias porque la simiente había brotado de la tierra
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María Magdalena, se encontraba levantada también. Era una de las seguidoras de
Jesús y estaba yendo a inspeccionar la tumba donde Él había sido puesto antes de la
fiesta.
Mientras tanto, un absurdo rumor había comenzado a recorrer a Jerusalén. Parecía que
se había originado con esa muchacha María Magdalena. Ella estaba declarando que
cuando fue la tumba, la encontró vacía—y que Jesús se había levantado, saliendo de
aquella tumba, ¡vivo! Fue en este tono que la segunda gran celebración, la de las
‘primicias’, terminó.
Es domingo 29 de mayo del año 30 A. D.. Son como las 5:00 de la mañana. El sol no ha
salido aún. La ciudad de Jerusalén se encuentra todavía oscura.
La puerta del templo se abre ligeramente y un solitario sacerdote sale por ella, baja por
la escalinata y se encamina por las calles de Jerusalén. Hasta donde puede ver en el
crepúsculo matutino, las calles están repletas de peregrinos dormidos, tendidos por
todas partes en el pavimento empedrado. El sacerdote pasa por entre ese laberinto de
gente dormida, sale por la puerta de la ciudad y echa a andar a campo traviesa. Se dirige
hacia un próximo campo sembrado, el mismo campo que él salió a inspeccionar hace
exactamente cuarenta y nueve días.
Después que Jesucristo, los días subsiguientes a la ejecución del Señor fueron los días
más tenebrosos y tristes que esos hombres y mujeres vivieron jamás. Toda aquella
experiencia fue abrumadora —humanamente casi insufrible. Pero hoy hace cuarenta y
nueve días que toda esa insoportable tristeza se convirtió en un inexpresable gozo. ¿Por
qué? Porque fue en esa madrugada que María Magdalena volvió de ir a ver la tumba de
Jesús y declaró que la tumba estaba vacía. Además, ella insistía en que había vista al
Señor... ¡vivo!
Aún estaba oscuro. Entonces alguien empezó a cantar suavemente un salmo; otros se
unieron a él. ¡Fue así como comenzó la más trascendental reunión de oración de la
historia humana!
El sacerdote que había salido del templo llegó al campo de trigo situado en las
proximidades de la ciudad. Los primeros rayos de sol comenzaban a extenderse por el
campo delante de él siete semanas antes, el día de las primicias, ese mismo sacerdote
había venido para inspeccionar aquel mismo campo de siembra. Pero ese campo, a
diferencia de cómo habían estado siete semanas antes, cuando sólo unos tallitos estaban
brotando de la tierra, ahora estaba lleno de una abundante cosecha de grano bien
maduro. La semilla sembrada durante la temporada de la Pascua había brotado y
crecido, y era una mies alta y copiosa, lista para la siega. El sacerdote se metió entre la
mies y empezó a cortar algunos tallos. Con gran esmero reunió dos manojos, dio la
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vuelta y partió de regreso a Jerusalén. El sacerdote volvió al templo y entró. Estaba por
comenzar el siguiente paso importante del ritual de Pentecostés.
El sacerdote fue hasta una mesa y allí empezó a batir las espigas que había
recolectado, para sacarles el grano. A continuación, tomó una piedra lisa convexa y se
puso a comprimir con ella cuidadosamente el grano, balanceándola a un lado y otro
sobre el mismo. Siguió comprimiéndolo así, hasta que todo el trigo quedó
completamente molido. Continuó aún la molienda, hasta que el grano era ya un montón
de harina finamente molida.
Entonces el sacerdote amontonó aún más esa harina finamente molida. Con cuidado
vertió un poco de agua en ella y la amasó, dándole consistencia. Luego formó una
hogaza de pan de aquella masa. Entonces tomó la hogaza y la deslizó en lo profundo de
un horno encendido. Dio unos pasos hacia atrás, y esperó. El horno estaba muy caliente.
Pronto aquella masa vendría a ser pan; en breve el sacerdote introduciría otra vez la
paleta en lo profundo del calor, esta vez para sacar del horno la hogaza de pan ya
cocido.
Dentro de sólo unos breves momentos el sacerdote abriría la puerta del horno y
sacaría aquella hogaza de pan. Enseguida la llevaría al altar y la alzaría delante
del Señor. ESA OFRENDA SERÍA EL MOMENTO CULMINANTE DE LA
FIESTA DE PENTECOSTÉS. Y ese momento estaba ya al llegar.
Eran aproximadamente las 8:00 de la mañana. Las oraciones en el aposento alto habían
llegado a ser tremendamente reales, y muy denodadas. La presencia del Señor era
también muy real. De repente se oyó un sonido muy fuerte. Parecía venir del cielo. Era
un estruendo potente, ensordecedor, que se hacía más fuerte y más próximo.
Aquel aposento casi se bamboleó bajo la furia de ese soplo, algo increíble estaba
sucediendo. ¿Qué era aquello? ¿Era la vida de que Cristo había hablado? ¿O el Espíritu
Santo que había prometido? ¿El poder que había prometido dar? ¿El reino del cual Él
había hablado? Una cosa era cierta: algo celestial estaba a punto de dar en la tierra.
Y entonces ocurrió, allí mismo delante de ellos El sonido de ese viento que venía del
cielo entró en aquel aposento en la tierra. Los inundó aquella maravillosa sensación de
la realidad, intimidad y presencia de Cristo, esa sensación que sólo habían
experimentado cuando se encontraban en su real presencia mientras Él estuvo aquí
sobre la tierra. Y ahora esa misma gloriosa presencia llenaba el aposento. Aún más, se
percibía una tremenda sensación de su divina autoridad.
¡De repente todos lo supieron! ¡El Espíritu Santo había venido! El aliento divino estaba
allí—asentado sobre cada persona que estaba en el aposento. El recinto entero estaba
lleno, absolutamente lleno, saturado y rebosante del Espíritu Santo. La presencia del
Espíritu de Él los envolvía y los sumergía a todos.
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¡Nunca había habido nada semejante a aquello, nunca jamás! Entonces alguien gritó.
Subió un grito de indecible gozo. Luego otro. Y otro más... Eran expresiones de
alabanza y de gloria al Señor por lo que Él había hecho en medio de ellos. Pero no había
forma en que un ser humano pudiera dar expresión adecuada a semejante momento. No
obstante, todos tenían que tratar. Contener la alabanza en un momento semejante habría
sido tan inconcebible como imposible. En unos momentos el gozo de todos los
creyentes reunidos allí se fundió en un grandioso y ascendente crescendo de alabanza.
El sacerdote sacó la hogaza de pan del horno. La llevó delante del altar y la levantó
para el Señor. Había llegado el momento culminante de Pentecostés. La hogaza
estaba completa.
¡La simiente divina había brotado! Antes, aquella vida divina había morado en un solo
hombre; ¡ahora moraba en más de un hombre! Pero había mucho más que eso al
respecto: Esos hombres que tenían vida divina, ahora eran todos uno —un cuerpo. Y
había aún más: el Espíritu Santo había venido. Pero había más aún: ese Espíritu había
envuelto y saturado a un grupo de hombres. Sí; pero había más todavía. ¿Es posible?
¿Podía haber más?
Pues ¡sí!
El sacerdote levantó la hogaza de pan delante del Señor. El día de Pentecostés había
llegado. ¡No! El día de Pentecostés había más que llegado: ¡el día de Pentecostés se
había cumplido! Había llegado finalmente el acontecimiento más titánico de toda la
historia de la creación. Por fin había comenzado el propósito divino respecto de la
existencia de este universo. Finalmente la idea suprema que Dios tuviera jamás era
visible en la tierra.
¿Y qué era aquello? Ese día, en la ciudad de Jerusalén, el gobierno y el Reino que hasta
entonces tan sólo el Cielo había conocido —al fin— invadieron la tierra. En ese día el
Reino de los Cielos tocó la tierra. ¡Qué acontecimiento tan sobrecogedor! ¡Por fin el
Reino de Dios se había ensanchado! Había pasado a la ofensiva. Había ocupado un
nuevo territorio. Se había establecido una cabeza de playa para el Reino de los Cielos en
este planeta. Podría parecer que fuera un humilde comienzo, pero estaba destinada a
ensancharse.
EL IMPERIO ROMANO
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Subyugó Cartago 264-146 a.C.
Subyugó Grecia y Asia Menor 215-146 a.C.
Subyugó España, Galia, Inglaterra y los teutones 133-31 a.C.
46 a.C. - 180 d.C. El cenit de la gloria de Roma. Se extendía del Atlántico al Eúfrates y
desde el Mar del Norte basta el desierto africano.
Su población era de unos 120, 000,000.
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Juliano, 361-363, El Apóstata. Intentó restablecer el paganismo.
Joviano, 363-364. Restableció la fe cristiana.
1.3 EL MENSAJE DE HECHOS
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vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda
la casa donde estaban sentados; 3 y se les aparecieron lenguas repartidas, como
de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. 4 Y fueron todos llenos del Espíritu
Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que
hablasen” (Hch 2:1-4).
Hay varios asuntos que se desprenden del relato de Lucas:
1) EL COMPAÑERISMO era la característica de la comunidad de discípulos
(Hch 1:4, 12-14).
Perseveraban unánimes (Hch 1:14)
Estaban unánimes juntos (Hch 2:1)
Alcanzó a hombres y mujeres, inclusive maría la madre de Jesús (Hch 1:14)
No hay diferencia, Dios derrama su Espíritu Santo sobre toda carne (Hch
2:17)
La promesa del Espíritu Santo es para todos (Hch 2:39)
Transcendió las barreras culturales, lingüísticas y raciales (Hch 2:11)
2) EL DESCENSO DEL ESPÍRITU SANTO NO FUE UN EVENTO
PROGRAMADO n planificado por el hombre.
Pentecostés fue un evento dentro de la soberanía de Dios
Fue un evento que cayó de sorpresa a los discípulos. Ellos tenían la promesa
pero no el tiempo y la ocasión.
3) HUBO SEÑALES CLARAS Y VISIBLES de la presencia del Espíritu Santo
Un viento recio que llenó toda la casa (Hch 2:2)
Lenguas repartida como de fuego (Hch 2:3)
El viento y el fuego eran manifestaciones visibles del Advenimiento del
Espíritu Santo. Viento símbolo del Espíritu Santo (Ez 37:9-14). Fuego fue
anunciado por Juna (Lc 3:16)
Pedro en su explicación teológica del Espíritu Santo mencionó que este
advenimiento fueron vistas y oídas (Hch 2:33) por la multitud (Hch 2:5)
Lucas es enfático cuando dice que las lenguas repartidas como de fuego se
asentaron sobre cada uno de ellos (Hch 2:3)
4) HUBO EVIDENCIA FÍSICA, EL HABLAR EN LENGUAS (glóssais)
Estas lenguas fueron entendidas por las personas de distintas regiones (Hch
2:8, 11)
Los discípulos hablaron las maravillas de Dios en unas lenguas dadas por
Dios (Hch 2:11)
5) EL DESCENSO DEL ESPÍRITU SANTO SUCEDIÓ EN UN MARCO
TEMPORAL CONCRETO
Lucas investigó con diligencia (Lc :3). Entre estos sucesos estaba la
experiencia del pentecostés.
Los primeros testigos fueron una multitud de diferentes razas, naciones y
lenguas
Hubo dos interpretaciones: Atónitos y perplejos (Hch 2:12). Otros
burlándose, llegaron a la conclusión que estaban llenos de mosto – ebrios
(Hch 2:13)
Para muchos el día de hoy esta experiencia no se puede repetir, pero para los
pentecostales sigue VIGENTE, incluso LA SEÑAL EN HABLAR EN
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LENGUAR COMO EVIDENCIA INICIAL DEL BAUTISMOEN EL
ESPÍRITU SANTO.
La presencia del Espíritu Santo está íntimamente relacionada con la
conversión y la santificación: Es el sello de la identidad de los discípulos
(Ef 1:13-14). Los creyentes no solo deben vivir en el Espíritu, sino también
andar en el Espíritu (Ga 5:16, 25).
La experiencia del Pentecostés en Hechos 2 resalta que el poder del Espíritu
Santo, es un poder que está vinculado al testimonio intergral de la iglesia.
¿Lo necesitamos hoy?
EL PODER DE DIOS EN LOS PRIMEROS CRISTIANOS
Está presente en sus vidas y confían plenamente en el poder de Dios
Su fuente de poder para su testimonio diario está en la presencia del
Espíritu Santo en sus vidas.
El Espíritu Santo fue el motor que impulsó su compromiso misionero.
El Espíritu Santo fue la fuente de su vitalidad espiritual
El poder del Espíritu Santo hizo posible que todos los discípulos tuvieran
abundante gracia (Hch 4:33).
Las nuevas comunidades estaban fortalecidas por el Espíritu Santo (Hch
9:31)
Los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo (Hch 13:52)
El poder del Espíritu Santo hizo posible que los discípulos hablaran en el
nombre de Jesús asumiendo todos los riesgos. Nunca confiaron en sus
fuerzas o capacidad como humanos.
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La comunión se expresaba en el acto de partir el pan (Hch 2:42, 46) era la
cena del Señor.
Expresaban su amor mediante la ayuda mutua unos con otros (Hch 4:32, 34-
35)
No había ningún necesitado (Hch 4:34-35)
Es interesante notar que ellos no solo se limitaban a proclamar el evangelio
sino tenían una preocupación por ayudar a los más pobres y necesitados.
3) LA ADORACIÓN AL SEÑOR
se daba en un espíritu de fiesta y compañerismo (Hch 2:42, 47)
La alegría con la que alababan al Señor fue el fruto directo de la acción del
Espíritu Santo en sus vidas
4) TENÍAN UNA PRÁCTICA CONTINUA DE ORACIÓN
Esta oración era personal y comunitaria, esta era base de la vitalidad de la
iglesia (Hch 2:42)
La oración es la base para la comunión y el testimonio público
La oración iba paralelo a cumplir su misión que es de proclamar el evangelio
a todos los perdidos.
En las iglesias pentecostales la oración ha sido la clave para el avance
misionero
5) PROCLAMAR LA BUENA NUEVA DE SALVACIÓN
Su identidad de esta iglesia está basado en la proclamación del evangelio.
Su crecimiento numérico fue continuo (Hch 2:41: 4:4; 5:14; 6:7)
Pedro y otros discípulos proclamaron el evangelio y el Señor cada día añadía
los que habían de ser salvos (Hch 2:42)
Daban testimonio de su fe en el Señor con muchas maravillas y señales (Hch
2:43)
(1) El Evangelio de San Lucas nos dice que el nacimiento de Jesús tuvo lugar en
tiempo de Augusto César, y “siendo Cirenio gobernador de Siria” (Lucas 2:2).
Poco antes, el mismo evangelista coloca su narración dentro del marco de la
historia de Palestina, al decirnos que estos hechos sucedieron “en los días de
Herodes, rey de Judea” (Lucas 1:5).
(2) El Evangelio de San Mateo se abre con una genealogía que enmarca a Jesús
dentro de la historia y las esperanzas del pueblo de Israel, y casi seguidamente
nos dice también que Jesús nació “en días del rey Herodes” (Mateo 2:1).
(3) Marcos nos da menos detalles, pero no deja de señalar que su libro trata de lo
que “aconteció en aquellos días” (Marcos 1:9).
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(4) El Evangelio de San Juan quiere asegurarse de que no pensemos que todas
estas narraciones tienen un interés meramente transitorio, y por ello comienza
afirmando que el Verbo que fue hecho carne en medio de la historia humana
(Juan 1:14) es el mismo que “era en el principio con Dios” (Juan 1:2). Pero
después todo el resto de este evangelio se nos presenta a modo de narración de
la vida de Jesús.
(5) Primera Epístola de San Juan, cuyas primeras líneas declaran que “lo que era
desde el principio” es también “lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos”(l Juan
1:1).
La importancia de la historia para comprender el sentido de nuestra fe no se limita
a la vida de Jesús, sino que abarca todo el mensaje bíblico.
(1) En el Antiguo Testamento, buena parte del texto sagrado es de carácter
histórico. No sólo los libros que generalmente llamamos “históricos”, sino
también los libros de la Ley —por ejemplo, Génesis y Éxodo, y de los profetas
nos narran una historia en la que Dios se ha revelado a su pueblo. Aparte de esa
historia, es imposible conocer esa revelación.
(2) En el Nuevo Testamento encontramos el mismo interés en la historia.
Lucas, después de completar su evangelio, siguió narrando la historia de
la iglesia cristiana en el libro de Hechos. Esto no lo hizo Lucas por simple
curiosidad anticuaria. Lo hizo más bien por fuertes razones teológicas.
En efecto, según el Nuevo Testamento la presencia de Dios entre nosotros
no terminó con la ascensión de Jesús. Al contrario, el propio Jesús les
prometió a sus discípulos que no les dejaría solos, sino que les enviaría otro
Consolador (Juan 14:16–26).
Y al principio de Hechos, inmediatamente antes de la ascensión, Jesús les
dice que recibirán el poder del Espíritu Santo, y que en virtud de ello le serán
testigos “hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). La venida del Espíritu
Santo en el día de Pentecostés marca el comienzo de la vida de la iglesia.
Por lo tanto, lo que Lucas está narrando en el libro que generalmente
llamamos “Hechos de los Apóstoles” no es tanto los hechos de los apóstoles
como los hechos del Espíritu Santo a través de los apóstoles.
Lucas escribe entonces dos libros, el primero sobre los HECHOS DE
JESUCRISTO, y el segundo sobre los HECHOS DEL ESPÍRITU. El
segundo libro, empero, casi parece haber quedado inconcluso. Al final de
Hechos, Pablo está todavía predicando en Roma, y el libro no nos dice qué
fue de él ni del resto de la iglesia. Esto tenía que ser así, porque la historia
que Lucas está narrando necesariamente no ha de tener fin hasta que el
Señor venga.
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una institución o de un movimiento cualquiera. La historia del cristianismo es la
historia de los hechos del Espíritu entre los hombres y las mujeres que nos han
precedido en la fe.
A veces en el curso de esta historia habrá momentos en los que nos será difícil
ver la acción del Espíritu Santo. Habrá quienes utilizarán la fe de la iglesia para
enriquecerse o para engrandecer su poderío personal. Otros habrá que se olvidarán
del mandamiento de amor y perseguirán a sus enemigos con una saña indigna del
nombre de Cristo. En algunos períodos nos parecerá que toda la iglesia ha
abandonado por completo la fe bíblica, y tendremos que preguntarnos hasta qué
punto tal iglesia puede verdaderamente llamarse cristiana. En tales momentos,
quizá nos convenga recordar dos puntos importantes:
Una y otra vez a través de los siglos el Espíritu Santo ha estado llamando al pueblo
de Dios a nuevas aventuras de obediencia. Nosotros también somos parte de esa
historia, de esos hechos del Espíritu.
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La iglesia nunca fue una comunidad desprovista de todo contacto con el
mundo exterior. Los primeros cristianos eran judíos del siglo primero, y fue como
judíos del siglo primero que escucharon y recibieron el evangelio.
Después la nueva fe se fue propagando, tanto entre los judíos que vivían fuera de
Palestina como entre los gentiles que vivían en el Imperio Romano y aun fuera de
él. En consecuencia, a fin de comprender la historia de la iglesia en sus primeros
siglos debemos primero echar una ojeada hacia el mundo en que esa iglesia se
desenvolvió.
EL JUDAÍSMO EN PALESTINA
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Esa rebelión fue quizá la más violenta de todas, y a la postre llevó a la
destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C., cuando el general —y después
emperador— Tito conquistó la ciudad y derribó el Templo.
En medio de tales luchas y tentaciones, el judaísmo se vuelve cada vez más
legalista.
LOS FARISEOS eran el partido del pueblo. Para ellos lo importante era
asegurarse de cumplir la Ley aun en los tiempos difíciles en que estaban viviendo.
LOS SADUCEOS, por su parte, eran el partido de la aristocracia, cuyos
intereses le llevaban a colaborar con el régimen romano. Además, aristócratas y
conservadores como eran, los saduceos rechazaban las doctrinas de la resurrección
y de la existencia de los ángeles, que según ellos eran meras innovaciones.
Además había otras sectas como LOS CELOTES Y LOS ESENIOS. a los esenios
muchos autores atribuyen los famosos “Rollos del Mar Muerto”, eran un grupo de
ideas puristas que se apartaba de todo contacto con el mundo de los gentiles, a fin
de mantener su pureza ritual.
Los judíos sostenían en común: el monoteísmo ético y la esperanza escatológica.
EL MONOTEÍSMO ÉTICO sostenía que hay un solo Dios, y que este Dios
requiere, aún más que el culto apropiado, la justicia entre los seres humanos.
LA ESPERANZA ESCATOLÓGICA era la otra nota común de la fe de Israel.
Todos, desde los saduceos hasta los celotes, guardaban la esperanza mesiánica, y
creían firmemente que el día llegaría cuando Dios intervendría en la historia para
restaurar a Israel y cumplir sus promesas de un Reino de paz y justicia.
De todos estos grupos, el más apto para sobrevivir después de la destrucción
del Templo era el de los fariseos. En efecto, esta secta tenía sus raíces en la época
del Exilio, cuando los judíos no podían acudir al Templo a adorar, y por tanto su fe
se centraba en la Ley.
EL JUDAÍSMO DE LA DISPERSIÓN
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Ese judaísmo le proporcionó a la iglesia LA TRADUCCIÓN DEL ANTIGUO
TESTAMENTO AL GRIEGO que fue uno de los principales vehículos de su
propaganda religiosa.
Este judaísmo se distinguía de su congénere en Palestina principalmente por
dos características: su uso del idioma griego, y su contacto inevitablemente mayor
con la cultura helenista.
EL USO DE IDIOMAS. eran muchos los judíos, aun en Palestina, que no usaban
ya el antiguo idioma hebreo. En Palestina y en toda la región al oriente de ese país
se hablaba el arameo, los judíos que se hallaban dispersos por todo el resto del
Imperio Romano hablaban el griego.
Los judíos perdieron el uso de la lengua hebrea, y fue necesario traducir sus
Escrituras al griego. Esa versión del Antiguo Testamento al griego recibe el
nombre de SEPTUAGINTA, que se abrevia frecuentemente mediante el número
romano LXX. Ese nombre —y número— le viene de una antigua leyenda según la
cual el rey de Egipto, Ptolomeo Filadelfo, ordenó a setenta y dos ancianos hebreos
que tradujesen la Biblia independientemente, y todos ellos produjeron traducciones
idénticas entre sí.
La importancia de la Septuaginta fue enorme para la primitiva iglesia
cristiana. Esta es la Biblia que cita la mayoría de los autores del Nuevo
Testamento, y ejerció una influencia indudable sobre la formación del vocabulario
cristiano de los primeros siglos.
La otra marca distintiva del judaísmo de la Dispersión fue su inevitable
contacto con la cultura helenista. En cierto sentido, podría decirse que la
Septuaginta es también resultado de esta situación.
Como vemos, en su dispersión por todo el mundo romano, en su traducción de la
Biblia, y aun en sus intentos de dialogar con la cultura helenista, el judaísmo había
preparado el camino para el advenimiento y la diseminación de la fe cristiana.
EL MUNDO GRECORROMANO
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o por predicadores itinerantes, sino por mercaderes, esclavos y otras personas
que por diversas razones se veían obligadas a viajar. En este sentido, las
condiciones políticas de la época fueron beneficiosas para la diseminación de la
nueva fe.
La amenaza para el cristianismo. Parte de la política imperial consistía en
fomentar la uniformidad religiosa. Esto se hacía mediante el sincretismo y el culto
al emperador.
EL SINCRETISMO, que consiste en la mezcla indiscriminada de religiones, fue
característica de la cuenca del Mediterráneo a partir del siglo III a.C. El sincretismo
era la moda religiosa de la época.
En tal ambiente tanto los JUDÍOS COMO LOS CRISTIANOS parecían ser
gentes intransigentes, que insistían en su Dios único y distinto de todos los demás
dioses. Por esta razón, muchos veían en el judaísmo y en el cristianismo un quiste
que debía ser extirpado de la sociedad romana. Pero fue el culto al emperador el
punto neurálgico que desató la persecución.
CULTO AL EMPERADOR. El culto al emperador era uno de los medios que
Roma utilizaba para fomentar la unidad y la lealtad de su imperio. Negarse a rendir
ese culto era visto como señal de traición o al menos de deslealtad.
Según el apóstol Pablo, el cristianismo penetró en el mundo “cuando vino el
cumplimiento del tiempo”. Quizá alguno podría entender esto en el sentido de que
Dios les facilitó el camino a aquellos primeros cristianos. Y no cabe duda de que
mucho de lo que estaba teniendo lugar en el siglo primero facilitó el avance de la
nueva fe. Pero también es cierto que esos mismos acontecimientos le planteaban a
la iglesia difíciles retos que exigían enorme valor y audacia.
El “cumplimiento del tiempo” no quiere decir que el mundo estuviera listo a
hacerse cristiano. En los designios inescrutables de Dios, había llegado el
momento de enviar al Hijo al mundo a sufrir muerte de cruz, y de esparcir a los
discípulos por ese mismo mundo para dar ellos también costoso testimonio de su fe
en el Crucificado.
El libro de Hechos nos da a entender que hubo desde los inicios una fuerte
iglesia en Jerusalén. Sin embargo, después de sus primeros capítulos, ese mismo
libro nos dice muy poco acerca de la historia de aquella comunidad original. Esto
se entiende, pues el propósito del autor de Hechos no es escribir toda una historia
de la iglesia, sino más bien mostrar cómo, por obra del Espíritu Santo, la nueva fe
fue extendiéndose hasta llegar a la capital del Imperio.
El resto del Nuevo Testamento nos dice aún menos acerca de la iglesia de
Jerusalén, puesto que en este caso también la mayor parte de los libros del Nuevo
Testamento trata acerca de la vida de la iglesia en otras partes del Imperio.
Esto quiere decir que al intentar reconstruir la vida y la historia de aquella primera
iglesia nos encontramos ante una infortunada escasez de datos. Sin embargo,
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leyendo cuidadosamente el Nuevo Testamento, y añadiendo algunos pormenores
que nos ofrecen otros autores de los primeros siglos, podemos hacernos una idea
aproximada de lo que fue aquella primera comunidad cristiana
UNIDAD Y DIVERSIDAD
LA VIDA RELIGIOSA
Los primeros cristianos no creían pertenecer a una nueva religión. Ellos habían
sido judíos toda su vida, y continuaban siéndolo. Esto es cierto, no sólo de Pedro y
los doce, sino también de los siete, y hasta del mismo Pablo.
Su fe no consistía en una negación del judaísmo, sino que consistía más bien en
la convicción de que la edad mesiánica, tan esperada por el pueblo hebreo, había
llegado. Según Pablo lo expresa a los judíos en Roma hacia el final de su carrera,
“por la esperanza de Israel estoy sujeto con esta cadena” (Hechos 28:20). Es decir,
que la razón por la que Pablo y los demás cristianos son perseguidos no es porque
se opongan al judaísmo, sino porque creen y predican que en Jesús se han cumplido
las promesas hechas a Israel.
Los cristianos de la iglesia de Jerusalén seguían guardando el sábado y asistiendo al
culto del Templo. Pero además, porque el primer día de la semana era el día de la
resurrección del Señor, se reunían en ese día para “partir el pan”’, en
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conmemoración de esa resurrección. Aquellos primeros servicios de comunión no
se centraban sobre la pasión del Señor, sino sobre su resurrección y sobre el hecho
de que con ella se había abierto una nueva edad.
Fue sólo mucho más tarde —siglos más tarde, según veremos— que el culto
comenzó a centrar su atención sobre la crucifixión más bien que sobre la
resurrección. En aquella primitiva iglesia el partimiento del pan se celebraba “con
alegría y sencillez de corazón” (Hechos 2:46).
Era costumbre entre los judíos más devotos ayunar dos días a la semana, y los
primeros cristianos seguían la misma costumbre, aunque muy temprano
comenzaron a observar dos días distintos. Mientras los judíos ayunaban los lunes y
jueves, los cristianos ayunaban los miércoles y viernes, probablemente en memoria
de la traición de Judas y la crucifixión de Jesús.
Además de los doce, sin embargo, JACOBO EL HERMANO DEL SEÑOR
TAMBIÉN GOZABA DE GRAN AUTORIDAD. Aunque Jacobo no era uno de
los doce, Jesús se le había manifestado poco después de la resurrección (1 Corintios
15:7), y Jacobo se había unido al número de los discípulos, donde pronto gozó de
gran prestigio y autoridad.
21
Según Jess Lyman el efecto de este hecho fue triple:
Iglesia apostólica
Siglo I
Movimiento Montanista
Siglo II-IV
Movimiento Valdense
22
Siglo XII-XIV
Reforma protestante
Siglo XVI
Movimiento Wesleyano
Siglo XVIII
Movimiento de Santidad
Siglo XIX
Movimiento Pentecostal
Siglo XX
23
Concilio General de Las Asambleas de Dios
1914-1916
Denominaciones no pentecostales:
Alianza Cristiana y Misonera
Igl. Metodista del Perú, Igl. Luterana,
Igl. Presbiteriana, Igl. Evangélica del Perú
Iglesias carismáticas
Década del 50
Iglesias pentecostales:
Iglesia Evangélica Pentecostal del Perú,
Iglesia de Dios del Perú,
Igl. Pentecostal Misionera,
Igl. Pentecostal de Jesucristo,
Igl. Pentecostales Independientes
Denominaciones no pentecostales
Iglesias Neopentecostales
Década del 80
Movimiento apostólico
Redes apostólicas
(Gobiernos gerárquicos)
24
1.6 LA PENTECOSTALIDAD, LOS AVIVAMIENTOS CRISTIANOS Y LOS
MOVIMIENTOS DE RENOVACIÓN ESPIRITUAL
A fines del siglo II la historia registra la aparición del Movimiento Montanista que tuvo
repercusiones al siglo III y IV. En este movimiento se empezó a notar dos aspectos que
caracterizarán a todos los avivamientos cristianos especialmente al Pentecostalismo; la
protesta contra el formalismo de la iglesia, y el retorno al fervor espiritual de los
cristianos del primer siglo.
Respecto a este movimiento Samuel Vila escribió lo siguiente: “Es evidente que no
faltaron en el seno del movimiento Montanista exageraciones y exaltamientos
lamentables. Lo mismo ha sucedido en movimientos similares ocurridos en siglos
posteriores dentro de las comunidades evangélicas, y muchos creen que el Montanismo
tiene un gran parecido con el pentecostalismo moderno. Pero no podemos ignorar el
hecho de que había en el Montanismo un impulso de retorno al fervor espiritual de los
tiempos apostólicos”.
FUENTES HISTÓRICAS
25
Los cristianos en las aldeas rurales de Frigia, situadas a unos veinticuatro
kilómetros de Filadelfia en Asia Menor, procedían de un trasfondo pagano, de
origen humilde, y muchos de ellos eran esclavos. Vivían bajo condiciones precarias
y difíciles, y a ello se sumó la persecución, primero de parte de las autoridades
imperiales, y luego, a manos de la iglesia mayoritaria. Entre ellos surgió una
tendencia a interpretar estas condiciones como señales del inminente desenlace
final de la historia, llevándoles a enfatizar los aspectos escatológicos, incluso
apocalípticos, de la tradición cristiana.
La Iglesia en el imperio empezó a tomar nota del movimiento alrededor del año
172. Su situación fue discutida en Roma cuando Ireneo, obispo de la iglesia en
Lyon, intercedió en favor del movimiento ante las autoridades eclesiásticas.
LA PERSECUCIÓN Y EL MARTIRIO
«Así, Juan nos enseña que hemos de poner nuestra vida por los hermanos, … más
aun entonces por el Señor. … ¿Qué aprueba él más que ese consejo del Espíritu?
Pues, efectivamente, incita a casi todos a entregarse para el martirio, y no huir de
26
él. Si te exponen a la infamia pública, será para tu bien. Pues el que no queda
expuesto a la infamia humana, lo será delante del Señor. … No busquéis morir en
cama, … ni a causa de fiebres, sino a morir la muerte del mártir, para que sea
glorificado el que ha muerto por vosotros.» (Tertuliano: De la fuga bajo
persecución, 9).
Perseguidos por las autoridades imperiales, los cristianos en Frigia tendían a
oponerse al poder civil. Por su parte, los obispos de las iglesias en el imperio
tendían a aliarse, o por lo menos a hacer la paz, con la sociedad secular a fin de
mantener la protección de sus feligreses y el desarrollo de las comunidades
cristianas.
Más tarde Tertuliano, ante la disyuntiva de hacer una elección entre los obispos
de la Iglesia y los montanistas, optó por los últimos, convencido de que entre
ellos se encontraba el espíritu y la vida cristiana verdaderos. Los escritos
posteriores de Tertuliano reflejan marcadamente este conflicto entre la Iglesia
cristiana y el poder civil de su época.
En la medida en que Tertuliano puede ser considerado como un intérprete fiel
del movimiento montanista, nos sirve de ejemplo en su oposición, en el nombre
de Cristo, a toda contemporización con los reclamos absolutistas del poder civil.
Sus escritos fueron dirigidos contra la ideología del imperio romano, pero
también contra la de los obispos que estaban dispuestos a hacer ciertas
concesiones en su trato con Roma. A comienzos del siglo III, hubo una severa
persecución bajo el emperador Séptimo Severo. En todas las regiones del imperio
el montanismo se destacó como el partido de los mártires.
27
En su debate con los judíos de la época, Justino insistía en que la presencia de
la profecía carismática entre las comunidades cristianas y su desaparición entre
los judíos era una clara indicación de la forma en que la comunidad mesiánica
había reemplazado al judaísmo en los designios salvíficos de Dios.
«y así entre nosotros pueden verse hombres y mujeres que poseen carismas del
Espíritu de Dios.» «Porque entre nosotros se dan hasta el presente carismas
proféticos; de donde vosotros mismos debéis entender que los que antaño existían
en vuestro pueblo, han pasado a nosotros. Mas a la manera que entre los santos
profetas que hubo entre vosotros se mezclaron también falsos profetas, también
ahora hay entre nosotros muchos falsos profetas, también ahora hay entre nosotros
muchos falsos maestros. Mas ya nuestro Señor nos advirtió de antemano que nos
precaviéramos de ellos.» (Diálogo con Trifón, 88, 1; 82, 1).
«Seguid todos al obispo, como Jesucristo al Padre. … Que nadie, sin contar con el
obispo, haga nada de cuanto atañe a la Iglesia. Sólo aquella Eucaristía que se
celebre por el obispo o por quien de él tenga autorización ha de tenerse por válida.
Dondequiera apareciere el obispo, allí esté la muchedumbre, al modo que
dondequiera estuviere Jesucristo, allí está la Iglesia universal. Sin contar con el
obispo, no es lícito ni bautizar ni celebrar la Eucaristía; sino, más bien, aquello que
él aprobare, eso es también lo agradable a Dios, a fin de que cuanto hiciereis sea
seguro y válido.» (Ignacio de Antioquía: Carta a los esmirniotas, VIII, 1-2).
28
Mientras Ignacio proponía al OBISPO como signo de autoridad en una
CONGREGACIÓN LOCAL, esta visión del obispado monárquico fue ampliada
hasta aplicarse al obispo de las congregaciones cristianas situadas en las
ciudades principales del imperio, tales como Roma, Alejandría, Antioquía, etc.,
en sus relaciones con otras congregaciones.
Así que, la ORTODOXIA DE LAS PERSONAS LLEGÓ A DETERMINARSE
CON BASE EN SU RELACIÓN CON EL PENSAMIENTO DE ESTOS
OBISPOS. Finalmente, en el imperio, el obispo de Roma llegó a ser reconocido
como el primus inter pares, institucionalizándose con ello la autoridad episcopal.
En el curso de su historia, entre los siglos segundo y tercero, LA IGLESIA,
PARA CONVALIDAR SU EXISTENCIA, miraba en forma creciente no al
futuro, iluminado por la parusía inminente de su Señor, ni al presente,
iluminado por los dones carismáticos del Espíritu Santo, sino al pasado,
iluminado por la composición del canon apostólico, la formulación del credo
apostólico, y el establecimiento del episcopado apostólico. Éstas llegaron a ser las
normas para medir la ortodoxia. Y la ortopraxis servía cada vez menos para la
identidad eclesial.
LA PROTESTA MONTANISTA SE DIRIGIÓ FUNDAMENTALMENTE
CONTRA LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA AUTORIDAD EN LA
IGLESIA. Abogaba por comunidades cristianas, edificadas mediante una amplia
gama de ministerios carismáticos, que podían seguir escuchando la voz viva del
Espíritu, con los testimonios apostólicos escritos en sus manos, y esperando
siempre una nueva luz para su edificación.
En el caso del movimiento montanista, el Espíritu no les reveló nuevos dogmas.
Aun los enemigos del movimiento tuvieron que admitir su ortodoxia doctrinal.
En lugar de girar en torno a obispos o cuestiones teológicas, el concepto de
sucesión apostólica, que caracterizaba a este movimiento radical, implicaba una
preocupación por una sucesión de la praxis apostólica. De allí surgió su
insistencia en una ética mucho más rigurosa que la que se daba en la iglesia
mayoritaria.
29
CONCEPTO DE VIRGINIDAD: La virginidad se glorificaba como un ideal para
los cristianos. Y la abstinencia sexual se consideraba superior a las relaciones
sexuales, aun dentro del matrimonio.
TERTULIANO, en su tratado Exhortación a la castidad, también ENSALZÓ
LA VIRGINIDAD Y LA CONTINENCIA SEXUAL. Y para ese fin citó a
Priscila, la profetisa montanista. «La santa profetisa Priscila declara asimismo que
todo santo ministro sabrá cómo administrar las cosas santas. Porque —dice ella—
la continencia produce la armonía del alma y los puros ven visiones, e inclinándose
profundamente, oyen voces que les dicen claramente palabras de salvación y
secretas.»
AYUNO: Los montanistas tomaron más en serio otras disciplinas espirituales,
tales como el ayuno. En sus esfuerzos por autodisciplinarse, ellos ayunaban varios
días cada semana, incluso períodos más o menos extensos durante el año.
VIDA DE SANTIDAD: La disciplina congregacional también era practicada con
mayor rigor entre los montanistas. Desde su perspectiva, la santidad de la Iglesia, se
hallaba más en la vida concreta de sus miembros, que en su vocación institucional.
MINISTERIO DE MUJERES: También era notable la actitud montanista hacia
las mujeres, que constituían una parte tan esencial de las comunidades cristianas.
La comunidad neotestamentaria, siguiendo el ejemplo de Jesús, había reconocido
los ministerios que las mujeres ejercían en su interior. Y ahora, en este movimiento
de renovación carismática, florecen de nuevo estos ministerios ejercidos por
mujeres. Seguramente, para estas mujeres rurales, acostumbradas al servilismo a
que eran sometidas por las estructuras sociales tradicionales, y que las duras labores
agrícolas sólo servirían para hacer más agudo, esto representaba una gran
liberación.
En la tradición bíblica los hombres y las mujeres participaban en igualdad de
condiciones como vehículos del Espíritu. Ahora, en un nuevo florecer del
Espíritu, los ministerios carismáticos se compartían una vez más en la Iglesia.
Mientras tanto, la iglesia mayoritaria se mostró muy poco interesada en el
papel de la mujer en la Iglesia. Poco a poco prevalecieron las fuerzas eclesiásticas
de ley y orden, y se establecieron como predominantes las estructuras de la
jerarquía (término que literalmente significa las autoridades del templo). Antes de
morir, alrededor del año 179, Maximila se quejaba de ser «perseguida como lobo en
medio del rebaño. No soy lobo. Soy palabra, espíritu y poder».
VISIÓN ESCATOLÓGICA
30
hacia finales del siglo I. Y así también era ahora, unos cincuenta años después,
entre las congregaciones de la misma región.
Los montanistas vivieron un CRISTIANISMO POPULAR
EXTREMADAMENTE RIGUROSO con un gran entusiasmo apocalíptico.
Reconocieron en la ciudad de Roma, al igual que en la estructura imperial entera, el
reino de las tinieblas en lucha mortal contra el reino de la luz, exactamente como
los cristianos que leyeron primeramente el Apocalipsis de Juan.
MONTANO, AL IGUAL QUE JUAN, el profeta apocalíptico, llamaba a la
Iglesia al arrepentimiento ante la inminente llegada del reino de Dios. Se
trataba de una renovación de la esperanza escatológica, al igual que de la autoridad
carismática y de una seriedad ética.
Eusebio tildaba de herético al movimiento por su milenarismo, esta visión
estaba bastante extendida en la Iglesia primitiva. En su Diálogo con Trifón, escrito
en Roma alrededor del año 150, Justino Mártir confiesa su esperanza de «que ha de
reconstruirse la ciudad de Jerusalén y … que allí ha de reunirse … el pueblo
(cristiano) y alegrarse con Cristo, con los patriarcas y profetas y los santos. … Yo y
otros muchos sentimos de esta manera, de suerte que sabemos absolutamente que
así ha de suceder; pero también te he indicado que hay muchos cristianos … que no
admiten estas ideas. … Yo, por mi parte, y … otros cristianos de recto sentir en
todo, no sólo admitimos la futura resurrección de la carne, sino también mil años en
Jerusalén, reconstruida, hermoseada y dilatada como lo prometen Ezequiel, Isaías y
otros profetas ». (Diálogo con Trifón, 80).
Los temas juaninos que reaparecen en el montanismo son realmente notables.
(1) Se ha sugerido que el movimiento montanista es una repetición ampliada de la
visión juanina.
(2) Los montanistas tomaron su término para el Espíritu, Paracleto, de Juan.
(3) Los temas de la escatología y del milenarismo, del martirio, del conflicto entre
Roma y Jerusalén, son temas de Apocalipsis.
(4) La exaltación de la virginidad.
(5) En el montanismo, al igual que en el libro de Apocalipsis, notamos una
marcada antipatía cristiana hacia todo el sistema opresivo que Roma
representaba.
31
los cristianos en Asia Menor, especialmente para confesores y mártires, tales como
Policarpo, entre otros.
En las ciudades del imperio la iglesia mayoritaria se impuso gradualmente. Sin embargo,
algunos vestigios del movimiento montanista perduraron hasta el siglo V,
especialmente en las áreas rurales. No obstante, aunque el movimiento montanista
finalmente desapareció.
Posteriormente surgieron otros movimientos, una y otra vez, con el mismo espíritu de
renovación y con agendas reformistas similares: el novacianismo, el monasticismo, el
donatismo, los valdenses, los anabaptistas y muchos más.
SU ORÍGEN
32
En espíritu, el movimiento era el mismo en todas partes, y cuando sus
adherentes, huyendo de la persecución, llegaban a otro país, encontraban hermanos
que los recibían con los brazos abiertos.
EL NOMBRE DE VALDENSE APARECE POR PRIMERA VEZ —sostiene el
historiador valdense Gay— en el año 1180, en el informe sobre una discusión que
tuvo lugar en Narbona, escrito por Bernardo de Fontcaud, titulado Contra
Vallenses et Árlanos. La forma primitiva de este nombre, "vallenses", excluye la
idea de que pueda derivar de Pedro Valdo, y hace más bien suponer que su
inventor lo haya hecho derivar de Vallis, nombre latino de Lavaur, fortaleza de
los evangélicos en aquel tiempo, de donde habían venido a Narbona, los que
tomaron parte en la discusión. Gay, sin embargo, se inclina a creer que si el
nombre vállense, se convirtió en valúense, fue debido no sólo a la evolución
fonética, sino como un homenaje a Pedro Valdo, el personaje más importante de la
comunidad.
PEDRO DE BEUYS
A fines del siglo XI y a principios del XII, aparece este intrépido y vehemente
misionero, que dirigía a los que se unían bajo el estandarte del evangelio para
protestar y luchar contra los errores del papismo.
Era cura en una pequeña parroquia de los Alpes, y de ahí se dirigió a otras
parroquias, aldeas y ciudades predicando en forma tal, que llenaba de asombro a
todos los que le oían.
(1) Rechazaba la autoridad de la iglesia y de los padres, no reconociendo como
obligatorias más doctrinas y costumbres que las que podían demostrarse con
la Biblia.
(2) Se oponía con energía al bautismo de los párvulos, sosteniendo que no era
bautismo lo que se recibía antes de tener la fe personal qué sólo puede darle
significación, y por consiguiente aquellas personas que se unían al movimiento
que representaba, eran bautizadas sin tener en cuenta si habían recibido el
bautismo en la niñez.
(3) Dice Neander: "Los seguidores de Pedro de Bruys, rehusaban ser llamados
anabaptistas, un nombre que les era dado por la razón mencionada: porque
el único bautismo, decían, que podían mirar como verdadero, era un bautismo
unido al conocimiento y a la fe."
(4) Atacaba la misa y la transustanciación, sosteniendo que el sacrificio de
Cristo no puede repetirse, y que esta doctrina tiene por objeto mantener el
predominio sacerdotal sobre el pueblo. "No creáis —decía— a esos falsos
guías, obispos y sacerdotes; porque os engañan, como en otras cosas también,
en el servicio del altar, cuando falsamente pretenden que hacen el cuerpo de
Cristo y lo presentan a vosotros para la salvación de vuestras almas."
33
(5) Luchaba contra toda forma de idolatría, y mayormente contra la adoración
de la cruz, a la que llamaba leño maldito instrumento del suplicio del Hijo de
Dios, que se debe destruir en todas partes donde uno lo vea. En su oposición a
esta forma exterior de manifestar los sentimientos religiosos, los
petrobrusianos llegaban a extremos que en nada favorecían la buena causa que
defendían. Los que veían el desprecio que hacían de la cruz, no siempre tenían
preparación suficiente para comprender que aquel acto no implicaba el rechazo
de la obra redentora del Calvario. Un viernes santo juntaron todas las cruces
que pudieron hallar, y las quemaron delante de una multitud. Con
seguridad que esta protesta contra la superstición de que era objeto la cruz, no
pudo ser entendida por los que presenciaron el acto, y sus autores habrán sido
tenidos por sacrílegos detestables.
(6) Pedía la demolición de todos los edificios dedicados al culto público.
Conviene recordar que los templos levantados por el romanismo en esta
época de grosera superstición, eran tenidos no como simples edificios
construidos para la comodidad de congregarse, sino como santuarios, a los
que se acudía en busca de gracias que se suponía no podían hallarse en otra
parte.
(7) Pedro de Bruys enseñaba que las bendiciones divinas no están ligadas a un
determinado lugar de cultos, que la oración sincera es tan eficaz en un taller
o en un mercado como en un templo, y que es tan agradable a Dios si sube
desde un altar como de un pesebre. Al atacar la magnificencia de los templos
atacaba también la pompa de las ceremonias, el canto en lengua desconocida y
la música teatral.
(8) Enseñaba que la Iglesia debe componerse de personas regeneradas que
puedan vivir de acuerdo con la profesión de fe que hacen. No reconocía como
iglesias a esas agrupaciones de personas que llevan el nombre de Cristo pero
que no conocen la eficacia de una vida pura y santa.
(9) Nadie debe pretender ser miembro de una iglesia a menos de ser un
verdadero creyente que vive piadosamente y testifica con su conducta en
favor del poder regenerador del evangelio.
(10) Por no encontrarlo en el Nuevo Testamento, combatía el culto a los muertos,
lo mismo que las oraciones, ayunos y ofrendas por los mismos, sosteniendo
que "todo depende de la conducta del hombre durante su vida; esto es lo que
decide sobre su destino futuro. Nada que se haga por él después de su muerte
puede serle de beneficio."
(11) Las doctrinas de Pedro de Bruys, a la base de las cuales estaba el evangelio y el
rechazo de toda tradición humana, han sido resumidos en estos cinco puntos:
34
4) Era contrario a la construcción de templos, diciendo que la Iglesia se
componía de "piedras vivas", es decir de fieles que procuran hacer la
voluntad de Dios.
5) La cruz, instrumento de tortura, en la que Cristo murió, no debe ser
adorada, ni venerada, sino detestada, rota y quemada.
SU MUERTE
Durante veinte años, este infatigable soldado de la verdad, no cesó de predicar viajando
por todas partes de la Francia Meridional. Un día llegó a San Giles, cerca de Nimes,
asiento de un rico convento de frailes. Sin temor a las consecuencias se puso a reunir
cruces y con ellas levantó una hoguera. La multitud enfurecida se apoderó de él y lo
hizo morir, siendo quemado vivo, probablemente en el año 1124. Así terminó glo-
riosamente su carrera terrenal, este hombre que no supo lo que era temor, y quien en
días de espantosas tinieblas y tempestades mantuvo encendido el faro del evangelio para
conducir las almas al puerto de segura salvación.
ENRIQUE DE CLUNY
Se cree que este apóstol evangélico de la Edad Media era oriundo de Italia,
probablemente de los valles del Piamonte. Se le conoce en la historia bajo el
nombre de Enrique de Lausana, por haber principiado su obra en esta ciudad de la
Suiza, en el año 1116, y también es llamado Enrique de Cluny, porque fue monje de
esta ciudad.
La vida monacal que abrazó en su juventud no tardó en llenarle de disgusto, al
ver el enorme contraste que ofrecía con la actividad apostólica, y no pudiendo
conformarse a la inacción corruptora, arrojó de sí su manto de benedictino para
consagrarse a la obra misionera, yendo de ciudad en ciudad para sembrar la palabra
de la verdad evangélica.
Los datos que poseemos acerca de su persona y obra, lo hallamos en los escritos
de sus adversarios, de modo que es difícil formarse una idea correcta de su carácter;
pero bastan para saber que era uno de aquellos hombres que guiados por la lectura
del Nuevo Testamento.
Procuraban predicar las doctrinas del cristianismo primitivo, atacando con
energía las creencias y ceremonias del papismo. Dice Neander: "Derivó su co-
nocimiento de las verdades de la fe, del Nuevo Testamento más que de los escritos
de los padres y teólogos de su tiempo. El ideal de los trabajos apostólicos lo
estimulaba, y se esforzaba por imitarlos. Su corazón estaba inflamado de un vivo
celo de amor que lo interesaba en las necesidades religiosas del pueblo, que se
encontraba completamente descuidado o extraviado por un clero nada digno."
Era hombre modestísimo y piadoso, a tal punto que sus mismos enemigos se
veían obligados a reconocerlo así, temían más a la influencia de su vida santa que a
las doctrinas que predicaba.
Durante unos diez años recorrió varias provincias predicando con éxito
extraordinario. En todas partes acudían multitudes a escucharle, no sólo por oír su
elocuencia ardiente, sino para recibir luz y consuelo espiritual. Predicaba abierta-
35
mente contra la depravación del clero y también contra las costumbres licenciosas
del pueblo, sin tener en cuenta a ninguna clase de la sociedad.
Sus auditorios estaban compuestos de hombres y mujeres de todas las condiciones,
y era tal el poder espiritual que acompañaba a sus sermones llamando a la
gente al arrepentimiento que en todas partes muchos resolvían dar las espaldas al
mundo corrompido para empezar una vida nueva de acuerdo con los sanos
preceptos del evangelio.
Acompañado de dos predicadores italianos, caminaba descalzo en todas las
estaciones del año, llevando un bastón en forma de cruz. Llegó a Mans y consiguió
que el obispo Hildetaert le permitiese predicar en los templos.
Sus sermones produjeron una impresión profunda. Las multitudes acudían a
escucharle. El clero se sintió ofendido ante los dardos que lanzaba Enrique, y el
mismo obispo que lo había recibido afablemente se le puso en contra.
Empezaron a desacreditarlo ante el pueblo, diciendo que era un lobo vestido
de oveja, y que bajo el manto de santidad ocultaba una refinada hipocresía. Pero
Enrique les respondía con argumentos más eficaces, apelando siempre a la Palabra
de Dios para demostrar la necesidad de reformar las doctrinas y costumbres de los
cristianos.
Cuando se le prohibió predicar, el pueblo mostró su profundo disgusto, diciendo
que nunca habían oído a un predicador que como él pudiese mover los más duros
corazones y despertar las conciencias adormecidas. Pero nada pudo hacer cambiar
la resolución del obispo, y Enrique tuvo que salir de la ciudad. Aparece entonces en
Poitiers, Perigueux, Burdeos y Tolosa. Su separación de Roma era cada vez más
pronunciada, y la persecución que se levanta contra su obra y persona le convence
de que toda comunión de la luz con las tinieblas es imposible.
Expuso sus ideas en un escrito que tuvo una extensa circulación, pero que no ha
llegado hasta nosotros. Los que se adherían a él ya no podían quedar confundidos
con la multitud inconversa.
El bautismo de los nuevos convertidos demuestra que no quedaba ningún
vínculo que los uniese al romanismo. La gente los llamaba apostólicos. Sus
misioneros salían a recorrer las provincias más lejanas, sin poseer nada, y viviendo
de las ofrendas de las personas que simpatizaban con el movimiento.
El éxito de Enrique en el sur de Francia, alarmó al alto clero, y lo hicieron
encarcelar. Llevado por el arzobispo de Arles al Concilio de Pisa, en el año 1134,
fue condenado como hereje, y encerrado en un convento. No se sabe cómo, pero
consiguió escaparse.
Reaparece en el sur de Francia y se pone de nuevo al frente de la obra, sin
amedrentarse de los adversarios. Durante diez años predica y trabaja activamente
en Tolosa, Albí y otros pueblos vecinos, donde el favor de algunos pudientes que
simpatizaban con la causa le libra de caer en manos de sus enemigos.
Alfonso, conde de Tolosa, le miraba como a un santo, y tenía en él mucha
confianza, y la relativa libertad de que gozaban las iglesias fundadas por Enrique,
hizo que aumentasen considerablemente en número, habiendo entre los convertidos
muchos curas y personas de influencia social.
36
El papa mandó a Albí un legado para interesar a los príncipes en una campaña
inquisitorial contra el movimiento evangélico. Se dice que el pueblo salió a
recibirlo con una procesión de asnos. Cuando se supo en Roma la manera cómo el
legado había sido recibido, y no pudiendo el papa contar con el apoyo del brazo
secular, apeló al gran santo de la época, Bernardo de Claraval. Cuando éste llegó a
Albí entró a conferenciar con los principales hombres del movimiento.
No tenemos más datos sobre las discusiones que tuvieron lugar, sino los mismos
que escribieron los romanistas, pero a pesar de todo, es fácil ver que los argumentos
rebuscados de las doctrinas humanas, se despedazaban al chocar con la sólida roca
de las doctrinas de la Palabra de Dios. Bernardo no hacía sino lamentar el
fracaso de sus inútiles tentativas. "¡Cuánto mal ha hecho —decía— y hace todos
los días, a la Iglesia de Dios, como lo hemos sabido y visto nosotros mismos, el
hereje Enrique! Los templos están vacíos, el pueblo sin sacerdotes, los sacerdotes
sin honra y los cristianos sin Cristo. Las iglesias son reputadas sinagogas; se niega
que el santuario de Dios sea santo; los sacramentos no son más tenidos como
sagrados, los días de fiesta privados de toda solemnidad; los hombres mueren en
sus pecados y las almas son llevadas, una tras otra, ante el tribunal sin estar
reconciliadas por medio de la penitencia, ni munidas de la santa comunión. Se
niega la vida a los niños al negárseles la gracia del bautismo."
Bernardo se dirigió al conde de Tolosa anunciando que se dirigía a sus
dominios para atacar a Enrique, a quien lo llenaba de nombres insultantes:
"Parto para el país donde este monstruo hace estragos y donde nadie le resiste.
Porque aun cuando su impiedad es conocida en la mayor parte de las ciudades del
reino, encuentra a vuestro lado un asilo, donde sin temor, y bajo vuestra protección,
destruye el rebaño de Cristo".
Cuando Bernardo vio que sus argumentos y amenazas no lograban convertir a
nadie, procuró ganar algo por medio de la fuerza. Enrique fue arrestado, y en el
año 1148 condenado por el Concilio de Reinas a prisión perpetua, porque el arzo-
bispo se negaba a dar su consentimiento para que fuese condenado a muerte. No se
sabe cuánto tiempo permaneció encarcelado, pero como no se oye más acerca de él,
se cree que terminó sus días, como prisionero de Cristo Jesús, en las tenebrosidades
de alguna cárcel subterránea.
PEDRO VALDO
37
El conocimiento limitado que tenía de las cosas religiosas no lograba darle
aquella paz y seguridad que satisfacen el alma ansiosa. Sus anhelos se hacían
cada vez más intensos, y en busca de luz fue a uno de los sacerdotes de la ciudad,
preguntándole cuál era el camino seguro para Hegar al cielo. El sacerdote le
respondió que había muchos caminos, pero que el más seguro era el de poner en
práctica las palabras del Señor al joven rico cuando le dijo: "Si quieres ser
perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el
cielo".
Se cree que el cura le contestó así con algo de ironía, SABIENDO QUE
VALDO ERA HOMBRE DE GRAN FORTUNA, pero seguramente no esperaba
que esas palabras iban a encontrar tanto eco en el corazón del rico negociante.
Valdo creyó oír un mandamiento de Dios dirigido a él personalmente, y
resolvió deshacerse de sus bienes terrenales empleándolos para aliviar las
necesidades de los pobres. Hizo esto no bajo el impulso de un falso entusiasmo,
sino deliberadamente, con calma y con buen acierto, para que el sacrificio que se
imponía fuese realmente útil a sus semejantes.
Dio a su esposa e hijas lo que necesitaban, y el resto, parte fue distribuyendo
entre los más necesitados de la ciudad, y parte DESTINABA A EMPLEAR
PERSONAS QUE HICIESEN TRADUCCIONES Y COPIAS DE LAS
SAGRADAS ESCRITURAS.
Encargó a dos eclesiásticos que vertiesen el Nuevo Testamento del latín a la
lengua vulgar. Uno de ellos fue Esteban de Ansa, hombre muy versado en las
cuestiones filológicas, y otro Bernardo Ydros, hábil escribiente que trasladaba al
pergamino lo que su compañero le dictaba.
Valdo se puso a leer con gran interés estos maravillosos escritos que eran agua
viva para su alma sedienta, y pan para su corazón hambriento. Esta lectura le
confirmaba más y más en la noble resolución que había tomado. Quería imitar a los
apóstoles, y vivir no más consagrado a los negocios de esta vida pasajera, sino para
ser rico en aquellas riquezas que no se corrompen y que los ladrones no hurtan.
No quiso tampoco poner la luz debajo del almud, sino que mandó hacer
muchas copias del evangelio para que su lectura fuese causa de bendiciones a
otros. El número de personas que tomaban interés en esta lectura era cada vez
mayor, y sin pensar en separarse de la Iglesia de Roma, se reunían para leer juntos y
celebrar cultos espirituales.
Se apoderó de ellos un fuerte espíritu de propaganda y toda la ciudad y sus
alrededores se llenó del conocimiento del evangelio. Sin buscarlo, vino inevitable
el choque con la iglesia papal, dentro de cuyo seno aún permanecían Valdo y sus
adeptos. El contraste entre el cristianismo del Nuevo Testamento y el de la iglesia
papal, era demasiado pronunciado para que fuera posible un acuerdo.
El clero empezó a mirar con recelo a estos hombres humildes que de dos en dos,
descalzos y pobremente vestidos iban por todas partes predicando la palabra. El
arzobispo Guichard concluyó por citarlos, y creyendo que de un solo golpe podía
sofocar el movimiento, les prohibió predicar.
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Valdo entonces apeló al papa, esperando, como más tarde Lutero, que la justicia
de su causa sería reconocida. En Roma compareció junto con uno de sus
colaboradores ante el concilio de Letrán, en marzo de 1179.
El papa Alejandro III los trató amablemente y se interesó en la obra que hacían,
tal vez abrigando el pensamiento de que los pobres de Lyon, como los llamaban,
podrían permanecer dentro del seno de la Iglesia y quedar convertidos en algo
parecido a una orden monástica.
Los padres que componían el concilio les fueron hostiles y rehusaron
acordarles la autorización de predicar. Gualterio Mapes, un fraile franciscano
inglés, que se hallaba presente, escribió un relato acerca de la petición de estos
valdenses: "No tienen —dice— residencia fija. Andan por todas partes descalzos,
de dos en dos, vestidos con ropa de lana, no poseen bienes; pero como los
apóstoles, tienen todas las cosas en común; siguiendo a aquel que no tuvo dónde
reclinar la cabeza".
El concilio nombró una comisión para que examinase el caso. El franciscano
mencionado era miembro de esta comisión. Dice que procuró saber cuáles eran
sus conocimientos y su ortodoxia, y los halló sumamente ignorantes, y halló
extraño que el concilio les prestase atención. Pero el hecho es que en lugar de
examinar a los valdenses sobre la Palabra de Dios y las doctrinas vitales del
cristianismo, los examinadores les hicieron una serie de preguntas escolásticas
sobre el uso de ciertos términos y frases del lenguaje eclesiástico, conduciéndolos
por las sendas intrincadas de las especulaciones trinitarias. Los valdenses,
felizmente, nunca habían aprendido estas cosas inútiles, y de ahí la comisión
resolvió expedirse aconsejando que se les prohibiese predicar.
Vueltos a Lyon, los hermanos tuvieron que resolver qué actitud asumirían, y
hallando que es menester obedecer antes a Dios que a los hombres, resolvieron
seguir predicando aún a despecho de las prohibiciones del arzobispo y del papa.
Convencidos de que nada podían esperar de este mundo, resolvieron romper
definitivamente los vínculos que aun los ligaban al romanismo, y empezaron aún
bajo la persecución, a sentir los beneficios de la libertad cristiana.
En el año 1181 fue lanzada contra ellos la definitiva excomunión papal, pero
durante algunos años pudieron eludir sus consecuencias, gracias a las poderosas
amistades que tenían en la ciudad, donde Valdo era generalmente estimado.
Pero después de la promulgación del Canon del Concilio de Verona, en el año
1184, que condenaba a los pobres de Lyon, se vieron en la necesidad de salir de la
ciudad y esparcirse por toda Europa, lo que hacían sembrando la simiente santa del
evangelio por todas partes, como en siglos anteriores lo había hecho la Iglesia de
Jerusalén al ser perseguida por Heredes.
Pedro Valdo, huyendo de la intolerancia y del despotismo clerical llegó hasta
Bohemia, donde terminó sus días en el año 1217, después de cincuenta y siete
años de servicios al Señor.
39
PODEROSO MOVIMIENTO. "Uno se formaría una idea muy errónea —dice
Gay— de la importancia de la separación valdense del siglo XII, si se la redujese a
las dimensiones de una secta oscura trabajando en una esfera limitada. ¡No! Fue
más bien un poderoso movimiento que se extendió rápidamente y arrancó al papado
centenares de miles de fíeles en toda la Europa. Es así como se explican los temores
del papado y las medidas extremas de represión que inventó para defenderse".
Los valdenses, animados de un santo celo misionero llegaron a España y se
establecieron especialmente en las provincias del Norte. El hecho de que dos
concilios y tres reyes se hayan ocupado de expulsarlos, demuestra que su número
tenía que ser considerable.
El clero era impotente para detener el avance, y alarmado, pidió al papa
Celestino III que tomase medidas en contra del movimiento. El papa entonces
mandó un legado, en el año 1194, quien convocó una asamblea de prelados y no-
bles, la cual se reunió en Lérida, asistiendo personalmente el mismo rey Alfonso II.
Allí se confirmaron los decretos papales contra los herejes, y se promulgó otro
nuevo concebido en estos términos: "Ordenamos a todo valdense que, en vista de
que están excomulgados de la santa iglesia, enemigos declarados de este reino,
tienen que abandonarlo, e igualmente a los demás estados de nuestros dominios. En
virtud de esta orden, cualquiera que desde hoy se permita recibir en su casa a los
susodichos valdenses, asistir a sus perniciosos discursos, proporcionarles alimentos,
atraerá por esto la indignación de Dios todopoderoso y la nuestra; sus bienes serán
confiscados sin apelación, y será castigado como culpable del delito de lesa
majestad... Además cualquier noble o plebeyo que encuentre dentro de nuestros
estados a uno de estos miserables, sepa que si los ultraja, los maltrata y los
persigue, no hará con esto nada que no nos sea agradable".
Este terrible decreto fue renovado tres años después en el Concilio de Gerona,
por Pedro II, quien lo hizo firmar por todos los gobernadores y jueces del reino.
Desde entonces la persecución se hizo sentir con violencia, y en una sola ejecución,
114 valdenses fueron quemados vivos.
Muchos, sin embargo, lograron esconderse y seguir secretamente la obra de Dios
en el reino de León, en Vizcaya, y en Cataluña. Eran muy estimados por el pueblo
a causa de la vida y costumbres austeras que llevaban, y hasta se menciona al
obispo de Huesca, uno de los más notables prelados de Aragón, como protector
decidido de los perseguidos valdenses.
Pero Roma no descansaba en su funesta obra de hacer guerra a los santos, y la
persecución se renovaba constantemente, llegando a su más alto desarrollo allá por
el año 1237, en el vizcondado de Cerdeña y Castellón, y en el distrito de Urgel.
Cuarenta y cinco de estos humildes siervos de la Palabra de Dios fueron arrestados,
y quince de ellos quemados vivos en la hoguera. El odio llegó a tal punto, que
hicieron quemar en la hoguera los cadáveres de muchos sospechosos de herejía,
que habían fallecido en años anteriores, entre los que figuraban Amoldo, vizconde
de Castellón y Ernestina, condesa de Foix.
En Francia el movimiento era extenso y fuerte. En Tolosa, Beziers, Castres,
Lavaur, Narbona y otras ciudades del mediodía, tanto los nobles como los plebeyos,
eran en su mayoría valdenses o albigenses. El papa Inocencio III alarmado, empleó
40
toda clase de medidas para sofocarlos y detener su avance por Europa. Los
emisarios papales nada podían conseguir ni con sus discusiones ni con sus
amenazas. El mismo "santo" Domingo fue encargado por el papa de suprimir la
herejía, y la falta de éxito les llevó a proclamar la cruzada de la que hablaremos
más adelante. En el Delfinado se establecieron los valdenses al ser expulsados de
Lyon, y en medio de constantes persecuciones supieron mantenerse unidos y
proseguir vigorosamente la obra de amor por la que exponían sus vidas y sus
bienes.
En Alsacia y Lorena, hubo desde el año 1200, tres grandes centros de actividad
misionera; en Toul, el obispo Eudes ordenaba a sus fieles a que prendiesen a todos
los waldoys y los trajesen encadenados ante el tribunal episcopal; en Metz, el barba
(pastor) Crespín y sus numerosos hermanos confundían al obispo Bertrán, quien en
vano se esforzaba por suprimirlos; en Estrasburgo, los inquisidores mantenían
siempre encendido el fuego de la intolerancia contra la propaganda activa que hacía
el barba Juan, el presbítero y más de 500 hermanos que componían la iglesia mártir
de esa ciudad.
En Alemania, los valdenses sembraban la Palabra de norte a sur y de este a oeste.
Tres siglos después se hallaban los frutos de sus heroicos esfuerzos.
En Bohemia, donde se supone que el mismo Pedro Valdo terminó su gloriosa
carrera, los resultados de las misiones fueron fecundos. A mediados del siglo xiii,
los cristianos que habían sacudido el yugo del papismo eran tan numerosos, que el
inquisidor Passau nombraba cuarenta y dos localidades ocupadas por los valdenses.
En Austria era también muy activa la obra de propaganda, y a principios del
siglo xiv, el inquisidor Krens hacía quemar 130 valdenses. Se cree que el número
de éstos en Austria no bajaba de 80.000.
En Italia los valdenses estaban diseminados y bien establecidos en todas partes
de la península. Tenían propiedades en los grandes centros y un ministerio
itinerante perfectamente organizado. En Lombardía los discípulos de Amoldo de
Bres-cia se habían unido a los pobres de Lyon, y bajo la dirección espiritual de
Hugo Speroni mantenían viva la protesta contra la corrupción del romanismo. En
Milán poseían una escuela que era el centro de una gran actividad misionera.
En Calabria se establecieron muchos valdenses del Pia-monte desde el año
1300, en las vastas posesiones de Fuscaldo, en Montalto, para cultivar la tierra, y
transformaron en un jardín esa región inculta, construyendo también algunas villas,
como ser San Sixto y Guardia. Habían conseguido cierta tolerancia, y se les
permitía celebrar secretamente sus cultos con tal de que pagaran los diezmos al
clero.
En tres de los valles del Piamonte —Lucerna, Perusa y San Martín— los
valdenses se establecieron en las primeras décadas del siglo xv. Los documentos
históricos a que se puede recurrir actualmente no autorizan a sostener que los
habitasen antes de esta época, aunque muchos lo suponen. Es la región que ocupa el
principal lugar en la historia de este pueblo, porque mientras en otras partes fueron
exterminados o perdieron su existencia como pueblo distinto, en los valles ya
mencionados se han conservado hasta nuestros días. Se supone que se establecieron
en los valles después de la expulsión de Lyon. Encontraron esa región muy poco
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habitada y al principio disfrutaron la relativa tranquilidad, pero en 1297 empezaron
las persecuciones que a pesar de ser crueles y constantes no lograron abatir ni
dominar al ejército heroico que fue llamado "el Israel de los Alpes" y que mantuvo
el culto de Dios verdadero en aquellos días de densas tinieblas y groseras
supersticiones.
Ahora que hemos bosquejado el origen y desarrollo del movimiento valdense, nos
ocuparemos de las creencias y costumbres de este pueblo admirable.
Sus trabajos misioneros eran el fruto de una consagración general de todos los
miembros de las iglesias y se llevaban a cabo planes bien definidos y
sistemáticamente ejecutados. La base de todas las operaciones era el hospicio o
casa valdense; en todas las ciudades donde podían, los valdenses tenían una casa
atendida por un rector, y hermanas que se ocupaban del trabajo interno, en la que
los misioneros itinerantes encontraban no sólo hospedaje sino un lugar de culto,
donde convocaban a los creyentes del distrito para oír la predicación de los barbas o
pastores. Cuando se sentaban a comer pronunciaban la siguiente oración: "El Dios
que bendijo a los cinco panes de cebada y a los dos peces para sus discípulos en el
desierto, bendiga los alimentos que están sobre esta mesa y los que serán traídos".
Al levantarse de la mesa decían: "Dios recompense abundantemente a todos los que
nos hacen bien, y que después de darnos lo material, nos dé el pan espiritual. ¡Que
siempre esté con nosotros!"
El inquisidor de Passau presenta a los colportores valdenses viajando de
pueblo en pueblo, vendiendo mercaderías para ganar entrada en las casas y así
poder anunciar el evangelio, después de preparar sabiamente el terreno. A las casas
ricas entraban ofreciendo joyas. Después de mostrar los anillos, prendedores, aros y
otras prendas, si les preguntaban qué otras joyas tenían, contestaban: "Sí, tenemos
joyas más preciosas que las que ustedes han visto, se las mostraremos si se
comprometen a no denunciarnos al clero:" Cuando obtenían la promesa formal de
que se mantendría el secreto, proseguían: "Tenemos una piedra preciosa, tan
brillante que por su luz el hombre puede ver a Dios, y tan radiante que puede
encender el amor de Dios en el corazón del que la posee". Así continuaban
hablando hasta presentar el pergamino sobre el que estaban escritos algunos trozos
de la Palabra de Dios.
El culto entre ellos consistía principalmente en la lectura del Nuevo
Testamento, seguido de explicaciones y exhortaciones. Terminaban repitiendo de
rodillas el Padre Nuestro. La lectura de la Biblia ocupaba un lugar muy importante
en la vida de este pueblo. El inquisidor antes mencionado pone en sus labios estas
palabras: "Entre nosotros enseñan los hombres y las mujeres, y los alumnos de una
semana ya enseñan a otros Entre lo católicos se encuentra difícilmente un maestro
que pueda repetir de memoria, letra por letra, tres capítulos de la Biblia; pero entre
nosotros, es difícil hallar un hombre o una mujer que no pueda repetir todo el
Nuevo Testamento, en su idioma nativo".
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Las creencias religiosas de los valdenses, según se desprende de sus escritos y
de los de sus adversarios, han sido estudiadas a fondo y expuestas por Juan
Francisco Gay en su tesis teológica presentada a la Academia de Lausana, en
1844. De ese estudio resulta que las doctrinas valdenses eran en el fondo las
mismas que profesan las iglesias evangélicas actualmente. Las Sagradas Escrituras
eran para ellos la única regla de fe y práctica; todo lo que podía demostrarse por
medio de ella era aceptado como divinamente revelado, pero lo que se enseñaba sin
esa base era rechazado como doctrina de hombres e innovaciones peligrosas.
Sostenían que las Escrituras debían ser leídas por todos los creyentes y no sólo por
los que tenían el don de enseñar la doctrina Condenaban como absurdo el uso de
una lengua desconocida en los actos del culto. La fe verdadera está siempre
acompañada de buenas obras, pero no son las obras las que salvan. El pecador es
justificado delante de Dios solamente por la fe en Cristo Jesús. Lo que se llama
"méritos" hechos por los hombres, no pueden expiar el pecado y dar la salvación.
La misa es una abominación a Dios; Cristo fue ofrecido una sola vez por los
pecados de muchos. Las indulgencias que concede la iglesia romana no tienen
ningún valor. El purgatorio no existe. Todo lo que se hace por la salvación de los
muertos son cosas inútiles. Repetir oraciones en una lengua desconocida es un acto
sin beneficio. Jesucristo es el único mediador entre Dios y los hombres, según la
enseñanza de San Pablo en su Primera Epístola a Timoteo, y otros pasajes de la
Biblia. En lugar de invocar a los santos debemos imitar sus virtudes. El culto de los
santos y de las imágenes es una idolatría que Dios desaprueba. Sólo es iglesia
verdadera aquella que profesa la doctrina pura, que se distingue por la santidad de
sus miembros, y administra las ordenanzas del bautismo y de la santa cena en
conformidad con la institución primitiva. La Iglesia de Roma no es la iglesia de
Jesucristo; es la ramera apocalíptica, embriagada con la sangre de los santos, y hay
que salir de ella para escapar de los castigos que sobrevendrán a los que participan
de sus abominaciones. El papa es el hombre de pecado e hijo de perdición,
mencionado en Segunda Tesalonicenses, cap. segundo. La gracia de Dios se recibe
por medio de la fe y no por virtud sacramental. La consagración sacramental no
obra la pretendida transubstanciación. La adoración de la hostia es un acto
idolátrico. La misa es un sacrilegio que fue inventado para abolir la cena del Señor.
Hay que confesar los pecados a Dios. Las penitencias no son necesarias; Cristo
perdonaba y enviaba en paz a los pecadores sin imponerles penitencias. Hay que
rechazar los ritos papistas del matrimonio. La extremaunción no fue establecida ni
por Cristo ni por los apóstoles. No hay sacerdotes en las iglesias cristianas del
Nuevo Testamento. Todos los creyentes son profetas y deben asegurarse, por medio
de las Escrituras, de la verdad que predican. Todos los creyentes son reyes y
sacerdotes, espiritualmente hablando, y deben tomar parte en el gobierno de la
iglesia que no reconoce autoridad clerical despótica.
Basados en el sermón del monte, interpretado literalmente, condenaban el
juramento civil, el servicio militar, la pena capital y todo derramamiento de sangre
y peleas.
43
A la pureza doctrinal unían la santidad de la vida que confundía a sus más
encarnizados enemigos. Oigamos lo que el inquisidor de Passau dice acerca de
ellos: "Uno puede conocerlos por sus costumbres y sus conversaciones. Ordenados
y moderados evitan el orgullo en el vestido, que son de telas ni viles ni lujosas. No
se meten en negocios, a fin de no verse expuestos a mentir, a jurar ni engañar.
Como obreros viven del trabajo de sus manos. Sus mismos maestros son tejedores o
zapateros. No acumulan riquezas y se contentan de lo necesario. Son castos, sobre
todo los lioneses, y moderados en sus comidas. No frecuentan las tabernas ni los
bailes, porque no aman esa clase de frivolidades. Procuran no enojarse. Siempre
trabajan y, sin embargo, hallan tiempo para estudiar y enseñar. Se les conoce
también por sus conversaciones que son a la vez sabias y discretas; huyen de la
maledicencia y se abstienen de dichos ociosos y burlones, así como de la mentira.
No juran y ni siquiera dicen es verdad, o ciertamente, porque para ellos eso
equivale a jurar".
¡Admirable sabiduría de Dios que dispuso que el elogio de sus siervos fuese
escrito por sus mismos verdugos, y es conservado a través de los siglos, hasta
nuestros días!
44
nombres, los oficios, las Escrituras, los sacramentos y varias otras cosas. El sistema
de iniquidad así completado con sus ministros, grandes y chicos, sostenidos por los
que son inducidos a seguirlo con corazón malo y ojos vendados —es la
congregación, que en conjunto compone lo que se llama Anticristo o Babilonia, la
cuarta bestia, la ramera, el hombre de pecado, el hijo de perdición. Sus ministros
son llamados falsos profetas, maestros mentirosos, ministros de tinieblas, el espíritu
de error, la ramera apocalíptica, la madre de las fornicaciones, nubes sin agua,
árboles sin hojas, dos veces muertos, desarraigados, estrellas erráticas, baalamitas y
egipcios".
"Es llamado Anticristo porque cubierto con los nombres de Cristo y de su iglesia y
miembros fieles, combate la salvación que Cristo hizo, y que es verdaderamente
administrada en su Iglesia, y de cuya salvación los creyentes participan por medio
de la fe, la esperanza y el amor. Se opone a la verdad por medio de la sabiduría de
este mundo, por medio de la falsa religión por medio de la santidad aparente, por
medio de los poderes eclesiásticos, por la tiranía secular, y por las riquezas,
honores, dignidades, con los placeres y comodidades de este mundo. Hay que tener
muy en cuenta que el Anticristo no podía existir sin que concurriesen estas cosas,
formando un sistema de hipocresía y de falsedad, con los sabios de este mundo, las
órdenes religiosas, los fariseos, ministros y doctores; el poder secular, con la
mezcla del pueblo mundano. Porque el Anticristo estaba concebido en los días de
los apóstoles, estaba entonces en su infancia, imperfecto, no terminado, rudo, sin
forma y mudo. Necesitaba estos ministros hipócritas y ordenanzas humanas y la
exhibición exterior de órdenes religiosas que más tarde obtuvo. Como no tenía
riquezas ni otros medios necesarios para atraer ministros a su servicio, y que le
permitiesen multiplicar, defender y proteger sus adherentes, y también necesitaba
poder secular para obligar a otros a dejar la verdad y abrazar la mentira. Pero al
crecer sus miembros, esto es, sus ciegos y disimuladores ministros, y sujetos
mundanos, llegó por fin a la edad madura, cuando hombres con los corazones
ligados a este mundo, ciegos en fe, multiplicados en la iglesia, y por la unión de la
iglesia y el estado, consiguió tener en sus manos el poder de ambos".
UNIDAD II
Ubica a la Historia del Movimiento Pentecostal dentro del contexto de la Historia de la Iglesia
y de la Historia Universal organizando la información relevante de los avivamientos
cristianos, personajes y movimientos de renovación espiritual que participaron después de la
Reforma Protestante como antecedentes a la formación, consolidación y difusión del
Movimiento Pentecostal.
45
2.1.1 LA REFORMA PROTESTANTE
LAS INDULGENCIAS
La ocasión del rompimiento de Lutero con Roma fue la venta de indulgencias por
Tetzel. Una indulgencia era una disminución de los dolores del purgatorio; es decir,
una remisión del castigo del pecado.
Según la enseñanza romanista, el purgatorio se parece bastante al infierno,
solamente que no dura tanto; pero todos tienen que pasar por él. Pero el Papa
reclamaba tener potestad de disminuir estos sufrimientos o de remitirlos del todo,
como prerrogativa exclusiva suya. Esto comenzó con los Papas Pascual 1 (817-24)
y Juan VIII (872-82).
Las indulgencias penales resultaron sumamente lucrativas, y pronto estaban en
uso general. Se ofrecían como aliciente en las Cruzadas y en las guerras contra los
herejes o contra algún rey a quien el Papa quería castigar a los inquisidores quienes
traían leña para quemar a un hereje; a quienes hacían peregrinación a Roma o para
promover cualquier empresa pública o privada del Papa, o a cambio de dinero.
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El Papa Sixto IV, l476, fue el primero en aplicarlas a las almas ya en el purgatorio
las indulgencias se contrataban al por mayor, para su reventa "esto de "vender el
privilegio de pecar" llegó a ser una dc las principales fuentes de las rentas papales.
En 1517 Juan Tctzel recorría Alemania vendiendo certificados firmados por el
Papa, que ofrecían a los compradores y a sus amigos el perdón de todo pecado sin
confesión, arrepentimiento, penitencia ni absolución sacerdotal. Decía al pueblo,
"Tan pronto como vuestro dinero suena en el cofre, las almas de vuestros amigos se
elevan del purgatorio al cielo." Esto horrorizaba a Lutero.
LAS 95 TESIS
LA ESCOMUNIÓN DE LUTERO
En 1520 el Papa emitió una bula que excomulgaba a Lutero y declaraba que si no se
retractaba dentro de 60 días, recibiría "la pena debida a la herejía" (es decir, la
muerte). Cuando Lutero recibió la bula la quemó públicamente, el 10 de diciembre
de 1520. "Aquel día comenzó una nueva era".
LA DIETA DE WORMS
En 1521 Lutero fue llamado por Carlos V, Emperador del Sacro Imperio Romano
(que en aquel tiempo incluía a Alemania, España, los Países Bajos y Austria), a que
se presentara ante la Dieta de Worms. Ante una asamblea de dignatarios del Imperio
y de la Iglesia se le ordenó retractarse. Contestó que de nada podía retractarse
mientras no se le convenciese mediante la Escritura o la razón. "Aquí estoy;
ninguna otra cosa puedo hacer; así me ayude Dios."
Fue condenado, pero tenía demasiados amigos entre los príncipes alemanes para
que se cumpliese el edicto. Le escondió un amigo cerca de un año, y luego volvió a
Wittenberg para continuar su obra de predicar y escribir.
Entre otras cosas tradujo al alemán la Biblia, lo cual "espiritualizó a Alemania y
creó el idioma alemán."
La guerra papal contra los protestantes alemanes. Alemania se componía de
gran número de pequeños Estados, regidos cada uno por un príncipe. Muchos de
estos príncipes, juntamente con sus Estados enteros, habían sido ganados para la
causa de Lutero. Ya en 1540, todo el norte de Alemania era luterana. Se les ordenó
volver al redil romanista. En lugar de esto, se unieron para su defensa en la llamada
Liga de Esmalcalda. El Papa Paulo III instó al emperador Carlos V a que procediera
contra ellos, y le ofreció un ejército. Declaró esta guerra como Cruzada, y ofreció
indulgencias a todos los que tomaran parte en ella. La guerra duró de 1546 a 1555,
y terminó con la paz de Augsburgo, en la cual los luteranos ganaron el
reconocimiento legal de su religión. El Papa instigó esta guerra para lograr el
47
sometimiento de los luteranos. Él fue el agresor; los luteranos estaban a la
defensiva.
EL NOMBRE DE PROTESTANTE
La Dieta de Espira, 1529 d.C., en la cual los católicos romanos formaban mayoría.
Dictó que los católicos podían enseñar su religión en los Estados reformistas. Pero
prohibió la enseñanza luterana en los Estados romanistas.
Contra esto los príncipes luteranos hicieron una protesta formal, y desde entonces
se les conocía como los "protestantes. ‘‘ Aplicado originalmente a los luteranos, el
nombre ha llegado a aplicarse o el uso popular a todos los que protestan contra la
usurpación papal, inclusive a toda entidad cristiana evangélica.
LA TEOLOGÍA DE LUTERO
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La fe es la única vía de unión entre Dios y el ser humano. La fe es la « certeza de lo
que se espera y confianza de lo que no se ve» (Hebreos 11:1), es decir, la fe implica
tanto creer en Dios, como confiar en Dios, entregarse a Él y vivir la vida en esa fe.
La cita «el justo por la fe vivirá» (Romanos 1:17) será la que cambiaría la vida de
Lutero y también del mundo, al entender que el justo (el bautizado) vive y es justo
sólo por su fe, y no por sus obras ni trabajo.
Nosotros mismos no podemos salir del estado humano en que fracasamos. No son
los buenos méritos sino la fe que obra en nosotros un cambio profundo de corazón
y de actitud ante Dios y el prójimo. La fe nos hace aceptar el regalo de la atención
divina de gracia que no necesita ningún mérito porque es como dice la palabra
“gracia” “gratis”.
La única fuente de revelación son los Escritos Canónicos de las Sagradas Escrituras
del Antiguo y Nuevo Testamento. Nos referimos a escritos canónicos como todos
los escritos bíblicos que están dentro del Canon. Antiguamente se usaba la palabra
griega kanoon para referirse a los libros separados por su autoridad reconocida. La
palabra Canon quiere decir «lista», «norma» o «regla». Por eso, hasta hoy, se habla
de libros canónicos para indicar el conjunto de libros y escritos que forman en AT y
NT.
Los libros canónicos son la norma de fe y de vida del pueblo de Dios; así lo son
también para nosotros hoy, que somos parte del Pueblo de Dios, la Iglesia.
JUAN CALVINO
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En 1546 prohibió imprimir o poseer la Biblia ya sea la Vulgata o cualquier
traducción. En 1535 decretó la "muerte por fuego" para los anabaptistas.
Felipe II (1566-98), sucesor de Carlos V., ratificó los edictos de su padre, y con la
ayuda de los jesuitas llevó adelante la persecución con aun mayor furia. Por una
sola sentencia de la Inquisición, la población entera fue condenada a muerte, y bajo
Carlos V y Felipe II más de 100,000 fueron masacrados con crueldad in-creíble.
Algunos eran encadenados a una estaca cerca del fuego y asados lentamente hasta
morir; otros eran arrojados a mazmorras, azotados y torturados en el potro antes de
ser quemados vivos. A las mujeres se les enterraba vivas, prensadas en ataúdes
demasiado pequeños y apisonados por los pies del verdugo.
Quienes trataban de huir a otros países eran interceptados por los soldados y
masacrados. Después de años de resistencia bajo crueldades inauditas, los
protestantes de los Países Bajos se unieron bajo la dirección de Guillermo de
Orange, y en 1572 comenzaron la gran rebelión. Después de increíbles
padecimientos, ganaron en 1609 su independencia.
Holanda, al norte, se hizo protestante; Bélgica, al sur, católica romana.
Holanda fue el primer país que fundó escuelas públicas mantenidas mediante
impuestos, y que legalizó principios de tolerancia religiosa y de libertad de prensa.
En Escandinava el luteranismo fue introducido desde muy temprano. Fue
hecho religión del Estado en Dinamarca en 1536, en Suecia en 1539 y en Noruega
en 1540. Cien años después, Gustavo Adolfo (1611-32) rey de Suecia rindió
notables servicios en derrotar el esfuerzo de Roma para aplastar a la Alemania
protestante.
EN FRANCIA
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Después de la matanza de San Bartolomé los hugonotes se unieron y se armaron
para resistir, hasta que por fin en 1598 el Edicto de Nantes les dio el derecho de
libertad de conciencia y de culto. Pero mientras tanto, unos 200,000 habían
perecido como mártires. El Papa Clemente VIII llamó el Edicto de Tolerancia de
Nantes una "cosa maldita," y después de años de trabajo bajo cuerda de los jesuitas,
en 1685 el edicto fue revocado, y 500,000 hugonotes huyeron a países protestantes.
La Revolución Francesa de 1789, cien años después, fue una de las convulsiones
más espantosas de la historia. El pueblo, en frenesí contra las tiranías de la clase
reinante (incluso el clero, propietario de la tercera parte del suelo francés, ricos,
indolentes, inmorales, e implacables en su trato de los pobres), se levantó en un
reino de terror y de sangre. Abolieron el gobierno, cerraron las iglesias y
confiscaron sus propiedades, suprimieron el cristianismo y el día domingo, y
entronizaron a la Diosa de la Razón (representada por una mujer disoluta).
Napoleón restableció a la Iglesia, pero no sus bienes; en 1802 concedió la tolerancia
para todos; y Casi terminó con el poder político de los Papas en todo país.
En Bohemia, en 1600, de los 4, 000,000 habitantes el 80 por Ciento era protestante.
Cuando terminaron su obra los Hapsburgos y los jesuitas, quedaban solamente
800,000, todos católicos romanos. En Austria y Hungría, más de la mitad de la
población se había hecho protestante, pero bajo los Hapsburgos y los jesuitas todos
fueron muertos.
En Polonia, a fines del siglo 16, parecía que el romanismo estaba a punto de
desaparecer del todo; pero aquí también los jesuitas mataron la Reforma mediante
la persecución.
LA REFORMA Y LA INQUISICIÓN
En Italia, el propio país del Papa, la Reforma ya estaba bien arraigada; pero
comenzó a trabajar la Inquisición, y casi no dejó trazas del protestantismo. En
España la Reforma nunca hizo gran progreso por cuanto la Inquisición ya estaba
allí desde antes.
Todo intento de libertad o de pensamiento independiente se aplastaba con mano
implacable. El inquisidor Torquemada (1420-98), monje dominico, en 18 años
quemó a 10,200 y condenó a cadena perpetua a 97,000. A las víctimas generalmente
se les quemaba vivas en la plaza pública como motivo de festividades religiosas. De
1481 a 1808 hubo cuando menos 100,000 mártires y 1, 500,000 desterrados.
En los siglos XVI y XVII, la Inquisición extinguió la vida literaria de España, y
puso a la nación casi fuera del círculo de la civilización europea. Cuando la
Reforma comenzó, España era el país más poderoso del mundo. Su actual estado
insignificante muestra lo que puede hacer de un país el Papado.
51
Fue libertado mediante la influencia del gobierno británico, y volvió en 1549 a
Inglaterra, en donde siguió predicando. Cuando ascendió al trono Maria la
Sanguinaria en 1553, fue a Ginebra, en donde se compenetró de la enseñanza de
Calvino.
En 1559 fue llamado a Escocía por el Parlamento de los Lores Escoceses, para
encabezar el movimiento nacional de reforma. La situación política hizo que la
reforma eclesiástica y la independencia nacional fueran un solo movimiento.
En gran parte, Juan Knox hizo de Escocía lo que es hoy día.
Según esas personas, Zwinglio y Lutero olvidaban que en el Nuevo Testamento hay
un contraste marcado entre la iglesia y la sociedad que la rodea. Ese contraste
pronto resultó en persecución, porque la sociedad romana no podía tolerar al
cristianismo primitivo.
Luego, la avenencia entre la iglesia y el estado que tuvo lugar a partir de la
conversión de Constantino constituye en sí misma un abandono del cristianismo
primitivo. Por tanto, la reforma iniciada por Lutero debía ir más lejos si
verdaderamente quería ser obediente al mandato bíblico. La iglesia no debía
confundirse con el resto de la sociedad.
Y la diferencia fundamental entre ambas es que, mientras se pertenece a una
sociedad por el mero hecho de nacer en ella, y sin hacer decisión alguna al respecto,
para ser parte de la iglesia hay que hacer una decisión personal. La iglesia es una
comunidad voluntaria, y no una sociedad dentro de la cual nacemos.
La consecuencia inmediata de todo esto es que EL BAUTISMO DE NIÑOS ha
de ser rechazado. Ese bautismo da a entender que se es cristiano sencillamente por
haber nacido en una sociedad supuestamente cristiana. Pero tal entendimiento
oculta la verdadera naturaleza de la fe cristiana, que requiere decisión propia.
Además, estos reformadores más radicales sostenían que la fe cristiana era en
su esencia misma pacifista. El Sermón del Monte ha de ser obedecido al pie de la
letra, a pesar de las muchas objeciones sobre la imposibilidad de practicarlo, pues
tales objeciones se deben a la falta de fe.
Los cristianos no han de tomar las armas para defenderse a sí mismos, ni para
defender su patria, aun cuando sea amenazada por los turcos.
Como era de esperarse, tales doctrinas no fueron bien recibidas en Alemania, donde
la amenaza de los turcos era constante, ni tampoco en Zurich y los demás cantones
protestantes de Suiza, donde la fe protestante estaba en peligro de ser aplastada por
los católicos.
Estas opiniones aparecieron en diversos lugares en el siglo XVI, al parecer sin que
hubiera conexión directa entre sus diversos focos.
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Pero fue en Zurich donde primero surgieron a la luz. Había allí un grupo de
creyentes, asiduos lectores de la Biblia, y varios de ellos ilustrados, que instaban
a Zwinglio a tomar medidas más radicales de reforma. En particular, estas personas,
que se daban el nombre de “hermanos”, sostenían que se debía fundar una
congregación o grupo de los verdaderos creyentes, en contraste con quienes se
decían cristianos por el hecho de haber nacido en un país cristiano y haber sido
bautizados de niños.
Cuando por fin resultó evidente que Zwinglio no seguiría el camino que ellos
propugnaban, algunos de los “hermanos” decidieron fundar ellos mismos esa
comunidad de verdaderos creyentes.
En señal de ello, el ex sacerdote Jorge Blaurock le pidió a otro de los
hermanos, Conrado Grebel, que lo bautizara. El 21 de enero de 1525, junto a la
fuente que se encontraba en medio de la plaza de Zurich, Grebel bautizó a
Blaurock, quien acto seguido hizo lo mismo con otros hermanos.
Aquel primer bautizo no fue todavía por inmersión, pues lo que preocupaba a
Blaurock, Grebel y los demás no era la forma en que se administraba el rito, sino
la necesidad de que la persona tuviera fe y la confesara antes de ser bautizada.
MÁS TARDE, EN SUS ESFUERZOS POR SER BÍBLICOS EN TODAS SUS
PRÁCTICAS, EMPEZARON A BAUTIZAR POR INMERSIÓN.
Pronto se les dio a estas personas el nombre de “ANABAPTISTAS”, que quiere
decir “rebautizadores”. Naturalmente, ese nombre no era del todo exacto, porque lo
que los supuestos rebautizadores decían no era que fuese necesario bautizarse de
nuevo, sino que el primer bautismo no era válido, y que por tanto el que se
recibía después de confesar la fe era el primero y único.
Pero en todo caso la historia los conoce como “anabaptistas”, y ése es el nombre
que les daremos aquí a fin de evitar confusiones.
El movimiento anabaptista pronto atrajo gran oposición, tanto por parte de los
católicos como de los reformadores. Aunque esa oposición se expresaba
comúnmente en términos teológicos, el hecho es que los anabaptistas fueron
perseguidos porque se les consideraba subversivos.
A pesar de todas sus reformas, Lutero y Zwinglio continuaron aceptando los
términos fundamentales de la relación entre el cristianismo y la sociedad que se
habían desarrollado a partir de Constantino.
Ni el uno ni el otro interpretaban el evangelio de tal modo que fuera un reto radical
al orden social. Y eso fue, aun sin quererlo, lo que hicieron los anabaptistas. Su
pacifismo extremo les resultaba intolerable a los encargados de mantener el orden
social y político, particularmente en una época de gran incertidumbre, como fue el
siglo XVI.
Además, al insistir en el contraste entre la iglesia y la sociedad natural, los
anabaptistas estaban implicando que las estructuras de poder en esa sociedad
no han de transferirse a la iglesia.
Aun contra los propósitos iniciales de Lutero, el luteranismo se veía ahora
sostenido por los príncipes que lo habían abrazado, quienes gozaban de gran
autoridad, no solamente en los asuntos políticos, sino también en los eclesiásticos.
En la Zurich de Zwinglio, el Concejo de Gobierno era quien en fin de cuentas
dictaba la política religiosa. Y lo mismo era cierto en los territorios católicos donde
se conservaba la tradición medieval.
Aunque esto no quiere decir que la iglesia y el estado concordaran en todos los
puntos, sí había al menos un cuerpo de presuposiciones comunes, y era dentro de
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ese contexto que se producían los conflictos entre las autoridades civiles y las
eclesiásticas.
Los anabaptistas echaban todo esto por tierra al insistir en UNA IGLESIA DE
CARÁCTER VOLUNTARIO, DISTINTA DE LA SOCIEDAD CIVIL.
Además, muchos de los anabaptistas eran igualitarios. Muchos se trataban entre sí
de “hermanos”.
En la mayoría de sus grupos las mujeres tenían tantos derechos como los
hombres. Al menos en teoría, los pobres y los ignorantes eran tan importantes
como los ricos y los sabios.
Todo esto resultaba ser altamente subversivo en la Europa del siglo XVI, y por
tanto pronto se comenzó a perseguir a los anabaptistas.
En 1525 los cantones católicos de Suiza empezaron a condenar a los anabaptistas a
la pena capital.
Al año siguiente el Concejo de Gobierno de Zurich decretó también la pena de
muerte para quien rebautizara o se hiciera rebautizar. A los pocos meses todos los
demás territorios protestantes de Suiza siguieron el ejemplo de Zurich.
En Alemania no existía una política uniforme, pues se aplicaban a los anabaptistas
las viejas leyes contra los herejes, y cada estado seguía el curso que le parecía.
En 1528 Carlos V decretó la pena de muerte para los anabaptistas, apelando a una
vieja ley romana, creada para extirpar el donatismo, según la cual quien se hiciera
culpable de rebautizar o de rebautizarse debía ser condenado a muerte.
La dieta de Spira de 1529, la misma en que los príncipes luteranos protestaron y
recibieron por ello el nombre de “protestantes”, aprobó el decreto imperial contra
los anabaptistas. Y esta vez nadie protestó. El único príncipe alemán que, sin
protestar formalmente, se negó por razones de conciencia a aplicar el decreto
imperial en sus territorios fue el landgrave Felipe de Hesse.
En algunos lugares, como en la Sajonia electoral en que vivía Lutero, se acusó a los
anabaptistas tanto de herejes como de sediciosos. Puesto que lo primero era un
crimen religioso, y lo segundo civil, tanto las cortes eclesiásticas como las civiles
tenían jurisdicción para castigar a quien se atreviera a repetir el bautismo, y a quien
se negara a presentar a sus hijos pequeños para que lo recibieran.
El número de los mártires fue enorme, probablemente mayor que el de todos los
que murieron durante los tres primeros siglos de la historia de la iglesia. El modo
en que se les aplicaba la pena de muerte variaba de lugar a lugar, y hasta de caso en
caso. Con cruel ironía, en algunos lugares se condenaba a los anabaptistas a morir
ahogados. Otras veces eran quemados vivos, siguiendo la costumbre establecida
siglos antes. Pero no faltaron casos en los que fueron muertos en medio de torturas
increíbles, como la de ser descuartizados en vida. Las historias de heroísmo en tales
circunstancias llenarían volúmenes. Y tal parecía que, mientras más se le perseguía,
más crecía el movimiento.
Aunque muchos de los primeros jefes del movimiento eran eruditos, y casi
todos ellos eran pacifistas, pronto aquella primera generación pereció víctima
de la persecución.
El movimiento se fue haciendo entonces cada vez más radical, y se mezcló con
el resentimiento popular que había dado lugar a la rebelión de los campesinos.
Poco a poco, el pacifismo original se fue olvidando, y el movimiento tomó un giro
violento.
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Aun antes de que surgiera el movimiento anabaptista, Tomás Muntzer había unido
algunas de las doctrinas que ese movimiento después promulgaría con las ansias de
justicia por parte de los campesinos. Ahora muchos anabaptistas hicieron lo mismo.
Entre ellos se contaba Melchor Hoffman, un talabartero que había sido predicador
laico luterano en Dinamarca, pero que más tarde había rechazado las teorías de
Lutero acerca de la comunión, para hacerse seguidor de Zwinglio.
En Estrasburgo, donde el anabaptismo era relativamente fuerte, y donde había
cierta medida de tolerancia,
Hoffman se hizo anabaptista. Poco después empezó a anunciar que el día del
Señor estaba cercano. Su predicación inflamó a las multitudes, que acudieron a
Estrasburgo, donde según él se establecería la Nueva Jerusalén.
El propio Hoffman predijo que sería encarcelado por seis meses, y que
entonces vendría el fin. Además, abandonó el pacifismo inicial de los anabaptistas,
declarando que al aproximarse el fin sería necesario que los hijos de Dios
tomaran las armas contra los hijos de las tinieblas. Cuando fue encarcelado, y se
cumplió así la primera parte de su profecía, fueron muchos los que acudieron a
Estrasburgo en espera de la señal de lo alto para tomar las armas. Pero el hecho
mismo de que cada día eran más los anabaptistas que había en la ciudad obligó a las
autoridades a tomar medidas cada vez más represivas. Y Hoffman continuaba
encarcelado.
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Entonces, en celebración de aquella victoria, fue proclamado rey de la Nueva
Jerusalén.
EL ANABAPTISMO POSTERIOR
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la sociedad, particularmente en lo que a portar armas se refería. Esto a su vez los
hizo esparcirse por toda Europa. Muchos emigraron hacia Europa oriental,
particularmente hacia Rusia. Otros marcharon hacia Norteamérica, donde la
tolerancia religiosa les prometía poder vivir en paz. Pero también en Rusia y en
Norteamérica tuvieron dificultades, pues en ambos casos el estado quería que se
ajustaran a sus leyes sujetándose al servicio militar obligatorio.
Por esa causa, en los siglos XIX y XX fuertes contingentes emigraron hacia
Sudamérica, donde todavía había territorios donde podían vivir en aislamiento
relativo del resto de la sociedad.
Hasta el día de hoy, los menonitas son la principal rama del viejo movimiento
anabaptista del siglo XVI, y continúan insistiendo en su pacifismo, y dedicándose
frecuentemente al servicio social.
La opción espiritualista
Jacobo Boehme
Jacobo Boehme nació en 1575 en la región alemana de Silesia. Sus padres eran de
origen humilde, y luteranos convencidos.
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En medio de aquella familia piadosa, el joven Jacobo se interesó desde un
principio en la fe cristiana, pero pronto las prédicas de los pastores, que se habían
vuelto discursos acerca de las diversas cuestiones teológicas que se debatían
entonces, comenzaron a disgustarle.
A los catorce años de edad sus padres lo hicieron aprendiz de zapatero, y ése
fue su oficio para toda la vida. Pero su espíritu inquieto no se contentaba con la
religiosidad fácil de quienes se limitaban a asistir a la iglesia, y su mente requería
otra ocupación que la de remendar calzado.
Al poco tiempo de empezar su aprendizaje de zapatero, empezó a tener visiones, y
a la postre el patrón lo echó de la casa, diciendo que lo que quería era un aprendiz,
y no un profeta.
Boehme se hizo entonces zapatero ambulante, yendo de un lugar a otro remendando
zapatos. En esas idas y venidas se fue convenciendo de que los supuestos dirigentes
eclesiásticos habían creado una verdadera “torre de Babel” con sus interminables
discusiones sobre toda clase de dogmas. En consecuencia, se dedicó a cultivar su
vida interior, y a estudiar cuanto escrito acerca de temas espirituales cayó en sus
manos. Así llegó a una serie de convicciones acerca de la naturaleza del mundo y de
la vida humana, y esas convicciones fueron confirmadas mediante visiones y otras
experiencias espirituales. Pero por lo pronto no hizo gran cosa por dar a conocer lo
que creía haber recibido en un “relámpago” de iluminación de lo alto. Cuando
contaba unos veinticinco años, les puso fin a sus andanzas, se casó y estableció una
zapatería en el poblado de Goerlitz, donde llegó a gozar de una vida relativamente
cómoda.
Aunque no se sentía llamado a predicar, Boehme sí estaba convencido de que Dios
le había ordenado escribir acerca de sus visiones. El resultado fue el libro Brillante
amanecer, en el que el visionario afirmaba repetidamente que lo que escribía era lo
que Dios le había dictado, letra por letra, y que él no era más que una pluma o un
instrumento en las manos de Dios.
Boehme no publicó su libro, pero a pesar de ello una copia manuscrita fue a dar a
manos del pastor del lugar, quien lo acusó ante las autoridades. Amenazado con ser
deportado, Boehme prometió no volver a escribir o enseñar acerca de cuestiones
religiosas, y durante cinco años guardó silencio.
En 1618, impulsado por nuevas visiones y por algunos de sus admiradores, empezó
a escribir de nuevo. Cuando uno de esos admiradores publicó tres de sus obras,
éstas cayeron en manos del pastor, quien lo llevó de nuevo ante las autoridades, y
Boehme se vio obligado a abandonar la ciudad.
Fue entonces a la corte del Elector de Sajonia, donde varios teólogos lo examinaron
sin llegar a decisión alguna, pues se confesaban incapaces de entender a cabalidad
lo que aquel zapatero decía. Su recomendación fue que se le diese a Boehme más
tiempo para aclarar sus ideas. Pero el tiempo no le sería dado, pues el visionario se
sentía enfermo de muerte y decidió regresar a Goerlitz, donde murió entre los
suyos, poco antes de cumplir cincuenta años de edad.
Las enseñanzas de Boehme, son una reacción contra el dogmatismo frío de los
teólogos, y contra la liturgia al parecer vacua de la iglesia. Frente a ello, Boehme
contrapone la libertad del espíritu, la vida interior, y la revelación directa e
individual. A veces llega hasta a decir que, puesto que “la letra mata”, la guía del
creyente no ha de ser la Biblia, sino el Espíritu Santo, que inspiró a los escritores
bíblicos y aún sigue inspirando a los creyentes.
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Según él mismo dijo, “Me basta con el libro que soy yo. Si tengo en mí el Espíritu
de Cristo, toda la Biblia está en mí. ¿Para qué quiero más libros? ¿Por qué discutir
acerca de lo que está fuera, sin haber aprendido lo que está dentro de mí?”
Al principio, Boehme no tuvo muchos seguidores. Pero poco a poco, a través de sus
escritos, fue aumentando el número de sus admiradores. En Inglaterra, la lectura de
esos escritos dio lugar a la secta de los “boehmenistas”, que pronto chocaron con
los cuáqueros de Jorge Fox. Luego, resulta interesante notar que el movimiento
espiritualista, nacido en protesta contra las contiendas de los teólogos tradicionales,
no logró ponerles fin, sino que a la postre se vio envuelto en ellas.
Jorge Fox nació en una pequeña aldea de Inglaterra en 1624, el mismo año en
que murió Boehme. Sus padres, también de origen humilde, lo hicieron aprendiz de
zapatero.
A los diecinueve años, disgustado con las costumbres de algunos de sus
compañeros, y sintiéndose impulsado por el Espíritu de Dios, abandonó su oficio y
se dedicó a vagar por el país, asistiendo a asambleas religiosas de diversas sectas y
buscando la iluminación de lo alto, al tiempo que se dedicaba a estudiar las
Escrituras hasta el punto que se decía que las sabía de memoria.
Poco a poco se fue convenciendo de que, no solo la religión tradicional de los
católicos, sino también la de los muchísimos grupos protestantes, dejaba mucho que
desear, y que buena parte de ella le repugnaba a Dios.
Andando de lugar en lugar, a veces pasando hambre, otras en medio de angustias
internas, y otras, alentado e inspirado por sus experiencias religiosas, Fox fue
formando sus convicciones contra todas las diversas sectas que pululaban entonces
en el país. Si Dios no habita en casas hechas de manos ¿por qué llamar “iglesias” a
esos edificios en que las gentes se reúnen?
Fox los llamaba entonces “casas con campanarios”. Y todos los pastores que
recibían salarios no eran sino “sacerdotes”, por muy protestantes que fuesen, y
“asalariados”, aunque se llamasen pastores. Los himnos, los órdenes de culto, los
sermones, los sacramentos, los credos, los ministros, todo era un obstáculo humano
a la libertad del Espíritu.
Frente a estas cosas, Fox coloca la “luz interior”. Esta luz es una semilla que
existe en todos los seres humanos, y es el verdadero camino que debemos seguir
para encontrar a Dios. La doctrina calvinista de la corrupción total de la humanidad
le parecía una negación del amor de Dios y de su propia experiencia. Al contrario,
decía él, en toda persona queda una luz interna, por muy eclipsada que esté por el
momento. A su vez, esto quiere decir que, gracias a ella, los paganos pueden
salvarse. Empero esa luz no ha de confundirse con el intelecto ni con la conciencia.
No se trata de una razón natural, como la de los deístas, ni tampoco de una serie de
principios de conciencia que señalen hacia Dios. Se trata más bien de algo que hay
en nosotros que nos permite reconocer y aceptar la presencia de Dios. Es por la luz
interna que reconocemos a Jesucristo como quien es; y es también gracias a ella que
podemos creer y entender las Escrituras.
Luego, en cierto sentido, la comunicación con Dios mediante la luz interna es
anterior a todo medio externo. Aunque sus más allegados conocían algo del fuego
interno que consumía a Fox, durante varios años éste se abstuvo de proclamar lo
que creía haber descubierto acerca del verdadero sentido de la fe cristiana.
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Era la época en que existía en Inglaterra la multitud de sectas a que nos hemos
referido anteriormente, y Fox asistía a muchas de sus reuniones sin sentirse a gusto
en ninguna.
En una asamblea de bautistas, se sintió movido por el Espíritu y comenzó a
exponer sus opiniones. Pronto tuvo varios seguidores, y no faltó quien tuviera
visiones acerca de la gran misión que Dios tenía reservada para el nuevo profeta.
Repetidamente, Fox se sintió movido por el Espíritu a hablar u orar en alguna
asamblea religiosa.
Frecuentemente de tales intervenciones surgían debates, en los que se mostraba
firme y convincente. En ocasiones, sus palabras no eran bien recibidas, y lo
golpeaban o echaban a pedradas. Pero esto no le arredraba, y pronto se encontraba
en otra “casa con campanario”, interrumpiendo el culto y proclamando su mensaje.
El número de sus seguidores creció rápidamente. Al principio se daban a sí
mismos el nombre de “hijos de la luz”. El propio Fox prefería darles
sencillamente el título de “amigos”. Pero el pueblo, viendo que a veces su
exaltación religiosa era tal que temblaban, dio en llamarles “cuáqueros” (del
inglés quake, temblar), a la postre ése fue su nombre más común.
Puesto que Fox y los suyos creían que toda estructura en el culto podía obstaculizar
la obra del Espíritu, el culto de los “amigos” se celebraba en silencio. Si alguien se
sentía llamado a hablar o a orar, lo hacía.
Cuando el Espíritu las impulsaba a ello, las mujeres tenían tanto derecho a hablar o
a orar en voz alta como los hombres. El propio Fox no iba a tales reuniones
preparado a decir un discurso, sino que sencillamente dejaba que el Espíritu lo
moviera. En ocasiones, aun cuando había numerosas personas reunidas para
escucharlo, se negó a hablar, o a orar en voz alta, porque no se sentía movido por el
Señor.
Los cuáqueros no creían en los sacramentos, pues decían que el agua del
bautismo, y el pan y el vino de la comunión, hacían centrar la atención sobre lo
material, y ocultaban a Dios en lugar de revelarlo.
Este fue el principal punto de conflicto entre los cuáqueros y los boehmenistas,
quienes continuaban usando de los sacramentos, aunque llamándolos
“ordenanzas”.
Al mismo tiempo, Fox sabía que su énfasis en la libertad del Espíritu podía
llevar a un individualismo excesivo. Repetidamente en la historia del cristianismo
se han dado movimientos que han subrayado hasta tal punto la libertad del Espíritu
para hablar en cada persona, que a la postre se han disuelto, pues sus miembros
insistían en ir cada cual por su lado. Frente a ese peligro, Fox respondió subrayando
la importancia de la comunidad y del amor.
En las reuniones de los amigos no se sometían a votación los asuntos que se
discutían. Si no se llegaba a un acuerdo, se posponía la decisión, a veces
volviendo al silencio hasta tanto alguien recibiera una inspiración que resolviera la
dificultad, y otras dejando el asunto para otra ocasión. De ese modo, cuando había
algún desacuerdo, lo que se hacía no era ver qué bando lograba más votos, sino
buscar una solución aceptable para todos.
Las prédicas y prácticas de Fox y los suyos no eran del agrado de muchos. Los
jefes religiosos no gustaban de estos “fanáticos” capaces de interrumpir sus
servicios religiosos para discutir sobre las Escrituras o para orar en voz alta.
Los poderosos veían la necesidad de escarmentar a estos “amigos” que se negaban
a pagar diezmos, a prestar juramentos, a inclinarse ante sus “mejores”, o a
descubrirse ante cualquiera que no fuese Dios.
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Además, decían los cuáqueros, si tratamos de “Tú” a Dios, ¿por qué mostrar más
respeto hacia nuestros semejantes? La dificultad estaba en que muchos de esos
semejantes estaban acostumbrados a que se les rindiera pleitesía, y la ausencia de
ella les parecía una falta de respeto y una insubordinación intolerables.
En consecuencia, Fox fue maltratado repetidamente, y pasó un total de seis
años en prisión. La primera vez fue encarcelado por interrumpir a un predicador
que decía que la verdad última estaba en las Escrituras, y arguirle que estaba más
bien en el Espíritu Santo que las había inspirado. Otras veces se le encarceló por
blasfemo, y otras se le acusó de conspirar contra el gobierno. En algunos casos se
intentó librarle mediante un perdón por parte de las autoridades, y en esas ocasiones
se negó a aceptarlo, diciendo sencillamente que no era culpable, y que aceptar un
perdón sería por tanto faltar a la verdad. En otra oportunidad, cuando estaba a punto
de cumplir una condena de seis meses por blasfemia, se le invitó a unirse al ejército
republicano. Fox se negó, pues no creía que un cristiano debía apelar a otras
armas que las de índole espiritual. La consecuencia fue una nueva pena de seis
meses de prisión.
A partir de entonces los cuáqueros se han distinguido por la firmeza de sus
convicciones pacifistas.
Cuando no estaba preso, Fox pasaba parte del tiempo en su casa de Swarthmore,
que vino a ser el cuartel general de los amigos. Pero el resto lo pasaba viajando por
Inglaterra y el extranjero, visitando asambleas de cuáqueros y llevando su mensaje
a nuevas regiones. Primero fue a Escocia, donde se le acusó de sedicioso; después a
Irlanda; más tarde pasó dos años en el Caribe y Norteamérica; y por último hizo dos
visitas al continente europeo (a Holanda y Alemania).
En todos estos lugares el movimiento se extendía, y a la muerte de Fox, en 1691,
sus seguidores se contaban por decenas de millares.
Esos seguidores fueron también perseguidos. Repetidamente se les encarcelaba,
acusándoseles de ser vagabundos, de blasfemar, de incitar a motines, o de no pagar
los diezmos. Cuando, en 1664, Carlos II prohibió las asambleas religiosas, otros
grupos continuaron reuniéndose en secreto. Pero los cuáqueros decidieron hacerlo
en público, y millares de ellos fueron encarcelados. Cuando, en 1689, Jaime II
promulgó la tolerancia religiosa, los cuáqueros contaban con varios centenares de
mártires, que habían muerto en la cárcel.
El más famoso de los seguidores de Fox fue Guillermo Penn, cuyo nombre lleva
el actual estado norteamericano de Pennsylvania. Penn era hijo de un almirante
británico, quien se esforzó en proveerle la mejor educación posible. Pero mientras
era estudiante, el joven Guillermo se hizo puritano.
Después su padre lo mandó a Francia, donde estudió bajo célebres maestros
hugonotes. De regreso a Inglaterra, se hizo cuáquero en 1667. Algún tiempo más
tarde, su enfurecido padre lo echó de la casa. Pero Penn no se amedrentó, sino que
continuó dando muestras de sus convicciones cuáqueras, y hasta tuvo que pasar
siete meses preso en la Torre de Londres.
Se dice que en esa ocasión le hizo llegar al Rey un mensaje en el sentido de que la
Torre era el peor de los argumentos para tratar de convencerlo, ya que, no
importa quién tenga la razón, quien usa de la fuerza por motivos religiosos está
necesariamente errado. Por fin, gracias a la intervención de su padre y de otras
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personas de prestigio, fue libertado, y entonces pasó varios años viajando por
Europa, escribiendo tratados en defensa de los amigos, y estableciendo un hogar.
Empero sus argumentos en pro de la tolerancia religiosa no eran bien recibidos, y
hasta se llegaba a decir que en verdad era jesuita, y que lo que deseaba era
sencillamente devolverles a los católicos los privilegios que habían perdido.
Fue entonces que Penn concibió la idea de lo que llamó su “experimento santo”.
Algunos amigos le habían hablado de Nueva Jersey, en Norteamérica. Puesto que la
corona le debía una fuerte suma, y no estaba deseosa de pagarla en metálico.
Penn logró que Carlos Il le concediera territorios en lo que hoy es Pennsylvania. Su
propósito era fundar una nueva colonia en la que hubiera completa libertad
religiosa. Anteriormente otros ingleses habían fundado varias colonias en
Norteamérica.
Pero, excepto en Rhode Island, la intolerancia reinaba por doquier. En
Massachusetts, la más intolerante de todas, se perseguía a los cuáqueros, y se
les condenaba a destierros, mutilaciones y hasta muerte. Lo que ahora Penn se
proponía era una nueva colonia en la que cada cual pudiera adorar como mejor le
pareciera. Pero había otro elemento de ese “experimento santo” que lo hacía
parecer todavía más descabellado.
Aunque la corona inglesa le había concedido esas tierras, Penn se proponía
comprárselas a los indios, que según él creía eran sus legítimos dueños, y
establecer con ellos relaciones tan cordiales que no hubiera necesidad de fuerzas
armadas para defender a los colonos.”.
La capital del santo experimento llevaría el nombre de “Filadelfia”, que quiere
decir “amor fraternal.
Por muy descabellado que algunos dijeran ser el experimento de Penn, pronto hubo
gran número de personas, no solo en Inglaterra, sino también en otros países de
Europa, dispuestas a tomar parte en él. Muchos de ellos eran cuáqueros, y por tanto
los seguidores de Fox dominaron la vida política de la nueva colonia por algún
tiempo. Pero no faltaron otras gentes de diversas persuasiones. Bajo la dirección de
Penn, quien fue el primer gobernador de la nueva colonia.
Las relaciones con los indios fueron excelentes, y durante largo tiempo se pudo
cumplir el sueño de Penn, de una colonia sin fuerzas armadas. Cuando, tres cuartos
de siglo después de fundada la colonia (es decir, en 1756), el Gobernador les
declaró la guerra a los indios, los cuáqueros se retiraron de sus cargos públicos.
Pero la tolerancia religiosa que era parte fundamental del “santo experimento” de
Penn pasó a formar después parte de la Constitución norteamericana, y también de
las de muchas otras naciones.
Emanuel Swedenborg
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disponible, pues estudió en la Universidad de Upsala, y después pasó cinco años
viajando por Inglaterra, Holanda, Francia y Alemania en busca de sabiduría.
Además, mientras Fox y Boehme mostraron profundas inquietudes religiosas y
tendencias místicas desde muy jóvenes, Swedenborg se interesó principalmente por
las cuestiones científicas, y fueron esos estudios los que a la postre le llevaron a
buscar las experiencias y conocimientos que hicieron de él uno de los principales
portavoces y maestros del movimiento espiritualista.
Tras largos años de investigaciones científicas, Swedenborg tuvo una visión en la
que, según él, penetró al mundo espiritual, y pudo así ver las realidades
eternas. A partir de entonces escribió varias obras voluminosas acerca del
verdadero sentido de la realidad y de las Escrituras. Según Swedenborg, todo
cuanto existe es reflejo de los atributos de Dios, y por tanto el mundo visible
“corresponde” al invisible. Lo mismo es cierto de las Escrituras, en las que todo
corresponde a realidades que solo puede ver quien ha penetrado al mundo
espiritual.
Swedenborg estaba convencido de que sus escritos serían el comienzo de una nueva
era en la historia del mundo y de la religión. Aún más, decía que lo que había
sucedido al recibir él sus revelaciones era lo que la Biblia prometía al hablar de la
segunda venida de Cristo. Como era de esperarse, tales ideas no fueron bien
recibidas por la mayoría de sus contemporáneos, y por tanto el círculo de sus
discípulos siempre fue reducido. El propio Swedenborg no se sentía llamado a
fundar una nueva iglesia, sino más bien a llamar la antigua a una nueva percepción
de la realidad y de su mensaje.
En 1784, doce años después de su muerte, sus discípulos fundaron la Iglesia de
la Nueva Jerusalén, cuya membresía nunca fue numerosa, pero que ha logrado
subsistir hasta el siglo XX. Además, a principios del siglo XIX se fundó una
“Sociedad Swedenborgiana” con el propósito de publicar y divulgar sus obras.
Los tres personajes que hemos estudiado en este capítulo difieren entre sí. Dos de
ellos eran de origen humilde, y desde muy temprano se inclinaron hacia las visiones
y experiencias religiosas. El tercero, aristócrata, se dedicó primero a las ciencias, y
fue solo más tarde que comenzó su carrera teológica. Aunque los tres tuvieron
seguidores, y a la postre hubo comunidades de discípulos formadas alrededor de las
doctrinas de cada uno de ellos, solamente Fox mostró las aptitudes necesarias
para dirigir y organizar un gran movimiento. Esto se debió en parte a que, en
contraste con Boehme y Swedenborg, estaba convencido de que la comunidad de
los creyentes era absolutamente necesaria para la vida religiosa.
Además, Fox y los cuáqueros se distinguieron del resto del movimiento
espiritualista por su interés en los problemas sociales, y por su participación
activa en ese ámbito. Pero, fuera del caso de los cuáqueros, el movimiento
espiritualista estaba destinado a tener poco impacto en la vida de la iglesia y de la
sociedad.
La opción pietista
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El más notable movimiento de protesta contra el tono de fría intelectualidad que
parecía dominar la vida religiosa fue el pietismo. Este se opuso a la vez al
dogmatismo que reinaba entre teólogos y predicadores, y al racionalismo de los
filósofos. Ambos le parecían contrastar con la fe viva que es esencia del
cristianismo.
Mas, antes de pasar adelante, conviene que nos detengamos a aclarar lo que quiere
decir el término “pietismo”. Como ha sucedido en tantos otros casos, éste fue al
principio un mote que sus enemigos le pusieron al movimiento, cuyos jefes no se
daban tal nombre. Luego, la palabra “pietismo” frecuentemente ha tenido
connotaciones negativas de santurronería.
Pero, como veremos en el presente capítulo, los jefes de este movimiento, aunque sí
se preocupaban por la santidad de vida y por los ejercicios religiosos, estaban lejos
de ser santurrones de rostros pálidos y expresiones amargas. Al contrario, parte de
lo que les preocupaba era que la fe cristiana parecía haber perdido algo de su gozo,
que era necesario redescubrir.
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Esto a su vez quería decir que debía haber más vida devocional y más estudio
bíblico por parte de los laicos, como sucedía ya en los “colegios de piedad”. En
cuanto a los pastores y teólogos, lo primero que debía hacerse era asegurarse de
que los candidatos a tales posiciones fueran “verdaderos cristianos” de fe
profunda y personal.
Spener invitaba a los predicadores a dejar su tono académico y polémico, pues
el propósito de la predicación no era mostrar la sabiduría del predicador, sino
llamar a todos los fieles a la obediencia a la Palabra de Dios.
En todo esto no había ataque alguno a la doctrina de la iglesia, hacia la cual
Spener mostraba gran respeto y con la cual afirmaba estar de acuerdo. Pero sí
había un intento de colocar esa doctrina en su justo lugar, de tal modo que no
viniera a ser el centro de la fe. El propósito del dogma no es servir de sustituto a la
fe viva y personal. Es cierto que el error en cuestiones de dogmas puede tener
funestas consecuencias para la vida cristiana; pero también es cierto que quien se
queda en el dogma no ha penetrado al centro del cristianismo, y confunde la
envoltura con la sustancia.
Lo que Spener proponía era nada menos que una nueva reforma, o al menos
que se completara la que había comenzado en el siglo XVI, y había quedado
interrumpida en medio de las luchas doctrinales. Pronto algunos de entre sus
seguidores empezaron a ver en él a un nuevo Lutero. De todas partes de
Alemania le llegaban cartas agradeciéndole su inspiración y solicitando sus
consejos.
Los jefes de la ortodoxia luterana no veían con buenos ojos el movimiento que
Spener encabezaba.
Este parecía prestarles poca atención a las cuestiones doctrinales que tantas disputas
habían costado. Las doctrinas luteranas, y los grandes documentos confesionales, le
parecían útiles como modos de resumir las enseñanzas bíblicas; y lo mismo era
cierto con respecto a los escritos de Lutero, a quien Spener citaba frecuentemente.
Pero nada de esto podía ponerse al nivel de las Escrituras.
Aún más, éstas no debían leerse con la actitud fría y objetiva de quien lee un
documento jurídico, sino que era necesario leerlas con fe personal y bajo la
dirección del Espíritu Santo. Todo esto no era sino lo que el propio Lutero había
dicho.
Empero ahora la ortodoxia luterana veía en ello una negación de la autoridad del
gran Reformador, y por ello atacó vehementemente a Spener y sus seguidores.
Había, sin embargo, ciertos elementos en los que Spener iba más allá de lo que
había dicho Lutero.
El Reformador estaba tan preocupado por la doctrina de la justificación, que
le prestó poca atención a la santificación. En medio de sus luchas por la doctrina
de la justificación por la fe, Lutero había insistido en que lo importante no era la
pureza del creyente, o la clase de vida que llevara, sino la gracia de Dios, que
perdona al pecador.
Calvino y los reformados, al tiempo que concordaban con Lutero, señalaban
que el Dios que justifica es también el Dios que regenera y santifica al creyente,
y que por tanto hay un lugar importante para el proceso de santificación.
La santidad de vida no es lo que justifica al cristiano. Pero Dios sí le ofrece su
poder santificador al creyente a quien justifica. En este punto, Spener y los suyos
se acercaban más a Calvino que a Lutero.
El propio Spener había conocido en Estrasburgo y en Ginebra las doctrinas y
prácticas de la tradición reformada, y le parecía que el luteranismo necesitaba
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mayor énfasis en el proceso de la santificación. Esta era parte de la reforma que
ahora proponía, y por ello algunos de los teólogos luteranos lo acusaban de ser
un calvinista disfrazado de luterano.
Por último, conviene mencionar un aspecto de su doctrina en el que Spener se hizo
vulnerable a los ataques de sus contrincantes. Desesperado por las condiciones
reinantes en la vida de la iglesia, llegó a la conclusión de que las profecías del
Apocalipsis se estaban cumpliendo. Cada símbolo que aparece en ese libro le
parecía tener su contraparte en las cosas y acontecimientos de su época. El fin
estaba cercano. Como en tantas otras ocasiones en la historia de la iglesia, el curso
de los acontecimientos mostró que el profeta erraba en este punto, y por tanto
sus enemigos pudieron acusarle de errar también en otros. Pero en cierto sentido lo
que estaba en juego en toda esta controversia era la cuestión de si la fe cristiana
habría de servir sencillamente para sancionar la moral de la época, o si la vida
cristiana era algo distinto a la del común de las gentes.
La predicación ortodoxa, ocupada como estaba en cuestiones académicas y
detalles de doctrina, daba a entender que lo que Dios requería de los creyentes no
era sino una vida decente, según los patrones de la época.
El pietismo insistía en el contraste entre lo que la sociedad espera de sus
miembros y lo que Dios requiere de sus fieles. Para muchos, tanto laicos como
pastores, tal prédica era un reto incómodo.
Entre los muchos seguidores que Spener tuvo en toda Alemania, el más
distinguido fue Augusto Germán Francke. Este también se había criado en el
seno de una familia luterana de profunda devoción y buena posición económica.
Tras una breve visita, quedó tan prendado de él que a partir de entonces lo
trató de “padre mío”, y comenzó a utilizar sus conferencias en Leipzig para
divulgar y defender las propuestas de Spener.
Esas conferencias llegaron a ser las más populares en toda la ciudad, y pronto los
profesores de la Universidad comenzaron a quejarse de que los estudiantes
preferían ir a escuchar a Francke en lugar de dedicarse a estudios “más
serios” de teología dogmática.
Mientras tanto, a través de sus contactos con el gobierno de Brandemburgo, Spener
había logrado hacer de la Universidad de Halle un centro del movimiento pietista, y
a esa universidad Francke fue llamado a fines de 1691.
Poco antes, Francke había tenido una experiencia de conversión que él mismo
describe en los siguientes términos: De repente, Dios me oyó. Así como uno vuelve
la mano, todas mis dudas desaparecieron. En mi corazón tuve la seguridad de la
gracia de Dios en Jesucristo. Desde entonces pude llamar a Dios, no solamente
“Dios”, sino “Padre”. La tristeza y la angustia desaparecieron inmediatamente de
mi corazón. Y repentinamente me sobrecogió una ola de gozo, de tal modo que en
voz alta alabé y magnifiqué a Dios, quien me había mostrado tal gracia.
Esta descripción, y las de otros como Wesley, hicieron que después se pensara
que los pietistas insistían en la necesidad de una experiencia semejante. Pero lo
cierto es que tal no era el tema fundamental del movimiento.
Lo importante era una fe viva y personal, y no el modo o el momento en que se
había llegado a ella.
Las ideas de Francke eran semejantes a las de Spener, aunque nunca se dejó
llevar por las tendencias apocalípticas de éste último.
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Aún más que Spener, Francke subrayaba el gozo de la vida cristiana, que debía
convertirse en un canto al Señor.
La nueva reforma que debía tener lugar no consistiría en una serie de dogmas
rígidos, ni en legalismos morales, sino en una fe viva que, al tiempo que aceptara
los dogmas establecidos, los aplicara a la vida cotidiana y a todas las decisiones que
esa vida requiere. Para ello, era necesario que los cristianos invirtieran el tiempo y
los esfuerzos necesarios, es decir, la vida toda.
Hay que establecer una disciplina que incluya la lectura de la Palabra, tanto en
público como en privado, la participación frecuente en el sacramento de la
comunión, la oración, el examen de la propia vida, y el arrepentimiento
cotidiano.
El movimiento pietista pronto cautivó el interés y la dedicación de millares de
cristianos. Muchos de los teólogos lo atacaban repetidamente, acusándolo de ser en
extremo individualista, subjetivo, emotivo, y hasta herético. Pero a pesar de ello las
gentes seguían sumándosele, pues veían en él un retorno a la fe viva del Nuevo
Testamento y de los reformadores.
A la postre, y aun a pesar de la oposición de muchos círculos oficiales, el pietismo
se adentró de tal modo en el luteranismo, que dejó sobre éste un sello indeleble,
y le puso fin a la frialdad de la ortodoxia luterana.
COMIENZO DEL MOVIMIENTO MISIONERO PROTESTANTE. Pero el
pietismo tuvo otra consecuencia de gran importancia para la historia del
cristianismo: el comienzo del movimiento misionero protestante.
Los reformadores del siglo XVI no les habían prestado gran atención a las
misiones, pues estaban enfrascados en difíciles luchas en sus propias tierras.
Algunos hasta llegaron a decir que la comisión dada por Jesús de ir por todo el
mundo y predicar se aplicaba solamente a los apóstoles, y que la tarea de los
cristianos a partir de entonces consistía en permanecer en el lugar en que Dios los
había colocado.
Los primeros pietistas tampoco mostraron interés por las misiones. Pero sí se
preocupaban por las necesidades de las gentes en su derredor, fundando escuelas,
orfanatos y otras instituciones de servicio social.
Fue en 1705 que el Rey de Dinamarca, admirador de los pietistas, decidió
enviar unos misioneros a sus colonias en la India. En su propio país no encontró
gran interés en la empresa, y solicitó entonces que le fueran enviados dos de los
más prometedores discípulos de Francke en la Universidad de Halle. Estos dos,
Bartolomé Ziegenbalg y Enrique Plutschau, fundaron en 1706 la misión de
Tranquebar, en la India.
Sus cartas e informes fueron muy bien recibidos por los pietistas alemanes, quienes
los circularon. Pronto, bajo la dirección de Francke, la Universidad de Halle se
volvió un centro en el que se recaudaban fondos y se preparaba personal para
la obra misionera.
También se fundó en Copenhague, con el apoyo del Rey y bajo inspiración
pietista, una escuela de misiones que se interesó particularmente en Laponia y
Groenlandia.
El impacto de Spener y del pietismo se había hecho sentir en el joven Nicolás Luis,
conde de Zinzendorf, en cuyo bautismo Spener había servido de padrino.
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Desde niño, Zinzendorf mostró profundos sentimientos religiosos, y él mismo
decía, a diferencia de muchos otros pietistas, que, aunque recordaba varias
experiencias religiosas, nunca se había sentido apartado de Dios, y por tanto
ninguna de esas experiencias podría verdaderamente llamarse una conversión.
Cuando llegó la hora de hacer estudios superiores, sus guardianes, pietistas
convencidos, lo enviaron a la Universidad de Halle, donde estudió bajo Francke.
De allí pasó a la Universidad de Wittenberg, que era entonces uno de los
principales centros de la ortodoxia dogmática, y sus conflictos con varios
profesores y compañeros sirvieron para arraigar aún más sus convicciones pietistas.
Más tarde viajó por Europa y, a insistencia de su familia, estudió derecho. Después
se casó y entró al servicio de la corte de Dresden. Fue entonces que Zinzendorf
entró por primera vez en contacto con los moravos, quienes cambiarían el curso de
su vida.
El movimiento de Juan Huss y a la Unitas Fratrum o “Unidad de los
hermanos” llegó a hacerse fuerte en Moravia. Los desastres de la Guerra de los
Treinta Años y su secuela habían llevado a algunos de estos husitas moravos a
emigrar, y Zinzendorf les ofreció asilo en ciertas tierras que había comprado
recientemente. Allí se establecieron los moravos, y fundaron una comunidad
que llamaron Herrnhut (el redil del Señor), y que estaba destinada a jugar un
papel importantísimo en la historia de las misiones.
Zinzendorf se interesó tanto en aquella comunidad, que renunció a sus
responsabilidades en Dresden y se estableció en ella. Bajo su dirección, los
moravos decidieron hacerse parte de la parroquia luterana que les correspondía.
Pero siempre hubo tensiones, pues los luteranos no estaban dispuestos a aceptar en
su seno a aquella comunidad que Zinzendorf había vuelto un foco de pietismo.
ZINZENDORF Y LAS MISIONES. En 1731, en una visita a Copenhague,
Zinzendorf conoció a unos esquimales que se habían convertido gracias a la labor
del misionero luterano Hans Egede, y a partir de entonces su entusiasmo por la obra
misionera no tuvo límites. Pronto la comunidad de Herrnhut se contagió con el
mismo entusiasmo.
En 1732 partieron los primeros misioneros hacia el Caribe, donde se
establecieron primero en las Islas Vírgenes y después en la Guayana.
En 1735 un grupo de moravos partió para Georgia, en Norteamérica, para
evangelizar a los indios, y poco después otro contingente los siguió. Este segundo
grupo, sin embargo, acabó por establecerse en Pennsylvania. A la sazón,
Zinzendorf se hallaba desterrado a causa de sus conflictos con las autoridades
luteranas de Sajonia, y había ido a Norteamérica para ver lo que podía hacerse en
pro de los indios. Además, soñaba con extender las ideas y el estilo de vida de los
moravos a otros grupos religiosos.
Cuando el contingente moravo de Pennsylvania decidió establecer su propia
comunidad, Zinzendorf estaba presente, y en la Nochebuena de 1741 fundó la aldea
de Belén (Bethlehem). Esa comunidad, y las dos posteriores de Nazaret (también en
Pennsylvania) y Salem (en Carolina del Norte) fueron el centro del movimiento
moravo en Norteamérica.
Allí se estableció un estilo de vida semimonástico y semicomunitario. Pero
además esas comunidades se dedicaron a producir los recursos necesarios para
sostener la obra misionera entre los indios. Su obra entre ellos logró buenos
resultados, aunque parte fue destruida tras la independencia de los Estados Unidos,
a consecuencia de los desmanes y atropellos cometidos contra los indios por los
blancos (y por el gobierno de la nueva nación).
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No solamente en Norteamérica los moravos establecieron misiones, sino también
en Sudamérica, Africa e India. Pronto aquel movimiento, que al principio contaba
solamente con doscientos refugiados, tuvo más de cien misioneros en esas
regiones.
Mientras tanto, en 1747, se le permitió a Zinzendorf regresar a Sajonia, y al año
siguiente se hicieron las paces entre los luteranos y la comunidad de Herrnhut, que
fue reconocida como verdaderamente luterana.
Zinzendorf pasó algún tiempo más en Inglaterra, donde logró que el Parlamento
reconociera la legitimidad del movimiento moravo y de sus órdenes (el propio
Zinzendorf había sido hecho obispo de los moravos).
En 1755, regresó definitivamente a Herrnhut, donde murió en 1760. Poco
después, el movimiento moravo rompió definitivamente con los luteranos.
Aunque Zinzendorf deseaba que su movimiento permaneciera dentro de la iglesia
luterana, lo cierto era que tal deseo se había vuelto imposible desde que, en 1735, el
devoto conde aceptó el título de obispo, y fue consagrado como tal por quienes
continuaban la sucesión de la antigua Unitas Fratrum.
Aunque la Iglesia de los Moravos nunca contó con grandes multitudes, y pronto le
resultó imposible continuar sosteniendo un número muy elevado de misioneros, su
impacto en la historia del cristianismo protestante fue notable:
(1) Porque contribuyó al gran despertar misionero del siglo XIX
(2) Porque imprimió su sello sobre Juan Wesley y, a través de él, sobre el
metodismo.
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