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DIDÁCTICA DE LA LITERATURA
ESTRATEGIAS PARA LA ENSEÑANZA DELTEXTO
NARRATIVO
TRABAJO PRÁCTICO N° 5
Ilustración original de
Shepard del oso
Winnie de Puh (1928), escrito por Milne
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alumnos de grados elementales pensaban que los personajes eran parecidos a ellos, se
identificaban más con los personajes, lo que acrecentaba la sensación de suspenso.
Además, el placer proporcionado por el cuento estaba directamente relacionado con el
grado de identificación con el personaje, el suspenso y lo satisfactorio del desenlace.
Otras evidencias sugieren que cuando aparecen tempos poco familiares las
inferencias del lector aumentan, y que los temas más estrechamente cercanos a los
conocimientos y experiencias previas de los alumnos producen respuestas analíticas más
personales.
[...]
Si bien existe un considerable acuerdo en cuanto a la utilidad que tiene para los
chicos adquirir conocimientos sobre los elementos constitutivos del cuento, se discute
cuándo y cómo debe enseñárselos. Algunos descartan la idea de enseñar directamente
esos elementos a los alumnos, sosteniendo que los chicos los aprenderán naturalmente a
través de sus propias experiencias con los relatos. Dado que gran parte de la
investigación sobre el cuento ha utilizado la gramática textual y la estructura narrativa,
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el debate pedagógico está centrado en si los maestros deben enseñar directamente a los
chicos las partes del cuento que son definidas por las actuales gramáticas.
Entre los argumentos típicos en contra de la enseñanza de las partes del cuento a
los chicos figuran los siguientes: que el conocimiento sobre una particular organización
narrativa no ayudará a los chicos a entender los numerosos cuentos no canónicos con los
que se irán encontrando; que la mayoría de los chicos aprenderán las partes del cuento
por sí mismos; que no es necesariamente cierto que los chicos necesiten tener
conciencia de las partes del cuento; y que por esa vía se pone demasiado énfasis en una
sola dimensión del género cuento, dejando de lado el contenido y “arrancando el texto
del contexto”.
Entre los contra-argumentos figuran los siguientes: que dotar a los niños de un
conocimiento sobre las estructuras comunes del cuento los ayudará a entender y a
generar algunos, si no todos, los cuentos; que muchos chicos no aprehenden plenamente
por su cuenta las estructuras textuales; que algunos chicos, que no tienen un
conocimiento estructural tácito del cuento, pueden necesitar más enseñanza directa que
les haga consciente ese saber; y que el problema de colocar demasiado énfasis en una
sola dimensión de lo cuentístico puede superarse si los maestros destacan
simultáneamente otras dimensiones del cuento y la interrelación que hay entre ellas.
Si bien estas cuestiones no están resueltas, algunas investigaciones referidas a la
intervención del docente empiezan por sugerir que ciertos tipos de enseñanza apuntadas
a ampliar el saber sobre las características del cuento pueden ser efectivos.
Estructura. En los últimos años se han multiplicado las investigaciones sobre
una enseñanza que acreciente el saber infantil sobre la estructura del cuento con el fin
de facilitar la comprensión, la recordación y la producción de relatos propios. En
diversos informes se han demostrado los buenos resultados de diversas técnicas de
enseñanza (la mayoría aplicada con alumnos de grados elementales): formulación de
cuestionarios que aludan específicamente a las categorías de la gramática del cuento;
enseñanza directa a los niños de las partes del cuento, definiendo, demostrando y
ejemplificando las partes del cuento y sus relaciones; realización por parte de los
alumnos de ejercicios tales como distribuir en pilas partes de cuentos y reordenar
cuentos desordenados; llenado de diagramas de flujo, llamados con frecuencia mapas de
cuento para destacar la información importante de cada parte del relato identificada en
una gramática; y re-narración de cuentos por parte del alumno, utilizando una guía que
los ayude a identificar las partes importantes. [...]
Diversos estudios que emplearon esas técnicas demuestran que se producen
significativos efectos generales sobre el conocimiento de las estructuras narrativas y
sobre la comprensión y recordación de lo leído y lo narrado oralmente. Los estudios
informan también de efectos significativos sobre la percepción del encadenamiento que
hay entre determinadas categorías del cuento, sobre el conocimiento de las relaciones
causales, sobre la capacidad de inferir e integrar información cuando se ha olvidado
determinado contenido, y sobre la exactitud de la recordación.
Aunque muchos informes han sido positivos, algunos que se basaron en la
lectura o la audición no lo fueron y por lo menos uno referido a la escritura tampoco.
Diversos factores pueden haber pesado en esos resultados no significativos; por
ejemplo, es más difícil encontrar efectos significativos cuando el número de estudiantes
que se toma en un estudio es pequeño.
Otra explicación es que la efectividad de la enseñanza de estructuras cuentísticas
probablemente dependa del nivel de aprendizaje previo de los alumnos. Los alumnos
que tienen escaso conocimiento de la estructura narrativa probablemente se
beneficiarían más con la enseñanza que los que ya tienen un sentido bastante elaborado
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Enseñanza.
Se discute si los elementos del cuento deben ser enseñados, y cómo.
La enseñanza puede acrecentar el conocimiento que tienen los chicos de la
estructura del cuento, lo cual puede influir sobre la comprensión y la recordación y
también sobre la producción de composiciones.
CONCLUSIÓN
Los cuentos son una parte central de la vida de los niños, dentro y fuera de la
escuela. Cuanto más sepamos acerca de los cuentos y acerca del saber que los niños
tienen sobre ellos, mejor preparados estaremos para orientar los logros escolares y
personales de los chicos.
Mi interpretación de las investigaciones sobre el cuento precede al tratamiento
de diversas cuestiones que pueden ser significativas para los maestros. Primero, un
resumen de un conjunto de trabajos de investigación seleccionados sugiere que los
maestros podrían estar interesados en explorar modos de facilitar en sus alumnos el
desarrollo de un saber sobre los elementos del cuento. Es posible que por lo menos
algunos de los niños se beneficien con los esfuerzos de los docentes por facilitar su
comprensión de los elementos constitutivos del cuento.
Segundo, existen varios modos directos e indirectos de acrecentar el
conocimiento de los elementos del cuento en el aula. Un enfoque directo supondría que
el maestro hablara a los alumnos acerca de las partes del cuento y sus relaciones,
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definiéndolas para los chicos, y que luego los chicos las identificaran. Un enfoque
indirecto sería aquel en el cual el maestro lee un cuento a los chicos y luego les hace
preguntas destinadas a fijar la información de las categorías centrales del cuento. Las
preguntas podrían ser, por ejemplo, “¿Dónde se desarrolla el cuento?” o “¿Cómo
ocurrió?” Diversas investigaciones han sustentado todo tipo de métodos de
conocimiento estructural (si bien, también en esto, hay conclusiones contradictorias).
Hasta el momento, se han realizado escasos cotejos de esos métodos, así que ninguna
investigación sugiere la superioridad de un método sobre otro. Por el momento, la
elección de métodos por parte de los maestros deberá depender de su visión personal
sobre las bondades de cada uno de ellos.
Tercero, debemos ser sensibles a las variaciones culturales en las expectativas
sobre las características del cuento, especialmente las estructurales. Las minorías y los
alumnos que hablan otra lengua en su hogar pueden aportar a la clase una comprensión
diferente de la narrativa.
Cuarto, algunos investigadores creen que los lectores y oyentes pueden entender
y recordar más fácilmente el texto cuando éste coincide con las expectativas del lector o
del oyente o cuando involucra o suscita su interés. Aunque cuantitativamente pobre, la
investigación revela una creciente sensación de que los cuentos de los libros de lecturas
(especialmente de los destinados a niños pequeños) no conforman las expectativas
estructurales de los lectores, son limitados en la gama de contenidos (por ejemplo, de
conflictos), no ofrecen diversidad de puntos de vista y tienden a distancias a los lectores
de los textos por su escaso uso de la visión interna. Tales textos probablemente no
puedan comprometer al lector. Los editores deberían re-examinar los contenidos y
estructuras de los libros escolares, y los maestros podrían contribuir aportando a los
alumnos una especial orientación en la lectura de cuentos.
Los puntos quinto y sexto son, quizás, los más significativos. Los cuentos de los
he estado hablando caen dentro de una estrecha franja del universo posible de cuentos,
un universo incluido dentro del dominio general de la narrativa, la que a su vez
constituye una categoría discursiva. Creo que nuestra enseñanza debería reflejar todos
los universos discursivos posibles; la enseñanza sobre el cuento no debería excluir la
enseñanza de otros tipos de discurso.
Finalmente, los cuentos pueden ser caracterizados desde varias dimensiones: la
estructura, el contenido, el estilo, la fuerza/afecto y la transmisión, aunque la mayor
parte de la investigación sobre el cuento ha girado sobre la dimensión estructural. Como
dice Spiro*: “los trabajos de la tradición teórico-esquemática se ha centrado en la
estructura del saber que debe analizarse, antes que en la textura que debe sentirse”. Si
bien las investigaciones sobre la estructura han hecho un aporte considerable a la
comprensión del cuento y del saber sobre el cuento, hacen falta muchas más
investigaciones sobre otras dimensiones y, especialmente, sobre las interacciones entre
las distintas dimensiones. Se han dado pasos interesantes hacia la exploración de
aspectos no estructurales tales como la fuerza y los afectos. Entre tanto, mientras
hacemos el intento de tender puentes entre el mundo de la investigación y el de la
práctica, deberíamos ser especialmente cuidadosos en enseñar a los chicos a ver la
estructura como sólo uno de los diversos aspectos del texto y, en el plano significante, a
ver la estructura no como un elemento aislado sino como un modo de producir
significación, un modo que guarda una profunda relación con las otras facetas del texto.
EL ESQUEMA NARRATIVO
"Un texto narrativo debe poseer como referentes como mínimo, un suceso o una
acción que cumpla con el criterio de interés. Si se convencionaliza este criterio, se
obtiene una primera categoría de superestructura para los textos narrativos, la
complicación. Aquí se trata de una superestructura dado que el suceso discutido
posiblemente pueda ser descrito en un fragmento más largo (raras veces en una oración)
del texto; si hacemos referencia a ello podemos formar una o más macroproposiciones.
Es decir que existe una parte del texto, de la macroestructura cuya función específica
consiste en expresar una complicación en una secuencia de acciones.
Mientras que esta complicación puede ser un suceso en el que no intervienen
personas, como un terremoto o una tormenta, el principio anterior requerirá que a lo
largo del texto se vean implicadas algunas personas en su reacción ante el suceso. En
términos generales, esta reacción podría ostentar en carácter de una "dilución" de la
complicación. Por eso la categoría narrativa tradicional correspondiente es la
resolución. Por lo demás, una resolución puede ser positiva o negativa: nuestra reacción
ante otra acción u otro suceso puede tener éxito o fracasar, por lo que la narración puede
acabar bien o mal.
Con estas dos categorías de complicación y resolución ya disponemos del núcleo
narrativo de un texto cotidiano. Llamaremos suceso a este núcleo conjunto.
Cada suceso tiene lugar en una situación determinada, en un lugar determinado, a
una hora determinada y en determinadas circunstancias. Denominaremos marco a la
parte del texto narrativo que especifica estas circunstancias. El marco y el suceso juntos
forman algo que podemos llamar episodio. Surge de suyo que dentro del mismo marco
pueden darse varios sucesos. En otras palabras: la categoría suceso es recursiva. Lo
mismo vale para el episodio: los sucesos pueden tener lugar en sitios diferentes. Esta
serie de episodios se llama trama del texto narrativo.
Si bien hemos introducido ahora las categorías narrativas superestructurales que
constituyen la parte más importante de un texto narrativo, existen otras categorías que
aparecen en las narraciones cotidianas. La mayoría de los narradores no sólo reproducen
los sucesos, sino que también aportan su reacción mental, su opinión, su valoración (por
ej: que tenían miedo, estaban asustados o impresionados por los sucesos). Esta categoría
se denomina generalmente evaluación. Junto con la trama, la evaluación forma la
verdadera historia, empleada aquí como término técnico. Obsérvese que la evaluación
en sí no pertenece a la trama, sino que se trata de una reacción del narrador frente a la
misma.
Finalmente, muchos textos poseen un anuncio y un epílogo, que son de
naturaleza más bien pragmática que semántica, por lo que se refieren a las acciones
actuales o futuras del hablante/narrador y/o del oyente. Un ejemplo típico de esta
categoría de epílogo lo aporta la fábula, en la que al final se extrae una "lección", o una
conclusión, la moraleja, en cierto sentido una conclusión práctica: ¿qué se
tendría/tendrá que hacer o no en el futuro si se tienen presentes los sucesos de la
historia?"
(Van Dijk, Teun: La ciencia del texto. Bs.As. Paidós Comunicación, 1978.)
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Narración
Historia Moraleja
Trama Evaluación
Episodio + Ep…
Marco Suceso
Complicación Resolución
OTRAS PROPUESTAS
SEMIÓTICA (Greimas) Labov y Waletzky
Narración: cambio de estado Narración: constituida por
Actantes: categorías:
Sujeto-Objeto
Destinador-Destinatario Orientación
Ayudante-Oponente Complicación
Héroe: Pasa por tres pruebas: Resolución
Prueba calificante Evaluación
Prueba decisiva Coda
Prueba glorificante
ESTRATEGIAS DISCURSIVAS
Las estrategias son procesos flexibles orientados a una meta, que operan en
varios niveles al mismo tiempo y que interactúan entre sí en distintos momentos del
procesamiento.
Se asocian para el logro de un objetivo de manera rápida, eficiente y de mínimo
esfuerzo.
Son acciones humanas realizadas en una situación de comunicación y orientadas
por un propósito consciente y controlado. Permiten:
-combinar procedimientos
-procesar información de arriba abajo y viceversa
-inferir conclusiones a partir de premisas, hipótesis o predicciones.
El lector las utiliza para asignarle al texto un significado comunicacionalmente
relevante para poder guardarlo en la memoria..
Para ello es necesario saber: 1) ¿qué y cómo fue dicho?
2) ¿quién lo dijo? ¿por qué? ¿cuándo? ¿dónde?
¿de qué manera?.
Por lo tanto las estrategias deben: a) construir un texto base que responda a las
preguntas 1
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1-El lector parte de las pistas o instrucciones textuales que le indican qué y cómo
procesar
2-A partir de esas pistas realiza inferencias para completarlas y establecer la coherencia
a nivel local (microestructural) o global (macroestructural).
3-Reconoce una manera de estructurar las oraciones guiada hacia determinada
representación semántica.
Por lo tanto debe usar:
ESTRATEGIAS LÉXICAS: identifican y representan el significado de cada palabra.
ESTRATEGIAS PROPOSICIONALES: descubren la función de la palabra y su relación
con la oración.
ESTRATEGIAS MICROESTRUCTURALES: relacionan cada oración con la anterior y la
posterior, establecen la coherencia local.
ESTRATEGIAS MACROESTRUCTURALES: resumen la información y distinguen la
idea princpial (macroestructura semántica) y el acto e habla (macroestructura
pragmática).
ESTRATEGIAS SUPERESTRUCTURALES: reconocen la organización global del texto
y el orden en que se presenta la información.
ESTRATEGIAS PARA CONSTRUIR EL MODELO DE SITUACIÓN
Este modelo también suele ser llamado referente, mundo posible, hecho, modelo
mental, condiciones de producción.
El lector forma e incluye tres modelos contextuales:
ESQUEMA SITUACIONAL: intención comunicativa de los usuarios.
MODELO ENCICLOPÉDICO: responde a la pregunta acerca de qué es el texto, cómo
se relacionan en el mundo real los referentes extralingüísticos.
MODELO DISCURSIVO: responde a la pregunta ¿cómo es el texto? (la respuesta
pertenece a la retórica: registro, estilo, género, relación con otros textos leídos, etc.).
4- Utilizando el siguiente texto y teniendo en cuenta el modelo de comprensión lectora,
realice una guía que le permita, a partir de su resolución, controlar la comprensión
alcanzada por un alumno de tercer ciclo.
El Sargento
No sólo era Sargento por el rango, también lo llamaban el sargento, algún día tendría
las jinetas de Suboficial, pero para los que lo conocían y lo querían siempre será el
sargento.
Lo que voy a relatar, me lo contó esta misma mañana apenas el sol estaba apareciendo
sobre el río.
---Anoche salí del campamento— me dijo —volví por el General, la pucha, no podía
fallarle.
---¿Y pa’donde fue mi sargento? —le pregunté muy asombrado, porque teníamos orden
de no salir bajo ninguna circunstancia.
---Sentate que te cuento — nos sentamos junto a la higuera, y empezó a contarme —
ayer a la tardecita después de comer, me iba al cuartel a tirarme un rato en el catre,
cuando escuché que me gritaron ¡Sargento!, miré de entre ojo, aunque la voz me pareció
familiar y no le erré, era el General, la pucha, no me alcanzaban las patitas para
ponerme en firme y cuadrarme. Me respondió el saludo, me ordenó descanso y me dijo
que lo acompañara a su despacho.
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---¿De seguro—pregunté sin pensar-- que el General quería que le hiciera algún
mandadito en la noche, mi sargento?.
---No sea sotreta soldado, ¿cómo le va a pedir el General a un Sargento que le haga un
mandadito, o no sabe que para eso tiene al ordenanza?.
--- Sí, tiene razón mi sargento, ¿Y pa’ que lo llamó?
---Cuando entramos, cerró la puerta y me dijo que mañana, posiblemente desembarcaría
el enemigo en la costa. Lo mismo que le anuncié anoche en la formación a Ud. y a toda
la tropa. Me contó que ya se lo había comunicado a la oficialidad, pero que quería que
yo personalmente se lo dijera a los soldados.
---¿Y por qué no mandó un oficial, pa’ tan tremenda noticita?
---Porque el General además de ser un soldado de la patria, es un padre para todos
nosotros. Me dijo que sabía cuanto me apreciaba la tropa y que para la mayoría, sino
para todos, éste sería su bautismo de fuego, por eso me pidió que les hablara yo, porque
iba a saber elegir las palabras correctas.
---Y tenía razón mi sargento, si no nos hubiera hablado usted anoche, como lo hizo, le
juro que del julepe me hacía desertor. Y después ¿qué pasó, mi sargento?.
---Cuando terminé de hablar con la tropa me fui para el catre. La pucha que empecé a
transpirar. Soy Sargento porque estoy antes que ustedes en el ejército, pero nunca maté
un cristiano, ni estuve tan cerca de la muerte como lo estamos ahora, para mí también
hoy va a ser un bautismo de fuego y anoche me dí cuenta que temblaba como marica,
así que junté mis cosas, me fui para el establo, ensillé el pingo y salí del campamento.
---¿Se estaba haciendo desertor mi sargento?—pregunté asustado y me cubrí esperando
un sablazo en la cabeza. Sin embargo, como con vergüenza, me contestó:
---Sí soldado, al principio sí, pero después pensé en el General, que él iba a estar con
nosotros en la batalla, pensé en la tropa y pensé en vos, soldado, todos iban a estar
peleando por la patria, por mi patria. Así que no podía fallarle a mi General ni a ustedes.
Le pegué un tirón a las riendas y rumbié para lo de Doña Eulogia que está de acá, a unas
cinco leguas para el norte. La pobre vieja estaba durmiendo, pero lo mismo me tiró las
cartas.
---¿Y pa’ qué se hizo tirar las cartas mi sargento?.
---¿Y para qué te crees?, para saber si me pasan a degüello o si sigo vivito y coleando.
---¿Y qué le dijo la Eulogia, mi sargento, de seguro que ni le tocan un pelo los gringos
sucios?.
--- Mejor que eso, soldado y póngase contento, porque me dijo que vamos a ganar la
batalla y también que mis obras y mis palabras se iban a escribir en los libros.
---¿En los libros?¿y qué quiso decir con eso, mi sargento?.
---¿Qué, no se dá cuenta, sotretón?, me quiso decir que iba a vivir un montón de años
más, o si no, ¿cómo cree que me voy a hacer tan famoso como para estar en un libro si
ahora apenas sé leer y escribir?.
Y eso fue lo último que me contó mi sargento, porque enseguida escuchamos el clarín y
salimos corriendo para la formación. Todo pasó tan rápido. El General gritó ¡a la carga¡,
¡a la carga mis valientes¡. Corrimos como el viento pero no eran los caballos los que nos
tiraban para adelante, era el corazón que se nos quería piantar del pecho. Y entre el
ruido de los cañonazos y los sablazos, escuché que mi sargento me gritó con
desesperación:
---¡¡Baigorria!!–porque ese es mi nombre—¡¡metele fierro al gringo que me lo matan al
General, metele fierro¡¡.
Mientras le hundía el sable al gringo hasta la empuñadura, vi como el Sargento se tiró
del pingo y corrió a socorrer al General, a quién la monta se le había caído encima; llegó
a tiempo y de un tirón lo liberó. Pero yo no pude... no pude llegar. La bayoneta gringa le
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FIN
LA LITERATURA EN LA E.G.B.3
Ifigenia tenía el cabello rubio como el trigo y unos ojos más azules que el lago de
Constanza.
Caminaba descalza a la orilla del agua.
Era pálida y leve.
Parecía hecha de aire.
El Emperador Carlomagno la vio y se enamoró de ella.
Él era ya un hombre viejo y ella, apenas una muchacha. Pero el Emperador se enamoró
perdidamente y olvidó pronto sus deberes de soberano.
Los nobles de la corte estaban muy preocupados porque nada interesaba ya a
Carlomagno.
Ni dinero.
Ni caza.
Ni guerra.
Ni batallas.
Sólo la muchacha.
A pesar del amor, Ifigenia murió una tarde de abril llena de pájaros.
Los nobles de la corte respiraron aliviados.
Por fin el emperador se ocuparía de su hacienda, de su guerra y de sus batallas.
Pero nada de eso ocurrió, porque el amor de Carlomagno no había muerto.
Hizo llevar a su habitación el cadáver embalsamado de la muchacha.
No quería separarse de él.
Asustado por esta macabra pasión, el Arzobispo del imperio sospechó un encantamiento
y fue a revisar el cadáver.
Muerta, Ifigenia era tan hermosa como cuando caminaba descalza junto al lago de
Constanza.
La revisó de pies a cabeza.
Bajo la lengua dura y helada, encontró un anillo con una piedra azul.
El azul de aquella piedra le trajo recuerdos del lago y del mar distante.
5- Usted, ¿elegiría este cuento para trabajar la literatura en E.G.B. 3?, fundamente de
acuerdo a su criterio literario y al modelo de comprensión lectora. Puesta en común,
debate.
que ocultamos nuestra relación con la infancia. Al menos los infantil es hoy
problemático.
Pero ¿qué es lo infantil?
Hoy todo el mundo habla de la infancia. Sabemos, sin embargo, que durante
muchísimos años la cultura occidental se desentendió de los chicos (tal vez, sugieren los
historiadores, porque los chicos se morían como moscas y no valía la pena el esfuerzo
de detener la mirada en ellos), y que tardíamente, en el siglo XVIII muy especialmente,
se empezó a hablar de la infancia.
Hasta entonces habría sido insólito que a un escritor se le hubiese ocurrido
escribir para los chicos. Los chicos recibían, en forma indiscriminada, los mensajes que
se cruzaban entre los grandes (entre esos mensajes estaban esos cuentos “sanguinarios,
truculentos y feroces”, de los que hablaba nuestra cita, posiblemente mucho más
sanguinarios, truculentos y feroces de lo que llegarían a ser luego, cuando se
convirtieran en tradicionalmente infantiles). Es de imaginar que esos mensajes que se
cruzaban entre adultos eran en parte incomprensibles y en parte apasionantes, como
siempre es para los chicos todo lo que pertenece al mundo de los grandes.
Hay que admitir que, si bien los grandes tardaron en “descubrir” a los chicos, en
cuanto lo hicieron no cesaron de interesarse en ellos, y de la indiscriminación se pasó a
una especialización cada vez mayor: una habitación para los chicos (la nursery), la
industria del juguete, el jardín de infantes, muebles diminutos, ropa apropiada, la
literatura deliberada, en fin, “lo infantil”.
Con el tiempo se fue sabiendo más y más de los chicos: su evolución, sus etapas,
sus necesidades, su Psicología...Fue la época de oro de los pedagogos.
Casi todos ellos compartían la opinión generalizada de que, si la literatura era
infantil, tenía que adaptarse –como la ropa, como los jueguetes, como el mobiliario- a
los parámetros ya establecidos.
A esa época perteneció la condena, primero por mentirosos y por supersticiosos,
después por crueles y por inmorales, de los cuentos tradicionales, de los cuentos de
hadas, ogros y brujas. La fantasía de esos cuentos no era controlable y debía ser
desterrada del mundo infantil.
Los ogros, las brujas y las hadas europeos pasaron a la clandestinidad, pero
sobrevivieron a pesar de todo: se refugiaron en las clases populares, de donde habían
salido, y en las ediciones de mala calidad y sin pie de imprenta que se vendían por
pocos centavos en los mercados.
En América, en otro coto de colonización tan interesante como la infancia,
simultáneamente, la vigorosa imaginería indígena –en elq ue no había el menor asomo
de especialización infantil- era arrinconada doblemente, por insensata, por desatada, y
por americana, y sólo sobrevivía en algunos bolsones, muchas veces mezclada con la
imaginería popular europea que traían los colonizadores.
Entretanto, la sensatez y el control avanzaban. Era la época de los juguetes
didácticos y también de una literatura que a mí me gusta llamar “de corral”: dentro de la
infancia (la “dorada infancia” solía llamarse al corral), todo; fuera de la infancia, nada.
Al niño, sometido y protegido a la vez, se lo llamaba “cristal puro” y “rosa inmaculada”
y se consideraba que el deber del adulto era a la vez protegerlo para que no se quebrase
y regarlo para que floreciese.
Con el tiempo se elaboraron reglas muy claras de cómo tenía que ser un cuento
para niños. En pocas palabras, tenía que ser sencillo y absolutamente comprensible
(había incluso una pauta que fijaba el porcentaje de vocabulario desconocido que se
podía tolerar), tenía que estar dirigido claramente a cierta edad y responder a los
intereses rigurosamente establecidos para ella. No podía incluir la crueldad ni la muerte
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y hablaba, por primera vez en un texto para chicos, de los desaparecidos, la crítica de
los sectores más reaccionarios de la educación se centraron en que ésos no eran temas
para tratar con chicos. Para muchos no estaba mal hablar de derechos humanos, por
ejemplo, siempre y cuando uno se mantuviese en el terreno del deber ser; uno podía
enumerarlos y decir que había que respetarlos pero de ninguna manera relatar sus
violaciones.
Esa cuidadosa desrealización de la realidad es la que campea en nuestros libros
de historia, que se convierten en galerías de héroes, villanos y fechas patrias, es decir en
una auténtica deshitorización de la historia.
En síntesis, el manejo de la pareja realidad/fantasía le permite al adulto ejercer
un tranquilo y seguro poder sobre los niños. Con esas dos riendas, los adultos –no
porque sí sino seguramente por motivos muy profundos, por viejas tristezas y viejas
frustraciones, tal vez tratando de proteger la propia infancia de toda mirada indiscreta-
podemos mantener a los chicos en el corral dorado de la infancia.
El corral protege del lobo, ya se sabe; pero también encierra.
Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos controladores, la fantasía
descontrolada – la que se atreve a todo, la que se vuelve fácilmente sensual o sangrienta
y cruel- como la realidad se cuela dentro del corral. Están, en los juegos de los chicos –
donde uno vive, muere o se salva fantásticamente pero con intensidad muy real-, están
en los disparates, en las retahílas (siempre me acuerdo de una que jugábamos cuando
era chica para elegir quién era mancha: “Bichito colorado mató a su mujer con un
cuchillito de punta alfiler. Le sacó las tripas las puso a vender: ¡a veinte a veinte las
tripas de mi mu-jer!”), en los viejos cuentos (en los que creo que se refugiaron los
chicos por falta de fantasías nuevas) y también en algunos libros que burlaron la
vigilancia de los pedagogos y circularon con sus locas fantasías y sus intensas
realidades por todas partes. Tal vez el ejemplo más interesante de todos de cómo la
literatura puede a veces burlar la vigilancia sea, en Europa, el de Lewis Carrolñ, que era
un párroco inglés tan serio, tan culto, tan puntilloso y respetable que nadie pudo
reprocharle esos cuentos absolutamente inclasificables que escribió, entroncados en el
mejor disparate infantil, en el sin sentido más cruel y despiadado, y que arrastran con
ellos una fantasía tan vigorosa que no podían sino hacer que las convenciones
victorianas se tambalearan como un castillo de naipes. Lo de Carroll era literatura,
mucho más que infantil, por eso burló la vigilancia.
El siglo XX, postfreudiano y postpiagetiano, parece dar vuelta el prolijo tablero
de los pedagogos del siglo XIX. Por lo pronto se le devuelve a la fantasía la estima
oficial.
Para eso hizo falta que el psicoanálisis demostrara que no todo está bajo control,
que se ocupara de los sueños y reivindicara su estrechísima vinculación con la vigilia.
Fantasía y realidad estaban de pronto más cerca que nunca.
Hizo falta también que los educadores rescataran al juego como constructor de
lo real. Hizo falta un Piaget que centrara el desarrollo de la inteligencia en esa actividad
que, en una de sus formas más conspicuas, giraba precisamente en torno de la fantasía.
El juego simbólico, en que el niño “jugaba a ser” y “jugaba a hacer” evocando
ausencias, era central para el desarrollo del símbolo, del pensamiento y, por lo tanto,
para la adaptación inteligente y creadora a la realidad. La fantasía no era, entonces, tan
evasora de lo real como parecía. Era la dimensión libre y poderosa de la relación entre
el hombre y su entorno. En el juego el niño compensaba carencias, liquidaba conflictos,
anticipaba situaciones y, en general, purgaba temores.
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porque, de todos modos, los monstruos y las verdades se colaban, entraban y salían.
Ahora hay señales claras de que el corral se tambalea, de que los grandes y los chicos se
mezclan indefectiblemente. Ya nadie cree que los chicos vivan en un mundo de
ensoñaciones, es más: todos comprenden que son testigos y actores sensibles de la
realidad. Tampoco quedan muchos ya que no admitan que los adultos –incluidos los
sensatos y prudentes pedagogos- son sensibles, extraordinariamente sensible a la
fantasía.
Uno de los problemas que afecta a la actual literatura infantil y juvenil es, según
Colomer, el debilitamiento de la dimensión metafórica y simbólica de las obras, la
pérdida de peso de la palabra y la escasa fuerza de las imágenes evocadas, a favor de
otros elementos como la intriga argumental, la identificación del mundo creado con el
del lector y el desplazamiento de la experiencia estética hacia la parte ilustrada del libro.
Para paliar esto, la autora señala la necesidad de atender la dimensión evocadora y
connotativa del texto. Porque en una sociedad “de la imagen”, las imágenes formadas
por el lenguaje en nuestra mente continúan ofreciendo su cualidad más intrínsecamente
humana.
en el deseo de atraer a los lectores con textos que parecen de lectura muy simple y en la
evocación moralizadora de los libros dirigidos a los jóvenes.
EL TEXTO DEVORADO
los personajes, los problemas y el lenguaje son idénticos a los propios, el proceso de
proyección se tornará inmediato.
En el mismo sentido de “reflejo literal” parece que orientar moralmente a los
lectores se basa en la creencia de que la expresión directa y explícita de las situaciones
conflictivas y de las elecciones de los personajes sobre la conducta a seguir son más
efectivos que las formas indirectas e implícitas de modelación cultural propias de la
literatura.
En consecuencia, el texto literario se reduce con frecuencia a una máquina
productora de argumentos que se agotan en sí mismos o que se hallan al servicio de una
exposición de conceptos morales dirigidos a la inteligencia del lector a través del débil
revestimiento de la mediación del personaje.
LA IMPORTANCIA DE LAS IMÁGENES.
Pero ya hace mucho tiempo que sabemos que cualquier argumento puede
desembocar tanto en un relato deleznable como en una obra maestra. También Marc
Soriano advirtió que los estudios sobre estrategias de aprendizaje, publicidad o
discursos políticos muestran que “los niños y la mayor parte de los adultos no perciben
de un texto más que las imágenes que evoca, particularmente a través de sus
expresiones figuradas. Únicamente a partir e esas imágenes alcanzan, a menudo tras
largos recorridos, la abstracción y generalización de los conceptos”.
Y hace algunos meses la prensa daba noticia de la existencia de un programa
informático, bautizado como Brutus I, capaz de generar relatos literarios. Los
especialistas en inteligencia artificial llevan un cuarto de siglo diseñando programas
para escribir relatos, pero ésta es la primera vez que se ha intentado producirlos a través
de características literarias. Sus autores han seleccionado algunos elementos que les
parecen especialmente relevantes para que los textos sean apreciados como literatura
por parte de los lectores. El primero de ello consiste, precisamente, en dedicar grandes
esfuerzos a generar imágenes en la mente del lector. Según la noticia aparecida, “una de
las fuentes de inspiración de los creadores de este programa han sido las obras de Víctor
Hugo, un autor que pese a la relativa simplicidad de su estilo, logró que ningún lector de
Los Miserables haya podido olvidar la imagen física de las escenas que transcurren en
las cloacas parisinas”.
Ciertamente es difícil para la mayoría de nosotros recordar el argumento
completo de una obra al cabo de un cierto tiempo, por más que nos hayamos sentido
absolutamente arrastrados por ella durante la lectura. En cambio la atmósfera creada o el
tono de la narración se mantienen en forma mucho más estable en nuestra evocación. Y
sin duda, al recordar o hablar de la obras, partimos casi siempre de escenas y detalles
que nos impactaron especialmente.
La fuerza de las imágenes literarias su capacidad de evocación y connotación, es,
precisamente, lo que las incorpora al imaginario colectivo, de tal forma que mucha
gente puede recordar la figura bíblica de una zarza ardiendo sin consumirse, aunque no
pueda precisar en qué episodio de la Biblia aparece para hablar con quién fue escogida
como forma de aparición divina. La fuerza de las imágenes y escenas es lo que
reverbera en la mente humana a través de las generaciones y lo que hace que se
reutilicen y perpetúen los tópicos literarios de los elementos míticos más allá de su
engarce en relatos concretos.
Esta línea de transmisión continuó ofreciéndose a los niños y niñas a través del
folclore. El palacio de cristal. El castillo de Irás y No Volverás, la reducción a cenizas de
las que se alza triunfante el ave fénix o Cenicienta, las inquietantes posibilidades de los
espejos, los mundos dormidos o petrificados, las propiedades de los anillos, los lagos
del olvido, la magia del número siete y un larguísimo etcétera de poderosas imágenes y
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símbolos pueblan los sueños infantiles gracias a su conocimiento del folclore. Él les
permite disfrutar de las reelaboraciones y el eco de esos elementos en la cultura actual.
La intensidad del color rojo de Caperucita contra el fondo negro del bosque y del lobo
prolonga la encarnación de la inocencia en peligro, tanto en el abrigo rojo de la niña que
cruza el blanco y negro de La lista de Schindler como en la niña pisoteada de Mr. Hide,
una encarnación de la maldad, en la noche londinense de El misterio de Mr. Jeckill y
Mr. Hide.
Pero la literatura no sólo reelabora. La amplia difusión de los libros infantiles y
juveniles a lo largo de generaciones ha incorporado un largo número de escenas,
elementos e imágenes al imaginario social. Así, el País de Nunca Jamás de Barrie, la
sonrisa del gato de Cheshire, la conversación oída desde un barril de manzanas de
Stevenson, la transformación de un patito en cisne de Anderson o el descubrimiento de
una huella humana en la arena de la desierta isla de un náufrago de Defoe pertenecen
hoy al común de nuestra cultura.
Uno de los argumentos esgrimidos a favor de producir versiones de obras clásicas para
niños radica, justamente, en el interés de este tipo de elementos. Contra la idea de que el
espesor del lenguaje, la complejidad argumental o los niveles de elaboración del
significado de estas obras no pueden simplificarse para hacerlas accesibles a la lectura
infantil o adolescente, los partidarios de las adaptaciones han resaltado la permanencia
de escenas e imágenes de la obra original en sus traslaciones, defendiendo el beneficio
que reciben los lectores al descubrirlas allí. La posibilidad de incorporar estos elementos
a sus ensoñaciones o el conocimiento indeleble que de ellos alcanzan supondría así una
ventaja mayor que la de desplazarlos hacia una lectura futura, siempre hipotética, si se
atiende a la imposibilidad de que los niños y niñas reciban las obras con la complejidad
propia de su destinación adulta.
Y desde la perspectiva actual, no cabe duda de que la literatura infantil y juvenil
continúa ofreciendo obras con hallazgos importantes a este nivel. Una narración como
“Los hijos del vidriero”, de María Gripe, ofrece un conjunto de imágenes muy notable
en su elaboración alegórica de la Ciudad de Todos los Deseos. El deambular de los
niños protagonistas por los pasillos alfombrados hasta que sus imágenes desaparecen de
los espejos, los usos simbólicos de los objetos de cristal o arcilla, las escenas de
encuentro entre los niños y los señores que les adoptarán, el rapto en el carruaje negro,
etc., establecen un texto especialmente denso en su capacidad de impacto emocional y
simbólico más allá de la comprensión literal o de la traducción lógica de sus
significados.
O bien un álbum como El Guardián del olvido, de Joan Manuel Gisbert y Alfonso
Ruano, ofrece un texto a la altura de la evocación multiplicadora de sus bellas imágenes.
Y en otro álbum reciente Perro azul, podemos ver un ejemplo de cómo una historia
convencional aunque de resonancias folclóricas, cobra carácter a partir de un hallazgo
tan expresivo como afortunadamente inexplicado: la cualidad de azul del perro
potenciada por la intensidad plástica de la imagen que lo recrea.
En todos estos ejemplos nos hallamos ante imágenes que parten de un especial cuidado
respecto de la evocación a través del impacto e los sentidos. Es lo que el crítico literario
David Lodge llama fabricar “verdadero pan y verdadero vino antes de convertirlos en
símbolos”. Y argumenta: “si el pan y el vino son introducidos en la historia tan solo y
demasiado obviamente, por su significado simbólico, ello tenderá a sabotear la
credibilidad de la narración en tanto que acción humana”.
Lodge ejemplifica esta idea con el comentario de un fragmento de Mujeres enamoradas,
una obra de H. D Lawrence, publicada en 1921. el fragmento describe el esfuerzo de
dominar el terror de su cabalgadura ante el paso del tren, mientras la escena es
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contemplada por dos muchachas. Lodge. Lodge muestra cómo la descripción sirve para
simbolizar el choque entre la industria minera, impuesta al campo por el poder
masculino y la voluntad capitalista, por una parte, y la naturaleza representada por la
yegua, de otra. Al mismo tiempo, la perspectiva de una de las mujeres identificada con
la yegua, sirve para evocar un significado sexual de la escena a través de la fuerte
impresión causada por el dominio del jinete e incluso anticipa la relación que tendrá
lugar más adelante entre el jinete-propietario minero y la muchacha afectada. Y Lodge
señala al respecto: “Ese denso caldo de cultivo simbólico sería, sin embargo, mucho
menos eficaz si Lawrence no consiguiera al mismo tiempo que nos representáramos la
escena en todos sus vívidos, sensuales detalles. El feo ruido, el movimiento de los
vagones cuando el tren frena son registrados con una dicción y una sintaxis
onomatopéyicas: chocando más cerca y más cerca en aterradores, estridentes golpes,
seguida por una elocuente imagen de la yegua, elegante incluso bajo e efecto del pánico:
“La yegua abrió la boca y se alzó despacio, como si la izara un viento de terror””.
EL SILENCIO DE LA CRÍTICA Y LA ESCUELA
Por el contrario, nos hallamos con que la valoración crítica de las obras infantiles y
juveniles o el trabajo escolar sobre ellas, a través de fichas de lecturas, insisten una y
otra vez en destacar el argumento y los valores transmitidos por la descripción de los
sentimientos y conductas de los personajes.
Vista la repetición de los esquemas narrativos de los cuentos populares y la
ausencia de entidad psicológica de sus personajes, es evidente que éste no sería un buen
camino para analizar la literatura de tradición oral, por ejemplo. Sin embargo, la huella
de estos relatos en la imaginación infantil es innegable. Y si se tratara de trasladar al
lector los valores “en bruto”, como un simple reflejo mecánico tipo “valora la conducta”
o “qué harías tú si fueras el personaje”, sin duda estos cuentos nos llevarían
directamente a la astucia, la falta de compasión o los valores patriarcales. Éste es
precisamente el malentendido que alimenta la crítica ideológica ejercida por los
educadores sobre los cuentos populares, una crítica que los mantuvo bajo sospechas
durante décadas hasta que autores como el psicoanalista Bruno Bettelheim empezaron a
resaltar los valores de fondo transmitidos por las imágenes, escenas y símbolos de este
tipo de literatura.
Destacar el argumento, describir a los personajes y valorar sus conductas son
ejercicios atrayentes para los educadores. Son sencillos de corregir, ya que el
argumento, por ejemplo, puede objetivarse y los temas y valores favorecen el debate
moral, lo cual ofrece una ocasión muy propicia a la educación de los niños y niñas. No
por casualidad ésa es una de las grandes ventajas que los maestros ven en la presencia
de la literatura infantil y juvenil en la escuela, de tal manera que las lecturas
recomendadas en Secundario obedecen en gran parte al tema que tratan.
Por el contrario, fijarse en las imágenes nos lleva de lleno a enfrentar la
recepción de las obras en los lectores, un tema mucho menos cómodo por su
variabilidad. Atender a la recepción no forma parte de la tradición educativa de nuestra
área cultural –cuando sí que es un aspecto mucho más presente en la tradición
anglosajona, por ejemplo-. Parecidas dificultades hacen que la formación de imágenes
mentales sea también uno de los temas menos tratados por la investigación en lectura y
el resultado de todo ello es que la escuela no ha creado y difundido de forma suficiente
prácticas capaces de atender a esos aspectos.
Destacar la resonancia perceptiva de un texto o la creación de imágenes y
metáforas que contiene no es reducirlo a aspectos de superficie sino atender al placer de
la seducción que ha llevado al lector a apropiárselo y a entenderlo. Permitir que los
alumnos escojan las escenas e imágenes que les han impactado, dar tiempo y ocasión a
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● La vaguedad de lo incomprensible
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CONCLUSIÓN
Los problemas expuestos hasta aquí responden al deseo de señalar la necesidad
de atender a un aspecto del texto literario especialmente importante para la formación
de los lectores. La dimensión evocadora y connotativa del texto a partir de imágenes y
escenas configura de manera imborrable la experiencia literaria desde las primeras
edades y son la mejor garantía de una gratificación que provoca la continuidad de la
lectura. El debilitamiento que sufren en la producción y la escasa atención que reciben
en la valoración de los libros requieren de una acción compensadora: por una parte, el
ejercicio de una crítica que establezca jerarquías basadas en la calidad del corpus y no
en su accesibilidad lectora o en su oportunidad temática y, por otra, la ampliación y
diversificación de las rutinas escolares sobre comprensión y disfrute de las obras. En
definitiva, porque en “una sociedad de la imagen”, las imágenes formadas por el
lenguaje en nuestra mente continúan ofreciendo su cualidad más intrínsecamente
humana.
provocar nuevas reacciones en el lector, lo que de alguna manera muestra al sujeto que
intenta construir.
El final de los cuentos es un elemento decisivo en ambos sentidos: para otorgar
sentido a la narración y para provocar la reacción emotiva del lector (...)
La desviación de la norma se puede agrupar en tres grandes rubros:
1- Aceptación del conflicto: una nueva versión del final feliz.
Miranda es la protagonista de “Los amigos primero”. Es una niña que entra en la
adolescencia. Ello incluye a aprender nuevas cosas sobre el sexo y sobre las relaciones
entre hombres y mujeres. Relaciones de amistad y de atracción, pero también de temor y
acoso. El final feliz de esta historia no consiste en que los problemas de Miranda
desaparezcan sino en que dejen de sorprenderla y asustarla.
La incorporación de temas psicológicos en las historias juveniles ha comportado
la adopción generalizada de este tipo de finales. A lo largo de nuestro siglo el problema
ha dejado de ser la supervivencia material sino los conflictos interpersonales, por lo
tanto los cuentos dirigidos a niños y niñas, al igual que la literatura para adultos, han
puesto en primer plano los procesos interiores de sus personajes...
La extensión de la literatura infantil y juvenil hacia los temas psicológicos ha
venido acompañada, pues, de un nuevo propósito moral. Se trata ahora de mostrar a los
niños, niñas y adolescentes que el conflicto no se puede evitar, que forma parte de la
vida. En el fondo lo que se busca del joven lector es que aprenda cómo incrementar su
capacidad de enfrentar los conflictos, a través de la comunicación y el afecto, de la
comprensión y de la compensación.
2- El final abierto
Otra forma de terminar las obras es dejar sin atar los cabos de la narración. El
grado de apertura puede ser mayor o menor, pero debe afectar a aspectos sustanciales de
la obra para considerarlo como tal. Esta es la forma de desenlace más común entre los
escritores contemporáneos. Se debe a dos razones. Por una parte, a que el final abierto
resulta más adecuado para mostrar una visión más compleja de la realidad, donde la
mayoría de los conflictos no se solucionan de una vez por todas o no lo hacen de forma
completa. Por otra, a que con este tipo de desenlace se satisface la tendencia a motivar
el juego con el lector, una de las características literarias más vivas de la literatura
infantil actual.
Conviene aclarar que muchas obras del apartado anterior tienen un final abierto
en el sentido que nunca se sabe cómo puede terminar la aceptación del conflicto.
Es frecuente que los escritores actuales utilicen finales abiertos cuando tratan
temas sociales, por un lado, porque si el conflicto se ha situado en contextos muy
concretos o históricos, el final feliz podría resultar inverosímil; en segundo lugar porque
el propósito educativo implícito no es sólo que el lector conozca las situaciones injustas
descritas sino que adopte un compromiso moral hacia ellas...
Sin embargo los finales son más nítidamente abiertos cuando no se proponen
tratar cuestiones morales sino que se utilizan como juego literario. Las obras que se
basan en el humor y la imaginación suelen extender el juego con las expectativas del
lector hasta el final del cuento...A menudo este tipo de final de juego suele terminar con
la explicitación de las reglas de la narración, por ejemplo en “Historia medio al revés”,
Ana María Machado nos dice: “Hay muchos cuentos que terminan así. Pero este es el
comienzo del nuestro. Es decir, si hay que comenzar en algún lugar, muy bien puede ser
por ahí”...
En definitiva, la falta de una resolución clara de las expectativas narrativas
obliga al lector a conceder una atención prioritaria al goce de otros aspectos y niveles de
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significado. El final abierto puede suponer, pues, un toque de atención que fuerce al
lector a ir más allá de la curiosidad argumental...
3- El final negativo
Un final negativo que no suponga una sanción moral es, sin duda, la forma más
tajante de terminar una historia en la literatura infantil y juvenil. S i los finales abiertos
se relacionan con el aprendizaje de la ambigüedad...el desenlace negativo supone una
frustración impactante de las expectativas creadas. Una vulneración tal sólo puede
utilizarse si se pretende producir un fuerte efecto en el lector. Es decir, si pretende
provocar, o bien la risa, o bien la rabia y el llanto.
Estas opciones se producen casi exclusivamente en los dos extremos de la
literatura infantil y juvenil: en los álbumes para primeros lectores y en la novela juvenil.
En el primer caso, la ruptura de las expectativas supone siempre una salida de tono
humorístico, mientras que en el caso de la novela juvenil, por lo contrario, el final
negativo se halla casi siempre al servicio del impacto emotivo en obras sobre temas
“duros” de tipo social....
Ni bien ni mal, finales mezclados
La tendencia al juego y a la complicación estructural o moral, hace que los
finales utilicen a veces una mezcla de elementos de uno u otro tipo. Por ejemplo en “Las
brujas”, los protagonistas consiguen vencer a la convención de brujas inglesas y evitar
su maquinación contra los niños (final positivo), pero como contrapartida el
protagonista se convierte en ratón y le quedan pocos años de vida (final negativa), que
dedicará a luchar contra las brujas de otros países, aunque no sabemos si lo logrará
(final abierto).
(...)
Algunas veces es la búsqueda de la complicidad del lector la que provoca un
doble fina: el explicitado por el narrador y el advertido por el lector...
El final de los cuentos: un problema abierto.
(...)
La primer polémica que se advierte es la de hasta qué punto los finales abiertos y
negativos pueden ser entendidos o asimilados psicológicamente por niños y niñas.
La segunda, plantea que las obras realistas que acaban con la “aceptación del
conflicto”, presentan los problemas como si fueran directamente trasladables a la
realidad del lector. Parece que éste debiera tomar nota literal de cómo debiera
comportarse. La capacidad de manejar los conflictos en la vida real vendría así de la
imitación de las actuaciones de los personajes, de la percepción de “ejemplaridad”, de
su evolución psicológica. Quienes critican este tipo de finales actuales defienden que los
finales positivos tradicionales pueden ser educativos no por su verosimilitud respecto de
la realidad, sino por la vivencia positiva experimentada por niños y niñas a través de la
literatura...
Finalmente el debilitamiento del final en pro de una narración psicológica
panorámica o de un juego literario, puede causar problemas en el interés del lector y en
su aprendizaje narrativo. Simone (1988) denomina “historias en forma de cono” a un
texto en “el que todas las pista (o casi todas) diseminadas mientras se avanza en el
relato, contribuyen a orientar al oyente hacia una determinada clase de conclusiones o,
en algunos casos, hacia una sola conclusión específica”, mientras que llama “historias
en forma de cono truncado” a aquellas en las que falta la tensión hacia el desenlace:
“Los textos ricos en tensión son aquellos en los que es grande (pero no desalentadora)
la distancia entre la capacidad que el lector tiene de prever cómo va a terminar la
historia y el punto de la lectura en el que efectivamente se encuentra; en cambio, los
textos privados de tensión están hechos de tal manera que desde cualquier punto del
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texto o bien se puede entrever fácilmente el fin o, a la inversa, de tal manera que la
distancia entre el punto en que está el lector y el punto de previsión sea tan grande que
no pueda ser controlado”.