En lo que respecta a la genética de los microorganismos (o la genética microbiana) hay
que tener en cuenta que una de las características de ésta es el hecho de que los microorganismos se pueden estudiar de un modo fácil y rápido, esto es debido a que su distribución es generalmente muy amplia, su tamaño es microscópico, su ciclo vital es relativamente corto y muy simple en comparación con el de organismos más desarrollados y tienden tanto a vivir formando colonias como a generar una abundante descendencia. En lo que respecta a la genética, hay que destacar que un ciclo de vida simple asociado a una gran descendencia favorece el análisis génico del ADN de estos organismos, o lo que es lo mismo, gracias a esto podemos llevar a cabo un estudio detallado sobre mutaciones, expresión génica, variabilidad genotípica y fenotípica... Los microorganismos comprenden formas de vida procariotas (bacterias principalmente), formas eucariotas (como algas, hongos y protozoos) y hasta otro tipo de organismos, los virus. En común todos estos microorganismos tienen en común las características detalladas en el párrafo anterior, pero además cada una de ella presenta ciertas características únicas. La ciencia de la genética define y analiza la herencia de una amplia gama de funciones fisiológicas que constituyen las propiedades del organismo. La unidad básica de la herencia es el gen, un segmento de ácido desoxirribonucleico (DNA) que codifica en su secuencia de nucleótidos información para propiedades fisiológicas específicas. El método tradicional de la genética ha sido identificar los genes con base en su contribución al fenotipo, o las propiedades estructurales colectivas y fisiológicas de un organismo. Una propiedad fenotípica podría ser el color de los ojos en los seres humanos o la resistencia a los antibióticos en una bacteria, que por lo general se observan al nivel de cada organismo. La base química para la variación del fenotipo es un cambio en el genotipo o alteración en la secuencia de DNA, en un gen o en la organización de los genes.
En el decenio de 1930 se sugirió la participación del DNA como elemento fundamental de
la herencia en un experimento realizado por Frederick Griffith. En este experimento (fig. 7- 1) destruyó un Streptococcus pneumoniae virulento de tipo III-S (que poseía una cápsula), cuando se le inyectó a un ratón junto con neumococo vivo pero no virulento de tipo II-R (que carecía de cápsula), ocasionó una infección letal en la cual se recuperó el neumococo tipo III-S viable. La implicación fue que algunas entidades químicas transformaron la cepa viva, no virulenta a un fenotipo virulento. Un decenio más tarde, Avery, MacLeod y McCarty descubrieron que el DNA era el agente transformador. Este conocimiento constituye el fundamento de la biología molecular, tal como la conocemos hoy en día. Investigaciones subsiguientes con bacterias revelaron la presencia de enzimas de restricción, proteínas que desdoblan el DNA en sitios específicos, dando origen a fragmentos de restricción de DNA. Los plásmidos se identificaron como elementos genéticos pequeños que transportan genes y son capaces de replicación independiente en bacterias y levaduras. La introducción de un fragmento restrictivo de DNA en el interior de un plásmido permite la amplificación de dicho fragmento muchas veces. La amplificación de regiones específicas de DNA también puede lograrse con enzimas bacterianas utilizando la reacción en ca dena de la polimerasa (PCR, polymerase chain reaction), otro método basado en enzimas de amplificación de ácido nucleico. El DNA amplificado por estos medios y digerido con enzimas de restricción apropiadas puede insertarse en plásmidos. Los genes pueden colocarse bajo el control de promotores bacterianos de alta expresión, que codifican proteínas que se expresan en concentraciones elevadas. La genética bacteriana ha fomentado el desarrollo de la ingeniería genética tanto en células procariotas como eucariotas. Esta tecnología es causante del notable avance en el campo de la medicina que ha ocurrido hoy en día.