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Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación

Departamento de Formación pedagógica


Facultad de Historia, Geografía y Letras
Literatura General III

ROJO Y NEGRO
“Julián Sorel como
personaje romántico”

Integrantes:

Francisca Edwards

Bernardita Pacheco

Andrea Solís

Curso:

Segundo A
Fecha:
4 de noviembre del 2013

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“Julián Sorel como
personaje romántico”

Por Francisca Edwards,

Bernardita Pacheco y

Andrea Solís

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ÍNDICE

SUBTÍTULOS PÁGINAS

INTRODUCCIÓN ______________________________________________________ 4.

ROMANTICISMO FRANCÉS _____________________________________________ 5,6.

EL HOMBRE ROMÁNTICO ______________________________________________ 7,8.

BIOGRAFÍA DE JULIÁN SOREL __________________________________________ 9- 16.

CARACTERÍSTICAS DEL HOMBRE ROMÁNTICO EN JULIÁN SOREL _______ 17-20.

CONCLUSIÓN ________________________________________________________ 21.

BIBLIOGRAFÍA _________________________________________________________ 22.

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INTRODUCCIÓN

Julián Sorel es el protagonista de Rojo y Negro, novela publicada en la Francia del siglo
XIX cuyo autor es Henry Beyle, más conocido como Stendhal, quien nos muestra las peripecias de
un ambicioso joven de clase baja por lograr escalar en la sociedad francesa, pero, ¿es realmente eso
lo que nos muestra la obra? A través de nuestro trabajo pretendemos analizar las acciones del
protagonista donde nos daremos cuenta de la cercanía de Julián al hombre romántico.

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ROMANTICISMO FRANCÉS

El romanticismo es una corriente política y cultural originada en Alemania e Inglaterra del


siglo XVIII que se extiende por Europa, hacia España, Italia y Francia a lo largo, tanto de este siglo
como del siglo XIX.

Este movimiento se hace presente en las diferentes artes, tal como es la literatura y es en
este ámbito donde se dan ciertas características en particular que se darán a conocer a continuación.

Una de las características más importantes es como la expresión de las emociones y


sentimientos desplaza a la razón en lo que se refiere a la literatura. En siglos anteriores se había
establecido la razón como la única herramienta a través de la cual se podía tener acceso a la verdad
absoluta y la felicidad, el hombre romántico en cambio pone sus sentimientos ante todo ya que
piensa que no se puede llegar a la felicidad.

Es por lo mismo anteriormente mencionado que puede establecerse otra de las


características más importantes del romanticismo, la cual consta en un permanente sentimiento de
no plenitud, el hombre romántico no se siente a gusto en el mundo por lo cual busca constantemente
la libertad y la forma de cambiarlo, es además por esto que los héroes románticos son seres que
viven inmersos en un perpetuo sufrimiento.

Otra característica importante del romanticismo es la cercanía que se busca en este periodo
con la naturaleza, aspecto que también puede verse reflejado en la literatura, como se puede
apreciar, por ejemplo en obras como Rojo y Negro de Stendhal o Cumbres borrascosas de Emily
Brontë, la razón por la cual la naturaleza es considerada tan importante durante el romanticismo es
porque se considera que en esta existe el hombre natural, es decir, no corrupto, sin haber sido
maleado por las instituciones.

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Particularmente en Francia este período se hace presente posterior a la Revolución
Francesa, en la llamada Restauración, luego de que Napoleón Bonaparte fuera expulsado en 1814 y
que se caracteriza por el agudo régimen conservador y el restablecimiento de la iglesia católica
como el mayor poder político de la época, sin perder por completo durante los gobiernos de Luis
XIV y Carlos X algunas de las realidades promovidas durante la revolución como la monarquía
constitucional o el parlamento, entre otros.

A partir de lo anterior, es importante mencionar que, mientras que en Inglaterra el


romanticismo surge como forma de oposición frente al mundo industrial y burgués, en Francia, la
cual tenía una importante influencia clasicista y está algo menos industrializada que la
anteriormente nombrada Inglaterra, este se hace presente, precisamente como una reacción contra el
Clasicismo y Racionalismo provenientes de la Ilustración.

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BIOGRAFÍA DE JULIÁN SOREL

En la ciudad de Verrières, una de las más lindas del Franco Condado, en medio de la
restauración borbónica del siglo XIX, vive Julián Sorel. Hijo de un rústico carpintero y hermano de
unos no menos rústicos jóvenes es despreciado por su familia (y él la aborrecía a su vez) tanto por
su aspecto físico como por su inclinación hacia lo intelectual.

Físicamente es descrito como “un muchacho de dieciocho a diecinueve años, de


constitución débil, líneas irregulares, rasgos delicados y nariz aguileña. Sus grandes ojos negros
que, en momentos de tranquilidad, reflejaban inteligencia y fuego, aparecían animados en aquel
momento por un odio feroz. Sus cabellos, color castaño obscuro, invadían parte de su frente,
reduciendo considerablemente su anchura, circunstancia que daba a su fisonomía cierta expresión
siniestra, sobre todo en sus momentos de cólera. Su cuerpo esbelto y bien formado era indicación
de ligereza más que de vigor. Desde su niñez, su expresión extremadamente pensativa y su mucha
palidez hicieron creer a su padre que no viviría, o bien que, si vivía, sería una carga para la
familia (Stendhal, 1968)”.

A pesar de que su aspecto físico le granjeaba algún interés de las jóvenes del pueblo, en el
caso de los hombres del pueblo, así como de su familia, era mal visto, pues demostraba su poca
capacidad para el trabajo pesado. Es, por tanto, víctima del desprecio y la animadversión general.

Dotado de grandes cualidades para el estudio, desde hacía unos años, Julían era instruido
por el párroco del pueblo, el señor Chelan, quien le enseñaba teología. Aprendió de un viejo militar,
cirujano mayor, historia y latín (aunque su conocimiento de la primera se remitía a la campaña de
1796, en Italia), quien le legó al morir su cruz de la Legión de Honor, algún dinero y treinta a
cuarenta libros, entre los cuales había uno de Napoleón Bonaparte: Memorial de Santa Elena, el
cual fascina a Julián y que, junto a Confesiones de Rousseau y la colección de los Boletines del
Gran Ejército, completa su “Corán”.

Su sueño es convertirse en un hombre como Napoleón, por lo que su mayor deseo es ser
militar y piensa con melancolía en que en los tiempos del gran conquistador, su baja procedencia no
importaría nada, pues con su propio valor podría subir sin dificultad en la escala militar y haberse

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vuelto un general de Napoleón. Sin embargo, en su época ya no se puede, por lo que se da cuenta
que su mejor opción es ser sacerdote e ir subiendo en los grados eclesiástico hasta llegar al lugar de
poder que sueña, como lo dice en la obra: “Hoy, en cambio, se encuentran sacerdotes que, a los
cuarenta años de edad, disfrutan rentas de cien mil francos, es decir, rentas tres veces mayores que
los sueldos que cobraban los generales de división de Napoleón. Esos señores, que son dueños de
rentas tan exorbitantes, necesitan auxiliares que les secunden. Tenemos aquí un juez de paz que,
después de ser durante muchos años modelo de rectitud y de honradez, se cubre de ignominia ante
el temor de incurrir en el desagrado de un curita de treinta años. Luego conviene ser cura”
(Stendhal, 1968).

Como se observa y se nos dice claramente en la obra, Julián posee una ambición sin límites
y su mayor anhelo es ser parte de la elite del país, junto con poseer una buena renta (la cual es,
según la reflexión del narrador, la causa de su ambición: “un joven pobre, que no conocería la
ambición si no poseyera un corazón delicado que ansía disfrutar de algunos de los goces que
proporciona el dinero” (Stendhal, 1968)) la cual le obliga a ser un hipócrita, dadas las
circunstancias que lo rodean. Por ejemplo, para ganarse la benevolencia del cura del pueblo, de
quien él creía dependía su porvenir, gracias a su memoria prodigiosa, se aprende todo el nuevo
testamento y la obra de De Maistre Del Papa en latín de memoria, a pesar de no creer ni una coma
de lo que dicen ambos libros.

Gracias a él, consigue su primer empleo: como instructor de latín de los hijos del alcalde de
Verrières, Monsieur de Rênal.

Al llegar a la casa del alcalde, que es la mansión más espléndida del lugar, se siente
terriblemente asustado y temeroso de entrar al imponente hogar. Se vuelve mortalmente pálido y
llega a ponerse a llorar por su falta de fuerzas para entrar. En ese momento tan difícil, tiene el
primer encuentro con el gran amor de su vida: la señora Luisa de Rênal, una mujer hermosa, tímida
pero vivaz, graciosa e ingenua. En su primer encuentro, ambos caracteres se ven enfrentados en su
más verdadero ser: Julián es visto por ella como un niño dulce y tímido (al extremo de no querer
tocar la campanilla para entrar) y ella es vista como una mujer atenta, dulce y graciosa. Ambos se
sienten atraídos por la belleza del otro.

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El joven fue acogido en la casa de la familia, era un buen preceptor y sacudió algo el
aburrimiento de la rutina del hogar. A pesar de esto, Julián detestaba a la familia y el mundo en el
que se desenvolvían: “Inspirábale odio, horror, la familia en cuyo seno había sido admitido,
siquiera fuese en el lugar más humilde, circunstancia que, tal vez explique su odio y su horror.
Algunas veces, pocas, en banquetes de gran aparato, le costó un trabajo inmenso contener dentro
de su pecho el odio que encendía lo que le rodeaba” (Stendhal, 1968). Incluso odiaba a la señora de
Rênal, pues su belleza podía llegar a inspirarle un amor que lo distrajera y perjudicara en su camino
de ascenso al éxito.

Poco a poco, la señora de la casa anida en su corazón una preferencia por Julián que se va
acercando al amor. Dotada con un corazón muy sensible, se enternece de la pobreza del joven y de
su orgullo por no querer descubrirla, descubre en él, además, un alma más cercana a la suya, no
como la del resto de los hombres que la rodeaban, cuya rudeza y mal llamada virilidad la asustaban.
Comienza a pasear y gastar su tiempo y pensamiento en él. Finalmente, cuando descubre que su
doncella está enamorada de Julián y desea casarse con él, la profunda desesperación y angustia que
la embarga, la lleva a descubrirse a sí misma que está enamorada de Julián.

Por su parte, nuestro protagonista estaba, en un principio, mucho más concentrado en su


trabajo como instructor y su nuevo nivel de vida que de la señora Rênal, que entraba en sus
pensamientos cada cierto tiempo: “Era la vida de Julián una serie no interrumpida de
negociaciones que, no obstante su poca importancia, le preocupaban mucho más que la preferencia
decidida que ocupaba en el corazón de la señora de Rênal, y que habría podido ver con sólo abrir
los ojos” (Stendhal, 1968).

Pasaba casi todo su tiempo en su compañía y torturaba a su alma el no saber qué hablar con
ella, no podía llegar a hilvanar una frase en su presencia. Pasaban prácticamente mudos uno al lado
del otro. Llegada la primavera, se fue a una casa de campo toda la familia, incluido Julián. Allí,
mientras el señor trabajaba, se entretenían en pasear y cazar mariposas. Por fin, un tema común los

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unió: la caza de mariposas les permitió conversar fluidamente y a Julián dejar de torturarse por no
saber qué decir.

Un día, conversando animadamente, Julián posó inconscientemente su mano sobre la de la


señora, la cual la retiró inmediatamente. En ese momento, se convierte en obsesión de Julián el
lograr que la señora de Rênal acepte que sus manos se entrelacen: “La mano se retiró con brusca
celeridad, pero Julián pensó entonces que era deber ineludible suyo conseguir que aquella mano
no se retirase cuando sintiera el contacto de la suya. La idea de que tenía un deber que cumplir, y
de que correría el ridículo más espantoso si no lo cumplía, desterró al punto hasta la sombra de
placer de su corazón” (Stendhal, 1968).

El rasgo característico de Julián, que se observa durante toda la obra, es que para él cada
desafío de conquistar una meta lo obsesiona al punto de dejar de lado no solo el porqué busca
conseguirlo, sino que todo sentimiento y goce que le pueda proporcionar el viaje y la concreción de
su meta. Su mente fría y calculadora lo domina e impide disfrutar de lo que sea, todos quienes lo
rodean se vuelven enemigos: “-¿Tan cobarde soy, que tiemblo ante el primer enemigo con quien
voy a medir mis fuerzas?- se decía mentalmente” (Stendhal, 1968). y todo es un medio para
conseguir su fin. Finalmente, al conseguir su empeño, solo el placer de haberlo logrado es el que lo
inunda: “Sintió que en su alma penetraban oleadas de placer, no porque amase a la señora de
Rênal, que no cabía en su corazón sentimiento tan dulce, sino porque la realización de su empeño
había hecho cesar el suplicio atroz que le torturaba” (Stendhal, 1968).

Por otro lado, ya a esta altura, cabe mencionar la fuerza de las emociones que embargan a
Julián. Cada sentimiento que se despierta en él es de una potencia arrolladora, que domina por
completo su ser en el momento en que lo siente. Además del desprecio y odio que siente cuando se
ve en medio de esta aristocracia campesina y sus maneras, su ambición lo lleva a exagerar todo
pequeño acto que debe realizar en su trabajo como instructor y su relación con el párroco del lugar,
para continuar con su proyecto sacerdotal. Asimismo, su relación con el señor de Rênal es muy
tirante, mientras se encoleriza cada vez que es tratado como un criado, el señor, siempre creyendo
que le darán mejores ofertas que la suya a Julián, le va ofreciendo un mejor sueldo y condiciones,
para asegurar que se quede.

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Luego de conseguir que aceptase tomar su mano, se acercan cada vez más pasando
agradables tertulias tomados de la mano en la oscuridad. Así es como comienza el amor entre la
señora de Rênal y nuestro protagonista, este crece en intensidad, hasta que la señora se entrega a él.
Juntos viven este amor secreto y nuestro protagonista, con el tiempo, olvida su intención primera de
seducir a la señora por mera vanidad y empieza a amarla de verdad, a tal punto que Julián se ve, por
momentos, olvidado de sus ambiciones: “Julián dejó de acordarse de su negra ambición y de sus
proyectos atrevidos, tan difíciles de ejecutar. Por primera vez en su vida se dejó arrastrar por el
poder de la hermosura. Perdido en la atmósfera de ensueños vagos y dulces, completamente
extraños a su carácter, oprimía con dulzura aquella mano que le parecía el ideal de la belleza”
(Stendhal, 1968).

Por otro lado, sobre todo al comienzo, el amor de Julián con la señora de la casa se veía
empañado por una de las obsesiones más grandes de nuestro protagonista: su baja condición social,
la cual lo hace sentirse disminuido e indigno de ser amado por esta rica heredera: “Bruscamente
expiró la sonrisa de placer que jugueteaba por los labios del galán, quien no pudo menos de
recordar el rango que él ocupaba en sociedad con relación al de una rica y noble heredera”
(Stendhal, 1968).

Estando en estos temas ocupado, decide probar lo que puede conseguir del señor de Rênal y
le pide permiso para ir a ver a su amigo Fouqué. Mientas atraviesa la cordillera que lo separa de la
casa de su amigo, en medio de esas soledades e imbuido de la majestuosidad del lugar, descubre
una gruta sobre una de las montañas que debía atravesar. Completamente solo, se sienta escribir sus
pensamientos y se siente por primera vez en su vida libre: “La conciencia de su libertad bastó para
que se exaltara su alma, pues era tan grande su hipocresía, que ni en la casa de su mejor amigo se
consideraba libre. Nunca fue tan feliz como en aquellos instantes en que, apoyada sobre las manos
la cabeza, dejó volar sin freno su imaginación por el mundo de los ensueños y por las regiones de
la libertad” (Stendhal, 1968).

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Aquí el lector logra entender a Julián, un hombre que se siente imposibilitado de ser sí
mismo en la sociedad y para sobrevivir, debe recurrir a fingir todo el día ser otro para poder agradar
al resto, sobre todo a quienes tienen poder sobre él. Únicamente en completa soledad puede ser él
mismo.

Finalmente, llega un momento en que la doncella de la señora de Rênal, despechada porque


Julián no quiso casarse con ella, le cuenta a uno de los enemigos del señor de Rênal que el joven
tiene algo con la señora de la casa. Luego de algunas intrigas de ambos lados y de que toda la
ciudad esté llena rumores de amorío entre ambos, Julián se va de la casa de los señores de Rênal y,
con la ayuda del párroco Chélan, ingresa al seminario de Besançon.

Llegó al seminario muy temeroso: “Tan grandes eran el terror y la emoción de Julián, que
estaba a punto de caer desplomado” (Stendhal, 1968). Lo cual, de hecho, le sucede más adelante.
Se observa que de nuevo, como cuando se enfrentó por primera vez a entrar a la mansión de sus
antiguos patrones, lo superan el miedo y su profunda timidez.

Conoce al director del seminario, el padre Pirard, hombre enérgico y duro, jansenista, que
se da cuenta de la superioridad de Julián y la ambición que posee, por lo que se vuelve su protector.

Lo pasa muy mal en el seminario, sus compañeros son mayoritariamente hijos de


campesinos que prefieren asegurarse el pan y el techo recitando en latín que cavando la tierra y
Julián, más educado que ellos y que logra rápidos progresos en sus estudios, es un bicho raro,
nuevamente mirado con desprecio por sus pares, quienes lo llegan a llamar Martín Lutero.

Julián al principio no entiende las dinámicas que se dan dentro del seminario, en donde
demasiada inteligencia y estudio son vistas con alarma puesto que solo llevan al escrutinio personal
y, por ende, al protestantismo. Lo que importa, en cambio, es ver al seminarista entregado en cuerpo
y alma a la obediencia absoluta a los mandatos, sin importar realmente su comprensión: “A los ojos

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de la comunidad, adolecía del defecto gravísimo de pensar y de juzgar por sí mismo, cuando
debiera rendirse ciegamente a la autoridad y al ejemplo” (Stendhal, 1968).

Al descubrir su falta, se esforzó por lograr mostrar una apariencia profundamente religiosa
y dejar de lado todo lo que pudiera demostrar mundanalidad. Muy pocos progresos son los que
consigue, eran demasiados los detalles que demostraban sus faltas: los ojos, postura, forma de
comer, todo era examinado. La profunda diferencia entre él y los demás lo condenaba: “-¡Yo, que
tantas veces me he enorgullecido al ver que no era como los demás campesinos, hoy veo con dolor
que la diferencia engendra el odio!- se decía una mañana” (Stendhal, 1968).

Luego de haber servido a un sacerdote de la ciudad para una fiesta religiosa, el padre Pirard
lo asciende a suplente de la asignatura Sagradas Escrituras. Al nombrarlo, reconoce el aprecio que
siente por el joven y le declara que: “Tu carrera será penosa. Observo en ti algo que ofende al
vulgo, y ese algo será motivo de que te persigan la envidia y la calumnia. Sea el que sea el puesto
en que la Providencia tenga a bien colocarte, tus com- pañeros te odiarán, Y si fingen lo contrario,
será para venderte más sobre seguro Contra este contratiempo, no te cabe más que un remedio: a
nadie recurras más que a Dios, que te dio, para castigo de tu presunción, esa necesidad de ser
aborrecido.” (Stendhal, 1968). Gracias a su nuevo cargo, baja el odio que sus compañeros sienten
en contra de Julián.

El padre Pirard renuncia a su cargo y le entrega la carta de dimisión al obispo por medio de
Julián. Este último tiene una conversación muy amena con Julián y queda impresionado de su
capacidad y conocimiento de los clásicos, al final le regala las obras completas de Cornelio Tácito.
Al otro día, descubre, para su sorpresa, que todos saben sobre lo que ocurrió con el obispo y que
todos sus compañeros lo felicitan y adulan, en un instante acabo toda la burla y el desprecio, sin
embargo: “Diremos de paso que si las groserías e insolencias de sus camaradas habían hecho
sufrir mucho a Julián, sus bajas adulaciones le produjeron asco y ningún gusto” (Stendhal, 1968).

El padre Pirard, que era amigo del marqués de La Mole, le consigue un puesto de secretario
en su casa, ya que este necesitaba a alguien que le ayudase en sus negocios y finanzas. Julián, a

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pesar de no ser más que un criado de la familia, es observado de cerca por el señor de La Mole y,
percibiendo su talento y el buen trabajo que realiza, le entrega cada vez más responsabilidad sobre
sus negocios y le permite que se pueda acercar a esta elite social, la conosca y participe en ella.

El marqués de La Mole tiene con su esposa dos hijos: un varón, el conde Norberto y una
mujer: Matilde. Ella es el centro de la más selecta vida social parisina, es hermosa, inteligente,
aguda y que padece un aburrimiento atroz en la rutina de su vida. Del primer encuentro con ella se
puede obtener una descripción somera pero certera de su persona: “Del examen atento a que la
sometió dedujo que no había visto ojos tan hermosos como los suyos, pero les halló algo que
anunciaba gran frialdad de alma. Otra conclusión sentó Julián, y que fue la expresión de aquellos
ojos era la del fastidio que examina, pero sin olvidarse de la obligación en que está de parecer
imponente” (Stendhal, 1968).

Su relación con el marqués era cada día mejor, más aún cuando cayó enfermo de gota y
Julián lo acompañó diariamente en su dormitorio para resolver los asuntos financieron y distraerlo:
“-Si uno cobra cariño a un perrito faldero- se decía el marqués-, ¿por qué he de avergonzarme yo
de profesarlo a este curita? Es original...Le trato como a hijo... ¿dónde está la inconveniencia?
Este cariño, suponiendo que dure, me costará un brillante de quinientos luises el día que otorgue
testamento” (Stendhal, 1968).

Por la mañana, con su traje negro, hablaban y trabajaban en los negocios, por la tarde, el
marqués le pidió que se cambiara el traje por uno azul y, cuando se lo ponía hablaban de otras
cosas: “Por las noches, cuando Julián visitaba al marqués luciendo la levita azul, ni indirectamente
se hablaba jamás de negocios. Tanto halagaban el quebradizo amor propio de nuestro héroe las
bondades del marqués, que al fin cobró cierto cariño al amable viejo” (Stendhal, 1968).

En otros aspectos de la vida de Julián, Matilde comienza a interesarse en el joven


provinciano. Descubre en él un compañero de lecturas y se dio cuenta que era todo lo que no era su
círculo de amigos y pretendientes. Julián poseía inteligencia, orgullo, una ambición que le hacían a

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sus ojos mucho mejor que, por ejemplo, el hombre con quien su padre la quería casar, el conde de
Croisenois.

Descubre que ama a Julián y le envía una carta de amor, este, creyendo que es muy posible
que sea víctima de una jugarreta que planean hacerle Matilde y sus amigos, nuevamente, tal y como
le pasó cuando se propuso conquistar a la señora de Rênal, olvidó cualquier sentimiento que pudiera
albergar por la joven de La Mole y se preparó para enfrentar la posible burla. Solo, frente a la
posibilidad que fuera cierto, lo embargó el orgullo de ser escogido por la aristócrata joven por sobre
sus otros pretendientes de alta alcurnia: “¡Conque yo, pobre rústico, he merecido que me haga una
declaración de amor una dama de la alta aristocracia!- repuso sin poder contener el júbilo que le
embargaba.- Me cabe el orgullo de haber sabido mantener incólume la dignidad de mi carácter,
jamás le he dicho que la amaba” (Stendhal, 1968).

Cuando iba a reunirse con ella en su cuarto, a pesar de creer que era todo una mala broma,
solo el orgullo de que nadie lo pudiera tratar de cobarde lo hizo asistir y, si por alguna razón era
cierto el amor de Matilde, no podía tampoco desaprovechar la oportunidad, sin embargo: “aunque
la confesión sea humillante para nuestro protagonista: Julián tenía miedo. Como se había resuelto
ya a acudir a la pavorosa cita, se abandonaba sin avergonzarse a aquel sentimiento” (Stendhal,
1968). Al subir a su habitación y darse cuenta que no era una broma, no logró disfrutar de saberse
amado por la joven de La Mole, más que satisfecho en su ego: “El tuteo, despojado de los acentos
de ternura, no entusiasmaba a Julián, quien, con gran asombro suyo, no experimentaba sensación
deliciosa alguna. Para encontrarla, hubo de recurrir a la imaginación. Creyóse adorado por
aquella doncella altiva que jamás concedía alabanzas sin someterlas a restricciones, y, con este
raciocinio, consiguió procurarse ya que no otra cosa, la satisfacción de su amor propio” (Stendhal,
1968)

Matilde se siente culpable y se reprende a sí misma por dejarse dominar por un hombre: “El
aguijón del remordimiento penetró en su alma juntamente con la certidumbre de que Julián era ya
casi su dueño. La insigne locura que acababa de cometer la horrorizaba” (Stendhal, 1968). Por
esto, lo ignora y ataca cuando este osa acercarse a ella, rompiendo definitivamente todo lazo entre
ellos. Julián se desespera y este desprecio de la joven lo hace reconocer que la ama: “Su

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imaginación tuvo el cruel capricho de ofrecerle imágenes vivas de los incidentes de la famosa
noche (...) y el resultado fue que, la noche misma que siguió a la declaración de ruptura eterna,
Julián creyó volverse loco de dolor, al tener que confesarse a sí mismo que estaba enamorado de la
señorita de la Mole” (Stendhal, 1968).

Sus relaciones terminan totalmente y Julián sufre por Matilde hasta que un día se encuentra
con el conde de Altamira, con quien ya había simpatizado por la singularidad de pensamiento de
este. Ahogado por querer contar su pena, le describe la situación que vive con la hija del marqués y
este le da una serie de pasos a seguir, entre los que destaca el llevar un piadoso amor platónico con
alguna amiga de la joven, para hacerla perderse de celos. Julián los sigue y Matilde se reencanta con
él.

Estos amores tumultuosos entre ambos terminan con el embarazo de Matilde. Luego de que
le cuentan al marqués, Matilde se esfuerza por conseguir de su padre la ayuda necesaria para
casarse con Julián e irse a vivir con él, pues se niega a renunciar a su hijo y esposo. Finalmente el
marqués acepta darle a su yerno un cargo en el ejército como teniente de húsares de Estrasburgo y,
para favorecer a su hija, le entrega el título de señor de la Vernaye, inventando que Julián era un
hijo perdido de la Vernaye. Todo sale bien para el protagonista, sin embargo, una extraña
impasibilidad e indiferencia lo domina: “¿Qué explicación tenía la actitud severa de Julián, cuando
lo natural era que estuviese satisfecho? Matilde no se atrevía a preguntarle” (Stendhal, 1968).

Cuando por fin todo parecía salir bien para Julián, Matilde le dice que su padre canceló
todo, que recibió una carta de la señora de Rênal donde decía que Julián entró a trabajar a su casa, la
sedujo, se aprovechó de ella y fue dejando un torrente de dolor. El padre le quita todo lo que le
había dado y le ofrecía dinero para que se fuera lejos de su familia y no se lo volviese a ver. Cegado
por la cólera, parte a Verrières, compra un revólver y dispara en la iglesia contra la señora de Rênal.
Es apresado y cae en la cárcel.

Se declara culpable ante el juez sin intentar defenderse. Recibe muchas visitas: el párroco
Chélan, su padre, Fouqué, Matilde y, por fin, la señora de Rênal. Reflexiona sobre su vida y su

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próxima muerte. Por momentos el miedo a la muerte lo domina: “la muerte aparecía a sus ojos
como colocada a inmensa altura, y de consiguiente, como trago no tan fácil de apurar como antes
supuso” (Stendhal, 1968).

Luego, se conmovió por la visita de su amigo Fouqué: “Ya no supo ver Julián la
incorrección de lenguaje de Fouqué, ya no encontró a su amigo indigno de él: se arrojó con efusión
en sus brazos.” p 688. Renace en su corazón una verdadera culpa por lo que le hizo al marqués y a
su hija: “Más honrado y leal que nunca fue a medida que se avecinaba la hora de su muerte; no
sólo era para él manantial de remordimiento el marqués de la Mole, sino también su hija”.
(Stendhal, 1968).

Por otro lado, se da cuenta que su pasión por Matilde se enfría, ya no siente lo mismo por
ella, se cansa y aburre de su presencia y no le conmueven todos sus sacrificios: “-Es inconcebible-
se decía Julián, a raíz de haber salido Matilde de la prisión-, que una pasión tan viva, cuyo objeto
soy yo, me deje tan insensible... ¡Y hace dos meses la adoraba! Cierto que la proximidad de la
muerte suele producir el desprendimiento de las cosas de la tierra...” (Stendhal, 1968).

Sin embargo, mientras moría ese amor, renacía con toda su fuerza el amor por la señora de
Rênal, primero, creyendo que se trataba de culpa por haberle disparado, pero: “En realidad, lo que
le sucedía era que estaba furiosamente enamorado de la mujer que fue su primera amante. Cuando
le dejaban solo en su cárcel, cuando no temía ser interrumpido, experimentaba una sensación
especial de dicha anegándose en el dulce recuerdo de los días pasados en Verrières y en Vergy”
(Stendhal, 1968).

De Matilde, lo único que le preocupaba era su futuro hijo y que esta se pudiera casar con un
buen hombre, cuando fuera viuda. Le aconsejó que le entregara el niño a la señora de Rênal, quien
lo cuidaría. Pasa sus días en la cárcel en paz, disfrutando de la vida: “Me sorprende, lo confieso, no
haber aprendido a gozar de la vida hasta que se presentó ante mis ojos la muerte, anunciándome su
visita para un plazo muy próximo...” (Stendhal, 1968).

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A pesar del esfuerzo hecho por Matilde y por Fouqué, Julián es declarado culpable.

Luego de pasar a la sección de los condenados a muerte, reflexiona sobre Dios y una
posible otra vida. No confía en el Dios vengativo de los cristianos, pero espera que otro Dios, si es
que existe, le perdone sus malos actos y su ambición: “Pero si encontrase al Dios de Fenelón...
¡quién sabe si me diría « te será perdonado mucho porque has amado mucho... »! ¿Pero es que he
amado mucho? A nadie he amado tanto como a la señora de Rênal, y he querido asesinarla... En
esa circunstancia de mi vida, como en todas, desdeñé el mérito sencillo y modesto para correr tras
lo que brillaba...” (Stendhal, 1968).

Más adelante, reflexiona sobre sí mismo, reconociendo su profunda sensibilidad, la que lo


separa del resto de los hombres: “de la misma manera, no habrá ser humano que vea a Julián débil,
sencillamente porque no lo es. Pero tengo un corazón que se conmueve fácilmente; la frase más
sencilla, si es pronunciada con acentos de sinceridad, es bastante para emocionarme y hasta para
hacerme derramar lágrimas. ¡Cuántas veces se han reído de mí, por tener este defecto, los
corazones de piedra!” (Stendhal, 1968).

Para suplicarle que apele a la sentencia, lo visita la señora de Rênal, a quien Julián, ya
totalmente entregado al amor que siente por ella, le ruega perdón: “-¡Ah!- gritó, levantándose y
cayendo de rodillas-. ¿Eres tú o una visión de mis sentidos? ¿Te vuelvo a ver antes de morir?...
¡Pero perdón, señora! ¡Soy un asesino!” (Stendhal, 1968).

Apela a la sentencia para poder pasar sus últimos días con su amada. Esta debe irse y,
después de unos días de visitas, siente nuevamente miedo a la muerte, pero se contenta al saber que
nadie podrá saberlo con certeza. Reflexiona además de la falsa probidad de las gentes, quienes se
esconden bajo fachadas de decencia y de la mentira que implica la idea del derecho, el cual solo
impera porque existe la ley y el castigo. En cambio, en donde no hay ley, solo manda el más fuerte.

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Se da cuenta que la verdad no existe en el mundo, todos viven de la hipocresía y la
charlatanería, nadie, ni siquiera Napoleón fue verdadero: “-¡Amo la verdad!- se repetía- ¿Pero
dónde encontrarla? Yo no veo más que hipocresía, charlatanismo, hasta en los que llevan fama de
virtuosos... ¡Oh! ¡El hombre no puede fiarse del hombre!..” (Stendhal, 1968).

El deber ser también se cuestiona Julián, el cual fue lo que lo mantuvo de pie en el mundo,
para soportar la vida que llevaba: “no viví aislado en la tierra: me acompañaba la idea del deber...
del deber que me había impuesto con razón o sin ella... del deber, que era el árbol sólido contra
cuyo robusto tronco me apoyaba cuando rugía el huracán...” (Stendhal, 1968).

Vive sus últimos días, feliz con la señora de Rênal, se arrepiente de su infinita ambición
por no haberle permitido disfrutar y darle importancia a lo que valía en su vida: “cuando hubiera
podido ser dichoso, cuando paseábamos juntos por los bosques de Vergy, me dominaba una
ambición fogosa que arrastraba mi alma a regiones imaginarias. En vez de estrechar contra mi
pecho este brazo encantador que tan cerca de mis labios tenía, pensaba en mi porvenir, en los
combates que habría de reñir para amasarme una fortuna inmensa, colosal... ¡Oh! ¡Habría muerto
sin saber qué es dicha si tú no hubieses venido a acompañarme en este calabozo!” (Stendhal,
1968).

Después de tanto tiempo en el calabozo, al salir para su ejecución disfrutó profundamente


del bello sol que había, el cual le ayudó a que no le faltara el valor para morir: “Tuvo éste la suerte,
suerte triste, de que el día que le anunciaron que debía disponerse a morir brillaba un sol hermoso,
que influyó no poco en el valor del infeliz reo. Respirar el aire libre, contemplar el sol le produjo
una impresión de delicia inefable”. (Stendhal, 1968).

Por último, pidió a su amigo Fouqué que lo enterrara en aquella gruta en la montaña, en
donde se sentía seguro que podría descansar.

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CARACTERÍSTICAS DEL HOMBRE ROMÁNTICO EN JULIÁN SOREL

Las características románticas de Julián Sorel aparecen desde los inicios de la historia, pues
Stendhal parte narrando un cuadro donde describe física y psicológicamente a Julián como un ser
inapropiado para la vida que le tocó vivir, es decir, sin espacio vital. Como consecuencias de las
características de Julián es repudiado por su padre y hermanos.

“Tenía las mejillas enrojecidas y los ojos bajos. Era un chico joven de unos dieciocho o diecinueve
años, de apariencia débil, con unas facciones irregulares pero delicadas, y una nariz aguileña. Sus
grandes ojos negros en los momentos tranquilos, denunciaban reflexión y ardor…[] el pelo castaño
le salía desde muy abajo de la frente, lo que, en los momentos de cólera, le daba un aspecto
malévolo. De entre las innumerables variedades de fisonomía humanas, quizá no haya ninguna tan
lejos de la vulgaridad como esta. Su figura esbelta y bien formada denunciaba más agilidad que
vigor. (Stendhal, 1968)

Desde su primera juventud, su aspecto extremadamente pensativo y su gran palidez habían dado al
padre la impresión de que no viviría mucho y que, si lo hacía, sería una carga para su familia.
Despreciado de todos, en su casa, odiaba a su padre y a sus hermanos. En los juegos que jugaba en
la plaza pública siempre perdía”. (Stendhal, 1968)

Si bien es cierto, Julián desarrolla un carácter individualista propio del clasicismo, lo


desarrolla como un escudo frente a la realidad que vive, puesto que está solo en el mundo -
aborrecido por su familia- debe abrirse paso en una sociedad de elite, donde la hipocresía es pan de
cada día. Pero es en una cueva en el bosque, en medio de la naturaleza, elemento claramente
romántico, en donde Julián se deja ser él mismo, en donde vuelve a ser un niño, un ser frágil e
ingenuo, por lo tanto es en esa cueva donde se manifiesta el carácter individualista romántico que
apunta a una forma difusa en la que predominan el sentimiento y la emoción por sobre la razón, es
en esta cueva donde Julián vuelve la vista al pasado esplendoroso de Napoleón, personaje ídolo del
protagonista por sus ideales y porque en el tiempo de Napoleón cualquiera que tuviera valor podía
alcanzar la gloria, ideales liberales y revolucionarios propios del hombre romántico que
permanecen en Julián durante toda la obra, pero que se intensifican al final de la historia, en los

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últimos días de vida de Julián donde reflexiona de la falsa probidad de las gentes, quienes se
esconden bajo fachadas de decencia y de la mentira que implica la idea del derecho, el cual solo
impera porque existe la ley y el castigo. En cambio, en donde no hay ley, solo manda el más fuerte.
Se da cuenta que la verdad no existe en el mundo, todos viven de la hipocresía y la charlatanería,
nadie, ni siquiera Napoleón fue verdadero:

“-¡Amo la verdad!- se repetía- ¿Pero dónde encontrarla? Yo no veo más que hipocresía,
charlatanismo, hasta en los que llevan fama de virtuosos... ¡Oh! ¡El hombre no puede fiarse del
hombre!..” (Stendhal, 1968).

El amor como elemento mayormente presente en el romanticismo francés, también se presenta en


la vida de Julián, pues es este el que más le inspira. Julián tiene romances con dos mujeres, la señora de
Renal y Matilde de la Mole, a ambas cree amar en su momento pero al final de su vida se da cuenta que
amó siempre a la señora de Renal, pues es con ella con la que tiene un amor ideal, soñador, y
apasionado, es a la señora de Renal a la que tiene como máxima expresión de la sencillez, de la ternura y del
amor. Con Matilde se cree enamorado pero solo es una pasión que en la dificultad se enfría y extingue.

Finalmente Julián en la cárcel siente la vida con arrastre, porque nota la presencia de un infinito
irracional y misterioso en el mundo de emociones en que se sumerge. Se desengaña de sus idealizaciones que se
debían a su ambición y choca con la realidad en forma violenta, se da cuenta de que su existencia no tiene
espacio en la realidad que está inserto, pues no encaja debido a sus ideales y se deja morir. Estas crisis muchas
veces no provocaron actitudes de morbosa tristeza, sino que una huida de la imaginación hacia los periodos en que
fue más feliz y en los que fue él mismo.

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CONCLUSIÓN

Julián Sorel a lo largo de la historia se desenvuelve como un personaje romántico. Se mueve entre
dos mundos, el de las apariencias donde se crea convenientemente de acuerdo a la sociedad en la
que vive, y el de su pensamiento, donde se desatan todos sus ideales -liberales y revolucionarios-.

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Bibliografía

 Stendhal. (1968). Rojo y Negro . Rojo y Negro y La cartuja de Parma . Barcelona,


España: Ediciones Nauta.

 Vidal, O. (Octubre de 2013). Clases . Santiago, Chile .

 Vidal, O. (2013). Romanticismo. Romanticismo . Universidad Metropolitana de


Ciencias de la Educación .

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