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15 de mayo de 2015
P ARÍS.- Acerca de 1915, su año natal, Roland Barthes alguna vez escribió que fue
"un año anodino". Un "año perdido en medio de la guerra" y sin ningún hecho
memorable, le gustaba exagerar. "No hay nadie famoso que haya nacido o muerto ese
año; y, ya sea por penuria demográfica o mala suerte, nunca conozco a ningún
contemporáneo que haya nacido el mismo año que yo, como si, colmo de la paranoia,
fuera yo el único de mi edad."
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escribir (2006), los innumerables estudios críticos (a cargo de Philippe Roger, Susan
Sontag o Bernard Comment, entre muchos otros), la autoficción que el propio Barthes
ofreció en 1975 ( Roland Barthes por Roland Barthes, donde se encadenan decenas de
recuerdos fragmentarios, ordenados alfabéticamente por temas), y hasta los libros
donde Barthes aparece convertido en personaje literario, no únicamente los ya clásicos
Mujeres de Philippe Sollers (donde Barthes se llama Werth) y Los samuráis de Julia
Kristeva (donde se llama Bréhal), sino además ejemplos más recientes: desde El hombre
que mató a Roland Barthes, de Thomas Clerc, hasta El fin de la locura, de Jorge Volpi,
sin hablar de la categórica presencia de varios libros de Barthes (sobre todo de sus
Fragmentos de un discurso amoroso) en La trama nupcial, de Jeffrey Eugenides.
Para esto, Samoyault tuvo acceso a numeroso material inédito: casi toda la
correspondencia, la totalidad de los manuscritos y, sobre todo, el "fichero" personal de
Barthes, un archivo que éste inauguró en sus años de estudiante "como una reserva
bibliográfica y después lexicográfica -escribe la autora-, y que progresivamente se volvió
depositario de buena parte de su existencia". Michel Salzedo, hermano de Barthes
(medio hermano, en realidad: doce años menor que Roland, hijo de un hombre casado
que por un tiempo fue amante de la viuda Henriette Barthes), le abrió a Samoyault las
puertas del estudio de la calle Servandoni, en el mismo edificio donde la familia Barthes
se instaló por primera vez en el lejano 1939, y le permitió hojear y analizar las agendas
donde, sin interrupciones, desde 1960 hasta su muerte, Barthes fue apuntando las cosas
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Además de contar como nunca antes la vida de Barthes, el libro ofrece numerosas
perlas, entre ellas algunos pasajes más largos, luego abreviados, previstos para la
introducción original de El grado cero de la escritura. "La escritura clásica estalló y la
Literatura en su totalidad, desde Flaubert hasta nuestros días, se ha transformado en
una problemática del lenguaje", reza una frase que, en su versión previa, rescatada por
Samoyault, proseguía: "problemática irresuelta, desde luego, ya que la Historia siempre
se halla alienada y las conciencias, desgarradas: el aniquilamiento de las escrituras es
todavía imposible".
Muerte de Barthes
El accidente dista de ser fatal. Alguien reconoce a Barthes, tumbado en el suelo. Ha
sufrido numerosas fracturas, pero sigue lúcido. Cuando despierta, se encuentra en el
hospital Pitié-Salpêtrière. Su hermano y varios amigos lo acompañan. La agencia AFP
emite un comunicado: "El universitario, ensayista y crítico Roland Barthes, de sesenta y
cuatro años, sufrió un accidente de tránsito?". ¿Se minimiza un poco lo ocurrido para
evitar que se establezca un lazo entre el percance y el candidato Mitterrand? ¿La
camioneta es una especie de estocada final para alguien que, visto retrospectivamente,
se estaba "dejando morir" desde la muerte de su madre, a fines de 1977? La salud, en
cualquier caso, se complica en el hospital. "Los médicos -dice Samoyault- no hacen del
accidente de tránsito la causa inmediata del fallecimiento, directamente provocado por
complicaciones pulmonares."
Cuando ocurre todo esto, la futura biógrafa es una niña que va la escuela. Faltan casi
veinte años para que en 1999, a dos décadas de la muerte de Barthes, Samoyault
publique sus primeros libros: la ficción La Cour des adieux y el ensayo Excès du roman,
ambos con el apoyo de Maurice Nadeau, quien también fue en su momento una especie
de "padrino" para B arthes. Desde entonces, Samoyault se ha desempeñado como
docente universitaria, como traductora (de Joyce, entre otros), como novelista (
Météorologie du rêve, Les Indulgences, La Main negative, Bête de cirque) y como
autora de algunos ensayos, entre ellos La Montre cassée ( El reloj roto, 2004) donde
analiza la representación del tiempo en la literatura, el cine y las artes plásticas.
"No soy contemporánea de Roland Barthes -precisa Samoyault en las primeras páginas
de su biografía-. Tenía once años cuando murió y oí su nombre por primera vez tan solo
seis años más tarde, cuando en un curso de filosofía me animaron a leer El placer del
texto. Por lo tanto, no asistí a sus cursos y la mayoría de sus experiencias me resultan
desconocidas. Sin embargo, Roland Barthes es mi contemporáneo porque sé que le debo
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una manera de leer la literatura, los vínculos que suelo establecer entre crítica y verdad,
y la convicción de que el pensamiento procede de una escritura."
Vida de Barthes
El final de la niñez va de la mano de la mudanza a París, con nueve años de edad. "El
desplazamiento geográfico es también un desplazamiento sociológico -analiza
Samoyault-. Un corte con el medio social burgués y un ingreso más explícito en la
pobreza." Son los tiempos en que Roland sufre problemas de adaptación. Son también
los tiempos de sus primeras lecturas decisivas: Balzac, Proust, Mallarmé. La poesía, ante
todo, de Paul Valéry, un buen amigo de su abuela materna. La música de Beethoven y,
muy pronto, de su predilecto Schumann; la pasión por la música, una constante en su
vida, al extremo de que el último texto que completa antes de morir se titula "Piano-
souvenir". Los primeros proyectos de escritura, muy pronto dejados a un lado; entre
ellos, los bocetos para una novela social y una novela realista, una y otra inacabadas.
A los 19 años, una grave enfermedad pulmonar marca una suerte de crisis. Los primeros
amores oscilan entre la fascinación por un chico llamado Jacques y por una chica
llamada Mima. "Casi todas mis amistades con hombres empezaron con un amorío [...].
Inversamente, las raras veces en que amé a una mujer (por qué no confesar que, en el
fondo, eso ocurrió una sola vez), empezó por medio de lo que el mundo llama amistad",
le escribe en 1942 a su gran amigo Philippe Rebeyrol.
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sus cruces epistolares con Rebeyrol. Son meses de lectura obsesiva y firmes
descubrimientos: El idiota, de Dostoievski; Los cardos del Baragan, de Istrati; El
extranjero, de Camus.
Grado cero
En 1947 se topa con Maurice Nadeau, quien lo introduce en el mundillo intelectual, y
unos tres años después conoce al editor y escritor Jean Cayrol. Samoyault tilda a este
encuentro de "decisivo" por varias razones; entre ellas, porque proporciona a Barthes
nuevos lazos con la literatura que entonces se estaba escribiendo en Francia y, ante
todo, porque Cayrol lo llevará al sello Seuil, donde editará no únicamente El grado
cero... (libro que Raymond Queneau había rechazado en Gallimard), sino también todos
sus libros futuros.
Al primer libro le sigue, pocos meses después, un encargo en el que, así y todo, Barthes
logra dejar su marca de autor: un ensayo en torno a la obra del historiador Jules
Michelet (1798-1874) para la colección "Écrivains de toujours". Al publicar El grado
cero... y Michelet con tan pocos meses de diferencia, apunta Samouyault, Barthes
"presenta un perfil de no-especialista", lo que puede verse como una especie de
desventaja, pero al mismo tiempo está perfeccionando su método: el collage de
fragmentos (lo que suscita las reservas de quienes buscan tesis tradicionales), el uso de
"mayúsculas conceptuales" o de comillas para ciertos vocablos que quiere destacar o
relativizar y, principalmente, una crítica "temática" que equivale a un abordaje sesgado
y visual de la literatura.
Su Michelet suscita de todo menos indiferencia. Algunas voces se alzan hostiles o hasta
burlonas, pero también recibe apoyos públicos y privados. En su libro, Samoyault
reproduce una carta de Jean Starobinski ("no renuncie a la investigación temática", lo
anima) y otra de Gaston Bachelard, no exenta de mayúsculas: "En su caso, el Detalle se
vuelve Profundidad [...]. Los temas están tan bien elegidos que el relieve revela el
pensamiento íntimo. Usted hará con tranquilidad una gran obra. Se lo digo yo, también
con tranquilidad."
Entre 1954 y 1963, Barthes llega a publicar 80 artículos en 22 revistas distintas. Para
ello influye mucho la publicación en la revista Esprit, en octubre de 1952, de un texto
consagrado al "catch". Será la primera de sus muchas "mitologías" que analizan
elementos u objetos sociales de gran densidad simbólica mediante un método de lectura
donde lo ideológico no excluye lo poético y que se basa en un principio desmitificador.
Un método que, dicho de otra manera, denuncia esos momentos cuando -sintetiza
Samoyault- "el mito opera una conversión de lo cultural en lo natural".
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"En los años 1974-1975, cuando Sartre ya ha sufrido dos ataques y el segundo de ellos lo
ha dejado casi ciego, Barthes reconoce la influencia que éste tuvo en él", apunta
Samoyault, que también advierte entre ellos un dato biográfico en común: sus dos
padres, militares en la marina, murieron cuando el hijo tenía un año de edad. Al
principio, como había hecho con la figura de Gide, Barthes tiende a ocultar o difuminar
la influencia sartreana. Pero su interés por lo efímero o por la inestabilidad es un
innegable punto en común.
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ambiciones totalizantes del primero, se opone en el segundo una preferencia por las
formas breves y la fragmentación. Pero uno y otro han inventado una nueva forma de
ensayo, "a medio camino entre la novela y el tratado", por medio de una escritura que
"en vez de fijar el razonamiento, lo abre a un mundo tan vasto y tan utópico como el de
las novelas".
Nueva crítica
En su análisis del episodio en torno a Sobre Racine, Samoyault evalúa con objetividad
los argumentos de Picard y Barthes, reconoce que este último se ha dejado llevar por
cierta tendencia a las fórmulas o por "el gusto de las generalizaciones", revela que
Barthes se sentía "incómodo con los conflictos", y cuenta que lo que más afecta a su
biografiado es el hecho de que muchos medios que él suponía aliados (entre ellos, Le
Nouvel Observateur) avalaran a Picard. Son las insinuaciones de "impostura" lo que
más lo lastiman, "ya que el miedo a ser un impostor fue una constante en su vida".
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a la lectura.
Consagración y duelo
La consagración puede rastrearse en hechos como su ingreso en el Collège (ingreso por
el que lucha exitosamente Michel Foucault), la invitación a ser parte del jurado del
premio Médicis (a partir de 1973) o la generalización de palabras inventadas o
rescatadas por él: por ejemplo "biografema", que acabará en los diccionarios.
A su obra, que cada vez se ocupa más del cuerpo y de lo individual, se suman los
esclarecedores Fragmentos de un discurso amoroso (1977, otro de sus libros más
masivos: casi 100 mil ejemplares vendidos tras la salida) y las crónicas de viaje, que no
excluyen la reflexión: tanto el diario de su visita a China en 1974 (publicado
póstumamente, en 2009) como las observaciones sobre Japón recogidas en El imperio
de los signos. Lo que atrae a Barthes de los viajes no es tanto la experiencia turística
tradicional, sino los detalles: "La manera en que vive la gente, los objetos cotidianos, la
forma en que los cuerpos se desplazan en el espacio, los barrios populares y periféricos",
enumera Samoyault.
La pasión por Japón es amplia: estudia la caligrafía, se sumerge en los haikus, y hasta
toma los textos taoístas como modelo para su vínculo, como docente, con los alumnos.
En esos mismos años efectúa también una larga estadía en Marruecos: buena parte de la
experiencia aparece fragmentada en sus Incidentes, que Samoyault compara con
instantáneas fotográficas y también describe como "un momento en que lo real se
desrealiza generalizándose".
La muerte de Henriette Barthes, a los 84 años, marca el principio del fin y depara el que
acaso sea su libro más visceral, Diario de duelo, aunque el adjetivo parece algo impropio
para el autoanálisis hipersensible y casi clínico que destila. "Mi madre me hacía adulto,
no niño. Desaparecida ella, vuelvo a ser niño", reza un apunte al margen del Diario de
duelo, que Samoyault recupera y suma a esa especie de pesquisa o búsqueda de "algo
incompleto e inhallable".
"Los demás casi no perciben mi duelo", apunta Barthes en mayo de 1978. Pero se
equivoca llamativamente, como si fuera (al menos, por una vez) mal lector. "La muerte
de su madre -dice Samoyault- fue un hecho catastrófico". Tanto es así que saldrá
transformado: con ganas de escribir un novela, como revela la biografía; con el deseo de
escribir un texto acerca de la homosexualidad; con la tendencia a reflexionar más que
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Un pasaje de la sensible y lúcida evocación que publicó Patrick Mauriès hace ya dos
décadas enumera las "cosas perdidas" tras la muerte de Barthes: "un timbre de voz; un
cuerpo envarado; unos dedos cortos dando golpecitos a un cigarrillo...". El inventario no
excluye su "reticencia a imponer las ideas" en el intercambio diario, sus proyectos
inconclusos y la pena de no haber escrito nunca acerca de uno de los autores que más
contaban para él: Jean Genet. Pero están también las cosas que quedan tras la muerte
de Roland Barthes. Y este otro inventario es parte de lo que Samoyault ha logrado con
su libro.
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