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¿Cuál es su percepción sobre las fronteras invisibles?

Los barrios de Medellín son territorio de disputa. Cada barrio maneja su forma particular en
este acontecimiento global de la guerra; una guerra que no vive unos encuentros aislados en
cada zona comunal o zona barrial sino una única guerra que desarticula a la ciudadanía de
su común-unidad, mediante el dispositivo frontera, para facilitar el control de los cuerpos
que habitan en ella. Es una guerra por el proyecto de ciudad moderna que atraviesa a cada
persona de la ciudad, a cada organismo legal y/o criminal, por tanto, a cada cuerpo. Es por
ello que se puede inferir que el conflicto entre bandas en Medellín ha ayudado a realizar a
la ciudad en su guerra por el control, pues en cada acción del crimen organizado aparece la
el fantasma del sentido común, que no es más que el mito del Estado reproduciéndose.

El valle sueña hoy con su proyecto de ciudad prestadora de servicios, pero esta no siempre
se pensó así. Anteriormente, Medellín se había caracterizado por ser una ciudad industrial
dependiente de la fábrica textil, pero en las últimas décadas se ha impulsado, con el
desarrollo, un modelo ciudad empresarial, lo que ha obligado a las fábricas a desplazarse
hacia la periferia y a los barrios reformular sus planeaciones urbanísticas permitiendo el
emplazamiento de los procesos de gentrificación1. Esto ha traído variedad de disputas entre
los gobiernos y la ciudadanía, dado que muchos son los desplazados que se han tenido que
sacrificar por el desarrollo de la ciudad olímpica, por quererla llamar de algún modo. Sin
embargo, hay que analizar el panorama de realización del proyecto actual a luz de la
Guerra, pues lo que se ve a primera vista es que estos conflictos territoriales entre bandas
parecen ser un obstáculo para la construcción del proyecto de ciudad. Pero ocurre lo
contrario, es en estos conflictos en donde se garantiza su realización; aunque no se puede
negar que esta afirmación es un poco escandalosa. No obstante, hay que imaginarse al
crimen organizado, especialmente al paramilitar, como la mano excepcional del Estado,
como aquel órgano que se ha encargado de producir, o mejor dicho, reproducir la forma-
estatal allí en donde el leviatham mismo aparenta no estar.2 Es por eso que puede pensarse
que su aparente ausencia es todavía más una presencia: el órgano criminal en Medellín es
simulacro del soberano y es por eso que este puede negociar y empalmar relaciones con el

1
“La gentrificación es un proceso de transformación urbana que implica la revalorización de un barrio
históricamente excluido o pauperizado” toma de http://cartolabmed.blogspot.com/p/gentrificacion.html
2
¿Se hallará el origen de organizaciones criminales en el aparente abandono Estatal?
Gran monstruo de la soberanía, puesto que los dos hablan el mismo idioma, de aquí su
complicidad. Caso aparte es el de las milicias revolucionarias que se hallaban en los barrios
durante el siglo pasado y que, idealmente, más que reproducir buscaban sustituir el
contenido del aparato de Estado, pero esto no se pretende desarrollar aquí.

Considerar a las bandas criminales de Medellín como emulación del gran monstruo explica,
en gran parte, la forma en que se configuran las bandas, y, además, su forma de operar: el
control sobre un territorio; la regulación de los mercados, tanto el legal como el ilegal;
regulación de las personas que acceden al barrio, y hasta el simulacro de su fuerza policiva.
Por más que se intente distanciar las maneras de funcionar del Estado y las organizaciones
criminales no se puede dejar de apreciar en ambos entes su carácter mitológico: ambos son
ficciones que imponen un orden discursivo. Lo curioso aquí es que no exista, aún, una
autonomía con respecto al orden jurídico-moral del Estado, y que por el contrario se siga
respetando, de alguna manera, el pacto constitucional/moral.

Ahora, si se parte de esta visión estructural, se podría comprender un poco los conflictos
históricos en Medellín y ver cómo se dibujan en el mapa de la ciudad las llamadas fronteras
invisibles, aunque parezca irónico ver lo invisible. En principio puede decir que las
fronteras invisibles se definen por las delimitaciones territoriales materializadas por el
control de un cierto grupo armado, sea en una cuadra, barrio o comuna. Allí donde termina
el control de un grupo e inicia el de otro, es eso a lo que se suele llamar frontera invisible,
que aquí se identifica con un dispositivo de desarticulación ciudadana. ¿No es esto, acaso,
reforzar la desarticulación ciudadana impuesta por el orden discurso del Estado-Nación?
Esta fragmentación parece ser una de las escisiones fundamentales para el biocontrol del
sujeto-ciudadano-individuo.

Superficialmente estas delimitaciones se ven como lugares en donde la vida se pone en


riesgo, debido al conflicto territorial de las bandas. Es por esto que se puede llegar a sentir
un arraigo cuando se está en la zona de seguridad y desarraigo cuando se llega a cruzar un
campo desconocido, en donde no hay complicidad alguna y siempre se tiene presentimiento
de estar vigilado. Pero esta no es la única función que tiene, sino también la ser una
manifestación negada del mito estatal. Las fronteras invisibles son el espejo más próximo
en el que podría reconocer la operación estructural del Estado moderno y es, al mismo
tiempo, su constitución. Y sin embargo cabe la pregunta: ¿Será interés del sentido común
seguir generando comunidades encerradas en fronteras o será esto una deriva de su
producción? No todas las guerras terminan en fronteras.

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