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De manera inesperada, porque no estaba enfermo, Carlos Williams León, Carlín, murió

recientemente, a los pocos días de haber cumplido ochenta años. Para quienes lo conocíamos,
para quienes estábamos cerca de él, su abrupta desaparición aparece injusta, porque estaba
en la plenitud de sus facultades mentales, porque estaba cumpliendo compromisos como
arquitecto, investigador y docente y porque habiendo acumulado una rica experiencia
profesional, académica y humana, Carlín tenía aún mucho que decir y mucho que escribir.
Como arquitecto y urbanista y como arqueólogo. Porque en esas dos actividades fue brillante.

Yo lo conocí en la vieja Escuela de Ingenieros de la calle Espíritu Santo en el año 1942,


cursando el primer año. Ël venía de Chiclayo donde residía su familia y en donde había hecho
su educación escolar. Luego seguimos juntos los cuatro años de la sección arquitectura en
cuyas aulas creció nuestra amistad. Allí Carlín comenzó a distinguirse, no sólo por la calidad de
su rendimiento en los diseños de taller, sino por su actitud abierta a la cultura. También por su
buen humor, por ver siempre el lado bueno de las cosas. Fue en el viaje por el sur, rutina
obligada de los alumnos de cuarto año, que escribimos “al alimón” una carta a un periódico del
Cusco criticando la demanda de su director para que se implante en la ciudad un estrilo
neocusqueño obligatorio. Fue la primera tarea que hicimos juntos y el primer gesto de cariño y
respeto al patrimonio arquitectónico. Y quizás para Carlín fue el primer escrito en defensa de
los testimonios arqueológicos. Según López Soria fue , además. uno de los documentos
iniciales de la Agrupación Espacio.

Carlos Williams vivía en Barranco, alojado en la casa de la tía Anita, hermana de su padre. La
terraza, que daba a la bajada a los baños, era el centro de reunión de los amigos artistas de
Carlín, con quienes elaboró allí el manifiesto de la Agrupación Espacio, cuando Luis Miró
Quesada propuso su conformación. Su papel en este grupo que contribuyó a trabajar por la
modernidad en nuestras manifestaciones culturales de entonces fue pues significativo, al lado
de Samuel Pérez Barreto, Sebastián Salazar Bondy, Fernando de Szyszlo, Jorge Piqueras, Blanca
Varela, Celso Garrido y otros colegas entre ellos.

En el campo profesional de la arquitectura y el urbanismo, Carlos Williams ha actuado


eventualmente solo pero sobre todo en equipo. Tuve el privilegio de ser su socio desde el
primer momento, un tiempo, además, con José Polar, otro con Mario Bianco y después con
Oswaldo Núñez. De este modo diseñó edificios institucionales, conjuntos de vivienda, centros
universitarios, residencias particulares, urbanizaciones y otras obras, varias de ellas obtenidas
en los concursos que convocaba el Colegio de Arquitectos, entre las que se cuenta el Centro
Cívico ganado por el equipo que él integró.

Su actuación profesional lo hizo merecedor del Premio Bienal de Arquitectura Tecnoquímica


(1957) por el diseño de la Escuela Naval; del Premio Chavín (1961) otorgado por INC, por el
diseño de los edificios de la FAP en Piura y Chiclayo; y del primer Premio anual de arquitectura,
otorgado un año después por el Colegio de Arquitectos, que en el año 2000 lo nombró mimbro
honorario.
Por dos veces interrumpió su vida profesional en el Perú, una para seguir estudios en el MIT,
donde se graduó de Magíster en 1953, y otra para asesorar a la municipalidad de Asunción en
planificación urbana y regional. Su primer viaje se prolongó con una estada en la OEA,
Washington, como experto en Planeamiento y Vivienda y desde donde, además, editaba con el
arquitecto Luis Vera, un boletín de circulación continental sobre esos temas.

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