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La persistencia del racismo en Guatemala

Por Diario La Hora -29 junio, 2018

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Marta Casaús Arzú

Académica e investigadora

“El racismo ha muerto” era la consigna de muchos intelectuales en las décadas de 1960 y 1970.
Con ella se enarbolaba la falsa idea y la esperanza de que el racismo había dejado de existir como
un problema en las sociedades postmodernas y la creencia de que todo lo que quedaba de esa
etapa oscura de la sociedad eran unas actitudes discriminatorias o unos neorracismos que no
tenían un carácter racial sino cultural. Sin embargo, ya Taguieff nos advertía del peligro de
banalizar el fin del racismo o su mutación, atribuyéndolos a comportamientos de índole cultural y
no racial (1995: 152 y ss.). Wieviorka también señalaba lo que suponía un recrudecimiento del
racismo en las sociedades europeas, con su nueva focalización en el inmigrante, el islamista o en
determinados extranjeros; en otras palabras, en “el bárbaro”, es decir, en aquel que no habla
nuestra lengua, no practica nuestros usos y costumbres, no es asimilable a la sociedad occidental
porque tiene un comportamiento cruel e inhumano hacia el resto de sus congéneres (1995: 205-
223, 2009; 21).

La miopía de Occidente, al no distinguir el racismo como una corriente soterrada que se esconde
bajo comportamientos o actitudes “políticamente correctos”, no ha podido ver que este ha
permanecido latente en todas nuestras sociedades. El precepto falso de que se podía paliar con
multiculturalidad o interculturalidad nos ha llevado a enfrentarnos, de improviso y como quien
despierta de una pesadilla, con un racismo manifiesto y brutal, conducido y expresado por el
Estado y

los partidos políticos, cuya máxima expresión la tenemos en los Estados Unidos y su actual
administración.1

La complacencia de intelectuales, académicos, elites simbólicas, medios de comunicación y de los


ciudadanos nos hace reflexionar sobre la connivencia de algunos de ellos, como apunta Van Dijk
(2001) en sus escritos sobre racismo y discurso. Ello ha conducido a la situación actual, es decir, a
la presencia explícita en todo el mundo de un racismo -que se expresa ya no solo en las redes
sociales- contra el inmigrante, el “moro”, el “indio”, el “negro” o el “mexicano”. En otras palabras,
contra todo aquel catalogado como “bárbaro” no solo por su forma diferente de usar el idioma o
de compartir la cultura hegemónica, sino porque desata el acoso y el miedo. Así, el Otro termina
por ser percibido como una amenaza para nuestras sociedades, como un peligro público que hay
que erradicar. La dicotomía que no ha variado en su esencia es la de civilización versus barbarie,
en la que la primera corresponde siempre a Occidente y a la “raza blanca”. Desde esta perspectiva
se juzgan y valoran las demás culturas y es aplicada a escala jerárquica con subniveles de barbarie
y, también, de grados de civilización.

La ideología racista es uno de los instrumentos más poderosos que explican por qué actos y
prácticas racistas y otras formas de violencia pudieron derivar en genocidios, como sucedió en
Guatemala, Ruanda o Bosnia Herzegovina. Esta ideología racial y racista posee una larga historia,
que desgraciadamente pervive y se ha ido fortaleciendo en los últimos veinte años en Europa y en
América Latina. Conscientes de ello, durante todo este tiempo hemos continuado denunciando,
padeciendo y combatiendo esta corriente de pensamiento. En especial Guatemala en las últimas
décadas ha sido enfrentada y ha dejado de ser negada y quizá por ello se ha producido un
recrudecimiento del racismo en los medios. Ello nos ha vuelto más conscientes de su magnitud, de
cómo nos afecta y de la importancia de combatirla.

Guatemala es, sin duda, una de las sociedades más racistas de toda América Latina y una de las
que más le ha costado reconocer un hecho evidente para todos los discriminados, aunque menos
para el resto de la población no indígena. Por ello llevamos más de veinticinco años denunciando
este racismo, gracias a lo cual se ha conseguido integrar su problemática como parte de la agenda
pública y política. Por lo mismo, este tema se ha convertido también en un campo de batalla,
especialmente en la prensa y en las redes sociales. En otros artículos hemos barajado muchas
hipótesis sobre las causas de este racismo persistente y poco moldeable, aunque resulta muy
difícil aventurar con entera certeza las razones de su enquistamiento en la sociedad y en el Estado.
Algunas de las razones que hemos planteado en otros libros y artículos2 son:

* El arraigo de las raíces históricas del racismo. Por ser un elemento histórico-estructural que se
inicia con la Colonia y mantiene una continuidad a lo largo de toda la historia del país, el racismo,
en lugar de desaparecer, se ha reforzado debido a la persistencia de la ideología dominante y su
fuerte presencia en las instituciones del Estado.

* La ideología de la clase dominante, que se dispersó por el conjunto de la sociedad, tuvo desde
sus inicios un fuerte componente racista que se reforzó durante la época liberal con las teorías
darwinistas, en sus versiones más radicales del degeneracionismo y la eugenesia, y que se
consolidó aún más durante la etapa contrainsurgente. En ese momento este rasgo se exacerbó
con el postulado de que “todos los indios”, por el hecho de pertenecer a “un grupo étnico como
tal”, eran “enemigos públicos”, lo que desembocó en un genocidio.

* La construcción de un discurso racista con la aplicación de una serie de tópicos contra los
indígenas que apenas han variado desde la Conquista hasta la actualidad. Los epítetos solo se han
ido modificando con el paso del tiempo, pero manteniendo siempre como finalidad la
descalificación del Otro y su humillación para justificar un sistema de dominación basado en las
desigualdades económicas, políticas y sociales.

* La ideología racista de la clase dominante guatemalteca es peculiarmente manifiesta y agresiva y


se fundamenta en un racismo biológico-racial. Este es utilizado como mecanismo de amalgama de
dicha clase y de reconocimiento de sí mismos como “blancos o blanco-criollos”, por
autoadscripción. Con ello justifican una supuesta superioridad racial frente a los Otros, los
indígenas y/o mayas, que avala todo un sistema de explotación.

* La escasa presencia de una ideología del mestizaje -lo que en México recibió el nombre de
“mestizofilia”- que permitiera valorar tanto la cultura de los pueblos ancestrales como la hispánica
y diera como resultado la identidad del mestizaje como superación de ambas.

* La naturaleza misma del Estado de Guatemala, fundamentada en un racismo de Estado que


empieza a operar como tal desde el siglo XIX, en la medida en que excluye, desconoce y
minusvalora a los pueblos indígenas y que trata de homogeneizar la nación por la vía de la
eugenesia o del blanqueamiento. En el peor de los casos, cuando se producen sublevaciones de las
poblaciones indígenas, acude a su exterminio.

* El tránsito de un Estado racial a uno racista, basado en la jerarquización de las razas y en un


modelo estatal monoétnico y monocultural, se produce cuando los aparatos represivos e
ideológicos del Estado comienzan a obedecer a una lógica de discriminación racial, de exclusión
social y política e incluso de exterminio físico o cultural hacia otros grupos étnicos, comunidades o
pueblos, con el fin de mantener un dominio de clase, etnia o género, bajo el argumento de la
superioridad racial de un grupo frente a los otros. La culminación de este racismo de Estado se
produce con el genocidio en la década de 1980.

* El miedo ancestral al “fantasma del indio irredento” –a que el día en que “el indio se subleve” va
a acabar con todos los ladinos y blanco-criollos a causa de su “ser vengativo y resentido”– se
agudizó durante la etapa contrainsurgente, al punto que el indígena se convirtió en enemigo de la
nación y sujeto de exterminio.
Sin duda alguna, estos argumentos tenían como finalidad mantener el férreo control del poder por
parte de una elite vinculada por redes familiares de larga duración, a la que hemos denominado
núcleo oligárquico. Ellos han sido los propietarios de la tierra y han controlado el comercio, la
industria y las finanzas. La ideología descrita les ha asegurado un sistema de explotación y de
mano de obra barata, tanto en el campo como en la ciudad, y les ha permitido, sobre todo,
mantener el control del Estado como su feudo.

Múltiples son los argumentos que podríamos esgrimir, pero lo cierto es que, en cada ocasión que
hay un conflicto social o económico, cada vez que los pueblos indígenas manifiestan sus justas
demandas por la tierra, por los derechos ancestrales, por el pluralismo jurídico o simplemente el
derecho a ser respetados y reconocidos como pueblos indígenas, los discursos y las prácticas
racistas recobran fuerza y despiertan la alarma social del “fantasma del indio irredento y
vengativo”.

Con el fin de la guerra y la firma de la paz en 1996 con base en los Acuerdos Sustantivos de la Paz
Firme y Duradera, en especial del Acuerdo de Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas
(AIDIPI), firmado el 23 marzo de 1995, se abrieron algunas ventanas y se lograron ciertas
conquistas para los pueblos indígenas, a saber: la oficialización de los idiomas indígenas, el
reconocimiento de su religión, cosmogonía y lugares sagrados y del uso de sus trajes, el
reconocimiento de las toponimias en idioma maya y la ley de educación bilingüe e intercultural.

Sin embargo, aquellos artículos del AIDIPI sobre la protección del patrimonio cultural maya y la
propiedad y posesión de la tierra nunca fueron abordados pues en 1999 se perdió la consulta para
la reforma constitucional que debía declarar a Guatemala como una nación multiétnica,
multilingüe y pluricultural, por lo que las reformas quedaron suspendidas. No obstante, la
aprobación de la Ley contra la discriminación de los pueblos indígenas y la creación de
instituciones afines, como la Defensoría de la Mujer Indígena (1999), la Comisión Presidencial
contra el Racismo y la Discriminación de los Pueblos Indígenas (CODISRA) (2002), el Consejo
Asesor Indígena para la Presidencia (2004) y la Unidad de Desarrollo para los Pueblos Indígenas,
fueron algunas conquistas que marcaron un camino sin retorno.

El fracaso de la Consulta Popular en 1999 que supuso, como ya dijimos, un varapalo para que se
pudieran concretar y llevar a cabo todas las reformas previstas en el Acuerdo, se debió, en gran
parte, a la agresividad del discurso racista durante la campaña por el NO de las elites políticas y
simbólicas, así como a la falta de información y divulgación de las preguntas del referéndum y a
graves errores del movimiento maya en su momento.
La Secretaría de la Paz (SEPAZ), después de 22 años transcurridos desde la firma de los Acuerdos,
acaba de presentar una valoración, a mi juicio, excesivamente positiva de los avances del AIDIPI,
en la que considera que más de la mitad de sus artículos han sido cumplidos y llevados a la
práctica.3 Sin embargo, la persistencia del racismo es un hecho evidente. Para dar cuenta de esto,
me centraré en tres episodios donde el racismo se ha exacerbado y que casualmente coinciden
con momentos en que los pueblos indígenas han reivindicado sus derechos más elementales,
entre ellos el derecho a la vida, a la justicia por las graves violaciones de los derechos humanos de
los que fueron víctimas y por el genocidio, a su soberanía territorial y al reconocimiento del
pluralismo jurídico.

El primero de ellos es el juicio por genocidio del Pueblo Maya Ixil en contra de Efraín Ríos Montt y
Mauricio Rodríguez Sánchez realizado en 2013. Cuando se inició el juicio, la opinión pública se
dividió entre los sectores negacionistas y los que demostraban estupor al conocer lo que había
sucedido. Entre los más radicales y extremistas del primer grupo, claramente vinculados a la
Fundación contra el Terrorismo creada por Ricardo Méndez Ruiz y Avemilgua (2013),4 se dejaron
oír las siguientes opiniones:

* “Es una traición a la patria, la familia y la nación”, “supone dividir al país y revivir la guerra y la
confrontación”.

* “Es una venganza y revanchismo de los indios y un linchamiento jurídico contra el Ejército y el
pueblo de Guatemala”.

* “Es un invento de las indias como Rigoberta, esa ‘india Tishuda’ que debería de estar vendiendo
papas en La Terminal”.5

En cuanto aparecía en la prensa un escrito de alguna intelectual maya, como Rigoberta Menchú o
Irma Alicia Velásquez, la respuesta de las elites simbólicas y de las redes sociales era virulenta y la
lectura de blogs arrojó, una vez más, un profundo racismo hacia los pueblos indígenas en
comentarios como el siguiente:

* “Al indio hay que sacarle del vientre de la madre, porque si nacen se van a la montaña, es difícil
agarrarlos, acaso no fue la filosofía de los militares”; [con el juicio lo que se quiere es]
“desprestigiar a nuestra patria con el indeleble calificativo de genocidio”.

De nuevo nos encontramos con el racismo histórico estructural que hemos denunciado en otras
investigaciones (Casaús, 2002, 2007), pero en esta ocasión hemos podido comprobar que no solo
entre las elites intelectuales y políticas, sino también en las clases medias urbano-ladinas se
expresa un rechazo hacia la población indígena, a la cual se le niega el derecho a hablar, contar su
historia y enjuiciar a los responsables de semejantes atrocidades.

Una de las declaraciones explícitas de mayor odio y resentimiento lo encontramos como


comentario a un artículo de opinión donde se expresaba claramente un discurso racista y de odio
en contra de la población indígena que en cualquier otro país hubiera sido penalizado:

* “Que viva la justicia, vamos General Ríos Montt, estos indios parásitos ya se les está cayendo el
teatro de sus testigos falsos, con su presión a la juzgadora. Malaya la hora en que en verdad no fue
genocidio, ojalá se hubieran muerto todos los indios que ahora andan bloqueando las carreteras”
(énfasis nuestro).6

Este tipo de comentarios abarcó casi un 40% de los discursos publicados en la prensa escrita y en
los blogs, lo que indica que el racismo no solo no se ha frenado sino que se ha recrudecido y que
se está evidenciando un racismo renovado y exacerbado.

1 El racismo en Estados Unidos es una de las ideologías con mayor presencia en su historia y que
se ha exacerbado desde la llegada del presidente Donald Trump con un retorno de la idea de la
supremacía blanca y del destino manifiesto. La reciente manifestación del 12 de agosto de 2017 en
Charlottesville, Virginia, de grupos neonazis que defienden, precisamente, la supremacía blanca y
que se saldó con un muerto y 19 heridos no es más que una prueba de ello.

2 Marta Casaús Arzú, “La representación del Otro en las élites intelectuales europeas y
latinoamericanas: Un siglo de pensamiento racialista, 1830-1930”, Iberoamericana, Nordic Journal
of Latina American and Caribean Studies, vol. XL, núm. 1-2, 2010, pp. 13-45. También, de la misma
autora, Guatemala, linaje y racismo, F&G Editores, Guatemala, 2010, y “El racismo y la
discriminación en el lenguaje político de las elites”, en Teun Van Dijk (coord.), Racismo y poder en
América Latina, Gedisa, Barcelona, 2008.

3 Según la valoración de la SEPAZ (2017), se han cumplido más del 60% de lo establecido por el
AIDIPI: 23 artículos cumplidos en su totalidad, 2 cumplidos y sostenidos, 56 cumplidos
parcialmente y solo 26 incumplidos, evaluación que nos parece excesivamente favorable.

4 Los principales comentarios negacionistas, cuya similitud con el negacionismo del Holocausto es
sorprendente, procedieron de fuentes publicadas, precisamente, por la Fundación contra el
Terrorismo, como las siguientes: “La farsa del Genocidio: un buen negocio” (2013b) y “Los rostros
de la infamia” (2013a).

5 Estos son algunos de los tópicos racistas vertidos por intelectuales de las elites de poder como
Pedro Trujillo (2013b) y “Leguleyo Lego”, Prensa Libre (2013d); Marta Altolaguirre, “Soberanía en
venta”, El Periódico, (2013); Ricardo Méndez Ruiz, “Al César lo que es de César” (2013) y Acisclo
Valladares (2013a, 2013b).
6 Sobre este tema, véase “Las expresiones de odio y racismo en la opinión pública guatemalteca
durante el juicio por genocidio contra el general Ríos Montt” (DATOS BIBLIOGRÄFICOS?). En este
artículo se muestra la actitud negacionista y racista de la población de clase media urbana,
expresada especialmente en las redes sociales de Guatemala y de las elites de poder.

PRESENTACIÓN

El racismo en Guatemala es un tema del que muchos no quisieran hablar. Hay temor en algunos,
en otros, la conveniencia por no verse afectados por razones oprobiosas. Sin embargo, mientras
no conozcamos de qué se trata, cómo opera y la manera en que lo reproducimos socialmente, no
podremos superarlo para el bien de una convivencia pacífica en el país.

Por fortuna, Marta Elena Casaús Arzú es una intelectual guatemalteca que se ha dado a la tarea de
explicarnos en qué consiste el racismo, ha explorado sus causas, los mecanismos estructurales y
las prácticas de poder contra comunidades que, incluso, fueron exterminadas por la intolerancia
en distintos niveles.

Para La Hora es importante la reflexión en un tema que puede abrirnos a horizontes nuevos.
Guatemala necesita superar los esquemas mentales que han condicionado prácticas de exclusión
para la generación de un espacio con oportunidades para todos. Todo ello es posible si al
examinarnos críticamente, extirpamos las conductas que nos impiden el acceso al humanismo del
siglo XXI.

El Suplemento presentará en dos entregas el ensayo de Marta Elena, no solo por la extensión de
su propuesta, sino por las pausas necesarias exigidas para una adecuada asimilación de sus
contenidos. Esperamos que los lectores se sientan estimulados por la lectura y compartan el gozo
producido por una reflexión de crítica social.

Por lo demás, deseamos que disfrute los otros artículos que se ofrecen en los que no faltan la
creación literaria, los ensayos y el análisis estético. Que tenga un reparador descanso. Hasta el
próximo viernes.

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