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Aun antes de la invención de la rueda, la que se supone ocurrió hace unos diez mil
años (en Mesopotamia con los Sumerios), Wright y Dixon (2011) es indudable que
hubo alguna forma de transporte individual o masivo de personas.
Muchas de las migraciones en los primeros periodos históricos involucraron a un
gran numero de personas y se cubrieron relativamente grandes distancias.
Se establecieron rutas más o menos regulares y con ello se abrieron brechas, se
formaron veredas, senderos o sendas, y se construyeron caminos.
Cuando llegaron los españoles a México, el territorio era un imperio de caminantes
que se comunicaban a través de miles de kilómetros de senderos —angostos,
empinados, largos—, sin más señalización que la posibilidad de que una persona
pudiera transitar por ellos, buscando la distancia más corta. Con los invasores
llegaron los caballos, los palanquines y los carros tirados por mulas y corceles.
Muchos de los senderos prehispánicos fueron utilizados para comunicar a la Nueva
España, modificando sus características físicas. Se alteraron las rutas: la pendiente
se hizo más suave en algunos casos y la huella más amplia. De acuerdo con las
necesidades económicas de la época, se construyeron nuevos caminos, se abrieron
las rutas a las minas y a la colonización de los desiertos del norte.