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CRISTOLOGÍA – II MOMENTO

JORGE HUMBERTO ORDÓÑEZ TORRES

PRESENTADO A:

P. NELSON MIGUEL VALDERRAMA VERGARA

P. DUWER ENRIQUE MÉNDEZ VARGAS

UNIVERSIDAD SANTO TOMÁS

LICENCIATURA EN FILOSOFÍA Y EDUCACIÓN RELIGIOSA

CAU BUCARAMANGA

JUNIO DE 2018
PREGUNTAS IMPORTANTES, PARA ASUNTOS DETERMINANTES

(ENSAYO)

Objetivos y planteamiento:

1. Presentar argumentación razonable sobre lo que, […] considero es


realmente oportuno, a lugar, significativo, productivo y digno de abordar
desde la cristología.
2. Identificar y especificar la misión y propósito (porqué y para qué) del
Evangelio en la persona de Jesucristo, en el estudio de una de las materias
más importantes […] dentro de la reflexión teológica propia de la actualidad.
3. Para esto, me he basado en la fresca revelación y serios estudios
académicos, oportunamente propuestos por su eminencia, el cardenal
Walter Kasper.
4. Se realiza una somera descripción de lo que es el estudio de la cristología
al día de hoy. Asunto inconveniente: el abuso en la la separación que
persiste en muchos estudios recientes sobre la persona de Jesús,
insistiendo en llevar la discusión, conscientes o no, a generar la creencia en
dos Cristos diferentes, retrocediendo más de 1.500 años en evolución
cristológica.

Cuerpo: Hace unos años, en mis estudios intermedios de seminario teológico


pastoral, cuando tuve iniciales acercamientos a lo que representa la persona de
Jesús dentro del contexto académico, pude advertir muy temprano que, al entrar
por el lindero de la investigación y el análisis de la ciencia cristológica, lo que
reluce a primera vista es aquel tema relacionado con lo que la academia ha
llamado las Quests o búsquedas, cuyas inquietudes surgieron alrededor de 1778
(con la Old Quest desde Hermann S. Reimarus, finalizando en 1980 con R.
Bultmann), cosa apenas natural, pues para dichos tiempos, el cambio de
mentalidad en cuanto al análisis del conocimiento, se hizo sentir imponentemente
al adentrarse un nuevo quid de la realidad dentro de la investigación científica, que
logró inclinar las ciencias de búsqueda hacia una perspectiva de sesgo netamente
empirista, a raíz de los vestigios que detrás de este tiempo dejaron el humanismo,
el renacimiento y algunos rastros de los albores de la Ilustración.

Adicional a ello, también como elemento de estudio introductorio, pareciese regla


de oro encontrar, casi en todo tratado sobre cristología, el repetitivo asunto, miles
de veces trajinado, sobre las distinciones entre el Jesús histórico y el Cristo de la
fe. Esto surge una vez la más férrea oposición académica a la ortodoxia advierte
su incapacidad de probar lo que por tanto tiempo quisieron afirmar: que Jesús de
Nazaret, tal como le conocemos y según las Escrituras, nunca pasó por este
mundo (Fernández, Jesucristo, el Hijo del Dios vivo, 2009).

Póstumamente, nos hemos dado cuenta de que, este interés de algunos pseudo-
intelectuales por querer reconstruir a toda costa una imagen completamente
sustentada en datos más históricos (de preferencia extrabíblicos dado su sesgo
anticristiano) que teológicos, o relacionados con la más íntima realidad de Jesús
(su divinidad), no ha sido más que un malintencionado deseo por despojar al
Señor, según ellos, de los erróneos dogmatismos que en torno a Él se han
impuesto, cubriéndole con una estela de misticismo que, al final, degeneró en una
figura netamente mítica del Jesús verdadero.

Otro aspecto fundamental para el sustento general de este planteamiento a


manera de recuento sobre los asuntos más relevantes respecto a este tema, es la
mayúscula notoriedad que adquirieron los excesos y errores cometidos en el uso
de la historia de las fuentes, de suerte que «leídas hoy, la figura de Jesucristo,
incluso su divinidad […] queda un tanto oscurecida: abren una profunda grieta
entre el “Jesús histórico” y el “Cristo de la fe”.» (Fernández, Jesucristo, el Hijo del
Dios vivo, 2009).

Todo esto está bien, es necesario presentar esta realidad en contexto como
estado de la Cristología al día de hoy pues no lo podemos desconocer, es lo que
tenemos dada la inevitable impericia del análisis doctrinal cuando, dentro de la
Iglesia, abordamos de manera naciente alguna materia, pues no podemos
desconocer que el camino transitado dentro de este tratado, ha sido mucho más
agreste y acelerado en los últimos 240 años, si tenemos en cuenta que, durante
los 1.800 anteriores de cristiandad nunca se dudó mínimamente de que «…el
retrato evangélico de Jesús con todas sus estimaciones cristológicas se basaba
en un relato literal y fáctico de la vida de éste.» (Brown, 2002), por lo cual es
entendible que, dentro de la disertación cristológica más reciente, hayamos
trastabillado e invertido tiempo en cuestiones que, de mantenernos insistiendo en
ellas, se tornarían inútiles, como todos los desaciertos cometidos mencionados
anteriormente.

Toda esta descripción, con el fin de poder llegar a mi planteamiento. Como el título
bien expresa, deseo presentar argumentación razonable sobre lo que, basado en
el apartado sugerido para el desarrollo esta actividad, considero es realmente
oportuno, a lugar, significativo, productivo y digno de abordar en el estudio de una
de las materias más importantes -por no decir quizá que es la más- de la reflexión
teológica propia de nuestro tiempo.
Encuentro esta intención respaldada en el argumento del padre Aurelio Fernández
cuando afirmase que:

«… las razones que aducen los adversarios para negar su existencia real [de
Jesús] y contarle entre las fabulaciones son tan banales y tan faltas de rigor
científico, que al profesional de la teología […] le molesta interesarse por un falso
problema, cuando tiene por delante cuestiones de tanto interés a las que debe
prestar atención.» (Fernández, Jesucristo, el Hijo del Dios vivo, 2009).

Considero seriamente, y disponiendo de argumentos suficientemente sólidos, que


el razonamiento del padre Fernández, referido sobre el asunto de la Historicidad
de Jesús –asunto por demás superado-, aplica también para los desviados
enfoques, resultantes de una exagerada ruptura entre el Jesús de la historia y el
Cristo de la fe. Lo cual es un problema de suma importancia, porque conscientes o
no, la mayoría de estudiosos en la Iglesia del Señor –principalmente aquellos
obsesionados con los interrogantes propios de la Old Quest– degeneraron en un
nestorianismo del más abominable, quizás más grave que el propuesto por el
mismo Nestorio, fragmentando en exceso a la persona de Jesucristo, por lo que
hablé antes de un retroceso en más de 1.500 años de revelación sobre la persona
de nuestro Salvador.

Por tal motivo, –y es aquí donde comenzamos el razonamiento sobre aquello que
en realidad importa en el estudio de esta materia– siento que la Iglesia debe
recibir con total gratitud y beneplácito, el estudio cristológico desarrollado por el
cardenal Kasper, en tanto que aborda estas cuestiones con renovado aire y
espíritu, consciente de continuar con una línea de restauración cristológica al
notarse su intención de superar esta dañina visión en extremo separatista sobre
Cristo, reconociendo que ha de estudiar y exponer a la Persona de Jesús como
uno solo, reafirmando la validez espiritual e histórica de las Escrituras como fuente
más que legítima para lograr un estudio equilibrado entre: la existencia de
importantes aspectos biográficos, y la comprensión del propósito esencial de las
narraciones evangélicas, a saber, la misión que tenía el Señor de cumplir las
profecías del A. T., entendiendo su divinidad en la excepcionalidad de su
humanidad, y su humanidad como vehículo esencial para manifestar a los
hombres su divinidad, así como para hacer posibles los amorosos planes
salvíficos del Padre celestial para con nosotros sus hijos.

No obstante, nuestro insigne pastor, acertadamente, interpreta y desglosa los


diferentes estadios inherentes en la persona de nuestro Mesías, más
exactamente, propone dos momentos fundamentales en la vida de Jesús, dentro
de la segunda parte de su tratado: «El Jesús terreno» y «El Cristo Resucitado y
Exaltado», pero al profundizar en su obra, es más que evidente su intención de
disertar sobre lo que serían dos etapas en la vida de una misma persona, es decir
es fascinante su capacidad para, a lo largo de todo su libro, mantener una
absoluta unicidad al interior de la persona (prosopon) de Jesucristo, aunque
estando plenamente claro en la realidad de sus dos naturalezas (ousía) –plenas e
indivisibles– así como de los diferentes ciclos vividos por Él.

Otro aspecto fundamental que encontramos en la reflexión del maestro Kasper es


que, manteniendo unicidad en la totalidad de su pensamiento, su sentido de la
oportunidad manifestada en su decisión de desglosar estrictamente asuntos
realmente necesarios, fundamentales y propios del tema que nos reúne,
cuestiones que sí merecen toda la atención de quien se especializa en esta
materia. Explicaré. La Cristología, en tanto que tratado sobre todos los asuntos
relacionados con segunda Persona de la santísima Trinidad, es básicamente el
estudio directo sobre quien es el fundamento de nuestra fe, la cual nace,
comienza, se desarrolla, y es consumada como pacto a eternidad por su Sangre
derramada en la cruz; sellada, en nuestro beneficio venciendo el poderío perverso
del demonio, la maldad y la muerte sobre la humanidad, con el misterio de su
resurrección de entre los muertos. Por ende, podemos afirmar que esta rama de la
teología no es simplemente una más de las muchas que hay, sino que debe ser el
centro de nuestro estudio, pues es la imagen más tangible de la substancia divina,
la revelación más palpable de la misma esencia del Padre, en palabras del autor
en cuestión:

«Esto nuevo, […] inimaginable, inderivable y, sobre todo, no factible, que sólo Dios
puede dar y que en definitiva es Dios mismo, eso es lo que se quiere decir con el
concepto del reino de Dios. Se trata de la divinidad y señorío de Dios […]»
(Kasper, Historia y destino de Jesucristo, 2002). (Subrayado del estudiante,
letra cursiva del texto)

Podemos afirmar que, al ser tal la naturaleza del reino de Dios, conociendo
nosotros la cuestión sobre la binaturalidad de Cristo es, por tanto Él, la
manifestación misma del reino del Padre (Jn. 14:9), por lo cual no es este un tratado
que deba dedicarse a abordar asuntos meramente triviales, situaciones baladíes
y/o simples inquietudes menores, caprichos de algunos teólogos ocasionales.
Sabemos la veracidad de la existencia del Salvador, conocemos la autoridad de
las Escrituras como testimonio fehaciente de su vida y ministerio, fuimos
escogidos a centrar en Él nuestra piedad. Este es un asunto de suma seriedad.

Finalmente, podemos ver cómo su eminencia, dentro de aquellos aspectos de


verdadera y vital importancia que resalta en su destacada obra, encontramos los
títulos que dan nombre a las subdivisiones del apartado aquí examinado, temas
como el actuar de Jesús, su mensaje, sus milagros, sus pretensiones y su muerte
(índice del libro).
A manera conclusiva: Dentro de la disertación sobre el mensaje de nuestro
Señor, Buena Nueva que se centra en anunciar el acercamiento del reino celestial
a los hombres, trayendo esperanza para sus vidas, encontramos justamente la
cuestión sobre el carácter soteriológico de su reino, presentada como el asunto de
vital importancia que es, el cual se hace evidente en varias de sus predicaciones
cuando menciona que, si bien ha venido para redimir a toda la humanidad, el
centro de su ministerio es traer libertad, sanación, restauración y restitución para
los pobres y quebrantados de espíritu. (Mt. 5:3 – 12) (Lc. 4:17 – 21). De manera muy
oportuna, sobre el tipo de pobreza de la que hablaba el Maestro, su excelencia
nos aclara:

«De modo que, en un sentido muy amplio, se entiende por pobres a los que
carecen de ayuda y de medios, los oprimidos, los desesperados, los despreciados,
aquellos de quienes se abusa y a quienes se maltrata. […] En ninguna parte se
encuentra un odio fundamental frente a los ricos, por los que es invitado y se hace
invitar. Al proclamar dichosos a los pobres, no se piensa en una clase social ni en
un programa de ese tipo. No hace de la pobreza una pretensión, que no es sino
codicia de signo contrario. Los pobres son más bien “los que no tienen nada que
esperar del mundo, pero lo esperan todo de Dios, los que no tienen más recursos
que en Dios, pero también se abandonan a Él”». (Kasper, Historia y destino de
Jesucristo, 2002 ).

Por todo esto, estoy seguro de que la Iglesia de Cristo está llamada a ser luz, a
traer paz, a restaurar, a ayudar a quien más lo necesita. Este ha sido el llamado
que nos ha hecho nuestro Señor y Maestro, y sería más natural que nuestras
búsquedas partan desde los mismos interrogantes, orientados hacia el propósito
mismo de nosotros como organismo viviente en cuanto cuerpo colegiado y activo
de nuestro Dios en esta tierra.
BIBLIOGRAFÍA

Brown, R. E. (2002). El Jesús de la Historia. En R. E. Brown, Introducción al Nuevo Testamento (pág.


1045). Madrid: Trotta.

Fernández, A. (2009). Jesucristo, el Hijo del Dios vivo. En A. Fernández, Teología Dogmática (págs.
68 - 69). Madrid: BAC.

Fernández, A. (2009). Jesucristo, el Hijo del Dios vivo. En A. Fernández, Teología Dogmática (pág.
64). Madrid: BAC.

Fernández, A. (2009). Jesucristo, el Hijo del Dios vivo. En A. Fernández, Teología Dogmática (pág.
67). Madrid: BAC.

Kasper, W. (2002 ). Historia y destino de Jesucristo. En W. Kasper, Jesús, el Cristo (págs. 134 -135).
Salamanca : Ediciones Sígueme.

Kasper, W. (2002). Historia y destino de Jesucristo. En W. Kasper, Jesús, el Cristo (pág. 118).
Salamanca: Ediciones Sígueme.

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