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"Universo Espiritual" (Facebook)

30 de enero de 2015 ·
ALIENTO DE VIDA

“Modeló Dios al hombre de la arcilla y le inspiró en el rostro


aliento de vida, y fue así el hombre ser animado”
(Gén 2,7)

Respirar es vivir. Un acto de respiración nos incorpora al mundo y otro nos saca de él. Y
entre uno y otro movimiento, queda contenida la vida humana. La respiración nos
introduce en el mundo, nos mantiene en él y finalmente nos saca. Antes de llegar a él, el
mundo ya respiraba; y cuando ya no estemos aquí, el mundo seguirá respirando. Por eso
la respiración no es algo personal, no nos pertenece; existe, como algo inherente a la Vida
que nos acoge, nutre y acompaña, sin que en todo ello medie nuestra voluntad. No
respiramos porque queramos hacerlo, sino porque lo impone la Vida. Respirar es vivir y
vivir es respirar.

Somos seres animados, vivientes, provistos de ánima, o alma; bendecidos por el “aliento
de vida” citado en el Génesis, que nos hace miembros de la Vida. Existimos en el seno de
la Vida en virtud de una gracia. Habitamos en el corazón de Dios donde existen todos los
mundos, todas las realidades, todos los sueños, todos los seres… Compartimos con ellos la
estancia y los medios; respiramos juntos, compartimos el mismo aire, a través del cual el
“aliento de vida” se renueva y mantiene.

Por eso la respiración no es un acto mecánico, sino un signo de pertenencia, un vínculo


con algo mayor inclusivo de todo cuanto respira que nos hace seres animados, vivientes.
Respirar es vivir, vivir es pertenecer, y pertenecer es compartir. Y, el fundamento esencial
de ello, es el aliento o anhelo insuflado por Dios como un don inherente a nuestra
naturaleza, sin el cual nada éramos y nada seríamos.

El acto de respirar nos recuerda a cada instante que existimos en el seno de la Vida, o de
Dios, donde existe toda la Creación como algo único y total; que pertenecemos a ese Todo
junto al resto de las criaturas, con quienes compartimos una naturaleza común, aún sin
ser conscientes del vínculo que nos identifica y nos une, entre nosotros y con Dios. El acto
de respirar mantiene indeleble el vínculo que une a las almas con su Creador, mientras
aquéllas consuman la experiencia de una vida humana desde el no recuerdo de su
dignidad, de su naturaleza y origen verdaderos, y creyéndose que son otra cosa., que
viven separados de Él y que son culpables de dicha separación.

El acto de respirar es el testigo y la consecuencia del aliento que habita en el hombre, del
anhelo capaz de elevarnos más allá de nuestros límites personales, hasta reconocernos en
todo lo demás. Y es la esperanza de que un día se hará realidad.

El aliento de vida nos hace seres animados, sensibles, humanos, y se manifiesta en forma
de respiración. Y, puesto que constituye la base de la vida misma, también indica su
cualidad. Así comprendemos que la vida es ritmo, polaridad, alternancia de movimiento
que se repite…, y repite…, sin fin. Respiramos. Tomamos aire y soltamos; inspiramos…,
espiramos… Así, una vez, otra vez…, otra vez… Tomar…,dar…, tomar…,dar…, tomar…,
dar. Esta es la cualidad de la vida humana y, por tanto, la instrucción que subyace en el
alma; el modelo que inspira nuestra manera de vivir: tomar y dar. Dos polos o fases de
una sola cosa, que es el aliento de vida, el cual percibimos y experimentamos en forma de
respiración. Es decir, de manera polarizada, experimentando los extremos
alternativamente. Pero no la unidad de ambos, no el intangible aliento mediante el cual
Dios se hace presencia en el hombre.

La inspiración y la espiración existen unidas, van juntas; la una existe porque existe la
otra, y no es posible establecerse en una sola. No es posible sólo inspirar y retener lo
inspirado, ni tampoco espirar y quedarse así. En ambos casos se produciría la muerte,
porque esa errónea actitud “desconecta” al ser humano del aliento que le hace vivir.

La vida humana se nos muestra a modo de dilemas continuos porque la base de la vida,
manifestada en forma de respiración, así lo es. La Creación es una y todo cuanto existe
constituye una unidad. Pero la opción del “Árbol del conocimiento del Bien y del Mal” que
define nuestra vida en el mundo, impone la experiencia de los extremos, de los polos
opuestos, como camino al conocimiento de dicha Unidad.

Respiremos todos…, respiremos.

Felix Gracia (autor-escritor)

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