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En la segunda mitad del siglo XIX, con un sistema económico potente afianzado en
el capitalismo gracias al éxito de la Revolución Industrial y con un mapa político nuevo
reordenado y estructurado conforme a las necesidades del momento, Europa aparece
diseñada como el foco hegemónico del mundo. Las nuevas necesidades económicas y las
ambiciones políticas empujarán a los estados a dar un salto fuera de los límites
continentales lanzándose a la conquista del mundo. Surge así un nuevo imperialismo, en el
que estas naciones intentarán dominar y controlar un imperio mundial bajo la bandera de
la modernidad y el control económico.
EL IMPERIALISMO
La expansión de Europa sobre otros continentes y el impacto de esta expansión constituyen uno de
los fenómenos claves de la historia contemporánea. Europa exporta hombres, capitales, técnicas
hacia otros pueblos, a los que transforma y subordina, al tiempo que la dinámica de la colonización
provoca cambios intensos en las metrópolis. Esta expansión se da en el último tercio del siglo XIX y
principios del XX, coincidiendo con la segunda revolución industrial y el auge del capitalismo industrial
y financiero.
China, el pastel de reyes y emperadores, de Henri Meyer (Le Petit Journal, 1898).
Reino Unido (reina Victoria), Alemania (Guillermo II), Rusia (Nicolás II), Francia (alegoría de la República) y Japón
(samurái) quieren "repartirse" China.
El imperialismo no era un fenómeno nuevo. Ya en otras épocas (siglos XVI-XVIl) se había producido la
presencia de europeos en otros espacios geográficos, pero el imperialismo del siglo XIX vendría a
presentar unos síntomas totalmente nuevos. Así, antes se traficaba con los productos de los pueblos
nativos; las metrópolis se convertían en centros de manufacturas mientras que las colonias
aportaban productos de base. Ahora, en cambio, las metrópolis van a introducirse en las colonias, van
a organizar y desarrollar su producción, creando fábricas, muelles, ferrocarriles, minas... se van a
construir sucursales de compañías en las áreas colonizadas, y se van a organizar éstas como áreas
de divertimento y ocio (por ejemplo, los safaris africanos).
La gran expansión colonial del siglo XIX se produce por una serie de factores que confluyen, según
los casos, en mayor o menor medida. De modo esquemático, estos factores son los siguientes:
La búsqueda de nuevos mercados. A partir de 1873, la coyuntura económica marca una
tendencia a la baja y se produce una caída de los precios. Si los precios bajan, hay que vender
más para poder ganar al menos igual esto incita a la búsqueda de nuevos mercados fuera de
los ya controlados. En este sentido, cada potencia veía la ocupación y reparto del mundo como
una necesidad para crear un gran "mercado protegido" que abarcaría diversos climas y tipos
de recursos que proporcionarían a la metrópoli materias primas, y donde colocaría sus
productos manufacturados.
La búsqueda de materias primas con las que abastecer a la industria (algodón, caucho,
petróleo, cobre…) y de productos destinados a un consumo cada vez más amplio (té, café,
azúcar, tabaco, frutos...), por cuya causa los europeas invirtieron capital, organizaron minas,
plantaciones, muelles, ferrocarriles, de modo que, el tiempo que obtenían esos productos,
transformaron profundamente los territorios ocupados y la vida de sus habitantes.
Por unas u otras razones, lo cierto es que a partir de 1880 algunos hechos muy concretos hicieron
posible esta expansión imperialista: una mayor riqueza movilizable, una mejora en las
comunicaciones, una mejora en la medicina, una capacidad armamentística por parte de Europa muy
superior al resto de los continentes, y una psicología colectiva sensibilizada por la marcha a otros
espacios. La civilización europea se extendía así, a la altura de 1900-1914, por todo el mundo, y
habría que hablar de una civilización mundial, de una economía internacional y de un proceso por el
que ciertas zonas pasaban del neolítico a la revolución industrial en poco tiempo.