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Psicothema 2017, Vol. 29, No.

3, 352-357

Técnicas cognitivas y lenguaje. Un retorno a los orígenes conductuales

María Xesús Froján Parga, Miguel Núñez de Prado Gordillo y


Ricardo de Pascual Verdú
Universidad Autónoma de Madrid

Resumen
Técnicas cognitivas y lenguaje: un regreso a los orígenes conductuales.
Antecedentes: el objetivo de este trabajo es proponer una alternativa
explicativa al funcionamiento de las técnicas cognitivas basándonos en los
procesos de aprendizaje asociativo y destacando su carácter verbal; se
cuestionan las explicaciones tradicionales, que se analizan a la luz de la
situación de la psicología en los años 70 del siglo pasado. Método: se emplea
el análisis conceptual para revisar los conceptos de lenguaje, cognición y
conducta y se presentan las propuestas desarrolladas para su estudio desde
planteamientos operantes y pavlovianos, haciendo especial hincapié en las
aportaciones de Mowrer (1954) y en los planteamientos filosóficos de Ryle
(1949) y Wittgenstein (1953). Conclusiones: se detectan una serie de
problemas lógicos en los fundamentos de las terapias cognitivas. La
combinación de los paradigmas operante y pavloviano y su soporte filosófico
en las propuestas señaladas suponen una superación de dichas flaquezas y
permiten una explicación del funcionamiento de las técnicas cognitivas sin
necesidad de recurrir a constructos de dudosa validez lógica y científica.
Palabras clave: técnicas cognitivas, lenguaje, conducta, condicionamiento
pavloviano.

El objetivo de este trabajo es presentar un análisis de las técnicas cognitivas a la luz de


los procesos de aprendizaje asociativo. Cuestionamos la conceptualización tradicional de
estas en términos de variables y procesos cualitativamente diferentes de la conducta, y las
presentamos como técnicas verbales. Desde nuestra perspectiva, no solo la estructura de
estas es esencialmente verbal – es decir, son implementadas a través del habla –, sino que
con lo que tratan es verbal también: los pensamientos lingüísticos del cliente, formas
internalizadas de conducta verbal manifiesta que podrían tener un papel fundamental en
el modo en que interactuamos con el ambiente. Nuestra propuesta se basa en una revisión
necesaria de los conceptos de pensamiento, lenguaje y conducta, y se basa en la
explicación de Mowrer (1954) de las transferencias de significado. Sus contribuciones
dentro del marco del condicionamiento pavloviano podrían ser, en nuestra opinión, el
suplemento perfecto para las explicaciones operantes recuperadas por las terapias
contextuales (RFT; Hayes, Barnes-Holmes y Roche, 2001). Como resultado de este
análisis, una explicación de las técnicas cognitivas, el funcionamiento y la indudable
eficacia de estas en el cambio terapéutico pueden formularse sin recurrir a explicaciones
y conceptos que son una carga para el desarrollo formal de la psicología como ciencia.
La aparición de las técnicas cognitivas en la Modificación de Conducta (MC) condujo
a la llamada Modificación de Conducta-Cognitiva (MCC) y se relacionaba estrechamente
con la situación de la psicología en la década de 1970. La carencia general de
conocimiento sobre el neo-conductismo (Skinner, 1957, 1969; Kantor, 1921, 1975) y la
frecuente confusión entre el conductismo metodológico y radical facilitó el surgimiento
del cognitivismo como una respuesta al reduccionismo alegado del conductismo.
Consecuentemente, la conducta fue reemplazada por la mente como el objeto de estudio
Técnicas cognitivas y lenguaje. Un retorno a los orígenes conductuales

primario de la psicología. Los investigadores empezaron a enfocarse más en los procesos


centrales inferidos que supuestamente explicaban la conducta; un tipo de “mente-
centrismo” que recuerda al actual “cerebro-centrismo” (Pérez, 2012), en donde las
Neurociencias y la Psicobiología desplazan la investigación sobre la conducta en sí.
La investigación en procesamiento de la información y el poderoso desarrollo de las
ciencias computacionales y la inteligencia artificial afectaron profundamente a la
psicología. Su meta principal se volvió caracterizar adecuadamente el funcionamiento de
los procesos responsables de adquirir, manipular, almacenar y recuperar información para
la toma de decisiones (Dennett, 1978). Más aún, algunos hallazgos investigativos
(confirmación experimental del papel de las variables cognitivas en el desempeño
conductual [Ader y Tatum, 1961; Baron y Kaufman, 1966] o los resultados que
demuestran que las asociaciones entre palabras se debían más al significado de estas que
a la similitud fonética de las mismas) parecían implicar que el aprendizaje asociativo era
insuficiente para explicar la conducta.
Aquí es cuando tiene lugar el llamado “salto cognitivo” (Mahoney, 1974): las técnicas
desarrolladas por clínicos de una tradición psicodinámica, como la terapia racional-
emocional de Ellis y la terapia cognitiva de Beck (Beck, 1967; Beck, Rush, Shaw y
Emery, 1979; Ellis, 1962; Ellis y Grieger, 1977) son incluidas en la MC, conduciendo así
a la Modificación de Conducta Cognitiva. La característica principal de la MCC es que
se toman variables mediacionales como las causas de la conducta manifiesta. De este
modo, con el fin de modificar la conducta problemática de un cliente, la intervención debe
enfocarse en una serie de variables y procesos cognitivos cuyo cambio en última instancia
determina cualquier cambio conductual. Que se usara este tipo de explicación en la
década de 1970, dada la situación antes mencionada de la psicología en general y de la
MC en particular, es entendible. Pero a la luz de los enfoques que surgieron en la década
de 1990, firmemente apoyados por los avances experimentales en el campo de la conducta
verbal, es cuestionable si las explicaciones basadas en estas variables mediacionales
pueden mantenerse. También vale la pena preguntar si puede lograrse otro tipo de
explicación, una explicación experimental y lógicamente bien fundada en donde no
participarían conceptos circulares que desordenan innecesariamente la intervención
psicológica. Quizás fue la ignorancia sobre los fundamentos experimentales y teóricos de
los procesos asociativos y el enfoque conductual al lenguaje lo que condujo a la
popularización de constructos ad hoc creados por la MCC para explicar lo que no se
explica fácilmente. Como Pérez (1996) dijo, siguiendo a Skinner, el campo verbal ofrece
la solución al único problema que el subjetivismo podría plantear a una ciencia del
comportamiento.

Método

Con el fin de introducir nuestra tesis, primero cuestionamos los fundamentos de las
técnicas cognitivas y la conceptualización tradicional de estas. Como ejemplo,
analizamos la propuesta de Beck (Beck y cols., 1979) y su organización tripartita de la
mente: hechos cognitivos en la superficie, procesos cognitivos en un nivel más profundo
y, por último, esquemas cognitivos, que son inaccesibles a la ciencia y en última instancia
determinan la conducta humana. Los esquemas cognitivos pueden ser alterados por medio
de herramientas lingüísticas, principalmente el método socrático. Esta técnica emplea el
método mayéutico con el propósito de ayudar a los clientes a cuestionar y reemplazar los
pensamientos maladaptativos de estos con unos más adaptativos. Este cambio cognitivo
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fomenta progresivamente nuevas estrategias conductuales, las que, a su vez, son la única
“evidencia” de que los esquemas cognitivos han cambiado.
A pesar de su carácter tautológico, esta rationale (base lógica) implica la existencia de
una “segunda sustancia” con poderes causales sobre la conducta: lo mental, separado de
lo material (ambiental y orgánico-estructural). Esto, a su vez, supone una distinción
cualitativa entre los procesos físicos y mentales que no solo es injustificada y opuesta a
un fundamento filosófico sólido para el análisis científico de los problemas psicológicos;
también es innecesaria. Si nuestra única evidencia para el cambio cognitivo es
precisamente el cambio conductual observado, ¿en dónde está la virtud explicativa de los
esquemas cognitivos?
Desde nuestra perspectiva, una revisión exhaustiva de los conceptos de cognición,
lenguaje y comportamiento nos lleva a la conclusión de que muchos de los problemas
filosóficos encontrados por la psicología son solo seudo-problemas causados por un
empleo impreciso de la terminología mental y una concepción inapropiada de lo mental.
Nuestra propuesta está fundada en algunas contribuciones de la filosofía
contemporánea de la mente y el lenguaje, específicamente en los enfoques anti-
descriptivista y anti-factualista de Ryle (1949) y Wittgenstein (1953). Desde nuestra
perspectiva, nuestro lenguaje no solo pretende describir el mundo, sino que tiene una
amplia gama de funciones (de ahí el “anti-descriptivismo”). En consecuencia, muchos de
los conceptos mentales que empleamos en los contextos del habla cotidiana no
representan entidades factuales con poderes causales sobre el comportamiento (de ahí el
“anti-factualismo”). En términos de Ryle (1949), la reificación de lo mental (creencias,
deseos, esquemas, etc.) constituye un error categorial, enraizado en el “mito de Descartes”
(res extensa [procesos físicos, corporales] vs. res cogitans [procesos mentales]. Así, los
conceptos mentales son solo términos útiles que empleamos para justificar la conducta
(es decir, para hacer inteligibles nuestras acciones) (Pinedo, 2014; Ryle, 1949;
Wittgenstein, 1953). En un sentido similar, Sellars (1956) propuso que nuestras
explicaciones mentalistas de la conducta no pertenecen al reino de las explicaciones
nomológicas (aquellas que enuncian las causas de la conducta), sino al reino de las
explicaciones normativas (aquellas que empleamos comúnmente cuando damos razones
para nuestra conducta). Aunque ambos tipos de explicación intentan proporcionar una
respuesta a los porqués y paraqués de la conducta, hacen eso de diferentes maneras: las
primeras son explicaciones científicas, mientras que las últimas son justificaciones
normativas.
Sin embargo, desde un punto de vista conductista radical existe al menos un concepto
mental que tiene un papel relevante en nuestras explicaciones nomológicas del
comportamiento: el concepto de pensamiento (eventos encubiertos que ocurren “bajo la
piel”) (Skinner, 1974). Dado el alcance de este artículo, nos enfocaremos únicamente en
los pensamientos lingüísticos (conducta verbal encubierta). Acorde al punto de vista
conductista radical, la conducta verbal encubierta tiene sus raíces en la conducta verbal
manifiesta. Del mismo modo, Vygotsky (1962) observó que los adultos primero guían
verbalmente el comportamiento de los niños; consecuentemente, los niños aprenden a
emitir verbalizaciones auto-guiadoras para monitorear sus propias conductas; finalmente,
la comunidad verbal les enseña a “mantener esas verbalizaciones para sí mismos”.
Podríamos decir que los adultos establecen programas operantes bastante sistemáticos
que terminan con la internalización del habla social (Alcaraz, 1990; Mowrer, 1954).
El control verbal de la conducta es lo que Skinner (1969) llamaba “conducta gobernada
por reglas”. Una regla es una descripción verbal de una contingencia conductual (ya sea
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manifiesta o encubierta) que puede afectar nuestra conducta de una manera similar a las
contingencias descritas en sí mismas (Alcaraz, 1990; Mowrer, 1954; Stemmer, 1973;
Tonneau, 2004; Tonneau y González, 2004). La relación entre las verbalizaciones y los
eventos descritos por ellas constituye la función simbólica del lenguaje (Tonneau, 2001).
Esta función es la clave para entender como las reglas nos conectan con eventos temporal
y espacialmente distantes; en términos de Mowrer, “nos permite ir desde lo concreto hasta
lo abstracto, desde el aquí-y-ahora hasta el ‘no aquí, no ahora’” (Mowrer, 1954: 662).
Desde nuestra perspectiva, la función simbólica ha de ser entendida en términos de los
procesos pavlovianos que operan en el lenguaje.
Mowrer fue más allá de la concepción pavloviana del lenguaje como un “segundo
sistema de señales” y concibió las relaciones simbólicas entre eventos en términos de
“oraciones”. Una “oración”, en términos de Mowrer (1954: 665), “es un dispositivo de
condicionamiento [cuyo] efecto principal es producir nuevas asociaciones, nuevo
aprendizaje”. Distinguía cuatro tipos: cosa-cosa, cosa-signo, signo-cosa y signo-signo.
Estos cuatro tipos de oraciones establecen los procesos pavlovianos que afectan las
“transferencias de significado” entre los eventos tanto lingüísticos como no lingüísticos.
La “islamofobia” actual constituye un buen ejemplo de una (deplorable) transferencia
de significado. Acorde a Mowrer (1954), el “significado” de un evento (ya sea una palabra
o una cosa) es solo un conjunto de reacciones sensorio-motores elicitadas por ese evento.
Así, la asociación entre las palabras “Musulmán” y “terrorista” no puede ser explicada en
términos de un simple proceso de condicionamiento de segundo orden, pues eso
implicaría tratar ambas palabras como sinónimos (algo impensable incluso para el caso
más extremo de islamofobia). En consecuencia, él propone el concepto de “respuesta
mediadora”. Para entender este concepto, primero necesitamos examinar como las
palabras “Musulmán” y “terrorista” adquirieron sus significados en primer lugar (la figura
1 muestra las secuencias de condicionamiento). El contacto perceptual con una persona
musulmana (estimulo incondicionado, EI) elicita un conjunto de respuestas
incondicionadas (RI) que podríamos llamar RM. Luego de n ensayos cosa-signo, la palabra
“Musulmán” se vuelve un estímulo condicionado (EC) que elicita una respuesta
condicionada (RC): rM, un componente “separable” del RM (Mowrer, 1954: 667).
Asumamos que un proceso similar ocurre con la palabra “terrorista”. Cuando una
persona oye la oración signo-signo “todos los musulmanes son terroristas”
(condicionamiento de segundo orden), rM se asocia con el significado de “terrorista” (rT).
No obstante, para que la persona musulmana se asocie con la palabra “terrorista” se
necesita la respuesta mediadora: cuando la RM es elicitada por el contacto visual con una
persona musulmana, su componente rM también es elicitado; esta respuesta mediadora, a
su vez, elicita la rT [Musulmán–RM (rM – rT)]. La respuesta mediadora nos permite explicar
cómo la alteración del significado de “Musulmán” produce una alteración en el conjunto
de respuestas elicitadas por una persona musulmana de carne y hueso.
Una vez que el complejo [Musulmán–RM (rM – rT)] ha sido establecido, puede actuar
como un Ed para operantes de escape y evitación (v.g, mantener la distancia de una
persona musulmana), de este modo obstaculizando el contacto con excelentes
musulmanes (la inmensa mayoría) y el posterior condicionamiento. Asociaciones
adicionales entre “Musulmán” y “terrorista” a través de las auto-verbalizaciones y las
noticias constantes sobre la barbaridad de ISIS, explican (aunque no justifican) porque
“Musulmán” se está convirtiendo en un término altamente aversivo para muchas
personas.
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El trabajo de Tonneau (2001, 2004; Tonneau y González, 2004) proporciona un


enfoque pavloviano actualizado del lenguaje: relaciones entre eventos lingüísticos y no
lingüísticos constituyen “relaciones de equivalencia funcionales”, que se establecen a
través de procesos de “transferencia de funciones”. Lo que caracteriza a los procesos
simbólicos que operan en el lenguaje es que la transferencia de funciones puede lograrse
sin un pareamiento directo entre dos estímulos. Si un estímulo-señal X se aparea con un
estímulo-blanco A, un estímulo-señal Y se aparea con un EI B y, finalmente, X y Y se
aparean, la transferencia de funciones de B a A se logra incluso cuando estos estímulos
nunca fueron apareados directamente. Además, el establecimiento de correlaciones entre
estímulos bastaría para producir la transferencia de funciones.
Entre las contribuciones más importantes de los análisis de Tonneau, la exposición de
los papeles explicativos distintivos del condicionamiento pavloviano y operante en el
estudio de los procesos simbólicos debe ser enfatizada. Acorde a Tonneau (2001:25),
procesos operantes podría jugar un papel fundamental en la solución del llamado
“problema de la extinción”: debido a la ausencia de pareamientos sistemáticos posteriores
entre los estímulos-signo (“manzana”) y los estímulos-cosa (una manzana en sí), la
capacidad de los primeros para elicitar respuestas similares a las elicitadas por los últimos
debería disminuir con el tiempo. Sin embargo, este no es el caso; no necesitamos aparear
la palabra “manzana” con manzanas reales cada cierto tiempo para continuar siendo
usuarios competentes de tal palabra. Acorde a Tonneau (2011: 25) el reforzamiento
operante podría afectar “la probabilidad de que las correlaciones estimulares activas se
mantengan transfiriendo funciones de un estímulo a otro”.

Figura 1. Siguiendo la nomenclatura de Mowrer, las letras mayúsculas con un subíndice se


refieren a las respuestas que son elicitadas por estímulos-cosa, mientras que las letras minúsculas
son un subíndice se refieren a un subconjunto de ellas que es elicitado por estímulos-signo
[respuesta mediacional]; los signos son representados por palabras entre comillas y las cosas solo
por palabras.

Sin embargo, si seguimos el enfoque wittgensteiniano al lenguaje, los procesos


operantes no solo tomarían parte en el mantenimiento de relaciones de equivalencia
funcionales, sino también en la génesis de estas. Wittgenstein (1953) señaló que no es
posible aprender la asociación entre un signo lingüístico y su referente a través de una
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definición ostensiva (es decir, apuntar al referente mientras se lo nombra); si es así, sería
imposible discriminar la asociación signo-referente correcta (“manzana”-manzana vs.
“manzana”-roja o “manzana”-forma redonda). Las definiciones ostensivas ofrecen la
ocasión para el establecimiento de asociaciones signo-referente, pero no proporcionan las
reglas de uso de tales términos. Acorde a Wittgenstein (1953), aprender nuevos
significados implica aprender a como jugar nuevos “juegos-de-lenguaje”, es decir, como
las palabras han de ser empleadas. Desde una perspectiva conductista, podemos así decir
que no es el mero pareamiento de signos y referentes, sino el moldeamiento progresivo
de la conducta verbal por parte de una comunidad sociolingüística la que permite a una
persona discriminar entre maneras correctas e incorrectas de emplear un término. En
términos de Tonneau, este moldeamiento verbal regular establecería correlaciones
estables entre estímulos-signos y estímulos-cosas, lo cual a su vez daría lugar a relaciones
de equivalencia funcionales “socialmente apropiadas”.
En consecuencia, entender como los procesos operantes y pavlovianos contribuyen en
conjunto a la génesis, al mantenimiento y al cambio de los procesos simbólicos es una
necesidad para una completa caracterización conductual del lenguaje. Además, entender
como el aprendizaje de operantes verbales en el “aquí-y-ahora” puede afectar nuestra
conducta en el “no aquí, no ahora” es esencial para entender el cambio clínico, el cual se
efectúa usualmente a través de una interacción fundamentalmente verbal. Finalmente, la
caracterización de los pensamientos (lingüísticos) en términos de conducta verbal
encubierta con un papel causal en el mantenimiento y cambio de otras conductas es
también clave para lograr una comprensión total de como el lenguaje moldea nuestra
interacción con el ambiente.

Discusión

La pregunta a ser abordada ahora es si es posible o no mantener nuestra


conceptualización de las técnicas cognitivas como procedimientos verbales que pueden
explicarse en términos de procesos asociativos.
En vista de lo anterior, cuando los terapeutas cognitivos observan la conducta
manifiesta del cliente y concluyen que están atestiguando la manifestación de un proceso
causal interno, ellos están reificando los “esquemas cognitivos” y confundiendo una
explicación normativa con una nomológica. Desde una perspectiva anti-factualista, los
“esquemas cognitivos” no aluden a una entidad concreta. En su lugar, es un término que
los terapeutas cognitivos usan para caracterizar racionalmente los patrones de conducta
disfuncional mostrados por sus clientes. La razón de por qué no pueden acceder a sus
esquemas cognitivos a través de la auto-observación no es que estos sean concientemente
inaccesibles, sino que son herramientas lingüísticas para explicar normativamente la
conducta. Sin embargo, los clientes si observan sus “pensamientos automáticos” y como
estos controlan sus conductas en ciertas circunstancias. Proponemos considerarlos como
conductas – de este modo, entidades factuales – que pueden ser analizadas
funcionalmente y eso no necesita estar en la raíz del problema psicológico, sino más bien
constituyen otra parte de ello. Podría parecer que estamos sobresimplificando la
complejidad humana cuando afirmamos que el pensamiento es un elemento más de las
posibles asociaciones funcionales entre E-estímulos y R-respuestas. Estamos totalmente
en desacuerdo con esa impresión: del mismo modo en que las sinfonías musicales pueden
ser compuestas usando solo siete notas, las relaciones funcionales E-R-E pueden generar
conductas extremadamente complejas.
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En consecuencia, las técnicas cognitivas pueden ser concebidas como técnicas


verbales, ya que operan a través del habla y en el pensamiento lingüístico (conducta verbal
manifiesta que fue aprendida socialmente y luego internalizada). Aún más importante,
esto explica como la interacción verbal en terapia puede modificar la conducta
extraclínica del cliente. En consecuencia, los constructos mentales tautológicos cuyo tipo
lógico implica un error categorial ya no son necesarios. El mismo nombre de “técnica
cognitiva” sería así incorrecto, y cualquier explicación del funcionamiento de estas podría
extenderse a cualquier interacción terapéutica (Ruiz-Sancho, Froján-Parga y Galván-
Domínguez, 2015).
Las terapias contextuales, que son revolucionarias en el retorno de estas al
conductismo radical, propusieron una explicación operante de los eventos privados que
se enfocaba en la conducta verbal (Catania, 1968; Luciano, 1993; Unturbe, 2004).
Conducta Verbal (Skinner, 1957) fue el punto de inicio para el desarrollo de la
Psicoterapia Analítica Funcional (FAP, Kohlenberg y Tsai, 1991) y la Terapia de
Aceptación y Compromiso (ACT, Hayes y Wilson, 1994; Hayes et al., 1999); ambas
proponían que la terapia involucraba una gran cantidad de conversación, pero los
terapeutas no manejaban el habla como conducta verbal. Ellos recuperaron la
investigación sobre relaciones de equivalencia (Sidman, 1971), cuyos resultados
experimentales permitían una comprensión conductual de varios constructos cognitivos
(Dougher, 1998). La conducta fue definida como una contingencia de tres términos cuya
combinación resulta en una causalidad múltiple que podría generar conductas
extremadamente complejas. El concepto de regla y la distinción entre conducta
“gobernada por reglas” y “moldeada por contingencias” (Catania, Shimoff y Matthews,
1989; Skinner, 1957, 1969) fueron recuperados también.
Nuestra propuesta está ampliamente de acuerdo con las terapias contextuales, pero
también recupera el condicionamiento pavloviano como una herramienta para el análisis
del lenguaje. Consideramos que los enfoques de Mowrer, Tonneau y Wittgenstein se
complementan el uno al otro y fortalecen nuestra propuesta de combinar los procesos
clásicos y operantes para estudiar el lenguaje y el habla. Esto nos permite prescindir de
los fundamentos más débiles de las terapias de la tercera ola: la Teoría de los Marcos
Relacionales (RFT, Hayes et al., 2001), criticada por muchos autores (Tonneau, 2001,
2004) Desde nuestra perspectiva, la RFT es un triple salto mortal de fe desde su base en
la investigación de la igualación-a-la-muestra (Pérez-Fernández, 2015; Sidman, 1971;
Sidman y Tailby, 1982).
Proponemos que el estudio de la triada lenguaje-cognición-conducta en términos de
procesos de aprendizaje asociativo ofrece una explicación alternativa plausible para la
terapia psicológica en general y las técnicas cognitivas en particular (Froján-Parga,
Montaño-Fidalgo, Calero Elvira y Ruiz-Sancho, 2011; Montaño, Calero y Froján, 2006).
Desde nuestra perspectiva, no todos los problemas psicológicos son causados por un
funcionamiento cognitivo inadecuado (la piedra angular de las terapias cognitivas); por
el contrario, debería establecerse la función de los pensamientos lingüísticos en cada
problema específico. Ocasionalmente, un análisis funcional podría mostrar que existe un
control verbal defectuoso que causa una conducta problemática. En tales casos, modificar
ese control por medio de técnicas cognitivo-verbales como el método socrático podría ser
conveniente. Esta técnica puede concebirse como una combinación de procesos de
moldeamiento y encadenamiento verbales: las verbalizaciones que se acercan a
enunciados pro-terapéuticos deseables son discriminadas y reforzadas, mientras que
aquellas que se alejan del enunciado blanco son punidas o extinguidas (Calero-Elvira,
Técnicas cognitivas y lenguaje. Un retorno a los orígenes conductuales

Froján-Parga, Ruiz-Sancho y Alpañés-Freitag, 2013; Froján-Parga y Calero-Elvira,


2011).
Sin embargo, el enfoque operante no puede explicar por si solo como estas
verbalizaciones modifican la conducta del cliente en entornos extraclínicos en donde ni
las verbalizaciones ni la operante descrita han sido reforzadas. Se puede extraer aquí una
cierta analogía al surgimiento de las respuestas derivadas en los procedimientos de
igualación-a-la-muestra (véase Pérez-Fernández, 2015; Tonneau, 2001). Aquí, la RFT
introduce el concepto de “conducta relacional”: la conducta de establecer asociaciones,
en última instancia responsable de la “transformación de funciones” (el cambio de una
función del estímulo debido a su pareamiento con otros estímulos). La RFT cuestiona que
esto se trate de un fenómeno de transferencia funcional exclusivamente operante y
desarrolla el concepto de “marco relacional” para explicarlo (Hayes et al., 2001).
El marco relacional es sin embargo un concepto controversial (Tonneau, 2001, 2002,
2004) que falla en dar cuenta del control diferido que la intervención del terapeuta tiene
sobre la conducta del cliente. Más bien, la respuesta mediadora de Mowrer puede explicar
cómo la intervención en contextos clínicos puede afectar directamente las conductas en
entornos extraclínicos. Los enunciados apetitivos o aversivos del terapeuta que siguen a
algunas de las verbalizaciones del cliente no solo refuerzan/punen la conducta verbal del
cliente, sino también asocian la respuesta emocional del cliente como la destinataria de
esos enunciados reforzantes/punidores, con la respuesta elicitada por las propias
verbalizaciones del cliente. En otras palabras, los significados mowrerianos del cliente y
las verbalizaciones del terapeuta se asocian. A través de posteriores pareamientos signo-
signo, el estímulo-cosa referido por el enunciado de cliente podría empezar a elicitar
respuestas similares a aquellas elicitadas por el estímulo-signo (es decir, se logra una
transferencia de significado). El trabajo del terapeuta será así exponer al cliente a
enunciados que eliciten respuestas en línea con los objetivos terapéuticos. Ya que tales
enunciados son funcionalmente equivalentes a sus referentes, podemos explicar el cambio
conductual hacia un estímulo-cosa como resultado de la transferencia de significado entre
dos palabras y oraciones signo-sino (es decir, sin aparear directamente el estímulo-cosa
con la respuesta emocional). La asociación pavloviana entre las respuestas elicitadas por
los enunciados del cliente y aquellas elicitadas por las del terapeuta podrían no extinguirse
porque las nuevas conductas del cliente que resultan de esta asociación son útiles en los
términos de Tonneau (2001): le permiten al cliente acceder a situaciones reforzantes. El
papel del condicionamiento operante sería así mantener las relaciones de equivalencia
funcionales establecidas a través de procesos pavlovianos. En consecuencia, ambos tipos
de condicionamiento actúan conjuntamente durante la intervención terapéutica.
Creemos que esta explicación es indudablemente más parsimoniosa que los modelos
cognitivos tautológicos que dan cuenta del comportamiento humano en términos de
entidades causales de un carácter ontológico dudoso. Retirar esas entidades de nuestros
análisis causales y abrazar una explicación basada en la combinación del
condicionamiento clásico y operante solamente puede mejorar la solidez teórica y las
posibilidades experimentales de investigación sobre el cambio clínico. El análisis
pavloviano del lenguaje cierra la brecha entre los entornos clínicos y extraclínicos.
Específicamente, el concepto de respuesta mediadora explica cómo se logra el cambio
conductual sin la necesidad de entrenar directamente la conducta en relación a los
estímulos-cosa. Esto es inmensamente interesante dada la dificultad – o más bien
imposibilidad – de una intervención directa y no mediada verbalmente en los entornos
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cotidianos del cliente. En suma, este enfoque abre muchos caminos prometedores para un
desarrollo solido de los tratamientos psicológicos.
No consideramos que este retorno a los origines conductuales de las técnicas
cognitivas constituya un retroceso, sino un avance que nos ayuda a sobrepasar el callejón
sin salida teórico en el que las escuelas contextualistas están estancadas debido al énfasis
casi exclusivo de estas en el condicionamiento operante. También consideramos que es
más sólido filosófica y científicamente que cualquier alternativa propuesta por la MCC,
cuyo modelo dualista y tautológico ha conducido al estancamiento (y probablemente
retroceso) del desarrollo experimental de la intervención psicológica.

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