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EL APOCALIPSIS

EDUARD SCHICK

Introducción

EL MISTERIO DE LA HISTORIA

La entera revelación bíblica, desde la historia más remota en el


Génesis hasta el Apocalipsis en el Nuevo Testamento, da testimonio
de la acción misericordiosa de Dios con el mundo y con la
humanidad; su objeto es la historia de la salvación 1. Ésta se inicia
con el comienzo puesto por Dios, la creación, y se orienta hacia el
fin último de la consumación, que el Creador fijó a su obra desde
toda la eternidad y hacia el que la conduce con absoluta seguridad a través del tiempo. Así, la
idea de la historia propia de la Sagrada Escritura es radicalmente teológica y escatológica; en
otras palabras; está regida en todo y por todo conforme a un punto inicial y un punto final fijado
por Dios a toda la historia. De acuerdo con esto, su exposición se inicia con el primer comienzo
y termina con una descripción que trata de ofrecer una representación del estado final; ahora
bien, dado que el estado de consumación alcanza hasta la esfera trascendente de la existencia
divina, sólo puede ser presentado gráficamente en forma analógica, es decir, por medio de
comparaciones, de símiles y de imágenes, pero no ser descrito directamente. Al empeño por
representarse anticipadamente, por lo menos con imágenes y analogías el final de la figura
pasajera del mundo y la forma definitiva, acabada y eterna de existencia que va brotando de ésta,
responde un género literario especial, la llamada literatura apocalíptica, en la que el último libro
del canon bíblico se encuadra deliberadamente con su primera palabra apocalipsis.

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Este género literario, estimulado en un principio por los escritos proféticos del Antiguo
Testamento, se desarrolló principalmente en los dos últimos siglos que precedieron a la era
cristiana; lo hallamos ya esbozado en Isaías (cap. 24-27), Ezequiel (40-48), Zacarías (9-14),
textos todos en los que se dedica gran espacio a la perspectiva escatológica; finalmente, en el
libro de Daniel (168-164 a.C.) se desarrolla en forma de una exposición que penetra y configura
la obra entera. El período crítico de la época de los Macabeos intensificó el interés por la
orientación final del sentido de la historia; luego, tras las huellas de Daniel, hasta por los
comienzos del siglo II d.C., surgen numerosos apocalipsis judíos (apócrifos). En el Nuevo
Testamento se destaca por separado el Apocalipsis de Juan por su contenido y tenor
exclusivamente apocalípticos. Sin embargo, a lo largo de todo el Nuevo Testamento se
descubren fragmentos aislados dispersos que pueden designarse como apocalípticos: éstos
muestran que la predicación cristiana primitiva, al incorporarse y transmitir la predicación de
Jesús, se sirvió también generalmente de este género literario al mismo tiempo que de otros (cf.
el llamado Apocalipsis sinóptico Mt 24 y 25 = Mc 13 = Lc 21; en Pablo: lTes 4,15-17; 2Tes 2,1-
12; lCor 15,20-28; 2Cor 5,1-10; también 2Pe 3,10-13). El Apocalipsis de Juan fue todavía hasta
entrado el siglo II objeto de más de una imitación en la literatura cristiana primitiva; en parte se
trata únicamente de elaboraciones cristianas de modelos judíos; como obra maestra tardía de este
género podría designarse la Divina comedia de Dante.
El mismo Apocalipsis de Juan sabe también de la conexión primigenia de la apocalíptica
con la profecía veterotestamentaria, pues su autor se designa como profeta (10, 11;22,9). Los
profetas de Israel habían sido guías del pueblo elegido enviados por Dios, que aparecieron sobre
todo en épocas críticas de su historia; sus instrucciones y advertencias, sus exhortaciones y
consolaciones proporcionaban una y otra vez al pueblo la debida orientación por su camino de la
historia de la salvación; la perspectiva de la salvación definitiva que había de venir, el tiempo de
la salud, desempeñaba naturalmente un papel especial en la motivación de su predicación
destinada a dar ánimos; de esta manera, la predicción del futuro, el vaticinio, que en modo
alguno constituye el encargo más inmediato o incluso propio de la misión de los profetas, halló
un puesto en su predicación.
Como los escritos de los profetas en el Antiguo Testamento, también el Apocalipsis de
Juan, en cuanto libro profético por su disposición general, tiene por objeto proporcionar a la
Iglesia de aquel tiempo -especialmente a las cristiandades existentes en la provincia romana de

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Asia (Asia Menor)- orientación, fortaleza y consolación en su situación del momento. Su
intención es, por tanto, parenética; incluso los cuadros del tiempo final sirven de motivaciones de
las palabras de aliento. En efecto, toda historia temporal recibe sentido y esclarecimiento de su
desenlace y meta definitiva; ahora bien, lo definitivo proporciona seguridad, da fuerzas y
dispone para superar debidamente lo pasajero. Por esta razón el Apocalipsis extiende todas las
líneas desde lo provisional y pasajero hasta la eternidad definitiva de la consumación de la
historia de la salvación.
La forma de exposición con que el Apocalipsis logra este objetivo es una sucesión de
cuadros alegóricos simbólicos, por tanto no un lenguaje conceptual, sino un lenguaje de
imágenes. Esta circunstancia dificulta notablemente su inteligencia al lector de hoy. La
apocalíptica judía trabaja con motivos figurativos tradicionales, cuya materia fundamental está
tomada principalmente del Antiguo Testamento; a esto se asocian suplementariamente motivos
tomados de una más amplia corriente de tradición judía popular, en la que, a su vez, se habían
amalgamado también representaciones de índole mítica tomadas del entorno pagano de Israel. El
conocimiento de la procedencia de los elementos figurativos, juntamente con la constatación de
su constante empleo para expresar en cada caso un determinado contenido simbólico (valores
simbólicos fijos de números, colores, acontecimientos de la naturaleza, animales, pueblos,
ciudades, etc.), ayuda a comprender el sentido. Por lo demás, el Apocalipsis de Juan, con el
empleo tan frecuente de la conjunción comparativa «como», hace ya notar que no trata en modo
alguno de describir hechos históricos, sino que en sus imágenes quiere poner al alcance a modo
de comparación (analógicamente) una realidad inaccesible a la experiencia humana y, por
consiguiente, en alguna manera inefable. No describe por tanto el desarrollo real de futuros
acontecimientos terrestres, ni presenta una sucesión cronológica de la historia final, sino que
desde la absoluta realidad supratemporal de Dios, que sin embargo fundamenta y conduce a su
meta toda la historia, interpreta el sentido último del entero proceso histórico, como también el
de hechos de la historia temporal.
El Apocalipsis de Juan se distingue exteriormente de los escritos del mismo género del
judaísmo tardío por su agradable sobriedad y por la estructura relativamente perceptible de los
diferentes cuadros, como también de la composición de conjunto. Esta cualidad está relacionada
con el origen de la obra. No es un producto artístico surgido, como aquellos escritos, en la mesa
de escritorio; describe algo no excogitado, sino vivido; trata de dar una expresión comprensible a

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verdaderas vivencias de visiones bajo un revestimiento tradicional y con los medios usuales en la
apocalíptica, vivencias con las que el vidente, en estado profético extático, había sido instruido
por Cristo sobre la historia de su Iglesia. La sucesión de imágenes descubre el impulso central
del transcurso de la historia del mundo después de la acción redentora de Cristo: la oposición
combativa -que nunca cesa, que se agudiza en algunos tiempos y en particular hacia el final de
los tiempos- entre el reino de Dios, presente ya actualmente en el mundo por Cristo, y el reino de
Satán, quebrantado ya en el fondo por Cristo, pero que todavía opone resistencia. Así pues, lo
que los fieles de Cristo experimentan en el mundo y por parte del mundo está caracterizado en su
raíz por este conflicto que tiene lugar en el fondo de toda historia terrestre, en el cual la historia
divina de la salvación se lleva a término con lucha.
Como lugar de las mencionadas vivencias de revelación viene designada la isla de Patmos,
a la que el sujeto que recibe la revelación había sido desterrado por causa de su fe y de su acción
apostólica (1,9). El vidente, sin duda una personalidad conocida y de autoridad reconocida entre
sus destinatarios directos, se llama sencillamente por el nombre de Juan. Aunque el Apocalipsis
mismo no ofrece más puntos de referencia para la exacta determinación de su autor, la tradición
imparcial del siglo II ve en él al apóstol Juan (testigos: Justino, Ireneo, Clemente de Alejandría,
Orígenes; fragmento de Muratori; prólogo antimarcionista de Lucas); sólo la desconfianza
provocada por el uso abusivo del Apocalipsis en que incurrieron los quiliastas exaltados,
perturba a partir del siglo III esta tradición originariamente unánime.
El motivo de la composición del Apocalipsis, que con una introducción epistolar (1,1-8),
con las siete cartas dirigidas a otras tantas comunidades 2,1-3,22) y con el final semejante a una
conclusión de carta (22,21), se presenta como una carta circular, fue una persecución de los
cristianos que asomaba ya en el horizonte; su fin próximo es el de preparar interiormente para
este período de prueba a las iglesias de Asia Menor, objeto de esta persecución, y animarlas a dar
el testimonio del sufrimiento y, si se diera el caso, de la muerte, con la excelencia del premio que
aguarda al vencedor. Como tiempo de la composición del Apocalipsis, el testimonio de la
tradición más antigua (Ireneo, Contra las Herejías v, 30) indica el período del reinado del
emperador Domiciano (81-96 d.C.); éste tomó la negativa a dar culto al emperador como motivo
de la primera persecución contra los cristianos extendida más allá de la corte imperial] de Roma
en los años 95/96; esto concuerda con la circunstancia de que el Apocalipsis presupone como
inminente una persecución de los cristianos en Asia Menor.

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La interpretación 10 del Apocalipsis debe partir de este motivo y fin concretos, aunque su
contenido y significado no se reducen a instrucciones para aquel único momento histórico, como
lo muestran sus mismas palabras. En este libro profético se pone la historia final al servicio de la
historia temporal, la cual a su vez viene reflejada con múltiples rasgos en las imágenes del
tiempo final o escatológico. Aunque las descripciones de los capítulos 13 y 17,1-19,20 se
envuelven en un velo simbólico, sin embargo, en ellos se puede reconocer sin dificultad el
imperio romano, su capital Roma y el culto del emperador. No obstante, tales perspectivas de la
historia del tiempo adquieren siempre a la vez en el marco de la composición total un significado
típico, se amplían en forma de símbolos supratemporales, como también aparece en realidad, en
formas históricas cambiantes en cada caso, el misterio central de la historia, el enfrentamiento
combativo entre el reino de Dios y el poder usurpado de su adversario. Por esta razón, toda
forma que exprese este proceso, única cada vez en la historia, es apropiada para representar
gráficamente la batalla decisiva que domina la entera historia del mundo; sus fases pueden por
consiguiente estar diseñadas también en el Apocalipsis de tal forma que su descripción da la
sensación de procesos descritos ya anteriormente, los cuales adquieren mayor intensidad según
se va acercando el fin, pero que en el fondo y en substancia siguen siendo los mismos.
Esta idea, con la que se capta la ley estructural que sirve de base al Apocalipsis, es ya
suficiente para prevenir contra la equivocada tendencia a querer ver en las escenas que se van
sucediendo un proceso histórico real, del que se pudiera colegir sin más a qué distancia del fin se
halla el tiempo del mundo. La intención del Apocalipsis no es -ni tampoco puede ser (cf. Mc
13,32; Lc 17,20s)-, la de ofrecer puntos de referencia para una exacta determinación del fin de
los tiempos con la segunda venida de Cristo; el Apocalipsis quiere sencillamente mostrar clara y
globalmente el carácter del tiempo final, es decir, de la época que se extiende de la primera a la
segunda venida de Cristo, a fin de que la Iglesia, en virtud de esta convicción, esté preparada
para sostener la prueba, a veces dolorosa, del nivel de su fe y así dar buena prueba de sí misma
en la firme convicción de que su Señor, que ha de volver, dice la última palabra tocante a la
historia del mundo, sobre todas sus épocas y sobre todos los que han vivido en ellas, han
participado activamente en ellas y han tenido en ellas su parte de culpa. Esta certeza que sostiene
el libro entero como constante motivo de consolación, se ve subrayada con la frecuente
repetición de indicaciones de tiempo, como «en seguida» (2,16; 3,11; 22,7.12.20) y «el tiempo
está cerca» (1,3; 22,10), las cuales, en cuanto tales, no tienen en el Apocalipsis la menor

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intención de fijar el momento concreto del «cuándo», de la misma manera que las imágenes no
tratan de describir en este libro la forma concreta del «cómo»; lo único que se hace es recalcar y
garantizar la certeza del «qué», del hecho, y ello con la forma de estilo profética de acortamiento
de la perspectiva temporal, habitual también en el Antiguo Testamento. La significación
teológica 11 del Apocalipsis se infiere de su tema capital, que no es otro que el objeto central de
la proclamación de Jesús en los Evangelios sinópticos: el reino de Dios, sus vicisitudes y su
triunfo en la historia. La multiplicidad y la fuerza de expresión de las imágenes lo ilustran:
comenzando por su origen eterno (4,1-11), pasando por su fundación en medio de la historia de
la humanidad (5,1-14; 12,1-6) y sus suertes en la historia del mundo (12,13-13,18), hasta su
explosión definitiva (19,11-20,15) y su manifestación en forma acabada en la tierra (21,1-22,5).
A lo largo del desarrollo de este contenido fundamental traza la profecía grandiosos cuadros de
detalle, en los que todos los artículos del símbolo de fe apostólico aparecen interpretados en la
forma más original y primigenia mediante una expresiva teología en imágenes: la doctrina sobre
Dios en sentido estricto (4,1-11), la doctrina del Redentor y de la redención (1,5-8.12-19; 5,6-14;
12,1-6; 14,1-5; 19,11-21; 20,4-6), la doctrina sobre el Espíritu Santo (1,14; 2,7.17, etc.; 4,5; 5,6;
14,13; 22,17), la doctrina sobre la Iglesia (1,5s; 1,20,2,1-3,22; 7,1-8; 12,13-17), la comunión de
los santos (6,9-11; 8,3-5), la resurrección de los muertos y la vida eterna (4,10s; 7,9-17; 14,14-
20; 19,17-20,15; 21,1-22,5). Así ofrece el Apocalipsis un compendio gráfico que abarca la entera
predicación cristiana de la salvación, coordinada orgánicamente e inserta en el gran marco de la
historia de Dios con la humanidad definida escatológicamente; sigue su desarrollo en las fases
históricas de primer plano, en consideración de los factores preternaturales y sobrenaturales que
en ella se ponen de relieve y con la mirada puesta en el fin último que Dios fijó a su creación y
hacia el que la conduce a través de todas las confusiones y extravíos. El último libro de los
escritos de revelación de Dios es el punto culminante y la conclusión y colofón de un «Evangelio
eterno» (14,6), que comienza en la época de su promesa en el Antiguo Testamento y alcanza
hasta su cumplimiento finalmente acabado.
La estructura del Apocalipsis es relativamente clara. Él mismo indica la división en dos
partes; se muestran al vidente para que las anote, «las (cosas) que son» y «las que han de ser»
(1,19).
...............
1. La investigación bíblica de nuestros tiempos vuelve a poner especialmente de relieve el carácter histórico
de

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la revelación divina. Los escritos del Nuevo Testamento y del Antiguo no deben leerse en primera línea como
una colección de preceptos morales o como una lista de dogmas de fe, sino que refieren «la historia de lo
que Dios ha hecho en unas vidas de hombres en favor del conjunto de la humanidad con vistas a realizar en
ésta un determinado designio de salvación. Toda esta historia está dirigida a un término que esclarece y da
sentido a todas sus etapas» (Y. CONGAR, Cristo en la economía salvífica y en nuestros tratados
dogmáticos en «Concilium nº 11 [1966]6). Con esta convicción está relacionado el redescubrimiento de la
escatología como determinante del transcurso de la historia; la escatología desempeña el papel principal en
toda una corriente de la teología moderna.
10. Las diferentes clases de interpretación registradas en la historia de la exégesis del Apocalipsis pueden
reducirse a tres grupos principales: la de historia del fin (escatológica), la de historia del tiempo y la de
historia del mundo y de la Iglesia. Esta última se ha abandonado ya, exceptuadas algunas sectas; la
interpretación más seguida hoy presenta una asociación de interpretación de historia del tiempo y de
interpretación de historia del fin (escatológica), por lo cual es la que mejor toma en consideración la
circunstancia de haberse escrito el Apocalipsis en primer lugar para su tiempo («escrito ocasional») y de
haber venido a ser luego, mediante su adopción en el Canon, un libro para todos los tiempos.
11. Con la adecuada interpretación se ha ido reconociendo cada vez más el contenido teológico del
Apocalipsis.
Comprende no sólo enunciados doctrinales sobre cuestiones de la escatología; la teología en sentido
estricto, la cristología, la pneumatología y la demonología se desarrollan no menos ampliamente en el último
libro de la Biblia en forma figurativa intuitiva, que tiene afinidad con el lenguaje figurado de Jesús. No menos
digna de consideración que el contenido teológico es la concepción fundamental, en base a la cual se
desarrolla este contenido. Todo se enfoca desde el punto de vista de que Dios asume toda su soberanía en
la creación; en función de la consumación de la soberanía de Dios al fin del mundo se capta e interpreta
teológicamente el entero transcurso de la historia y toda la realidad del mundo.
...............

INTRODUCCIÓN (1,1-20)

1. TITULO DEL LIBRO Y BIENAVENTURANZA (1,1-3)

1 Revelación de Jesucristo que Dios le dio para mostrar a sus siervos lo que ha de suceder
en seguida, y él la manifestó a su siervo Juan, mediante el ángel que le envió.

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Al último libro del canon neotestamentario se da el nombre de Apocalipsis, es decir,
«revelación», pues en él se revelan realidades que el hombre no puede alcanzar por sí mismo
mediante experiencia ni reflexión, y que sólo puede conocer si le son reveladas. En la fase
preparatoria del tiempo de salvación, Dios había hecho decir a su pueblo por medio de profetas
cuáles eran en cada caso sus intenciones para con él, cómo debía éste entender su historia; en el
punto culminante del tiempo de salvación «habló por el Hijo... él es el reflejo de su gloria,
impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa» (Hb 1,2s).
El profeta viene a serlo por llamamiento; como en el Antiguo Testamento, por Yahveh (cf.
Is 6,8ss; Jer 1,4ss; Ez 1,1 ss), así el profeta neotestamentario Juan (22,9) es llamado por
Jesucristo ( 1,9-20); de él recibe también lo que tiene que anunciar («revelación de Jesucristo»).
El mensaje de Cristo glorificado es, como lo era también su predicación durante su vida terrena,
revelación de Dios, que él había recibido del «Padre» (Jn 12,49; 14,10; 17,8).
Al igual que la «palabra de Yahveh» (Os 1,1; J1 1,1), que fue dirigida a los profetas
veterotestamentarios, la profecía neotestamentaria -como tal se designa el Apocalipsis (1,3)- no
es en primer lugar y propiamente predicción de hechos futuros con indicación del lugar y del
tiempo, sino notificación de instrucciones divinas en forma de exhortación, amenaza y promesa,
que están relacionadas con determinadas situaciones y experiencias históricas y deben ayudar a
comprenderlas y dominarlas. Al mismo tiempo, procesos históricos vienen interpretados
constantemente a partir del hecho primigenio por el que vienen determinados en cuanto a su
contenido y su dirección, a saber, por la necesaria referencia de todo ser a Dios como a su origen
y a su fin.
En la perspectiva de Dios, todo futuro, próximo o remoto, es un «en seguida» (cf. 2Pe 3,8;
Sal 90[89]4). En el género literario profético, que por lo regular diseña en una superficie sin la
dimensión de profundidad, con lo cual borra sobre todo la perspectiva de tiempo, «en seguida»
queda reducido casi a una expresión simbólica, que manifiesta la certeza absoluta del acontecer y
conforme a ello quiere suscitar en los interesados una prontitud vigilante; enfocado juntamente
con el «debe» o «ha de», que caracteriza el plan salvífico de Dios, inmutable a despecho de todas
las resistencias, quiere aportar a los destinatarios del Apocalipsis consolación y confianza en la
aflicción. Estos son llamados «sus siervos», porque conocen a Dios como el Señor absoluto del
mundo y de su historia, y como tal lo reconocen personalmente para sí mismos. Aquí se dirige la
palabra no sólo a ellos, sino juntamente con ellos a todos los que participan de esta fe; se trata de

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mostrarles el plan de Dios sobre el mundo, que ningún hombre puede descubrir por sí mismo, ni
con especulación filosófica sobre la realidad de las cosas, ni con reflexión sobre la profundidad
de su propio yo. La revelación de Dios viene al hombre exactamente por el camino contrario;
Juan llega, como veremos, en el éxtasis, es decir, en una elevación por el Espíritu de Dios por
encima de la estrechez del yo, de sus posibilidades y limitaciones, al conocimiento de las
intenciones y caminos de Dios con respecto al mundo y al hombre, que en este estado de
elevación por encima de sí mismo se le mostraron en múltiples y variadas imágenes («todo
cuanto vio», 1,2) para que las transmitiera a la Iglesia.
Así pues, lo que él presenta en su escrito es revelación; este hecho debe ser garantizado. La
garantía viene aportada mediante indicación del camino por el que le llegó la revelación: Dios-
Jesucristo-un ángel-Juan; por esta cadena de tradición, que va desde la fiabilidad del origen hasta
la fiabilidad del último eslabón, queda asegurado el contenido; esto es por lo demás una
presentación gráfica muy intuitiva del hecho de que el principio de la tradición puede ser la única
forma de transmisión de la revelación y de la razón por que lo es. En la cadena de tradición se
intercala todavía un ángel como intermediario entre Jesucristo y Juan, como en el Antiguo
Testamento se refiere con frecuencia de Yahveh, el Señor elevado al trono del Padre se sirve de
un ángel para comunicar su mensaje; la gloria y el poder del ser de Dios, cuya manifestación
inmediata no es capaz de soportar el hombre (cf. Ex 33,20), se da a conocer en los ángeles bajo
revestimiento humano (cf. Lc 2,9); con este resplandor de la gloria de Dios se acreditan como
enviados por él.
Los ángeles y los demonios en el Apocalipsis tienen un papel importante, el hombre
aparece como colocado entre estos poderes espirituales y consiguientemente ante la decisión
entre el bien y el mal. Los ángeles de la revelación tienen en el Apocalipsis (4,1; 10,1ss;
17,1.7.15; 19,9; 21,9; 22,9) la misión de mostrar al vidente las imágenes como garantía de que la
visión no es una ilusión de los sentidos del hombre, sino que ha sido causada por Dios; a veces
también le explican el contenido de realidad de un símbolo no fácil de comprender por sí mismo.
2 Juan da testimonio de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo: de todo cuanto vio.
El quehacer que incumbe a Juan como a «siervo» de Jesús es el servicio del testimonio; tras esta
función de dar testimonio desaparece totalmente su persona. Su testimonio a su vez reposa en el
testimonio de Jesús mismo, que es «el testigo fidedigno» (1,5); su nombre (expresión de su ser)
es, por eso, también «fiel y veraz» (19,11). Puede, en efecto, testimoniar, con fiabilidad, la

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«palabra de Dios» porque conoce al Padre (Mt 11,27), y así habla por visión directa de eso que
testimonia (Jn 3,11.31s); por su «testimonio de la verdad» (Jn 18,37) fue a la muerte. La
«palabra de Dios», cuyo testimonio da Jesús, contiene junto a su testimonio sobre Dios también
el testimonio de Dios sobre Jesús (Jn 5,32.37; 8,18). El Apocalipsis es incluso, como veremos,
ante todo y sobre todo la interpretación o exposición de la persona y de la obra de Jesús en
cuanto a su significado para la historia del mundo.

3a Bienaventurado el que lee y los que escuchan las palabras de esta profecía y guardan lo
escrito en ella.

Después de haberse dado en la inscripción todos los datos necesarios sobre el origen, el
contenido y el modo de la revelación, como también sobre su transmisión y su receptor, termina
Juan su prólogo con una felicitación al lector y a los oyentes; así da por supuesto que la
«revelación de Jesucristo» se lee públicamente a los fieles en la asamblea cultual; la transmisión
se efectúa por tanto a través de Juan a las cristiandades. En la lectura pública de la «palabra de
Dios», registrada por un testigo autorizado, se hace presente eficazmente entre los fieles la oferta
de salvación en forma de comunicación y de exigencia. A aquellos que con prontitud interna la
toman en serio y la hacen fructificar (cf. Lc 11,28) se aplica la primera de las siete
bienaventuranzas del Apocalipsis (cf. 14,3; 16,15; 19,9; 20,6; 22,7.14). 3b Pues el tiempo está
cerca.
A fin de subrayar lo apremiante del llamamiento contenido en esta bienaventuranza se
halla, como un signo de exclamación al final del prólogo, el recuerdo y advertencia de la
brevedad del tiempo de que todavía se dispone.
En el «cerca» se reasume el sentido contenido en el «en seguida» (1,1). Con la primera
venida de Cristo adquirió el tiempo, en sí mismo y para los hombres, una nueva modalidad de
ser; en Cristo fue el tiempo envuelto en la eternidad; con la «plenitud del tiempo» (Gál 4,4) se
dio también a conocer la propia plenitud de sentido de todo tiempo (cf. Ef 1,9s), que en su
segunda venida se manifestará abiertamente. El tiempo intermedio no posee ya un centro de
gravedad en sí mismo; una vez que con él llegó «la etapa final de los tiempos» (lCor 10,11), su
significado se cifra en su orientación hacia el despuntar de «el día de Cristo Jesús» (Flp 1,6.10;
2,16), que no conoce ya ocaso. La exhortación a una prontitud vigilante y el motivo de

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fortalecimiento y consolación que impregnan todo el Apocalipsis, se compenetran en este
llamamiento.

2. INTRODUCCIÓN EPISTOLAR (1,4-8)

4a Juan, a las siete Iglesias que están en Asia...

Como al Evangelio de Juan (Jn 1,1-18), también al Apocalipsis se antepone una


introducción, que a manera de prólogo indica el tema e insinúa variaciones según los diferentes
motivos. Dado que Juan había concebido su escrito como destinado a ser leído en público en la
asamblea cultual (1,3), da al prólogo la forma de un sobrescrito según el tenor corriente en la
antigüedad: Menciona al remitente y a los destinatarios y transmite su saludo (cf. las
introducciones de las cartas neotestamentarias, en particular Sant 1,1).
El remitente se llama por su propio nombre, Juan, sin ningún aditamento; da por supuesto
que es conocido de los destinatarios y que goza de autoridad en las Iglesias de Asia Menor; en
1,1 se había designado ya como siervo de Jesucristo, como suele hacerlo también Pablo en las
introducciones de sus cartas (Rom 1,1, etc.; cf. también Sant 1,1; 2Pe 1,1; Jds 1); había
subrayado también su elección y designación para dar «testimonio» (1,2): el encargo de servir y
la prontitud para prestar servicio ocupan el primer plano en la persona del que ha sido llamado.
Como destinatarios se mencionan siete Iglesias concretas de la provincia romana de Asia (Asia
Menor occidental), que luego se designan por sus nombres (1,11). El número siete juega en el
plan del Apocalipsis el mismo papel que la planta en la construcción de un edificio; las siete
cartas van seguidas (2,1-3,22) de otros tres septenarios, en los que están reunidas por orden las
visiones de futuro: los siete sellos (6,1-8,2), las siete trompetas (8,2-11,19), las siete copas
(15,1-16,21). Esta estructura debe su origen al significado simbólico que el número siete tenía en
el sistema numérico de la antigüedad. El siete se empleaba como signo de lo acabado, de la
integridad y de la plenitud. Así pues, en el número siete de las iglesias de Asia Menor se oculta
el conjunto de las iglesias de Jesucristo en Asia, como en el mundo entero. En este libro se trata
de la Iglesia de todos los lugares y de todos los tiempos.

4b Gracia y paz a vosotros de parte de aquel que es, que era y que ha de venir...

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La fórmula de salutación «Gracia y paz» se halla en casi todas las cartas del Nuevo
Testamento; este tenor se remonta sin duda a Pablo, que reunió en él el saludo corriente del
mundo griego khaire (¡salud!) con el de los pueblos semíticos shalom (paz) y los reinterpretó en
sentido cristiano; «gracia y paz» traducen la quintaesencia de la salvación en Jesucristo. Tal
salutación pone más allá del mero deseo una acción eficaz (Mt 10,12s; Lc 10,5s); la salvación
que se desea a alguien se hace realidad en el saludado. Por esta razón en la ordenación sacerdotal
se transmite expresamente la potestad de bendecir. Ahora bien, quien imparte bendición no es
nunca el hombre, sino siempre Dios mismo; en tres fórmulas solemnes, que corresponden a la
triple forma en que Dios se dio a conocer en la historia de su revelación, viene aquí traducido su
nombre. A la persona del Padre se aplican aquí los tres predicados soberanos que expresan la
esencia de Dios en su trascendencia y al mismo tiempo en su historicidad. El primero hace
claramente referencia a la revelación de Dios en la zarza ardiente y al nombre de Yahveh (Ex
3,14); Dios es el que es siempre y en todas partes; ya en el judaísmo tardío se interpretó el
nombre de Yahveh como referencia a la eternidad imperecedera de Dios, lo que aquí se destaca
expresamente con el predicado que se añade en segundo lugar: «que era». El tercer predicado
asocia -indicándolo claramente con la substitución de «será» por «ha de venir»- al Dios
trascendente con la historia de su mundo, en el que él se manifestará un día como su conductor y
soberano en toda la plenitud de su gloria. El ser divino viene presentado en un arco de la mayor
envergadura, que arranca de la intemporalidad, pasa por los comienzos de todo ser creado y el
sucesivo y cambiante acontecer dentro del espacio y del tiempo, para rematar en el punto final,
que Dios le pondrá en el juicio y en la consumación 12,

4c...y de parte de los siete espíritus que están ante su trono...

De manera semejante, el cumplimiento de la bendición deseada se hace depender «de los


siete espíritus»; como las siete iglesias simbolizan la Iglesia entera, así también los siete espíritus
simbolizan la plenitud del espíritu, su perfección sin medida ni límites (cf. también Is 11,2). El
estar «ante el trono de Dios» expresa plásticamente lo que más adelante (4,5; 5,6) se formulará
con mayor claridad en la expresión «los siete espíritus de Dios»; se trata del Espíritu Santo, que
es también el único al que conviene el atributo: la plenitud del Espíritu, el Espíritu perfecto 13.

12
Es el mismo Espíritu que también en las siete Iglesias hace oír la palabra de su Señor Jesús (cf.
2,7.11.17.29; 3,6.15.22).
...............
12. «Al final de la revelación bíblica, el Apocalipsis da al Señor, que va a realizar su supremo
«desvelamiento» para esta tierra, ese título compuesto que hay que leer como si fuese un solo nombre: «Él es, él era,
él viene.» Este nombre responde al nombre de Moisés; aquí como allí Dios se designa a sí mismo como el sujeto
soberano de la historia sagrada, cuya «naturaleza» se revela en y por lo que él es y hace por nosotros» (Y.
CONGAR, Cristo en la economía salvífica y en nuestros tratados dogmáticos en «Concilium», nº 11 [1966] 8-9.) 13.
El hecho de aparecer «los siete espíritus» en un mismo plano con Dios y con Jesucristo y de la misma forma que
ellos como origen del bien, es un argumento contra su interpretación como seres angélicos superiores; interpretación
sostenida por J. MICHL. ...............

5a ...y de parte de Jesucristo, el testigo fidedigno, el primogénito de los muertos, y el


soberano de los reyes de la tierra.

Sólo en tercer lugar se menciona a la segunda persona de la Trinidad divina, Jesucristo, y


de nuevo con tres predicados se trae a la memoria su aparición como hombre en condición
humilde, su obediencia al encargo de revelación del Padre hasta la muerte (cf. comentario a 1,3),
y su glorificación con la resurrección y la elevación al trono del Padre para reinar sobre todos los
poderosos de la tierra, y así sobre todo su figura de Redentor. La vida terrena de Jesús viene
caracterizada en su conjunto como un acto de dar testimonio; Jesús es la revelación de Dios no
sólo en el sentido de una información sobre el ser y obrar de Dios, sino como comunicación de
Dios mismo a los hombres en la figura de un hombre; no sólo su palabra, sino él mismo, en
manifestación y en obra, es el testigo fiel y veraz (cf. 3,14). En él, Dios ofreció a los hombres su
palabra, la plenitud de su revelación, y la garantizó absolutamente, pues Jesucristo es la palabra
de Dios (19,11) en persona y así merece una fe absoluta, incondicional. Se llama «el primogénito
de los muertos» (cf. Col 1,18; lCor 15,20), porque él fue el primer hombre al que la muerte no
pudo retener; y como tal no es el único y el último, sino el primero «de los muchos»; su
resurrección es promesa para todos, es el principio de una nueva creación de Dios (cf. 3,14), en
la que todo está ordenado a renacer de la caducidad y de la muerte, vivamente representado y
garantizado en la realidad del Resucitado. La glorificación de Jesús, que comienza visiblemente
con su resurrección, posee un significado determinante no sólo para los hombres, sino también

13
sobre todo para la entera historia universal; elevado al trono del Padre, ha entrado a reinar con
Dios sobre el universo (cf. 4,8-5,13s), soberanía de la cual, conforme al especial ángulo visual
del Apocalipsis, se destaca aquí expresamente su suprema soberanía sobre los potentados
políticos de la tierra (cf. 17,14; 19,16). En la profesión de la omnímoda soberanía de Jesús
resuena el motivo de la esperanza, la consolación, los alientos para la Iglesia en la persecución,
que se insinúa desde un principio y se repite constantemente en el libro.

5b Al que nos ama y al que nos libró de nuestros pecados con su sangre, 6 y de nosotros
hizo un reino, sacerdotes para Dios, su Padre: a él la gloria y el imperio por los siglos de los
siglos. Amén.

Las tres declaraciones de soberanía desembocan en una triple alabanza de Jesús y de su


obra, en la que también se indica lo que él significa para nosotros. El que fue elevado al rango de
soberano omnímodo no se ha distanciado por ello de los suyos en una majestad inaccesible, sino
que sigue siendo uno con ellos por la grandeza divina de su amor. En este amor ejerce también el
poder sobre los suyos y para los suyos, una vez que como hombre se reveló como un amor que
es más fuerte incluso que la muerte (Jn 15,13; cf. Jn 3,16). En efecto, con la entrega de su vida -
la sangre es aquí símbolo de la vida (cf. Lev 17,11) llevó a cabo la liberación del poder del
pecado, el pago de la deuda de los hombres ante Dios, y les facilitó de nuevo a ellos el acceso a
Dios, que se amplía en forma de una elección jamás sospechada, por la que alcanza cumplimiento
una promesa de tiempos pretéritos (Ex 19,6). El que nos rescató del poderío del pecado no nos
convierte en súbditos, sino que nos constituyó en soberanos juntamente con él en la tierra. Donde
se hallan sus redimidos está presente por medio de ellos su omnímoda soberanía en medio de
este mundo, pues ellos lo conocen en la fe y siguen el ejemplo de su amor. Donde la Iglesia existe
de manera tan viva, allí está el reino de Dios y actúa en dirección hacia su forma plena y perfecta
prometida para un día venidero, el soberano omnímodo se halla en medio de su comunidad, y en
sus miembros está presente en este mundo, aunque de momento la apariencia externa, el
desprecio y la persecución de sus seguidores por parte del mundo haga suponer exactamente lo
contrario. Quien ha sido hecho partícipe de la omnímoda soberanía del Señor glorificado, tiene
también participación en su sacerdocio eterno, que en el Nuevo Testamento está descrito como
sacerdocio regio (lPe 2,9; cf. también Heb 5,6; 7,17.21). Su muerte redentora por los hombres

14
fue su ministerio sacerdotal delante de Dios (Heb 9,11s). De la participación de los fieles en su
ministerio sacerdotal ante Dios se sigue también la adopción de sus sentimientos sacerdotales
para con Dios (Heb 10,8-10), como también la de su disposición para prestar el servicio de
mediador entre Dios y el mundo (Heb 5,1s; 7,24s). Estas altas distinciones confieren además a
los fieles de Cristo su absoluta confianza en Dios (Heb 10, ]9-21) 14 y frente al mundo (cf. Jn
16,32). Los predicados de soberanía, tales como la gloria y el poder, que en 1,5-6 se reconocen al
Señor exaltado, se repiten al final como alabanza dirigida a él en una fórmula de confesión y se
refuerzan con el término hebreo de confirmación «amén».

7 Ved que viene con las nubes. Y lo verán todos, incluso los que lo traspasaron. Y por él se
lamentarán todas las tribus de la tierra. Sí. Amén.

Su gloria y su poder actualmente ocultos resplandecerán un día ante el mundo entero; en


efecto, este Jesús del que escribe Juan, «viene». Aquí se indica el tema del libro. Suceda lo que
suceda, en todos los horrores de la historia, aun en los mayores, y en las más tremendas
calamidades de la humanidad, que luego se describen con imágenes apocalípticas, se anuncia ya
su venida, y el mundo vive las señales precursoras de la hora de su juicio. Así, la pregunta
dirigida por la humanidad al futuro, si se plantea debidamente, no deberá ser: «¿Qué viene?»,
sino: «¿Quién viene?» Con dos imágenes veterotestamentarias se concreta más en detalle el que
ha de venir y se proclama el significado de su venida para el mundo. La referencia a la visión del
profeta Daniel, la imagen del Hijo del hombre al que viene conferido el señorío universal y
eterno (Dan 7,13s) caracteriza al que viene como Señor y juez del mundo (cf. Dan 7,26). El texto
de Zacarías (Zac 12,10), que en el relato de la lanzada se cita como objeto de reflexión (Jn
19,37), subraya aquí la idea de que aquel a quien todos reconocen por fin como su juez, es el
crucificado. Ahora bien, esta convicción y el arrepentimiento de los que se hicieron culpables
para con él vienen demasiado tarde, y los gritos de lamentación «por él» sólo puede ser
expresión de la condenación que prevén ya anticipadamente. La primera venida en humildad
viene a dar, a través del Calvario, en la segunda venida en gloria y en poder, del juez del
universo. La certeza absoluta de este acontecimiento se corrobora al final con un doble «sí» (en
griego y en hebreo).
...............

15
A. FEUILLET hace notar la indiscutible afinidad teológica entre el Apocalipsis y la carta a los Hebreos que,
según él, merece tomarse en consideración.
...............
8 Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que ha de venir, el
todopoderoso.

Dios mismo pronuncia la última palabra de la introducción. Así como el alfa y la omega se
hallan respectivamente al principio y al fin del alfabeto griego, así Dios, que abarca en unidad el
pasado, el presente y el futuro, se halla al principio de todo lo que existe como el creador, en la
historia de la humanidad como el salvador y el juez, y al final de la historia universal como el
consumador; en una palabra: él es el «todopoderoso». Como tal, es también la última razón de la
certeza de que al final de los tiempos vendrá en la figura gloriosa del crucificado, con el corazón
traspasado.

3. VISIÓN INAUGURAL (1,9-20)

9a Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constante


espera de Jesús...

Un profeta no habla en nombre propio; tiene necesidad de ser enviado y legitimado por
Dios para anunciar su palabra. Así como en el caso de los profetas del Antiguo Testamento,
también Juan experimenta un llamamiento especial, cuyas circunstancias se describen aquí. Con
la designación y misión por parte de Dios se da naturalmente también la autoridad para con
aquellos que son objeto del encargo; de la misma manera, tal encargo para el que uno es llamado
por Dios, en cuanto a su contenido y su ejecución es independiente del conocimiento y de la idea
humana, así como de la apreciación personal; en efecto, el prestigio del que es llamado, al igual
que su autorización y su legitimación no estriba en su personalidad, sino el encargo para el que
ha sido designado y en virtud del cual él puede exigir que se le tome en serio y se le acepte en su
ministerio. Por esta razón, tampoco el ministerio en la Iglesia crea, como sucede con frecuencia
en el mundo, una relación de superior y súbdito, pues en la Iglesia tienen todos un único Señor,
al que están subordinados, Jesucristo; ahora bien, entre sí son ellos mismos «hermanos» (Mt
23,8). Así pues, también Juan se presenta con el nombre de hermano a aquellos a quienes se
16
dirige por encargo de su común Señor. Con todos comparte la misma gracia de la elección por
Dios, así como la misma suerte en el mundo. Cierto que ahora tiene ya, aunque todavía
invisiblemente, participación en la realeza de su Señor glorificado, pero mientras están en la
tierra tienen que compartir primero con él la suerte que el mundo le había deparado (Mt 10,38s;
16,24; 24,9; Jn 15,20; 16,33). La «tribulación» en el mundo ha sido predicha a la Iglesia como su
estado normal, y la experiencia de la historia muestra que al ceder esta tribulación de fuera, las
más de las veces decrecen también la concordia y la paz dentro de la Iglesia; en cambio, los
males que amenazan en común consolidan la unión fraternal, como también en la persecución da
valiente prueba de sí la fidelidad a la fe de los fieles en particular en virtud de la espera confiada
del Señor que ha de venir, con cuya venida la participación en su señorío regio será para ellos
una experiencia beatificante.

9b...estuve en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y del testimonio de
Jesús.

La tribulación de Juan tiene su forma especial, así como su razón especial. Él había
proclamado la palabra de Dios en la provincia de Asia, dando testimonio de la salvación y
ofrecida por Dios a los hombres y operada por medio de Jesucristo (cf. Act 1,8;4,33; 5,32). Para
hacerlo enmudecer como misionero y para privar de su apoyo a las comunidades cristianas de
Asia Menor, había sido desterrado de la tierra firme y conducido por la fuerza a la pequeña isla
rocosa de Patmos, de 40 km2 de extensión, al oeste de Mileto. La primera persecución cristiana
que alcanzó también a Asia fue la que tuvo lugar bajo el emperador Domiciano en 95-96; en ella
se produjo el primer choque del cristianismo con el imperio romano por causa del culto al
emperador (exigencia de prestar honores divinos al genio del imperio romano representado por
el emperador). Según parece, la persecución no está plenamente en marcha, pero en el destierro
de Juan proyecta ya anticipadamente sus sombras. Al que a los ojos de los hombres estaba
privado de toda influencia para la Iglesia de entonces, el Espíritu de Dios hace de él, en su lugar
de destierro, su instrumento especial, por el que él mismo (cf. comentario a 2,7) viene en socorro
de la Iglesia contra la oposición de los poderosos en el mundo.

10a Fue arrebatado por el Espíritu el día del Señor...

17
Sucedió un «día del Señor», un domingo -la celebración del primer día de la semana, día de
la resurrección de Jesús, con el banquete eucarístico había venido ya a reemplazar el sábado
judaico (Act 20,7; lCor 16,2)-, que el Espíritu de Dios vino sobre Juan para constituirlo en
vidente y pregonero profético de la palabra que Jesús quería que llegase a su Iglesia. El estado
extático, en el que Juan recibe su llamamiento y se le muestra también el mensaje en imágenes
(visiones), lo explica él mismo como un verse lleno del Espíritu de Dios; su espíritu humano, sin
perder la conciencia, queda capacitado, de esta manera, para recibir conocimientos que por
naturaleza le son inaccesibles. El espíritu humano debe ser primeramente abierto por el Espíritu
de Dios y elevado por encima de sus posibilidades, si ha de percibir y comprender una
revelación divina; por esta razón también la potencia y el acto de la fe es efecto del Espíritu de
Dios, es gracia.

10b ...y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, 11 que decía: «Lo que ves,
escríbelo en un libro y envíalo a las siete Iglesias: a Éfeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a
Sardes, a Filadelfia y a Laodicea.»

La primera visión comienza con una experiencia auditiva: detrás del profeta arrobado, un
voz -por tanto, no en él mismo- cuya fuerza le afecta como un toque de trompeta, lo interpela. Lo
fuerza a volverse para ver quién le habla y le comunica el encargo. Esta vivencia le sobreviene
de forma totalmente inesperada; el encargo mismo estaba fuera de su campo visual, ya que su
ejecución tenía que parecer imposible desde el punto de vista humano; en el auténtico profetismo
no hay acuerdo psíquico con uno mismo. Juan tiene que escribir lo que le viene mostrado y
enviar los apuntes a siete iglesias determinadas. Jesús había ordenado a los apóstoles proclamar
el Evangelio mediante predicación oral; este encargo lo vemos ahora extendido también a la
proclamación por medio de la palabra escrita. La palabra de Dios que Juan ha de transmitir por
escrito, se le mostrará en imágenes; el lenguaje figurado era también el medio preferido por
Jesús mismo en su predicación. La palabra de Dios puede ser no sólo oíble, sino que de esta
manera había de hacerse también visible, ya que el ver, y hasta meras representaciones visuales,
son las formas más sugestivas y eficaces de percepción humana. Si bien la verdad de revelación
sobrenatural sólo puede hacerse accesible a la vista en imágenes analógicas, por lo cual la

18
transmisión de la revelación debe operar siempre con la conjunción comparativa «como», sin
embargo, este medio conduce más fácil y eficazmente que una idea sin relieve, a una
comprensión más profunda. Cierto que en las parábolas de Jesús, como también en el
Apocalipsis, sólo se produce un conocimiento analógico, pero tampoco el lenguaje en conceptos
mentales alcanza inmediatamente el contenido de la revelación, ni lleva más allá de un
conocimiento comparativo. Ni siquiera la palabra de Dios hecha visible para el ojo humano en la
persona de Jesús mostró la realidad de Dios inmediatamente al espíritu humano, sino que sólo la
acercó un tanto en la refracción a través del campo de experiencia humana. Por esta misma razón
también Juan puede reproducir lo que se le mostró en el éxtasis únicamente en formas visuales
que le son familiares, o que tampoco son extrañas a aquellos a quienes debe transmitir lo que ha
visto como una misiva de Dios mismo (cf. 2,1; 2,8; 2,12, etc.). Veremos cómo Juan realiza esto
preferentemente con imágenes y palabras del Antiguo Testamento, en las que «habló Dios
antiguamente a nuestros padres» (Heb 1,1).

12 Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo. Y, vuelto, vi siete candelabros de
oro...

Cuando Juan se vuelve, tiene su primera visión; ésta le muestra al Señor Jesús glorioso (v.
13), tal como está presente en la tierra en medio de su Iglesia. Salta a la vista lo que esta visión
tiene de consolador para una Iglesia perseguida.
Los siete candelabros de oro se explican al final de la visión (1,20) como símbolos de las
siete Iglesias a las que va dirigida la misiva. En el templo de Jerusalén lucía el candelabro de oro
de siete brazos como símbolo del pueblo de Dios veterotestamentario. Los candelabros son del
metal más precioso, de oro; en el Apocalipsis aparece siempre el oro, junto con las perlas, las
piedras preciosas y el cristal, como la materia de que está formado el cielo (cf. 4,4; 21,15.18.21).
El oro de los candelabros indica también aquí que la Iglesia, como comunidad de «santos,» es
decir, de elegidos por Dios y para Dios (como tales se designa a los cristianos en la mayoría de
las cartas paulinas: Rom 1,7; lCor 1,2; 2Cor 1,1; Ef 1,1; Flp 1,1; Col 1,2), se halla ya en este
mundo realmente, y no sólo como mera expectativa de futuro (2Cor 5,1; Col 1,5; lPe 1,5), en
conexión con el cielo de Dios (cf. Flp 3,20). La esencia interna de la Iglesia como la comunidad
de Jesucristo agrupada en torno a su Señor glorificado, para estar vivificada, guiada y regida por

19
él, difícilmente podría mostrarse más claramente y representarse de manera más eficaz que con
esta imagen de los candelabros de oro. Es también altamente probable que con ella se exprese
también la misión de la Iglesia en el mundo; recuerda, en efecto, el dicho del Señor acerca de la
luz sobre el candelero (Mt 5,14-16) y las comparaciones tomadas de la luz con las que los
apóstoles describen el comportamiento de los cristianos en el mundo (Ef 5, 8; lTes 5,5; lPe 2,9;
lJn 1,7; 2,9).

13 ...y en medio de los candelabros, a uno semejante a Hijo del hombre, vestido de túnica
talar y ceñido a la altura del pecho con un ceñidor de oro. 14 Su cabeza, o sea, sus cabellos, eran
blancos como blanca lana, como nieve, y sus ojos, como llama de fuego, 15 y sus pies,
semejantes a bronce brillante, como incandescente en el horno, y su voz como estruendo de
muchas aguas.

La figura en que el Señor es contemplado por Juan en medio de su Iglesia recuerda al «Hijo
del hombre» en Dan 7,13 (cf. comentario a 1,7); según los Evangelios, Jesús se aplicó con
preferencia este nombre para expresar su misión mesiánica; en Daniel aparece el Hijo del
hombre como aquel al que «se ha dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18); el Hijo
del hombre glorificado es el Señor de su Iglesia. La túnica talar y el ceñidor de oro eran
distintivos de los sacerdotes y de los reyes. El Hijo del hombre, como el sumo sacerdote de
Israel, ejerce su poder como mediador para con Dios (cf. Heb 7,24s). También la continuación
de la descripción está tomada del libro de Daniel, concretamente de la figura del «anciano de
días» (Dan 7,9); el blanco resplandeciente es el color de la glorificación en el cielo. Cuando el
Apocalipsis traslada sin más la figura del «anciano de días» al «Hijo del hombre», significa con
ello que Dios mismo aparece en Jesús glorificado; conforme al modelo de Daniel, también los
atributos divinos de eternidad y omnisciencia («ojos como llama de fuego») son destacados
especialmente en este «Hijo del hombre». La mirada penetrante es un requisito para el oficio de
juez, que más adelante se le asignará con la imagen de la «espada aguda de dos filos» (v. 16). La
impresión de firmeza y de poder que dimana de todo el cuadro se reproduce con la descripción
de los pies; éstos, duros como bronce precioso y llenos del resplandor celestial, simbolizan la
omnipotencia del divino triunfador, al que ningún poder de la historia detiene y retrae de su
camino, ante cuya sentencia judicial deberán todos un día doblegarse. A la figura sobrehumana y

20
superpotente cuadra también su voz; su fuerza viene representada gráficamente con la imagen
del estruendo de las olas encrespadas, como sin duda lo había experimentado Juan en la estación
invernal en Patmos (cf. también Sal 29 [28] 3-5). A nadie puede pasar inadvertida esta voz, su
orden de mando se impone.
...............
16. Sobre la espada como símbolo de la palabra de Dios que juzga, cf. Is 14, 4: Hb 4,12.
...............

16a Y tenía en su mano derecha siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos
filos...

El soberano lleva en su mano derecha siete estrellas, símbolo de su poder de jurisdicción,


como en otro tiempo los emperadores y reyes llevaban el globo imperial, que al final de la visión
están (1,20) interpretadas como «los ángeles de las siete iglesias», es decir, como enviados de
Dios encargados de dirigir las iglesias, sin duda los prepósitos que en nombre de Jesús
desempeñan el ministerio de la dirección 15. En esta figura se simboliza, aparte de la protección
y seguridad que el Señor les ofrece, sobre todo su dominio sobre ellos, que además, con la
espada que sale de su boca, se especifica en el sentido de que ellos, como responsables ante él y
con todo rigor -la espada es de dos filos- deberán rendir cuentas en el juicio venidero 16.
...............
15. Quiénes hayan de entenderse en concreto bajo la designación de los «ángeles de las iglesias» sigue todavía
controvertido en la exégesis. Se proponen: los ángeles custodios de las iglesias (Boismard, Bonsirven); las
comunidades personificadas (Bousset, Charles. Lohmeyer, Ben); los jefes responsables de las iglesias (Strack-
Billerbeck, Zahn). E.B. ALLO supone un simbolismo a varios niveles; según él, el ángel simboliza el espíritu de la
respectiva iglesia, encarnado en su jefe, el obispo. ...............

16b ...y su semblante era como el sol cuando brilla en su esplendor. 17a Cuando lo vi; caí
como muerto a sus pies. Y puso su diestra sobre mí, diciéndome: «No temas.

La descripción se cierra con la reiterada alusión (1,14s) a la plenitud supraterrena de luz,


que irradia de la aparición del «Señor de la gloria» (lCor 2,8), insoportable para ojos humanos,
como una mirada al sol resplandeciendo en pleno mediodía. Como los tres discípulos en la

21
escena de la transfiguración sobre la montaña de Galilea (Mt 17,6), cae Juan «como muerto»
bajo esta impresión; el hombre se siente como aniquilado ante la esencia y potencia de Dios que
se le revela (cf. Is 6,5; Ez 1,28). El Señor hace volver en sí a Juan con las palabras tranquilizantes
del Maestro, que eran familiares a un discípulo de Jesús. Si nos atenemos al pleno contenido de
sus palabras, parece ser que éstas, juntamente con el gesto de la imposición de la mano, tienen un
significado más profundo que va más allá de una mera reanimación; en efecto, las palabras de
aliento van seguidas de una presentación de sí mismo tras la cual se confiere un encargo de
misión a Juan, expresado con toda exactitud; con la imposición de la mano recibe éste sin duda
la consagración profética (cf. Act 6,6; 13,3; lTim 4,14; 5,22; 2Tim 1,6).

17b »Yo soy el primero y el último 18 y el que vive. Estuve muerto, pero ahora estoy vivo
por los siglos de los siglos. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.

El Señor se aplica a sí mismo palabras que anteriormente se habían dicho de Dios (1,8); él
es eterno como el Padre, existe antes que el mundo entero, está por encima de su historia, y
delante de él llegará ésta un día a su fin; «el que vive» es un nombre veterotestamentario de
Dios, por oposición a los ídolos muertos. Luego prosigue la presentación aludiendo a su
encarnación en forma expresiva; él compartió con nosotros la condición humana hasta la muerte
y la superó también por nosotros con su resurrección a la vida eterna; como triunfador de la
muerte vino a ser Señor sobre su esfera de dominio y sobre los que están aprisionados en ella, los
muertos. Así, desde el comienzo mismo del libro que quiere incitar a la prontitud para la
confesión de la fe hasta la muerte, aparece como la viva promesa de vida a todos los que en la
persecución que se inicia han de morir por causa de su nombre; los que le pertenecen han hallado
con él y en él el absoluto punto de referencia por encima de todo temor propiamente dicho, el
temor por la existencia en vista de la muerte.

19 »Escribe, pues, las cosas que viste: las que son y las que han de ser después de éstas. 20
En cuanto al misterio de las siete estrellas que viste a mi diestra y de los siete candelabros de oro,
las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candelabros, las siete iglesias.»

22
Al profeta armado ya para su misión se le reitera el encargo (1,11) y se le expresa con
precisión. Lo que se le ha mostrado en las visiones debe fijarlo por escrito y remitirlo reunido a
las siete iglesias de Asia Menor y a sus prepósitos (cf. comentario a 1,16). Una declaración
tocante al contenido anuncia que él será informado sobre el estado presente de la Iglesia («las
cosas que son») y el transcurso futuro de la historia de la salvación («las que han de ser después
de éstas»). A estas dos secciones responde la división del libro. TIEMPO-FINAL: Presente y
futuro están contrapuestos mutuamente como formas de vivencia del tiempo, aunque la
estructura interna del tiempo quedó modificada substancialmente con la primera venida del
Redentor. El tiempo se ha convertido en tiempo final, no sólo en el sentido de que está
totalmente orientado a la segunda venida de Cristo, sino sobre todo por el hecho de que en su
transcurso perecedero se hincó un germen de existencia eterna desde que el Hijo de Dios entró
en él corporalmente y luego, en calidad de quien resucitó corporalmente, superó toda caducidad
del tiempo. El futuro eterno comenzó ya con el establecimiento del reinado de Dios en el mundo
y en los hombres. Este reinado ha venido a ser la verdadera fuerza motriz de la historia universal
con vistas a su consumación final; entonces se pondrá al descubierto lo que había estado ya
presente en todo el tiempo final (cf. Rom 8,18-25). (_MENSAJE/23. Págs. 5-43)

Parte primera

LAS SIETE CARTAS


2,1-3,22

En las siete cartas se toma posición tocante a las condiciones respectivas en siete iglesias
determinadas de Asia Menor; así pues, al igual que las otras cartas del Nuevo Testamento y, en
parte, también como los Hechos de los Apóstoles permiten formarse una idea concreta de la
situación en la Iglesia de entonces. Ahora bien, la realidad histórica única de las siete iglesias se
enfoca en el Apocalipsis en vistas a manifestaciones que en forma parecida recurren siempre y
en todas partes en la Iglesia; así el lenguaje de las siete cartas es a la vez un lenguaje simbólico
que va más allá de situaciones reales de allí y de entonces, haciendo de aquella actualidad una

23
actualidad de todos los tiempos; así, en el número siete 17 de las comunidades cristianas, que ya
originariamente simbolizan la Iglesia universal, se diseñan a la vez manifestaciones de la Iglesia
universal del futuro.
Las siete cartas constituyen una unidad tanto formal como materialmente. Todas ellas están
concebidas según el mismo esquema, que adopta ligeras variaciones aquí y allá; todas tienen por
remitente a Jesucristo, que en cada caso se designa al principio con atributos tomados de la
visión inaugural (1,9-20), que insinúan ya anticipadamente el juicio que luego se formulará sobre
la situación de las comunidades. En la promesa de la vida eterna que se hace con diferentes
imágenes se deslizan alabanzas, exhortaciones y advertencias. En el requerimiento de tomar a
pecho lo que el Espíritu tiene que decir a las iglesias, la exhortación de Jesús se explica como
exhortación del Espíritu; al fin y al cabo, por su Espíritu guía Jesús a su Iglesia en la tierra (Jn
14,17.26; 16,7.15). En cuanto al contenido, todas las cartas tienen en común la idea fundamental
de que el Señor glorificado está presente invisiblemente en su Iglesia, cuida de ella exhortándola
y enderezándola, la asiste en las dificultades y recompensa eternamente su fidelidad (motivo del
fortalecimiento y de la consolación).
...............
17. La circunstancia de que las cartas a las siete iglesias tienen también, sin duda, carácter profético y afectan
a la Iglesia universal de todos los tiempos, fue tratada por extenso por L. POITIER. ...............

A LA IGLESIA DE ÉFESO (Ap/02/01-07)

1a Al ángel de la iglesia de Éfeso escribe:


Los comienzos de la comunidad cristiana de Éfeso están ligados a importantes nombres.
Pablo era su fundador (Act 19), Timoteo había cuidado luego de ella por encargo del Apóstol
(lTim 1,3); la antigua tradición habla todavía de una permanencia del apóstol Juan en Éfeso y de
su muerte en aquella ciudad. Éfeso era la mayor de las siete ciudades y la más próxima de ellas a
la isla de Patmos, era sede de la administración provincial romana, religiosamente importante
por razón del santuario de «Artemis de los efesios», centro de peregrinación de la antigüedad (cf.
Act 19,23-40).
1b «Esto dice el que sujeta en su diestra las siete estrellas, el que se pasea en medio de los
siete candelabros de oro: El Señor se presenta a la iglesia de Éfeso como aquel en cuya mano
está sostenida y protegida; ésta se halla bajo su soberanía como bajo su custodia omnipotente;
24
como «el que vive» (cf. 1,18) está él presente en su Iglesia y próximo a cada una de las
diferentes comunidades, cuya misión es la de irradiar «la luz del mundo» (Jn 8,12; 9,5; 12,46)
«en las tinieblas» de este mundo (Jn 1,5; cf. 3,19), brillando en la luz de Cristo en este mundo y
para este mundo; es ésta una descripci6n sobrenatural de cada Iglesia local hasta el día de hoy, a
la vez tranquilizante e inquietante.
2a »Conozco tus obras...
El Señor exaltado, presente en la comunidad, conoce sus condiciones exteriores como su
estructura interna. Su estado se imputa para bien o para mal, por lo menos según el tenor
inmediato de las palabras («conozco tus obras...») en primera línea al dirigente de la comunidad
local; de su servicio a todos y a cada uno, que debe prestar sin perturbarse en medio de las
dificultades de fuera y de la crítica y resistencia de dentro, depende notablemente el bien de la
comunidad y su fuerza de acción hacia fuera.
2b »... y tu trabajo y tu constancia; que no puedes tolerar a los malos; que pusiste a prueba
a los que se dicen apóstoles y no lo son, y los hallaste mentirosos, 3 y tienes constancia y fuiste
agobiado por mi nombre sin desfallecer.
Cristo está al corriente de la fidelidad de la iglesia de Éfeso, la cual ha dado buena prueba
de sí misma activa y pasivamente, con su decisión en la acción y su constancia en soportar
contrariedades. Así ha mostrado vigilancia e imperturbabilidad en su actitud frente a misioneros
itinerantes que habían propagado falsas doctrinas. El discernimiento de espíritus (cf. lJn 4,1 ) le
había servido para descubrir a los «apóstoles» mentirosos (cf. 2Cor 11,13-15, y así había podido
mantener en vigor, sin concesiones, la pureza de la doctrina y de la vida cristiana. En tales casos
se trata única y exclusivamente de la verdad, que Dios confió con su revelación a la Iglesia, y del
camino que en ella le ha señalado.
4 »Pero tengo contra ti que has dejado tu amor primero. 5 Recuerda, pues, de dónde has
caído, y conviértete y comienza a practicar las obras de antes. Si no, vendré a ti y removeré tu
candelabro de su lugar si no te conviertes.
La censura que Cristo no puede, a pesar de todo, ahorrar a la comunidad, se refiere a la
circunstancia de que, pese a la vigorosa dedicación, a la fidelidad imperturbable y al fuerte valor
para sufrir, no se ha conservado de la misma manera vivo en ella el espíritu que da un alma a
todo y le confiere valor delante de Dios: el amor. Quizá precisamente su activismo era en parte
culpable de que a este respecto no pueda ya la comunidad compararse con la que había sido

25
antes; la vida y la obra no son ya en la misma medida y con el mismo desinterés de antaño
expresión de su unión con Dios y de la entrega total a su glorificación; en lugar de esto, parecen
haberse infiltrado en sus motivos de acción la complacencia propia y el ansia de hacerse valer;
esto es traicionar el amor exigido por Dios, al amor que, en los comienzos, había mostrado
también la iglesia de Éfeso. Así su estado actual, en comparación con antes, acusa un profundo
descenso. Por eso hay que invitarla a recapacitar, a reformar su manera de pensar y a convertirse
de corazón, a fin de que la obra de la comunidad vuelva a ser expresión de su amor de Dios, los
pensamientos y la acción vuelvan a ir de la mano y así su acción vuelva a alcanzar valor delante
de Dios; de lo contrario, amenaza el Señor con venir a juzgarla, juicio que consistirá en privarla
de su presencia y consiguientemente de su gracia; abandonada a sí misma, ya no tendrá
consistencia.
6 »Con todo, tienes esto a tu favor: que aborreces las obras de los nicolaítas, que yo
también aborrezco.
Aquí, como con frecuencia acontece en quienes sólo censuran por amor, sigue a la
amonestación una palabra estimulante; ésta consiste en una repetición de la alabanza que se
había tributado a esta comunidad por su actitud inequívoca y firme frente a los maestros de error;
este grupo viene designado aquí seguramente por el nombre de su cabecilla, Nicolás. El Señor
aborrece sus manejos y su desenfreno moral, que con gran probabilidad justificaban con sus
opiniones erradas.
7 »Quien tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venza, le daré a
comer del árbol de la vida que está en el paraíso de Dios.»
Al requerimiento de prestar oído y atención a la palabra del Espíritu de Dios, que es el
Espíritu de Cristo, sigue una promesa para el vencedor. En éste se trae a la memoria que la vida
del cristiano en el mundo entero significa lucha; al que sale triunfante le corresponde como
premio de su victoria la vida eterna, que en las siete cartas, algo así como en las
bienaventuranzas del sermón de la montaña (Mt 5, 2-12), está expresada con variadas ímágenes
bíblicas; aquí, como retorno al paraíso y acceso al árbol de la vida, cuyos frutos confieren vida
eterna (cf. Gén 2,9; Ap 22,2) 19.
...............
19. La idea del retorno del paraíso y de la primigenia comunión individual con Dios otorgada de nuevo con él
ocupa el centro de la esperanza escatológica en los profetas veterotestamentarios. En la apocalíptica del judaísmo
tardío se desarrollan abundantemente los motivos del paraíso. Así se comprende que también Juan describa la

26
consumación de la acción redentora de Dios junto con la plena reasunción de su soberanía sobre la creación,
mediante la imagen de la tierra reconducida al estado del paraíso, y concluya su libro con esta descripción (22,1-5).
...............

2. A LA IGLESIA DE ESMIRNA (Ap/02/08-11)

8a Y al ángel de la iglesia de Esmirna escribe:

Esmirna, ciudad griega de Lidia, buen puerto e importante centro comercial con una
notable colonia judía, es conocida por la historia del cristianismo primitivo sobre todo por la
venerable figura del obispo Policarpo; el heroico testimonio de su muerte por Cristo (156 d.C.)
está descrito de manera impresionante en un documento de la época, el Martyrium Polycarpi
(hacia 160 d.C.). Había sido víctima de la negativa a tributar al emperador el culto que con la
edificación de un templo al emperador Tiberio (26 d.C.) se había aclimatado en la ciudad. Ya
desde 195 a.C. existía una alianza con Roma, que por no haberse roto nunca, había granjeado a
la ciudad el título honorífico de «Esmirna, la fiel». En la carta se hace alusión a diferentes
circunstancias locales de este género.
8b «Esto dice el primero y el ultimo, el que estuvo muerto y revivió:
Cristo se presenta a la comunidad con títulos que lo reconocen como el eterno y el
vencedor, incluso de la muerte corporal (cf. comentario a 1,17s). Ante la inminente persecución,
que es para ellos cuestión de vida o muerte, debido a la recusación del culto del emperador, el
rey de la eternidad, superior a todos los poderes terrenales, incluso al de la muerte, el designarse
así les infunde confianza y valor ya desde el principio.
9 »Conozco tu tribulación: la pobreza -sin embargo, eres rico- y la maledicencia que
proviene de los que dicen ser judíos y no lo son, sino sinagoga de Satán. 10a No temas por lo que
vas a padecer.
Contrariamente a la excesiva confianza en sí mismo que había en Éfeso, en Esmirna los
ánimos parecen estar demasiado desalentados y abatidos; la comunidad ha sufrido tribulación,
desprecio y repudio por parte de sus convecinos; la escasez de recursos en medio de una rica
ciudad mercantil es indicio de su posición y de su consideración en la sociedad; a esto responde
la reputación que los cristianos tienen en público.

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De despreciarlos y de calumniarlos se cuidan sobre todo los judíos de Esmirna, que con la
recusación y la lucha contra «el Mesías de Dios» (Lc 9,20) se han pasado al campo del
adversario de Dios expresado con una fórmula dura: de «comunidad de Yahveh» (Núm 16,3)
han venido a ser «sinagoga de Satán» (cf. Jn 8,44).
En comparación con sus contrarios, por ricos que éstos puedan todavía parecer a los ojos
de los hombres, sólo los cristianos en Esmirna son ricos según el juicio de Dios, pues poseen un
tesoro inalienable e imperecedero (cf. Mt 6,19-21); todo peligro de este estado de posesión,
comprendida la amenaza de su entera existencia por la muerte, ha sido transformado ya por su
Señor resucitado en perspectiva segura de vida eterna.
10b »Mira, el diablo va a arrojar a algunos de vosotros a la cárcel para que seáis probados,
y tendréis tribulación por diez días.
Por esta razón puede también predecirles sin contemplaciones un agravamiento de su
situación, aunque sin por ello acobardarlos. A sus perseguidores, de los que se sirve de
cómplices el adversario de Dios, ha fijado Dios los tiempos y las posibilidades: éstos sólo tienen
a su disposición diez días, expresión simbólica de un tiempo muy corto.
10c »Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida. 11 Quién tenga oídos, oiga lo
que dice el Espíritu a las iglesias. El que venza, no sufrirá daño de la muerte segunda.»
En estas palabras de estímulo resuena una vez más el problema que la pobreza y tribulación
de la tierra, el sufrimiento humano en general plantean al que se sabe unido con Dios en la fe y
amado por él. Una primera respuesta más objetiva a esta pregunta se había dado ya con el inciso
«sin embargo, eres rico»; ahora se completa en sentido subjetivo. Según la intención de Dios, la
cruz y el sufrimiento sirven para la prueba, en la que el creyente ha de acreditar su fidelidad a él
(tema del libro de Job); así el creyente gana en la lucha el premio de la victoria, a la manera del
competidor en la arena (cf. Lc 24,26; Rom 8,17). «La corona de Esmirna», distinción deportiva
de aquel tiempo, se marchita; como premio por la victoria en el combate de la fe ha establecido
el Señor la coronación con la vida eterna. Cristo querría poder dar a la iglesia de Esmirna el
título de «Esmirna la fiel», en otro sentido, eterno y valedero por siempre; la consecuencia de
ello será que él puede preservar a sus miembros de la «muerte segunda», la condenación en el
juicio (cf. 20,6.14; 21,8).

3. A LA IGLESIA DE PÉRGAMO (Ap/02/12-17)

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12 Y al ángel de la iglesia de Pérgamo escribe: «Esto dice el que tiene la aguda espada de
dos filos:

Pérgamo, en otro tiempo capital del reino de los Atálidas, había conservado hasta esta
época algo de su grandeza del pasado, entre otras cosas la grandiosa biblioteca de 200.000
volúmenes. Según Plinio; el pergamino (material de escribir especialmente preparado con pieles
de animales) debe su nombre a esta ciudad. Sobre ella descollaba una magnifica acrópolis con
templos y palacios; en su falda se alzaba el altar de Zeus (altar de Pérgamo), celebrado ya en la
antigüedad 20. Ya en el año 29 a.C. había erigido la ciudad un templo de Augusto y de Roma,
con lo cual vino a ser la sede más antigua del culto al César en Asia Menor. Sin embargo, la
mayor importancia correspondía el gran santuario de peregrinación de Asclepio, el dios de la
medicina. Al hablarse a continuación del «trono de Satán» pudo pensarse en particular en alguno
de los espléndidos edificios cultuales de Pérgamo; sin embargo, es posible que con ello se
aludiera muy en general a la atmósfera de la ciudad penetrada de religiosidad pagana, que, como
medio en que respiraban y vivían los cristianos, constituían también para ellos una tentación.
Aquí se imponía una clara discriminación; por eso se presenta al Señor como portador de la
«aguda espada de dos filos».
...............
20. El altar, obra maestra de estilo helenístico, con las representaciones en relieve del combate de los dioses
con los gigantes, se hallan en Berlín oriental (museo de Pérgamo).
...............

13a »Conozco dónde moras: allí donde está el trono de Satán.

El Señor conoce el ambiente de los cristianos de Pérgamo, dominado por el demonio, las
tentaciones y seducciones que de allí partían y el peligro que representaban de inclinar a
soluciones sincretistas de compromiso. Cristo y Satán no tienen nada en común (cf. 2Cor
6,14s), por lo cual tampoco a los cristianos les es posible en este punto un compromiso
teórico ni práctico. El único verdadero Dios, así como su revelación, no pueden nunca, por
su naturaleza, ser tolerantes con ídolos y falsas doctrinas de salvación.

29
13b »Mantienes firme mi nombre y no negaste mi fe, ni en los días de Antipas, mi testigo
fiel, que fue muerto entre vosotros, ahí donde mora Satán.

Pese a este ambiente y a sus peligros, hubo en Pérgamo cristianos con tan clara resolución,
que en convicción y en obra, en verdadera libertad de espíritu y entrega de corazón, conservaron
sin falsedad ni menoscabo su fe en Cristo, hasta estar dispuestos a dar la vida, como lo había
hecho Antipas, como testimonio en favor de Cristo. La fidelidad en la fe es ciertamente la
exigencia fundamental, obvia por así decirlo, de la vida cristiana; sin embargo, el Señor sabe que
su cumplimiento en las circunstancias concretas de una vida humana no es siempre cosa tan
obvia; por esta razón expresa su alabanza a la comunidad de Pérgamo.

14 «Pero tengo algo contra ti: que tienes ahí a los que mantienen la doctrina de Balaam, el
que enseñó a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de lo inmolado a los ídolos y
a fornicar. 15 Asimismo, tú también tienes a quienes mantienen de igual modo la doctrina de los
nicolaítas. 16 Así que, conviértete. Si no, voy a ti en seguida y lucharé con ellos con la espada de
mi boca.

Por supuesto que no todos dieron buena prueba en la misma medida en las polémicas
intelectuales y ante las seducciones del ambiente; una minoría se dejó contagiar por las
prácticas paganas y por las teorías que la sustentaban. Su actitud y su peligrosidad se
caracteriza aquí con una comparación y una imagen tomada de la historia del pueblo de
Dios en el Antiguo Testamento. En ella se habla de la seducción a la idolatría y de la
fornicación (Núm 25,1s; 31,16; cf. también 2Pe 2,15; Jds 11). Esta minoría profesaba las
mismas opiniones que los nicolaítas de Éfeso (cf. comentario a 2,6); creían poder hacer
ciertas concesiones al espíritu del tiempo y del lugar, posibles a su parecer también a un
cristiano, las cuales, sin embargo, significaban una ruptura con la doctrina y la práctica
cristianas (cf. también lCor 6,12-20; 10,14-22). A los extraviados de Pérgamo llama Cristo
a la conversión; de lo contrario tendrá que intervenir él mismo y con una clara sentencia
sobre los falsificadores de la verdadera realidad de la vida cristiana pondrá fin a la
indecisión de la comunidad para con ellos. Como en Pérgamo, se trata siempre de una
lucha en dos sentidos que la cristiandad tiene que sostener en el mundo, contra la

30
hostilidad y el menoscabo de fuera y contra los peligros de falsas doctrinas en el interior.

17 »Quien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las iglesias. Al que venza, le daré el
maná escondido y le daré una piedrecita blanca, y sobre esta piedrecita habrá un nombre nuevo
escrito, que nadie conoce sino el que lo recibe.»

Al que venza en este combate se le promete el premio de la victoria bajo una doble
metáfora. El maná había alimentado y mantenido maravillosamente al pueblo de Israel en su
marcha por el desierto, lo había salvado y conducido a la tierra prometida. La calificación de
«escondido» que se da aquí al maná podría llevar implícita la idea que doctores judíos de la ley
habían desarrollado basándose en la tradición referida en 2Mac 2,4s, a saber, que Jeremías, antes
de la destrucción del templo había ocultado el arca de la alianza con el maná conservado en ella:
el manjar del cielo se mantiene oculto para el fin de los tiempos; en todo caso se trata aquí de un
manjar que sólo se dará en el futuro, a saber, en el banquete o en el convite de boda de la vida
eterna (cf. Lc 14,15-24; Mt 22,1-14). Dado que en la carta se ha expresado dos veces la idea del
juicio (12.16), para la explicación de la metáfora se puede recurrir a la práctica judicial de la
antigüedad, que consistía en que los jueces notificaban su sentencia absolutoria mediante la
entrega de una piedrecita-blanca; en este caso la metáfora querría expresar la inocencia en el
tribunal de Dios. Ahora la imagen se desarrolla todavía mediante la indicación de que sobre la
piedrecita está escrito un nombre nuevo, sin duda un nombre nuevo de quien recibe la piedra. El
nombre equivale en la antigüedad al ser; según esto se confiere al vencedor un nuevo ser, con el
que al mismo tiempo se le hace consciente de manera beatificante su relación totalmente personal
con Dios, que por tanto sólo él puede experimentar (cf. lJn 3,1s).

4. A LA IGLESIA DE TIATIRA (Ap/02/18-29)

18a Y al ángel de la iglesia de Tiatira escribe:

Tiatira, pequeña ciudad en el valle del Lico, vivía del comercio y de la industria; las
principales ramas de actividad estaban constituidas por la manufactura textil y el tinte; Lidia,
la vendedora de púrpura, era oriunda de Tiatira (Act 16,14s). Debido a la proximidad de

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yacimientos de calamina, existía una industria de transformación del mineral. En tales
ciudades había, a modo de gremios, mancomunidades económicas de grupo de un mismo
oficio, que tenían también, como en la edad media, ciertas obligaciones religiosas; el día de
la divinidad protectora se celebraba solemnemente cada año con especiales sacrificios.

18b «Esto dice el Hijo de Dios, el que tiene los ojos como llama de fuego y los pies
semejantes al bronce brillante 19: Conozco tus obras: tu amor, tu fe, tu servicio, tu constancia y
tus obras últimas, más numerosas que las primeras.

Jesús se presenta a la comunidad con su supremo nombre de dignidad, «Hijo de Dios»;


contrariamente a la frecuencia de este título en el Evangelio de Juan, sólo esta vez aparece
en el Apocalipsis tal atributo soberano. Los otros dos títulos vienen de la visión inaugural
(1,14s); la radiante majestad de su ser divino, la omnisciencia y la plenitud de poder del
Señor que se sienta en el tribunal para juzgar a la comunidad, están expresadas con estos
términos. Él tiene algo muy serio que decir al jefe de la comunidad; sin embargo, al
principio sólo los buenos oyen una palabra de aprobación, breve en la forma, pero que por su
contenido significa un gran elogio. Su amor y su fe se demuestran auténticas en el servicio
de unos a otros; a esto se añade su constancia imperturbable, que no ha cedido ni siquiera
ante las dificultades que de dentro y de fuera han sobrevenido a la comunidad. La
aprobación culmina en la afirmación contraria al juicio pronunciado sobre la iglesia de
Éfeso (2,4): en su vida cristiana se acusan claros progresos en comparación con el tiempo pasado.

20 »Pero tengo contra ti que toleras a la mujer Jezabel, la cual se dice a sí misma profetisa,
y enseña y seduce a mis siervos a fornicar y a comer de lo inmolado a los ídolos.

La severa censura afecta a la tolerancia y aceptación de errores y orientaciones falsas,


como las que habían surgido también en Éfeso (2,6) y Pérgamo (2,14s). En Tiatira se
hallaba a la cabeza de tales intentos una mujer que se arrogaba falsamente el carisma de
profecía (cf. Act 13,1; 21,9; lCor 12,28; Ef 2,20; 4,11); viene designada con el nombre
simbólico de Jezabel, porque su perniciosa influencia en Tiatira era semejante a la de la
princesa fenicia del mismo nombre, a la que había tomado por esposa el rey Acab y que

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aprovechaba su posición para introducir en Israel la idolatría de su patria y sus cultos
viciosos, seduciendo incluso al rey en este sentido (lRe 16,31-34). Presumía que sus
doctrinas estaban inspiradas por el Espíritu y permitía tomar parte en comidas sacrificiales;
con esto y cierto relajamiento moral, aquella falsa profetisa permitía a algunos en Tiatira
una libre convivencia con sus compañeros de profesión, principalmente en las asociaciones
gremiales. Una cita irónica tomada del léxico propagandístico de sus adeptos permite
colegir que en esta corriente se manifestaba una forma temprana de la gnosis: cuando se
dice que ellos pretendían haber conocido «las profundidades de Satán» (2,24), se quiere
sin duda dar a entender que estaban convencidos de su impotencia; luego, con este
conocimiento más profundo justificaban la intrascendencia de la participación en las
comidas sacrificiales y sus demás divisas de libertad, en realidad de libertinaje (cf. lCor
8,1-7).

21 »Le he dado tiempo para convertirse, y no quiere convertirse de su fornicación. 22 Mira,


la voy a arrojar en el lecho del dolor, y a los que adulteran con ella, los arrojaré con gran
tribulación si no se convierten de las obras de ella. 23 Y a los hijos de ella los mataré sin
remisión, y conocerán todas las iglesias que soy quien escudriña riñones y corazones. Y os dará a
cada uno según vuestras obras.

El Señor se ha tomado tiempo a fin de dar también tiempo a los extraviados para entrar
dentro de si y convertirse. Ahora bien, este plazo ha vencido porque su obstinación no deja
ya esperanza de conversión. El Señor va a intervenir, comenzando por la culpable principal;
ésta será herida con una enfermedad, que conducirá con toda seguridad a la muerte, si
hasta «los hijos de ella» (v. 23), es decir, sus adeptos son castigados con la muerte. Con
un segundo grupo («los que adulteran con ella») no es el castigo tan radical; así pues, no
parece tratarse de adeptos propiamente dichos, sino de algunos que se limitan a simpatizar
con la falsa doctrina; en ellos todavía no hay que desesperar de la reflexión y conversión.
La suerte de los falsos doctores en Tiatira debe servir de advertencia a todas las
comunidades: su señor viene sobre ellas con la justicia de su juicio si interpretan
falsamente su longanimidad y no la aprovechan para convertirse.

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24 »Y a vosotros, los que quedáis en Tiatira, cuantos no seguís esa doctrina, los que no
habéis conocido las profundidades de Satán, como ellos las llaman, os digo: No echo sobre
vosotros otra carga; 25 pero la que tenéis, mantenedla hasta que yo venga.

Las últimas palabras de exhortación van dirigidas a los leales en Tiatira: se los estimula a
conservar la actitud que han demostrado hasta ahora; no se les exige demasiado, como se
lo asegura el Señor con las palabras de la decisión tomada en el concilio de los Apóstoles
(Act 15,18); el laxismo le repugna, pero tampoco gusta del rigorismo; lo que al principio
había reconocido en ellos con elogio, se trata ahora de conservarlo.

26 »Y al que venza y al que guarde mis obras hasta el final, le dará potestad sobre las
naciones; 27 las regirá con vara de hierro, como se trituran los objetos de barro. 28 Yo le daré el
lucero de la mañana, que a mi vez he recibido de mi Padre. 29 Quien tenga oídos, oiga lo que
dice el Espíritu a las iglesias.»

Las promesas relativas al triunfador se refieren a la situación especial de la iglesia en


Tiatira. No son las concesiones y la adaptación al ambiente no cristiano las que les
permiten asentarse en el mundo; hay límites fijados por la verdad no falsificada y trazados
por la santa voluntad de Dios. El que se atenga a ellos, compartirá un día con Cristo su
señorío sobre el mundo, después de haber tenido ya participación -como lo promete la
imagen tomada de Sal 2,8- en el juicio de Cristo sobre el mundo apóstata (cf. 19,14s; lCor
6,2). La segunda promesa parece algo obscura, pero se aclara con 22,16, donde Cristo
mismo se designa como la estrella de la mañana; al vencedor no se promete sólo la
participación en su poder, sino que Cristo mismo se le promete como recompensa; también
en su luz radiante, también en la gloria del Hijo del hombre glorificado tendrá participación
el vencedor. La exhortación a prestar atención a las palabras del Espíritu se halla desde
ahora al final de las cartas que siguen, tras la(s) promesa(s) para el vencedor.

5. A LA IGLESIA DE SARDES (Ap/03/01-06)

1a Y al ángel de la iglesia de Sardes escribe:

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Sardes era la antigua corte del rey de los lidios; aquí había tenido su residencia como último
rey Creso, que se había hecho legendario por sus riquezas; de su grandeza de otrora no había
quedado ya más que el recuerdo de un pasado glorioso. Sus ciudadanos vivían ahora, como en
Tiatira, principalmente de la industria de la lana. El descenso histórico a su actual imagen es
símbolo del estado a que había llegado la cristiandad de Sardes.

1b «Esto dice el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas: Conozco tus obras:
se dice que vives, pero estás muerto.

La comunidad ha perdido su espíritu, ha muerto espiritualmente, excepto unos pocos (v. 4).
Así pues, Cristo le aparece, como también a la iglesia de Éfeso, como el Señor y guardián de los
«ángeles» (cf. comentario a 1,16) de las siete cristiandades y como el «espíritu vivificante» (lCor
15,45), que encarna en sí la plenitud Espíritu de Dios (cf. comentario a 1,4), de cuya plenitud
vive la Iglesia (cf. Jn 1,16; Col 2,9).

2 »Está alerta y reanima el resto que estaba a punto de morir. Pues delante de mi Dios no he
encontrado completas tus obras.

Con una censura sumamente severa, a la que no precede, como en las cartas anteriores,
una sola palabra de elogio, inicia el Señor su interpelación a la iglesia de Sardes. Su juicio
inequívoco, duro y sin contemplaciones -subrayado con el anuncio de que no resistirá el
juicio de Dios- debe ser como un golpe que despierte a la comunidad de su sueño de
muerte y la haga entrar dentro de sí.
Está como aletargada, sin notar el estado en que se halla y en qué irá a parar tal estado;
en realidad sólo existe de nombre; lo poco de realidad de la Iglesia de Jesús ya no existe en
Sardes, sino en una minoría insignificante y en pocas señales de vida; también este resto
desaparecerá pronto, si no se le presta ayuda inmediatamente.

3 »Recuerda, pues, cómo has recibido y has escuchado y guárdalo y conviértete. Porque, si
no estás alerta, vendré como ladrón, sin que sepas a qué hora vendré sobre ti.

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Ante esta fachada de una actividad que ya no es cristiana sino exteriormente, que en
realidad es una tapa de ataúd, suena, como una orden de mando claramente perceptible, la
llamada a despertar de este sueño de muerte, de este cristianismo de apariencia, sin vida.
En el buen consejo que sigue a continuación se menciona como medio de revivificación, en
primer lugar el recuerdo de la atención vigilante y de la animada prontitud de la primera
hora, cuando Sardes aceptó el Evangelio, y la Iglesia de Jesucristo se implantó entre ellos;
este primer fervor deben volver a recobrar si la palabra de Dios ha de volver a ser fecunda
en ellos, y por ellos en su contorno. Si la llamada a la conversión viene a quedar sin efecto,
entonces no tardará en sobrevenir a los cristianos de Sardes un brusco y temeroso
despertar, cuando totalmente impreparados se hallen frente al juez que vendrá
inesperadamente (cf. Mt 24,42); la amenaza del juicio pone como una señal de alarma tras
la primera exhortación.

4 »Pero tienes en Sardes unas pocas personas que no han manchado sus vestiduras, y
andarán conmigo vestidos de blanco, porque son dignos.

Sin embargo, aun para Sardes, como siempre y en todas partes para la Iglesia en el
mundo, no está todavía todo perdido; también entre tantos muertos hay todavía vivos, que
frente al mal espíritu del conjunto con su desidiosa indiferencia, su costumbre vulgar, su
inercia soñolienta, se han acreditado ante Dios como fieles e irreprochables en sus obras.
Los que «no han manchado sus vestiduras», es decir, los que en sus acciones y en su
conducta no han traicionado la nueva existencia que se les había otorgado en Cristo y su
respectiva manifestaci6n externa, compartirán un día la majestad de su Señor glorificado
(«vestidos de blanco»). No la imagen engañosa y pasajera que ofrecemos aquí a los
hombres, sino la figura que mostremos ante Dios por toda una eternidad, es lo único que
tiene importancia en definitiva.

5 »El que venza, será así vestido con vestiduras blancas. No borraré jamás su nombre del
libro de la vida, y proclamaré su nombre ante mi Padre y ante sus ángeles. 6 El que tenga oídos,
oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.»

36
Las promesas para el vencedor, con su primera imagen, empalman, como anteriormente
la descripción de los buenos de Sardes, con la industria local de manufactura de la lana. El
blanco puro y resplandeciente es en el Apocalipsis el color de la glorificación en el cielo de
Dios y de los que son recibidos en él. La segunda imagen utiliza la idea del «libro de la
vida» que se halla en el Antiguo Testamento (por ejemplo, Sal 69 [68] 29) como en el
Nuevo (cf. Lc 10,20), y en éste con especial frecuencia en el Apocalipsis (13,8; 17,8; 20,12;
21,27) y contiene la lista de los ciudadanos del cielo.
La tercera imagen repite la promesa de Jesús en el Evangelio (Mt 10,32; Lc 12,8), con la
que él mismo sale personalmente fiador de la salud eterna de aquellos que no se retrajeron
de confesarle a él, siguiendo este arduo y molesto camino aun contra el espíritu de su
contorno mundano.

6. A LA IGLESIA DE FILADELFIA (Ap/03/07-13)

7a Y al ángel de la iglesia de Filadelfia escribe:

Filadelfia, antigua ciudad de Lidia, que unos ochenta años antes había sido gravemente
sacudida por un terremoto, era desde entonces pequeña y sin importancia en comparación
con las ciudades vecinas. Así también su comunidad cristiana era poco numerosa y se veía
además expuesta a ataques de fuera, aunque era notable por su espíritu y su organización.
Así pues, el Señor le expresa, como a los cristianos de Esmirna, su elogio incondicional. La
tribulación parece haber sido originada, al igual que en Esmirna, por la hostilidad de los
judíos. El objetivo principal de la carta es el de suscitar confianza, fortalecer la acreditada
fidelidad y dar todavía nuevos ánimos.

7b «Esto dice el santo, el veraz, el que tiene la llave de David, el que abre sin que nadie
pueda cerrar, el que cierra sin que nadie pueda abrir:

Cristo se introduce aquí con títulos que no provienen de la visión inaugural. En la quinta
visión de los sellos (6,10) viene Dios invocado como «santo y veraz» por los mártires; en

37
estos dos predicados revela Jesús su naturaleza divina, y con el tercero se acredita como
el Mesías; unas palabras de Is 22,22, que predicen a Eliaquim la colación del cargo de
mayordomo de palacio, se interpreta aquí en sentido mesiánico, y la casa de David viene
constituida en símbolo del reino mesiánico. Sólo Jesús decide quién es admitido en el reino
de Dios del tiempo final y quién queda excluido de él.

8 »Conozco tus obras: mira que he dejado ante ti una puerta abierta que nadie puede cerrar;
porque tienes poca fuerza y has guardado mi palabra y no has negado mi nombre. 9 Mira, voy a
darte algunos de la sinagoga de Satán, que dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten: Mira,
los voy a obligar a que vengan y se postren a tus pies, y sepan que te amo.

El pequeño grupo de los cristianos de Filadelfia, que por su número apenas si cuentan
entre la población total, no ha perdido la seguridad ni se ha dejado intimidar por esta
circunstancia; por el contrario, ha empleado con franqueza en la misión la fuerza de su fe
viva. Lo que, sin embargo, quizá no había logrado hasta ahora, se lo promete el único que
hace fructificar con su gracia todas las posibilidades misioneras de los hombres: la
comunidad se acrecentará, y concretamente con algunos de las filas de sus más
declarados y encarnizados adversarios. Llevará a éstos a la convicción de que los
cristianos son ya el verdadero Israel de Dios, al que Dios mismo ha tomado amorosamente
a su cargo en su Hijo. La predicción profética de que los paganos se inclinarán ante Israel
(cf. Is 45, 14; 49,23; 60,14) se realizará ahora de tal manera que el primer pueblo elegido,
que por su culpa había perdido esta vocación, preste este homenaje al nuevo pueblo de
Dios de la alianza.

10 »Porque has guardado la consigna de mi constancia, también yo te guardaré en la hora


de la prueba que ha de venir sobre todo el mundo para probar a los moradores de la tierra. 11 Voy
en seguida. Mantén lo que tienes, para que nadie te quite la corona.

No sólo con este éxito visible, con el que el Señor quiere recompensar su fidelidad
imperturbada, sino con una nueva acción va a demostrarles todavía su aprobación; así
como abre a los judíos la puerta de acceso a ellos, quiere cerrarla ante ellos a los poderes

38
de la persecución; él cuidará de que en la inminente persecución general de los cristianos
no sufran pérdidas por apostasía. Aparte de esto, el tiempo de la tribulación es breve; luego
vendrá el Señor y los recogerá para recompensarlos eternamente; la corona de la victoria
presupone que, como en una competición deportiva, uno no se ha quedado atrás, sino que
ha resistido hasta llegar a la meta.

12 »Al que venza, lo haré columna en el santuario de mi Dios, y no saldrá ya fuera jamás;
sobre él escribiré el nombre de mi Dios y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén,
la que baja del cielo, de junto a mi Dios, y mi nombre nuevo. 13 El que tenga oídos, oiga lo que
el Espíritu dice a las iglesias.»

Las promesas para el vencedor desarrollan todavía simbólicamente el contenido de esta


recompensa definitiva. La imagen de la columna podría venir de una costumbre de la
antigüedad: los jefes de ejércitos y los hombres de Estado hacían a veces erigir en los
templos columnas votivas en las que estaban consignadas sus gestas especiales. Los
fieles serán acogidos en el templo de Dios del cielo, no como estos objetos
conmemorativos, sino en sus mismas personas; como una columna inamovible que adorna
el edificio y al mismo tiempo lo sostiene, conservarán ellos para siempre este puesto
honorífico irrevocable junto al trono de Dios.
Tres nombres vienen grabados en la columna; con este acto se indica no sólo la
vinculación con los portadores del nombre, sino también una participación en su ser (el
nombre equivale al ser; cf. comentario a 2,17). Por lo que hace a Cristo mismo, él dice
expresamente que se trata de su «nuevo nombre», es decir, el nombre del Hijo del hombre
glorificado y no del humillado. De la majestad de esta gloria, que es la del Padre mismo,
participará el miembro de la ciudad de Dios en la celestial consumación (cf. 21,10s).

7. A LA IGLESIA DE LAODICEA (Ap/03/14-22)

14a Y al ángel de la iglesia de Laodicea escribe:

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Laodicea de Frigia, junto al Lico, desde su fundación hacía unos cuatrocientos años, se
había convertido en un rico centro comercial e industrial. Los tejidos de lino y lana
representaban la principal actividad; los institutos bancarios habían alcanzado renombre
hasta en Roma (Cicerón); allí había también una escuela especial de medicina y farmacia.
Después del terremoto del año 60 d.C. la ciudad misma había llevado a cabo su
reconstrucción con sus propios medios sin ayuda del Estado. En esta última carta se
utilizan con especial abundancia las peculiaridades locales para dar forma a las imágenes.

14b «Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios:

La iglesia de Laodicea es la única a la que no se dice una buena palabra; es una


comunidad por la que se preocupaba ya el apóstol Pablo (Col 2,1), a la que había escrito
también una carta (Col 4,16) y que, algunos decenios después falla completamente según
el juicio de Cristo, y ello debido a su tibieza religiosa, de resultas de su falsa orientación
hacia el mundo. Y sin embargo, tampoco a ella dirige el Señor sólo palabras de
condenación; al final de la carta se hallan, como en ninguna otra de las siete cartas, las
más tiernas palabras de amorosa solicitud.
Cristo se designa con el término hebraico de encarecimiento, «el Amén» (cf. Is 65,16),
personificado, que a continuación se explica como «el testigo fiel y veraz» (cf. 1,5): su
palabra es absolutamente de fiar. Él es también el primer principio de la creación entera (cf.
Jn 1,3), al que por tanto está también referido siempre todo lo creado (Col 1,16s); en él,
pues, hallan los cristianos de Laodicea, cuando buscan el mundo, el verdadero acceso a
éste, y el mundo mismo en su forma más primigenia.

15 »Conozco tus obras: que no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! 16 Por
eso, porque eres tibio, y no eres ni frío ni caliente, estoy para vomitarte de mi boca.

El hecho de que los laodiceos ensayen un compromiso entre ser cristianos y ser
mundanos, los hace tan falsos y tan repugnantes para su Señor como un vaso de agua
tibia; vienen ganas de vomitarlo. Nada a medias y nada del todo, un cojear de los dos lados

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(cf. lRe 18,21), ni contra Dios ni contra el mundo (cf. Mt 6,24; 12,30), así siempre y en
todas
partes se arregla uno en el mundo con todos; sin embargo, tal cristianismo irresoluto es a
juicio de Cristo más insulso que el verdadero paganismo, un cristiano sin carácter tiene
para él menos valor que un pagano con firmeza de carácter. La veracidad y la fidelidad son
su misma esencia; quien quiera ser de él tiene que congeniar con él a este respecto.

17 »Porque dices: Soy rico, y me he enriquecido, y de nada tengo necesidad, y no sabes que
eres tú el desdichado, miserable, pobre, ciego y desnudo.

Los cristianos de Laodicea son ricos de bienes de la tierra, por lo cual también la
comunidad resplandece al exterior: vista desde fuera, no le falta nada; puede satisfacer
todas las necesidades y obligaciones, hasta las caritativas, por ejemplo, y realmente lo
hace. Es bien vista en el consorcio civil porque ha logrado la integración en el mundo;
ahora bien, precisamente por esto los cristianos de esta ciudad no dan escándalo ni
testimonio en este contorno (c. Mt 5,13 ) . Porque, cegados como están, no pueden ya ver
esta misión que tienen para con el mundo, se ilusionan y llegan a juzgar de sí mismos que
pueden hacer buena figura no sólo ante los hombres, sino también ante Dios. Con tal
presunción de justicia procede el Señor en su juicio con el mayor rigor; con cinco adjetivos
pone en claro el estado verdaderamente lastimoso de su iglesia de Laodicea.

18 »Te aconsejo que compres de mí oro acrisolado por el fuego, para enriquecerte, y
vestiduras blancas, para vestirte y para que no quede descubierta la vergüenza de tu desnudez; y
colirio, para ungir tus ojos y ver.

Lo que una vez había dicho el Señor acerca del pastor que habiendo perdido una oveja
fue en su busca y no paró hasta encontrarla (Lc 15,4), él mismo lo hace en Laodicea; él
mismo se ofrece para ayudarla. De él pueden ellos comprar oro de ley, que conserva su
valor incluso en el cielo (cf. Mt 6,20) y ya en la tierra remedia su pobreza delante de Dios;
sólo adornados con la justicia conferida por gracia (cf. Rom 1,17) podrán presentarse como
conviene delante de Dios, como también la gracia de Cristo les da vista suficiente para

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conocerse de veras. Aquí es también digna de consideración la circunstancia de que el
Señor ofrece todavía su gracia; queda salvaguardada la libertad del que ha de aceptarla y
puede rechazarla. Las tres imágenes con que el Señor sensibiliza y ofrece su gracia
necesaria están por lo demás en estrecha relación con las circunstancias locales de los
bancos, telares y de la escuela superior de medicina y farmacia.

19 »Yo, a cuantos amo, reprendo y castigo. ¡Animo, pues, y conviértete! 20 Mira que estoy
a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él, y él
conmigo.

La llamada a la conversión en la carta a Laodicea va seguida de unas palabras de


solicitación amorosa. Con personas tan seguras de sí y tan convencidas de su propia
justicia se alcanza más con un ruego amoroso que con una orden imperiosa. Así ruega el
Señor como uno que, hallándose con la puerta cerrada, pide que se le deje entrar de nuevo
en Laodicea, después que de antemano había en cierto modo excusado como expresión de
su amor especial la gran dureza con que había debido tratarlos; en efecto, con un amor
indulgente y condescendiente no se presta el menor servicio; en todo caso, Dios corrige y
castiga a los que ama. La cena que el Señor piensa celebrar cuando logre entrar de nuevo
volverá a sellar la amistad que había sido traicionada.

21 »Al que venza, lo haré sentar conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté
con mi Padre en su trono. 22 El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.»

La promesa para el vencedor, con la indicación de que Jesús mismo hubo de conquistar con
lucha su gloria e imperio en el trono del Padre (cf. Lc 24,26), se promete la participación en el
señorío final de Dios sobre todas las cosas a aquellos que no se entregan al mundo, sino que a
ejemplo suyo (Jn 16,33) lo vencen con la fuerza de su fe (cf. lJn5,4).
(_MENSAJE/23. Págs. 45-71)

42
Parte segunda

FUTURO DE LA IGLESIA HASTA LA CONSUMACIÓN


( 4,1-22,5)

I. INTRODUCCIÓN: TRANSMISIÓN DEL PODER AL CORDERO (4,1-5,14)


Antes de pasar a la descripción e interpretación profética del tiempo final, en una visión
introductoria 22 se sientan las bases que preparan la debida comprensión de los
imponentes cuadros en que se va a describir la marcha del mundo hacia su fin. Una mirada
al cielo descubre al vidente el trasfondo invisible, la fuerza conductora y el factor decisivo
de la historia universal. Si bien la historia, vista desde fuera, puede aparecer como una cadena
cerrada de decisiones humanas, como una sucesión encadenada de acciones y omisiones
humanas, sin embargo, esta visión externa no ofrece un cuadro acabado de la misma; la
historia, en efecto, está determinada de un extremo a otro por las decisiones de Dios mismo.
El creador y señor universal no deja con indiferencia e impasibilidad que su obra siga su
curso, sino que él mismo opera en la historia con los hombres y, si es preciso, incluso contra
ellos, a fin de conducir a su creación a la meta que le ha sido fijada. Más
aún: mediante la encarnación de su Hijo, él mismo se ha introducido de manera inaudita en
la historia de su mundo , y con este acontecimiento ha puesto el acto propia y
definitivamente decisivo de la historia. El Hijo de Dios, después de haberse sometido al
orden y a la índole perecedera de todo lo creado y de haber tomado sobre sí la suerte del
hombre, hasta la muerte misma, luego, con su resurrección superó para todos y para todo
el carácter provisional de este ser perecedero y mostró, en su manifestación gloriosa, la
figura eterna venidera de la creación de Dios. Así, el crucificado, glorificado después a la
derecha del Padre, vino a ser el destino del mundo de Dios, y por ello fue también
constituido por el Padre en señor y conductor de su historia.
La visión preliminar de 4,1-5,14 pinta esta realidad en cuadros de fuego que en más de un
detalle traen a la memoria descripciones de vivencias de visión de profetas veterotestamentarios
(Is 6,1s; Ez 1-3), pero que en su estructuración están ejecutados de manera totalmente autónoma.
Para describir de alguna manera el misterio y el mundo de Dios sólo tiene el profeta a su
disposición modos de ver tomados de la experiencia del hombre en este mundo; los utiliza en

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forma de símil para, de esta manera, comunicar una idea de la realidad de Dios, mediata,
analógica y por tanto insuficiente, pero a su modo verdadera. Por lo demás, la reproducción de
una visión con palabras debe sin duda distinguirse de la vivencia misma; a veces puede resultar
difícil captar siquiera en palabras la vivencia de visión, como lo dejan entrever las declaraciones
del apóstol Pablo (2Cor 12,1-4). Esta circunstancia debe tenerse también presente por lo que hace
a la redacción posterior en que Juan consignó sus visiones por escrito; se comprende por tanto
que en la exposición utilizara imágenes que le eran conocidas por el Antiguo Testamento y por la
apocalíptica judía.
...............
22. La conexión entre los capítulos 4 y 5 está condicionada ya exteriormente por la unidad de la imagen, pero
también, y sobre todo, materialmente. Los dos capítulos descubren y formulan en imágenes el tema central
del Apocalipsis: el hecho y el modo como Dios vuelve a asumir totalmente la soberanía sobre su mundo.
Esto se efectúa por el «Cordero... como degollado» (5,6), que como «León de la tribu de Judá» (5,5) reportó
la victoria decisiva en el Calvario. Con esto vuelve a despejarse el campo para que Dios pueda poner de
nuevo en efecto su plena soberanía sobre su creación. Esto tiene lugar, punto por punto, en un proceso
escatológico del final de la historia, cuya fundamentación, motivación y transcurso describe luego el
Apocalipsis en grandes cuadros simbólicos.
...............

1. VISIÓN DEL TRONO DE DIOS (Ap/04/01-11)

1 Después de esto miré y vi una puerta abierta en el cielo. Y la voz aquella primera, como
de trompeta, que oí hablando conmigo, decía: «Sube acá y te mostraré lo que ha de suceder
después de esto.» 2 Al punto fui arrebatado por el Espíritu.

Esta voz de ángel, que lo había llamado antes de la visión inaugural (1,10), anuncia a
Juan que ahora se le va a mostrar el desarrollo futuro, fijado en el plan de Dios (lo que «ha
de suceder»), de la historia del mundo y la suerte de la Iglesia de Jesucristo dentro de ésta.
Inmediatamente comienza la nueva visión, que él experimenta en éxtasis, con una vivencia
de arrobamiento. En la bóveda celeste, que según la representación de la antigüedad se
extiende como un hemisferio sobre el disco de la tierra, ve Juan una puerta abierta, a la que
se acerca por orden del ángel. En aquel tiempo se imaginaba el cielo de Dios por encima
del firmamento; Juan podía por tanto tener un presentimiento de lo que quería mostrarle el
44
ángel.

2b Y vi un trono colocado en el cielo; y sobre el trono, a uno sentado. 3 El que estaba


sentado era de aspecto semejante a una piedra de jaspe y sardónice. Y el arco iris que rodeaba el
trono era de aspecto semejante a una esmeralda.

Juan ve el ámbito de Dios como una sala del trono, en el que inmediatamente llaman su
atención el trono y el que impera sobre él; el nombre de Dios no se menciona por respeto,
como era costumbre entre los judíos; al fin y al cabo, su esencia es de suyo inexpresable.
Ahora bien, este trono y el que está sentado en él no son solamente el centro del cielo, sino
también el punto medio del mundo entero y de su historia: aquí está la plenitud de todo
poder, en el cielo como en la tierra. No son leyes muertas ni un destino ciego los que
definen todo lo que ha de venir, sino la voluntad de aquel que está sentado en el trono. El
vidente no describe la figura del trono ni al que impera en él, pues éste «habita en la región
inaccesible de la luz» (1Tim 6,16); Juan procura dar una idea del resplandor de esta luz que
inunda todo el contorno. La gloria del Señor, que él intenta describir, es un concepto central
de la Biblia; por ella se entiende la absoluta soberanía, poder y perfección de la esencia
divina, que como un resplandor de luz supraterrestre irradia de él y lo hace inaccesible (cf.
Ex 24,16s; 33,18-23, 40,34; lRe 8,10s; Is 6,1s; Ef 1,17; lJn 1,5).
La esplendorosa y flamante luz de la majestad divina se compara aquí con colores de
resplandecientes y chispeantes piedras preciosas; sus nombres no se corresponden con
los de hoy; por el jaspe se quiere sin duda dar a entender el diamante que refracta la luz en
todos los colores, o el ópalo, que lanza también irisaciones; el sardónice parece ser el rojo
rubí. Como un dosel, el arco iris (cf. Ez 1,28) cubre y respalda el trono, brilla con un verde
claro (esmeralda). El nimbo que, si bien no brilla con los colores del arco iris, se designa
con este nombre, es sin duda signo de la paz entre Dios y el género humano (Gén 9,11-17),
con el cual se quiere insinuar que Dios despliega su poder como gracia; es un Señor
clemente, que «piensa pensamientos de salvación y de paz, y no de aflicción», a fin de «dar
esperanza» (Jer 29,11). En él no tiene su causa el infortunio en la historia, pero él lo utiliza
para su juicio.
Hasta este punto, el cuadro entero irradia un reposo infinito; el poder absoluto de Dios no

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tiene necesidad de un apoyo venido de fuera, ni de ninguna la inquietud y de ningún medio
inquietante, comprendida la guerra, pese a que en la tierra, tales medios están vinculados
al mantenimiento y aseguramiento del poder. En tiempos de inseguridad y de bruscas
transformaciones pregunta el hombre más radicalmente por aquel que puede garantizarle
realmente su existencia; la idea de Dios que facilitan estos cuadros apocalípticos puede
verdaderamente tranquilizar a quienquiera que se halle en condiciones de creer que el Dios
glorioso, soberano y clemente hace surgir absolutamente y con toda seguridad la salud del
mundo, aun cuando el camino que conduce a esta meta, por razón de la perversidad de los
hombres, pasa por catástrofes, que como pruebas pueden servir para la salvación a
buenos y a malos.

4 Alrededor del trono vi veinticuatro tronos, y sobre los tronos, veinticuatro ancianos,
sentados, vestidos de vestiduras blancas y con corona de oro sobre sus cabezas. 5a Y del trono
salen relámpagos, voces y truenos.

Quién es Dios y qué es todo lo que abarca el ámbito de su dominio se sensibiliza luego,
en la visión, mediante la corte que lo rodea y la liturgia que ésta celebra ante el trono. El
círculo exterior está formado por los veinticuatro ancianos; sus tronos, sus coronas de oro y
sus blancas vestiduras traen a la memoria las palabras sobre el vencedor (3,21; 2,11; 3,5);
son por consiguiente hombres que han alcanzado el premio asignado a los vencedores. El
número de veinticuatro, dos veces doce, se entiende sin duda en primer lugar en sentido
del pueblo de Dios del Antiguo Testamento y del Nuevo (doce tribus, doce apóstoles), cuya
unidad aparece con toda claridad en la imagen de la mujer del Apocalipsis (12,1-1-17); el
número de veinticuatro podría también enlazar con la idea de las veinticuatro clases
sacerdotales en Israel (lPar 24,4.7-18), tanto más cuanto que los ancianos desempeñan
funciones litúrgicas (4,10s). Se entienden sin duda como representantes del entero pueblo
de Dios de la salvación, que en sus miembros ya glorificados representa a la Iglesia en
adoración ante el trono del Omnipotente. Los relámpagos, voces y truenos que salen del
trono hacen pensar en la manifestación de Dios en el Sinaí (Ex 19,16-19) e indican que
este Dios que aparece tan inaccesible y trascendente es a la vez el Dios del Sinaí, el Dios
de la historia de la salvación; el recuerdo de la revelación del Dios de la alianza y el de la

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conclusión de la alianza responde bien a la interpretación de los ancianos.

5b Y siete antorchas de fuego están ardiendo delante del trono, que son los siete espíritus de
Dios. 6 Delante del trono hay como un mar transparente, semejante a cristal.

Entre los ancianos y el trono arden siete antorchas, que se habían mencionado ya en la
salutación (1,4) y que aquí se interpretan expresamente como símbolos del Espíritu Santo
(acerca del parentesco simbólico entre fuego y espíritu, cf. también Mt 3,11; Act 2,3). Sólo
posteriormente se dice algo sobre el suelo de la sala del trono celeste; esta indicación
quiere expresar sin duda, junto con la sensación de infinitud, sobre todo la de la claridad
tranquila -en contraposición con la marejada caótica primordial y su resto, el mar del
mundo- y del resplandor supraterrestre chispeante de luz, de este océano del cielo (cf. Gén
1,7; Ez 1,22).

6b Y en medio del trono y alrededor del trono, cuatro seres vivientes, llenos de
ojos por delante y por detrás. 7 El primero es semejante a un león; el segundo,
semejante a un toro; el tercero tiene el rostro como de hombre, y el cuarto es
semejante a un águila en vuelo. 8 Y los cuatro seres vivientes tienen cada uno
seis alas, y alrededor y por dentro están llenos de ojos, y no tienen descanso ni
de día ni de noche, diciendo: «Santo, santo, santo, Señor Dios, todopoderoso, el
que era, el que es y el que ha de venir.» 9 Y siempre que los seres vivientes den
gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por
los siglos de los siglos, 10 caerán los veinticuatro ancianos ante el que está
sentado en el trono, y adorarán al que vive por los siglos de los siglos, y
arrojarán sus coronas ante el trono, diciendo: 11 «Digno eres, Señor y Dios
nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder. Porque tú creaste todas las
cosas y por tu voluntad eran y fueron creadas.»

Muy cerca del trono ve Juan un último grupo de cuatro seres vivientes, que según parece
están situados a los cuatro lados del trono imaginado como aislado de todo lo demás; sus
modelos se hallan en Ezequiel (Ez 1,5-14) e Isaías (Is 6,2-4); sólo que aquí no aparecen

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como en Ezequiel como sustentando el trono, sino como los más próximos asistentes al
trono; además, Juan resolvió su figura monstruosa formada de cuatro partes, que tienen en
Ezequiel, y dio a cada uno un aspecto homogéneo distinto del de los otros; también los
muchos ojos provienen de Ezequiel 1,18 (en las ruedas del carro de Dios) y 10,12 (los
querubines), y las seis alas y el trisagio, de Isaías 6,2s.
Cuatro es, en la apocalíptica, el número cósmico (los cuatro puntos cardinales), y si a
esto se añade la circunstancia de que dichos seres se comparan con cuatro criaturas
terrestres, cada una la más fuerte en su orden, salta a la vista que mientras los ancianos
representan a la humanidad redimida, éstos representan la creación ante el trono de su
creador 24. La abundancia de ojos representa gráficamente cuán sobrecogidos están de
admiración y asombro en la contemplación de Dios, y el número excedente de alas quiere
significar con cuanta prontitud están dispuestos a cumplir la voluntad del soberano
universal. Representan por tanto la imagen ideal de la creación de Dios en su origen
paradisíaco y así desempeñan también sin interrupción el supremo quehacer de todo lo
creado, a saber, el de ensalzar sin reposo la excelencia del creador. Tres veces resuena la
aclamación, tres nombres vienen dados a Dios, triple es la alabanza que tributan al Creador
y Señor del universo; una liturgia verdaderamente cósmica 25, que asume la forma ideal de
manifestación de la Iglesia junto al trono de Dios en la figura de los veinticuatro ancianos;
éstos, además, para significar que sólo a Dios deben la existencia, la salvación y la
glorificación, arrojan sus coronas ante el trono. El «Digno eres», con que comenzaban las
solemnes aclamaciones al ingreso del emperador romano cuando éste se hacía celebrar
como manifestación de la divinidad, va dirigido ahora a aquel que puede hacer valer
derechos de soberanía ilimitada sobre todas las cosas, porque a él solo pertenece todo
como a su Creador.
...............
24. Los cuatro seres vivientes se introdujeron en el arte cristiano como símbolos de los cuatro Evangelios o
de
los cuatro evangelistas. Esta atribución simbólica se halla por primera vez en la tradición en san Ireneo (Ads.
Haer. m, 11-18).
25. El tenor litúrgico general del escrito, en sí apocalíptico y profético, vuelve de nuevo a destacarse con
razón.
«Casi todas las grandes visiones del Apocalipsis tienen a no dudarlo carácter litúrgico. Este carácter resulta
en definitiva de la orientación esencialmente escatológica de la liturgia cristiana, sobre todo de la celebración

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de la eucaristía, que anuncia «la muerte del Señor hasta que él venga» (lCor 11,26; Doctrina de los doce
apóstoles, cap. 9s)» (FEUILLET). Juan describe siempre la gran esperanza escatológica de la Iglesia en
cuadros de una liturgia celestial cuyos rasgos están tomados tanto del culto del templo veterotestamentario,
como de las celebraciones cultuales neotestamentarias de los cristianos. Las doxologías, aclamaciones e
himnos son, en suma, los puntos dogmáticos centrales en el Apocalipsis; en ellos se halla la interpretación
teológica de las visiones y se expresa con palabras el kerygma (mensaje) propiamente dicho del último libro
de la Biblia. Así el Apocalipsis confirma la observación general de Y. CONGAR: «La Iglesia confiesa la
plenitud de su fe en su alabanza y la transmite en su culto» (véase nota 1).
...............

2 TRANSMISIÓN DEL PODER (5,1-14)

1 Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro, con las hojas escritas
por ambas caras y sellado con siete sellos.

La segunda parte de la visión introduce movimiento en el cuadro sublime, que casi da la


sensación de algo inaccesible, de la sala del trono del cielo, con su liturgia que se
desarrolla en forma reverente y acompasada. Este cuadro se mantiene como un telón de
fondo, y ante él se ejecuta ahora una acción de tan alto significado, que se llama
especialmente la atención hacia ella mediante momentos de tensión que se le anteponen
expresamente. Si atendemos a su objeto, en esta sección se representa gráficamente con
una imagen arrebatadora este artículo de la fe: «Subió a los cielos y está sentado a la
diestra de Dios Padre todopoderoso.»
El que reina sobre el trono tiene su mano derecha extendida, con el libro en actitud de
ofrecerlo. El libro en cuestión es un opistógrafo, es decir, las hojas o tiras de pergamino o
de papiro enrolladas están escritas por sus dos caras, la interior y la exterior, signo de la
riqueza de su contenido (cf. Ez 2,9s). A fin de que se mantenga secreto lo que se contiene
en el libro se halla éste sellado con siete sellos (siete es, como en 1,11, símbolo de la
integridad). Su contenido es la historia universal en su entero transcurso en forma de
historia de la salvación de Dios, es propiedad del soberano universal, pero él quiere
entregarlo a otro. Ahora bien, en este cuadro gira ahora todo en torno a este libro y a aquel
a quien se le entrega; en efecto, todo lo que en adelante refiere en el Apocalipsis está
consignado en él, y es notificado y, al mismo tiempo, realizado por aquel que lo recibe en
49
sus manos.

2 Y vi a un ángel poderoso que pregonaba con gran voz: «¿Quién es digno de


abrir el libro y de soltar sus sellos?» 3 Y nadie en el cielo, ni en la tierra, ni
debajo de la tierra podía abrir el libro ni examinarlo. 4 Yo lloraba mucho; porque
nadie fue hallado digno de abrir el libro ni de examinarlo. 5 Y uno de los
ancianos me dice: «Deja de llorar; que ha vencido el León de la tribu de Judá, la
raíz de David, para abrir el libro y sus siete sellos.»

La tensión se obtiene por medio del artificio literario de la interrogación retórica,


empleada también en el Antiguo Testamento (cf. lRe 22,19-21; Is 6,8). Además, de esta
manera se recalca que el encargo de que aquí se trata supera las posibilidades de todas
las criaturas de Dios sin excepción: no hay ángel, ni hombre, ni demonio que sea capaz de
penetrar el designio secreto de Dios sobre el mundo, y mucho menos de realizarlo. Ninguna
ciencia, ningún proceder por elevado que sea, ni la más perfecta dedicación con la mejor
voluntad conducen al mundo a su meta. Esta convicción, que de hecho afecta no sólo a
una realidad objetiva, sino también al hombre en su propia existencia, entristece
profundamente al vidente; la vivencia de una impotencia tan absoluta no tiene ya otra salida
que las lágrimas. Ahora bien, estas lágrimas tienen todavía una causa especial en el
contexto general; Juan necesitaba, en efecto, saber algo del contenido si quería consolar
eficazmente a la Iglesia atribulada y animarla a la constancia. Entonces, se interesa por él
uno de aquellos que representan a la Iglesia en su consumación, uno de los testigos que
conocen ya a Dios como él es, porque su fe se ha transformado ya en visión. Él notifica a
Juan: Existe de hecho uno, concretamente un hombre, que se halla en condiciones de
aceptar la oferta de Dios y es digno de hacerlo, el Mesías de Dios; su poder soberano y su
fortaleza se habían preanunciado ya en el Antiguo Testamento en los dos títulos
mesiánicos, aquí apuntados (Gén 49,9; Is 11,1), y él mismo, en su calidad de hombre, ha
«vencido» ya con una acción única en la historia del mundo y así se ha acreditado como
aquel al que se «ha dado todo poder en el cielo y en la tierra» ( Mt 28,18 ) .

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6 Y vi en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, a un
Cordero en pie, como degollado, que tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de
Dios enviados por toda la tierra. 7 Y vino y tomó el libro de la mano del que estaba sentado en el
trono.

Ya ve Juan al vencedor que está en pie en el círculo de la corte celestial directamente


delante del trono. Anunciado como «León», aparece como «un Cordero... como degollado»
26. No se puede decir con más brevedad y propiedad cuándo y cómo se reportó la victoria
que se acaba de mencionar; como un cordero, víctima preferida del Antiguo Testamento,
este león se hizo así mismo víctima expiatoria por los pecados de todos (cf. 1,5); por eso el
Apocalipsis prefiere especialmente el titulo de Cordero para designar al Redentor
(veintiocho veces; cf. también Jn 1,29). Ahora bien, él demostró la fortaleza del león,
resucitando a la vida eterna (cf. 1,18), de modo que se le designa simplemente como «el
que vive», (1,18). En adelante lleva el Cordero todavía la herida de muerte sanada, como
signo de la victoria; además tiene «siete cuernos» como símbolo de su poder sin restricción
(el cuerno es símbolo de fortaleza; cf., por ejemplo, Dt 33,17; lSam 2,1.10; Jer 48,25; Lc 1,
69); sus «siete ojos» simbolizan el espíritu de Dios que le es propio y que, enviado por él,
actúa con todo poder en el mundo entero (cf. Jn 15,26; 16,7-15). Este «Cordero» es, por
tanto, capaz y digno de que le sea confiada para su ejecución la disposición de Dios sobre
el mundo y sobre los hombres. «Vino y tomó el libro...» expresa la elevación al trono del
Cordero, al que el soberano universal le transmite el poder que él mismo posee. El destino
de todos y de todas las cosas está así hasta el final en manos del mismo Jesús que había
dado de si: «Me da compasión de este pueblo» (Mc 8,1), y en el que sigue latiendo el
corazón, que una vez se había él dejado atravesar por amor a los hombres (cf. 1,7). Para
quienquiera que entre la ascensión al cielo y la segunda venida del Señor experimente
como cristiano la historia de este mundo, o incluso la sufra, esto significa una confianza con
seguridad sobrehumana y certeza incondicional.
...............
26. El Apocalipsis subraya, como el Evangelio de Juan, el hecho de que en el cuerpo del Resucitado quedaron
visibles las llagas como señal de su victoria definitiva sobre la muerte, así como de su eterno amor redentor
(Ap 5,6,12; Jn 20,20; 21,25.27; Ap 1,7; Jn 19,34-37).
...............

51
8 Y cuando tomó el rollo, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos cayeron ante
el Cordero, teniendo cada uno una cítara y copas de oro, llenas de incienso, que son las oraciones
de los santos.

Ya en el cuadro precedente se había interpretado lo contemplado, terminando con un


himno; lo mismo sucede ahora (v. 9-10.12.13), como por lo regular en el Apocalipsis, con
un cántico de alabanza; es un himno trimembre a Dios Salvador. La primera estrofa la canta el
círculo más próximo al trono, los cuatro seres vivientes; los veinticuatro ancianos hacen
también otro tanto; ambos grupos reunidos prestan ante el Cordero el mismo homenaje que
ante Dios (4,9s). Subyace a la descripción la representación del culto del templo en
Jerusalén; mientras los sacerdotes ofrecían el sacrificio del incienso, los levitas entonaban
salmos con acompañamiento de instrumentos de cuerda (cf. Sal 33 [32] 2; 71 [70] 22). Así
como el incienso que se elevaba en el templo era considerado como símbolo de las
oraciones de todo el pueblo, así también aquí se interpreta esta ceremonia como símbolo
de las «oraciones de los santos», es decir, de la Iglesia entera; la interpretación de los
ancianos como los representantes de la Iglesia junto al trono de Dios (cf. comentario a 4,4)
recibe nuevo apoyo de esta idea; están ante Dios, desempeñando un papel de mediadores
en representación del entero pueblo de la salvación.

9 Y cantan un cántico nuevo, diciendo: «Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos,
porque fuiste degollado, y rescataste para Dios con tu sangre a hombres de toda tribu, lengua,
pueblo y nación. 10 Y los hiciste para nuestro Dios reino y sacerdotes, que reinarán sobre la
tierra.»

El «cántico nuevo», que en el Antiguo Testamento se componía y se cantaba con


ocasión de una gran gesta nueva de Dios experimentada por Israel (cf. Sal 96[95]1; 149,1;
Is 42,10), toma en consideración la pregunta del ángel (5,2) sobre quién es digno 27 y le da
respuesta. Glorifica a Cristo, Salvador del mundo, que con su muerte nos liberó de la
esclavitud de los poderes del mal, y a los redimidos de la humanidad entera (cuatro
substantivos para expresarla) los constituyó en la santa comunidad de Dios, al que ellos

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tienen acceso como los sacerdotes en el servicio del templo en Jerusalén, e incluso los
hace participar de su soberanía (cf. comentario a 1,6); todo esto ha venido a ser realidad
para todos los redimidos, con la elevación del Cordero al trono, por lo cual ellos cantan un
«cántico nuevo». Por lo demás, con la circunstancia de que son precisamente los cuatro
seres vivientes, representantes del cosmos, los que entonan el cántico, se subraya
especialmente la acción salvadora de Cristo en su extensión cósmica más allá de la
humanidad (cf. Rom 8,20-23).
...............
27. La aclamación «Digno eres...» se aplica tanto al Cordero como al Omnipotente (4,11). En efecto, el Cristo
exaltado vino a sentarse en el trono de Dios (3,21) una vez que con su victoria sentó el presupuesto
necesario para que Dios pudiera asumir de nuevo públicamente en la historia la soberanía sobre su
creación. Por esto el Cordero tiene también el derecho «de tomar el libro y de abrir sus sellos», es decir, de
poner en marcha el proceso final de la historia, en cuyo transcurso asume Dios su soberanía. Este proceso
comienza con medidas judiciales (plagas de los sellos, de las trompetas, de las copas) y termina con la
nueva creación (21,9-22,5), que se insinúa ya en el himno al Cordero (5,10).
....................

11 Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los seres vivientes y de
los ancianos. Y era su número miríadas de miríadas y millares de millares, 12 que decían
con gran voz: «Digno es el Cordero que fue degollado de recibir el poder, la riqueza, la
sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición.» 13 Y todos los seres creados que
están en el cielo y sobre la tierra y debajo de la tierra y en el mar, y todo cuanto en éstos
hay, oí que decían: «Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición, el honor,
la gloria y la fortaleza por los siglos de los siglos.» 14 Y los cuatro seres vivientes decían:
«Amén»; y los ancianos se postraron y adoraron.

En el canto de alabanza de los que asisten al trono entra también ahora la innumerable
multitud de los ángeles, como también lo entona sin excepción la entera creación terrestre
en su gran variedad; los cuatro seres vivientes pronuncian el amén, y los ancianos
concluyen esta liturgia verdaderamente cósmica con el culto de la adoración. Así el
conjunto se presenta como una visión prospectiva de la consumación, que es la meta del
proceso turbulento, cuya descripción comienza tras esta introducción. En función de tal

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visión en profundidad se resuelven todos los enigmas de la historia de la misma manera
como sólo en función de la elevación del Cordero al trono resultan claras y comprensivas la
pasión y muerte de Jesús.

II. LAS VISIONES DE LOS SELLOS (6,1-8,1 )


La visión introductoria (4,1-5,14), aunque está antepuesta a la primera serie de
calamidades, fue concebida como referida también a todas las siguientes, y debía fijar el
punto de referencia y delimitar el ángulo visual bajo el que tienen que considerarse los
sucesos venideros descritos simbólicamente, si se han de entender como es debido: no hay
además de Dios otros poderes que hagan historia por su cuenta; todos los poderes y
figuras que aparecen en la historia y parecen determinarla a su propio arbitrio, están
sujetos al poder de libre disposición de Dios y de su Ungido, el cual, sentado a la derecha
del Padre, guía con su omnipotencia y conduce a buen término la realización del designio
de Dios sobre el mundo, como designio de salvación para su creación.
Así pues, propiamente y en definitiva sólo Dios hace historia, porque hasta las
contradicciones y catástrofes causadas por otros poderes libres en sí, pero circunscritos
por la libertad absoluta de Dios, están infaliblemente en su mano: Dios les pone límites en
el tiempo y en el espacio y puede cargar de sentido y finalidad positiva estos mismos
errores y extravíos. El sentido de épocas catastróficas en el transcurso de la historia es el
de hacer que a través de todo el hacer y acontecer de los hombres, pero sobre todo a
través de todas las manifestaciones del poder del mal, se tenga presente el juicio definitivo
del que todos éstos son signos precursores; la finalidad de estas catástrofes consiste en
despejar los obstáculos que contra el avance del reino de Dios trata de levantar mediata o
inmediatamente el adversario, y así contribuir a la consumación final de dicho reino.
Para salir al paso a posibles falsas interpretaciones en las visiones de calamidades, no
hay que olvidar que todas las descripciones del Apocalipsis son imágenes simbólicas; por
tanto, no predicen acontecimientos tal como tendrán lugar concretamente en el futuro. En
particular, para la inteligencia de las visiones de los sellos hay que tener en cuenta que no
sólo el libro juntamente con los sellos constituye un símbolo, sino que incluso cada sello de
suyo tiene un significado simbólico. De las imágenes apocalípticas se puede decir en
general que no se pueden comparar precisamente con representaciones naturalistas

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-estáticas, como diapositivas, o movidas, como películas- sino más bien con cuadros
oníricos, que en su transcurso pueden desarrollarse hasta tal punto, que al final cambie
totalmente su contenido inicial.
En rigor, incluso una lectura parcial requiere levantar los siete sellos, lo cual implicaría la
relación de la totalidad del plan de Dios respecto al mundo; ahora bien, en la concepción
apocalíptica «descubierto» significa a su vez, como veremos después, lo mismo que
realizado, «cumplido»; en otras palabras: «totalmente descubierto» significaría que el curso
de la historia había llegado a su fin. Ahora bien, si, contrariamente a una idea técnicamente
correcta, con la apertura de cada sello se pone ya en marcha un proceso, esto da a
entender que sólo nos hallamos con acontecimientos preparatorios que están ordenados al
cumplimiento de la última voluntad de Dios, el reino de Dios consumado, pero esta
consumación no se realiza gradualmente. También el apocalipsis sinóptico (Mt 24,4-44 y
par.) traza análogos cuadros de catástrofes y añade esta explicación: «Todo esto será el
comienzo del doloroso alumbramiento» (Mt 24,8; Mc 13,8). Este principio de interpretación
se aplica a las tres series de calamidades 28 del Apocalipsis de Juan (sellos, trompetas y
copas), que se despliegan unas de otras a modo de una espiral de ímpetu creciente se
encaminan a un centro, la segunda venida del Señor, que anuncian como dolores de parto
y la preparan.
...............
28. Propiamente huelga hacer notar que una exposición apocalíptica que no afirma la realidad de las imágenes
tomadas como símbolos, no ofrece por consiguiente ningún orden cronológico en sentido estricto. Por lo
demás, la homogeneidad esquemática con que las plagas de las trompetas y de las copas están descritas,
según un modelo del Antiguo Testamento -en ambos casos, el de las plagas de Egipto-, muestra
suficientemente que al autor le interesa en primera linea la aserción general: cuanto más cercano está el fin,
tanto más apremiantes son los medios con que Dios trata de hacer que la humanidad entre dentro de sí
misma. La sucesión de las imágenes en el Apocalipsis está ordenada conforme a una lógica interna.

....................

1. Los CUATRO PRIMEROS SELLOS (Ap/06/01-08)

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1 Y vi cuando el Cordero abrió el primero de los siete sellos, y oí a uno de los cuatro seres
vivientes que decía como con voz de trueno: «Ven.» 2 Y miré, y apareció un caballo blanco, y el
que lo montaba llevaba un arco, y se le dio una corona y salió vencedor y para vencer.

Los cuatro primeros sellos forman un grupo coherente formado con un motivo
homogéneo, los llamados «cuatro jinetes del Apocalipsis» (Durero); también su encargo,
insinuado con diferentes colores y arreos, representa un todo en sí. Los cuadros trazados
en forma concisa y acertada toman sus elementos de las visiones nocturnas del profeta
Zacarías (Zac 1,8-10; 6,1-8), aunque combinados en diseños autónomos. El fondo sobre el
que transcurre el hecho es el cuadro desarrollado en la visión introductoria. El Cordero va
abriendo un sello tras otro. El transcurso del acontecer que con ello viene desencadenado
lo pone en marcha en cada caso uno de los cuatro seres vivientes con una orden de mando
como un trueno; ninguna calamidad viene de Dios, sino del ámbito de las fuerzas creadas;
la omnipotencia soberana de Dios y del Cordero sobre todo acontecer se notifica en este
cuadro mediante un silencio mayestático.
El jinete que monta el caballo blanco recuerda a primera vista el jinete del Logos
(19,11-13); al igual que éste, aparece como triunfador; la corona que se le entrega
simboliza, como se explica expresamente, el triunfador invencible; como modelo del cuadro
pudo servir el jinete armado de arco, como se lo conocía en las tropas de choque de los
persas, que no habían sido nunca derrotadas definitivamente por los romanos.
Ahora bien, esta figura simbólica difícilmente puede referirse a Cristo; en efecto, Cristo
está ya representado en el cuadro por el Cordero que abre los sellos, y además Cristo no
podría aparecer nunca obedeciendo a la orden de una criatura (uno de los seres vivientes).
Apenas si puede tampoco tratarse de la marcha triunfal del Evangelio por el mundo, que
según Mc 13,8 tendrá lugar antes del fin. El grupo de los jinetes, estructurado sin duda
alguna como una unidad coherente y por tanto concebido como tal, quedaría desarticulado
si uno de los cuatro jinetes no debiera considerarse como portador de calamidad al igual
que los tres otros entre las tribulaciones del tiempo final; Mt 24,6 menciona, en primer
lugar, la guerra; también aquí está seguramente significada por el primer jinete. Eventualmente en
la imagen del jinete que va en cabeza podría haberse incorporado también la figura más
importante del acontecer escatológico: el Anticristo, bajo cuya dirección victoriosa se hallan

56
las confusiones y extravíos que preceden al fin. La idea surge naturalmente por dos
razones: En el apocalipsis sinóptico se halla al comienzo mismo, inmediatamente antes del
anuncio de guerras, la puesta en guardia contra los falsos Mesías; además, también el
color blanco y la corona de vencedor encajarían bien en el cuadro, puesto que en el
Apocalipsis se describe generalmente al Anticristo como una tentativa de imitación de
Cristo (cf. 13,1-9) y en el tiempo final sale victorioso hasta que el Señor que retorna acaba por
desarmarlo (cf. 19,11-21 ) .
En este primer cuadro, que muestra en acción poderes hostiles a Dios y, por tanto,
también contrarios a la creación, aparece también por primera vez la fórmula «le fue dada»,
que se repite como un estereotipo en análogas descripciones. En esta forma pasiva hay
que sobrentender como sujeto agente a Dios; esta perífrasis en forma pasiva se había
desarrollado en el judaísmo para evitar mencionar el nombre de Dios.
Juan recuerda constantemente con esta fórmula que, contrariamente a la impresión
externa que a veces se impone, el poder del mal no puede tener manifestación ni eficacia
alguna por su cuenta y sólo puede entrar en acción cuando, y mientras, Dios lo permite.

3 Y cuando abrió el segundo sello oí al segundo ser viviente que decía: «Ven.» 4 Y salió
otro caballo, rojo, y al que lo montaba se le dio el poder de quitar la paz de la tierra y de hacer
que se degollaran unos a otros; y se le dio una gran espada.

El segundo jinete viene claramente caracterizado por sus distintivos como mensajero de
infortunio. El rojo, color de la sangre y del fuego, es en el Apocalipsis el signo indicador de
los poderes hostiles a Dios (cf. 12,3; 17,3; 17,4). Su instrumento es la espada y su obra es
la guerra, que por el tenor de las palabras («se degollaron unos a otros») parece
entenderse más bien como guerra civil (cf. Mt 24,7), que en comparación con las guerras
entre las naciones -simbolizadas por el primer jinete- es generalmente más cruel y
asoladora; en este sentido la acción del segundo factor de infortunio implica una
graduación con respecto al primero. Tanto las guerras exteriores como las del interior
(revueltas, subversiones violentas) tienen su fuerza motriz en el mal, por lo cual ningún
enfrentamiento sangriento podrá ser nunca cohonestado con una designación como
«guerra santa», ni se le podrá nunca añadir el calificativo de «religioso».

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5 Y cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente que decía: «Ven.» Y miré; y
apareció un caballo negro, y el que lo montaba tenía una balanza en la mano. 6 Y oí como una
voz en medio de los cuatro seres vivientes que decía: «Una medida de trigo por un denario, y tres
medidas de cebada por un denario. Pero el aceite y el vino no los dañes.»

El tercer jinete en caballo negro va casi siempre en el séquito del primero y del segundo,
la guerra; aquí simboliza el hambre (d. Mt 24,7) y sus consecuencias, la mortandad en
masa (el color negro). La balanza con que se deben pesar las raciones pinta drásticamente
la penuria de alimentos, y la indicación de los precios del trigo y de la cebada, necesarios
para la fabricación del pan, significa la carestía. Un denario era entonces el jornal de un
día. Los perjuicios causados por el jinete portador de calamidad se restringe a la cosecha
de primavera; los frutos de otoño, el aceite y el vino , se exceptúan expresamente. A las
posibilidades de aniquilamiento por el tercer jinete pone explícitamente límites el poder
supremo, al que él debe obedecer.

7 Y cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía: «Ven.» 8 Y
miré, y apareció un caballo bayo, y el que montaba sobre él tenía por nombre «la muerte», y le
acompañaba el Hades. Se les dio potestad sobre la cuarta parte de la tierra para matar con espada,
con hambre o con peste y con las fieras de la tierra.

El cuarto jinete, un caballo bayo (amarillento, color de cadáver) viene designado por su
nombre, thanatos. En realidad esta palabra griega puede significar, además de «muerte»,
también «peste», o en general «epidemia»; aquí se ha de entender probablemente en este
último sentido; en efecto, la muerte es el acompañamiento de los cuatro jinetes; un punto de
apoyo para admitir este último significado se halla también en la circunstancia de que el
final del vers. 8 está tomado literalmente de Ezequiel (Ez 14,21): «...mis cuatro terribles
azotes: la espada, el hambre, las bestias feroces y la peste». Como al tercer jinete, también
al cuarto se le fija la medida que no puede rebasar.
La impresión de horror del último jinete viene reforzada todavía por su acompañamiento,
el Hades, la mansión de los muertos; éste, como ave de rapiña, aguarda el botín que le ha

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de tocar en la secuela de los jinetes. La visión de los cuatro portadores de infortunio
termina así en un cuadro semejante a las representaciones medievales de las llamadas
danzas de la muerte.
Por lo demás, los jinetes apocalípticos no están tratados en esta visión como precursores
del próximo fin del mundo, como tampoco en los desarrollos análogos del apocalipsis
sinóptico «el comienzo del doloroso alumbramiento» se entiende como indicio del fin que
se acerca. En todo el tiempo que va de la ascensión del Señor a su segunda venida, el tiempo
final, estos factores y poderes de desolación llevan adelante su obra de destrucción en la
historia. Es significativo que en la visión aparezcan por orden de un ser creado y no por
orden de Dios. La perversión terrestre, la voluntad de dominio político y económico, el odio
y la envidia por necesidad y por orgullo los sacan constantemente a la palestra. No Dios,
sino el mundo mismo impide la realización del paraíso en la tierra. Si también los creyentes
son afectados por toda calamidad, saben, sin embargo, que Dios domina como Señor sobre
todo tiempo y sobre todo lo que en él sucede; esta certeza significa, además, que todas las
pruebas les vienen asignadas por Dios como preparación para la salvación (cf. Rom 8,28).

2. EL QUINTO SELLO (Ap/06/09-11)

9 Y cuando abrió el quinto sello, vi al pie del altar las almas de los degollados por causa de
la palabra de Dios y del testimonio que tenían.

Con la apertura del quinto sello, la sala del trono del Omnipotente se transforma en un
templo celestial con un altar, contrapartida del altar de los holocaustos en el templo de
Jerusalén, a cuyo pie se derramaba la sangre de los animales sacrificados en señal de que
su vida había sido ofrecida a Dios. Por eso ve Juan a los mártires cristianos al pie del altar
celestial, porque los que han sido asesinados por la palabra de Dios y por el testimonio (cf.
1,9) son personas sacrificadas.
También en el apocalipsis sinóptico, a la descripción del «comienzo del doloroso
alumbramiento» (cf. las visiones de los jinetes) sigue la predicción de graves persecuciones
(Mt 24,9). Como «el testigo fiel y veraz» (3,14) llevó a cabo en la cruz la entrega total al
Padre, así las víctimas de la persecución, por la virtud del sacrificio de su Señor y como

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imitación de sus sentimientos y de su fidelidad, entregaron su vida por Dios. Por eso están
también ahora, como el Cordero, en el santuario del cielo, en la proximidad de Dios.

10 Y clamaron con gran voz, diciendo: «¿Hasta cuándo, oh Soberano, santo y veraz, estarás
sin juzgar y sin vengar nuestra sangre de los moradores de la tierra?» 11 Y se les dio a cada uno
una túnica blanca, y se les dijo que estuvieran tranquilos todavía un poco de tiempo, hasta que se
completase el número de sus consiervos y de sus hermanos, que iban a ser muertos como ellos.

En un gran clamor de oración se constituyen ante Dios en abogados de sus hermanos


perseguidos en la tierra. En ellos, la Iglesia maltratada y atormentada por «los moradores
de la tierra» -frase estereotipada que en el Apocalipsis significa a los impíos-, la Iglesia de
los mártires, clama al Omnipotente, cuya esencia es santidad y fidelidad, por la pronta
liberación prometida de la injusticia y de la maldad de este tiempo del mundo, mediante la
manifestación de su gloria ante todo el mundo; este grito de oración implora, por tanto, en
el fondo lo mismo que el clamor nostálgico con que cierra el Apocalipsis: «¡Ven, Señor
Jesús!» (22,20). No una sed de satisfacción por ansia de venganza 29, sino el hambre de
la justicia y del triunfo de la verdad, de la consumación del reino de Dios, resuena en la
oración de los mártires, que ellos presentan a Dios, recordando los sufrimientos de sus
hermanos sobre la tierra («Venga tu reino») 30.
A la pregunta «¿Hasta cuándo?» reciben una doble respuesta. La primera, que afecta a
ellos mismos, se expresa en una acción simbólica con la entrega de una túnica blanca; en
otras palabras: ellos mismos reciben ya participación en la gloria del Señor junto al trono de
Dios (cf. comentario a 3,4s). A continuación, tocante a la situación apurada de sus
hermanos, se les informa de que todavía no se ha alcanzado el número de mártires
prefijado; primero debe realizarse el plan de la sabiduría, justicia y bondad eterna; entonces
habrá llegado el momento que aguarda y ansía la Iglesia con sus mártires. El martirio de los
fieles contribuye a completar la Iglesia y acelera así la hora de la consumación del mundo.
Es esencial a la Iglesia, en tanto vive en la tierra, ver su existencia puesta
ininterrumpidamente en cuestión por el mundo. Sabe que en conjunto ni debe contar con el
favor del mundo ni está mortalmente amenazada por su repudio; como el salmista, profesa
impertérrita su confianza en el Omnipotente: «En tus manos está mi suerte» (Sal 31 [30],16;

60
Lc 18,5).
...............
29. La venganza toma en el Apocalipsis un papel de motivo literario (cf. también 16,5-7; 19,2), que el autor
tomó,
como otros muchos, del Antiguo Testamento, como medio de exposición. Por lo que hace a la cosa misma,
aquí se trata siempre del juicio sobre el mal, que viene concretado en el Maligno; en cada caso se trata de la
eliminación del mal del mundo como prerrequisito y presupuesto necesario para la consumación de la
soberanía de Dios, que es el tema propiamente dicho del Apocalipsis. La venganza en sentido propio
contradice a la imagen de Dios del Nuevo Testamento, tal como la presentó Jesús no sólo con palabras,
sino en su misma persona (cf. Jn 3,16), como también contradice al imperativo del amor a los enemigos, en
cuyo sentido expuso Jesús ahincadamente el mandamiento del amor al prójimo (Mt 5,43-48, Lc 6,27 36; cf.
Lc 23,24; Ap 7,60). El Dios del Apocalipsis es el Dios que se dispone a consumar su creación, no a
aniquilarla, el Dios de la promesa, que juzga para cumplir la promesa.
30. El sentido de la oración de los mártires está expuesto de la manera más adecuada en una invocación
tomada del más antiguo texto litúrgico cristiano que ha llegado hasta nosotros: «Pase el mundo y venga tu
gracia» (Doctrina de los doce apóstoles 10,6).
...............

3. EL SEXTO SELLO (Ap/06/12-17)

12 Y vi, cuando abrió el sexto sello, sobrevenir un gran terremoto, y el sol se volvió negro
como un tejido de crin; la luna, toda ella se volvió de sangre, 13 y los astros del cielo cayeron
sobre la tierra, como una higuera, sacudida por fuerte viento, deja caer las brevas. 14 Y el cielo
fue retirado como un libro que se enrolla, y todo monte e isla fueron removidos de su lugar.

La calamidad de las cinco primeras visiones de los sellos había sido causada por
hombres, por lo cual quedó también limitada al hombre y a su mundo; en la sexta se
extiende la calamidad a la naturaleza muerta y adopta al mismo tiempo dimensiones
cósmicas. También en el apocalipsis sinóptico semejantes catástrofes cósmicas preceden
inmediatamente al juicio universal (Mt 24,29), que sería de esperar con la apertura del
séptimo sello. Como introducción al «gran día de la ira del Cordero» (v. 16-17) traza el
Apocalipsis un cuadro espeluznante, compuesto en general con motivos del Antiguo
Testamento; en vísperas de su último día comienza la tierra a temblar, el sol se ensombrece
como cubierto por un obscuro manto de luto, el claro cielo se vuelve negro (cf. Is 50,3),
61
sobre este fondo obscuro penden la luna llena roja como de sangre (cf. J1 3,4 ); el universo
entero parece desintegrarse, las estrellas caen del punto en que están fijas en el cielo,
como caen las hojas de la higuera sacudida por el vendaval de invierno (cf. Is 34,4). La
sinfonía del cataclismo final, compuesta con representaciones tomadas de la idea del
mundo de entonces termina con el derrumbamiento del firmamento entero, que se concibe
como un hemisferio extendido por encima de la tierra, el cielo se enrolla como se enrollaba
entonces un libro (cf. Is 34,4). También el caos en la tierra es de tales dimensiones que ya
no es posible reconocer su superficie; ni siquiera las montañas, símbolo de estabilidad, ni
las islas se hallan ya en su lugar. La desintegración de todos los órdenes del espacio vital
del hombre enfrenta al género humano con el caos del cataclismo y le hace presentir su
propia destrucción.

15 Los reyes de la tierra, los magnates, los jefes militares, los ricos, los poderosos y todos,
esclavos y libres, se ocultaron en las cavernas y en los riscos de los montes. 16 Y dicen a los
montes y a los riscos: «Caed sobre nosotros y ocultadnos de la presencia del que está sentado
sobre el trono y de la ira del Cordero.» 17 Porque llegó el gran día de su ira. ¿Y quién puede
tenerse en pie?

El terror pánico que se ha apoderado de los hombres cuando han visto su mundo
desquiciado y hecho astillas, domina a todos sin excepción; se enumeran doce grupos
(símbolo de la totalidad), desde la más alta clase social hasta el estrato más bajo de la
sociedad. La sensación de impotencia frente a una naturaleza, cuyas leyes habían
explorado y a la que de esta manera creían tener, en cierto modo, sujeta en sus manos,
lleva a los hombres a una franca desesperación; todo orgullo se ha desplomado en un
terror sin remedio. Tratan de escapar, pero no hay escondrijo para su mala conciencia y
para ocultarse de los ojos del Cordero que viene a juzgar; el día de su ira pondrá de
manifiesto que el Salvador del mundo es también su juez.
Las visiones de los sellos hacen tabla rasa de la utopía de que el progreso de la
humanidad significa a la vez progreso en lo humano, que paralelamente a él corre un
proceso progresivo de humanización. Las imágenes de la apertura de los sellos han
descubierto por el contrario el progresivo proceso de maduración del mal en la historia y el

62
correspondiente crecimiento del caos y de la anarquía. Luego, al fin, la desintegración
incluso del orden de la naturaleza indica al hombre aterrorizado lo que él mismo ha causado
al abandonar los órdenes que habían sido confiados a su responsabilidad, con ello ha
minado las bases de su misma existencia. Lo que de su mundo se ofrece todavía a sus ojos
pasmados es el espantoso vacío de la nada, que no deja ya ninguna salida más que la
ruina y el fin de todo. La enorme angustia existencial que por esto asalta a todos, está
expresada de manera impresionante con la psicosis de fuga y de búsqueda de un
escondrijo; en la total inconsistencia del hombre en medio de un mundo que él creía
haberse apropiado y puesto a su disposición, vuelve a mostrársele con tenue resplandor la
conciencia de la responsabilidad moral, pero sólo ya como miedo del juicio.
Una generación de la humanidad será la última; lo que ésta experimentará exteriormente
se anuncia aquí sólo en figuras simbólicas; no sabemos por tanto cómo será la realidad;
ahora bien, el objetivo de la pintura apocalíptica es éste: poner drásticamente ante los ojos
el estado interior y la reacción de aquellos últimos hombres ante el juicio final de Dios. Las
catástrofes en la historia y en la naturaleza referidas en las visiones de los sellos se
interpretan finalmente en el sentido de que son un anuncio de la «ira del Cordero», del día
de su juicio.

4. PRIMER INTERMEDIO (Ap/07/01-17)

El transcurso del acontecer escatológico parecía, tras la apertura del sexto sello, haber
llegado a tocar muy de cerca el fin. En este momento de la mayor tensión tiene lugar una
interrupción con intermedio, que en una visión doble da para los fieles una respuesta a la
pregunta que habían hecho los impíos al final de la sexta visión de los sellos: «¿Y quién
puede tenerse en pie?» (6,17). Al desamparo y desesperación de los «que moran sobre la
tierra» (6,10) se contrapone la preservación y la gozosa perspectiva de esperanza de los
fieles. El motivo de estímulo y de consolación que recorre la entera estructura del
Apocalipsis, se formula aquí con especial fuerza en medio de esa atmósfera de ruina (cf.
también Lc 21,28).
A esta pregunta: ¿Cuál será la suerte de los elegidos en esos tiempos de catástrofe?,
sigue la respuesta: Con la especial protección de Dios no perecerán en la tierra, y a través

63
de la turbulenta caducidad de este mundo perecedero serán conducidos a su meta junto al
trono de Dios. Estas promesas se hacen patentes en dos cuadros estrechamente
relacionados entre sí: la Iglesia en medio del caótico tiempo del mundo, y la misma Iglesia
en la luz y en la paz junto a Dios en la eternidad.

a) Los elegidos en la tierra (7,1-8).

1 Después de esto vi a cuatro ángeles de pie sobre los cuatro ángulos de la tierra, que
retenían los cuatro vientos de la tierra para que no soplara viento alguno sobre la tierra, ni sobre
el mar, ni sobre ningún árbol. 2 Y vi a otro ángel que subía de la parte de oriente y que tenía el
sello de Dios viviente. Y gritó con gran voz a los cuatro ángeles a quienes se dio poder para dañar
a la tierra y al mar, 3 diciendo: «No dañéis a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que no
hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios.»

Cuatro ángeles 31 retienen a los poderes de destrucción, que como huracanes han de
consumar la devastación de la tierra (cf. Jer 49,36; Dan 7,2S), teniéndolos en los cuatro
ángulos de la tierra como perros furiosos amarrados a una cadena. A la Iglesia, en cambio,
sucede algo especial antes de que ella, en el mundo y con el mundo, se vea azotada y
sacudida por estos torbellinos. Aparece un ángel, que promete bienes por el mero hecho de
venir del oriente, por donde sale el sol, donde la expectativa judía creía hallarse el paraíso
del tiempo final; lleva en las manos el sello de Dios, con el cual debe marcar de antemano a
los elegidos antes del comienzo de nuevas tribulaciones. En la antigüedad se marcaban
con fuego los animales y los esclavos como propiedad de su amo; también los adeptos de
ciertos cultos especiales se marcaban con fuego la señal de su dios (por ejemplo, los
adeptos del culto de Dionisos se grababan una hoja de yedra).
Por lo demás, lo que aquí describe Juan tiene su modelo en Ezequiel (Ez 9,2-7); el profeta
ve cómo los habitantes de Jerusalén temerosos de Dios son marcados por un ángel con la letra tau
en la frente, a fin de que queden a salvo del castigo que Dios tiene intención de descargar sobre la
ciudad apóstata. Estar marcados con un sello significa, pues, pertenencia y promesa de
protección. Con esta acción simbólica del ángel promete Dios a los suyos que serán preservados,

64
no de las tempestades, pero sí en las tempestades, y que a través de ellas serán salvados (cf. Jn
17,15).
...............
31. La representación: ángel de los vientos, ángel del fuego (14,18), ángel del agua (16,15) tiene sus raíces en
la creencia pagana en los espíritus de los elementos. Es significativo que al ser incorporadas estas representaciones al
mundo de imágenes del judaísmo monoteísta, los dioses autónomos de la naturaleza se conviertan en espíritus sujetos
a la soberanía de Dios su creador, en ángeles.
...............

4 Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de
los hijos de Israel. 5 De la tribu de Judá, doce mil sellados; de la tribu de Rubén, doce mil; de la
tribu de Gad, doce mil; 6 de la tribu de Aser, doce mil; de la tribu de Neftalí, doce mil; de la tribu
de Manasés, doce mil; 7 de la tribu de Simeón, doce mil; de la tribu de Leví, doce mil; de la tribu
de Isacar, doce mil, 8 de la tribu de Zabulón, doce mil; de la tribu de José, doce mil; de la tribu de
Benjamín, doce mil sellados.

Se indica el número simbólico de los sellados: 144.000 (= 12 X 12 X 1000); el producto del


cuadrado del número de perfección, doce, y del símbolo de
cantidad mil, quiere decir que se ha alcanzado el número completo de los elegidos y que
éstos representan una cantidad imponente. Los sellados se reparten homogéneamente
entre las doce tribus del pueblo de la antigua alianza, pues en Dios no hay acepción de
personas. Judá, la tribu mesiánica, va en cabeza; falta Dan, en cuyo lugar se nombra a
Manasés, hijo de José. La mención de las doce tribus debe también entenderse
simbólicamente (cf. Sant 1,1); en el nuevo pueblo de Dios no hay ya diferencia entre judíos
y gentiles (cf. Rom 10,12; Ef 2,11-22); «el Israel según la carne» (lCor 10,18) no
desempeña ya ningún papel especial en el nuevo «Israel de Dios» (Gál 6,16), compuesto
de judíos y gentiles con igualdad de derechos; así también en la visión de la ciudad de Dios
consumada en el cielo se hallan todavía sobre sus puertas los nombres de las doce tribus
(21,12), mientras que los nombres de los doce apóstoles se leen sobre las piedras
fundamentales de sus muros (21,14).

b) Los elegidos en el cielo (7,9-17)

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9 Después de esto, miré, y apareció una muchedumbre inmensa que nadie
podía contar, de toda nación, tribus, pueblos y lenguas, que estaban de pie ante
el trono y ante el Cordero, vestidos con túnicas blancas y con palmas en las
manos. 10 Y gritan con gran voz, diciendo: «La salvación se debe a nuestro Dios,
al que está sentado en el trono, y al Cordero.» 11 Y todos los ángeles estaban de
pie alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes, y se
postraron ante el trono y adoraron a Dios, 12 diciendo: «Amén. La bendición, la
gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder y la fortaleza, a
nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.»

La visión de los elegidos en la tierra va seguida de otra, en la que se muestra a Juan la


misma muchedumbre que ha llegado ya a la meta. No tanto con el fin de completar el tema,
como por una intención pastoral, se dirige ya en este lugar una mirada a la consumación,
que por razón de la materia sólo debía ofrecerse en la sección 21, 1-22,5 (32). Esta visión
es un complemento necesario de la primera, por cuanto que en ella se presenta realizada
en sus dimensiones totales y definitivas la salvación que se había anunciado en la primera.
Sólo con este complemento se realiza plenamente la intención de la pieza intermedia, a
saber, la de suscitar la convicción de la protección de que gozan los elegidos y animarlos a
la confesión de la fe, si es preciso hasta el sacrificio de la vida.
Del símbolo de los 144.000 se pasa al plano de la realidad al indicar que es incontable la
muchedumbre de los elegidos de todas las naciones, los cuales están de pie, glorificados
(«túnicas blancas») ante el trono de Dios, después de haber combatido victoriosamente (la
palma, símbolo de la victoria) con la ayuda de Dios y bajo su protección a través de todas
las tribulaciones de la tierra. Su cántico de alabanza contiene el gozoso reconocimiento de
que la salvación y la bienaventuranza la deben a Dios y al Cordero, que se han mostrado
fieles en sus promesas.
Todos los ángeles del cielo y los dos grupos que rodean el trono confirman esto con una
liturgia muy parecida a la de 5,12 y casi con las mismas palabras de ésta; allí la alabanza
iba dirigida al Cordero, aquí se dirige a Dios, origen último de toda salvación. Los elegidos
no se han dejado doblegar por ningún poder de la tierra, sólo delante de Dios dobla la

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rodilla con profunda gratitud la humanidad redimida.
...............
32. La integridad del enunciado teológico que constituye el núcleo central de las imágenes apocalípticas y
orienta su tenor, fuerza diversamente a tales anticipaciones (cf. también 11,5ss)
...............

13 Y uno de los ancianos tomó la palabra y me dijo: «Estos que están vestidos con túnicas
blancas, ¿quiénes son y de dónde vinieron?» 14 Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabes.» Y me
dijo: «Éstos son los que vienen de la gran tribulación, lavaron sus vestidos y los blanquearon en
la sangre del Cordero.»

El objetivo parenético de la doble visión viene a continuación destacado expresamente


en una escena especial con una doble interrogación. Uno de los ancianos pregunta al
vidente quiénes son los que él ve glorificados ante el trono de Dios y cómo han llegado allá.
Juan no osa responder, sobrecogido como está de emoción y de reverencia («Señor mío»);
así el anciano, que lo sabe mejor que hombre alguno en la tierra, puede explicar lo que está
viendo Juan.
Contempla la inmensa muchedumbre de los que «vienen de la gran tribulación», es decir,
los que con la ayuda de Dios (como «sellados») superaron los conflictos y las pruebas del
tiempo final, por lo cual se les ha podido entregar la túnica blanca del vencedor (cf. 3,5). Su
obra no fue en primera línea mérito propio; el camino de la glorificación debía antes
abrírseles con la muerte expiatoria del Cordero, la cual causó el perdón y la readmisión a la
comunidad con Dios; sin embargo, su acción personal les es propia por cuanto que ellos
respondieron al impulso de la gracia y aceptaron la oferta de salvación de Dios; ambas
cosas se expresan aquí sin ambages en función del símbolo en una imagen que, por tanto,
resulta algo contradictoria: la de blanquear las vestiduras en la sangre del Cordero.

15 Por eso están ante el trono de Dios, y le dan culto día y noche en su santuario, y el que
está sentado en el trono tenderá su tienda sobre ellos. 16 No tendrán más hambre ni tendrán más
sed; ni caerá sobre ellos el sol ni ardor alguno. 17 Porque el Cordero, que está en medio del trono,
los apacentará y los guiará a fuentes de aguas de vida. Y enjugará Dios toda lágrima de sus ojos.

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La gloria y la bienaventuranza junto al trono de Dios se basa («por eso», v. 15) en la
gracia de la redención por un lado y en la libre aceptación y cooperación con la oferta de
salvación de Dios por otro; esto último lo han demostrado ellos con su perseverancia en la
fe y en la paciencia en las tribulaciones y persecuciones en la tierra. Así han merecido
volver a vivir, como el primer hombre en el paraíso, con Dios y ante Dios
ininterrumpidamente y para siempre («día y noche»). En la comunidad con Dios han
quedado también completamente libres de toda clase de ansiedad, de tentación y de
necesidad; viven en Dios y así moran en su bienaventuranza (Dios «extenderá su tienda
sobre ellos», v. 15). Su servicio ante él no es ya el cumplimiento de un deber, sino el
reconocimiento beatificante de la criatura, que precisamente ahora se ha hallado a sí misma
en su Creador, y en su amor ve ahora cumplidos por encima de toda ponderación todos sus
deseos insatisfechos. Como conclusión y, por tanto, de manera especialmente destacada,
se menciona al Cordero como mediador de esta bienaventuranza; con la imagen del buen
pastor había ilustrado una vez el Señor mismo su solicitud por los suyos (Jn 10,1-18); la
promesa que hizo seguir a esta presentación de sí mismo rezaba así: «Yo les doy vida
eterna, y jamás perecerán» (Jn 10,27s). Esta promesa la ha cumplido: los ha conducido a
los pastos de eterna felicidad y a las fuentes de vida eterna.
Con este segundo cuadro realiza plenamente su intención la pieza intermedia; la
seguridad dada en el primer cuadro: «Yo os conduciré a la meta», trataba de suscitar ánimo
y confianza, mientras que la descripción de la espléndida meta en el segundo cuadro
apunta a proporcionar decisión y entusiasmo para afrontar el combate ineludible. Así, tras
esta mirada a la eternidad nos vemos llamados de nuevo a la dura realidad del tiempo; en
éste se decide nuestra eternidad; por eso nuestra existencia terrestre no se ve en modo
alguno desvirtuada por esa esperanza, sino que precisamente con ella ha alcanzado un
peso que por ella misma no se habría podido descubrir ni razonar.

5. EL SÉPTIMO SELLO (8,1)

1 Y cuando abrió el último sello, hubo un silencio en el cielo como de media hora.

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Con la apertura del séptimo sello se ha despejado el último obstáculo que impedía penetrar
en el contenido del libro y notificarlo. El mismo enmudecer por un momento (media hora = un
tiempo breve, un rato ) los coros celestiales, pinta de manera impresionante la tensión con que
todos aguardan la conclusión del plan salvífico de Dios. En realidad, el contenido del séptimo
sello encierra más que el fin, cuyo momento, contrariamente a lo esperado, no ha llegado
todavía. Esta demora de Dios puede ser a veces una dura prueba para los fieles, mientras que a
los incrédulos les sirve de estímulo. Del séptimo sello vuelve a desarrollarse un grupo de siete
plagas, que se describen en las visiones de las trompetas; éstas, comparadas con la primera serie
de plagas («comienzo del doloroso alumbramiento») significan una gradación. Cuanto más se
acerca el fin, mayor dureza y claridad adquieren las pruebas, porque la conversión se hace más
apremiante. (_MENSAJE/23. Págs. 73-107)

III. VISIONES DE LAS TROMPETAS (8,2-11,19)

1. INTRODUCCIÓN (8,2-6)

2 Y vi a los siete ángeles que están de pie ante Dios. Y se les dieron siete trompetas.

Como ya en las visiones de los sellos, los acontecimientos de la historia y de la naturaleza


se habían hecho depender de un hecho en el cielo, así también la introducción a la visión de
las plagas de las trompetas da a entender que lo supramundano y lo terrestre no son
sectores acabados en sí e independientes el uno del otro, sino que, por el contrario, nada
sucede en la tierra, que no haya sido preparado y fijado en el cielo. Por esta razón, también
las visiones de las trompetas son introducidas mediante una acción litúrgica en el templo del
cielo, que una vez más se describe a base de ritos litúrgicos del templo de Jerusalén. Allí,
los sacerdotes designados para el sacrificio del incienso llevaban carbones encendidos en una
copa de oro, del altar de los holocaustos al altar de los perfumes y luego esparcían sobre
ellos el incienso. Mientras se celebraban las acciones sacrificiales,

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algunos sacerdotes daban fuera al pueblo con trompetas la señal para la adoración.
En la liturgia celestial están representados los sacerdotes por
ángeles: Así, a los «siete ángeles que están de pie ante Dios» (cf. Tob 12,15) se les dan
instrumentos de viento. Los siete espíritus supremos, concebidos como ordenanzas que
aguardan órdenes en todo momento y están por tanto en pie en inmediata proximidad al
trono, se llaman en la apocalíptica judía «ángeles del rostro» o «ángeles de la presencia» o
también sencillamente «arcángeles»33. La trompeta es el instrumento con el que, según la
Sagrada Escritura, se anuncian especialmente los acontecimientos escatológicos (Mt
24,31; lCor 15,52; lTes 4,16). Así como en las cuatro primeras visiones de los sellos
aparecían las plagas a la orden de mando de un ser viviente «como con voz de trueno», así
sucede ahora cada vez con un toque de trompeta que van dando por orden los siete
ángeles.
...............
33. En la Biblia misma se llama por sus nombres a tres de estos siete ángeles: Miguel (Dan 10,13; 12,1; Jds 9;
Ap 12,7); Gabriel (Dan 8,16ss; 9,21ss; Lc 1,19.26); Rafael (Tob 12,15). El Apocalipsis apócrifo de Henoc
(cap. 20) cita además como nombres de los restantes: Uriel, Raguel, Saracael, Remiel.
...............

3 Y vino otro ángel y se puso en pie, junto al altar, con un incensario de oro. Y se le dio
gran cantidad de incienso para que lo ofreciese, con las oraciones de todos los santos, sobre el
altar de oro que está delante del trono. 4 Y el humo del incienso con las oraciones de los santos
subió de la mano del ángel en presencia de Dios

Todavía durante la media hora de silencio en el cielo y antes de que den su señal los
siete ángeles, se acerca ahora «otro ángel» al altar del cielo mencionado ya en 6,9 y
concebido ahora como altar de los perfumes, para ofrecer en él el sacrificio del incienso. La
nube de incienso que se eleva está puesta ahora, como ya en 5,8, en relación con las
«oraciones de los santos» (cf. Tob 12,12; Sal 141[140]2; los ángeles del cielo hacen suya
la oración de los que están marcados con el sello de Dios y la llevan purificada ante la
presencia de Dios. Con la Iglesia afligida en la tierra oran los espíritus bienaventurados en
el cielo; así pues, la Iglesia no puede sentirse abandonada, sino más bien siempre segura.

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5 Tomó el ángel el incensario y lo llenó con fuego del altar, y lo arrojó sobre la
tierra. Y hubo truenos, voces, relámpagos y terremotos.

Al cuadro de la segura protección y de la paz sigue en brusca transición el del terror y del
juicio. De los carbones ardientes del altar, sobre el que se elevan las oraciones de los
«santos», es decir, de los fieles en la tierra, llena el ángel su incensario y lo arroja a la
tierra. Falta una explicación explícita de esta acción simbólica, pero se halla implícitamente
en los efectos que a continuación se indican. Con tempestades y temblores de tierra se
anuncian los juicios de Dios (cf. Ez 10,2) sobre aquellos que tratan de afirmarse por su
cuenta fuera de los órdenes de Dios y contra su voluntad de salvación. Este segundo acto
de la liturgia celestial, el anuncio de los castigos de Dios, se halla en conexión causal con el
primero, a saber, el acto de homenaje y de intercesión ante la majestad divina; «los
santos»a, que por la acción redentora del Cordero fueron constituidos en sacerdotes y
partícipes de la soberanía de Dios (5,8-10), intervienen con sus oraciones en la suerte del
mundo.

6 Y los siete ángeles que tenían las siete trompetas se prepararon para tocarlas.

El próximo comienzo de los castigos conminados se anuncia en la circunstancia de


aprestarse los ángeles a tocar las trompetas; sin embargo, deben aguardar el momento que
sólo viene determinado por Dios.

2. LAS CUATRO PRIMERAS TROMPETAS (8,7-12)

Como las visiones de los sellos, también el segundo grupo de siete está a su vez
subdividido; en cada caso las cuatro primeras visiones forman una unidad coherente. Las
cuatro plagas anunciadas por las trompetas no afectan directamente a los hombres como
las respectivas de los sellos, sino más bien a su espacio vital; los órdenes de la naturaleza
se salen de sus quicios. Análogas catástrofes de la naturaleza se habían producido ya con
la apertura del sexto sello; allí servían para indicar la proximidad del juicio, mientras que
aquí son en sí mismas plagas y castigos (cf. Lc 21,25s). Que tampoco estos

71
acontecimientos, con ser tan espeluznantes, no significan todavía el fin, se da a entender al
restringirse la destrucción a un tercio del respectivo sector afectado. A lo largo de la
descripción de las diferentes catástrofes se adivinan espontáneamente como modelos
ciertos pasajes del Antiguo Testamento, como, por ejemplo, las plagas de Egipto y la
destrucción de Sodoma, lo cual es de nuevo un signo de que los sucesos apocalípticos no
se toman a la letra, sino que se entienden simbólicamente. También la sucesión de las
plagas ha de entenderse por consiguiente como un orden de razón, no como una sucesión
temporal. Para la obra de destrucción vienen desencadenadas fuerzas tremendas en el
ámbito de la naturaleza; si bien hoy día no nos parecen tan fantásticos los cuadros del
Apocalipsis, sino que más bien nos hacen pensar en las temidas armas modernas de
destrucción, esto mismo puede servirnos para comprender de manera más apropiada el
sentido de las imágenes; sin embargo, no hay que olvidar que en tales cuadros no nos
hallamos ante descripciones reales, sino simbólicas, en las que se ponen al descubierto
ciertos rasgos esenciales de lo que ha de venir, pero no su figura concreta.

7 Y tocó el primero la trompeta. Y hubo granizada y fuego mezclado con sangre, y fueron
arrojados sobre la tierra. Y quedó abrasada la tercera parte de la tierra; abrasado, la tercera parte
de los árboles; abrasada toda la hierba verde.

La primera trompeta anuncia desolación para la tierra firme. Así pues, ha transcurrido ya
en el tiempo de tolerancia que anteriormente (7,3) se había ordenado para toda la tierra. El
campo, los bosques, las praderas se ven seriamente afectados; la séptima plaga de Egipto
(Ex 9,23ss) refiere análogos temporales. El Apocalipsis añade la lluvia de sangre,
encareciendo la descripción de la plaga egipcia (cf. Jl 3,3s). La representación tiene sin
duda su origen en un fenómeno de la naturaleza que se observa en el Próximo Oriente,
donde a veces los remolinos de arena del desierto dan a la lluvia un tinte rojizo; este
fen6meno está considerado como de mal augurio. Su mención suplementaria en este lugar
pudiera ser eventualmente mera indicación de que viene todavía algo peor. Con el deterioro
del suelo y de las plantas se ven afectados los hombres y el ganado, al quedar
sensiblemente disminuidos los medios de subsistencia; la pérdida de un tercio del producto
de la tierra es mucho, y se deja sentir en todas partes.

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8 El segundo ángel tocó la trompeta. Y algo así como una gran montaña, ardiendo en
llamas, fue arrojado al mar. Y la tercera parte del mar se convirtió en sangre, 9 y murió la tercera
parte de los seres creados que viven en el mar, y la tercera parte de las naves fue destruida.

Con el segundo toque de trompeta viene afectado el mar, representado con la imagen de
una masa incandescente tan grande como una montaña, que se desploma. Aquí se echa de
ver de nuevo hasta qué punto las imágenes apocalípticas están diseñadas en primer
término en función del pensamiento y no precisamente en función de la realidad física; la
fauna marina no parece sucumbir precisamente por efecto del calor y de la fuerza
mecánica, sino por la transformación de las aguas en sangre debida a la masa ígnea, como
se dice a imitación de la primera plaga de Egipto (Ex 7,20s); en cambio, se comprende que
se pierda la tercera parte de los navíos a causa de la fuerte marejada. Quizá también las
representaciones apocalípticas, que se desarrollan como visiones oníricas, se alejan
deliberadamente de la experiencia de la naturaleza con el objeto de insinuar que lo que
importa no es el acontecimiento de la naturaleza, sino el signo en que éste queda
constituido por Dios.

10 Y el tercer ángel tocó la trompeta. Y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como una
antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos y sobre las fuentes de las aguas. 11 Y el nombre
de la estrella es el de «Ajenjo». Y la tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo, y muchos
hombres murieron por las aguas, porque se habían vuelto amargas.

Al tercer toque de trompeta se produce algo extraordinariamente pavoroso: una estrella


imponente, llameante como un meteoro entrado en la atmósfera, cae del cielo: señal de que
Dios está oculto tras este fenómeno. Parece ser que Juan ve explotar esta bola de fuego,
de modo que su venenoso contenido espolvorea la tercera parte de las aguas dulces. El
resultado es un envenenamiento del agua potable; por esta razón lleva la estrella el nombre
de la planta del ajenjo, el absintio, que por su fuerte amargor se tenía por venenosa en la
antigüedad (cf. Jer 9,15; Am 6,12).

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12 Y el cuarto ángel tocó la trompeta. Y fue azotada la tercera parte del sol, la tercera parte
de la luna y la tercera parte de las estrellas, de modo que se oscureció la tercera parte de ellos, y
el día no brilló en su tercera parte, y otro tanto la noche.

La cuarta trompeta restringe todavía más las posibilidades de vida en la tierra; la luz, sin
la cual nada crece ni prospera, desaparece en una tercera parte. Aquí se supera
apocalípticamente la novena plaga de Egipto (Ex 10,21-23). Las fuentes de luz del universo
pierden una tercera parte de su fuerza luminosa, se anuncian eclipses parciales de los
astros (cf. Mt 24,29); por añadidura pierden también los astros la tercera parte de la
duración de su luz, lo cual es de nuevo un signo de que los cuadros están trazados más
bien en forma expresionista, en función de su significado.
Los castigos de Dios, con su limitación, se caracterizan como amenazas y signos
precursores del juicio que sobrevendrá un día y como llamada a la conversión; todavía dura
el tiempo de la gracia y la posibilidad de convertirse.

3. CUADRO INTERMEDIO: AYES DEL ÁGUILA (8,13)

13 Y miré, y oí a una águila, que volaba en lo más alto del cielo, decir con gran voz: «¡Ay,
ay, ay de los que moran sobre la tierra, por causa de los demás toques de trompeta de los tres
ángeles que están para tocarla!»

Antes de que se inicien las tres plagas que todavía están por venir, las cuales, a
diferencia de las precedentes, no afectan ya únicamente al espacio vital de los hombres,
sino directamente a éstos, se anuncian expresamente con un triple ay, que desde el cenit
resuena fatídicamente sobre la tierra entera. Son los fuertes gritos de un águila, que
también en otros lugares de la literatura apocalíptica desempeña el papel de mensajera de
infortunio; volando por lo alto del cielo, es visible a los ojos de todos; sus ayes se aplican a
los «que moran sobre la tierra», es decir, a los impíos (cf. comentario a 3,10), los cuales,
por tanto, son especialmente afectados por las catástrofes que siguen.

4. LA QUINTA TROMPETA (9,1-12)

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1 Y el quinto ángel tocó la trompeta. Y vi una estrella caída del cielo a la tierra,
y le había sido dada la llave del pozo del abismo. 2 Abrió el pozo del abismo, y
subió del pozo una humareda como la humareda de un gran horno. Y se
oscureció el sol y el aire por el humo del pozo.

Las catástrofes de la naturaleza de las cuatro primeras plagas de las trompetas tenían ya
una envergadura y unos efectos que iban más allá de las posibilidades naturales; las que
ahora siguen aparecen en conjunto como extranaturales; no provienen de la atmósfera y
del espacio cósmico extendido sobre ella, sino de abajo, del reino de los demonios. Con
ellas surgen en primer plano los poderes, cuya negación de Dios y el mundo de Dios
constituyó el lema de su existencia y la expresión de su ser pervertido; la mentira, la
contradicción y el odio, puestos en juego con un furor desmedido, determinan su acción; así
se explica también el triple «¡ay!» sobre el mundo de los hombres antes de que la creación
se vea entregada a estos terribles agentes de destrucción. También aquí aparece al
comienzo la «pasividad divina», que el empleo de la voz pasiva subraya: «le había sido
dada» (cf. comentario a 6,1s; también 20,1-3.7), indicando que tales poderes no pueden
intervenir y actuar por su propia cuenta, sin el consentimiento de Dios que de este modo
induce a los hombres a reflexionar.
Una «estrella caída» -en la literatura apocalíptica, sinónimo de «un ángel caído» (cf.
también 12,9; Lc 10, 18)-, o sea, un ángel rebelde, condenado, en una pintura figurativa
con representaciones tomadas de las ideas del mundo de entonces, recibe la autorización
de desencadenar el infierno contra los hombres. La humareda que se eleva de la oscura
sentina de fuego, en la que se tiene prisioneras a las criaturas infortunadas (cf. Jds 6; 2Pe
2,4), extiende ahora también a la humanidad estas tinieblas infernales.

3 Del humo salieron langostas sobre la tierra, y les fue dada potestad como la potestad que
tienen los escorpiones de la tierra. 4 Y se les dijo que no dañasen la hierba de la tierra, ni verdura
alguna, ni árbol alguno, sino sólo a los hombres que no tienen el sello de Dios sobre sus frentes.

La traducción de la imagen alegórica se esboza en el texto mismo cuando se desprenden

75
del humo las figuras demoníacas; el estado y la acción del infierno se extienden por Ia
tierra, una vez que la visión del cielo ha quedado oculta por los negros vapores del mundo
infernal, y la luz de Dios no puede ya mostrarse a los hombres; Dios se eclipsa como
consecuencia del oscurecimiento que lleva consigo el adversario de Dios dondequiera que
va. La imagen toma sus rasgos particulares de la descripción de la octava plaga de Egipto
(Ex 10,14s), de la pintura de una invasión de langostas en el profeta Joel (Jl 1 y 2) y de la
ruina de Sodoma (Gén 19,28). Estos seres se comparan con las langostas para expresar su
inmensa multitud, que como los espesos enjambres de esos insectos oscurece el cielo; sin
embargo, por su peligrosidad se asemejan más a escorpiones que a langostas; los
hombres, no la vegetación en la naturaleza, son blanco de sus ataques. En esta plaga
parece singular y hasta a primera vista incongruente que sólo afecte a los impíos, es decir,
a esa gente a la que el infierno, con su afinidad de sentimientos, debería serles no hostil,
sino más bien propicio, supuesto que tal actitud le fuera todavía posible; sin embargo, una
de las consecuencias de la condenación es también la destrucción de sí mismo. En cambio,
sobre «los sellados» (cf. 7,2-8), los elegidos, que están del lado de Dios, no tiene el infierno
poder alguno; le están substraídos expresamente.

5 Les fue dado poder, no para que los matasen, sino para que los atormentasen por cinco
meses. Y su tormento era como tormento de escorpión cuando pica al hombre. 6 En aquellos días
buscarán los hombres la muerte y no la encontrarán, y desearán morir, y la muerte huirá de ellos.

La exención de los elegidos y la prohibición de matar a los impíos indican cómo se ha de


entender su tormento; los dolores corporales se utilizan únicamente como motivo drástico
para pintar alegóricamente el tormento interior de los que se confían al adversario,
cerrándose a Dios. El contenido de símbolo de esta imagen es particularmente denso.
Aquel a quien viene inoculado el veneno del infierno, cae en un tormento incomparable, y
al fin viene a ser dolor personificado. La duda devoradora, el miedo de vivir, la confusión
interior sin remedio, la atmósfera helada sin amor (cf. Mt 24,12), la sensación de destierro
en este mundo y de desamparo en presencia de la nada: todo consume interiormente y
lleva a una desesperación que acaba por buscar la muerte para hallar descanso (Job
3,21s).

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La limitación de las cuatro primeras plagas de la visión de las trompetas era únicamente
espacial, mientras que en la quinta es triple: en cuanto al tiempo (cinco meses, durante
largo tiempo), en cuanto a la extensión (sólo los impíos), en cuanto a la manera (no matar);
como con el «les fue dado», también con estas reiteradas restricciones se hace presente la
soberanía de Dios, al lado del cual ningún otro poder osa independizarse.

7 La apariencia de las langostas era como de caballos equipados para la guerra, y tenían
sobre sus cabezas coronas que parecían de oro, y sus rostros eran como rostros humanos. 8
Tenían cabellos, como cabellos de mujer, y sus dientes eran como de león. 9 Llevaban corazas,
como corazas de hierro, y el ruido de sus alas era como ruido de carros de muchos caballos que
corren a la guerra. 10 Y tienen colas semejantes a escorpiones y aguijones, y en sus colas está su
poder de dañar a los hombres por cinco meses. 11 Tienen sobre sí por rey al ángel del abismo. Su
nombre en hebreo es Abadón, y en griego Apolión. 12 EI primer «¡ay!» ya pasó. Todavía vienen
dos «¡ayes!» después de esto.

Después de la descripción de la naturaleza y la acción de los espíritus diabólicos, se


completa ahora la pintura de su aspecto exterior, para mostrar todavía más claramente su carácter
demoníaco. Son engendros monstruosos; tienen algo en común con langostas, caballos de
batalla, leones, escorpiones, aves, y hasta con hombres. Dureza despiadada (corazas), furia
selvática (cabellos de mujer, dientes de león), inconsideración férrea (caballos que corren
arrastrando carros de combate), violencia taimada (aguijones de escorpión), crueldad
refinadamente calculada (rostros de hombres), poder irresistible («coronas que parecían de oro»,
emblema de la victoria): todo esto se quería expresar con esta pintura, para presentar de manera
impresionante todo lo siniestro de la voluntad diabólica de destrucción.
De dónde vienen estas figuras horripilantes, qué son y qué es lo que quieren se compendia
todavía al final con la indicación de su adalid; su jefe y comandante es «el ángel del abismo».
Dos nombres se le dan para caracterizar su persona; el hebreo Abadón, es decir, abismo, mundo
subterráneo (Job 26,6; Sal 88[87]12), se halla ya en la versión griega precristiana llamada de los
Setenta traducido por Apolion (corruptor, depravador, destructor); concuerdan el origen y la
intención, el ser y la manifestación encarnan la destrucción.

77
Con la quinta visión de las trompetas, el primer «ay», aparece directamente por vez
primera en la historia el poder del infierno, después de haber estado ya en acción como
instigador oculto en las anteriores catástrofes. En los dos «ayes» que siguen se mantiene todavía
en la arena directamente y con creciente empeño. El tiempo del abismo abierto y de la humareda
que se levanta de él oscureciendo el cielo y el rostro de Dios, continúa todavía.

5. LA SEXTA TROMPETA (9,13-21)

13 Y el sexto ángel tocó la trompeta. Y oí una voz que salía de los cuatro cuernos del altar
de oro que está delante de Dios.

La sexta plaga es exteriormente muy parecida a la quinta: en ella, en efecto, continúan los
ataques diabólicos, aunque con creciente volumen y fuerza. Esta vez se subraya de entrada con
especial énfasis que la voluntad y la intención salvífica de Dios, latente en todo lo que sucede, lo
está también en este castigo del tiempo final, aunque éste venga ejecutado por su adversario.
La visión se inaugura con una audición (cf. 1,10); la voz viene del altar de oro de los
perfumes,sobre el cual, -en la visión introductoria de las plagas de las trompetas (8,3s)-, un ángel
presentaba a Dios, juntamente con el incienso, las oraciones de los santos. El altar celestial («que
está delante de Dios») tiene la misma forma que los altares en el templo de Jerusalén; las cuatro
esquinas del altar de los holocaustos, como del altar de los perfumes, estaban arqueadas hacia
arriba (como «cuernos»).
La voz que desciende de la plancha de revestimiento del altar representa sin duda la
respuesta a las oraciones de los fieles cristianos en la tierra, que el ángel había llevado delante de
Dios. Del contenido de la plaga, que al igual que la precedente sólo afecta a los impíos, se podría
inferir el contenido de dichas oraciones; así, la cristiandad atribulada de los tiempos finales
habría implorado alivio y protección en la persecución por los impíos.

14 Y dijo al sexto ángel que tenía la trompeta: «Suelta a los cuatro ángeles que están atados
junto al gran río Eufrates.» 15 Fueron soltados los cuatro ángeles que estaban preparados para
aquella hora, día, mes y año, para que mataran a la tercera parte de los hombres. 16 Y el número
de las tropas de caballería era de dos miríadas de miríadas. Yo oí su número.

78
La voz imparte al ángel que había dado la sexta señal de trompeta la orden de dejar en
libertad a cuatro ángeles que hasta entonces habían estado encadenados. El hecho de estar
encadenados los especifica como espíritus portadores de infortunio. El momento de la liberación
fija en forma cuádruple (el número de integridad cósmica); en el mundo de Dios no hay fuerzas
de destrucción que actúen por cuenta propia; el número cuádruple de los espíritus portadores de
infortunio muestra también que se ha dejado a su disposición la tierra entera para que den muerte
a una tercera parte de los hombres. A este objeto aparecen como jefes en cabeza de las
incontables tropas de caballería, con las que llevan a cabo la devastación. El país junto al
Eufrates había sido en el Antiguo Testamento el foco del que partían las invasiones de Palestina
y los ataques contra el pueblo elegido, de tal forma que en Israel la ciudad de Babilonia había
acabado por convertirse en símbolo proverbial de la hostilidad contra Dios. En la época del
Apocalipsis era este río la peligrosa frontera del Imperio Romano, tras la cual se hallaban los
partos, que con su temida caballería de choque hostigaban constantemente la frontera oriental de
Roma y nunca pudieron ser batidos definitivamente por las legiones romanas. Así, con la
mención de este lugar se subraya todavía el carácter siniestro del cuadro.

17 Y así vi los caballos en la visión, y a los que montaban en ellos, los cuales tenían
corazas de color de fuego, de jacinto y de azufre, y las cabezas de los caballos eran como
cabezas de león, y de sus bocas salen fuego, humo y azufre. 18 Por estas tres plagas murió la
tercera parte de los hombres, por el fuego, el humo y el azufre que salía de sus bocas. 19 Pues el
poder de los caballos está en su boca y en sus colas. Y sus colas son semejantes a serpientes,
tienen cabezas y con ellas dañan.

Ya el mero número imposible de hombres -literalmente doscientos millones- alude a las


masas sobrehumanas de tropas; la descripción de caballos y caballeros las caracteriza claramente
como diabólicas. El origen infernal se precisa suficientemente por medio de los colores de las
corazas, que son los de los elementos del infierno, fuego, humo y azufre, como también por el
hecho de arrojar estos mismos elementos como medios de destrucción (cf. Job 41,11-13). Juan
subraya expresamente que su descripción debe considerarse únicamente como un ensayo de
formular con palabras una imagen visionaria («en la visión»), cuyo contenido interno, pero no su

79
forma externa, tiene significación profética. Por lo demás, el cuadro no está acabado hasta en los
detalles, como lo estaba en la visión de la quinta trompeta. Entre las armas de los jinetes
portadores de infortunio se indican de nuevo, como en el caso de las «langostas» (9,10), las
colas, formadas por una maraña de serpientes, cuya picadura es mortal. Con fuerza brutal y con
una astucia siniestra procuran los monstruos de cabeza de león destruir todo lo que se les pone
delante hasta alcanzar la medida que se les ha fijado (un tercio).

20 El resto de los hombres, los que no fueron exterminados por estas plagas, no se
convirtieron de las obras de sus manos, de modo que no dejaron de adorar a los demonios y a los
ídolos de oro, plata, de bronce, de piedra y de madera, que no pueden ver, ni oír, ni andar. 21 Y
no se convirtieron de sus asesinatos, ni de sus maleficios, ni de su fornicación, ni de sus robos.

El pavoroso cuadro termina con esta oprimente conclusión: todos los medios que Dios
pone en juego con el cielo y con el infierno para atraer de nuevo a sí a los apóstatas, salen
fallidos. Sus castigos son las últimas posibilidades del amor divino; pero aun así no logra Dios
nada contra el endurecimiento voluntario. Nuestro tiempo más reciente confirma también la
experiencia: los buenos se vuelven mejores con las pruebas, los malos, en cambio, peores. Los
demonios, que tienen libre acceso al mundo, aceleran así el proceso de maduración del mal. En
cambio, la verdadera penitencia -se dice implícitamente en todos los cuadros- podría transformar
la historia del mundo. Juan desarrolla por extenso y gráficamente de qué depende en definitiva el
que los hombres, a pesar de todo, no vuelvan a Dios y consiguientemente tampoco a sí mismos;
en efecto, al preservar la imagen de Dios se preserva también al hombre, hecho a su imagen. Las
«obras de sus manos», el mundo, tal como lo han configurado los hombres, es lo grande, ante lo
cual se paran con asombro, lo veneran y sólo de ello esperan ayuda. De manera muy especial en
la civilización técnica se encuentra el hombre a cada paso consigo mismo en sus realizaciones;
está orgulloso de ellas, y en sus obras se rinde homenaje a sí mismo y a sus posibilidades
creadoras. Una vez que el hombre ha perdido a Dios y vuelve a dar de rechazo sólo consigo
mismo, tal perversión de la mente produce también no poco desorden y extravío moral; hay
correspondencia entre fe y moralidad, como también entre descreimiento e inmoralidad (cf. Rom
1,23-32).

80
6. SEGUNDO INTERMEDIO (10,1-11,14)

Las visiones de las trompetas han mostrado cómo Dios, en un enfrentamiento con el mal
que va madurando en el mundo de los hombres, lleva adelante combativamente su plan de la
salvación. Sus juicios se hacen más frecuentes, más duros y más generales; a la apostasía en
masa corresponde un aniquilamiento en masa puesto en marcha por medio de los espíritus
infernales de contradicción a Dios y a sus órdenes, movidos por el odio al Creador y a todas sus
obras. La justicia y la discordia, el desamor y la violencia dominan el mundo, en el cual tienen
que vivir los hombres y ahora, hastiados de su vida, se desesperan. En tanto va adelante el
proceso que sigue a la séptima trompeta, los hombres no quieren ya vivir, el mundo está maduro
para la ruina que hace prever la séptima trompeta. Sin embargo, como anteriormente tras la sexta
visión de los sellos, también ahora se interrumpe el curso de los acontecimientos con una visión
intermedia, que como la del capítulo séptimo tiene por objeto levantar los ánimos de los fieles
tras los últimos cuadros estremecedores y fortalecerlos ante la intensificación de calamidades
que se prevé.

El ángel con el libro abierto (10,1-11)

1 Y vi a otro ángel poderoso, que bajaba del cielo envuelto en una nube. Tenía sobre su
cabeza el arco iris; su rostro era como el sol y sus piernas como columnas de fuego. 2 Y tenía en
la mano un librito abierto. Puso el pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra, 3 y
gritó con gran voz, como ruge el león.

Esta sección refiere un segundo llamamiento a Juan; el lugar de esta segunda visión
inaugural es el mismo de la primera (1,9), el destierro de Patmos. Aparece un ángel de enorme
estatura; desde Patmos lo ve Juan con las piernas separadas, con un pie sobre la tierra y otro
sobre el mar; su figura alcanza por encima de las nubes, que envuelven su cuerpo como una
túnica, su rostro, próximo al sol, está inundado de resplandor de luz Por lo demás, toda la
aparición está acompañada de símbolos que en la primera visión inaugural se habían aplicado al
Hijo del hombre glorioso (1,13ss), o que incluso están tomados, como, por ejemplo, el arco iris
(4,3), de la visión del que impera en el trono; el ángel, con tal resplandor de la gloria del cielo, es

81
considerado como enviado de Dios y del Cordero; su aspecto exterior refleja tanto el dominio
soberano como la gracia («arco iris») de Dios. Mas la grandiosa impresión de su figura no es un
fin en sí, sino que con ella se trata más bien de realzar lo esencial -como se da realce a un cuadro
con un marco suntuoso-, a saber, el librito que lleva abierto en su mano derecha. El librito,
calificado expresamente con el diminutivo, quiere significar la circunstancia de que sólo
contiene un mensaje parcial tomado del libro de los siete sellos que abarca todo el plan salvífico
de Dios; el gran libro se había abierto ya completamente (8,1), de modo que tampoco está ya
oculto este pequeño fragmento de él. Sin embargo, antes de que el ángel entregue al vidente el
librito con el mensaje contenido en él, le oye Juan lanzar un grito, cuya potente voz, que
corresponde a su figura, sólo puede compararla con el rugido del león, imagen habitual empleada
para designar una llamada apremiante (cf. Os 11,10; Am 3,8).

3b Cuando gritó, dieron los siete truenos su propio estampido.

Al sonoro grito del ángel, que desde las alturas resuena por toda la tierra, responde un
séptuple eco, los «siete truenos»; como éstos llevan el artículo determinado («los»), deben querer
dar a entender algo determinado y conocido. El trueno se emplea diversamente en la Biblia para
representar figuradamente la voz de Dios (Sal 18[17]14; 29[28]3; Jer 25,30s; Jn 12,28s); así
parece obvio ver en los truenos la respuesta de Dios a la llamada del ángel; el simbolismo
apocalíptico del número siete confirmaría esta hipótesis.

4 Y cuando lo hubieron dado los siete truenos, iba yo a escribir, y oí una voz del cielo que
decía: «Sella las cosas que hablaron los siete truenos y no las escribas.»

Sin duda ha entendido el vidente lo que ha gritado el ángel y lo que han respondido los siete
truenos, puesto que quiere escribirlo, conforme al encargo que se le había dado anteriormente
(1,19)34. En este caso, Dios se lo prohíbe expresamente, con lo cual veda que se dé a conocer lo
que se ha oído. No todas y cada una de las cosas están destinadas a todos y a cada uno; hay
también revelaciones de Dios que se dan como ilustración y fortalecimiento puramente personal
(cf. 2Cor 12,4).

82
A quien Dios elige como transmisor de su verdad salvífica y de su realización de la
salvación, le otorga también para el desempeño de esta misión convicciones y auxilios
sobrenaturales.
...............
34. Tomado esto a la letra, se podría interpretar en el sentido de que Juan escribió su visión durante el éxtasis
mismo. Esto, sin embargo, sería difícil de compaginar con las observaciones relativas al revestimiento literario
de la visión. El vidente recibió en el estado extático ciertas informaciones, a las que en una redacción posterior
dio una forma tal, que pudiera ser comprendida por aquellos a quienes debía comunicar las revelaciones.
También el material de representaciones que podía utilizar debía ser comprensible para los destinatarios. Así
pues, la visión dice únicamente que el encargo que se le había dado (1,11) se suspende en este caso.
...............

5 Y el ángel que yo había visto de pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó al cielo su
mano derecha. 6 Y juró por el que vive por los siglos de los siglos, el que creó el cielo y lo que en
él hay, y la tierra y lo que en ella hay, y el mar y lo que en él hay, que no habrá más tiempo; 7
sino que cuando el séptimo ángel profiera su voz, cuando vaya a tocar su trompeta, se habrá
consumado el misterio de Dios, como anunció él a sus siervos, los profetas.

Una vez más hace surgir el vidente la poderosa figura del ángel para recalcar con ello lo
que el ángel hace ahora; el desarrollo se inspira a ojos vistas en un modelo de Daniel (Dan
12,7). Con un solemne juramento por el Creador del universo anuncia el ángel que «el
misterio de Dios», a saber, el designio salvífico de Dios con su mundo, que desde la
eternidad había estado oculto en él (cf. Ef 3,9), y con la creación había comenzado a
manifestarse, ahora se realizará plenamente con el son de la última trompeta. La plena
realización de la promesa de salvación, que Dios había confiado como buena nueva a sus
mensajeros para que la dieran a conocer, no sufre ya dilación. El juramento del ángel y su
contenido tienen por objeto levantar los ánimos de los fieles con la esperanza y
proporcionarles gozo con la seguridad que Dios les garantiza solemnemente (cf. Lc 21,28)
que la historia del mundo sigue imperturbablemente, aun en las épocas más tenebrosas, el
camino que Dios mismo le ha señalado.

8 Y la voz que había oído del cielo hablaba de nuevo conmigo y decía: «Anda y

83
toma el librito que tiene abierto en la mano el ángel que está de pie sobre el mar
y sobre la tierra.» 9 Me fui al ángel, diciéndole que me diera el librito. Y me dice:
«Toma y devóralo. Amargará tu vientre, pero en tu boca será dulce como miel.»

El ángel todavía tiene que transmitir personalmente un mensaje a Juan. El requerimiento


de acogerlo viene del cielo; las vocaciones de Dios parten directamente de él. El ángel
evacua su mensaje con una acción semejante a aquella con que Dios había puesto la
suerte de su mundo en la mano del Hijo del hombre glorificado, que lo había redimido
(5,7).
La orden de apropiarse personalmente el mensaje comunicado a fin de notificarlo a otros, le
viene impartida en forma muy expresiva, como había sucedido al profeta Ezequiel en el
momento de su llamamiento (Ez 2,9-3,3). En la imagen de comerse el libro se patentizan
adecuadamente el presupuesto fundamental y la nota esencial de toda predicación: su
objeto son, no ideas propias, sino revelaciones de Dios; el profeta debe asimilárselas
interiormente, antes de poder comunicarlas, sin merma de su contenido, como profesión
(«testimonio») a los hombres de su tiempo conforme a sus modos de representarse las
cosas y a su mentalidad.

10 Tomé el librito de la mano del ángel y lo devoré. Y era en mi boca dulce


como miel; pero cuando lo hube comido, se me amargó el vientre. 11Y me dicen:
«Tienes que profetizar de nuevo sobre pueblos, naciones, lenguas y reyes
numerosos.»

El cumplimiento de esta vocación tiene dos efectos discordantes entre sí, según lo había
predicho el ángel. Es un honor ser designado por Dios como profeta y así ser hecho uno
partícipe de los pensamientos e intenciones divinas, cuyo contenido, sin embargo, no es
sólo gracia, sino también juicio. Por esta razón el conocimiento de la voluntad divina deja
un
amargo resabio; también las amargas experiencias que lleva consigo el desempeño del
oficio de profeta están contenidas en este rasgo de la imagen (cf. Jer 11, 21; 15,10-21;
20,7-18). La vocación recibida ya en la acción simbólica se expresa todavía con palabras al

84
final; con ello se explica el llamamiento como una obligación («tienes que»). La referencia
al
contenido universal del mensaje se puede colegir de la circunstancia de que el objeto de la
nueva revelación no es la visión inmediatamente siguiente (11,1-2), por lo menos en su
interpretación más estrictamente posible.

b) La medición del templo (11,1-2)

La pieza intermedia que sirve de preparación para los descubrimientos del séptimo toque
de trompeta, se prolonga con una visión, en la que se describe una medición del templo; a
continuación se habla de la aparición de dos testigos en la «ciudad santa» ocupada por los
gentiles. Sobre todo la segunda parte de esta sección parece a primera vista muy oscura; la
oscuridad se disipa un poco si se tiene en cuenta el puesto que ocupa en el conjunto.
Con la entrega del librito se dirigió a Juan una segunda llamada y vocación especial para
la contemplación de la fase final de la historia de la salvación, cuyo alborear era de prever
con la séptima trompeta; así también se le impartió de nuevo el encargo (cf. 1,11) de no
ocultar tampoco los cuadros de horror de este combate final de la Iglesia (10,11). A
continuación tiene que hablar acerca de lo que le ha sido comunicado.
Antes de la apertura del séptimo sello, con la que había que esperar el fin, se había
intercalado una pieza intermedia (7,1-17) que tenía por objeto preparar para lo que iba a
venir y dar ánimos para soportar las tribulaciones más duras que eran de prever. El mismo
objeto persigue sin duda también la visión previa que antecede al séptimo toque de
trompeta. Esta conjetura se refuerza y se convierte en certeza práctica si se compara la
doble visión de los sellados, con las dos imágenes presentadas aquí; su correspondencia
se extiende, en efecto, no sólo al tenor de su contenido, sino incluso hasta a la contextura
formal. La medición del templo en 11,1 es paralela en cuanto al significado con la
impresión
del sello en 7,1-8: en ambos casos se trata de medidas de protección en favor de los fieles;
y en la historia de los dos testigos (11,3-13), el motivo dominante es, pese a la dureza de su
combate, el apoyo sobrenatural en el cumplimiento de su misión, así como su salvación

85
final; así, también aquí el motivo de la preservación pasa al motivo de la victoria (11,11-
13), que constituye la segunda parte de la visión de los sellados (7,9-17).

1 Y se me dio una caña semejante a una vara y se me dijo: «Levántate y mide el santuario
de Dios, el altar y los que en él adoran. 2 El atrio exterior del templo déjalo aparte y no lo midas,
porque ha sido entregado a los gentiles. Y pisotearán la ciudad santa durante cuarenta y dos
meses.

Como en 7,2s se había encargado una acción simbólica a un ángel, aquí se encarga la
vidente mismo; se le entrega una vara de medir con la orden de medir una parte
determinada del ámbito del templo. Aparte del recuerdo del templo de Jerusalén, que había
sido destruido, dos modelos del Antiguo Testamento (Ez 40,3-43,17; Zac 2,5-9) influyeron
en la configuración externa de la visión. Por su contenido interno simbólico, el templo y la
actividad del vidente representan una determinada situación escatológica del nuevo pueblo
de Dios, situación que para la Iglesia de Jesucristo representaba una extrema amenaza, de
resultas de la cual fue diezmada, pero que con el especial auxilio de Dios permanece
salvada hasta el fin, de tal modo que se mantiene intacta en su ser: fe y culto (cf. Mt
16,18).
Una comparación con la especial medida protectora de la impresión del sello ( 7,1-8 ) -en
el fondo, también en la medición se trata más que de espacios, de hombres- pone en claro
la situación de la Iglesia que en el mundo, se había hecho entre tanto, más difícil y apurada;
sobre todo la instrucción de dejar aparte en la medición un gran sector del templo, es decir,
de la Iglesia, es un indicio de que la Iglesia no se ve simplemente resguardada por el poder
de Dios contra el ataque de los enemigos; al final un grupo, reducido en número, pero
purificado y fortalecido interiormente por la buena prueba dada en la lucha, permanece fiel
en adorar a Dios.
El cuadro abarca como asilo seguro, además del santuario propiamente dicho, con sus
dos espacios, el lugar santo y el lugar santísimo (sancta sanctorum), todavía el atrio
interior, en cuyo centro se hallaba el altar de los holocaustos; en cambio, se deja fuera del
ámbito del templo, abandonado a la devastación por los enemigos, el gran atrio exterior y
con él en toda su extensión «la ciudad santa», es decir, Jerusalén (cf. Is 48,2; Dan 9,24; Mt

86
27,53).
Como símbolo de la Iglesia habría bastado el ámbito del templo; si todavía aparece aquí
suplementariamente un segundo símbolo y, por añadidura, no completamente homogéneo,
«la ciudad santa», es de suponer que también éste tiene un significado especial. Parece
obvio ver insinuada en el doble símbolo la doble referencia de la Iglesia a Dios y al mundo;
esto da lugar en la interpretación un sentido aceptable: la Iglesia pierde completamente su
posición cultural profana en el mundo, que de todos modos no forma parte directamente de
su misión, y, relegada a un «cristianismo de sacristía», todavía se ve diezmada
personalmente por una deserción de masas (la exclusión del atrio exterior); esto ultimo
podría hallar una correspondencia en predicciones apocalípticas a este respecto
formuladas en otros pasajes del Nuevo Testamento (Mt 24,10-12; 2Tes 2,3).
NU/000042-MESES NU/000003-AÑOSYMEDIO NU/001260-DIAS: También el
apocalipsis sinóptico conoce tales «tiempos de los gentiles», que duran hasta que «se
cumplan» (Lc 21, 24); esto mismo se expresa aquí con la indicación de un determinado
espacio de tiempo. La indicación de 42 meses (11,2; 13,5) = 1260 días (11,3; 12,6) = tres
años y medio (12,14) proviene del libro de Daniel, en el que la duración del reinado de
terror de Antíoco IV Epífanes sobre Jerusalén se cifran en «un tiempo y tiempos y medio
tiempo» (Dan 7,25; 12,7) y en «medio septenario» (Dan 9,27), es decir, ambas veces en 3
1/2, o sea media semana de años. La mitad de siete, que en la apocalíptica representa la
medida de infortunio de lo que es contrario a Dios, aparece también en cada caso en el
Apocalipsis como la duración del señorío de poderes contrarios a Dios; si se tiene en
cuenta que siete significa la integridad y la perfeccIón (cf. comentario 1,4), el más
importante enunciado simbólico del siete quebrado parece ser que todos los poderes
contrarios a Dios se detienen siempre en el camino sin alcanzar el fin perseguido. Así, con
este último dato de la visión previa se subraya una vez más el verdadero sentido de la pieza
intermedia: la Iglesia, pese a las mayores tribulaciones de fuera y de dentro durante las
épocas apocalípticas de su historia, se ve protegida y preservada por Dios mismo en su ser
interno y en su propio ámbito. Cierto que tampoco debe pasar inadvertida en esta visión la
puesta en guardia contra todos los intentos de llevar adelante la Iglesia en tiempos difíciles
por medio de compromisos a costa de la verdad íntegra y de la franca religiosidad, como
tampoco el juicio que se pronuncia aquí, anticipadamente, sobre toda clase de cristianismo

87
puramente marginal y cultural.

c) Los dos testigos (11,3-13)

3 »Y encargaré a mis dos testigos que profeticen durante mil doscientos sesenta días,
vestidos de tela burda.

Ni siquiera en la época de mayor menoscabo o de represión práctica se encerrará la


Iglesia autárquicamente en el ghetto que se le haya impuesto desde fuera, sino que, aun en
medio de los mayores peligros y amenazas, confiando en la protección del Señor universal,
desempeñará su encargo de misión en el mundo y para con el mundo. Este hecho se
predice en la imagen de los dos testigos y se desarrolla en forma alegórica simbólica. Dado
que a la Iglesia incumbe como quehacer supremo conservar el testimonio de Jesús (cf. 6,9;
12,11.17; 19,10) y anunciarlo a los hombres de todos los lugares y tiempos (cf. Mt 28,18s),
los dos representantes de los fieles de Cristo en medio del mundo descreído son llamados
simplemente testigos. Conforme a una costumbre literaria frecuente en la antigüedad
greco-romana y también en los escritos del Antiguo Testamento, de representar y
caracterizar simbólicamente a comunidades, como, por ejemplo, una ciudad, en una figura
individual ficticia, concebiremos nosotros a los dos testigos en primer lugar como símbolo
de la Iglesia en su totalidad.
El duplicar aquí su figura no se debe a individualización diferenciante, pues todo lo que
se enuncia acerca de su manifestación y su actividad se aplica indistintamente a ambos
testigos. Exteriormente, el número de dos podría explicarse por una dependencia del
modelo que se halla en el profeta Zacarías (Zac 4,2-14), aunque sus elementos suelen ser
utilizados libremente por Juan para constituir un cuadro con consistencia propia y
autónoma. Sin embargo, es probable que, conforme a un principio jurídico de la antigüedad:
«Por boca de dos testigos aparece toda verdad» (cf. Dt 19,15; Mt 18,16; 2Co 13,1; lTim
5,19), al presentarlos aquí duplicados se quiere subrayar especialmente su peculiar
credibilidad. El contenido capital de su testimonio es la llamada profética a la conversión,
como lo indica su indumentaria (vestido de luto y de penitencia; cf. Gén 37,34; Is 37,1;
58,5; Mt 11,21) y como resulta por lo demás de la situación en que se presentan. La Iglesia, por

88
consiguiente, no dejará enmudecer el requerimiento a la conversión ni siquiera durante el
tiempo en que se vea entregada a los gentiles «la ciudad santa» (cf. la indicación concorde
del tiempo en los v. 2 y 3), es decir, en la época de deserción en masa de los fieles.

4 »Estos son los dos olivos y los dos candelabros que están puestos ante el Señor de la
tierra.

En el modelo del profeta Zacarías, uno de los dos olivos simboliza al sumo sacerdote; el
otro, al rey; allí sólo hay un candelabro, que tiene siete brazos y significa la omnisciencia de
Yahveh. Los sumos sacerdotes y los reyes, las cumbres de la autoridad religiosa y secular
respectivamente en Israel, eran ungidos («olivos») en señal de que ejercían su autoridad
como representantes y delegados de Yahveh. Esto se aplica también a los dos testigos;
con ello se especifica más concretamente su misión como sacerdotal y regia, como la de la
Iglesia universal (cf. 1,6; 5,10); la comparación de los candelabros los describe por razón de
su actividad como portadores de la luz de la verdad divina en el eclipse de Dios de la
ciudad enteramente profanizada. Los ungidos y delegados del Soberano universal están
también en su servicio bajo su especial protección («ante el Señor de la tierra»).

5 »Si alguno los quiere dañar, sale fuego de la boca de ellos y devora a sus enemigos. Y si
alguno quisiera dañarlos, tendrá que morir así. 6 Éstos tienen el poder de cerrar el cielo para que
no caiga lluvia durante los días de su ministerio profético, y tienen poder sobre las aguas para
convertirlas en sangre y para herir la tierra con cualquier plaga cuantas veces quieran.

Para que puedan desempeñar su encargo en un mundo hostil los ha equipado Dios con
poderes taumatúrgicos para su propia protección y para acreditar su predicación. No hay
poder de hombres o de demonios que contra la voluntad de Dios pueda hacer daño a la
Iglesia o impedir su acción; siendo un signo de contradicción entre los hombres, como su
mismo Señor y Maestro (cf. Lc. 2,34), también en ella se manifiesta, como en él, la
impotencia de los poderosos y el poder de los impotentes por Dios, el Todopoderoso. Su
palabra rebota sobre aquellos que la rechazan, la difaman y la combaten. A todos los que
atentan contra la Iglesia en el ejercicio de su encargo de misión los alcanza el destino de

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los enemigos de Elías (2Re 1,9-14) y de Moisés (Núm 16,25-35); conforme a una locución
profética figurada (cf. Jer 5,14; Is 11,4), se formula la amenaza de que una sentencia de la
boca de los testigos los aniquilará. Ahora bien, Dios no sólo protege maravillosamente a las
personas de sus testigos, sino que les facilita una acción imperturbada mediante ayuda
sobrenatural, confiriéndoles el poder taumatúrgico de un Elías (lRe 17,1; cf. Lc 4,25; Sant
5,17) y de un Moisés (Ex 7,14-12,33). Los diferentes rasgos particulares de la imagen
quieren hacer marcadamente consciente que no hay fuerza del mundo o de los abismos
capaz de extinguir la Iglesia y de impedir su testimonio; ella sobrevivirá a las más graves
insidias.
Aquí se plantea la cuestión de si el simbolismo de los dos testigos queda expresado
exhaustivamente con esta interpretación general en sentido de la Iglesia en cuanto tal o si
se tiene en vista todavía otro simbolismo que haga necesaria una interpretación especial.
Las palabras «mis dos testigos» (v. 3) introducen probablemente a éstos como dos figuras
concretas conocidas. Su descripción se basa en situaciones reales de la vida y de la acción
de Moisés y de Elías; éstos eran tenidos por la encarnación de «la ley y los profetas» (cf.
Mt 5,17; 7,12, etc.) y aparecen, por tanto, también en la transfiguración de Jesús (Mt 17,3).
En el judaísmo existía una tradición, según la cual Elías volvería al final de los tiempos
antes del gran día del juicio de Dios (Mal 3,23; Mt 11,10.14; Mc 6,5; 9,11-13; Jn 1,21).
Además, en base de una antigua predicación (Dt 18,15) se había desarrollado la idea de
que el profeta allí anunciado aparecería antes de la manifestación del Mesías (cf. «el
profeta», Jn 1,21; 6,14; 7,40). Así, en la descripción de los dos testigos se prestan al uno
rasgos tomados de la historia de Elías, y al otro rasgos tomados de la historia de Moisés.
Si el Apocalipsis dio a los dos testigos, además de su significado figurativo de la Iglesia
en cuanto tal, todavía otro significado referido a dos personalidades individuales, en todo
caso no quiso referirse a aquellos hombres históricos en persona; la entera descripción da
más bien a entender que se piensa en dos profetas que han de aparecer antes del fin de
los tiempos, los cuales estarán equipados «con el espíritu y el poder» de aquellos grandes
hombres de la historia de Israel (Lc 1,17; cf. Mt 11,10.14). La decisión depende en esta
cuestión de cómo haya de enjuiciarse el pasaje 11,3-13, en cuanto a su modalidad y
contenido, en el marco de la composición global. En rigor, en esta sección no se describe
ninguna visión en sentido estricto, sino que aquí, mediante diversos elementos tomados de

90
visiones posteriores, que en su propio lugar son suficientemente claros (cf. 11,7 con
13,1ss), se hace más bien una predicción que anticipa, tranquilizando e infundiendo
ánimos, el feliz desenlace de la grave tribulación. Según, pues, que la bestia que sale del
abismo haya de entenderse o no en 13,1ss como individuo el Anticristo, lo mismo podrá
suponerse también aquí tocante a los dos testigos, a los que da muerte la bestia. El ulterior
desarrollo de su descripción en el pasaje siguiente parece favorecer la hipótesis según la
cual la predicación de nuestro texto, si bien con toda seguridad describe en primer lugar,
muy en general la suerte de la Iglesia en los tiempos finales, anuncia suplementariamente,
para la situación especialmente difícil antes del fin de los tiempos, dos figuras proféticas
concretas que asistirán a la Iglesia en su enfrentamiento con la figura no menos concreta
del Anticristo.

7 »Cuando acaben su testimonio, la bestia que sube del abismo les hará la guerra, y los
vencerá, y los matará. 8 Y sus cadáveres estarán en la plaza de la gran ciudad que simbólicamente
se llama Sodoma y Egipto, donde también su Señor fue crucificado.

La suerte final de los dos testigos y el fin de su testimonio serán causados por la bestia
que sale del abismo, cuando Dios dé por cumplido su tiempo. Con esta indicación de la
procedencia de la bestia queda ésta caracterizada como un poder diabólico; el artículo
determinado indica con la mayor probabilidad que se presupone tratarse de un individuo
conocido a los primeros lectores del Apocalipsis. Con la aparición de la bestia, que se
describe por extenso en los capítulos 13 y 17, parece que la historia del mundo va a
terminar ya en un triunfo total del mal, la victoria del Anticristo sobre la Iglesia de Cristo
parece que viene a ser completa. Sus testigos mueren como mártires, y el odio de sus
enemigos los persigue todavía después de su muerte, sus cadáveres son ultrajados al
negárseles la sepultura. El lugar de su actividad, «la ciudad santa» (11,2) entregada en
manos de los gentiles, se llama ahora, tras esta abominación, «la gran ciudad», como más
adelante Babilonia, la capital del Anticristo (cf. 16,19; 17,18; 18,10.16-21). El aspecto de
esta ciudad y lo que en ella sucede se insinúa ahora con los nombres de Sodoma y de
Egipto calificados de simbólicos. Sodoma sirve en la literatura profética de arquetipo de

91
perversión moral (cf. Is 1,9; 3,9; Ez 16, 46-50), y Egipto es también allí figura de la tiranía
y del empedernimiento (Sab 19,13-17).
También la observación adicional sobre la crucifixión de Jesús se ha de entender aquí,
como todo lo demás, simbólicamente. Con la imagen de Jerusalén -al comienzo de la pieza
intermedia (11,1-2), primeramente símbolo de la interpenetración de la Iglesia y el mundo-
había representado Juan el relegamiento de la Iglesia fuera del mundo; la zona de la ciudad
y parte del recinto del templo cayeron en manos enemigas. Ahora bien, la circunstancia de
que en la Jerusalén histórica hubiera sido crucificado el Señor la toma ahora el vidente
como motivo para hacer constar que los mismos poderes que habían sido causa de la
muerte de Jesús están también en acción en la persecución de su Iglesia. La muerte de
Jesús se continúa en el martirio de sus fieles; en efecto, la Iglesia se define ya por su
esencia en los más antiguos documentos de la teología cristiana como el cuerpo de Cristo,
del que los fieles forman parte como miembros (Rom 12,4s; lCor 6,15; 10,16s; 12,12-14; Ef
1,23s, etc.).

9 »Y gentes de todos los pueblos, tribus, lenguas y naciones contemplan sus cadáveres por
tres días y medio, y no permiten colocar sus cuerpos en un sepulcro. 10 Y los moradores de la
tierra se alegran por ellos y se regocijan y se enviarán mutuos regalos, porque estos dos profetas
atormentaron a los moradores de la tierra.»

Cuán completo ha venido a ser el dominio de la bestia sobre la humanidad resulta del
hecho de que el mundo entero (descrito antes conforme a la tétrada cósmica) respira y se
regocija como liberado y las gentes se hacen mutuamente regalos como en las grandes
fiestas, una vez que se ha hecho enmudecer la boca de estos profetas. El requerimiento a
la conversión que Dios había efectuado por medio de ellos se había sentido como una
incomodidad y un tormento; ahora «los moradores de la tierra» (cf. comentario a 6,10)
respiran como liberados de una pesadilla. Resulta realmente turbador que el Evangelio de
Dios puede sentirse como un tormento y la humanidad celebre fiestas porque Dios calla y
sólo el infierno tiene todavía la palabra.
Sin embargo, el triunfo total de la maldad es sólo de corta duración (tras días y medio -la
medida del tiempo del mal es la más breve división del tiempo); la sensación de poder mirar

92
los cadáveres de los profetas como trofeos de victoria no dura mucho tiempo.

11 Y después de los tres días y medio un espíritu de vida procedente de Dios


penetró en ellos, y se pusieron en pie; y un gran temor cayó sobre quienes los
contemplaban. 12 Y oyeron una gran voz del cielo que les decía: «Subid acá.» Y
subieron al cielo en la nube y los contemplaron sus enemigos. 13 En aquella
hora se produjo un gran terremoto; se derrumbó la décima parte de la ciudad, y
murieron por el terremoto siete mil personas, y los demás quedaron aterrados y
dieron gloria al Dios del cielo.

Así como Cristo crucificado resucitó a los tres días e hizo enmudecer el triunfo de sus
enemigos, así sucede también a estos dos que tenían el testimonio de Jesús (cf. 6,9; 12,17;
20,4); como el Padre confiesa a Jesús su «Testigo fiel» (1,5; 3,14), y de la misma forma
que a él, confiesa también a estos dos testigos suyos (1,3), que habían sellado su fidelidad
con la muerte. Juan describe su resurrección de entre los muertos inspirándose en
expresiones de la profecía de la resurreción de Ezequiel (Ez 37,5.10). El hecho de su
resurrección, como el de su subsiguiente recepción en el cielo tiene lugar, diversamente
que en el caso de Jesús, ante los ojos de los adversarios atemorizados. Dios se mostró en
ellos más fuerte que todo el poder de la bestia, por la que habían tomado partido las masas;
así, el júbilo de los «moradores de la tierra» se cambia bruscamente en terror, pues
presienten el castigo de Dios, que se anuncia inmediatamente en acontecimientos externos.
Al igual que en la resurrección de Jesús, se produce un gran terremoto (cf. Mt 28,2) que
convierte en ruinas una décima parte de la ciudad y sepultura bajo los escombros un
número correspondiente de personas. El intermedio termina con la consoladora
comprobación de que como consecuencia de los acontecimientos sucedidos en torno a los
testigos muertos se produce lo que estos mismos no habían logrado con su predicación: los
sobrevivientes vuelven en sí, la gran apostasía de la cristiandad ha terminado (cf.
comentario a 11,2) y se transforma en conversión.
Esta comprobación positiva confirma la intrínseca conexión entre las secciones 11,1-2 y
11,3-13. Todas las plagas que hasta aquí había descargado Dios contra la humanidad
apóstata no dieron buenos frutos ahora se habla por primera vez de conversión, lo cual es

93
un signo de que los acontecimientos de esta pieza intermedia quieren representar
gráficamente algo único e inédito en comparación con las visiones de plagas; hasta la
misma elección de Jerusalén como lugar simbólico de los acontecimientos es cosa
sorprendente y, por tanto, seguramente muy significativa. Todas estas circunstancias
permiten concluir que aquí se ha visto implícitamente, junto con los males que amenazan a
la Iglesia desde fuera, su peligrosa y mucho más crítica situación interna. Desde luego, aquí
se repiten también los peligros que surgen de las propias filas -por parte de cristianos que
se acomodan a este mundo (cf. Rom 12,2) y, así, obscurecen la figura de la Iglesia ante el
mundo- en el transcurso de la historia de la Iglesia, como también la vuelta a la salud
gracias a un buen resto que se ha conservado y a un núcleo que se ha mantenido con vida.
Sin embargo, la situación que se presupone en 11,1-3 es irrepetible por cuanto que aquí se
trata ya, sin género de duda, de la época del Anticristo, que sólo más abajo se expondrá
por extenso (13,1ss). Pero también con respecto a la más grave crisis de la existencia,
causada y determinada por la más fuerte presión de fuera, como también por la
incredulidad y corrupción de las costumbres en el interior, se promete y se garantiza aquí a
la Iglesia la salvación por las extraordinarias medidas de socorro tomadas por Dios. Así,
esta pieza intermedia tiene la misma función que la que trataba de los «sellados» (7,1-17) y,
al igual que aquélla, se adelanta a posteriores descripciones, aquí especialmente a la
descripción de la era del Anticristo (13,1-18), para la que quiere preparar y armar de
manera especial.

7. LA SÉPTIMA TROMPETA (11,14-19)

14 El segundo «¡ay!» ya pasó. El tercer «¡ay!» viene en seguida.

El versículo tiene por objeto establecer de nuevo el enlace con el ciclo de las trompetas
interrumpido con el anterior intermedio; por eso en esta indicación de transición tiene
especial importancia la segunda parte de la frase, que anuncia la inminente aparición del
tercer «¡ay!» al toque de la séptima trompeta; así pues, no afirma que la sección 10,
1-11,13 haya de considerarse como perteneciente todavía al segundo «¡ay!»

94
15 Y el séptimo ángel tocó la trompeta. Y hubo grandes voces en el cielo que
decían: «El reino del mundo ha venido a ser de nuestro Señor y de su Ungido y
él reinará por los siglos de los siglos.» 16 Y los veinticuatro ancianos, los que
estaban sentados en sus tronos ante Dios, se postraron en tierra y adoraron a
Dios, 17 diciendo: «Te damos gracias, Señor, Dios todopoderoso, el que es y el
que era, porque has recobrado tu gran poder, y has comenzado a reinar. 18 Las
naciones se habían airado, mas llegó tu ira y el tiempo de juzgar a los muertos y
de dar la recompensa a tus siervos, los profetas, y a los santos, y a los que
temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que
destruían la tierra.»

Con el séptimo toque de trompeta, el tiempo llega a su fin, según la palabra del ángel
(10,6s), y el «misterio de Dios», su plan eterno de salvación es llevado a su término; el
reino de Dios comienza ahora a imponerse plenamente en la creación de Dios. Por el
momento se aplaza la descripción del último «¡ay!», preparaciones y celebración del juicio
final, oímos primero en un grito de júbilo venido del cielo que la historia del mundo ha
llegado a su conclusión con el perfecto restablecimiento de la soberanía de Dios sobre el
universo por toda la eternidad; desde ahora la soberanía de Dios es ya perceptible para
siempre y de nuevo exteriormente y, así, ha venido a ser una realidad tangible para todas
sus criaturas. Esta anticipación, que en cuanto a la forma y al contenido recuerda 7,9-17 y
sin duda tiene también el mismo objetivo, viene a reforzar de modo concluyente la
parenesis a que apuntaba todo el intermedio.
Los representantes de la Iglesia cerca del trono de Dios, «los ancianos», celebran la feliz
consumación de la creación de Dios en un cántico de alabanza y de acción de gracias;
porque ahora ha quedado ya atrás el combate que la Iglesia, como reino de Dios
depositado en germen en el mundo, había tenido que sostener en su historia. Su promotor,
Satán, consentido por Dios hasta ahora como «Príncipe de este mundo» (Jn 12,31), no
tiene ya puesto alguno en el nuevo mundo de Dios; se ha ejecutado el juicio sobre él y sus
adeptos. Dios, el «Todopoderoso, el que es y el que era», ha venido -por eso falta el tercer
miembro, «el que ha de venir» (d. 1,8; 4,8)- y ha saldado las cuentas con toda la corrupción
de su creación; las consideraciones que durante tanto tiempo había mostrado con ellos

95
-signo de su absoluta superioridad y poder- habían sido con demasiada frecuencia piedra
de escándalo para sus fieles y habían impuesto no pocas pruebas a su fe; ellos las han
superado y ahora son recompensados muy por encima de sus méritos.

19a Y se abrió el santuario de Dios que está en el cielo, y apareció el arca le su alianza en su
santuario.

Después que en el cántico de los ancianos sólo había oído Juan de la recompensa de los
justos, ahora, al final, en una visión simbólica, se le muestra su morada actual y con ella la
meta final bienaventurada de todo lo que existe. Ante sus ojos se abre el cielo,
representado en la imagen del templo de Jerusalén, en el que en otro tiempo había estado
Yahveh presente en la tierra en medio de su pueblo elegido. Juan puede penetrar con su
mirada hasta el lugar santísimo, donde divisa el arca de la alianza, lugar de la presencia de
Dios en el santuario de Israel. En esta arca se conservaron el documento y las prendas de
la primera alianza pasajera, que según la intención de Dios debía ser modelo y preparación
de la alianza nueva y eterna, con la cual se concluye la historia. La nueva alianza, la
comunidad inmediata y sempiterna de Dios con su pueblo de la alianza, se ha hecho ahora
realidad en su consumación bienaventurada. La descripción detallada de esta realidad
insinuada aquí en cuanto a su núcleo esencial constituye el punto culminante y la
conclusión de la profecía apocalíptica (21,1-22,5).

19b Y hubo relámpagos, voces, truenos, terremoto y una gran granizada.

Mientras que la presencia de Dios significa bienaventuranza para sus fieles, en cambio
propaga el terror entre sus enemigos. Con signos precursores del juicio venidero
(terremoto, tempestad) se vuelve a desviar la mirada del desenlace al comienzo de la fase
final, que se ha iniciado con el último toque de trompeta.
Lo que el himno de los ancianos presuponía como ya acaecido, se describe a
continuación en su desarrollo detallado. El contenido de la visión de la séptima trompeta
está constituido por vaticinios «sobre pueblos, naciones, lenguas y reyes» (10,11) en el
remate de la historia del mundo; aquí se hace la descripción del tercer «¡ay!», para la cual

96
se había conferido a Juan una habilitación y vocación especial (10,8-11). Tras la
notificación de la victoria, que se había anticipado con el objeto de fortalecer en la
confianza de fe y de animar en vista de los estremecedores acontecimientos que tendrían
lugar en el punto culminante del enfrentamiento entre la soberanía de Dios y el reino de
Satán, puede ahora describirse el último asalto de los poderes contrarios a Dios (13,1-18),
ponerse ante los ojos el tremendo juicio sobre ellos y sus adeptos en las diferentes etapas
de su transcurso (14,1-20,10) y hacerse una pintura del juicio final (20,11-15); para concluir
se presenta con vivos colores la consumación final, representada como ya realizada en el
mensaje de victoria del cielo (11,15-18), con una descripción detallada de la nueva creación
(21,1-22,5).
(_MENSAJE/23. Págs. 108-145)

IV. PARTE ESENCIAL DE LA PROFECÍA APOCALÍPTICA (12,1-14,5)

1. Visión introductoria
El nuevo ciclo de vaticinios (cf. 10,11), que desarrolla en diversos cuadros el contenido de
la visión de la séptima trompeta, comienza poniendo al descubierto el fondo último, único
sobre el cual se pueden disponer debidamente y hacerse asequibles los combates del
espíritu y las sangrientas batallas, como también los procesos positivos y los
acontecimientos salvadores en la historia del mundo. Los factores propiamente propulsores
de la historia, como de las implicaciones a que está expuesta en ella la Iglesia, se destacan
con marcados perfiles en esta visión introductoria. La interpretación de la realidad que aquí
se propone es muy diferente de la idea propagada en nuestros días, de la cerrazón y
apertura del mundo en sí mismo. «El vidente viene más bien puesto en conocimiento de sus
siniestros patios interiores y sus oscuras callejuelas, que no están indicadas en la mayoría
de los planos filosóficos de ciudades, sencillamente porque no conviene que existan» 36.
Para hacer comprender la situación de la Iglesia en el mundo, la visión fundamental

97
comienza hablando del íntimo misterio de la Iglesia y de su papel en la historia, resultante
de este mismo misterio. Para explicar la experiencia que la Iglesia hace en el mundo y con
el mundo es necesario poner en claro la tendencia que va en sentido contrario de su
destino e intención, a saber, el papel de Satán en la historia del mundo. El misterio del
doloroso enfrentamiento que le viene impuesto se explica así en función de sus primeros
orígenes (12, 1-6) y se muestra en su desenlace (12,7-12). El hecho y el modo como la
Iglesia, a través de la situación del último tiempo, que humanamente parece desesperada,
es salvada hasta el fin y liberada de la amenaza mortal del Anticristo (12,18-13,18), se le
garantiza explícitamente al final de la visión (12,13-17). Las secciones proféticas que
todavía siguen luego (14, 1-20,10) describen el desarme gradual de los poderes contrarios
a Dios y su exclusión final de la creación de Dios para siempre.

a) Dos señales en el cielo (12,1-6)

1 Y apareció una gran señal en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna
bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre la cabeza. 2 Está encinta y
grita por los dolores del parto y por las angustias del alumbramiento.

Todo lo que sucede en el mundo, incluso lo que no está en regla, sólo puede
comprenderse partiendo de Dios; por eso la visión que quiere esclarecer causalmente la
disputa entre la Iglesia de Dios y el espíritu y poder del mundo, comienza por el giro más
trascendental que ha habido lugar en la historia del mundo, a saber, la encarnación del Hijo
de Dios. En él el Creador se interesó como salvador por su mundo que iba de mal en peor;
el tiempo final, en el que se lleva adelante su restauración hasta la consumación, comenzó
con este hecho; toda la historia de ruina y de salvación del género humano está encerrada
con brevedad magistral en los cuadros trazados con gran precisión en el capítulo 12.
Con base en dos grandes señales, la contraposición entre la mujer y el dragón, se
desarrolla el misterio de la Iglesia, cuyo conocimiento es necesario especialmente para
comprender y soportar los últimos tiempos que preceden al fin. La mirada se dirige
primeramente al Redentor del mundo, para poder luego resistir mejor el tremendo
espectáculo del poder aniquilador del Anticristo.

98
El vidente contempla, sobre el fondo del cielo estrellado, la primera «señal», una
manifestación simbólica, una figura de mujer, radiante de luz. En ella contribuyen todas las
fuentes de luz del cosmos: el sol es vestidura, la luna, pedestal, y doce estrellas forman una
diadema. En fuerte contraste con este esplendor supraterrestre, oye el vidente a la mujer
lanzar gritos de dolor; nota que está encinta y que sufre dolores de parto.

3 Y apareció otra señal en el cielo: un gran dragón de un rojo encendido, que tenía siete
cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas, siete diademas. 4 Su cola barre la tercera parte de las
estrellas del cielo y las arroja a la tierra. El dragón se detuvo ante la mujer que estaba a punto de
alumbrar, para devorar a su hijo cuando lo diese a luz.

La segunda «señal» está caracterizada por su color, su figura monstruosa y su acción


destructora como un ser salido del abismo, que quebranta el orden y ama el caos y la oscuridad;
el dragón es el adversario de Dios, que devasta su mundo y trata de contrariar sus planes de
salvación; más adelante se dice expresamente que simboliza al diablo (12,9). La entera catadura
del monstruo, en cuyo diseño se utilizaron rasgos tomados del libro de Daniel (Dan 7,7; 8,10),
revela por lo demás la tentativa fallida de ser él mismo Dios; así, su aparición se presenta como
una imitación del «Cordero», el verdadero Señor de la historia del mundo, desfigurada hasta el
extremo de lo grotesco. De los siete ojos, símbolos del Espíritu de Dios (5,6), se han hecho siete
cabezas, los «siete cuernos» (5,6) se han elevado a diez, y las «muchas diademas» (19,12)
aparecen aquí como siete coronas. Lo desequilibrado y sobrecargado de esta figura muestra
claramente que la imitación ha pasado a ser perversión y que el pretendido poder divino se pone
en juego como protesta contra el poder de Dios y con objeto de negarlo. Al mismo tiempo no se
deben pasar por alto las advertencias insinuadas en el cuadro; el diablo es efectivamente muy
fuerte («diez cuernos»), posee una autoridad soberana («siete coronas») -por eso lo llama Jesús
«príncipe de este mundo» (Jn 12,31; 14,30; 16,11; cf. Mt 4,8s)- y está animado de una
incoercible furia de destrucción («barre la tercera parte de las estrellas»). Así está el engendro
ante la luminosa figura de la mujer indefensa, dispuesto a devorar a su hijo cuando lo diese a luz.

5 Y dio a luz un hijo varón, el que ha de regir a toda las naciones con vara de hierro. Pero su
hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono.

99
El hijo viene al mundo; es un varón, cuya identidad y misión se indica con una cita del
salmo del rey mesiánico (Sal 2,9); el recién nacido es por tanto el Mesías prometido, constituido
por Dios en señor de todos los pueblos, el enviado de Dios por tanto, que ha de arrojar al
«príncipe de este mundo» del puesto soberano que ocupa hasta ahora (Jn 12,31). Esto explica la
tensión con que el dragón acecha el parto y el afán, procedente de su instinto de conservación, de
quitar de delante a su enemigo desde el principio. Todas las circunstancias parecen prometedoras
de éxito: un niño recién nacido, expresión del desvalimiento más completo, por un lado, y por
otro, el poderoso y furioso dragón, que lucha por su existencia. Sin embargo, sobreviene algo
totalmente inesperado: interviene el Omnipotente, Dios mismo; salva al niño y lo constituye en
soberano juntamente con él en su trono. Con esta curiosa reducción de la biografía de Jesús al
punto inicial y final de su carrera mesiánica se destaca acertadamente lo esencial de su persona y
de la obra de su vida. En el fondo, con la interpretación aquí propuesta del misterio de la
encarnación se abarcan para el iniciado todas las etapas de la vida y acción de Jesús y se le traen
a la memoria: la huida a Egipto, la tentación en el desierto, las expulsiones de demonios y luego
la persecución por parte de las autoridades judías hasta la crucifixión en el Calvario por un lado,
como también la muerte en cruz, comienzo de su exaltación (Jn 12,31s), y luego la resurrección
y, finalmente, la ascensión, por otro. Sobre todo, precisamente por medio de esta perspectiva
contraída se pone de relieve la convicción, importante como motivo de fortalecimiento para el
Apocalipsis, que Pablo formula con estas palabras: «Lo que para el mundo es débil, lo escogió
Dios para avergonzar a lo fuerte... lo que no cuenta, Dios lo escogió para destruir lo que cuenta»
(lCor 1,27s).
El débil hijo de los hombres, puesto fuera del alcance de Satán al ser arrebatado y elevado
al trono de Dios, pone en la debida luz todos los ataques superados durante su vida, como
también sus aparentes derrotas.

6 Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar dispuesto de parte de Dios, para ser allí
alimentada por mil doscientos sesenta días.

No otra será la suerte de la Iglesia, que como una mujer inerme parece entregada sin
remedio a la prepotencia de Satán. Dios se interesa por ella lo mismo que por su Ungido, con lo

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cual quedan condenadas al fracaso todas las grandes posibilidades de su adversario más fuerte
que ella. Aunque su marcha por la tierra se parezca a la fuga del primer pueblo de Dios que huye
del poder del faraón y a su larga peregrinación por el desierto, sin embargo, viene protegida por
Dios y conducida a la meta por su peligroso camino, al igual que el pueblo de Israel. Dios cuida
de ella durante todo el tiempo de su indigencia y de su situación apurada; los mil doscientos
sesenta días son la época de la ocupación de Jerusalén por los gentiles (11,2), de la aparición de
los dos testigos (11,3) y de la dominación del Anticristo (13,5).
La última frase del grandioso cuadro no deja lugar a duda sobre el modo como Juan mismo
entendió la «mujer» apocalíptica. Aunque en el diseño de esta figura de mujer, como también en
el de la figura del dragón hubiera podido infiltrarse concepciones de mitos paganos,
especialmente de la mitología astral, o hubieran podido aportar su contribución especulaciones
sobre la sabiduría, de los escritos tardíos del Antiguo Testamento, o hubiera servido de modelo
la comparación profética de Israel con una mujer desposada con Yahveh, Juan pudo muy bien
utilizar todas estas representaciones para hacer comprensible su enunciado alegórico a aquellos a
quienes estaba destinado.
La mujer es la madre del Mesías, y concretamente, por lo menos en primer lugar, no en la
persona históricamente única de la virgen María, sino en el pueblo veterotestamentario de la
alianza, presentado como una persona colectiva que estaba llamada a dar al mundo el Mesías de
Dios como su salvador (cf. Rom 9,5). En este caso también los rasgos particulares del cuadro
hallan una interpretación conveniente: las doce estrellas de la diadema remiten al pueblo de las
doce tribus; con dolores de parto comparan ya los profetas la historia de Israel en el camino
hacia su especial vocación (cf. Is 66,7-9; Miq 4,9s), en la literatura rabínica tardía viene a ser una
frase hecha la expresión «dolores mesiánicos de parto». Ahora bien, en el ulterior desarrollo de
nuestra visión, la madre del Mesías desborda el marco de Israel cuando después del parto huye
perseguida al desierto, donde Dios le prepara un asilo durante la época del Anticristo; el pueblo
veterotestamentario de la salvación vino a transformarse en el neotestamentario, en la Iglesia de
Jesús; ambos juntos forman una unidad orgánica en la historia de la salvación (cf. la asociación
de las doce tribus con los doce apóstoles en la descripción simbólica de la Jerusalén celestial,
21,12-14).
Tampoco debe pasarse por alto otra transformación en el desarrollo de la imagen: la
luminosa figura de la mujer en el firmamento pasa a ser la pobre mujer perseguida en el desierto.

101
Idea y realidad, ser sobrenatural y manifestación terrestre, vocación eterna y suerte pasajeras de
la Iglesia: todo esto se halla encerrado en estos pocos rasgos de la imagen que se va
transformando. Es probable que en el trasfondo de esta imagen ejerciera también su influjo una
representación del judaísmo tardío, que se puede comprobar especialmente en la apocalíptica
judía: todos los bienes de salvación del tiempo mesiánico se hallan ya presentes con Dios en el
cielo antes de su realización terrena, y así también la comunidad de salvación del tiempo final en
forma de la Jerusalén celestial o «de arriba», idea que también encontramos en el Nuevo
Testamento (Gal 4,26; Heb 12,22; Ap 21,2ss). Así esta imagen de la mujer, «uno de los símbolos
más imponentes, de más profundo sentido en el Apocalipsis» (R. Gutzwiller), es una
interpretación del pueblo de Dios en toda su extensión, según su idea eterna y su modalidad
sobrenatural, como también según su manifestación y experiencia histórica. En la relación
tipológica entre María y la Iglesia, que domina ya en la antigua tradición teológica, se basa
también su aplicación a María, madre de Dios 37.

b) Caída del dragón (12,7-12)

7 Y hubo una batalla en el cielo. Miguel y sus ángeles se levantaron a luchar contra el
dragón. El dragón presentó batalla y también sus ángeles.

Este cuadro es una continuación del anterior, por cuanto que en un plano supraterrestre
completa la motivación tanto de la furia como de la impotencia del dragón; además, en esta
visión, la existencia del poder contrario a Dios dentro de su creación se explica todavía con la
historia de su origen. Lo que de estas representaciones resulta como personalmente importante
para los fieles, viene explicado como conclusión por una voz del cielo. El primer cuadro
representaba la tentativa de Satán para impedir la acción redentora de Dios; el segundo cuadro
saca a la luz las desesperadas consecuencias que la obra redentora de Cristo tuvo para el
adversario de Dios. Esto viene puesto simbólicamente ante los ojos del vidente en una escena de
batalla que se desarrolla en el cielo.
En estas descripciones late la idea de una caída de ángeles que los espíritus rebeldes,
vencidos por los ángeles fieles en el servicio de Dios, sufrieron en los albores de los tiempos. En
este sentido está contenida también implícitamente en su trasfondo una explicación del origen

102
del mal. Este se halla presente en el mundo, no como principio eterno, sino en la figura de
ángeles originariamente buenos, de espíritus poderosos que fueron infieles a Dios y por ello
fueron a Dios y por eso fueron abatidos. En la historia de la tentación de la primera pareja
humana se enuncia también implícitamente la causa de la caída de los ángeles, cuando la
serpiente (cf. v. 9) trató de sugerir a Eva su propia ilusión: «Seréis como Dios» (Gén 3,5); lo
mismo implica también el nombre del adalid de los ángeles buenos, Miguel («¿Quién como
Dios?»), que parece haber sido propiamente la divisa de combate de aquellos ángeles. Los dos
lemas contrapuestos en la lucha de los espíritus puros son la más profunda explicación de todos
los conflictos tanto en la historia de la humanidad, como en la vida de cada uno.
Ahora bien, lo que en primera línea se muestra a Juan en esta visión es el desarme y
desposeimiento del diablo por la acción redentora de Cristo, que por lo demás Jesús mismo había
enunciado con la misma imagen (Lc 10,18).

8 Pero no prevaleció, ni hubo lugar para ellos en el cielo. 9 Fue arrojado el gran dragón, la
antigua serpiente, el que se llama Diablo y Satán, el que seduce al universo entero; fue arrojado a
la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.

La visión no tiene por qué pintar en detalle la batalla misma, ya que de antemano tiene tan
pocas perspectivas de éxito como la tentativa del dragón descrita en el primer cuadro (12,5);
basta con hacer constar la derrota de Satán y retener las consecuencias que de ella se derivan.
Para el diablo mismo y su séquito significó la caída definitiva e irrevocable.
Tres veces se repite en una frase la palabra «arrojado», a manera de un grito de victoria. Se
ha quebrado su poder; lo que él ha perdido con la derrota se explica aquí con tres nombres que
se dan al dragón. Él es «la antigua serpiente» que había logrado seducir a los primeros padres
(cf. Gén 3,1-7); su taimado proceder en aquel evento le mereció la designación de «padre de la
mentira» y, en consideración de las trágicas consecuencias para el género humano (Gén 3,8-24),
la otra de «homicida desde el principio» (Jn 8,44). El segundo nombre, «Diablo», palabra
tomada del griego, «causante de desorden, de confusión», «calumniador» (cf. v. 10); a él se
remonta toda confusión y desbarajuste en el mundo, todo lo que sea no entenderse y todas las
hostilidades entre los hombres. El tercer nombre, «Satán», viene del hebreo y significa
adversario, contrincante, antagonista de Dios. Sus maquinaciones contra los hombres se

103
compendian finalmente en la definición: el que seduce al universo entero (cf. Mt 24,23s). 10a
Y oí una gran voz en el cielo, que decía: «Ahora ya llegó la salvación, el poder, el reino de
nuestro Dios y el imperio de su Ungido.
Este hecho de salvación, al igual que todos los anteriores, se celebra en un himno del cielo,
y en el himno se expone la significación del hecho. Esta vez se hace con un solo, entonado por
un representante de la humanidad redimida -sin duda uno de los «ancianos» (cf. comentario a
4,4)- en nombre de todos («nuestros hermanos»). Proclama el nuevo sesgo tomado por la historia
de la humanidad, que se produjo con la muerte sacrificial del Mesías e Hijo de Dios («el
Cordero»). Con él se ha librado la batalla decisiva que asegura la victoria de Cristo; ha alboreado
el tiempo de salvación en el reino de Dios, el cual, si bien no se ha consumado todavía, sin
embargo, ya no se ha de interrumpir y avanza necesariamente hacia su consumación.

10b »Porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que día y noche los
acusaba ante nuestro Dios. 11 Pero ellos lo han vencido por la sangre del Cordero, y por el
testimonio que dieron; pues no amaron su vida tanto que rehuyeran la muerte. 12 Por esto,
alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de la tierra y del mar! Porque ha bajado a
vosotros el diablo, poseído de gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo.»

Esto significa para la humanidad redimida que la reivindicación de Satán, cuyo origen se
remonta a la decisión errada de la primera pareja humana y que Satán hizo valer incesantemente
(«día y noche») ante Dios, se ha acabado ya (cf. Rom 8,33); se ha extinguido ya la relación de
servidumbre. No sólo jurídicamente, sino también prácticamente se ha producido para la
humanidad un nuevo giro con la acción redentora de Cristo. «Por la sangre del Cordero», en
virtud de la gracia que Cristo les mereció en la cruz, han adquirido ellos mismos la capacidad de
ser señores sobre el Maligno; la victoria de Cristo es la victoria de todos. La prueba inmensa, y la
más fuerte, de ello la dan los cristianos en la serenidad con que sellan con la muerte su fidelidad
a la profesión de fe. En virtud de la gracia de Cristo, ninguna exigencia, ni siquiera la más
extrema en el martirio cruento, es para ellos excesiva. Así pues, el objetivo principal de esta
visión se cifra en comunicar tal conciencia, intención que se deja sentir hasta en la formulación,
cuando en la forma del perfecto profético («lo han vencido») se presenta incluso la victoria
particular en la vida de cada cristiano no sólo como posible, sino como lograda ya efectivamente.

104
¿Por qué tiene el vidente tanto empeño en crear una seguridad inquebrantable en la convicción
de sus lectores? Esto lo explican las últimas palabras pronunciadas por la voz del cielo. El «ay»
hace de enlace con el cuadro siguiente y conduce todavía más lejos, a los cuadros terroríficos del
capítulo siguiente, en el que se muestra en acción al Anticristo. En el enfurecimiento de Satán,
cuyo temeroso desencadenamiento se describe allí, brama la desesperación de aquel que ve
sellado su destino y ve ya próximo el momento, en que será definitivamente arrojado del mundo
de Dios al «abismo»; como a Satán mismo, también al profeta le parece «breve» el espacio de
tiempo que media hasta entonces, comparado con la eternidad.

c) Persecución de la mujer y su salvación (12,13-17)

13 Cuando el dragón se vio arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al
varón. 14 Y a la mujer le fueron dadas las dos alas de la gran águila, para que volara al desierto, a
su lugar, donde es alimentada por un tiempo y dos tiempos y medio tiempo, lejos de la presencia
de la serpiente.

El segundo cuadro ha puesto en claro el poder y los manejos que laten bajo las más
amargas experiencias de la Iglesia perseguida en la tierra: la arrogancia de criaturas en el mundo
de los espíritus, que trató de usurpar la soberanía del Creador, y la caída que siguió a este
desafuero. Para Satán y sus secuaces no hay ya conversión ni marcha atrás posible. Habiendo
fracasado en su rebeldía contra Dios y empedernido en su protesta, aprovecha las últimas
posibilidades que todavía le quedan, para hacer mostrar su impotente rebeldía, por lo menos, en
medio de los hombres. Así pone en juego todos los recursos a fin de perturbar y a ser posible
destruir la soberanía de Dios y de su Ungido (d. v. 10) establecida en el mundo por la redención.
Así el combate del cielo se continúa ahora en la tierra, donde los ataques de Satán se dirigen ante
todo contra la Iglesia, que ya en el primer cuadro había aparecido bajo la señal de la mujer que
huye de él. Con esto (v. 6) empalma directamente el tercer cuadro. El comienzo de la primera
frase suena casi a ironía, pues el dragón arrojado parece necesitar algún tiempo para hacerse
cargo de su situación; debe primero entrar completamente en sí, antes de emprender la
persecución de la mujer. Pero este empeño es no menos desesperado que el primero; esto se
describe ahora simbólicamente.

105
En un cuadro admirable, compuesto a base de relatos sobre la salvación de Israel del faraón
y su preservación en su peregrinación por el desierto (Ex 19,4; Dt 32,10-12), se ilustra aquí una
vez más la promesa de Cristo tocante a la indestructibilidad de su Iglesia (Mt 16,18), que se
había representado ya simbólicamente una vez en el cuadro de la medición del templo (11,ls), y
al mismo tiempo también su reiterada predicción de la persecución de sus discípulos (Mt 5,10-
12; 10,23; 23,34; Jn 15,20). El pueblo de Dios recibirá durante todo el tiempo de calamidades
(tres años y medio) la misma ayuda sobrenatural que Dios le había prestado en su historia desde
los comienzos; Dios se reveló a Israel (cf. Dt 32,11) como un águila que mientras vuela lleva a
sus crías sobre la espalda para salvarlas; así se demostrará también Dios para con su Iglesia en
las peripecias del último asalto de su adversario.

15 La serpiente arrojó de su boca, detrás de la mujer, agua como un río, para hacer que el
río la arrastrara.

En la escena de la persecución se presenta la «serpiente» (el diablo) como un monstruo


marino que de sus fauces arroja una cantidad de agua semejante a un río detrás de la mujer, a fin
de que ésta sea arrastrada por la corriente y se ahogue. Ezequiel compara una vez al faraón, que
después de la marcha de Israel quería aniquilarlo en el mar Rojo, con un «cocodrilo en el mar»
(Ez 32, 2; cf. también 29,3); aparte de esta sugerencia del Antiguo Testamento, quizá influyeran
también tradiciones míticas del contorno pagano en la composición de este cuadro bastante
audaz.

16 Pero la tierra ayudó a la mujer. Y la tierra abrió su boca y se tragó el río que el dragón
había arrojado de su boca.

Al aparecer aquí inmediatamente la tierra para prestar ayuda y salvar a la mujer,


posiblemente se hace alusión al hecho de que Dios asegura la existencia a la Iglesia no sólo con
medios ajenos a la naturaleza; el mundo entero le pertenece, y él puede poner en juego las
fuerzas de la naturaleza como las potencias espirituales en la humanidad y hacer así sentir a los
príncipes de este mundo que él es el Todopoderoso.

106
17 Y el dragón se enfureció contra la mujer y se fue a hacer la guerra contra los demás de
la descendencia de ella, contra los que guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio
de Jesús.

La Iglesia está en seguridad con la admirable ayuda de Dios; esto no quiere, sin embargo,
decir que tenga también tranquilidad y reposo en el mundo. Una vez que la Iglesia, en cuanto tal,
está substraída al avasallamiento por Satán, éste recurre incesantemente a la persecución de sus
miembros, tratando de menoscabar y mermar así el reino de Dios sobre la tierra.
Los fieles están aquí caracterizados de dos maneras: También ellos son hijos de la mujer
que ha engendrado al Mesías Hijo de Dios, y en el mundo se los reconoce por su fe, puesto que
«tienen (es decir, lo han recibido) el testimonio de Jesús», y por su obrar en obediencia a los
mandamientos de Dios. Ellos han asumido su testimonio, por el que fue a la muerte, y son ahora
sus testigos (Act 1,8; 10,49; 13,31), prontos para este quehacer con una fidelidad hasta el
martirio. Por esta razón Antipas (2,13) fue distinguido por Cristo, «el testigo fiel» (1,5; 3,14),
con el mismo título honorífico, «mi testigo fiel» (2,13). Así, las persecuciones de Satanás contra
los fieles en particular sólo logran en aquellos que lo son de veras lo contrario de lo que quiere el
demonio; confieren a su ser de cristianos su última grandeza en la prueba de su entrega a Dios
hasta la renuncia de sí mismos en la muerte, y les procuran la mayor semejanza posible con el
testigo Jesús, su hermano. El odio de Satán, ebrio de furor, contribuye así a la vivificación y
glorificación de la Iglesia de Dios, al crecimiento interno del reino de Dios en la tierra. En
esta visión introductoria se encierra una plétora de profundos pensamientos teológicos: la Iglesia
en este mundo; su verdadero misterio es invisible, ella vive bajo la protección del Dios
todopoderoso, de la virtud de aquello que Cristo, su Señor, hizo y padeció por ella en su vida
terrestre. El acusador que tras el primer pecado no había cesado de acusar a la humanidad
delante de Dios (12,10), ha sido reemplazado por su Redentor, que, exaltado al trono del
Todopoderoso, intercede allí por ellos (cf. Heb 9,24).
La Iglesia es nuestra madre, y Cristo es nuestro hermano (12,17; cf. Heb 2,10-18). Como él
mismo lo experimentó y lo soportó con constancia hasta el fin, también todos los que están de su
parte deben estar dispuestos a ello y aprender a vivir bajo la furia del dragón. Una Iglesia que ya
no fuera odiada y perseguida debería preguntarse en serio si era todavía la Iglesia de Jesucristo.
Con la referencia a la persecución, considerada como la cosa más obvia y natural, que constituye

107
el enunciado principal de la última frase, empalma, el cuadro con la visión siguiente, que pone
ante nuestros ojos el combate del dragón contra el pueblo de Dios en la tierra, en su punto
culminante bajo la figura del Anticristo.

2. LAS DOS BESTIAS: LA AMENAZA MORTAL DE LA IGLESIA (12,18-13,18)

a) Primera bestia, el Anticristo (12,18-13,10)

Los cuadros de la visión introductoria han puesto al descubierto el trasfondo y la causa


última del transcurso, en medio de catástrofes, de la historia de la Iglesia en este mundo (12,1-
17). Estos cuadros tenían como objeto especial prepararla mediante una explicación para las
estremecedoras escenas inmediatamente subsiguientes de la fase final, que tendrá su remate en la
segunda venida del Señor y en el juicio universal.
El cuadro de las dos bestias es de los más espeluznantes y siniestros que puede ofrecernos
el autor del Apocalipsis. Por eso no quiere que sean considerados aisladamente, sino a la luz de
la visión introductoria (12,1-17); así, pese a todos los horrores de los acontecimientos externos,
se mantiene imperturbada en la conciencia la convicción decisiva, a saber, que aquí sólo se
muestran los combates desesperados que traba para cubrir la retirada un enemigo que está ya
seguro de su destrucción; en realidad, precisamente la desesperación a que esto da lugar
condiciona la carga desmedida y desenfrenada.
Para comprender más fácilmente este cuadro conviene tener en cuenta la correspondencia
en ella subyacente: a la imagen que nos transmite la revelación de Dios, se contrapone su
contraria: el proceder del dragón es como una imitaci6n de Dios, a quien al mismo tiempo
pretende negar.
Por la intención de Dios para con el mundo y su correspondiente acción acerca de él y en él
-primeramente la creación del mundo, luego su redención y finalmente su consumación- se
colige también lo que quiere su antagonista y lo que pone en juego a este efecto. Como Dios
envió del cielo a su Mesías para redimir a la humanidad, así también Satán suscita del infierno a
su «salvador del mundo» para «redimir» a los hombres de Dios y de su Ungido. En la imagen de
la imitación negativa del Mesías de Dios mediante la puesta en juego del Anticristo 33 y de sus
secuaces se desarrolla en la historia del mundo una corriente contraria a la historia de la

108
salvación; Satán, que no había logrado desbaratar de antemano la obra de la redención (12,5),
intenta ahora desvirtuarla y hacer infructuoso su resultado final, procurando para ello ejercer
influencia sobre los hombres (12,17).
Consiguientemente, el influjo de ese poder contrario a Dios acompaña como oscura sombra
a la Iglesia de Jesucristo en su marcha a través de la historia hasta el retorno de su Señor. Aquí el
adversario de Dios aprende tanto de sus éxitos como de sus fracasos; los planes que excogita y
las disposiciones que toma se hacen con sus experiencias más ponderados y refinados, hasta que
finalmente recoge y encarna todo esto en una manifestación histórica, en la persona y obra del
Anticristo. La asociación de poder y espíritu, de coacción mediante violencia externa y de
engaño y sorpresa mediante una propaganda seductora -y todo ello intensificado hasta el mayor
extremo posible- caracteriza esa última tentativa del «dios de este mundo» (2Cor 4,4) para
mantenerse en el poder en la historia del mundo.
...............
38. La designación «Anticristo» no se halla en el Apocalipsis de Juan, pero sí en IJn 2,18.22; 4,2; 2Jn 7.
...............
18 Y se situó sobre la arena del mar.

13,1 Vi subir del mar una bestia que tenía diez cuernos y siete cabezas, y sobre sus
cuernos, diez diademas, y sobre sus cabezas, nombres blasfemos. 2 La bestia que vi era
semejante a una pantera, y sus patas eran como de oso y su boca como boca de león. Y el dragón
le dio su poder, su trono y gran autoridad. 3a Vi que una de sus cabezas estaba como herida de
muerte, pero su herida mortal se había curado.

El dragón, símbolo de Satán (12,3), presentado ya antes como monstruo marino que
arrojaba agua por la boca (12,15), se suscita de su elemento, el mar -último resto del caos
primordial (cf. Gén l,ls; 2Pe 3,5s; Ap 21,1- un auxiliar; como engendro del abismo (cf. 11,7)
emerge de las aguas el coloso animal informe. Su parte superior se asemeja como una copia a la
del dragón (12,3), sólo que aquí las coronas, símbolos del poder, se han elevado a diez, como
señal de que Satán pone en él en juego todo su poder. Al vidente no le interesa tanto la
descripción en sí como las insinuaciones que con los rasgos particulares quiere él hacer sobre la
naturaleza y la acción de esta bestia. Gran inteligencia («siete cabezas»), gran fuerza («diez

109
cuernos») y autoridad soberana («diez diademas») reúne en sí mismo, como su arquetipo Satán
(cf. 12,3), que se manifiesta en él. Que la bestia representa al adversario de Dios resulta de los
nombres que lleva en sus cabezas; son títulos de soberanía, con los que se arroga ser Dios él
mismo. De la ulterior descripción del monstruo se desprende que el vidente fundió en uno los
cuatro animales que se había mostrado a Daniel en su visión (Dan 7,2-7); los cuatro animales
simbolizan en Daniel cuatro poderes terrenales, cuatro reinos (Dan 7,17-25); en el cuarto destaca
el profeta la heterogeneidad de su poder (Dan 7,24) y lo antidivino de su talante (Dan 7,25),
como también se menciona expresamente dos veces su combate contra «los santos» (Dan
7,21.25; cf. Ap 13,7). El que Juan utilice en su descripción estas figuras simbólicas de cuatro
reinos, tomadas de Daniel y las condense en una figura de animal, significa seguramente, en
primer lugar, que él ve en el Anticristo un gobernante político que pone en juego todo su poder
al objeto de eliminar el último resto de la soberanía de Dios sobre la tierra y de contribuir a que
lo antidivino alcance absoluto dominio sobre el mundo y la humanidad.
Que el esfuerzo de la bestia culmina efectivamente en esto y que incluso es ésta la única
razón de su existencia viene destacado expresamente mediante el acto de delegación con que
Satán transmite sus poderes a la bestia.
Por lo demás, en este rasgo particular de la transmisión de poderes aparece con especial
claridad la imitación y el paralelo con el Mesías de Dios (cf. Mt 28,18; Jn 17,2), tanto más
cuanto que los límites del poder se extienden análogamente a como Cristo lo había afirmado de
sí durante su vida (Jn 10,17s) y lo demostró con su resurrección (2,8). El que el Anticristo se
halle en condiciones de representar la resurrección de Jesús, invirtiéndola satánicamente, es algo
que produce sobre los hombres un efecto especialmente persuasivo, como más adelante se
destaca todavía dos veces (13,12.14); la multitud sigue fascinada tras la bestia, como ante un
prodigio tangible.
La bestia tiene una constante capacidad de regenerarse y reanimarse de sus heridas
mortales. Con este símbolo parece darse a entender, ante todo y sobre todo, que el poder
mundano del Anticristo, contrario a Dios, está constantemente presente en la historia después de
Cristo; cuando se retira uno de sus titulares («herida de muerte»), ese poder no desaparece
juntamente con él; en su presencia permanente da la sensación de ser invencible y simula
eternidad. 3b Y la tierra entera, fascinada, seguía tras la bestia. 4 Adoraron al dragón porque

110
había dado la autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: «¿Quién como la bestia y
quién puede hacer la guerra contra ella?»
El poder que se presenta como absoluto y total logra así el efecto perseguido sobre los
hombres; se declaran partidarios de la bestia y de aquel que, como ser divino, le ha conferido tal
poder. La aclamación religiosa «¿Quién como la bestia... ?» significa una apoteosis del poder y
de sus representantes. El dragón es reconocido como verdadero y propio fundamento de este
poder; ahora bien, dado que él, perteneciendo a un orden extramundano, permanece
personalmente invisible, los honores divinos que se le reconocen se tributan a la bestia, trasunto
de su ser, cuya asociación con el dragón se describe a ojos vistas por analogía con la relación
entre Dios y Cristo, que en la Escritura está caracterizado como «reflejo de su gloria, impronta
de su ser» (Heb 1,3). Así se funda una religión de la bestia, contrapuesta como su contrario a la
religión de Cristo; en ella se reemplaza con imitación ridícula y blasfema la adoración de Dios y
de su Ungido por el culto a Satán y a su emisario. 5 Y se le dio una boca que profería palabras
orgullosas y blasfemas, y se le dio autoridad para actuar durante cuarenta y dos meses. Antes
de pasar a la descripción de la actividad de la bestia se habla del instrumento de que ella se sirve
principalmente: su «boca». De ésta se dice en primer lugar que «se le dio»; como sujeto agente
de este giro en voz pasiva tan frecuente en el Apocalipsis (por ejemplo: 6,2.4.8.11; 7,2, etc.) se
sobrentiende siempre a Dios (cf. también Jn 19,11); en efecto, todo lo que existe, le debe sus
recursos y su capacidad. Incluso cuando las criaturas emplean sus posibilidades contra el
Creador, sólo pueden hacerlo porque él se lo permite; esto último viene subrayado expresamente,
como anteriormente (11,2), con la indicación de una restricción temporal perfectamente definida
de la posibilidad de acción de la bestia, a saber, con la medida del daño apocalíptico (cf.
comentario a 11,2).

6 Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, blasfemando de su nombre y de su morada, de


los que moran en el cielo. 7a Y se le permitió hacer la guerra contra los santos y vencerlos.

La bestia sabe, como hábil orador, llamar la atención y hacer impresión con palabras
altisonantes; sólo que su elocuencia fascinadora y embriagadora la emplea exclusivamente para
proferir blasfemias. Los nombres blasfemos que lleva sobre la cabeza (13,1), con los que se
quería caracterizar su ser. quedan ahora confirmados también con sus palabras; su discurso va

111
dirigido contra Dios, contra todo lo que le pertenece y contra todos los que están de su parte en el
cielo y en la tierra. No sólo con palabras, sino también con obras puede la bestia combatir a los
que creen en Dios en la tierra; así pone en acción en la tierra una persecución de los «santos», del
pueblo santo de Dios, es decir, de los fieles de Cristo, y tiene éxito con ella (cf. comentario a
12,17). Como los dos testigos, también los fieles sucumben ahora a la violencia externa. Dios
permite que los que están de parte de él y de su Mesías tengan que pagar su fidelidad al más alto
precio, esperando de ellos el testimonio de su sangre en la entrega de su vida terrena. Sin
embargo, la Iglesia de Cristo y todos cuantos se reconocen como sus seguidores no están bajo la
presión angustiosa del «breve tiempo» (12,12), que imprime el sello de lo pasajero a todas las
victorias de Satán; los mártires cristianos saben que sus nombres están escritos indeleblemente
en el libro de la vida (cf. comentario a 3,5); tienen con la Iglesia de Cristo el aliento de la
eternidad (Mt 16,18).

7b Y se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. 8 Y lo adorarán todos
los moradores de la tierra, aquellos cuyo nombre no está escrito, desde la creación del mundo, en
el libro de la vida del Cordero degollado.

La bestia, poniendo en juego el poder diabólico, llevará a cabo la obra maestra -


constantemente anhelada en la historia del mundo, y que como tal debe enjuiciarse
positivamente- de aunar políticamente a los pueblos de la tierra y de reunirlos en una
organización mundial. En esta forma de unificar el mundo ve sin embargo latente el Apocalipsis
«el poder de las tinieblas» (Lc 22,53); esta obra la lleva a cabo gracias al poder que el dragón
transfiere a la bestia, con el cual persigue un objetivo muy particular. Con este poderío se ofrece
ya desde ahora a la bestia la posibilidad de establecer en todas partes la adoración divina de sí
misma y del dragón. «Los moradores de la tierra» -fórmula estereotipada del Apocalipsis (cf.
comentario a 6,10), que aquí se define en contraposición con los elegidos («aquellos cuyo
nombre no está escrito, desde la creación del mundo...»)-, los hombres del mundo, se adaptan de
buen grado a esta exigencia, pues para ellos lo de la tierra es también lo que cuenta en definitiva.
Los elegidos, sin embargo, no doblan la rodilla, se mantienen fieles a su elección eterna aun en
medio de tal gravamen exterior y recusan a la bestia la sumisión y el reconocimiento en la

112
certidumbre de fe de que, con la segunda venida de su Señor al final de los tiempos, compartirán
con él para siempre la verdadera soberanía universal.

9 Quien tenga oídos, oiga. 10 Quien va destinado a cautividad, a cautividad vaya. Quien es
muerto por la espada, por la espada sea muerto. Así son la constancia y la fe de los santos.

Se han deslindado frentes bien definidos, que excluyen toda posibilidad de entendimiento.
Los que quieren permanecer fieles a Dios y a Cristo, quedan separados del resto de la
comunidad. Ello resulta, a la postre, de lo que se ha puesto de manifiesto y se formula como las
palabras sobre el vencedor puestas al final de cada una de las siete cartas, se subraya exigiendo
prestar especial atención (cf. 2,7 y passim).
La exhortación se apoya, sin duda, en dos textos de Jeremías (Jer 15,2; 43,11) y significa
materialmente y en concreto lo mismo que allí: la suerte del vencido es la deportación o la
muerte; para ello hay que estar, pues, preparados 39.
Bajo la soberanía del Anticristo, que será absoluta en extensión y en intensidad, no existe
ya posibilidad de evadir la última decisión huyendo y retirándose a la obscuridad. La Iglesia, en
virtud de esta visión anticipada que le dio Cristo para que la acompañase en su camino a lo largo
de la historia, es siempre una Iglesia sin ilusiones; conoce su suerte en la tierra, análoga a la de
su Señor y Maestro, y acepta su destino sin rebelión al exterior, con la resistencia interna de una
fe paciente. Con esta convicción y con esta mirada a lo futuro que queda, por encima de lo
presente que pasa, va el cristiano incluso al martirio, que acepta en seguimiento de «Jesucristo, el
testigo fiel» (1,4)40.
...............
39. La exigencia del v. 10, formulada muy concisamente en forma de mandato, fue entendido mal por el
copista
-como lo muestra una lectura variante atestiguada ya en fecha temprana- y completada y reinterpretada de
esta forma: «Quien lleva a prisión, va a prisión; quien mata a espada, debe morir a espada.» Así, el
llamamiento que lo exige todo a cada uno se convierte en palabras de consolación para los perseguidos.
Que este texto no puede tenerse por original resulta de sus dos pasajes de referencia en el Antiguo
Testamento (Jer 15,2; 43,11), así como del entero contexto, y en particular de la exhortación a la constancia
que sigue inmediatamente.
40. Para una caracterización más concreta del Anticristo se hallan los siguientes puntos de apoyo en los
rasgos

113
fundamentales de su figura descritos en el Apocalipsis:
1) La interpretación en sentido exclusivamente de historia del tiempo se basa sobre todo en los dos hechos
siguientes: Los cuatro animales de la visión de Dan 7 están reunidos en el diseño de la primera bestia
apocalíptica. Ahora bien, el cuarto animal de Daniel era interpretado como el imperio romano por el
judaísmo de la época en que se escribió el Apocalipsis. Así parece natural conjeturar que también Juan se
refiriera a la potencia mundial que representaba Roma, tanto más que él presenta a la primera bestia
surgiendo del mar, o sea, visto desde Asia Menor, al oeste, en la dirección de Roma. Los nombres
blasfemos sobre la cabeza de la bestia podrían también casar con esta interpretación; serían la referencia
al culto del emperador, que por lo menos desde el reinado de Domiciano atribuía al emperador predicados
de soberanía divina. Sobre esto hay que decir: No cabe duda de que Juan se basa en su descripción en
figuras y experiencias de su contorno histórico. Es igualmente exacto que quería señalar caminos a los
cristianos de su tiempo, a los que amenazaban situaciones peligrosas. Era de prever que la divinización de
los soberanos romanos en el culto del emperador, los cuales se aplicaban a sí mismos la reivindicación de
totalidad de Dios y de Cristo, debía conducir a un choque entre los cristianos y el poder del Estado romano.
Esta es en realidad la perspectiva de historia temporal del Apocalipsis; de ahí la justificación de una
interpretación en sentido de la historia del tiempo.
2) Ahora bien, aun cuando el carácter de la primera bestia está representado más o menos concretamente en
manifestaciones históricas, como el culto al emperador romano, sin embargo, no se expresa
exhaustivamente en este fenómeno histórico único, habido lugar una sola vez. La primera bestia aparece al
mismo tiempo en la descripción del Apocalipsis como un poder presente en todo el tiempo final posterior a
Cristo (cf. 12,4.13.17s; 13,1ss). Así pues, como entonces en el culto del emperador, también en el tiempo
subsiguiente estará constantemente representado en manifestaciones históricas cada vez nuevas y será
en cierto modo simultáneo a todo el tiempo posterior a Cristo. Por consiguiente, el imperio romano en su
actitud frente al cristianismo tendrá en este libro profético el valor de tipo de todos los poderes hostiles a
Dios y a Cristo que se manifiesten en el transcurso de la historia. Así pues, la perspectiva profética se
extiende más allá del punto fijo de mera historia de la época.
3) Sin embargo, los datos del capítulo 13, por encima de la concepción del Anticristo como fenómeno general
de la historia del tiempo final, parecen apuntar a una manifestación o fisura concreta y única antes del fin
de los tiempos; en esta figura no aparece ya el Anticristo en la personificación de algo colectivo, sino como
individuo. Prescindiendo de que sólo con esta dimensión de la interpretación se toman en consideración
exhaustivamente todos los rasgos particulares de la imagen, la observación conclusiva del capítulo del
Anticristo (13,18) subraya expresamente que la cifra secreta allí mencionada se refiere a un individuo. La
misma concepción del Anticristo profesan Pablo (cf. 2Ts 2,3-12) y Juan (cf. yen 2,18); ambos saben que el
Anticristo, antes de su plena manifestación al final, ya anteriormente actúa en realizaciones parciales y
está ya en acción en su tiempo (cf. 2Ts 2,7; 1Jn 2,18). Cf. sobre esta cuestión, H. HAAG, A. VAN DEN
BORN, S. DE AUSEJO y otros autores, Diccionario de la Biblia, Herder, Barcelona 5,1970; 107-108.
................

114
b) La segunda bestia, el profeta del Anticristo (13,11-18)

11 Vi subir de la tierra otra bestia que tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero y
hablaba como dragón.

En la visión de la primera bestia se intercala, para completarla, otra visión de una segunda
bestia. Si se atiende al aspecto exterior, aparece primeramente del todo inofensiva, a saber, en la
figura de un cordero inocente y pacífico. De todos modos, sus cuernos indican ya que, a pesar de
todo, tiene algo que ver con el poder; aunque sólo son dos en número, sin embargo, junto con los
diez de la primera bestia -cuyo funcionario parece ser.-, forman el número pleno de doce; así
pues, con la aparición de la segunda bestia se redondea el poder de la primera. Faltan las
diademas, signo de la soberanía; en efecto, esta bestia está totalmente al servicio de la primera; su
oficio consiste en consolidar y extender el poder de ésta.
El vidente ve a la segunda bestia surgir de la tierra. La ve desde Patmos, por tanto, en Asia
Menor, en cuyos centros culturales aparecía también especialmente condensado el falso espíritu
de aquella época, comprendidas sus formas de expresión religiosa (culto al emperador) 41.
Que su aspecto anodino no es más que un disfraz habilidoso se echa de ver cuando habla la
bestia; habla la lengua del dragón, con lo cual revela de qué espíritu es hijo y a quién pertenece.
Es el «teólogo del Anticristo» (E. Peterson), luego se la llama expresamente «el falso profeta»
(16,13; 19,20; 20,10); por lo demás aparece en un atavío que el Señor mismo había anunciado
como típico de los falsos profetas (Mt 7,15).
La pintura de la segunda bestia añade a la descripción del Anticristo una nueva
circunstancia que caracteriza su ser: aparte de su figura política, es por añadidura también una
personalidad intelectual.
La segunda bestia presenta al mundo a la primera, da a conocer su naturaleza y revela su
poder. La analogía que hay entre la relación de los dos animales y la relación entre Jesucristo y el
Espíritu Santo, no es ciertamente casual. La imagen antitética del verdadero Dios queda ya
completa con la segunda bestia; el dragón forma juntamente con las dos bestias una «trinidad
satánica» (Jung-Stilling).
................

115
41. Cf. el comentario a las siete cartas
...............

12 Ejerce toda la autoridad de la primera bestia en presencia de ella; hace que la tierra y sus
moradores adoren a la primera bestia, a aquella cuya herida mortal fue curada.

Las diligencias de la segunda bestia van encaminadas a procurar a la primera una toma del
poder sin restricciones; a este objeto ha sido designada y equipada por ella; ha de llevar a los
hombres a reconocer lo que ella pretende ser, a saber, Dios mismo. A esto apunta toda su
propaganda con palabras y con obras; no trata de ganar adeptos para una ideología filosófica, sino
que actúa en favor de una fe religiosa. Se trata de transfigurar religiosamente el poder mundano
del Anticristo y de inducir a los hombres a tributar a éste una adoración cultual. Con ello la figura
del «falso profeta» asume también rasgos sacerdotales.

13 Obra grandes prodigios, hasta hacer bajar fuego del cielo a la tierra en presencia de los
hombres. 14 Seduce a los moradores de la tierra con los prodigios que le fue dado obrar en
presencia de la bestia, diciéndoles que hagan una imagen en honor de la bestia que tiene la herida
de la espada y revivió. 15 Se le concedió infundir espíritu en la imagen de la bestia para que
incluso hablara la imagen e hiciera que fuesen muertos cuantos no la adoraran. 16 Y hace que a
todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les ponga una marca en la mano
derecha o en la frente, 17 y que nadie pueda comprar ni vender, sino el que tenga la marca, el
nombre de la bestia o la cifra de su nombre.

Aquí se nos informa de los recursos y medidas con que trata de lograr su meta el delegado
especial para la propaganda del Anticristo.
Mientras que el verdadero Mesías se niega explícitamente a probar con signos
maravillosos su misión divina (Mt 6,1-4 par), el falso profeta -como se había predicho ya en
otros pasajes apocalípticos del Nuevo Testamento (Mt 24,24 par; cf. también 2Tes 2,9s)-
realiza milagros espectaculares que logran su efecto en los hombres; así no le falla ni
siquiera el milagro de Elías, con el que éste se acreditó como profeta del verdadero Dios
(lRe 18,38). Semejantes cosas no necesitan ser absolutamente hechos extranaturales para

116
llevar a los hombres a admirarse y a admirar a los que tienen tal poder; se puede pensar
que hoy día también «milagros» de la ciencia y de la técnica, realizaciones nada comunes
para el bien de la comunidad humana (los «milagros» sociales) hagan la misma impresión y
logren el mismo objetivo.
Una vez que de esta forma se ha suscitado la fe en el Anticristo, «los moradores de la
tierra» son inducidos con su fascinante elocuencia a tributarle también el culto
correspondiente. El poder político, elevado al grado de lo divino mediante un manejo
deliberado de la opinión, se convierte así en el ídolo ante el que hay que quemar incienso.
En el culto al emperador romano se tributaban de esta manera honores divinos al jefe del
Estado ante una efigie del emperador, porque en ella se expresaba simbólicamente el
sagrado poder de Roma, presente en la entera Ecumene; de manera análoga la imagen de
la bestia, aparentemente inmortal, mantiene permanentemente su omnipotencia terrena en
la conciencia de todos y los retiene en su servidumbre.
De esta manera la imagen, como un ser vivo, crea la convicción y la mentalidad,
conquista la inteligencia y el corazón de los hombres para la persona que en ella se
representa; domina el modo de pensar y el juicio, estimula a los filósofos e inspira a los
poetas. Así se desarrolla en la sociedad una actitud fundamental que está condicionada y
saturada por el espíritu de la bestia; la entera opinión pública acaba finalmente por
identificarse con ella; para quien se niega no hay ya puesto en la comunidad del mundo; él
mismo pronuncia su propia sentencia de muerte. Con la elevación del símbolo político a la
categoría de objeto cultual es como se facilita la clara separación entre amigo y enemigo, y
se tiene un pretexto justificado religiosamente para quitar de delante al adversario.
Con el fin de poner en práctica el programa totalitario del Anticristo e imponer sin
excepciones la toma de partido unitario en su favor, sugiere la segunda bestia una última
medida que fuerza a todos a quitarse la máscara. Quienquiera que reconozca a la primera
bestia como su Dios y su señor, debe darlo a conocer visiblemente al exterior mediante un
distintivo marcado en las partes del cuerpo que no pueden menos de verse ni se pueden
ocultar, a saber, en la mano derecha o en la frente. En aquella época se marcaban a fuego
los animales y los esclavos como propiedad de su dueño; así quien lleva este distintivo de
la bestia confiesa su absoluta dependencia de ésta. De hecho, la vida depende de que se
lleve o no el distintivo; en efecto, a quienquiera que lo rechaza se le retiran mediante

117
boicoteo económico las bases de la mera existencia; tiene necesariamente que morir de
hambre.
También esta última disposición, concebida como medida segura de coerción, se
desarrolla en forma de burda imitación: de los elegidos se dice que llevan en la frente el
sello de su Dios (7,2s; 14,1; 22,4), lo cual significa que con el bautismo han sido sellados
invisiblemente como hijos de Dios.

18 ¡Aquí se requiere sabiduría! El que tenga inteligencia calcule la cifra de la bestia. Es


cifra de un hombre. Su cifra es seiscientos sesenta y seis.

Sobre el distintivo del demonio se halla el nombre de la bestia, encubierto a veces bajo
una cifra. La penetración de fe logrará descifrarla cuando quiera y donde quiera que la
bestia se presente en la figura de un hombre histórico. En efecto, el anticristo se
manifestará en cada caso como hombre; esto por lo menos se da a entender cuando a la
cifra enigmática, de suyo obscura, se añade la aclaración de que se trata de la «cifra de un
hombre». Los nombres se podían escribir también con números, porque en la antigüedad
no se conocían cifras propiamente dichas, sino que las letras del alfabeto se utilizaban
también como números. El desciframiento de tal código secreto resultaba difícil por el
hecho de que cada número se puede dividir a discreción en cantidad de sumandos, lo cual permite
también una no menos variada multiplicidad de combinaciones de letras; sin la indicación
suplementaria de la clave de repartición de los sumandos era prácticamente imposible dar
con el nombre.
Así pues, a los destinatarios primigenios del libro se les habría dado alguna referencia a
este respecto, para que pudieran reconocer de quién se trataba; en todo caso, sólo una
generación después no se sabía ya qué hacer concretamente con este número, por lo cual
Ireneo de Lyón 42 juzga vanas todas las tentativas de adivinarlo. En lugar de esto busca
bajo el número una simbólica escatológica general: 6 es la mitad del número 12, símbolo de
perfección celestial (cf. 12,14: la mitad del número sagrado 7, como número simbólico del
mal), y también el número sagrado 7 menos 1, puesto tres veces, con lo cual se añade el
simbolismo del número 3 como expresión de la medida plena 43; en el número 666 se podía
ver expresada, según la opinión de Ireneo, la esencia del Anticristo como colmo de la

118
impiedad y malicia de todos los tiempos. Por lo demás -así lo insinúa en todo caso Ireneo-,
los fieles de Cristo pueden estar seguros de que en cada caso se les otorgará
sobrenaturalmente la sabiduría necesaria para reconocer al anticristo 44.
....................
42. Adv. haer. 50,30,3.
43. Cf. Is 6,3; ,ler 7,4; Ez 21,32.
44. En algunos manuscritos el número que se indica es el 616. Esta lectura era ya conocida por san Ireneo de
Lyón (t 202); él la considera como falta de algún copista (cf. Adv. haer. 5,30,1). El número 616 se podría
resolver como Kaisar-Theos (emperador-Dios).
........................

3. EL CORDERO Y SU SÉQUITO (14,1-5).

En la mirada complexiva anticipada al punto culminante del combate escatológico del final
de la historia (11,1-13) ocupaba el centro una imagen prometedora de protección y
preservación: en el templo queda acotado un sector al que no puede alcanzar el asalto de
poderes infernales (11,7). Esta imagen viene de nuevo reasumida como conclusión del
tremendo descubrimiento relativo al Anticristo y ampliada en una nueva visión. Con ella se
da respuesta a la angustiosa pregunta que no podía menos de surgir tras la descripción de
la guerra sin cuartel emprendida por los poderes satánicos con toda clase de medios y con
odio infernal (13,1-18): En tales circunstancias ¿queda todavía en pie siquiera algo de la
Iglesia de Dios en la tierra? A esta pregunta se responde con la visión esplendorosa,
inspiradora de esperanza y portadora de certeza, que presenta a los elegidos, seguros y
protegidos bajo el amparo del Cordero que se halla en medio de ellos.

1 Y miré, y apareció el Cordero de pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y
cuatro mil que tenían el nombre de él y el nombre del Padre de él escrito en la frente.

El escenario de la visión se halla en la tierra; es la montaña de Sión, la montaña del


templo en Jerusalén (cf 11,1), que los profetas habían vaticinado como lugar de refugio
para la comunidad de salvación de los últimos tiempos (J1 3,5; 4,17); la apocalíptica tardía
vio en ella el lugar en el que el Mesías aparecería para salvar a sus fieles y para juzgar a

119
sus enemigos (4Esd 13,35-40; 5Esd 2,42-47); conforme a la expectativa profética, sobre el
monte Sión consumará Dios definitivamente su reinado mediante el Mesías (Is 24,23; Sal
2,6; 110[109]2s).
El Cordero es presentado como vencedor (cf. 5,5), rodeado de los elegidos, que se
reúnen en su número total en torno a él. Como señal de su pertenencia al Cordero llevan su
nombre, junto con el nombre de Dios, sobre su frente; de la misma manera, también los
secuaces de la bestia habían confesado con un distintivo apropiado su sumisión y
pertenencia al Anticristo (13,16).

2 Y oí una voz del cielo como estruendo de muchas aguas y como estampido de gran
trueno, y la voz que oí era como de citaristas que tocan sus cítaras. 3 Y cantan un cántico nuevo
ante el trono y ante los cuatro seres vivientes y los ancianos. Nadie podía aprender el cántico sino
aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que habían sido rescatados de la tierra.

Aunque la visión se contempla en la tierra, es decir, en el ámbito de lo pasajero y


provisional, la escena, sin embargo, está inmersa en la luz transfigurante que proyecta
anticipadamente sobre ella la consumación venidera; aquí se manifiesta algo de la creación
y de la historia del género humano, que en medio de la caducidad está ya interiormente en
armonía con su figura definitiva, como lo sugiere expresamente una voz del cielo. El
estampido de truenos formidables había anunciado ya en cuadros precedentes (cf. 4,5; 8,5;
11,19) la tremenda majestad de Dios y la excelsitud de su mundo celestial; también la
potente palabra del Hijo del hombre glorificado, que aparece aquí en la imagen del Cordero,
se había comparado antes con el estruendo de muchas aguas (1,15). El séquito del
Cordero, seguro al amparo de la omnipotencia de Dios y resguardado por el amor del
Redentor que había ido a la muerte por ellos, da la sensación de una tranquilidad soberana
y de una seguridad imperturbable.
Por el Cordero que se halla en medio de los elegidos, están éstos ahora ya, todavía en la
tierra, unidos con las multitudes bienaventuradas en el cielo, cuyo cántico perciben y ya
desde ahora pueden también apropiárselo. Es un «cántico nuevo», que canta por tanto un
nuevo acontecimiento salvífico (cf. comentario 5,9); el contexto permite colegir su

120
contenido: es el canto de triunfo a la victoria final del Cordero contemplada
anticipadamente
y a la consumación de la soberanía de Dios; a los oídos de aquellos que se saben
rescatados de la tierra que está bajo el dominio de la bestia (13,16), suena pues, como el
regocijante canto de un cantor que acompaña su cántico con la cítara.

4 Éstos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Éstos son los que
siguen al Cordero a dondequiera que va. Éstos fueron rescatados de entre los hombres como
primicias para Dios y para el Cordero. 5 Y en su boca no se halló mentira. Son intachables.

La descripción se cierra con una caracterización de los elegidos; mediatamente


proporciona también un criterio conforme al cual cada uno puede reconocer si merece
contarse entre ellos; una definición sencilla, pero que da con todo lo esencial, de lo que son
y cómo son los cristianos.
Deben estar totalmente y sin vacilación del lado de Cristo; lo primero que se dice de ellos
en la explicación, entendida en forma figurada 45, es su virginidad; en esta indicación se
oye el eco de palabras de Cristo y del apóstol Pablo, que recomiendan la virginidad a los
que quieran hacerse total y enteramente disponibles para el Señor y para su causa (Mt
19,12; lCor 7,32-34; 2Cor 11,2). Desde luego, aquí desempeña también su papel la
representación contraria, que aparece inmediatamente a continuación (14,8); la
dependencia de la bestia está expresada allí de manera figurada, como galanteo con
Babilonia, símbolo de la metrópoli del reino del anticristo (cf. 17,2; 19,3.9; 19,2). El
adulterio y la lascivia son en los profetas de Israel imágenes frecuentes de la apostasía y de la
idolatría (por ejemplo: Os 2,14-21; Jer 2,2-6). Debe preferirse la interpretación simbólica de
la virginidad, porque en la visión no aparece un grupo particular, sino la Iglesia en su
totalidad. Más adelante se presenta también en su conjunto, en una imagen que tiene
afinidad de sentido con ésta, como la esposa virginal del Cordero (19,7; 21,2.9; 22,17).
La libertad del amor perfecto une a los elegidos con su Señor; están de su lado en
obediencia incondicional y le siguen por todos los caminos por los que los lleva. Su buena
disposición no conoce obstáculos; incluso cuando los guías por el camino que él mismo
siguió como hombre por la persecución y la muerte a la glorificación, no se retraerán ante el

121
testimonio de su propia sangre.
En la ley se prescribía al pueblo de Israel ofrecer a Dios los primeros frutos maduros de
toda cosecha, como señal de que todo le pertenece (Lev 23,9-14). Este grupo aparece ante
los ojos de Dios como aquellas primicias; separados del conjunto pertenecen ahora ya a
Dios y al Cordero totalmente como su propiedad (cf. lPe 2,9s). Las primicias, entendidas en
el contexto, significan todavía más: con ellos se inicia la recuperación del mundo entero
bajo la soberanía de Dios; así pues, se hallan delante del mundo como signo de esperanza
y como promesa de un futuro íntegro y sin tara para la entera creación de Dios; en efecto,
en ellos está ya presente el futuro absoluto que Dios inauguró en Cristo.
Como característico del séquito del Cordero se menciona un cierto distintivo: la veracidad
incondicional. Quien pertenece a Dios, cuya esencia es verdad y fidelidad 46, no puede ya
tener nada en común con el «padre de la mentira» (Jn 8,44), cuya naturaleza es
fundamentalmente la mentira. Rectitud de pensamiento y de sentimientos, veracidad en las
palabras, lealtad en el modo de proceder, un ser franco, sin discrepancia entre las palabras
y las acciones; en una palabra: la personalidad transparente, sin nubes, con la que se
puede contar (Mt 5,37; Sant 5,12), sólo puede existir en la luz de Dios, que es la verdad
(Sal 43[42]3).
En resumen se dice que son sencillamente intachables. Si los mismos animales que se
ofrecían en sacrificio en la antigua alianza debían ser sin tara (Ex 12,5; Lev 23,12s), esta
exigencia se aplica sobre todo a las «primicias» de la alianza perfecta y consumada que
constituyen el séquito del Cordero «sin defecto ni tacha» (lPe 1,19).
La realidad intrínseca de la «comunión de los santos» en la Iglesia de Cristo presenta en
un cuadro acabado con pocos trazos. Los fieles están ya en el santuario, en el reino de
Dios, vivamente ligados con el Señor en medio de ellos, que es su pastor y salvador. En
medio del mundo y activos en él y cerca de él, no pertenecen al «dios de este mundo»
(2Cor 4,4), sino que, como «rescatados de entre los hombres», siguen «al Cordero a
dondequiera que va».
...............
45. De suyo, la aserción podría tomarse también a la letra. Para justificar la significación literal podría
remitirse, por ejemplo, a lCor 7,26ss; además, no parece ser ajena a la tradición apocalíptica judía la idea de que el
resto santo de Israel estará constituido en el tiempo final por un grupo de hombres que vivan en celibato; como
indicio de tal concepción podría considerarse también la comunidad de Qumrán, que vivía ascéticamente y con la

122
mayor probabilidad en celibato. Sin embargo, dado que el grupo que aparece en nuestro pasaje no representa una
minoría selecta, sino que simboliza el entero pueblo de Dios, merece preferencia la interpretaci6n figurada.
46. Cf. Sal 36(35)6; 89(88)9; 100(99)5; Jn 3,33; Rm 3,4, etc..
(_MENSAJE/23. Págs. 145-180)

V. PREPARACIÓN PARA EL JUICIO FINAL (14,6-19,10)

Se han descrito los dos campamentos, se han delimitado los frentes; al «pequeño rebaño»
(Lc 12,32) que sigue al Cordero se le ha prometido la salvación; ya puede iniciarse la ruptura
definitiva de las hostilidades.

1. MIRADA ANTICIPADA (14,6-20)

a) Anuncio del juicio (14,6-13)

6 Y vi a otro ángel, que volaba por lo más alto del cielo, que tenía un Evangelio eterno para
anunciarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, 7 y que decía con
gran voz: «Temed a Dios y dadle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio. Adorad al que
hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales de aguas.»

Cuatro mensajes emanan del cielo en esta sección: el primero y el último tienen como
objeto la salvación, el segundo y el tercero, el juicio; los tres primeros vienen transmitidos
por el ángel, el último por la voz de una persona invisible.
El primer ángel vuela alto por el cenit, por donde también volaba el águila que gritó
perceptiblemente sobre toda la tierra el triple «¡ay!» (8,13); como el mensaje del águila,
también el del ángel afecta a todos los «moradores de la tierra», es decir, en lenguaje
apocalíptico, a los hombres que no quieren saber nada de Dios. El anuncio del ángel es,
contrariamente al del águila, un anuncio de gozo, una promesa de salvación; se basa en el
designio eterno de Dios, su objeto es la salvación eterna 47. Por medio del ángel la ofrece
Dios a todos los que todavía antes del fin se deciden a dar marcha atrás y se convierten a

123
él; ésta es su última oferta antes de que sea demasiado tarde.
El requerimiento recuerda el himno angelico que en el Evangelio interpreta el significado
del nacimiento de Jesús (Lc 2,14); en la materia conviene con la predicación del Bautista
(Mt 3,1), que Jesús reasumió en su predicación (Mt 4,17). Tributar a Dios el honor que le es
debido, es el medio de librarse del juicio y de alcanzar la salvación eterna. El temor y la
adoración de Dios son las formas fundamentales de la religiosidad del Antiguo Testamento,
de las que la proclamación cristiana no retira lo más mínimo.
En la motivación de su llamamiento presupone el ángel la idea de la historia existente ya
en la revelación del Antiguo Testamento y que, consiguientemente, vino también a ser
típica de la concepción cristiana del mundo. Contrariamente a la concepción griega pagana
del mundo y de su historia, en la que se entendía el curso de la historia como una sucesión
continuada de ciclos cerrados de generación y de corrupción, la concepción bíblica se lo
representa en forma rectilínea, como un movimiento que se desarrolla hacia un punto final.
Esta convicción que orienta el entero proceso hacia un fin, tiene conexión con la otra en
que este transcurso se concibe como puesto en marcha con el actor creador de Dios; en tal
comienzo está fijada también la meta final; ahora bien, en este fin reside el sentido de todo
el proceso histórico; así pues, sólo en función de su fin se puede captar el verdadero
sentido de la historia universal. El fin mismo a su vez, que es al mismo tiempo
consumación,
no se logra automáticamente por una evolución progresiva, sino continuamente mediante
nuevas acciones y, al fin, mediante un influjo definitivo de Dios mismo.
Según la revelación, la meta final de la historia del mundo y especialmente de la historia
del género humano consiste en concreto en que Dios «lo sea todo en todo» (lCor 15,28), o
sea, en la realización de la perfecta soberanía de Dios. Esta concepción viene a ser
específicamente cristiana si se le añade todavía la convicción de que con la persona y la
obra de Cristo se ha manifestado ahora ya la meta final, aunque sólo en una forma
transitoria y provisional.
Las repercusiones que este hecho tiene en la historia se explican en los cuadros
apocalípticos que siguen a continuación (14,8-19,10). Éstos dan por tanto una respuesta a
la pregunta: ¿Qué sucede propiamente en la historia?
....................

124
47. También el Apocalipsis tiene presente como meta final en todas sus descripciones la promesa de la
salvación y su consumaci6n. Bajo este respecto los juicios de Dios no son sino medios, hechos necesarios
por la obstinación humana, con vistas a llevar a termino su definitiva toma de poder, con la que se da la
consumaci6n de la salvación en dimensiones cósmicas. Esta constituye el centro del último libro de la
Biblia; todos los juicios, en cambio, no son sino «el reverso negativo de esta toma de poder».
....................

8 Y otro ángel, el segundo, lo siguió, diciendo: «Cayó, cayó Babilonia, la grande, la que dio
a beber del vino de la ira de su prostitución a todas las naciones».

La voz del segundo ángel anuncia un juicio que se ha ejecutado ya. En su sentido propio
es una prediccción profética, aunque se hace en la forma verbal del pasado para indicar así
que el hecho se producirá con absoluta certeza; además, con la solemne repetición se
indica estilísticamente la especial importancia del contenido.
El juicio afecta a Babilonia; ya la profecía veterotestamentaria se sirve simbólicamente de
esta gran ciudad -oscura contrapartida de Jerusalén, la ciudad de Dios- como sede de la
impiedad. Por eso la voz del ángel se apoya, aun en el tenor de las palabras, en tales
textos proféticos (Is 21,9; Jer 51,7s; Dan 4,27). También la culpa se designa con una
imagen igualmente tradicional (cf. Jer 51,7); había consistido en que en ella había
comenzado la seducción del mundo entero a la idolatría; la imagen del «vino de la ira» dice
implícitamente que tal apostasía lleva siempre ya en sí el juicio *.
El nombre de Babilonia sobrevivió como símbolo a la ciudad histórica y en la apocalíptica
judía desempeñó el papel de seudónimo de Roma 49, y también en la primera carta de
Pedro (lPe 5,13). En el Apocalipsis de Juan, este término lleva en sí, en primer lugar, el
mismo significado simbólico, aunque suplementariamente más allá de estos límites
históricos, como veremos después (17,1-18,24). Babilonia, metrópoli de la bestia (17,1ss),
está en la historia no sólo entonces, sino en todos los tiempos, y fundamentalmente, contra
el monte Sión, fortaleza del Cordero (14,1-5).
....................
* Aquí, como en 18,3, el texto sagrado acumula dos imágenes sobre el «vino»: «vino de su prostitución»
evoca la seducción ejercida por los cultos idólatras (cf. Jer 51,7 texto hebreo), en «vino de la ira» hay que
sobreentender «de la ira de Dios», que castigará tales desenfrenos (cf. Sal 60[59]5; 75[74]9; Is 51,17; Jer
25,15-29). Véase X. LEóN-DuFouR y otros autores, Vocabulario de teología bíblica, Herder, Barcelona, 5,

125
1972, 947s; H. HAAG, A. VAN DEN BORN, S. DE AUSEJO y otros autores, Diccionario de la Biblia,
Herder, Barcelona, 5, 1970, 2043. Nota del editor.
49. Oráculos sibilinos 5,143.159.
...............

9 Y otro ángel, el tercero, los siguió diciendo con gran voz: «Si alguno adora la bestia y su
imagen, y recibe su marca en la frente o en la mano, 10 beberá él también del vino de la ira de
Dios, vino puro, concentrado, en la copa de su furor. Y será atormentado con fuego y azufre en
presencia de los ángeles santos y en presencia del Cordero. 11 El humo de su tormento sube por
los siglos de los siglos, y no tienen reposo ni de día ni de noche los que adoran la bestia y su
imagen, y los que reciben la marca de su nombre.»

El tercer ángel se dirige con su amonestación a todos los adoradores de la bestia (cf.
13,12), tanto a los adeptos por convicción como a los simpatizantes por cobardía. No sólo
han traicionado a Dios y a su Ungido, sino también a sí mismos, que son imagen de Dios
(Gn 1, 26), y por añadidura, en cuanto que eran cristianos, también imagen de su Hijo, que
les había sido impresa como un sello en el bautismo. Por tal desafuero se les dará a beber
el vino de la ira de Dios "puro", sin mezcla, es decir, no aguado; el juicio descarga sobre
ellos sin piedad ni misericordia.
La descripción de su castigo trae a la memoria el de la destrucción de Sodoma y
Gomorra (Gn 19, 24); como los habitantes de estas ciudades, serán atormentados en el
fuego del infierno (19, 20; 20.10.15; cf. Is 34,9s). La singular añadidura "en presencia de
los ángeles santos y en presencia del Cordero" se ha de entender sin duda en el sentido de
que los condenados no pueden olvidar que fueron redimidos y cómo fueron redimidos, y
cuánto hizo Dios por salvarlos durante toda su vida; esto se lo recuerdan los ángeles de
Dios, de los que se dice en la carta a los Hebreos que son "enviados para servir a los que
van a heredar la salvación" (/Hb/01/14: ANGEL-CUSTODIO). En la convicción de que
ellos y nadie más que ellos son culpables de su propio destino, su odio se vuelve ahora también
contra ellos mismos. Pero lo más duro de su castigo está en que dura eternamente; contra
la sentencia condenatoria, que dispone una aplicación de la pena sin fin, no hay apelación
posible. En el Evangelio de la redención, que conoce la libertad humana de decisión, oímos
también un mensaje acerca del infierno.

126
12 ¡Aquí está la constancia de los santos, los que guardan los mandamientos
de Dios y la fe de Jesús! 13 Y oí una voz del cielo que decía: Escribe:
"Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor y desde ahora". Sí, dice el
Espíritu, que descansen de sus fatigas, pues sus obras los siguen".

El vidente, en vista del terrible fin de los réprobos, repite su exhortación a la constancia,
con la que había terminado también la descripción de la tiranía de la primera bestia (13,10)
y que indica que la fe debe estar a la altura de una prueba, en la que está en juego la
existencia humana en cuanto tal.
Una voz del cielo confirma la exhortaCIón del pastor, solícito por la fidelidad a la fe de los
cristianos, en una bienaventuranza dirigida a aquellos que en la persecución dan buena
prueba de sí hasta la muerte violenta del martirio. La voz hace a Juan el requerimiento de
consignar expresamente en un escrito la confirmación de su llamamiento, dada sin duda por
Dios mismo. Un segundo testigo infalible lo apoya también, a saber, el mismo Espíritu
profético que había dictado también los dichos sobre el vencedor en las siete cartas (cf.
comentario a 2,7). Según la prescripción de la ley (Dt 17,6; 19,15; Jn 8,17), dos testigos
concordes garantizan legítimamente la verdad; la constatación expresa de la confirmación
legítima subraya una vez más cuán en serio hay que tomar la exhortación.
El Espíritu da su confirmación en forma de una promesa, al igual que los dichos sobre el
vencedor. La muerte no es el fin, sino el tránsito de lo provisional y pasajero a lo definitivo.
Lo definitivo de los condenados se había descrito como un tormento sin reposo (14,11);
ahora, en cambio, la suerte eterna de aquellos que con su esfuerzo y con el mayor empeño
han alcanzado la bienaventuranza, aparece como reposo sosegado, como paz interior con
segura libertad. Sus obras, el quehacer de su vida desempeñado con fe animosa, se han
presentado como testigos delante del tribunal de Dios y han contribuido a decidir su
eternidad bienaventurada.

b) Mirada provisional al juicio futuro (14,14-20)

En una nueva visión puede ya Juan contemplar un momento a grandes rasgos el

127
transcurso del juicio, que luego se le mostrará todavía más en detalle (19,11-20,15). El
tema de la siega, que tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo se emplea para
representar el juicio, ofrece también aquí el marco para la descripción. En un dicho del
profeta Joel sobre el juicio (J1 4,13) se da ya la división de la doble cosecha del trigo y del
vino. Sobre este croquis se trazan ahora aquí dos cuadros de cosecha que, diferentemente
que en el dicho del profeta, se refieren también a dos diferentes hechos judiciales; el
primero describe con la imagen de la siega la recolección de los elegidos (14,14-16),
mientras que el segundo, con la imagen de la vendimia y de la pisa de la uva en el lagar
pinta el juicio contra los réprobos (14,17-20).

14 Y miré, y apareció una nube blanca, y sobre la nube, sentado uno, semejante a un hijo de
hombre, que tenía sobre su cabeza una corona de oro y en la mano una hoz afilada.

Primeramente aparece la persona principal de este proceso; nos es presentada con un


nombre y, adicionalmente, con títulos de soberanía. El centro y punto cardinal de la visión
(14,6-20) se ha alcanzado con ello; esto lo muestra también la división externa de la
sección: tres ángeles preceden a la aparición del «Hijo del hombre» y otros tres la siguen.
En la visión inaugural se había presentado a Cristo con el mismo nombre que aquí (1,13),
y ya en la introducción había sido anunciado como el que viene sobre las nubes (1,7); con
ambos se hace referencia a la visión del Hijo del hombre de Daniel (Dan 7,13), a la que
Jesús mismo había aludido en la predicción de su segunda venida para juzgar al mundo (Mt
24,30 par; 26,64 par). El Mesías juez aparece coronado de una corona de oro, signo de la
victoria y de la soberanía; en la mano lleva una hoz de segador como símbolo de su oficio
de juez.

15 Salió otro ángel del santuario, gritando con gran voz al que estaba sentado sobre la nube:
«Mete tu hoz y siega, pues ha llegado la hora de segar, porque se secó la mies de la tierra.» 16 El
que estaba sentado sobre la nube metió la hoz sobre la tierra, y la tierra quedó segada.

El cuarto ángel viene del templo, o sea del lugar de la presencia de Dios (7,15; 11,19).
Con palabras que no se salen del tema de la siega transmite al Hijo del hombre la orden del

128
Padre -único que fija la hora (Mt 24,36 par)-, la orden de comenzar el juicio. A su señal se
pone en marcha el juicio, que viene ejecutado en seguida. El cuadro presupone que no es
segada por el mismo que da órdenes, sino por los segadores; en las descripciones del
juicio por Jesús, expuestas con más detalle en base a la misma imagen, se menciona como
segadores a los ángeles (Mt 13,39.41.49; 24,31 par). El que impera sobre la nube tiene la
presidencia y se limita a dar las instrucciones, mientras que los ángeles ejecutan la
sentencia.

17 Salió otro ángel del santuario que está en el cielo, teniendo también él una podadera
afilada. 18 Y salió del altar otro ángel, que tenía potestad sobre el fuego, y gritó con gran voz al
que tenía la podadera afilada, diciendo: «Mete tu podadera afilada y vendimia los racimos de la
viña de la tierra, porque sus uvas están en sazón » 19 El ángel metió su podadera sobre la tierra, y
vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios. 20 Fue pisado el
lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre hasta alcanzar los frenos de los caballos en una
distancia de mil seiscientos estadios.

El cuadro de la vendimia no se limita a subrayar, como una repetición objetiva, el


significado del primer cuadro, el de la siega. La pintura pone más bien ante los ojos una
situación distinta de la del primer cuadro. El juicio se extiende a un grupo de hombres
diferente del primer cuadro. Ya no preside el acto judicial el Hijo del hombre, sino que un
ángel recibe de otro el encargo de Dios de dar la señal para la recolecci6n y para recoger
la cosecha. Del ángel que transmite la orden se dicen dos cosas: viene del altar, o sea del
lugar al pie del cual habían orado las almas de los mártires implorando un pronto juicio
contra los perseguidores (6,9s); se dice además que tiene poder sobre el fuego (cf.
comentario a 7,1). Esto recuerda al ángel que en una visión anterior, después de haber
puesto sobre el altar del cielo «las oraciones de todos los santos», tomó fuego de este altar
y lo arrojó a la tierra, y a continuación se anunció en catástrofes terrestres el juicio de la ira
de Dios (8,3-5). Este segundo cuadro del juicio, mucho más desarrollado incluso en los
detalles, va hasta la descripción de la ejecución de la sentencia. Todo esto indica que está
subrayado en el contexto global. Finalmente, la cosa misma que se quiere significar deja
marcadas huellas en el cuadro, como lo indican las expresiones «el gran lagar de la ira de

129
Dios» y el «fuego»; así no queda ya la menor duda de que se trata del juicio pronunciado
sobre los impíos. Esto confirma también la idea de que en el cuadro más sereno del juicio
que representa la siega se quería expresar la recogida de los elegidos (cf. Mt 24,31 par;
también 13,30 y 3,12).
En la estructuración del cuadro se nota el influjo de sus modelos del Antiguo Testamento
(además de Jl 4,13, especialmente Is 63,1-6). Dios deja intactas las «uvas» del mal hasta
que maduren (cf. Mt 13,30), antes de que sean pisadas «fuera de la ciudad». El profeta
Joel traslada el juicio sobre los paganos al valle de Josafat, delante de las murallas de
Jerusalén (J1 4,2.12); en él se halla también la imagen del lagar desbordante (Jl 4,13); con
ella se trata de dar una sensación de las dimensiones de la destrucción. Sobre todo, el río
de sangre, cuyas dimensiones de longitud y profundidad se indican, -la imagen procede de
la apocalíptica judía- representa gráficamente lo extenso y tremendo de este juicio; la
indicación simbólica del número de los estadios (un estadio = 177,6 metros), que resulta del
cuadrado del número cósmico 4 multiplicado por 100 (16 X 100 = 1600), sirve al mismo
objeto; este número quiere decir, juntamente con el símbolo de universalidad en él
contenido, que ni uno solo de los impíos esquivará el juicio. El juicio de Dios es tan grande
como Dios mismo.
Su ejecución tiene dos facetas, una luminosa, la elección, y otra sombría, la reprobación.
El fallo en el juicio lo ha pronunciado previamente el hombre, al optar por aquel que en la
visión viene situado deliberadamente en el centro u optar contra él; la salvación o la
perdición depende de la posición que se adopte frente a Cristo, centro del universo y de su
historia.

2. LA VISIÓN DE LAS COPAS (15,1-16,21)

Tras el anuncio del juicio (14,6-12) y la mirada previa al mismo se desarrolla ahora en
cuadros particulares lo que se había expresado fugazmente en la visión de conjunto:
invitación a la conversión, caída de Babilonia, juicio sobre los impíos. Al último
requerimiento a la conversión (14,6s) responde el desarrollo de aquella llamada a la
penitencia en forma de una acción amonestadora de Dios (las plagas de las copas). De ello
resulta que también la última serie de siete medios de corrección de Dios, al igual que las

130
precedentes (plagas de los sellos y de las trompetas) -si bien todas ellas son también
expresión de la ira de Dios por la perversión y malicia humana-, persiguen como fin último,
no el castigo sino la conversión; son por tanto, según la intención de Dios, las últimas
pruebas con vistas a la salvación. En los desarrollos relativos al transcurso de las
calamidades se da a entender esto explícitamente con la triple anotación con que se indica
que no se ha logrado este objetivo (16, 9.11.21).

1 Y vi otra señal grande y maravillosa en el cielo: siete ángeles que tenían siete plagas, las
ultimas, porque con ellas se consumará la ira de Dios.

El primer versículo indica, a manera de epígrafe, el contenido de toda la sección


15,1-16,21. Además se explica que las plagas de las copas se trata de las últimas pruebas
de Dios antes del juicio final y del fin del mundo. Con esto se relaciona la circunstancia de
que tocante a estas plagas no se señala ya limitación alguna de cantidad y de espacio
como en el caso de las plagas de los sellos y de las trompetas; éstas afectan al universo
entero, y en la tierra van dirigidas las catástrofes especialmente contra el reino de la bestia.
Así pues, en estas hecatombes despeja ya Dios obstáculos que se oponen a su definitiva
toma de posesión del reino. Dios descarga su contragolpe contra la tentativa del mundo de
hacerse refractario al futuro absoluto de Dios. A un mundo que se encastilla contra Dios y
se encierra en su arbitrariedad, se le derriban las barricadas, se le perturba e impide
eficazmente su estructuración anticristiana.
Por lo que hace a los hombres estas duras medidas aquí descritas persiguen en primera
linea, como ya se ha dicho, el objetivo de mover a los hombres a entrar dentro de sí
mismos. Ahora bien, dado que ellos las sienten como grave correctivo, tienen éstas al
mismo tiempo carácter de castigo y se les manifiestan como juicio de la ira de Dios. En
cuanto que de esta manera se manifiesta provisionalmente la ira de Dios en el transcurso
de la historia del mundo, y por tanto las intervenciones de Dios anuncian y aceleran el
verdadero «día de la ira, cuando se revele el justo juicio de Dios» (Rom 2,5), también la
historia del mundo se puede designar como un juicio final provisional, como el juicio final
anticipado.
Juan contempla en esta visión un hecho («señal») de gran importancia que se desarrolla

131
en el cielo (cf. 12,1.3); puesto que esta «señal» desborda el marco y la posibilidad de la
naturaleza, la llama «grande y maravillosa»: siete ángeles están en la bóveda del cielo,
prontos a desatar las últimas plagas

a) Preludio en el cielo (15,2-8)

2 Vi como un mar transparente, mezclado de fuego, y a los vencedores de la bestia, de su


imagen y de la cifra de su nombre, de pie sobre el mar transparente, con cítaras de Dios. 3 Y
cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: «Grandes y
admirables son tus obras, Señor, Dios todopoderoso; justos y verdaderos tus caminos, rey de las
naciones. 4 ¿Quién no temerá, Señor, y no glorificará tu nombre? Porque tú solo eres santo,
porque todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti, porque tus actos de justicia han quedado
manifiestos.»

Antes de ver Juan a los siete ángeles en acción, se le muestra un espectáculo en el cielo,
que se desarrolla en dos escenas. Ve primeramente en la gloria con Dios la muchedumbre
bienaventurada de aquellos que en la lucha contra la bestia han dado buena prueba de sí y
han muerto en el Señor (14,13).
El teatro de la visión es, conforme a esto, la sala del trono de Dios; su pavimento, la
bóveda del cielo, se describe con la misma comparación que se había usado ya antes (cf.
comentario a 4,6), aunque ahora con una indicación suplementaria: la superficie clara,
esplendente, centellea como brasas de fuego; como el crepúsculo anuncia el fin de un día,
así este esplendor anuncia ante el Señor del tiempo y de la eternidad (cf. 4,8: «el que era,
el que es y el que ha de venir») el fin del mundo y el juicio inminente.
La gloriosa multitud de héroes sobre el suelo incandescente canta el canto de victoria
ante el trono de aquel que los ha salvado. La triple enumeración («de la bestia, de su
imagen y de la cifra de su nombre») menciona al enemigo sobre el que ellos triunfan; al
mismo tiempo trae con énfasis una vez más a la memoria su situación de otrora, totalmente
desesperada en razón de las circunstancias externas. Por eso cantan ellos su canto de
victoria como canto de acción de gracias a aquel que está sentado en el trono: él los ha
salvado. En cuanto a su tenor, se basa constantemente en alabanzas contenidas en el

132
Antiguo Testamento, y con textos venerandos del primer pueblo de la alianza ensalza la
excelsitud y santidad del Creador del mundo, así como la justicia y omnipotencia del que
tiene en sus manos las riendas de la historia.
La doble designación («cántico de Moisés», «cántico del Cordero») pone aquella acción
salvífica del Antiguo Testamento expresamente en relación con la que se celebra ahora.
Sobre todo se destaca aquí la forma especial como Dios llevó a cabo la salvación las dos
veces. Entonces se efectuó por medio del guía enviado a su pueblo, Moisés, ahora por su
Hijo enviado a este objeto al pueblo y cuya muerte sacrificial vicaria operó la redención
(«el Cordero»). La primera acción salvadora de Dios proyecta anticipadamente su luz, como
prefiguración, sobre la segunda y definitiva. Como Moisés después del paso del mar Rojo
entonó el cántico de acción de gracias en medio de los salvados y en nombre de ellos (Ex
15,1-18), así ahora también el Cordero en medio de la tropa gloriosa de combatientes, que
ha alcanzado la victoria gracias a él (cf. 14,1-5).
En esta escena se anticipa por segunda vez, como presente, la victoria de Cristo todavía
futura, que ha de decidirlo todo (cf. comentario a 14,1-5); de esta manera los fieles de
Cristo vienen confirmados con certeza profética en la esperanza de la salvación definitiva
totalmente cierta, antes de ser introducidos juntamente con los incrédulos en el difícil
período del último juicio de Dios que les amenaza.

5 Después de esto miré, y se abrió el santuario del tabernáculo del testimonio en el cielo. 6
Y salieron del santuario los siete ángeles que tenían las siete plagas, vestidos de lino
resplandeciente y puro, y ceñidos alrededor del pecho con ceñidores de oro. 7 Y uno de los cuatro
seres vivientes dio a los siete ángeles siete copas de oro, llenas de la ira del Dios que vive por los
siglos de los siglos.

La segunda escena informa sobre el marco solemne en que se efectúa el equipamiento


de los siete ángeles. Se abre el portal del templo celestial (cf. 11,19) y Juan ve el arquetipo
conforme al cual Moisés, en otro tiempo, había erigido por orden de Dios la tienda de la
alianza (Ex 25,9.40; Heb 8,5), porque Dios quería durante la marcha por el desierto hacerse
presente a su pueblo mediante revelaciones y prodigios.
De este templo ve Juan salir a los siete ángeles en atavío sacerdotal (cf. comentario a

133
1,13); vienen del servicio sacerdotal ante el Santísimo para continuarlo en el cumplimiento
de su encargo acerca de la tierra (cf. 8,2-5), para lo cual llevan siete plagas. Vienen por
tanto de Dios y hacen su servicio para el «Rey de las naciones», santo en su ser y justo en
su gobierno (cf. 15,3s).
Uno de los cuatro seres vivientes que están en especial relación con la creación (cf.
comentario a 4,7) los equipa para su misión (cf. 6,1-8); se les entregan siete recipientes
celestiales («de oro») para que viertan su contenido, que es la ira de Dios y que, al verterse
las copas, herirá a la humanidad con juicio y castigo.

8 El santuario se llenó del humo procedente de la gloria de Dios y de su poder, y nadie


podía entrar en el santuario hasta que se consumaran las siete plagas de los siete ángeles.

Como signo exterior de la presencia de la gloria y del poder del Altísimo ve el vidente
cómo el templo se llena de humo 51; éste impide entrar a los hombres 52. Mientras se
llevan a cabo las plagas de las copas, es Dios inaccesible; no hay intercesión o mediación
que pueda desviar sus castigos.
...............
51. Cf. Ex 19,18-20; 24,15-18; Is 6,4.
52. Cf. Ex 40,34s;1R 8,10s.
....................

b) La realización de las plagas de las copas (16,1-21)

El séptimo toque de trompeta, con el que había de comenzar el último «ay» (11,14) y ser
«consumado el misterio de Dios» (cf. comentario a 10,6s), ha tenido ya lugar (11,15); sin
embargo, no se ha dicho nada de los acontecimientos que con ello se pondrían en marcha.
Ha seguido inmediatamente una mirada provisional al último fin de la creación como ya
alcanzado (11,19), la cual da gracias en un himno al Todopoderoso por la salvación
consumada en el reino de Dios consumado. Al final ha vuelto de nuevo la exposición a la
realidad del mundo pasajero, insinuando, por lo menos simbólicamente (11, 19b), las
catástrofes pendientes que había anunciado el último toque de trompeta. Allí empalma la
serie de cuadros que ahora comienza y que reanuda la descripción del último «ay»; las
134
diferentes exposiciones desarrollan el curso de la historia final hasta antes del fin último
contemplado ya anticipadamente (11,15-19a).
En la forma de la exposición sigue el hagiógrafo su misma táctica; como de la apertura de
los siete sellos surgió el nuevo septenario de las plagas de las trompetas, así de la visión
de las siete trompetas surge el tercer grupo septenario de las visiones de las copas.
Las visiones de las copas van completamente paralelas a las de las trompetas en cuanto
a su desarrollo y a su contenido, como también unas y otras siguen muy de cerca el modelo
bíblico, la descripción de las plagas de Egipto (cf. comentario a 8,7-12); sólo en cuanto al
contenido y a la gravedad están éstas intensificadas hasta el extremo, como corresponde a
la proximidad del fin del mundo.

1 Y oí una gran voz procedente del santuario, que decía a los siete ángeles: «Id y derramad
sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios.»

Dios mismo («una gran voz procedente del santuario») da la orden de vaciar las copas;
así la palabra misma del Creador inaugura el proceso final para la transformación de su
creación, de su forma pasajera a su forma perfecta y definitiva.

2 Fue el primero y derramó su copa sobre la tierra. Y sobrevino una úlcera


maligna y dolorosa a los hombres que tenían la marca de la bestia y que
adoraban su imagen. 3 El segundo derramó su copa sobre el mar, y éste se
convirtió en sangre como de muerto, y todo ser vivo que había en el mar murió. 4
EI tercero derramó su copa sobre los ríos y sobre las fuentes de las aguas, y se
convirtieron en sangre.

Las cuatro primeras plagas de las copas afectan, como las correspondientes plagas de
las trompetas, a la tierra, al mar, al agua dulce y al sol.
De la primera plaga se dice que sólo afecta a aquellas personas cuya corrupción interior
se manifiesta ahora también al exterior en úlceras malignas. La segunda cambia toda el
agua del mar en sangre, concretamente en sangre de cadáveres en putrefacción, que hiere
mortalmente toda vida en el mar. La tercera corrompe el agua dulce, transformándola en

135
sangre; el que no quiera morir de sed, tiene que beberla.

5 Y oí al ángel de las aguas que decía: «Justo eres, el que es y el que era, el
santo, por haber hecho así justicia. 6 Porque derramaron sangre de santos y de
profetas, sangre les has dado a beber. Bien se lo merecen.» 7 Y oí al altar que
decía: «Así es, Señor, Dios todopoderoso. Verdaderos y justos son tus juicios.»

Dos oraciones, a modo de responsorio, reconocen la justicia de estos juicios de Dios.


Incluso el ángel al que se había confiado el cuidado del agua (cf. comentario a 7,1) no
puede menos de reconocer que está justificada la perturbación de su elemento. Como
anteriormente en 11,17, también aquí falta el tercer miembro de la fórmula con que se
designa a Dios («el que ha de venir»), dada la inminencia de su venida. Los adeptos de la
bestia han hecho la guerra a los «santos» (cf. 13,7) y a los «profetas» (cf. 11,7) y les han
dado muerte; si ellos mismos tienen ahora que beber sangre, es éste el castigo debido a los
homicidas.
Esta forma drástica de expresión, conforme al modo de hablar apocalíptico, debe
naturalmente entenderse sólo en sentido figurado, y en sentido propio sólo quiere decir que
en el juicio de Dios vige la norma de la estricta justicia. Del altar, al pie del cual las almas
de los mártires habían implorado justicia (d. 6,9s), viene como un eco la confirmación de las
palabras del ángel.

8 El cuarto derramó su copa sobre el sol, y le fue concedido abrasar a los hombres con
fuego. 9 Y fueron abrasados los hombres con fuego intenso. Y blasfemaron del nombre de Dios,
que tiene potestad sobre estas plagas; pero no se convirtieron para darle gloria.

La cuarta copa es derramada sobre el sol; su contenido causa, como aceite que se
derrama sobre el fuego, no la disminución de su claridad, como en la correspondiente plaga
de las trompetas, sino una intensificación de su calor, como fuego que todo lo abrasa.
En este ultimo tiempo, los castigos de Dios no mueven ya, como antes (cf. 11,13), a los
hombres a penitencia y conversión; de los labios de los empedernidos en el mal, que
seguramente saben quién les envía estos correctivos y por qué lo hace, sólo salen ya

136
blasfemias y maldiciones.

10 El quinto derramó su copa sobre el trono de la bestia, y su reino se cubrió


de tinieblas, y las gentes se mordían las lenguas de dolor. 11 Y blasfemaron del
Dios del cielo, a causa de sus dolores y de sus úlceras; pero no se convirtieron
de sus obras.

El quinto ángel derrama su copa sobre el trono de la bestia; el poder del mundo, que está
al servicio de Satán, experimenta por primera vez cómo se han puesto limites a su violencia,
pese a toda sagaz reflexión, a todo planeamiento consecuente y a todas sus amplias
disposiciones. Su resplandor, manifestado como obvio y natural, se extingue; los hombres
se sienten repentinamente inseguros al nublarse aquello en que habían puesto toda su fe y
en que estribaba su esperanza; a ello se añaden como una plaga dolores físicos
insoportables. Las insinuaciones son demasiado concisas para que se pueda deducir de
ellas algo un tanto concreto. Probablemente no es posible utilizar para su inteligencia los
detalles de la correspondiente plaga de las trompetas, ampliamente desarrollada (9,1-11).
El empleo de correctivos más fuertes no da lugar a la conversión, sino que incrementa, con
furor encarnizado, la rebelión contra Dios. El Dios que había sido declarado depuesto y
«muerto» vuelve a aparecer de repente y es culpable de todo.

12 El sexto derramó su copa sobre el gran río Eufrates, y su agua se secó, de


modo que el camino de los reyes que vienen de Oriente quedó libre. 13 Y vi salir
de la boca del dragón, de la boca de la bestia y de la boca del falso profeta tres
espíritus inmundos como sapos. 14 Son espíritus demoníacos que obran señales
y acuden a los reyes de la tierra entera para congregarlos para la batalla del gran
día del Dios todopoderoso. 15 Mirad que voy como un ladrón. Bienaventurado el
que está velando sin quitarse los vestidos, para que no tenga que andar desnudo
y vean sus vergüenzas. 16 Y los congregó en el lugar que en hebreo se llama
Harmaguedón.

La plaga de la sexta copa está descrita más por extenso. La precedente afectaba al

137
titular, mientras que esta otra se refiere a los aliados e instrumentos, del poder mundano,
que está al servicio de Satán.
Con el desecamiento del río Eufrates (cf. Is 11,15; Jer 51,36) se suprime la barrera que
hasta ahora representaba un obstáculo para la reunión del entero contingente de poder del
Anticristo. Los poderosos del mundo, que se habían puesto al servicio de la trinidad
satánica (cf. comentario a 13,11), creen que ha llegado la ocasión propicia para dar ahora
juntos el golpe de muerte definitivo a la Iglesia de Cristo en la tierra. La triga satánica
redobla su propaganda a este objeto; se enganchan tres propagandistas y promotores de
guerra suplementarios, espíritus diabólicos que emanan de ellos, espíritu de su espíritu.
Los nuevos jefes de propaganda tienen la figura de sapos; en la religión de los persas, que
residían al Este del Eufrates («los reyes que vienen de oriente»), se tenía a los sapos por
instrumentos de Ahrimán, el dios de las tinieblas; ésta sería la razón de que los «tres
espíritus inmundos» aparezcan en la figura de estos animales.
Su campaña propagandística tiene éxito. El mundo entero se incorpora como un solo
hombre y todos los poderes del mundo entran en campaña contra Dios y contra los que se
le mantienen fieles. Como campo de batalla, el Apocalipsis menciona Harmaguedón:
«Montaña de Megidó» (cf. 2Cro 35,22). Junto a la fortaleza israelita de Megidó, al borde
sudeste de la llanura de Esdrelón, tuvieron lugar muchos combates históricos 54; esto pudo
ser el motivo por el que se aplicó este nombre simbólico al teatro de la decisiva batalla
escatológica.
Hasta ese combate final de la historia es ya Harmaguedón actualidad histórica cada vez
que los poderes del mal reunidos se dirigen contra Dios y contra la Iglesia de su Hijo, como,
por otro lado el monte Sión es ya realidad dondequiera que la Iglesia se agrupa unida y fiel
en torno a Cristo, su pastor (cf. 14,1-5).
La indicación del lugar -Harmaguedón- despierta el deseo obvio de la indicación del
tiempo, sentida todavía como más apremiante. A este deseo responde la llamada de Cristo,
que viene formulada de manera imprevista en la descripción y quiere decir: Él vendrá con
toda seguridad y aparecerá inesperadamente («como un ladrón», cf. 3,3) y de improviso, es
decir, en un momento que no se puede predecir ni calcular por adelantado (cf. Mt 24,36
par; lTes 5,2-11). Por eso repite el Señor glorificado la exhortación a estar vigilantes y
prontos, que ya durante su vida había dirigido a sus discípulos en circunstancias

138
semejantes (cf. Mt 24,42 par).
La vigilancia atiende llena de expectación a todos los indicios de la venida de Cristo que
se manifiestan en la historia; en cada momento fugaz del mundo que camina hacia este
futuro definitivo descubre la llamada a decidirse por el Señor que ha de venir, a responderle
en cada momento, es decir, a estar preparados para su venida como uno que está en vela,
vestido y preparado, esperando al que ha de recogerle.
Quien lleva así su vida es llamado bienaventurado, porque ha aprovechado en la debida
forma la caducidad del tiempo para su propia eternidad.
...............
54. Cf. Jue 4,4ss; 5,19ss; 2Re 9,27;23,29s; 2Cró 35,20-24.
...............

17 El séptimo derramó su copa en el aire. Y salió del santuario una gran voz
que procedía del trono y que decía: «¡Hecho está!» 18 y hubo relámpagos y
voces y truenos, y sobrevino un gran terremoto, cual no lo hubo desde que existe
el hombre sobre la tierra; así de grande fue el terremoto. 19 La gran ciudad se
partió en tres, y se derrumbaron las ciudades de los gentiles. Y Dios se acordó
de Babilonia, la grande, para darle a beber la copa del vino de su terrible ira. 20
Huyeron todas las islas; los montes desaparecieron, 21 y una enorme granizada,
con granos del peso de un talento, cae del cielo sobre los hombres. Y los
hombres blasfemaron de Dios por la plaga de la granizada, porque la plaga es
realmente grande.

El séptimo ángel derrama la última copa en el aire, o sea, sobre lo que rodea y envuelve
a la tierra. Acto seguido, una voz que proviene del santuario -sin duda la del mismo que
había dado el encargo (16,1)- afirma: «¡Hecho está!», llegó el fin del mundo.
Los trastornos cósmicos llegan al colmo (cf. 6,12-17), de modo que después, apenas si
se reconoce ya la tierra; sólo ha quedado un imponente montón de escombros. De las
devastaciones que se han originado en la capital del Anticristo se menciona una en
particular: a consecuencia del terremoto, la ciudad se partió en tres; con esto se ha dado el
golpe decisivo contra la unidad externa y al mismo tiempo contra la concordia interna del

139
poder mundano contrario a Dios. Hasta aquí había dado la sensación de que Dios había
dejado olvidado este centro de la impiedad y de la corrupción. Ahora se le piden cuentas; a
continuación se hablará por extenso del juicio que se ha ejecutado contra él (17,1-19,10).
Como una granizada de piedras tan enormes acabaría con todo sobre la tierra, así ahora
en estos últimos golpes demoledores queda hecho añicos todo lo que la naturaleza y la
cultura habían producido sobre la tierra; en estas hecatombes de la tierra se anuncia el fin
del mundo; ha pasado ya para siempre el tiempo de aquellos que habían resistido
pertinazmente a todas las ofertas de gracia de Dios y que ahora lo maldicen
obstinadamente.
(_MENSAJE/23. Págs. 180-203)

3. EL JUICIO SOBRE BABILONIA (17,1-19,10)

Con las plagas de las copas han terminado ya sin resultado las medidas tomadas por Dios
que ante el juicio final, que se acerca debía dar a los impíos el ultimo impulso para entrar
dentro de sí y convertirse; de resultas del obstinado empedernimiento de los adeptos de la
bestia, estas medidas tienen ya en gran parte el carácter de castigos; con ellas comienzan
ya al mismo tiempo las últimas disposiciones que han de dejar campo libre para la
definitiva reestructuración del mundo. A continuación se lleva adelante la purificación de la
creación de Dios de todo lo antidivino; la descripción se desarrolla aquí en sentido contrario al de
la toma de posesión del mundo por el poder hostil a Dios. Primero se expone cómo su punto
central de apoyo en la tierra, la metrópoli del Anticristo, queda destruido y aniquilado; luego se
habla de cómo son puestos fuera de combate los poderes auxiliares del dragón y, finalmente,
cómo es dejado definitivamente desarmado y desposeído el dragón mismo.
Con esto se sienta también el prerrequisito para la separación definitiva del bien y del mal
en el último juicio; con esta separación se cumple además la condición previa para el
establecimiento de la plena soberanía de Dios.

140
a) La gran meretriz (17,1-18)

1 Vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, y habló conmigo diciendo: «Ven,
te mostraré el juicio contra la gran meretriz, la que está sentada sobre muchas aguas. 2 Con ella
fornicaron los reyes de la tierra, y con el vino de su fornicación se embriagaron los moradores de
la tierra.»

La plaga de la última copa había iniciado ya el juicio sobre Babilonia (16,9), que antes
había sido anunciado por un ángel (14,8). Sin embargo, antes de describirlo en una pintura
sorprendentemente amplia e impresionante (18,1-19,10), traza el profeta un cuadro de la
corte del Anticristo, que le viene mostrada en una representación simbólica por el ángel de
las copas (17,1-6). A esta descripción del cuadro sigue una interpretación por el ángel
(17,7-18), que, pese a su prolija exposición, tiene hoy para nosotros varios puntos obscuros
y deja pendientes algunas cuestiones.
Los dos primeros versículos son de nuevo (como 15,1) un epígrafe que indica el tema y
al mismo tiempo adelanta algunos esbozos de interpretación para inteligencia de la
materia.
Cuando en los escritos veterotestamentarios se quiere estigmatizar la impiedad y
especialmente la hostilidad a Dios de una ciudad, se designa para ello la ciudad como una
meretriz 55; el mismo objeto tiene también aquí esta designación.
La descripción del emplazamiento de Babilonia («sobre muchas aguas») se basa en Jer
51,13; exteriormente hace referencia a la extensa red de canales del Eufrates, que corría
por la ciudad y los alrededores. Ya en Jeremías se entendía simbólicamente este detalle;
de la misma manera se interpreta también simbólicamente más abajo en el Apocalipsis (v.
15), aplicándose al dominio de Babilonia sobre todos los pueblos del mundo; por lo demás,
su estrecha relación con las «ciudades de los gentiles» se había insinuado ya en 16,19; la
ciudad de Babilonia representa aquí su entera zona de influencia. De ello resulta que
Babilonia es como una magnitud política de influjo mundial.
Como centro de influencia del mundo contrario a Dios ha contagiado a todos los
«moradores de la tierra» (cf. comentario a 3,10) de su espíritu antidivino e inmoral (cf. 14,
8;

141
18,3); ella lo mantiene en vigor por medio de los «reyes de la tierra» que le están sumisos,
que en todas partes ponen en juego su poder en la tierra en este sentido.
...............
55. Is 1,21;23,17; Ez 16,15ss; 23,1ss; Nah 3,4.
...............

3 Y me llevó en espíritu a un desierto. Vi a una mujer montada sobre una bestia de color
escarlata, llena de nombres blasfemos, que tenía siete cabezas y diez cuernos.

Los datos del epígrafe se explican ahora mediante la descripción más detallada del
cuadro contemplado en una visión y con la interpretación subsiguiente. La visión comienza
con un rapto (cf. 4,1s); desde la plataforma del desierto que se extiende entre Palestina y
Mesopotamia se muestra a Juan lo que él describe a continuación; desde este mismo
desierto había contemplado también Isaías el juicio sobre Babilonia (Is 21,1-10).
La metrópoli del Anticristo, en la que está como concentrado su dominio mundano
contrario a Dios, aparece en la figura simbólica de una mujer. Está diseñada
deliberadamente como imagen antitética de la otra mujer del capítulo 12, símbolo de la
Iglesia de Dios, como también de otra figura simbólica de mujer, por la que más adelante se
expresa la relación de la Iglesia con Jesucristo, la figura de la «esposa del Cordero»
(21,9ss). La entrega a la voluntad de Dios y de su señor Jesucristo caracterizan a la Iglesia,
mientras que la entrega a la voluntad de Satán es la nota distintiva de la antiiglesia del
Anticristo; por esta razón se representa ésta como meretriz en el cuadro de la pervertida
entrega femenina (14,4).
La mujer cabalga sobre un animal; las diosas a caballo no son raras en las
representaciones del antiguo oriente. De la descripción más detallada del animal se
desprende inmediatamente su identidad con la bestia que sale del abismo (13,1-10). Su
mismo color, pero sobre todo los nombres blasfemos con que está pintarrajeado su cuerpo
entero, no ya solamente su cabeza (cf. 13,1), muestran su naturaleza afín con Satán. La
bestia lleva sobre sus espaldas a la meretriz; el reino mundano escatológico y su capital se
apoyan en el espíritu y en el poder de Satán.

142
4 Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata; adornada de oro y de piedras preciosas y
de perlas, y tenía en la mano una copa de oro, llena de abominaciones y de las impurezas de su
fornicación.

La mujer es en todo su aspecto una monstruosidad y un esperpento; aditamentos


groseros muestran al servicio de quién está.
El color de que va vestida es el de la soberanía (púrpura) y el de la bestia que monta (v.
3). Compuesta y sobrecargada con preciosas joyas, el ornato de la tierra -la mujer de 12,1
irradia un resplandor de luz celestial-, se exhíbe en posesión y disfrute ilimitado de los
bienes de este mundo. La mera desmesura y ostentación del fasto la hace ya sospechosa a
un juicio sereno: todo hace conjeturar que aquí la pobreza y vaciedad, fealdad e
inseguridad del interior están compensadas en exceso. Finalmente, el contenido de la copa
que lleva en la mano la meretriz confirma la sospecha de la más honda corrupción, con la
que sin embargo embriaga a todas las gentes. Finalmente, el contenido de la copa da a
entender lo que ya se expresaba con el símbolo de la meretriz, a saber, la impiedad, con la
que no pocas veces va de la mano la inmoralidad que aquí no se expresa directamente 56.
...............
56. Esta imagen de la gran meretriz muestra con suficiente claridad que el Apocalipsis no concreta simple-
mente en complejos de poder político la manera de manifestarse en la historia el poder del Maligno, hostil a
Dios Aquí aparecen nuevos factores: prestigio económico en el mundo, civilización del bienestar, lujo
desmedido y ansia irrefrenable de placer. La imagen global de lo demónico resulta del contenido de
significado de tres imágenes, las de la primera y segunda bestia y la de la «gran meretriz», Babilonia. Según
esto, apenas si es posible localizar y circunscribir geográficamente las formas de manifestarse el
Anticristo.
...............

5 Sobre su frente había un nombre escrito -un misterio-: Babilonia, la grande, la madre de
las meretrices y de las abominaciones de la tierra.

Las meretrices de la ciudad de Roma llevaban entonces una diadema con su nombre. En
la diadema de la meretriz lee Juan el nombre de Babilonia con una aclaración
suplementaria, por la que se da a conocer como origen y raíz última de toda hostilidad

143
contra Dios y de toda depravación.
Acerca del nombre de Babilonia declara el vidente que es "un misterio"; no se refiere por
tanto a la Babilonia histórica, que entonces había pasado ya a la historia; se trata más bien
de un pseudónimo, bajo el que se oculta una ciudad de los tiempos históricos de Juan. En
concreto se alude a Roma (cf. comentario a 14,8), capital del imperio romano, que en el
culto al emperador imponía a la fuerza a todos los súbditos el culto idolátrico. Aquí, como
casi siempre en el Apocalipsis, el símbolo va más allá de la situación histórica particular,
convirtiéndose en pauta de validez supratemporal. La historia no se repite; la esencia de la
historicidad consiste precisamente en que cada vez se trata de un acontecer único en
circunstancias únicas. Sin embargo, pese a toda la unicidad, singularidad e irrepetibilidad
concreta, puede por encima de esto producirse cada vez algo que en el fondo es lo mismo.
En el proceso histórico -así lo ve la revelación, y esto es esencial para su concepto de
historia- va implícita una realidad que es actual en cada actualidad concreta; en ella se cifra
el acontecer propiamente dicho de todo transcurso de los acontecimientos. Ahora bien este
hecho de profundidades no está a la vista directamente y sólo se puede captar y
representar con signos. Con esto se halla íntimamente relacionada la representación de la
apocalíptica; ésta destaca el carácter típico del acaecer mundano en base a
acontecimientos históricamente únicos, de una vez, irrepetibles. Así, con la Roma del
emperador Domiciano «se puede reproducir y reconocer la cruel y ebria ciudad mundana
de todos los tiempos».

6a Y vi a la mujer ebria de la sangre de los santos y de la sangre de los testigos de Jesús.

Un último rasgo que se añade a la pintura de la gran meretriz completa el repelente


cuadro: Está ebria, ebria de la sangre de los cristianos y de los mensajeros del Evangelio
(«testigos de Jesús»), a los que ella ha hecho matar.
La falsa virtud redentora atribuida a Satán, que en aquel tiempo se propagaba en el culto
al César, reconocía al emperador divinizado, como el salvador del mundo. La realidad
salvadora de Dios profesada por el cristianismo debía, por tanto, sentirse como una
competencia peligrosa; con sangrienta violencia contra sus representantes se procuraba
borrarla de la historia universal.

144
6b Y quedé grandemente asombrado al verla. 7 Díjome el ángel: «¿Por qué te asombraste?
Yo te diré el misterio de la mujer y de la bestia que la lleva, que tiene las siete cabezas y los diez
cuernos.

Juan está espantado de la imagen desconcertante de la mujer y se pregunta cómo es


posible semejante horror. El ángel que le ha mostrado la visión procura ayudarle a
comprender lo contemplado mediante explicaciones de detalles.

8 »La bestia que viste, era y no es, y está para subir del abismo y va a la
perdición. Y los moradores de la tierra, aquellos cuyo nombre no está escrito en
el libro de la vida desde la creación del mundo, quedarán atónitos, cuando vean
la bestia: pues era y no es, y aparecerá. 9a Aquí está la manera de entender con
sabiduría.

Las explicaciones del ángel comienzan por la bestia que monta la mujer; son más
detalladas que las explicaciones que siguen sobre la figura de la meretriz, aunque la bestia
había sido presentada ya en 13,1-10.17s y caracterizada en su ser; esto indica que hay que
prestar mayor atención a la bestia como figura principal. Aquí se añaden algunas
explicaciones complementarias, que tienen importancia para el reconocimiento de la bestia
cuando se presente el caso; sin embargo, dado que por precaución estas explicaciones
debían darse en forma cifrada, quedan algunas cosas en la obscuridad, sobre todo para los
que vivimos hoy. Juan mismo se hace cargo de ello y así, como ya anteriormente en 13,18,
indica que para entender se requiere aquí una penetración que no estriba sólo en la
inteligencia natural del hombre, sino que viene otorgada a los fieles por gracia; sólo así se
puede reconocer en cada caso al Anticristo 58.
Ya las primeras indicaciones aparecen notablemente obscuras Sin embargo, una cosa es
suficientemente clara: estos datos se refieren a la historia de la bestia. Es una historia
verdaderamente extraña; no encaja en el marco dentro del cual suelen transcurrir los
hechos de la existencia humana, sino que más bien alterna en un sentido y en otro entre
dos mundos diferentes, el visible y el invisible. En el enunciado trimembre («era y no es, y

145
está para subir») merece notarse que parece construido a imitación del triple predicado de
Dios ( «que es, que era, y que ha de venir», 1,4). Así pues, la bestia representa la tentativa
de imitar a Dios; es el contrincante de Dios, aunque en realidad no le sale del todo su
juego. En efecto, se dice de ella que ahora «no es»; la eternidad, propia de la esencia de
Dios, no le corresponde a ella 59.
Además, en esta fórmula con que se caracteriza a la bestia se insinúa una nueva
tentativa de imitación. El Anticristo querría imitar también a su manera la primera venida
de Cristo, su partida del mundo en la Ascensión y su segunda venida para juzgar al mundo;
pero también aquí se dice implícitamente que tampoco esta imitación se logra sino
exteriormente; en efecto, la parusía de la bestia no tiene lugar a partir del ámbito de la
gloria divina, sino del abismo de la perdición, al que finalmente tiene que volver para
siempre.
No obstante, la reaparici6n de la bestia hará gran impresión a aquellos que no son
capaces de discernir su naturaleza. Los elegidos poseerán el necesario don de
discernimiento (cf. 13,8); los otros, en cambio, cuyo destino final será semejante al de la
bestia (exclusión de la vida eterna), muestran asombro y devoción reverente a la bestia
reaparecida (cf. 13,3).
El sentido de este enunciado sobre la bestia no se limita sin embargo a una referencia
meramente formal a su parodia de Dios y de su Mesías; trata también de informar más en
concreto sobre esta aparición de los últimos tiempos; con todo, los puntos concretos de
referencia que aquí se ofrecen veladamente por prudencia, sólo pueden decir algo en cada
caso a la penetración de fe.
...............
58. Aquí se confirma a los fieles que para la interpretación de las señales del tiempo no cuentan únicamente
con la capacidad cognoscitiva natural y su radio de alcance, sino que además se le otorga el conocimiento más
profundo y seguro de fe.
59. La interpretación en sentido exclusivamente de historia del tiempo tropieza aquí con la indicación «y no
es»; esto quiere, en efecto, decir que en la época en que escribe Juan no está presente la bestia que había aparecido ya
una vez en eI pasado. Esto hace por tanto imposible su identificación con el imperio romano sin más. El ángulo
visual es más amplio, el enfoque es más general: alcanza hasta los dominadores diabólicos anteriores al fin de los
tiempos.
...............

146
9b »Las siete cabezas son siete colinas, sobre las que se sienta la mujer. Y son siete reyes.

Lo que aquí dice el ángel continuando la interpretación del cuadro, lo dice con tanta
precaución, que sólo un cristiano que estuviera instruido por las experiencias de su tiempo,
podía hallarse en condiciones de captar su significado en la historia de entonces. Para el
cristiano de hoy, la interpretación relativa a la historia de la época sólo tendrá sentido en
cuanto que en ella se contiene a la vez un punto de referencia más general para la
inteligencia de fenómenos de la historia de los últimos tiempos; además tendría especial
actualidad para la cristiandad de todos los tiempos si el autor hubiese querido que el
acontecimiento histórico en cuestión fuese considerado como tipo de otro enfocado
expresamente, a saber, un acontecimiento con el que sólo hubiera que contar en la última
época precedente al fin de los tiempos. Dados los múltiples estratos de la profecía
apocalíptica, no resulta descaminada la hipótesis de tal visión de largo alcance.
En primer lugar se interpretan las siete cabezas, y ello de dos maneras. Primeramente
representan siete montañas sobre las que está sentada la mujer; el cuadro primigenio pasa
a otro, el de una ciudad que se asienta sobre siete colinas. Aquí resulta ahora claro que
con el nombre de Babilonia se da a entender la ciudad de Roma, que ya en aquel tiempo se
llamaba la «ciudad de las siete colinas» 60. La segunda interpretación casa con la primera;
por los siete reyes había que entender entonces siete emperadores romanos 61.
...............
60. Septimontium (VARRON, De lingua latina 5,7).
61. El título de emperador se usaba raras veces en Oriente; en su lugar se empleaba la designación corriente
de «rey» (cf. 1P 2,13.17; 1Tm 2,2).
...............

10 Cinco cayeron; uno está, y el otro no vino todavía, y cuando venga habrá de permanecer
poco tiempo.

A primera vista, esta referencia da la sensación de que con ella se quiere dar al lector un
asidero para poder dar con el emperador en cuestión. Si se quiere hoy intentarlo, habrá que
partir sobre todo de la observación «uno está». Como ese uno que está y que en la serie
viene a situarse en el sexto lugar habría que considerar a Domiciano, puesto que la

147
composición del Apocalipsis tuvo lugar durante su reinado 62. Si a partir de él se cuenta
hacia atrás hasta el primero, se viene a dar en Calígula. No hay razón convincente de por
qué se comenzara precisamente por éste; entonces sería el último Nerva, al que nadie
seguiría ya en el gobierno sino «la bestia», el Anticristo en persona. Así, una interpretación
puramente de historia de la época se demuestra, sino imposible, por lo menos insuficiente.
Por lo demás, el mismo número de siete, que en el Apocalipsis se emplea claramente como
símbolo de la integridad, de la totalidad (cf. comentario 1,4) -nótese que siempre se da la
conclusión con el séptimo miembro (cf. ibid.)-, veda circunscribir la profecía a un marco
tan estrecho. Aquí se enfoca sin duda alguna el poder del Estado en cuanto tal, en cuanto que
actúa como perseguidor de los cristianos; esto no excluye que referencias, a lo que parece,
históricas, surjan aquí no sólo con vistas a una representación concreta, sino para dar a los
primeros lectores indicaciones que les ayudaran a comprender lo que les amenazaba
inminentemente por parte del Estado romano.

11 Y la bestia que era y no es, aunque hace el número ocho, es también de los siete y va a la
perdición.

La serie entera apunta al octavo gobernante; a él también va dirigido el interés principal


en el contexto. Como octavo es propiamente excedente, pues la serie de los reyes estaba
cerrada con los siete y en sí era completa. Sin embargo, si se sigue contando después de
siete, en ello se manifiesta, aun en sentido puramente formal, que con el octavo comienza
seguramente algo nuevo, pero que por otro lado no representa algo totalmente aislado e
independiente al lado de lo ya acabado, sino que más bien significa la consumación que
corona todo lo demás 63. Ahora bien, esta relación entre la serie septenaria y el octavo rey
viene señalada todavía expresamente: el octavo «es también de los siete», es decir que en
cierto modo estaba ya presente en ellos. Además, la asociación se indica todavía
simbólicamente por el hecho de que los siete aparecen como las cabezas de la bestia.
Tienen por tanto afinidad con ella y en cierto sentido la encarnan.
Al mismo tiempo, sin embargo, el octavo aparece como de distinta naturaleza que los
siete. La bestia había sido ya descrita en 13,1-10 como encarnación de Satán, como un ser
demoníaco sobrehumano. Así pues, en el octavo no aparece ya un hombre como en

148
representación del Anticristo, sino que aparece este mismo en persona; a éste, al octavo
apuntaba la oposición contra Dios y contra Cristo, inmanente en todo el tiempo final; el
Anticristo se había anunciado ya en todas las realizaciones históricas parciales y pasajeras
de lo anticristiano (cf. 2Tes 2,7; 1Jn 2,18.22). Con su aparición antes del fin de los tiempos,
la hostilidad contra Dios y contra Cristo en la historia alcanza su punto culminante y al
mismo tiempo su fin. El Anticristo, gracias a sus capacidades y posibilidades
sobrehumanas, puede granjearse la soberanía universal del mundo antes de que Dios lo
precipite para siempre en la perdición. Este fin del Anticristo se ha indicado ya dos veces en
nuestra sección (cf. v. 8). Apunta, sin embargo, a lo largo un principio de la descripción de
esperanza y de aliento.
...............
63. Ya del v. 8 se podía colegir que la venida de la bestia es en realidad su retorno; el v. 11 hace notar una vez
más indirectamente esta circunstancia especial; ya en el cap. 13 había una referencia un tanto obscura (la
herida de muerte sanada, 13,3.12). Para explicar este rasgo peculiar en la descripción de la bestia se
refieren por lo regular los comentaristas a la leyenda de Nero redivivus (Nerón que vuelve), que debió de
surgir poco después de su muerte (cf. SUETONIO, Nero 57). La idea de un Nerón que, según la antigua
versión, sólo había salido del país y de nuevo volvería, o, según el desarrollo más tardío de la leyenda, había
muerto y volvería a vivir, pudo haber influido como sugerencia en el diseño de la imagen, pero no sirve lo
más mínimo para su interpretación .
...............

12 »Los diez cuernos que viste son diez reyes que todavía no han recibido su reino, pero
con la bestia reciben potestad como reyes por una hora. 13 Estos tienen un plan común y entregan
su poder y autoridad a la bestia.

Los diez cuernos de la bestia (cf. 13,1) son interpretados por el ángel como diez reyes;
igualmente en Daniel (7,24), a quien se remonta este rasgo particular. Estos diez reyes sólo
aparecerán en el futuro y están en el poder simultáneamente con la bestia, aunque sólo por
breve tiempo («una hora») y, según el plan de Dios, para un objetivo muy determinado, del
que se habla en el v. 16. Se acreditan fieles vasallos de la bestia, a cuya disposición ponen
todo su poder, su capacidad de acción política, económica y militar.

149
14 »Éstos lucharán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque es Señor de señores
y rey de reyes; y también los llamados con él, y elegidos y fieles.»

Con la ayuda de estos potentados humanos, el Anticristo, que es a su vez vasallo


demoníaco de Satán, lleva adelante su lucha contra Cristo y sus fieles. Como ya
anteriormente en 14,1-5, también aquí vuelve a asomar por un momento una perspectiva de
paz en medio de una situación desesperada para los cristianos. El ángel, para dar
tranquilidad, anuncia ya anticipadamente el desenlace de la lucha, que luego se describirá
en detalle (19,11-16): contra todo el poder del mundo, aunque se presente bajo las órdenes
de Satán mismo encarnado en el Anticristo, saldrán triunfantes Cristo y sus elegidos. La
razón de tal certeza de la victoria reside en lo absoluto: el Señor («el Cordero», cf.
comentario a 5,1-14) tiene que vencer, porque ante la omnipotencia divina todo poder
extradivino, y por tanto también el poder acumulado de la tierra toda y del infierno, se
disuelve en la nada. En esta victoria se revelará el Cordero como el Señor de señores y
Rey de reyes (cf. 19,16).

15 Y me dice: «Las aguas que viste, donde está sentada la meretriz, son pueblos,
multitudes, naciones y lenguas.

La interpretación del ángel pasa ahora de la bestia a la mujer. Últimamente se había


hablado de la suerte final de la bestia, por lo cual informa ulteriormente el ángel acerca de
la suerte de la mujer, antes de explicar quién es ella.
El ejército mundial reunido en nombre del Anticristo y guiado por él contra Dios, Cristo y
los fieles de Cristo, antes de ser aniquilado tiene que desempeñar por designio de Dios una
misión en sí contradictoria. Es ironía divina el que Dios quiera utilizar el ejército enemigo -
y efectivamente lo induzca a ello- al objeto de ejecutar su sentencia sobre Babilonia, la
capital mundial anticristiana. Cuán extenso sea el poderío de esta metrópoli se da a
entender en la interpretación de las muchas aguas (cf. Is 8,7s; Jer 47,2); domina sobre
inmensas masas de hombres en el mundo entero (sigue la enumeración con el número
cósmico); apenas si será pura casualidad el que en la enumeración cuadrimembre que
repetidas veces recurre en el Apocalipsis (5,9; 7,9, etc.), en lugar de la palabra «tribus»

150
aparezca aquí otra -«multitudes»-, término al que, por lo menos en la sociedad moderna,
responde la representación de una masa de gentes sin convicciones, teledirigidas y con la
conciencia ofuscada.

16 »Los diez cuernos que viste y la bestia odiarán a la meretriz y la dejarán devastada y
desnuda devorarán sus carnes y la abrasarán con fuego.

Sucede lo increíble: La bestia, el Anticristo, destruye con la ayuda de sus reyes vasallos
su propia metrópoli; la meretriz, que hasta ahora había llevado sobre sus hombros, viene
entregada cruelmente a la muerte con odio diabólico; los enemigos de Dios se ejecutan
ellos mismos.
La descripción de su completo aniquilamiento (despojada... desnuda; devorarán...
abrasarán) parece algo desordenada, pero ello se debe a que aquí dos imágenes (ciudad y
meretriz) sirven alternativamente como representación al objeto de la descripción.

17 »Pues Dios ha puesto en sus corazones que ejecuten el plan divino, que
cumplan aquel plan común y que entreguen su reino a la bestia hasta que se
cumplan las palabras de Dios.

Aquí se da la verdadera razón del desatentado proceder del Anticristo. Esta revelación
significa para la Iglesia -que en tal mundo tiene que sentirse en un puesto aparentemente
abandonado- no sólo un gran alivio, sino también una importante lección, con la cual
pueden explicarse no pocas contradicciones incomprensibles con que se encuentra en el
transcurso de la historia.
Sólo Dios llega absolutamente y siempre con todos y cada uno a la meta, aunque sea por
grandes rodeos, a veces incluso en dirección aparentemente contraria, alejada de la meta.
Los que creen guiar, son guiados; los que piensan que mandan, obedecen. Aquí se ha
emprendido un desenmascaramiento del poder, que cuando se lleve totalmente a cabo en
el juicio final dejará a los hombres mudos y petrificados de asombro.

151
18 »La mujer que viste es aquella gran ciudad, la que tiene imperio sobre los reyes de la
tierra.»

La interpretación de la imagen de la meretriz, que se había insinuado en el v. 5, la repite


ahora el ángel con toda claridad, poniendo así punto final al conjunto; se trataba, pues, de
la poderosa metrópoli del mundo impío, el cual está erigido sobre un fundamento que ha
sido puesto por el diablo mismo. A continuación se habla por extenso de su fin, cuyos
promotores han sido ya mencionados.

b) Juicio sobre Babilonia (18,1-24)

La visión no presenta ante los ojos la destrucción de la metrópoli del reino anticristiano
en una sucesión de imágenes, como se había hecho, por ejemplo, en las plagas de los tres
septenarios (6,1-11.19; 15,1-16,21); aquí nos hallamos ante un relato más auricular que
visual. El reportaje mismo se hace en gran parte con medios intuitivos tomados del Antiguo
Testamento64, pero aun así es realizado de manera impresionante como diseño de
consistencia autónoma. La configuración literaria y la composición verbal alcanzan a
trechos una gran fuerza de expresión poética y un elevado nivel artístico.
Por lo que hace al contenido, una vez más hay que tener presente que se enfocan
conjuntamente la historia del tiempo y la historia del fin de los tiempos. Así ahora la Roma
de los Césares viene a ser, como antes Babilonia, símbolo de la hostilidad hereditaria
contra el pueblo de Dios y consiguientemente contra Dios, y así también como el
compendio de toda hostilidad de Satán contra la Iglesia y de su resistencia contra la
erección de la soberanía de Dios sobre el mundo.
...............
64. Cf. especialmente Jer 50,1-52,58; también Is 13,20s; Bar 4,31-35.
...............

1 Después de esto vi otro ángel que bajaba del cielo y que tenía gran potestad,
y por su gloria quedó iluminada la tierra. 2 Y gritó con voz potente, diciendo:
«¡Cayó, cayó Babilonia, la grande! Se ha convertido en morada de demonios, en

152
guarida de toda clase de espíritus inmundos, en guarida de toda suerte de aves
impuras y aborrecibles. 3 Porque del vino de la ira de su prostitución han bebido
todas las naciones; con ella fornicaron todos los reyes de la tierra, y los
mercaderes de la tierra se enriquecieron con el poder de su opulencia.»

La visión está destacada de la precedente como autónoma, formalmente con el


«después», materialmente con la indicación de que ya no es introducida, como hasta ahora,
por uno de los ángeles de las copas, sino por otro diferente; este mensajero del cielo
aparece en el resplandor de la gloria de Dios que lo ha enviado (cf. Ez 43,2; Lc 2,9).
La escena es grandiosa y a la vez siniestra. En efecto, la abundancia de luz del cielo que
con el ángel se proyecta sobre el escenario, ilumina las extensas ruinas de la ciudad
cubierta de cenizas y sumida en las tinieblas de la noche. En ella no se ve ya alma viva,
entre sus escombros se cobijan los demonios, y bandadas de detestables pájaros
nocturnos la han escogido como guarida (Lev 11,13-19 cuenta a todos los pájaros
nocturnos, murciélagos, etc., entre los animales impuros).
Tal es ahora el aspecto de Babilonia, una vez que ha caído sobre ella el destino predicho
anteriormente por un ángel (14,8) y que se describe a continuación. Para justificar esta
suerte, recuerda el ángel una vez más la gran culpa (cf. 14,8; 17,2): Babilonia había
seducido al mundo entero, induciéndolo a la apostasía de Dios, al lujo y a la frivolidad, a la
corrupción moral, con lo cual había atraído sobre sí la ira de Dios. Ahora, una vez que se
han derrumbado las fachadas exteriores, se hace pública su podredumbre interior. El juicio
de Dios es siempre también el juicio de uno sobre sí mismo.

4 Oí otra voz que salía del cielo y decía: «Salid de ella, pueblo mío, para que
no os hagáis cómplices de sus pecados y para que no tengáis parte en sus
plagas. 5 Porque sus pecados se han amontonado hasta el cielo, y Dios se ha
acordado de sus iniquidades. 6 Devolvedle según lo que ella dio, y dadle el doble
según sus obras. Mezclad para ella el doble en la copa en que ella mezcló. 7
Cuanto se glorificó y se dio al lujo, otro tanto dadle de tormento y llanto. Porque
dice en su corazón: Estoy sentada como reina, y no soy viuda, y llanto jamás lo
veré. 8 Por eso en un solo día vendrán sus plagas: peste, llanto y hambre, y será

153
abrasada por el fuego; porque poderoso es el Señor, Dios, que la ha juzgado.

El cuadro introductorio de la caída de Babilonia era sólo una mirada profética anticipada;
esto se desprende del requerimiento, que sólo ahora se dirige a los fieles, a abandonar la
ciudad antes de su tremenda catástrofe (cf. Jer 51,6.45; Mt 24,15-20 par). Por razón de su
motivación, este requerimiento es también una advertencia, una exhortación a no caer ellos
mismos en el mal espíritu de esta ciudad, a no hacerse ellos mismos culpables con ella
para no ser tampoco juzgados juntamente con ella. Por eso san Agustín entiende
acertadamente en sentido espiritual el requerimiento a abandonar la ciudad y explica:
«Queremos ponernos en marcha y salir de la ciudad de este mundo, caminando sobre los
pies de la fe, que actúa en el amor, hacia el Dios vivientes 65.
El dilema del cristiano en el mundo consiste en que por un lado se le ha confiado el
mundo como quehacer, y por otro lado debe él estar siempre en guardia, no sea que en el
desempeño mismo de este encargo, adaptándose erradamente a las circunstancias,
borrando los límites entre Dios y el mundo, entre el espíritu de éste y la voluntad de Dios,
venga a hacerse esclavo del mundo (cf. Rom 12,2). Esta existencia cristiana en el mundo,
sentida como una inserción entre dos polos opuestos que se repelen y por tanto a veces
también como una dolorosa tensión, debe ser llevada adelante hasta el fin sin equívocos y
con fortaleza de ánimo. Así, el cristiano debe también emprender constantemente un éxodo;
sin la necesaria renuncia, viene absorbido por el mundo y perece juntamente con él, en
lugar de mostrarse su salvador en nombre de Cristo.
Para la ciudad mundana de Babilonia, capital del Anticristo, se ha colmado hasta
desbordarse la medida de su pecado, como también de la consideración de Dios con ella. A
su provocación, que ha venido a alcanzar proporciones inmensas en la montaña de sus
culpas que se eleva hasta el cielo, responde Dios con un juicio justo, sin misericordia. Los
vengadores mencionados ya en 17,16s reciben la instrucción de arrancarla de raíz y de
vengar sin contemplaciones sus desafueros incluso más allá del principio jurídico de la
equivalencia y de la paridad (cf. Jer 16,18; 17,18) 66. En un solo día (cf. Is 47,8s) saldrá a
la luz con su ruina toda la falsía de su ser, y su mentirosa ostentación de seguridad y su
vana mueca de poderío universal se hundirá en la nada. El Dios soberano y omnipotente la
ha juzgado.

154
...............
65. La Ciudad de Dios, 18,18.
66. La ley del talión, cf. Lev 24,19s; Mt 5,38
...............

9 »Llorarán y por ella plañirán los reyes de la tierra, los que con ella fornicaron
y se entregaron al lujo, cuando vean la humareda de su incendio, 10 de pie, a lo
lejos, por el temor de su tormento, diciendo: ¡Ay, ay de la gran ciudad, de
Babilonia, de la ciudad poderosa! Porque en una hora ha venido tu castigo. 11 Y
los mercaderes de la tierra lloran y se lamentan por ella, porque ya nadie compra
su cargamento; 12 cargamento de oro, de plata, de piedras preciosas, de perlas,
de lino, de púrpura, de seda y de escarlata; toda clase de madera aromática y
todo género de objetos de marfil; todo género de objetos de madera preciosa, de
bronce, de hierro y de mármol; 13 canela y plantas olorosas; perfumes, mirra e
incienso; vino y aceite; flor de harina y trigo; ganado mayor y ovejas; caballos,
carros, esclavos, y personas; 14 y tus frutos maduros, tan apetecidos por ti, se
fueron lejos de ti; todo lo precioso y espléndido se perdió para ti, y ya nunca lo
encontrarán. 15 Los mercaderes de estas cosas, los que se enriquecieron con
ella, se detendrán a lo lejos por miedo a su tormento, llorando y lamentándose,
16 y diciendo: ¡Ay, ay de la gran ciudad, la que se vestía de lino, púrpura y
escarlata, la que se adornaba con oro, piedras preciosas y perlas! 17a Porque en
una hora quedó devastada tanta riqueza.

El volumen y lo tremendo de la destrucción se expresa -de nuevo en base a un modelo


veterotestamentario (cf. Ez 26,15-27,36)- mediatamente en lamentaciones de los que
habían conocido anteriormente a Babilonia y ahora, para no ser arrastrados también con su
ruina, se mantienen alejados, contemplando su devastación en medio de abrasadoras
llamas y doliéndose por la pérdida de tan grandes riquezas. Como en una tragedia de la
antigüedad clásica expresan en tres coros su estremecimiento.
En primer lugar claman: «¡Ay, ay!», por una destrucción tan de raíz los reyes de la tierra,
que al abrigo del favor de la dominadora del mundo se le habían entregado en cuerpo y
alma y como compensación les había sido dado tener participación en su poderío y en su
155
fasto (cf. 17,2; 18,13). En realidad, tampoco pueden menos de reconocer que son testigos
de un juicio de Dios, en el que sucumbe una potencia que en su descomunal frenesí había
llegado hasta los límites más extremos.
El segundo coro lo forman los mercaderes de la tierra, que se habían enriquecido con
sus engañosas riquezas y ahora lamentan la pérdida de aquel importante mercado de
consumo. Ella les había comprado no sólo objetos de uso en la vida cotidiana, sino que, en
un bienestar rebosante de prodigalidad, les había encargado los más costosos artículos de
lujo destinados a una vida en medio de la molicie. La lista de artículos de importación en
materia de indumentaria y de adornos, de cosméticos y mobiliario, de manjares y bebidas
selectas, es característica de la sociedad altamente civilizada de la antigüedad. No sólo
mercancías, animales y utensilios que hacían la vida agradable, cómoda y placentera, sino
también personas, de las que se podía disponer libremente como de cosas y que se podían
emplear en toda clase de servicios: todo esto se ponía allí a la venta; el tráfico de esclavos
había venido a ser una buena fuente de ingresos en aquella tan grande y opulenta ciudad.
Babilonia -piensan los comerciantes -habría podido ahora, en el apogeo de su poderío
político y económico, gozar de los frutos de su posición tan desahogada; pero este cálculo
no resultó. Como el abuso del poder, venga Dios también el abuso de la riqueza; ambos
son igualmente engañosos en manos de los hombres.

17b »Todos los pilotos, todos los que se dedican al cabotaje, y las tripulaciones
y cuantos bregan en el mar, se detuvieron a lo lejos, 18 y clamaron,
contemplando la humareda de su incendio, diciendo: ¿Qué ciudad semejante a la
gran ciudad? 19 y echaron polvo sobre sus cabezas y gritaban, llorando y
lamentándose, diciendo: ¡Ay, ay de la gran ciudad, de cuya opulencia se
enriquecieron cuantos tenían las naves en el mar! Porque en una hora quedó
devastada.

El tercer grupo que se lamenta por la ruina de la ciudad lo forma la gente de mar:
armadores y capitanes, pilotos y marineros; todos los que vivían de la navegación y del
trabajo en los puertos. La soberbia ciudad, en cuyos puertos entraban y salían cantidad de
embarcaciones grandes y pequeñas con abundante cargamento, ha desaparecido. Cierto

156
que su duelo, como el de los comerciantes, no es propiamente desinteresado; como éstos,
lamentan la pérdida de la fuente de su propio bienestar.
Los tres grupos están especialmente afectados, y cada uno lo recalca al final de su
lamentación, por el hecho de que tal fatalidad irrumpiera de manera tan brusca e imprevista
sobre la metrópoli mundial y en un abrir y cerrar de ojos la redujera a escombros y cenizas.
La seguridad es una de las primeras y más acuciantes aspiraciones de los hombres; la
mayor seguridad posible contra todos los avatares de la existencia caracteriza el pensar
moderno, y no poco se paga por ella. Pero así sólo la existencia misma queda a fin de
cuentas en constante peligro, dependiendo de un factor que se substrae a todo cálculo;
Dios es «en quien vivimos, nos movemos y somos» (Act 17,28). El espíritu de Babilonia,
con el exclusivismo de su existencia meramente horizontal y la divinización de los valores
de lo perecedero, viene juzgada en cada caso, pese a su negación, desde la vertical, y una
vez lo será por fin definitivamente 67
...............
67. En los cantos de alabanza y de acción de gracias del Apocalipsis se expresa la interpretación teológica de
las visiones, a las que dan respuesta (cf. nota 25). Lo mismo sucede en estas lamentaciones. Éstas
contienen importantes ideas sobre la antropología bíblica. El hombre, su existencia y sus realizaciones
vienen notablemente rebajadas en su relatividad ante el fondo de lo absoluto
...............

20 »Regocíjate por ella, cielo, y también los santos, los apóstoles y los
profetas. Porque Dios ejecutó la sentencia que reclamabais contra ella.»

La voz del cielo que había hecho oír al vidente la lamentación de los moradores de la
tierra por la ruina de Babel, le notifica todavía al fin el juicio del cielo sobre lo acaecido.
Este se expresa en forma de un requerimiento a reemplazar las elegías de la tierra por un
canto de júbilo en el cielo. Todos los moradores del cielo, especialmente los apóstoles y los
profetas, heraldos de la verdadera salvación del mundo, vienen invitados a ello, pues por
fin ha escuchado Dios la oración de los mártires (6,9-11), haciendo que triunfara la verdad y
la justicia. Antes de que el cielo dé la respuesta en una liturgia de acción de gracias
revestida de especial solemnidad (19,1-10), se concluye todavía la visión del juicio sobre la
destrucción de Babilonia.

157
21 Y un ángel poderoso levantó una piedra, como una gran rueda de molino, y
la arrojó al mar, diciendo: «Con este ímpetu será arrojada Babilonia, la gran
ciudad, y no aparecerá jamás. 22 Ya no se escuchará más en ti voces de
citaristas y de cantores, de tocadores de flauta y de trompeta. Ya no se
encontrará más en ti artesano de arte alguna. Ya no se escuchará más en ti el
son de la rueda de molino. 23 Y no brillará más en ti luz de lámpara. Y voz de
esposo y de esposa no se escuchará más en ti. Porque tus mercaderes eran los
magnates de la tierra. Porque con tus maleficios se extraviaron todas las
naciones. 24 Y en ella se encontró sangre de profetas y de santos, y de todos
cuantos fueron degollados sobre la tierra.

En una acción simbólica, cuyo modelo se halla en Jer 51,60-64, sensibiliza el ángel lo
que todavía queda de Babilonia después del juicio de Dios. ¡Nada! se ha hundido en un
abrir y cerrar de ojos, como una gran piedra que se arroja en el mar.
Cuán completamente haya de quedar extinguida la metrópoli del Anticristo después del
juicio de Dios, se pone todavía gráficamente ante los ojos con nuevos cuadros. En la
descripción con acentos épicos, de la ciudad asolada vuelven a surgir numerosos motivos
veterotestamentarios. Han quedado borrados todos los rastros de vida. Ya no se oye voz
humana, cántico ni instrumento músico alguno: un vacío y un silencio deprimentes (cf. Is
24,8; Ez 26,13). Han enmudecido todos los ruidos de la pasada vida cotidiana y de la
aplicación al trabajo de sus habitantes; ya no hay faenas caseras ni oficios en Babilonia.
Una cierta nostalgia melancólica por tantos valores de la existencia humana como han
desaparecido también con Babilonia, no puede menos de percibirse en esta elegía. Con el
arrogante delirio de la existencia se ha extinguido también la sana alegría; ningún joven
habla ya de amor a la prometida de su corazón; ya no se fundan nuevas familias, ya no
nacen más niños. Y sobre el silencio de muerte del campo de ruinas se extiende para
siempre una noche tenebrosa.

c) Júbilo en el cielo y en la tierra por el juicio de Dios (19,1-10)

158
1 Después de esto oí como un gran clamor de numerosa multitud en el cielo,
que decía: «¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios, 2
porque verdaderos y justos son sus juicios; pues juzgó a la gran meretriz, la que
corrompía la tierra con su fornicación, y vengó en ella la sangre de sus siervos.»
3 Y la segunda vez dijeron: «¡Aleluya!» Y su humareda sube por los siglos de los
siglos. 4 Los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron y
adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y decían: «¡Amén! ¡Aleluya!»

De la asolada Babilonia se eleva ahora la mirada al cielo. Allí, los espíritus


bienaventurados, juntamente con los hombres glorificados, celebran con cánticos de
victoria la caída de la metrópoli del Anticristo. En tres casos sucesivos se dirige la acción de
gracias por ello al que está sentado en el trono, al soberano universal; cada coro comienza
con una exclamación de júbilo, el aleluya («¡alabad al Señor!»), que de la liturgia del
templo de Jerusalén 68 lo había sin duda tomado ya la comunidad jerosolimitana y así se
introdujo tal cual, al igual que el amén, como aclamación en la liturgia cristiana; por lo demás, el
aleluya aparece aquí por primera vez en un documento cristiano y por única vez en el
Nuevo Testamento. El coro del cielo explica su alabanza de Dios por el hecho de que en el
juicio sobre la meretriz se ha revelado como justo; aquélla era, en efecto, el foco de
infección para el mundo entero y la verdadera promotora de todas las persecuciones
sangrientas contra los cristianos.
El aleluya vuelve a repetirse y se motiva con la declaración de que este «verdadero y
justo» juicio de Dios es irrevocable por toda la eternidad (cf. 14,11); con ello la redención
definitiva y completa asoma en el horizonte de la, historia universal. Por su parte, los
ancianos y los vivientes que están ante el trono del Altísimo, intervienen con el gesto de la
adoración en el canto de júbilo y confirman con el amén el cántico de alabanza de los
ángeles y hombres bienaventurados (d. 4,10s; 5,8.14; 7,9-12; 11,16; 14,3).
...............
68. Cf. Sal 104(103)35; 106(105)48; 148, 1, etc.
...............

5 Y salió del trono una voz que decía: «Alabad a nuestro Dios todos sus

159
siervos, los que le teméis, pequeños y grandes.» 6 Y oí como clamor de
numerosa multitud, como estruendo de muchas aguas y como estampido de
poderosos truenos, que decía: «¡Aleluya! Porque ha comenzado a reinar el
Señor, nuestro Dios todopoderoso. 7 Alegrémonos, regocijémonos y démosle
gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. 8
Le ha sido dado vestirse de lino resplandeciente y puro.» El lino significa las
obras justas de los santos.

Todavía más poderosamente retumba el tercer aleluya en honor del Todopoderoso; se


oye un inmenso coro de multitudes que resuena como las voces reunidas de las más
ruidosas fuerzas de la naturaleza, como el estruendoso bramido de imponentes cascadas y
como el retumbar de poderosos truenos.
Al requerimiento venido de cerca del trono -sin duda de uno de los seres vivientes («¡a
nuestro Dios!»)- responden ahora todos los siervos de Dios en la tierra, toda la Iglesia de
Dios que todavía no ha llegado a la meta de la eternidad, todos los fieles sin distinción de
rango ni de condición; nadie es pequeño o superfluo delante de Dios. La Iglesia de Dios en
la tierra exulta y da gracias sobre todo porque al fin Dios despeja en su juicio lo que había
sido obstáculo a la plena manifestación de su soberanía en la tierra. Con la caída de
Babilonia ha dado comienzo a su última gran obra, con la que conduce a su creación a la
consumación y lleva a su meta la historia de la humanidad.
Todavía se menciona un segundo motivo de júbilo: Ha llegado la hora de las «bodas del
Cordero»; éstas se describen por extenso más adelante (21,9ss). La imagen se remonta
originariamente a una representación de los profetas del Antiguo Testamento que enfoca la
relación de Dios con su pueblo de la alianza por analogía con la unión del hombre y de la
mujer en el matrimonio 70. Jesús utilizó de varias maneras la imagen del banquete nupcial
para representar gráficamente la salvación consumada 71. La relación personal en que él
se halla con sus elegidos es comparable con la comunidad entre esposo y esposa (cf. 2
Cor 11,2; Ef 5,25-33).
Cuando los fieles cristianos probados con sufrimientos en la tierra declaran que al fin han
llegado «las bodas del Cordero», esto quiere decir que ellos ven que va a cumplirse la
promesa de la segunda venida de su Señor. El Señor viene para recoger a su Iglesia en el

160
destierro y conducirla a su gloria. Cuando la Iglesia en la tierra se haya reunido con Cristo,
entonces se habrá alcanzado plenamente la meta de su obra redentora 72.
Así está, pues, la Iglesia llena de expectación y de anhelo, en su atavío nupcial,
dispuesta a recibir a su Señor. Su vestido nupcial es un presente de Dios («le ha sido
dado», cf. comentario a 6,2); Dios mismo la ha engalanado con su gracia. El vestido es
sencillo, pero auténtico y fino en comparación con el exagerado y chocante atavío de su
competidora, la meretriz Babilonia (cf. 17,4); el color blanco es símbolo de la santidad y de
la transfiguración que la aguarda en la gloria de Dios.
En una declaración final se da una segunda explicación de la procedencia del vestido
nupcial. Se había explicado ya como presente de la gracia de Dios; ahora se nos dice que
está también tejido con las buenas obras de los cristianos. En esta concepción está
subyacente la misma definición de la relación entre la gracia y las buenas obras que Pablo
aduce más claramente en Flp 2,12-14. Cómo concurren la libre gracia de Dios y la libre
cooperación del hombre sigue siendo un misterio, ya que Dios mismo participa en ello
directamente(cf. también Ef 2, 10). No se debe pasar por alto la llamada moral que se
encierra en esta afirmación; aquí se plantea a todo cristiano el quehacer de contribuir con
sus buenas obras a tejer el vestido nupcial de la Iglesia y a darle mayor esplendor.
...............
70. Cf. Is 54,57; 62,4s: Ez 16,7ss: Os 2,4-25.
71. Mt 22,2-4, 25,1-13; Lc 12,36; Jn 3,29.
72. Los v. 19,1-8 contienen el último canto de acción de gracias del Apocalipsis. El canto reúne el mensaje
central del Apocalipsis (cf. nota 25); la primera parte (v. 1-4), en el aspecto positivo; la segunda (v. 6-8), en el
negativo. La primera sección trata de los juicios de Dios y los interpreta como medidas con las que Dios
vuelve a abrir una y otra vez el mundo que se le cierra y despeja los obstáculos que el mundo mismo levanta
contra el futuro de Dios y consiguientemente contra su propio futuro, que ha tenido ya comienzo en Cristo.
La segunda sección canta luego este futuro de Dios, la meta propiamente dicha de la historia, en la toma de
posesión de la soberanía de Dios concebida como ya realizada, y mira anticipadamente a la consumación
final que acontece con ésta, en la imagen de las «bodas del Cordero»
...............

9 Y me dice: «Escribe: Bienaventurados los invitados al banquete de las bodas


del Cordero.» Y me dice: «Éstas son las palabras verdaderas de Dios.» 10 Y caí
a sus pies para adorarlo. Y me dice: «No hagas eso. Consiervo tuyo soy y de tus

161
hermanos, que tienen el testimonio de Jesús. A Dios adora.» Pues el testimonio
de Jesús es el espíritu de profecía.

El canto de júbilo con que la Iglesia en la tierra se había unido al himno de acción de
gracias del cielo, está todavía en el futuro para los destinatarios del Apocalipsis; para ellos
es por ahora únicamente expresión de la esperanza en que viven y por la que están
dispuestos a morir. Por esta razón la visión anticipada de la consumación se cierra
declarando bienaventurados a los que están llamados a este banquete nupcial (cf. Lc
14,15). La promesa trata de suscitar confianza y resolución, así como ánimos para sufrir en
el tiempo de la persecución. A este objeto sigue todavía una confirmación especial.
Por inverosímil que esta perspectiva pueda parecer y por incomprensible que sea para la
razón humana, es, sin embargo, de fiar; en efecto -explica el ángel- lo que Juan ha visto y
oído eran palabras de revelación de Dios, que están, por tanto, respaldadas por la
veracidad y fiabilidad de Dios mismo.
Juan, todavía confuso y emocionado por esta visión de futuro, y bajo la impresión de las
últimas palabras del ángel, olvida a quién tiene delante. Cae en adoración a los pies del
ángel, que lo rechaza con energía, pues sólo a Dios corresponde esta clase de homenaje.
Él mismo se presenta como uno que, al igual que Juan y que los demás profetas cristianos
(«que tienen el testimonio de Jesús»; cf. comentario a 1,5), está al servicio de Dios. Con
esto reciba Juan de nuevo indirectamente una confirmación de su misión profética; según
esto, en lo que en este escrito propone a la Iglesia se oye «el testimonio de Jesús» mismo
(cf. 1,1). En efecto, el testimonio de Jesús pervive y se desarrolla en las palabras que el
Espíritu sugiere a los hombres destinados a la proclamación profética (cf. Jn 14,26; 15,26s);
al fin y al cabo, el espíritu de Dios es también el Espíritu de Jesús (cf. Jn 16,13s; Rom 8,9;
2Cor 13,17).
Una proclamación que no se refiere en definitiva a Cristo y que no transmite su testimonio
en el Espíritu Santo, no es proclamación cristiana.
(_MENSAJE/23. Págs. 203-232)

162
VI. LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO Y EL JUICIO FINAL (19,11-20,15)

1. EL JUICIO SOBRE LA BESTIA Y SUS ADEPTOS (19,11-21)

La ejecución de la sentencia contra la metrópoli anticristiana había sido adjudicada por


designio de Dios (cf. 17, 16s) al Anticristo y a sus aliados. Para juzgar al Anticristo, a sus
auxiliares y a sus seguidores aparece Cristo mismo (19,11-21). Después se retira también el
poder en la tierra a su comitente, Satán (20,1-6), el cual al fin es desterrado para siempre
de la creación de Dios (20,7-10). Con esto queda descartado el factor de perturbación en la
historia de la salvación de Dios respecto a los hombres y puede ya comenzar el nuevo orden
definitivo; éste viene inaugurado con el juicio final (20,11-15).

a) El jinete vencedor (19,11-16)


Es ésta la visión de la parusía de Cristo; la escena está interiormente estrechamente
entrelazada con numerosas descripciones precedentes; con frecuencia se ha hablado de la
persona del juez y del juicio, que, en cuanto motivos, han desempeñado en la exposición de
conjunto el papel de piedra fundamental y angular en un edificio.
Ya en 12,1-12 se había presentado al Mesías como vencedor del dragón y señor del
mundo; sin embargo, su victoria estaba de momento oculta todavía en la historia del mundo.
Por el contrario, todo parecía indicar que el adversario de Dios era el verdadero señor del
mundo. De esto se trató en general en la sección 12,13-17; las imágenes de 13,1-10
aportaron suplementariamente circunstancias y confirmaciones más detalladas.
Así como el Redentor apareció en su primera venida en el desvalimiento de un niño
recién nacido que parecía estar a merced del dragón, así también la realidad interna del
mundo redimido permaneció oculta y sustraída a la percepción externa en el período
comprendido entre su ascensión y su segunda venida. Sólo a los fieles de Cristo era
conocida y les estaba presente en la fe, y debía ser mantenida por ellos en virtud de esta fe
en medio de las experiencias contrarias de la historia. La época de lo pasajero y provisional
del mundo redimido llega ahora a su fin. Con la manifestación de la gloria del Señor
exaltado en la parusía ven finalmente los suyos lo que hasta entonces sólo habían creído.
El juicio, que es celebrado por su Señor en su segunda venida, había sido anunciado ya

163
hasta en detalle en 14,6-13 y a continuación había sido expuesto bajo dos aspectos, como
acontecimiento de salvación y de ruina en una simbólica composición figurada (14,14-20;
cf. también 16,14; 17,14). Por esta razón puede ser relativamente breve la descripción en el
momento en que tiene lugar el hecho.

11 Y vi el cielo abierto. Y en esto aparece un caballo blanco. El que lo monta se llama «fiel
y veraz»; y juzga y hace guerra según justicia.

Por tercera vez ve Juan abrirse el cielo (cf. 4,1; 11,19); en adelante no volverá ya a
cerrarse. En efecto, aquel al que el vidente ve descender del cielo, y entrar en el mundo, no
lo abandonará ya más como lo abandonó en otro tiempo en la ascensión que siguió a su
resurrección.
La descripción de lo contemplado no comienza por la persona, sino (como en 4,2 y en
14,14) por la cabalgadura que monta. Aquí se trata de un caballo blanco, en lugar del
símbolo corriente en los demás casos en que se trata de la venida del juez, a saber, la nube
blanca (cf. comentario a 14,14); es que en el marco de nuestro cuadro aparece el juez
como jefe de un ejército que triunfa de sus enemigos (19,19-21). Como también es corriente
en estos casos, el blanco resplandeciente indica la pertenencia al mundo glorificado del
cielo (cf. 3,4s.18; 4,4; 6,11, etc.).
La figura del jinete no se pinta en un principio conforme a su aspecto exterior, sino que se
describe desde dentro con indicaciones relativas a su persona y a su modo de obrar. Dos
calificativos («fiel y veraz»), que como un nombre expresan su ser, se hallan en cabeza; con
las mismas cualidades se había presentado también al Hijo del hombre (1,5; 3,14) en la
visión inaugural (1,12-20). Allí, como aquí, hacían referencia a la fiabilidad de sus palabras
y de sus promesas. Con su segunda venida se demuestra ahora que el fiel no en vano se
había fiado de él y se había mantenido firme en su seguimiento. Así la fórmula que sirve de
nombre expresa concisamente a modo de una profesión de fe la relación de Cristo con su
Iglesia en la tierra, mientras que la declaración siguiente sobre su actuación judicial pone
de manifiesto su actitud frente a los poderes hostiles en el mundo, los cuales habían
aparentado ser invencibles (cf. 13,4). Ya en Isaías se profetiza al Mesías como «el que
juzga con justicia» (Is 11,3-5); ahora aparece para hacer justicia a sus fieles ante sus

164
adversarios.

12 Sus ojos son llama de fuego, y en la cabeza lleva muchas diademas, y tiene un nombre
escrito que nadie conoce sino él.

Las breves observaciones sobre el aspecto exterior no son nuevas. Ya en 1,14 se


hallaba la misma palabra figurada que atribuía al Hijo del hombre la mirada del
Omnisciente, que todo lo ilumina y penetra. Los símbolos de la autoridad soberana no están
restringidos como en el dragón (12,3) y en su copia (13,1); el jinete que monta el caballo
blanco es omnipotente. El nombre innominado que expresa su ser y que sólo él conoce (cf.
2,17), está suficientemente indicado con estas referencias; es el «nombre que está sobre
todo nombre» (Flp 2,9); en la parusía, cuando «lo veremos como es» (lJn 3,2), se hará
patente el misterio de su ser; entonces aparecerá él también al exterior como el que era ya
siempre, como el Hijo de Dios.

13 Va envuelto en un manto teñido de sangre. Y su nombre es «La Palabra de Dios».

Cristo viene de la gloria del cielo envuelto en un manto empapado de sangre. Esto veda
interpretar este rasgo mediante la imagen del que pisa la uva en el lagar, de Is 63, 1-4, a la
que se recurre en 14,20 en el anuncio del juicio sobre los réprobos y en el contexto
presente sólo en 19,15. Si Cristo viene del cielo con el manto ensangrentado todavía antes
de celebrar el juicio, la sangre de su vestido sólo puede ser su propia sangre, y así la
imagen significa lo mismo que el ya conocido «un Cordero como degollado» (5,6), que en
5,9 se interpreta explícitamente en el sentido del efecto de la muerte de Jesús causante de
redención. Conforme a esto, la imagen quiere indicar aquí que el juez del mundo es su
redentor; precisamente por causa de su acción redentora le corresponde también el oficio
de juez.
Con este enfoque casa también el tercer nombre del jinete: «La Palabra de Dios». Aquí
no se trata de una comunicación posterior del nombre no mencionado en el v. 12. La
designación Palabra (Logos, Verbo) de Dios es conocida por el prólogo del Evangelio de
san Juan (Jn 1, 1-18); sin embargo, aquí no se puede explicar ni entender sin más en

165
función de dicho pasaje. En el contexto presente tiene un sentido mucho más fuerte que allí
como designación de actividad y tiene por objeto recordar que el que ahora retorna como
juez fue enviado la primera vez al mundo como mediador de la revelación y dio testimonio
de Dios no sólo con palabras, sino también y sobre todo con su persona y en su historia 73.
Así, en las dos últimas indicaciones se destaca la relación en que se halla el juez con el
género humano en general y muy en particular con aquellos que han conservado en la fe el
testimonio de Jesús (cf. 6,9; 12,17). Con la Parusía viene confirmada plena y totalmente su
fe; ahora «la Palabra de Dios» se demuestra «fiel y veraz» ante el mundo entero.
...............
73. Tampoco en el prólogo del Evangelio de Juan enuncia primeramente el título Logos el ser trascendente de
Cristo y su procesión eterna del Padre; también aquí está el concepto de Logos más bien bajo la idea
directriz por la que se orienta la revelación bíblica «Todo enunciado teológico y toda revelación sobre la
"naturaleza" de Dios están realizados en el marco de la "Economía"» (Y. CONGAR, citado en nota 1). J.
DUPONT nota sobre el concepto de Logos en Jn 1: «Cuando san Juan dice que Jesús no es sólo el
portador de la palabra de Dios, sino esta misma palabra, no quiere con ello definir la esencia trascendente
del Hijo de Dios o determinar el modo y manera como procede de Dios. El concepto de Logos no designa a
Cristo como nombre propio personal: Cristo es la palabra de Dios en su relación con el mundo y con los
hombres» (p. 58).
...............

14 Le siguen los ejércitos del cielo sobre caballos blancos, vestidos de lino blanco y puro.

En los cuadros del juicio en la Biblia tienen los ejércitos celestiales un puesto fijo en el
acompañamiento del juez (Mc 13,27 par; Mt 25,31; 2Tes 1,7s); aquí se piensa en primer
lugar en multitudes angélicas; según lCor 6,2, también los hombres bienaventurados
participan en el acto del juicio.

15 Y de su boca sale una espada aguda para herir con ella a los gentiles. Él
los regirá con vara de hierro, y él pisa el lagar del vino de la terrible ira del Dios
todopoderoso.

Hasta aquí, en la caracterización del juez que viene se destacaba especialmente la


relación con los fieles; ahora se desarrolla especialmente con vistas a los «gentiles», es

166
decir, a los incrédulos o infieles. Cristo, en cuanto juez, lleva a su término y consumación
no sólo la historia de su Iglesia, sino la del mundo entero.
Tres imágenes veterotestamentarias, todas las cuales se habían utilizado ya también en
textos precedentes (cf. comentario a 1,16; 2,27; 12,5; 14,19s) representan a Cristo como el
Señor y juez de los gentiles. Su palabra de juez, como espada aguda, pone inmediatamente
en obra la sentencia; alcanza a los condenados como golpe con vara de hierro.

16 Y sobre el manto y sobre el muslo lleva escrito un nombre: «Rey de reyes y Señor de
señores.»

Para terminar se menciona el nombre que explica la omnipotencia del juez, así como la
impotencia de los que son juzgados. Va escrito sobre la parte del cuerpo que salta
especialmente a la vista en un jinete, en la parte superior del muslo; el nombre coincide que
se había dado ya al Cordero en la predicción de su victoria ( 17,14), y aquí como allí
significa que e] juez aparece en la omnipotencia de Dios y, por tanto, en la parusía se
manifiesta también a sus enemigos como el que era y es: Señor universal, como Dios
mismo.

b) Derrota de la bestia y de sus aliados (19,17-21)

17 Y vi un ángel de pie sobre el sol y gritó con gran voz, diciendo a todas las aves que
vuelan en lo más alto le los cielos: «Venid, congregaos para el gran festín de Dios; 18 para comer
carne de reyes, carne de jefes militares, carne de poderosos, carne de caballos y de jinetes y carne
de todos los hombres, libres y esclavos, pequeños y grandes.

Como en el preludio de un drama se insinúa anticipadamente el desenlace, lo mismo


sucede aquí en la invitación del ángel. Éste aparece en pie en medio del resplandor del sol
(cf. 12,1) e invita a todas las aves carniceras que vuelan por lo alto del cielo a una horrenda
comida de cadáveres que Dios les ha preparado. El cuadro es copia de una descripción de
Ezequiel (Ez 39,17-20), y aquí se presenta como estremecedora contrapartida del banquete
nupcial del Cordero, al que están invitados los elegidos ( 19,7-9)

167
19 Y vi la bestia, y los reyes de la tierra y sus ejércitos, congregados para
hacer la guerra contra el que montaba el caballo y contra su ejército. 20 Y fue
apresada la bestia y con ella el falso profeta, el que hizo las señales en su
presencia, con las que extravió a los que recibieron la marca de la bestia y a
cuantos adoraron su imagen. Vivos fueron arrojados los dos al lago de fuego que
arde en azufre. 21 Los demás fueron muertos por la espada del que montaba el
caballo, por la que salía de su boca. Y todas las aves se hartaron de sus carnes.

Tras el anuncio sigue ahora en el segundo cuadro la realización. Empalmando con una
insinuación hecha ya en 16,14 sobre la reunión de todos los reyes de la tierra para el juicio,
se hace simplemente constar el triunfo del jinete del Logos sobre todos los enemigos. Hace
ya tiempo que el combate quedó dirimido con la muerte de Jesús y decidido
victoriosamente con su resurrección (cf. 12,5-12). Por esta razón no se ve aquí ya rastro de
enfrentamiento bélico; todos los que habían intervenido en nombre del Anticristo, yacen ya
derrocados por el suelo, con armas y bagajes. Una vez que «el león de la tribu de Judá» (5,5) se
revela ante todo el mundo como el que hace ya tiempo venció, ya no hay más que sacar las
consecuencias de su victoria para la historia del mundo. Esto se hace sin esfuerzo ni
aparato. Los que en otro tiempo parecían omnipotentes en la tierra, cuya perniciosa
actividad e influjo, que alcanzaba a todas partes, se trae una vez más a la memoria (cf.
13,11-18), se dejan ahora apresar como paralizados por un desmayo. Las dos bestias son
devueltas allá de donde habían venido y arrojadas de nuevo al infierno para ser
atormentadas eternamente (cf. 14,10s; 20,10.14s; 21,8). La palabra del juez omnipotente
conmina a los secuaces de las mismas la sentencia de muerte, que viene ejecutada
inmediatamente. Más adelante se volverá a hablar todavía del destino definitivo de los
adoradores de la bestia (20,15; 21,8).

2. EL JUICIO SOBRE SATÁN (20,1-10)

Con el juicio sobre la bestia y sus adeptos se ha privado a Satán de los instrumentos con
cuya ayuda había intentado con éxito contraponer en la tierra un reino contrario al reino de

168
Dios fundado por Cristo y a su manifestación histórica provisional en la Iglesia. Para llevar
adelante esta tentativa ahora ya sólo puede contar de nuevo consigo mismo. Además, con
la parusía (19,11-16) se ha modificado radicalmente su situación. Ya con la acción
redentora de Cristo estaba dada por perdida su posición (cf 12,7-12). Sin embargo, a pesar
de haber cambiado con la historia de Jesús la realidad del hombre y del mundo (cf.
comentario a 12,9-11), se le había dejado un plazo para continuar sus maquinaciones en la
tierra (12,12). La dilación ha llegado a su término. El poderío aparente que hasta aquí había
podido Satán seguir simulando todavía algo en la historia, queda desenmascarado al fin
como tal de forma tangible para todo el mundo, y esto sucede todavía dentro del ámbito de
la historia y en el terreno del mundo de otrora. Así pues, la realidad oculta de la salvación,
que era conocida a los creyentes y estaba ya presente, se pone visiblemente de manifiesto
no ya precisamente tras la conclusión de la historia universal, sino todavía una vez durante
su transcurso. Este pensamiento fundamental parece caracterizar como Leitmotiv los
desarrollos no fácilmente comprensibles relativos al encadenamiento de Satán, al reinado
milenario y a la subsiguiente puesta en libertad del demonio por breve tiempo.

a) El reino de los mil años (20,1-6)

1 Y vi a un ángel que bajaba del cielo con la llave del abismo y una gran cadena en la mano.

En una nueva visión, que no está acoplada a la del jinete vencedor, ve Juan a un ángel
que desciende del cielo a la tierra. Los objetos que lleva en la mano permiten adivinar su
encargo. La «llave del abismo» la tiene en custodia Cristo (cf. 1,18); una vez se había
entregado ya a un ángel caído (9,1), que abriendo el abismo debía desencadenar la quinta
plaga de las trompetas (cf. comentario a 9,1s). Ahora bien, el ángel de Dios tiene el encargo
de abrirlo, no para dar libertad a los demonios, sino para encerrar a su cabecilla supremo;
esto se echa de ver por la cadena que lleva en la mano.

2 Se apoderó del dragón, de la serpiente antigua que es el diablo y Satán, y lo encadenó por
mil años.

169
El ángel cumple su encargo sin dificultad; el dragón debe dejarse encadenar como
impotente, pues, pese a su peligrosidad, de la que anteriormente se habían presentado
imágenes terroríficas, hace ya tiempo que está desarmado y desposeído.
La repetición de su característica de 12,9 trata aquí de recordar no tanto lo que tiene de
siniestro su persona y su voluntad, como esta sumisión ha tenido ya lugar, explicando a la
vez por qué resulta tan fácil al ángel el desempeño de su encargo.
La escena de desenmascarar a Satán sólo descubre su especial significación si la
considera en función de la intención parenética fundamental del Apocalipsis. Pone el poder
aparente del adversario de Dios ante los ojos de quienquiera que lo aborda en nombre de
Dios de manera tan sencilla y tan obvia, que los creyentes pueden enfrentarse con él sin
temor y con absoluta seguridad.
En la escena de encadenar a Satanás se modifica en sentido bíblico un motivo
antiquísimo que se puede hallar en los mitos de casi todos los pueblos, pero que tenía
especial significado en representaciones religiosas dualistas, como las persas: la retención
del poder destructor del mal presentido en todas partes en la naturaleza y en la historia 74.
...............
74. En la imagen de encadenar a Satán utiliza un motivo mitológico muy antiguo y muy propagado. No sólo
se halla en las sagas orientales del mundo de los ínferos, sino que emerge también en los Edda, en el Fenriswolf
encadenado. Lo que más se acerca a la descripción de Ap 20,1-6 es el mito iranio del encadenamiento de la serpiente
Azhi Dahaka, que también logra soltarse una vez antes de ser sometida definitivamente. La idea de que poderes
espirituales malignos son encerrados en una prisión está utilizada también en Is 24,21s y se halla con mucha
frecuencia, sobre todo, en la apocalíptica judía tardía (por ej. en Ap de Henoc 10,4-10; 18,12-19,3; 21,1-10, etc.)
...............

3 Lo arrojó al abismo, que cerró y selló, para que no extraviase más a las naciones, hasta
que se cumplieran los mil años. Después de esto habrá de ser soltado por un poco de tiempo.

Excluir a Satán de la historia es una disposición de Dios garantizada (el sello de Dios
sobre la puerta) por un período de mil-años, es decir, por un tiempo relativamente largo 75.
...............
75. El número mil sólo tiene aquí valor de símbolo. En la concepción irania del mundo desempeñaba un papel
en la división del tiempo del mundo, cuyo transcurso se concebía en períodos sucesivos de mil años cada
uno. El judaísmo tomó sin duda de aquí el número para concretar su idea de la semana del mundo. Se

170
concebía el tiempo del mundo conforme al modelo de la obra de seis días de la creación, seguida de un
séptimo día, como día de reposo; tras los seis mil años de historia del mundo viene el sábado del mundo
que dura 1000 años (cf. Epístola de Bernabé 15,3ss).
...............

Durante esta época no tiene el diablo ningún género de influencia inmediata sobre el
acontecer del mundo y tiene que dejar tranquila a la humanidad. Mirando adelante a
20,7-10, se indica ya aquí lo que sucederá una vez transcurrido el tiempo prefijado:
después el demonio «habrá de ser soltado» -es decir, según el designio divino- brevemente
en libertad por última vez; sólo entonces se pronunciará sobre él la sentencia final.

4 Y vi tronos, y a los que se sentaron en ellos, y se les dio poder de juzgar. Y vi las almas de
los que habían sido decapitados por causa del testimonio de Jesús y de la Palabra de Dios, y a
cuantos no habían adorado la bestia ni su imagen, ni habían recibido la marca en la frente ni en la
mano, y revivieron y reinaron con Cristo por mil años. 5 Los demás muertos no revivieron hasta
que se hubieron cumplido los mil años. Esta es la primera resurrección.

En vano buscamos una relación que nos informe de cómo van las cosas en la tierra
durante el reinado de los mil años. La visión que nos dice mediatamente algo sobre este
particular, se desarrolla en el cielo. Representa una sesión judicial. Quiénes sean los
jueces es cosa sin importancia para la instrucción que se quiere dar en esta visión; por esta
razón no se mencionan. Ante el tribunal comparecen dos grupos sobre los que hay que
sentenciar. El primer grupo lo constituyen los mártires 76, que ya en 6,9 se habían
caracterizado de la misma manera; el segundo grupo es el de los confesores, que durante
el tiempo del Anticristo dieron buena prueba de sí en la fe (cf. 13,8.15-17; 15,2), aunque sin
tener necesidad de dar por ella el testimonio de su sangre. A unos y otros asignan los
jueces en el cielo como recompensa una nueva vida después de la muerte, la cual, como ya
se dijo anteriormente (5,10), significa participación en la soberanía de Cristo sobre el
mundo (cf. 2,26s; 3,21).
Que su participación en la soberanía se restrinja al período del destierro de Satán del
mundo resulta poco comprensible a primera vista. La visión presenta un cuadro del cielo
que debe, por tanto, considerarse también como el lugar en que se hallan los que reinan

171
juntamente con Cristo. Además se dice implícitamente que su recompensa presente no es
la definitiva; más bien se trata únicamente de informar sobre cuál será su suerte durante los
«mil años». De importancia decisiva para la recta inteligencia del conjunto será descubrir
qué sentido tiene aquí la aserción «revivieron» La resurrección corporal sólo tiene lugar
más tarde, inmediatamente antes del juicio final (v. 13), tanto para los buenos como para
los malos (cf. v. 12 y, 15). De los «demás muertos» -que en el contexto de este pasaje son
los adeptos de la bestia- se dice aquí expresamente que no reviven. Una segunda
resurrección corporal de los buenos es inconcebible y sería además un contrasentido. La
«primera resurrección» puede, por tanto, significar únicamente una realidad trascendente,
es decir, una situación que se da por encima de la realidad terrestre, aunque no sin
importancia para ésta ni sin influjo sobre ella. La visión misma indica esta circunstancia por
el hecho de no desarrollarse en la tierra, sino en el cielo. Vistos todos los datos en
conjunto, sólo queda una interpretación plausible: La «primera resurrección» es la
participación en la gloria y, por tanto, también en la soberanía de Cristo glorioso. Esta
participación se otorga a aquellos que sacrificaron su vida por la confesión de Cristo o que,
aun sin martirio, con la fe en él atravesaron la puerta de la muerte y pasaron a la verdadera
vida; su «muerte primera» fue para ellos su «primera resurrección». A todos los demás les
aguarda después de la muerte primera (cf. 19,21) «la segunda muerte», como se dice en el
versículo siguiente; lo que con ésta se quiere dar a entender se explica después (20,14).
...............
76. El trato de preferencia dado a los mártires en el Apocalipsis puede registrarse a lo largo de todo el libro.
Está en conexión con el objetivo fundamental del escrito, que consiste en armar a los cristianos de constancia para
afrontar valerosamente la muerte en vista de la persecución que amenazaba.
...............

6 Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección. Sobre éstos no tiene
potestad la segunda muerte, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él por
los mil años.

Esta bienaventuranza menciona a los santos que han sido hechos partícipes de la
primera resurrección; en el primigenio sentido de la palabra significa esto que ellos,
separados de los malos, quedan introducidos en el ámbito trascendente de Dios y están en

172
comunión de vida con aquel cuya esencia es santidad. Debido a esta nueva forma de
existencia, la segunda «muerte» no puede afectarles en modo alguno: están preservados
de la condenación eterna (cf. comentario a 2,11).
La «primera resurrección» y la «segunda muerte» se excluyen por tanto mutuamente. La
«segunda muerte» significa el estado de los condenados; según esto, parece obvio
suponer que «la primera resurrección» es el estado contrario, a saber, el de la unión
bienaventurada con Cristo en la gloria del Padre. Con esto cuadra la interpretación, que
sigue a continuación, de la vida bienaventurada como servicio sacerdotal para Dios y para
Cristo, y como reinado en común con el Redentor del mundo (cf. comentario a 1,6 y 5,10)
sobre el trono del Padre.
De aquí se puede también concluir algo tocante al estado y a las condiciones de la
Iglesia en la tierra durante el período en que Satán está privado de poder. En este tiempo
no puede él servirse de instrumentos demoníacos ni humanos para la lucha contra el
pueblo de Dios (cf. 19,20; 20,3). A la época de la persecución sigue para la Iglesia un
tiempo de paz al exterior y en el interior. Según esto, también la soberanía de Cristo y de
sus santos, su triunfo en el cielo podrán tener su correspondencia en la tierra en la
organización de la sociedad humana en cuanto tal, como también en la de sus grupos
particulares. Una vez que está detenido el influjo de los poderes diabólicos sobre la historia,
la situación que de ello ha resultado en la tierra puede entenderse en sentido espiritual
también como una toma de poder por Cristo y por sus santos; la propagación del Evangelio
entre los hombres podría seguir libremente su curso, y su influjo en la sociedad humana se
ejercería sin trabas 77.
Cierto que con el desarme y desposeimiento del demonio no queda absolutamente
alejado de la humanidad el mal. Subsiste todavía la otra fuente del mal, el corazón humano,
«cuyos deseos tienden al mal desde la adolescencia» (Gén 8,21). Así pues, la perversión y
el pecado así como la desgracia y la muerte, no desaparecerán del mundo ni siquiera
durante este período de paz de la Iglesia en la tierra; con ello no se ha devuelto todavía a la
tierra el primigenio estado paradisíaco.
...............
77. La idea del reino de los mil años es en el NT exclusiva del Apocalipsis. En ella se utilizan materiales
imaginativos de la apocalíptica judía contemporánea, los cuales, modificados y espiritualizados en sentido
cristiano, se reúnen en un diseño autónomo. El elemento fundamental está constituido por la idea de un

173
reino mesiánico intermedio, que precede al establecimiento definitivo de la soberanía de Dios (cf. Ap de
Henoc 91,12ss; Oráculos sibilinos 3,652ss, etc.). Contrariamente a la apocalíptica judía, que describe el
reino intermedio en forma en parte terrestre y material, el Apocalipsis traza de él un cuadro trascendente.
Esto, sin embargo, no impidió que en tiempos cristianos primitivos se entendiera erróneamente en el sentido
de la concepción judía; (el llamado quiliasmo). Desde san Agustín, que interpretó el reino de los mil años en
sentido de historia de la Iglesia (La Ciudad de Dios 20,7ss), perdió el quiliasmo su importancia en la Iglesia.
...............

b) Caída definitiva de Satán (20,7-10).

7 Cuando se cumplan los mil años, será soltado Satán de su cárcel, 8 y saldrá para seducir a
los pueblos que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, para congregarlos para
la guerra, cuyo número es como la arena del mar.

Lo que ya en el v. 3 se había anunciado como contenido en el designio de Dios sobre la


historia, a saber, la nueva liberación de Satán, se expone ahora brevemente. Él aprovecha
inmediatamente la posibilidad recuperada, a fin de intervenir a su manera en la historia y
trastornarla. Con su propio desposeimiento temporal, así como con la derrota definitiva de
sus colaboradores, las bestias, se había visto impedido en su anterior intención y actividad
de «seducir a los pueblos»; ahora él solo y directamente vuelve a poner manos a la obra,
procurando enrolar bajo su bandera a los poderes políticos del mundo e incitarlos contra
«el campamento de los santos y la ciudad amada» (v. 9; cf. comentario a 14,1-5), es decir,
contra los seguidores de Cristo y contra su Iglesia. Logra desencadenar una rebelión
general («en los cuatro ángulos de la tierra»; el número cósmico: cuatro); son inmensas las
multitudes -esto se expresa con la tradicional comparación bíblica con la «arena del mar»-,
que se apiñan como reservistas de Satán (cf. 19,17-21) y se ponen bajo su mando para la
última acometida contra el pueblo de Dios. El esbozo del cuadro, en cuanto al contenido y a
la ejecución, tiene su modelo, del que depende, en Ez 38,1-39,20, que lo desarrolla por
extenso. Allí se encuentran también los nombres míticos de Gog y Magog 78, que ya en la
apocalíptica judía se empleaban como designaciones simbólicas de masas de enemigos,
que avanzan de los cuatro puntos cardinales para luchar contra el reino escatológico del
Mesías 79.

174
...............
78. Ezequiel describe como «al final de los días» (38,16) ejércitos poderosos guiados por el príncipe «Gog de
la tierra de Magog» (38,2) avanzan para combatir contra el pueblo de Dios. Sin embargo, son destruidos por la
intervención maravillosa de Dios. Ya en la traducción griega del AT, la versión de los LXX, aparece el nombre
geográfico Magog como nombre de persona; y en la apocalíptica posterior «Gog y Magog» viene a ser una fórmula
estereotipada para designar poderes contrarios a Dios.
79. Cf. Oráculos sibilinos 3,319.512; 4 Esd 13,5ss; Ap. de Henoc 56,5ss.
...............

9 Avanzaron por la superficie de la tierra y cercaron el campamento de los santos y la


ciudad amada, y bajó fuego del cielo y los devoró. 10 Y el diablo que los había seducido fue
arrojado al lago de fuego y azufre, donde estaban también la bestia y el falso profeta, y serán
atormentados día y noche por los siglos de los siglos.

La situación de la Iglesia vuelve a parecer totalmente desesperada frente a un ejército


tan poderoso que la ha rodeado y cercado. Por segunda vez se congrega en un lugar (cf.
16,14-16; 19,17-21) todo el contingente de los enemigos de Dios, que tratan de disputarle
el reino en la tierra a él y a su Mesías. Como la primera vez, tampoco ahora se libra
ninguna batalla; Dios interviene maravillosamente para socorrer a la «ciudad amada»,
aniquilando en un abrir y cerrar de ojos con fuego del cielo el enorme poder del enemigo
(cf. Ex 38,22).
Con esta última tentativa queda completamente al descubierto «el misterio de la
impiedad» (2Tes 2,6) en todo su horror y al mismo tiempo en su impotencia, en el
transcurso de la historia del mundo; la derrota de Satán, que hacía ya tiempo que había
tenido lugar (cf. 12,7-11) se hace ahora notoria también históricamente. El breve tiempo en
que el furor del que ya estaba condenado pudo desfogarse contra la Iglesia de Cristo en la
tierra (cf. 12,12), ha transcurrido ya; como corresponde a su ser, que es la negación radical
de Dios y de todo los que le pertenece, ahora se hace definitiva y eterna su exclusión del
mundo de Dios, y esta separación de Dios acaba en infelicidad eterna. La trinidad satánica,
tras el vértigo del poder, vuelve a hallarse de nuevo impotente en el tormento eterno de los
réprobos. Quien elige el seguimiento de Satán, hace una elección para toda la eternidad, al
igual que el que opta por seguir a Cristo.

175
3. EL JUICIO FINAL (20,11-15)

11 Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él. De su presencia huyeron la tierra
y el cielo, y no se encontró lugar para ellos.

Con Satán se ha alejado de la creación de Dios el verdadero factor de perturbación y de


destrucción, la última causa de todos los procesos caóticos en la historia universal. Con ello
se han sentado las bases de la posibilidad de un nuevo orden del mundo, de su elevación
al estado final de la consumación.
El último acto de la historia del mundo, al igual que la entera sucesión de cuadros del
futuro, se introduce con una visión del trono (cf. 4,1-5,14); al comienzo de las revelaciones
sobre la historia del mundo y de la salvación se había puesto el signo de la soberanía
universal de Dios; con el mismo signo se pone ahora también el punto final al conjunto.
Todos los juicios de Dios a lo largo de la historia, como fueron descritos sobre todo en las
tres series de plagas, apuntaban en definitiva al restablecimiento de los órdenes
perturbados. En el juicio final, el desorden de la injusticia, que en el transcurso de la
historia del mundo había campeado en lo grande y en lo pequeño, quedará reajustado en
conjunto y para siempre por la justicia incondicional de una última sentencia judicial que lo
pone todo en su sitio.
La creación, en su forma desfigurada, afectada por el pecado del hombre, herida también
por la maldición y trastornada por el influjo del mal (cf. Gén 3,17), se desvanece cuando
irrumpe sobre ella la gloria del Dios tres veces santo en el momento de su venida para
juzgar al mundo. Este fin del mundo que se describe por extenso en el apocalipsis sinóptico
(cf. Mc 13,24-27), está delineado aquí con pocos rasgos, pero con tanta más fuerza y
efecto.
Han pasado el cielo y la tierra; sólo ha quedado el símbolo del juicio: el gran trono, que
ahora domina todo el cuadro en la esplendorosa blancura de la gloria divina. De nuevo
aquí, como ya en 4,2, no se menciona por su nombre al que impera sobre el trono, pero la
identidad de las imágenes en 4,2 y en 20,11 permite colegir la identidad de las personas.
Así pues, como juez del mundo aparece aquí el Padre. El esbozo monumental, que con

176
vistas a dar una impresión más fuerte, sólo retiene lo esencial, no excluye, sin embargo,
que el Padre confíe la celebración del juicio al Hijo, como se ha atestiguado repetidas
veces (cf. 6,16s; 14.14s; Jn 5,22).

12 Vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono, y fueron


abiertos los libros. Y fue abierto otro libro, que es el de la vida, y los muertos
fueron juzgados de lo que estaba escrito en los libros, según sus obras. 13 EI
mar dio los muertos que en él estaban, y la muerte y el Hades dieron los muertos
que en ellos estaban, y fueron juzgados cada uno según sus obras.

Juan ve de repente a todos los muertos de pie ante el trono del juez; no falta ninguno de
los que vivieron, dondequiera que hubiera sido sepultado; la tierra y el agua, la muerte y el
mundo subterráneo, representados como poderes personificados, como ya antes en 6,8, no
pueden retener para sí a nadie.
Con lo denso y rápido del relato se quiere presentar claramente y destacar con
insistencia el hecho del juicio y las pautas que vienen aplicadas. A este solo objeto se
describe por extenso el hecho del juicio, como por ello se explica también la sorprendente
transposición del juicio y de la resurrección de los muertos.
El juez no abriga acepción de personas; a todos se aplican las mismas normas; cada uno
está solo delante de Dios; de la boca de Dios emana la última sentencia, la única sentencia
plena y totalmente objetiva sobre cada persona y sobre su obra. A estas circunstancias
especiales se da la principal importancia en la exposición; mediante una imagen muy
expresiva, la de los libros, a los que se recurre para dictar sentencia, se hace que esta idea
domine el centro del cuadro.
Dos clases de libros proporcionan los datos necesarios. La primera clase existe en
numerosos ejemplares; sin duda existe un libro especial para cada uno de los que son
juzgados. De la segunda clase, en cambio, sólo existe un ejemplar; contiene una lista de
nombres, la lista de los ciudadanos del cielo; de esta lista se había hablado ya, se llama el
«libro de la vida» (3,5; 17,18), o también el «]libro de la vida, del Cordero» (13,8; 21,27).
Este registro sirve de base para dictar la sentencia.
Pero además de éste, hay un segundo libro de singular alcance para la sentencia: el

177
registro de lo que cada persona ha hecho de su vida, el libro de sus «obras» (cf. Dan 7,10).
Si la sentencia ha de ser positiva, tiene que haber concordancia entre elección y obras,
entre gracia y cooperación, entre vocación y realización personal de la misma. Así, el juicio
final no es sino la revelación universal de las decisiones que cada uno ha tomado
personalmente (cf. Jn 3,18s).

14 Y la muerte y el Hades fueron precipitados en el lago de fuego. Esta es la segunda


muerte: el lago de fuego. 15 Y cuantos no se hallaron inscritos en el libro de la vida, fueron
precipitados en el lago de fuego.

Con este juicio final llega a su término «este mundo» Mt 12,32; Lc 16,8; 20,34; Rom 12,2,
etc.); «este mundo actual y malvado» (Gál 1,4) debe dejar el campo libre al mundo «futuro»
(Mt 12,32; cf. Ef 1,21; 2,7, etc.). Dos poderes de este siglo, que deben su existencia al
pecado (cf. Rom 5,12-21) Y que primero deben ser todavía eliminados, se mencionan aquí
expresamente: la muerte y el reino de los muertos, el Hades. Como «último enemigo» (lCor
15,26) son excluidos de la creación de Dios antes de que la vida en ella pueda celebrar su
triunfo eterno. También aquí se conciben estos dos poderes como personificados,
concretamente como seres diabólicos, porque, en cuanto manifestaciones consecuentes al
pecado, han desbaratado y trastornado la figura primigenia de la creación de Dios.
Consiguientemente son enviados con Satán y sus cómplices a la condenación, en la que se
hallan también los hombres que no habían podido responder satisfactoriamente ante el
juicio de Dios.
La situación desesperada de los condenados a tormentos eternos (cf. 20,10) se llama en
el Apocalipsis «la segunda muerte», de la que ya no hay resurrección.
.............................

VII. LA CONSUMACIÓN (21,1-22,5)

El «príncipe de este mundo» había sido juzgado ya por la primera venida de Cristo (cf.
12,7-12; Jn 16,11). Con la permisión de Dios (cf. comentario a 13,7) había podido todavía

178
en un intermedio histórico (cf. 12,12) hacer la tentativa desesperada de mantenerse todavía
en la anterior posición de poder; con ello la historia del mundo había caído en notable
confusión y había impedido sensiblemente los efectos de la acción redentora de Cristo
sobre las condiciones de la sociedad humana.
Con la segunda venida de Cristo cambia esta situación. Los cómplices de Satán y sus
adeptos habían sido ya capturados anteriormente (cf. 19,205); ya no ejercen el menor
influjo sobre el transcurso de la historia del mundo. A Satán mismo se le impide también
definitivamente continuar su obra tras una última y vana tentativa (cf. 20-7-9; desde ahora
ya no está su puesto en la tierra, sino para siempre en el lago de fuego (cf. 20,10). El
mundo de antes, gravemente afectado por el pecado y sus consecuencias, se desvanece
(cf. 20,11); entre los hombres se ha llevado a cabo en el juicio final la separación de
buenos y malos (cf. 20,12-15).
La purificación de la historia del mundo en el juicio final y la disolución del antiguo
cosmos tienen como objetivo dejar el paso libre para la nueva creación y la nueva
humanidad. Consiguientemente, todos los cuadros que siguen están bajo el lema «Mirad,
todo lo hago nuevo» (V. 5).
Con la acción redentora, el «Cordero como degollado» (5,6) había tomado
enérgicamente en su mano la suerte del mundo de Dios; ahora bien, esta victoria del «león
de la tribu de Judá» (5,5) sólo ahora se manifiesta en todo su alcance. El mundo nuevo,
que no está ya obscurecido por ninguna sombra de imperfección y de caducidad, sale
ahora a la luz; surge la nueva humanidad, que no conoce ya pecado ni, por consiguiente,
ninguna clase de dificultades.

1. VISIÓN INTRODUCTORIA (21,1-8)

1 Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron,
y el mar no existe ya. 2 Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo de parte de
Dios, preparada como esposa ataviada para su esposo.

Los dos primeros versículos indican solemnemente el punto culminante de todo el libro, la
consumación del misterio de Dios (cf. comentario a 10,7); en el tenor verbal se atienen muy

179
de cerca a palabras de promesa de la profecía veterotestamentaria (cf. Is 65,17; también
66,22). A manera de epígrafe anuncian el tema de la última visión del libro: el mundo
nuevo y la nueva Jerusalén.
La descripción de esta visión no comienza hasta el versículo 9; va precedida de una
introducción relativamente larga (21,3-8), también en forma de visión, que tiene por objeto
resaltar la importancia y significado de la subsiguiente relación en imágenes y de dar ya
anticipadamente, a manera de prólogo, una interpretación del sentido encerrado en ella.
Al viejo mundo ha sucedido una tierra completamente nueva, y un nuevo firmamento se
extiende sobre ella (cf. Gén 1,1); nada queda ya de la primera creación. Se indica
expresamente que el mar ha desaparecido; es que el mar se consideraba como el último
resto del caos primordial (cf. Gén 1,2; cf. también comentario a 13,1).
La forma que asume el mundo nuevo es la de la Jerusalén celestial. El cielo de Dios le da
figura concreta; ahora están totalmente interpenetrados el ámbito de vida humano y el
divino; la tierra y el cielo forman una unidad. Por medio de conceptos figurativos, tomados
del Antiguo Testamento, se explica todavía más en detalle lo que esto quiere decir.
La totalidad del cosmos queda incorporada al cielo de Dios, lo cual se representa con la
imagen del descenso de la ciudad santa de Dios a la tierra (cf. 3,12). Esta lleva el nombre
simbólico de «La nueva Jerusalén». Esta tiene todavía algo en común con la Jerusalén de
la tierra, la ciudad del templo del Antiguo Testamento, en cuanto que la presencia de Dios
que se manifestaba en forma de nube en el lugar santísimo de su templo, ha dejado ahora
de ser mero símbolo para convertirse en plena realidad; se ha realizado ya el signo de
promesa del Antiguo Testamento. No es que la antigua Jerusalén se haya transformado y
transfigurado para siempre en una nueva forma gloriosa; ha sido reemplazada por algo
totalmente nuevo: «La nueva Jerusalén» es, en su mismo ser, una realidad trascendente
que desde toda la eternidad había existido en Dios 80.
En la segunda imagen, la de la esposa, se pone esta nueva Jerusalén en relación con la
Iglesia de Jesucristo. La imagen de los que siguen al Cordero en el monte de Sión (14,1-5)
había representado ya también a la Iglesia desde dentro en su unión por gracia con el
Señor glorificado, como una comunidad santa, pero en las condiciones de la antigua tierra;
ahora, en la nueva tierra, vienen a expresarse, incluso en su figura externa, su riqueza
interior y su belleza sobrenatural; en la realidad de la nueva creación celebra el pueblo de

180
Dios «las bodas del Cordero» (cf. comentario a 19,7).
...............
80. Cf. Ga 4,26; Hb 12,22; 4Esd 7,26 y passim, Ap de Henoc 53,6; 90, 28ss.
...............

3 Y oí una gran voz que procedía del trono, la cual decía: «Aquí está la morada de Dios con
los hombres, y morará con ellos, y ellos serán sus pueblos, y Dios mismo con ellos estará.

La nueva realidad se sigue interpretando todavía en dos grupos de dichos, una vez más
formados por palabras e imágenes del Antiguo Testamento.
El primero que habla, «una gran voz que procedía del trono» (cf. 19,5) declara que ahora ya
se han cumplido las promesas de una nueva y perfecta comunidad de vida con Dios, que se
habían hecho al primer pueblo de la alianza 81. Se ha verificado ya lo que el tabernáculo y el
templo habían presentado como tipo y figura al pueblo de Dios, así como lo que había significado
como esperanza; Dios ha abierto el lugar santísimo del templo (cf. comentario a 11,19) para la
humanidad entera. El verdadero Israel, la alianza eterna son ya realidad.
...............
81. Cf. Lv 26,11s; Ez 37,27; Zac 8,8.
...............

4 »Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y la muerte ya no existirá, ni llanto, ni lamentos, ni


trabajos existirán ya; porque las cosas primeras ya pasaron.»

Cuando Dios viene a ser real y verdaderamente vivencia inmediata para hombres, con ello
queda excluido todo lo que menoscaba la felicidad de tal realización. La antigua forma de la
existencia del hombre, que por la maldición del pecado estaba marcada con toda suerte de
molestias y de sufrimientos, de dolores y de lamentaciones, de estrechez y de muerte, ha
desaparecido definitivamente con el viejo mundo (cf. comentario a 7,16s).

5 Y dijo el que estaba sentado en el trono: «Mirad, todo lo hago nuevo.» Y dice: «Escribe;
porque éstas son las palabras fidedignas y verdaderas.»

181
Una segunda voz continúa la interpretación, y esta vez habla Dios mismo. Por lo demás,
ésta es la primera y única vez que el Apocalipsis presenta a Dios tomando directamente la
palabra. La primera palabra de Dios en la Biblia es: «¡Hágase!» (Gén 1,3); aquí está su última
palabra; repite aquella primera, consumando lo que con ella había sido sacado a la existencia:
«Mirad, todo lo hago nuevo.»

6a Y me dijo: «¡Hecho está! Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin.

Cuando habla Dios se produce algo; su palabra es acción (cf. Is 55,11). Por eso se dice:
«Hecho está»; se han hecho, realizado las palabras cuya fiabilidad se acababa de atestiguar.
Como en la primera creación (Gén 1,3b.6b, etcétera), también en la nueva creación se verificará
la palabra de Dios. En el Eterno, no hay separación temporal entre el principio y el fin del
mundo; él, el Creador, es al mismo tiempo su consumador; él se halla en su comienzo, y él es
también su meta final; este hecho vuelve a expresarse y fijarse con la fórmula figurada del alfa y
la omega (cf. 1,8).

6b »Al que tenga sed, le daré yo gratis de la fuente del agua de la vida. 7 El que venza,
heredará estas cosas. Yo seré su Dios, y él será mi hijo. 8 Pero la parte de los cobardes,
incrédulos, culpables de abominación, homicidas, fornicarios, hechiceros, idólatras y de todos los
embusteros, será en el lago que arde con fuego y azufre. Esta es la segunda muerte.»

El destino final de la creación, el nuevo mundo adopta finalmente una forma personal para
cada uno. Quien quiera pertenecer a este mundo nuevo, no debe perder el ansia por él 82. El
impulso de la esperanza cristiana supera las etapas de sed, sin sucumbir a la tentación de apagar
en las fuentes del mundo la sed de felicidad y de bienaventuranza. Sólo en la consumación
todavía oculta, pero que con toda certeza ha de tener lugar, quedará satisfecha el ansia del
corazón humano (cf. comentario a 7,17). Este estado final colmado se otorga «gratis» al que lo
alcanza, es decir, como don gratuito de Dios; nadie puede merecerlo en sentido estricto.
Y, sin embargo, depende también del esfuerzo personal de cada uno; sólo quien lucha hasta
el fin y sale victorioso en el combate de la vida de fe, cumple la condición necesaria para hallar
la plena satisfacción de su propio ser en la comunión bienaventurada con Dios. Como al final de

182
cada una de las siete cartas, también aquí, en el prólogo de la última visión, se halla una
sentencia sobre el vencedor (cf. comentario a 2,7); tanto aquí como allí significa una apremiante
amonestación. En las siete cartas, las sentencias sobre el vencedor prometen idénticamente con
imágenes variadas la consumación bienaventurada; aquí se emplea la imagen de una herencia
que pasa del padre al hijo. Dios adopta como hijo al que da buena prueba de sí mismo, y lo
instituye heredero de todas sus posesiones 83.
Una amenaza dirigida a los que fallan cierra las palabras de Dios: anuncia la suerte de
aquellos que en lugar de vencer se dejan vencer como cobardes. En forma de un catálogo de
vicios se enumeran las diferentes posibilidades de fracaso 84, aunque sin pretender ofrecer una
lista completa. En cabeza están los cobardes y los incrédulos; los que por condescendencia
temerosa o falta de principios quiebran la fidelidad a Dios y los que por soberbia intelectual no
quieren reconocer a Dios. Las restantes transgresiones morales aquí mencionadas se compendian
al final bajo el calificativo general de «embusteros». La falsedad de pensamientos, palabras y
obras revela la afinidad de espíritu con el «padre de la mentira» (cf. Jn 8,44) y merece por tanto
la suerte de éste, la «segunda muerte» (cf. comentario a 20,14). La promesa de la vida eterna se
subraya una vez más mediante este contraste con la amenaza de muerte eterna. Con objeto de
poner en guardia se repite todavía dos veces más esta conminaci6n (21,27; 22,15).
...............
82. Cf. Mt 5,6; Jn 4,10.14; 7,37s.
83. Cf. 2Sam 7,14; Rm 8.17; Ga 4,7.
84. Cf. Rm 1,29-31; Ga 5, 19-21 y passim.
...............

2. VISIÓN DE LA CREACIÓN CONSUMADA (21,9-22,5)

También la descripción de la creación consumada debe contentarse con las posibilidades de


representaci6n gráfica que ofrece la experiencia humana en este mundo; con ellas procura el
vidente dar una idea, aunque únicamente analógica, por lo menos en cierto modo concreta y
sugestiva. En tres cuadros de magnífico colorido -el aspecto exterior de la nueva Jerusalén (21,5-
21,21a), su interior (21, 21b-27), el nuevo Paraíso (22,1-5)- se despliega el estado final, perfecto
y beatificante del mundo y de la humanidad. Esta última descripción del Apocalipsis es la más
extensa de todo el libro; se tiene la sensación de que el vidente casi no se resigna a abandonar

183
este espléndido cuadro final de paz, de gozo y de dicha bienaventurada, del que todavía se
proyecta una luz transfigurante de esperanza incluso sobre las visiones de horror descritas
anteriormente. La descripción del cuadro utiliza de nuevo en gran parte motivos tradicionales
tomados de las visiones proféticas del Antiguo Testamento referentes al futuro, sobre todo en
Ezequiel e Isaías. En su estructura formal sigue la visión el modelo de la visión de la ciudad
mundana de Babilonia (17,1-6), y en cuanto a su contenido discurre paralelamente a ésta, aunque
en sentido contrario.

a) La nueva Jerusalén (21,9-27)

9 Y vi uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas finales, y
habló conmigo, diciendo: «Ven; te mostraré a la desposada, la esposa del Cordero.» 10 Y me
llevó en espíritu a un monte grande y elevado, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba
del cielo, de parte de Dios.

La introducción coincide casi literalmente con la de 17,1-3. De nuevo es uno de los siete
ángeles de las copas el que aquí, como allí, transmite a Juan la visión en un rapto. Allí se hablaba
del desierto, aquí de una elevada montaña, desde la cual se muestra al vidente, como en otro
tiempo a Moisés la tierra prometida (Dt 32,40), el pleno cumplimiento de aquella promesa
veterotestamentaria. Allí la meretriz montada sobre la bestia era el símbolo de la apostasía de
Dios y de su Mesías, aquí la esposa, a la que el cordero ha conducido al banquete nupcial, es el
símbolo de la más íntima comunión de vida entre Cristo y su Iglesia (cf. comentario a 19,7s);
aquí la elegida, allí la reprobada. Allí se interpretaba al final a la meretriz en el sentido de la
«gran ciudad» del Anticristo (17,18); aquí se identifica la esposa con «la ciudad santa, Jerusalén».

11 Y tenía la gloria de Dios. Su resplandor era semejante a piedra preciosísima, como a


piedra de jaspe que emite destellos cristalinos.

Desde ahora, la imagen de la esposa desaparece, pasando a primer término la de la ciudad,


que ahora viene mostrada a Juan, como ya en otro tiempo a Ezequiel (Ez 40,2ss).

184
La antigua Jerusalén, la ciudad en cuyo templo estaba Dios presente a su pueblo elegido, se
entiende totalmente en sentido espiritual, para simbolizar la existencia eterna gloriosa de la
humanidad redimida, a la que ahora se revela Dios tal como es.
Desde la primera aserción se menciona ya lo esencial; destaca como lo propio y esencial de
toda la ciudad lo siguiente: la gloria de Dios reside en ella; no hace ahora su entrada en ella como
en Ezequiel (cf. Ez 43,2-5), sino que le pertenece por esencia. El cielo de Dios es la experiencia
vivida de su gloria.
La impresión de conjunto de la ciudad, totalmente penetrada de la gloria de la esencia
divina, es la misma que la de la manifestación del propio Dios (cf. comentario a 4,3); así, una y
otra vez es el mismo el medio de representación gráfica: el diamante que centellea con todos los
colores de la luz del sol (cf. 4,3).

12 Tenía una muralla grande y elevada, en la que había doce puertas, y sobre las puertas,
doce ángeles, y nombres escritos encima, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel. 13
A Oriente, tres puertas; al Norte, tres puertas; al Sur, tres puertas, y a Occidente, tres puertas. 14
La muralla de la ciudad tenía doce bases, y sobre ellas, doce nombres, los de los doce apóstoles
del Cordero.

Después de haberse definido primeramente con claridad el verdadero objeto de la


imagen y fijado el centro de gravedad de ]a entera visión, se puede pasar ya, a fin de dar
mayor profundidad a la impresión, a la descripción del precioso marco del conjunto. Como
en otro tiempo a los peregrinos que en las fiestas se acercaban a la ciudad santa les
aparecía Jerusalén desde lejos como un único y sólido baluarte rodeado de sus murallas,
almenas y robustas puertas, así ve también Juan la nueva Jerusalén sólo como desde lejos
y la describe también primeramente desde fuera.
En primer lugar llama la atención la muralla que da la sensación
de una unidad compacta que mira al interior y carece de comunicación hacia fuera; separa
el interior del exterior (cf. comentario a 21,27 y 22,15). En la dirección de cada uno de los
cuatro puntos cardinales (cuatro = el número simbólico del cosmos) tiene tres aberturas,
tres puertas (tres = número simbólico de lo divino). Sobre las doce puertas, están, como
haciendo guardia, doce ángeles (doce = número simbólico de la consumación de la historia

185
de la salvación; cf. Is 62,6). Pero la muralla no tiene ya por objeto, como en las ciudades de
la primera tierra, proteger a sus habitantes contra los enemigos. La nueva Jerusalén es una
ciudad con las puertas abiertas (cf. 21,25); invitan a entrar en la radiante magnificencia, que
brilla desde lejos como promesa, y a disfrutar de la bienaventuranza del encuentro con el
Dios viviente.
Sobre cada puerta está escrito, como en Ezequiel (Ez 48, 31-34) el nombre de una de las
doce tribus de Israel, y sobre cada una de las piedras fundamentales que, como
basamentos, sostienen y mantienen en cohesión la muralla, el nombre de uno de los doce
apóstoles de Cristo (cf. Mt 10, 2; Ef 2,20). Una vez más se muestra con toda claridad la
unidad del pueblo veterotestamentario y neotestamentario de la salvación; además, el
número doce subraya todavía que en esta ciudad se han cumplido todas las promesas
hechas a Israel, que la Iglesia ha recibido de éste como su heredera.

13 El que hablaba conmigo usaba como medida una caña de oro para medir la
ciudad, sus puertas y su muralla. 16 La ciudad está asentada en forma
cuadrangular, y su longitud es tanta como su anchura. Y midió la ciudad con la
caña, y tenía doce mil estadios. Su longitud, su anchura y su altura son iguales.
17 Y midió la muralla y tenía ciento cuarenta y cuatro codos, según la medida
humana, que era la del ángel.

El número básico de doce se repite también en las medidas que sin duda se indican con
objeto de dar una impresión de la forma y la extensión de la «ciudad santa, Jerusalén» (v.
10). Ahora bien, las dificultades que resultan cuando se intenta formarse una idea espacial
a base de los datos, indican suficientemente que al que relata no le interesa tanto la imagen
en cuanto tal, sino que más bien tiene importancia para él el contenido simbólico.
La medición sirve aquí para fines muy distintos de los que tenía la descrita en 11,1;
además, ahora se lleva a cabo, contrariamente a aquella, con una medida adecuada a la
realidad celestial («de oro»; cf. comentario a v. 18). Pero, dado que se trata de dar a
hombres en la tierra una idea de aquella realidad transcendente, debe el ángel, como se
hace notar expresamente, servirse de medidas corrientes entre los hombres; esto quiere
decir, al mismo tiempo, que la realidad supraterrestre no se puede representar

186
adecuadamente con estos medios.
La ciudad es de planta cuadrangular; además, es tan alta como ancha, por lo cual tiene
la forma de un cubo, como el lugar santísimo del tabernáculo y más tarde también en el
templo. El cuadrado y el cubo eran en la antigüedad símbolo de perfección. Gran
importancia tiene la semejanza con el lugar santísimo; en efecto, el vidente describe aquí el
arquetipo y la realización de lo que en el templo de Israel sólo había existido como copia y
al mismo tiempo como promesa, a saber, la verdadera morada de Dios y su presencia
inmediata en medio de su pueblo, con la que ahora ya han llegado a su meta las antiguas
promesas de salvación.
Conforme a la medida de las aristas, doce mil estadios (un estadio = 177,6 metros),
resultaría un cubo de enormes dimensiones (unos 2.000 km de alto y de ancho); con esto
se trataba de expresar no sólo la absoluta proporción y perfección («doce»), sino también la
inmensidad («mil») de la nueva realidad, en la que Dios mismo lo es todo en todo» (cf. lCor
15,28). En los datos sobre la altura de la muralla está contenido también el simbólico doce
al cuadrado; así pues, también la muralla es en sí acabada y está adaptada
convenientemente al conjunto; su altura es tan diminuta en comparación con la ciudad (70
m), que en la imagen total resulta verdaderamente insignificante, y el visitante escasamente
habría podido distinguirla desde lejos. Y sin embargo, precisamente la muralla ha sido
descrita ya con tanta minuciosidad (v. 12-14), y más adelante vuelve a atraerse todavía la
atención sobre ella (v. 18-21a); el vidente parece por consiguiente asignarle un significado
particular, tanto más que en ella falta completamente la finalidad de la protección que en
aquel tiempo tenían las murallas de las ciudades (cf. comentario a v. 12-14). La descripción
hecha hasta aquí permite conjeturar que el vidente ve en ella algo así como la
manifestación eternizada del pueblo histórico de la salvación de Dios, y que por tanto el
reino de Dios realizado provisionalmente en la antigua y nueva alianza en la tierra sigue
todavía visible de alguna manera. La historia no queda anegada sin dejar rastro en la
eternidad; lo que ha tenido devenir histórico lleva eternamente el sello que lo atestigua y
también indica la importancia que tuvo o que se le atribuyó en la historia.

18 El material de su muralla es jaspe, y la ciudad es oro puro, semejante al


cristal puro. 19 Las bases de la muralla de la ciudad están adornadas con toda

187
clase de piedras preciosas. La primera base es jaspe; la segunda, zafiro; la
tercera, calcedonia; la cuarta, esmeralda; 20 la quinta, sardónice; la sexta,
cornalina; la séptima, crisólito; la octava berilo; la novena, topacio; la décima,
ágata; la undécima, jacinto; la duodécima, amatista. 21 Las doce puertas eran
doce perlas; cada una de las puertas era una sola perla.

Después de describir la vista general de la ciudad y de indicar las medidas se menciona


ahora el material de construcción de que están hechas la ciudad y la muralla (cf. Is 54,11s;
Tob 13,17). La ciudad es de oro puro, y la muralla de «jaspe», que con gran probabilidad
quiere decir la piedra preciosa que hoy llamamos diamante. Sólo las más bellas y más
valiosas materias primas de la tierra son apropiadas para dar siquiera alguna idea de la
gloria del cielo. Que ni siquiera los más valiosos materiales de construcción pueden
expresar suficientemente lo que Juan ve y quiere describir, se da ya a entender por el
hecho de que al oro del cielo tiene que añadirle todavía una propiedad que no posee el oro
de la tierra: en sí mismo brilla con tanta pureza y claridad como un cristal transparente. Tan
inconcebible como sus dimensiones es también la suntuosidad y belleza de la nueva
Jerusalén.
Una vez más se presta especial atención a la muralla (cf. v. 12-14). El material de que
están hechas las piedras fundamentales de la muralla ya mencionadas (v. 14) es
especialmente valioso. Cada una de estas piedras está formada por una gran piedra
preciosa, cada una de las cuales es de una especie distinta. Dado que la denominación
que entonces se daba a las piedras preciosas no coincide con la nuestra, ignoramos sus
colores especiales y su posible simbolismo. De todos modos, la enumeración de tan
variadas piedras preciosas podría sugerir algún barrunto de la espléndida magnificencia
rebosante de colorido en que el cielo de Dios ha inundado al mundo.
Cada puerta de la ciudad está formada por una sola perla maravillosa, lo cual da a
entender cuán suntuoso será, pues ya en su misma entrada está configurada de forma tan
incomparablemente bella y valiosa.
Para explicar las doce piedras preciosas que se mencionan como piedras fundamentales
de la muralla se hace por lo regular referencia al pectoral dorado del sumo sacerdote, que
estaba adornado con doce piedras preciosas que llevaban grabados los nombres de las

188
doce tribus de Israel (cf. Éx 28,17-21; 39,10-13). Es muy posible que el vidente tuviera
presente aquella pieza señaladísima de la indumentaria litúrgica en el Antiguo Testamento,
tanto más que en las anteriores descripciones de la muralla se hallaban los nombres de las
doce tribus (v. 12), juntamente con los de los doce apóstoles (v. 14). También el hecho de
que «la ciudad santa» (v. 10) esté construida en la misma forma que el lugar santísimo (cf.
comentario a v. 16) y resulte ser en conjunto el lugar de la presencia de Dios (cf. v. 22)
permite conjeturar que en la visión de la nueva Jerusalén se utilizaron todavía tácitamente
otros elementos figurativos tomados del culto del templo. La referencia a la función
sacerdotal del pueblo de Dios, que resultaría de la alusión al pectoral del sumo sacerdote,
reforzaría lo que acabamos de mencionar tocante al significado simbólico de la muralla en
general.

21b Y la calle principal de la ciudad, oro puro como cristal brillante. 22 No vi


santuario en ella; porque su santuario es el Señor, Dios todopoderoso, y el
Cordero. 23 Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna para que la iluminen;
porque la gloria de Dios la iluminó y su lámpara es el Cordero.

De la vista exterior pasa ahora la descripción al interior de la ciudad. La calle principal,


que según la visión de Juan comienza detrás de la puerta, está pavimentada con el mismo
material de que está hecha la ciudad (cf. comentario a v. 18).
El centro de la ciudad en la antigua Jerusalén estaba constituido por el gran
emplazamiento del templo; en la nueva Jerusalén no hay templo. En efecto, la nueva
Jerusalén ha surgido por el hecho de que el cielo de Dios ha descendido a la tierra; si Dios
está tan presente en la tierra como lo está en el cielo, el templo ha caducado ya, puesto
que en la antigua Jerusalén era sólo promesa de lo que ahora se ha cumplido ya en la
nueva Jerusalén; cuando se ha realizado ya lo simbolizado, huelgan los símbolos. Ahora la
ciudad entera es «la morada de Dios con los hombres» (21,3), Dios y Cristo están
presentes en ella en todas partes y directamente, ya no meramente en signos simbólicos,
como en el primer templo. Quien ahora entra en la nueva Jerusalén, no se detiene delante
de Dios, como ante el lugar santísimo del antiguo templo, sino que Dios está en él y él está
totalmente envuelto en Dios, vive en Dios.

189
Donde brilla la gloria de Dios, que irradia también del Cordero, toda luz de la tierra queda
absorbida por ella. El sol y la luna habían sido creados por Dios para que proporcionaran
luz a la vieja tierra (cf. Gén 1,1)); ahora son ya superfluos, pues la eterna luz de la
presencia permanente de Dios ilumina la nueva Jerusalén. También ha cesado ya su
segunda finalidad, a saber, la de separar el día de la noche (cf. Gén 1,14); en efecto, ahora
es eternamente de día, pues la gloria de Dios no puede decrecer ni crecer; no se
compagina con ninguna clase de tinieblas, ni admite la menor sombra (cf. lJn 1,5). El
Cordero, que incesantemente se había presentado a los hombres como «la luz del
mundo»85, revela ahora a los que lo ven en su gloria por qué había afirmado esto de sí y
cuál era el profundo significado de tal afirmación. Al decir también a los que lo seguían:
«Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14), quería dar sencillamente a entender que él
quiere brillar en ellos, y por ellos en el mundo. Ahora bien, esto sólo lo logra quien en su
persona, en sus palabras y en sus obras se hace semejante a Cristo. En la medida en que
Cristo cobre forma en él, brillará él en el cielo con la luz que es Cristo.

24 Y caminarán las naciones a su luz, y los reyes de la tierra llevan a ella su


gloria. 25 Sus puertas no se cerrarán en todo el día porque allí no habrá noche.
26 Y llevarán a ella la gloria y los tesoros de las naciones. 27 No entrará en ella
cosa impura, ni el que obra abominación o falsedad; sino los inscritos en el libro
de la vida del Cordero.

Dado que en la nueva Jerusalén es siempre de día, las puertas de la ciudad están
constantemente abiertas al tránsito, mientras que en la antigua Jerusalén debían cerrarse
por la noche. Sobre el atractivo de su radiante belleza habían vaticinado ya los profetas (cf.
Is 60, 1-22); habían visto anticipadamente en espíritu cómo acudían de todas partes los
pueblos de la tierra para poder caminar y vivir en la espléndida luz de la ciudad de Dios (cf.
Is 2,2-4; G0,3; Ag 2,6-9). Ahora son ya imposibles las diferencias entre las naciones,
porque
en la claridad de la luz divina la verdad inalterada y toda realidad brillan tal como son
efectivamente; ahora hay paz eterna (cf. Is 2,4; Ag 2,9).
Ningún pueblo de la tierra envidia ya al otro su poder y sus posesiones, puesto que todos

190
van con sus riquezas y sus tesoros a depositarlos en homenaje a los pies de su Dios; la
grandeza nacional no causa ya soberbia nacional egoísta, pues ahora está consagrada sin
reserva a la gloria de Dios. Ahora, los potentados de la tierra se inclinan como servidores
ante el Omnipotente, con interna e inquebrantable convicción; concordes en este servicio,
están eternamente de acuerdo entre sí. En Dios se han encontrado todos los pueblos y han
aprendido a respetarse y apreciase mutuamente, cada uno según su peculiaridad; en la
convicción de que todo lo que son y tienen lo deben en definitiva a la grandeza y bondad de
Dios, y en parte también a los esfuerzos de otros, en su gratitud a Dios son también
agradecidos los unos con los otros, y en el amor a Dios se consuma desinteresada y
puramente su amor de unos a otros. En el cuadro tan extraordinariamente luminoso con el
resplandor del cielo, que en él desaparece la luz del sol, conservan, sin embargo, eterna
consistencia todos los verdaderos valores de este mundo y todas las genuinas
realizaciones de los hombres, que se han llevado a cabo en cumplimiento del encargo
cultural de su Creador (cf. Gén 1,28). Lo que se había dicho de los particulares que ven su
meta en Dios y hallan en él su felicidad: «Sus obras los siguen» (14,13), se repite aquí
generalizado y extendido a la sociedad humana, a sus grupos y asociaciones particulares,
que ahora está delante del trono de Dios reunidas en un solo cuerpo como una sola
humanidad. En la idea del mundo propia de la revelación divina no hay el menor asomo de
verdadero dualismo y consiguientemente tampoco pesimismo; con la absoluta soberanía y
omnipotencia de Dios mantiene también con toda limpidez la unicidad y unidad de Dios,
Creador y consumador. Por esta razón, aun en los cuadros de ruina, que en función de su
meta final se enfocan y se quieren como procesos de purificación, se halla todavía más
bien un acento concomitante de lamentación, pero nunca de triunfo nihilista. El amor a la
cultura y la filantropía del Apocalipsis está así en relación de causalidad con su concepción
de Dios, de la que resulta como consecuencia necesaria.
Todo lo que es genuino, bueno y bello en la tierra, será eternizado en el cielo de Dios; la
verdadera actividad cultural tiene también su sentido escatológico. Como para el cuerpo
humano, también para «la gloria de las naciones» hay una resurrección, en la que todas las
obras participan en la consumación de aquel que las realizó. Ahora bien, todos los que en
nombre de Dios dedicaron sus esfuerzos a verdaderos valores y los sacaron a la luz
mediante la obra de su vida, se gozarán eternamente en los frutos de riqueza y de belleza,

191
también por el hecho de haber contribuido ellos a la producción de estos frutos mediante la
entrega personal; en la nueva creación consumada, la realización de la humanidad
conserva, purificada y transfigurada, una consistencia eternamente duradera.
La mirada se dirige en último lugar a los habitantes de la nueva Jerusalén; esto mueve al
vidente a traer una vez más a la memoria en este contexto el principio en que se basa el
veredicto en el juicio final (cf. 20,12) y a reiterar la conminación del v. 8; ahora, sin
embargo, tras la fascinadora visión, ha cambiado de sentido, convirtiéndose en la
estimulante invitación a decidirse de corazón y a tiempo por tal eternidad.
...............
85. Cf. Jn 1,4s.9; 3,19; 8,12; 9,5; 12,45s.
...............

6) El nuevo paraíso (22,1-5)

Esta sección está separada formalmente de la precedente mediante una introducción («Y
me mostró»). También en la representación figurada se produce un cambio; al cuadro de la
ciudad se añade para completarlo el del paraíso. Luego, sin embargo, se reúnen las dos
imágenes en una, de donde resulta esta aserción de sentido más amplio: con el descenso
de la nueva Jerusalén se vuelve a otorgar a la tierra en forma consumada el paraíso
perdido. El panorama de la historia de la salvación se amplía en el sentido de la historia de
la creación.
Con el paraíso comenzó el primer libro de la Biblia, como con él comenzó también la
historia de Dios con la humanidad; con el paraíso se concluye su último libro, que así hace
que esta historia desemboque en un nuevo comienzo feliz, al que no se pone ya fin; el
tiempo final y el tiempo inicial se corresponden mutuamente. La ciudad de Dios,
caracterizada hasta ahora principalmente como ciudad de la luz eterna, ahora, mediante la
representación del paraíso, viene descrita a la vez como ciudad de la vida eterna.

1 Y me mostró un río de agua de vida, reluciente como cristal que sale del
trono de Dios y del Cordero.

192
Juan ve brotar la corriente de vida «del trono de Dios y del Cordero»; por «el Cordero
como degollado» se alumbra de nuevo para la humanidad la fuente primera de la vida
eterna. El agua y la vida están asociadas inseparablemente, sobre todo para el oriental,
pues donde él ve agua, hay vegetación exuberante; donde falta, es el desierto. La fusión de
la imagen de la corriente del paraíso (Gén 2,10-14) con la promesa profética escatológica
de una fuente en el templo (Ez 47,1-12; Jn 4,14; Zac 14,8) tiene por objeto representar en
forma sensible la inagotable plétora de fuerza vital que Dios comunica a su creación ahora
que, preparada por la redención, la lleva a la consumación.

2 En medio de la calle principal y a un lado y otro del río hay un árbol de vida
que da doce frutos, uno cada mes. Y las hojas del árbol sirven para curar a las
naciones. 3a Ya no habrá maldición contra nadie.

Del paraíso procede también la imagen del árbol de la vida (cf. 2,7; 22,14.19) que se
hallaba en medio de él (Gén 2,9; 3,22). Con las indicaciones que aquí se dan no es posible
determinar claramente el puesto del árbol de la vida. Parece ser que Juan no piensa en un
solo árbol como en el relato del paraíso, sino que, como Ezequiel, cuya descripción utilizó
como modelo, incluso en el tenor de las palabras (cf. Ez 47,7.12), piensa en toda una
avenida de árboles que crecen a los dos lados a lo largo de la corriente 86. Los árboles,
siempre verdes, dan frutos sin interrupcción, lo cual quiere decir que a los habitantes del
nuevo paraíso no se les acaba nunca el manjar de la inmortalidad. Un segundo rasgo, el
poder curativo de sus hojas, está tomado a la letra de Ezequiel (cf. Ez 47,12), y en el
contexto presente sólo puede tener un sentido restringido, a saber, que todos los pueblos
que llegan nuevamente hallan la curaci6n de todos sus achaques y ven otorgárseles para
siempre la preservación de su nueva vida contra la amenaza de muerte. Porque allí no
puede ya haber enfermedades y muerte, que son consecuencias de la maldición del
pecado (cf. 21,4). En general no hay ya nada maldito (cf. Zac 14,11), una vez que el autor
de todo mal, Satán, está ya excluido del nuevo mundo para siempre (cf. 20,10).
...............
86. En este caso «árbol de vida» habría de entenderse como singular genérico.
...............

193
3b y estará en ella el trono de Dios y del Cordero, y sus siervos le darán culto.
4 Verán su rostro y llevarán el nombre de él en la frente. 5 Ya no habrá noche, y
no necesitan luz de lámpara ni luz de sol; porque el Señor, Dios, los alumbrará, y
reinará por los siglos de los siglos.

Las visiones de futuro («las cosas que han de ser después de éstas», 1,19) comenzaron
con la visión del trono (4,1-5,14), y ahora terminan también en el «trono de Dios y del
Cordero». El cielo de Dios y el mundo de los hombres habían sido dos realidades
separadas, que ahora han vuelto a unificarse; está excluida para siempre una nueva caída
en pecado como en el primer paraíso.
La nueva humanidad, descrita como imagen y propiedad de Dios (cf. comentario a 3,12;
14,1), se halla ahora asociada con las multitudes celestiales (cf. 4,6-11), ante el Altísimo
con fiel voluntad de servicio; precisamente por esto le da Dios participación en su
soberanía (cf. 1,6; 3,21; 5,10). También a este respecto está plena y totalmente realizado
en el nuevo paraíso lo que se había anunciado en figura en el primero, pero que se malogró
por la culpa del hombre (cf. Gén 1,28s; 2,15-17; 3,1-7.23s).
Los que están ante el trono de Dios y del Cordero ven a Dios tal como es (cf. Mt 5,8; lCor
12,12; lJn 33,2); en esto se cifra su felicidad. En la luz eterna de la gloria de su Dios han
hallado la vida eterna. Así es como la criatura hombre está ahora consumada en todo lo
que en ella se hallaba en germen. La inmediata y eterna comunión de vida con Dios, su
creador y redentor, es precisamente la que da a su ser la realización que se le había
prefijado. A Dios, el Señor, que había creado el primer paraíso y lo ha restaurado todo en el
nuevo con más grandeza y belleza, lo experimentan ahora los bienaventurados por toda la
eternidad como su alfa y su omega (v. 13), su principio y su consumación.
Con este futuro eterno del hombre se ha alumbrado también un verdadero futuro a todo
lo que forma parte del mundo del hombre; la transfiguración y glorificación abarca a la
entera creación de Dios; entonces el nuevo cielo y la nueva tierra (cf. 21,1) vienen a ser
realidad por el hecho de que Dios lo es «todo en todo» (cf. lCor 15,28). Este futuro de Dios
fundamenta y determina el futuro eterno del universo.

194
CONCLUSIÓN 22,6-21

1. RATIFICACIÓN DEL LIBRO (22,6-9)

6 Y me dijo: «Estas son las palabras fidedignas y verdaderas. El Señor, Dios de los espíritus
de los profetas, envió su ángel para mostrar a sus siervos lo que ha de suceder en seguida.

El objetivo principal de las observaciones finales se cifra en demostrar la autenticidad y


fiabilidad de la revelación contenida en el libro. Esto se había hecho ya anteriormente, en
parte con las mismas palabras (cf. 19,9; 21,5); entonces se trataba de dar una confirmación
de aserciones muy determinadas, mientras que ahora se extiende la confirmación al libro
entero, por lo cual se formula con mayor solemnidad y énfasis.
La primera confirmación la da el ángel que había mostrado a Juan la última visión; tal
confirmación se extiende más allá de esta visión al entero contenido del libro, como resulta
claramente del hecho de hacerse referencia casi literalmente a la primera frase del
Apocalipsis (cf. 1,1-3). Se demuestra su credibilidad mediante la observación de que la
revelación proviene de Dios mismo (cf. 1,1); Dios, Señor «de los espíritus de los profetas»
(cf. lCor 14,32), comunica a los que toma a su servicio como profetas lo que quiere que
ellos notifiquen. Con las palabras «lo que ha de suceder en seguida» se mencionó en la
introducción (1,1) el tema del libro, y con las mismas palabras se compendia ahora su
contenido en la conclusión.

7 »Y mirad que voy en seguida. Bienaventurado el que guarda las palabras de


la profecía de este libro.»

La segunda confirmación viene de Cristo. Cristo repite aquí la indicación del tema del
versículo precedente, asegurando y especificando que es él mismo quien va en seguida (cf.
2,16; 3,11); este anuncio se confirma todavía dos veces a continuación (v. 12 y 20). Según
el contexto significa respectivamente amenaza (cf. 2,16; 3,11), amonestación apremiante
(cf. comentario a 16,15) y estímulos. El interés pastoral del Apocalipsis en dar ánimos y en

195
exhortar a la fidelidad en el tiempo de la persecución mediante referencia al desenlace de
toda la historia, se muestra todavía al final con especial insistencia. Una bienaventuranza
que recuerda la primera del libro (1,3) refuerza el parabién dirigido a todos los que toman
en serio las verdades reveladas y se rigen por ellas.

8 Y yo, Juan, soy el que oía y veía estas cosas. Y después de ver y oír, me
postré en adoración a los pies del ángel que me enseñaba estas cosas. 9 Y me
dice: «No hagas eso; consiervo tuyo soy y de tus hermanos, los profetas, y de los
que guardan las palabras de este libro; a Dios adora.»

En tercer lugar, el autor mismo se presenta como garante de la autenticidad de las


revelaciones consignadas en su escrito. Él es testigo ocular y auricular de todo y lo ha
registrado por encargo de Cristo (cf. 1,11). De nuevo se designa lisa y llanamente como
Juan (cf. comentario a 1,9); es bien conocido y se sabe que es de fiar.
Sin embargo, todavía añade un testimonio personal de la autenticidad, que le ha sido
dado por el ángel de la revelación. Cuando él, como ya en otra ocasión (cf. 19,10),
abrumado por la sublimidad de su vocación profética y hondamente impresionado por la
gran importancia para la Iglesia oprimida, de la revelación que se le ha comunicado, quiere
adorar al ángel, este enviado de Dios, con las palabras de repulsa confirma expresamente
la vocación profética de Juan y con ello también por segunda vez (cf. v. 6) el contenido de
su escrito como verdadera palabra profética.
Así como los ángeles y los profetas por vocación glorifican a Dios con su fiel servicio, así
lo hacen también aquellos que se rigen por las instrucciones de la proclamación profética
que está contenida en el libro; de esta manera forman como servidores de Dios una misma
serie con sus ángeles y sus profetas.

2. ENCARGO DE PUBLICAR LA REVELACIÓN (22,10-16)

10 Y me dice: «No selles las palabras de la profecía de este libro, pues el tiempo está cerca.

En contraste con el profeta Daniel, al que fue prohibida la publicación de sus visiones (cf.

196
Dan 8,26; 12,49), Juan recibe el encargo de dar a conocer inmediatamente las suyas. La
razón de esta diversidad de los encargos está en que los vaticinios de Daniel se refieren a
tiempos posteriores (cf. Dan 8,26) o al «tiempo final», que todavía no ha llegado (cf. Dan
12,49), mientras que las visiones de Juan tienen importancia como orientación y
fortalecimiento para la Iglesia de la actualidad. El mensaje que se comunicó a Juan y que
él transmite, descubre la verdadera historia en el acontecer del mundo; es profecía.
El historiador, a diferencia del profeta, halla en el pasado puntos de apoyo que ayudan a
comprender la actualidad. El profeta, en cambio, explica la actualidad por medio del futuro,
en el cual considera la meta final del proceso histórico. La meta final de toda la historia se
ha manifestado en la historia de Jesucristo. La peculiaridad de su historia consiste en que
sucedió «de una vez para siempre» (Rom 6,10; Heb 7,27; 9,12; 10,10); con ella comenzó
para este tiempo del mundo algo absolutamente nuevo y permanente; el hecho de Cristo es
un acontecimiento que mira hacia adelante, en el que se anticipó el futuro absoluto.
Así, en la historia de Cristo se puso al descubierto el verdadero sentido de toda la
historia. En la muerte y resurrección de Jesús se fijó el fin del viejo mundo y el comienzo
del nuevo; con el Cristo glorificado se hizo visible por primera vez en este tiempo del mundo el
futuro eterno de la creación en el reino consumado de Dios e irrumpió para siempre en
dicho tiempo; desde entonces, este futuro de Dios se pone ya siempre provisionalmente de
relieve en el acontecer del mundo hasta que con el segundo advenimiento del Señor
glorificado se consuma y se manifieste también plenamente al exterior.
La profecía cristiana, partiendo del conocimiento acerca del futuro absoluto de Dios, que
está asegurado incondicionalmente en el hecho de Cristo, logra interpretar la actualidad.
Todos los relatos figurados del Apocalipsis trataban de hacer transparente el acontecer del
mundo en sentido de su realidad oculta, en sentido de su verdadera historia.

11 »El injusto, cometa injusticia todavía, el manchado, mánchese aún; el justo,


obre justicia todavía, y el santo, santifíquese aún.

JUICIO-FINAL El tiempo final comenzó con la historia


de Jesucristo. Por eso está en marcha la separación de los espíritus; los frentes del bien y
del mal se definen y se contraponen ya claramente. Esta verificación se presenta en la

197
forma de un requerimiento con el fin de enunciar mediante esta figura literaria la libertad en
la decisión, la beligerancia dada a la voluntad libre.
El hombre se realiza como un ser que proyecta y construye su propio futuro; en virtud de
su libertad pone en la actualidad acciones que diseña anticipadamente su futuro. Por esta
razón comparecerá un día ante el tribunal de Dios como la persona que él ha hecho de sí
mismo; el juicio sólo pone el punto final; eterniza la forma que uno mismo se ha dado. Los
malos no entran en la gloria eterna del reino de Dios porque «los que no quieren, no
pueden estar en ella» (H.H. Rowley)87.
...............
87. «La persona que comparezca en el juicio será la persona tal como se ha desarrollado en
la vida. Y el juicio
consiste en el fondo en esto: el hombre debe ser como persona eterna tal como él mismo ha
elegido ser»
(H.H. ROWLEY, Apokalyptik, Einsiedeln 1965, 165).
...............

12 »Mirad: voy en seguida, y traigo aquí el salario conmigo, para dar a cada
uno según sus obras.

Al repetir Cristo en este contexto el anuncio de su próxima venida, admite aquí la


importancia de una amenaza de juicio. En breve lo experimentarán a él los buenos y los
malos como el juez que asignará a cada uno recompensa o castigo según la obra de su
vida (cf. 2,23; 20,11s).

13 »Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin.

Cristo aparecerá en su gloria divina para juzgar y dictar sentencia con poderes divinos.
Los títulos de dignidad que aquí se le atribuyen en justificación de esto (cf. 1,8; 21,6), se le
habían dado ya anteriormente (cf. 1,17; 2,8). Con ello se pone también ahora en claro por
qué se puede atribuir el juicio a Dios (20,11) y también a Cristo (22,12).
...............

198
88. Cf. también Jn 5,19.22s; 10,30.
...............

14 »Bienaventurados los que lavan sus túnicas para tener potestad sobre el
árbol de la vida y entrar por las puertas de la ciudad. 15 Fuera quedarán los
perros, los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras y todo el que
ama y practica la mentira.»

La séptima y última bienaventuranza del Apocalipsis pasa de la amenaza del juicio a la


exhortación positiva a estar preparados o a prepararse para él. Se trata, en efecto, de la
felicidad eterna, que de manera tan gráfica se había descrito con la doble imagen de la
nueva Jerusalén (21,9-27) y de la reaparición del paraíso (22,1-5). A ello tienen derecho
formal los que se han apropiado con la fe y las obras el fruto de la muerte expiatoria vicaria
de Cristo (cf. comentario a 7,14). Para mostrar claramente la gravedad de la sentencia
dictada, sigue una especie de condenación anticipada contra todos los que por su propia
culpa pierden el camino que lleva a la santa ciudad de Jerusalén y al paraíso. Quienes
quedan excluidos vuelve a quedar inscritos en un como catálogo de vicios, que
esencialmente coincide con el de 21,8. En lugar de los «culpables de abominación» se
ponen aquí los «perros»; «perro» es todavía hoy en oriente un insulto frecuente y grave; en
la ciudad santa es el perro como el tipo de la impureza (cf. Mt 7,6; 2Pe 2,22). Además los
«embusteros» se designan aquí más concretamente como los que son falsos en
pensamientos y en acciones.

16 Yo, Jesús, envié mi ángel para atestiguaros estas cosas ante las iglesias.
Yo soy la raíz y la estirpe de David, el lucero brillante de la mañana.

Las palabras de Jesús terminan con dos breves frases en primera persona. Enlazan el
final del libro con el comienzo. Jesús se declara aquí autor de las revelaciones cometidas
en el libro (cf. 1,1; cf. comentario a 22,6), que están destinadas a las siete iglesias (cf.
comentario a 1,11). Este testimonio de Jesús es al mismo tiempo una repetición indirecta
del atestado de autenticidad del v. 7. Mientras que el ángel de la revelación declaraba en el

199
v. 6 que Dios lo había enviado, Jesús dice aquí que él es el que lo envió; ahora bien, aquí
se resuelve esta aparente contradicción, como también la otra relativa al juicio final (cf.
comentario a v. 13).
Con un segundo testimonio de sí mismo se explica el primero, al traerse a la memoria en
base a promesas veterotestamentarias la posición de Jesús en la historia de la salvación.
Cristo se había presentado ya antes como «raíz de David» (cf. Is 11,1) en el sentido de
«brote de la raíz de David», «hijo de David» (cf. comentario a 5,5). Además, es también «la
estirpe de David», es decir, el descendiente que ha realizado todas las promesas
mesiánicas que Dios había hecho al rey David; el representante del linaje de David, que no
es sólo hijo de David, sino también señor de David (cf. Mt 22,41-45 par), el rey Mesías (cf.
2Sam 7,16), el «rey de reyes» (cf. 17,14; 19,16). Con esto cuadra la tercera designación
como «lucero de la mañana» (cf. 2,28). Ésta se refiere con gran probabilidad a la profecía
de Balaam (Núm 24,17), que ya en el judaísmo se entendió, como puede comprobarse, en
sentido mesiánico y se interpretó como referencia al reinado del Mesías en el mundo.

3. CASTIGOS CONTRA LOS FALSIFICADORES DE LA REVELACIÓN (22,17-21)

17 Y el Espíritu y la esposa dicen: «Ven.» Y el que oiga, diga: «Ven.» Y el que


tenga sed, venga. El que quiera, tome gratis del agua de la vida.

En la conclusión hemos oído hasta aquí palabras de Cristo, palabras del ángel de la
revelación y palabras del vidente. La esposa había aparecido ya como símbolo de la Iglesia
(19,7s; 21,2.9), de la Iglesia en el cielo y de la Iglesia en la tierra. La Iglesia que ha llegado
ya a la meta junto al trono del Todopoderoso y la Iglesia de la tierra que está en camino
hacia esta meta coinciden en el anhelo y en la plegaria por la consumación del reino de
Dios. También el Espíritu que habló a las iglesias (cf. 2,7.11, etc.) y se expresó en la
palabra profética del vidente (cf. comentario a v. 6), se apropia totalmente el ruego de la
Iglesia. La promesa de Cristo había asegurado el envío a la Iglesia del Espíritu Santo como
abogado (Jn 14,16), que según las palabras del apóstol Pablo se interesa por la debilidad
humana y representa debidamente ante Dios los intereses de los fieles de Cristo (cf. Rom
8,26S). Este Espíritu clama a Cristo juntamente con la esposa, la Iglesia: «¡Ven!» Todos

200
cuantos oyen este clamor implorante al leerse el texto durante la asamblea cultual, son
invitados a unirse a él.
A todos cuantos aguardan con ansia la venida del Señor se dice, como palabra de
consuelo, que ya actualmente les hace beber, como a redimidos, de la fuente de la vida
eterna (cf. Is 53,1; Jn 7,37-39), Y por cierto, «gratis» (cf. comentario a 21,6).

18 Yo declaro a todo el que escuche las palabras de la profecía de este libro: si


alguno les añade algo, Dios le añadirá a él las plagas que están escritas en este
libro. 19 Y si alguno quita algo de las palabras del libro de esta profecía, Dios le
quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, que están descritos en
este libro.

Como la ley del Antiguo Testamento había sido garantizada contra supresiones y
añadiduras (cf. Dt 4,2; 13,1), así también Juan termina asegurando contra tal falsificación la
revelación que se le había encargado poner por escrito. Quien contravenga esta orden se
acarreará conforme a la ley del talión las plagas de que se ha tratado en este escrito, o se
verá privado de la salvación que en él se promete. Con esto reivindica Juan para su escrito
el mismo derecho que la ley del Antiguo Testamento había reivindicado para sí misma; con
esto se atesta una vez más que el Apocalipsis es palabra de Dios.

20 Dice el que da fe de estas cosas: «Sí, voy pronto.» Amén. «Ven, Señor
Jesús.»

La última palabra del libro del Apocalipsis la dice Jesús. Responde por tercera vez en el
epílogo al ruego que la esposa le había dirigido en el Espíritu Santo, asegurando que viene
pronto. La esposa, la Iglesia, que la aguarda, responde a esto diciendo Amén y vuelve a
reiterar su ruego con las palabras de la primitiva liturgia de la Iglesia transmitidas en
arameo
y traducidas aquí en griego: Maranatha! Ven, Señor Jesús (cf. lCor 16,22; Doctrina de los
doce apóstoles 10,6). Quien con certeza de fe aguarda al Señor que viene, se goza
verdaderamente en esta esperanza de su existencia y con amoroso anhelo ansía e implora

201
que venga para el mundo la consumación del reino de Dios («Venga a nosotros tu reino»),
éste ha comprendido y se ha asimilado el mensaje del último libro de las revelaciones de
Dios 89.
...............
89. El pensar desmitologizante entraña el peligro de que se pierdan las categorías
con que podemos captar la dimensión supramundana de la redención. Por un lado, la expectación cristiana
del futuro no cuenta con una consumación de la existencia fuera de la realidad de la creación, pero, por otro
lado, tiene también en cuenta el hecho de que no hay que esperar una consumación intramundana, caso
que, y en tanto que este mundo permanezca bajo las actuales leyes cósmicas y la humanidad se mantenga
bajo las condiciones de su existencia presente. Tal meta no se puede por tanto alcanzar en un procero
evolutivo intramundano e intrahumano. Pero tampoco significaría esta meta una consumación de lo que
existe, si la realidad actual experimentada por nosotros hubiera un día de ceder el puesto a algo totalmente
nuevo y específicamente diferente. La escatología cristiana evita ambos extremos.
Los enunciados de presente y de futuro, en su información sobre lo que ha de venir, transcurren en
forma equivalentemente paralela. La concomitancia e interpenetración de tales declaraciones de presente y
de futuro tiene su razón de ser en el hecho de Cristo. En Cristo comenzó algo nuevo y permanente; por él,
por el hombre Jesús, fue infundido esto en este mundo sin suprimirlo en sí mismo. Lo definitivo se inició con
su resurrección, y por ella se atestiguó y se descubrió como la nueva posibilidad no sólo al hombre, sino a la
entera creación. En la imagen de Cristo glorioso se nos pone ante los ojos el futuro del mundo entero; Cristo
es la anticipación del futuro eterno del mundo en el que como en Cristo, la humanidad y la divinidad, vienen a
ser uno: lo presente y lo venidero. En este sentido no hay futuro para el mundo y para la humanidad después
de la historia, sino a partir de la historia.
Así como Dios operó la salvación por Cristo en la historia y la imparte a la humanidad en la historia, así
también la lleva a término en esta historia. Los dones de salvación que otorga en Cristo a su mundo, van
construyendo para el futuro del mundo. Este futuro consiste en que la trascendencia de la divinidad que por
Cristo arraigó irrevocablemente en el mundo, un día re revelará en toda su gloria y magnificencia y todo lo
transfigurará en sí; con ello no perecerá la existencia terrestre sino que será elevada a una existencia
glorificada.
Así es Cristo el futuro del mundo entero, porque en él Dios se proyecta al mundo; Cristo es, sobre todo,
el futuro del hombre, porque Dios al proyectarse en el hombre lo hace ser totalmente él mismo, lo consuma
totalmente en su persona, en cuanto que el hombre, como persona, alcanza el summum del desarrollo, y en
el mayor grado de comunicación, es decir, en el amor perfecto, se une a todo y a todas las cosas.
Solo a partir de esta convicción resulta plenamente comprensible la insistente petición de la oración final
del Apocalipsis, que se dirige al Señor glorificado rogándole que venga en su estado transfigurado y glorioso
para transfigurar el universo.
...............

202
21 La gracia del Señor Jesús sea con todos [los santos. Amén].

Así como el libro comenzaba con un saludo semejante a los que conocemos por las
cartas de los apóstoles (cf. comentario a 1,4-6), así también este escrito -tanto más cuanto
que estaba destinado a ser leído en público en la liturgia- termina como aquellas cartas con
una salutación; es una bendición, con la que se desea a todos la gracia de Jesús, su Señor
glorificado, a fin de que alcancen la meta descrita en el Apocalipsis, que si bien cuesta
fatiga, es de una magnificencia indescriptible.
En algunos manuscritos se añade todavía después de «todos» el aditamento «los
santos»; sin duda procede del encabezamiento con que san Pablo se dirige a sus fieles al
comienzo de sus cartas 90. La última palabra «Amén», añadida también posteriormente, es
la aclamación litúrgica, con que los fieles respondían para dar su asentimiento a una
oración recitada o a un texto leído en público, en la asamblea cultual.
...............
90 Cf. por ej.. Rm 1,7; ICor 1,2, etc.
(_MENSAJE/23. Págs. 232-285)

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