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3 Humanismo y Debate de la Modernidad

2.3.1 El Pensamiento Moderno

En el pensamiento moderno es un lugar común relacionar de manera estrecha elHumanismo con


la Declaración de Derechos Humanos. Es decir, las sociedadesdemocráticas modernas se hacen
eco de los grandes pensadores de la libertad depensamiento, como Locke, Rousseau, Kant hasta
Rawls, los cuales no conciben unasociedad justa sin el respeto a la libertad y a los derechos
fundamentales del hombre. Noobstante, el concepto de “Humanismo” surge en un contexto
histórico totalmentediferente, en el Renacimiento; el humanismo se desarrolla de manera
excepcional en laAcademia florentina con Ficino, Pico dellaMirandola y otros autores.

El concepto de Humanismo en el Renacimiento no es totalmente ajeno alpensamiento actual; sin


embargo, lo que más choca al hombre democrático de nuestrotiempo es la estrecha relación que
existía en el Renacimiento entre el humanismo y losestudios literarios. No obstante, si sustituimos
la palabra “literatura” por la palabra“educación”, el concepto renacentista de humanismo
recupera su pleno sentido (nosviene a la memoria el Emilio de Rousseau), aunque el Renacimiento
hace especialhincapié en los StudiaHumanitatis, es decir, en los estudios literarios que
correspondena las Humanidades, o sea, con los contenidos de las escuelas de humanidades más
quecon los valores humanos recogidos en la Declaración de Derechos Humanos. ¿Existealguna
relación profunda que se nos escapa entre leer a Séneca o a Plutarco y reconocera través de la
razón que todos somos libres e iguales ante la ley? El humanismo tal ycomo lo entendemos en la
actualidad, y según está recogido en la Declaración deDerechos humanos, no está vinculado
totalmente con la formación humanística. Noniego que los modernos recurren a menudo a los
antiguos y a la cultura humanísticapara apoyar sus argumentos; En el Renacimiento, el
Humanismo está íntimamenteasociado con el arte de la retórica y de la elocuencia que se remonta
a los sofistasgriegos. La Ilustración continúa el antropocentrismo renacentista, pero, a partir
deDescartes, se produce una separación radical entre el hombre y la naturaleza que darálugar a la
aparición del sujeto como nueva figura de la modernidad.

La modernidad surgeculturalmente con la irrupción del humanismo y filosóficamente con la venida


de la subjetividad. A lo largo de su admirableIndividuo y cosmos en la filosofía del Renacimiento,
Cassirer se dedica a mostrar cómo la revolución cartesiana, que confirma “lacostumbre de situar
en el Cogito cartesiano el comienzo de la filosofía moderna”, ha sido preparada por las diversas
corrienteshumanistas de la filosofía del Renacimiento.

Los eruditos renacentistas comenzaron aemplear el término humanidades (studiahumanitatis) El


término, tomado de Cicerón y de otros autores antiguos, fue adoptadopor Salutati y por Bruni y
terminó por significar los campos de la gramática, la retórica, la poesía, la historia y la
filosofíamoral.

El humanismo contemporáneo se enfrenta principalmente con el problema delHistoricismo, es


decir, con la muerte de todos los valores, incluidos los derechoshumanos, en el momento en que
la historia se convierte en todo real a partir de Hegel, ydestruye el ámbito de los valores
intemporales y eternos.

Según Strauss, el Derecho naturalha sido superado y destruido por la Historia, pero este autor
también sostiene que esposible volver a los antiguos para recuperar y fundamentar el derecho
natural que hasido sepultado y destruido por el concepto de “historia” de los modernos. Para
loantiguos, la naturaleza es la fuente objetiva y trascendente de todos los valores, mientrasque los
modernos instauran un antropocentrismo que desplaza la objetividad natural por

la subjetividad humana, que destruye todo posible fundamentouniversal y trascendente del


Derecho natural. Alain Renaut y LucFerry sostienen que es posible defender el humanismo,
esdecir, los valores humanos eternos e inmutables como esfera independiente de loshechos
históricos, pero también como una conquista absoluta de la historia de lahumanidad, mas, a
diferencia de Leo Strauss y (de Villey), sin necesidad de recurrir alos antiguos. El humanismo,
según la tesis de Alain Renaut y LucFerry, es un productoexclusivo del mundo moderno.

Leo Strauss, considera que la modernidad se define a partir de la nuevafigura del sujeto. Sostiene
que la crítica de la modernidad tiene comoprincipal objetivo superar la metafísica de la
subjetividad; por consiguiente, superar elhumanismo es considerado como un paso necesario para
superar los males de lamodernidad, como los colonialismos y los totalitarismos.

La modernidad surge del humanismo, y por otra, desemboca en los totalitarismos, es muytentador
identificar los totalitarismos modernos con las ilusiones del sujeto y del humanismo. Este
argumento anti humanista ha recibido merecidas críticas por parte delos defensores de los
Derechos humanos, pues rechazar el humanismo implica, renunciar a los derechos del hombre
como unode los logros más importantes e irrenunciables de la modernidad.

El humanismo constituye la figura inaugural de la modernidad tal como lodemuestra Alain Renaut:
“Ciertamente el individuo queda como una figura del sujeto;en este sentido hay que insistir en que
son necesarias, para que se pueda desarrollar elindividualismo, condiciones que son las de la
modernidad, a saber, la instalación delhombre como “valor propio” en un mundo no
intrínsecamente jerarquizado.” La tesisde Renaut, por tanto, afirma que el individualismo
moderno surge del humanismo. Esteindividualismo, que se define como una de las posibilidades
lógicas del humanismo, alfinal termina destruyendo los fundamentos del humanismo, es decir,
renuncia a losvalores que trascienden al individuo provocando la crisis insuperable del sujeto.

Losconservadores defienden el sometimiento y la obediencia a un poder superior a lasvoluntades


individuales, pero, a falta del fundamento divino, recurren a otra forma deexterioridad: la
sociedad.

Los conservadores se oponen a la libertad de los modernos, y, por tanto, a losvalores de la


modernidad como la libertad y la igualdad. El humanismo defiende la ideade libertad contra
cualquier poder trascendente que impida al hombre liberarse de lasataduras de la tradición y de la
naturaleza. La oposición de la razón contra la tradicióndefine el paso hacia las sociedades liberales
y democráticas: “La esencia de lassociedades modernas, como lo habían percibido Constant y
Tocqueville, consiste en lay al relativismo. El individuo narcisista no afirma la autonomía sino su
derecho a la diferencia.

El humanismo, por tanto,concuerda con el individualismo en el fundamento subjetivo de las


normas, aunque nose detiene en la libertad de elección, sino que pretende fundamentar la
libertad delsujeto individual en leyes que no sólo sean válidas para él sino también para los
demás,y desde este punto de vista, el humanismo aspira a leyes racionales con valor universal,que
puedan además someterse al examen crítico de la subjetividad. La autonomía sefundamenta en la
subjetividad y en la universalidad, y renunciar a cualquier de las dosimplica renunciar al
humanismo tal como ha sido constituido desde Montaigne hastaKant.

¿Qué es el humanismo? El Humanismo desde el Renacimiento ha permitidopensar al hombre


como dueño de su propio destino. Esta es la tesis que defiende T.Todovov en su obra El Jardín
Imperfecto.

La época moderna, desde el Renacimiento hasta la época de las Luces, consistióen defender la
libertad humana contra toda autoridad externa basada en la verdadrevelada y los dogmas de la
tradición. La Ilustración, que combate la separacióncristiana entre la razón y la naturaleza,
propone como principio unificador entre lanaturaleza y la razón no al Dios todopoderoso de la
creación, sino al hombre dotado derazón y de sensibilidad. El racionalismo metafísico del siglo XVII
preparó el terrenopara el surgimiento de la Época Moderna, al defender la separación entre la
razónhumana y la tradición o la verdad revelada, por una parte, y entre el espíritu humano yla
naturaleza, por otra parte. No obstante, fue la Ilustración del siglo XVIII la queculmina la historia
moderna, que se inicia en el Renacimiento y la Reforma, alfundamentar los valores del humanismo
(la libertad, la sociedad y el yo) no en lanaturaleza (de los antiguos), ni en el Dios (de los
cristianos), sino en el hombre mismoque es libre para decidir y tomar partido en su propio destino.

En Francia destacan tres pensadores humanistas que aparecen en tres momentoscruciales de la


historia: Montaigne en el Renacimiento, Rousseau en el siglo de lasLuces y BenjaminConstant en
las postrimerías de la revolución. En su obra Nosotros ylos otros, Todorov propone el espíritu de
moderación de Montesquieu como paradigmadel pensamiento humanista. El humanismo que
propone Todorov a partir de estosautores se sitúa entre dos posturas antagónicas, que, sin
embargo, reflejan el mismocomponente antihumanista: 1) el hombre es impotente para decidir su
propio destino,como sostienen San Agustin y Pascal, a consecuencia del pecado original (lo
cualexplica la necesidad de recurrir a la gracia divina) y, por otra parte, el hombre esomnipotente
para lograr por si mismo todo lo que se propone, como se deduce de laversión orgullosa del
humanismo de Descartes, que convierte al hombre en dueño yseñor de la naturaleza.
El pensamiento humanista, según Todorov, se basa en tres principios: Laautonomía del yo, la
finalidad del tu y la universalidad de los ellos. La libertadcorresponde a la autonomía del yo, la
igualdad corresponde a la unidad del génerohumano (la universalidad del ellos) y la fraternidad
hace referencia a la finalidad del tú(el amor y la amistad).Según Todorov, el humanismo se basa en
estos principios, ydonde falte alguno de ellos no se cumple los requisitos del pensamiento
humanista.

Continúa diciendo que las tres ideologías modernas que se oponen al humanismo son:
elindividualismo, el conservadurismo y el cientificismo.

Lo que distingue al humanismo de las demás ideologías modernas (elIndividualismo, el


conservadurismo y el cientificismo) es precisamente su rechazo deque haya un valor absoluto que
se imponga sobre los demás valores y, por tanto, sudefensa de la pluralidad de valores como
condición necesaria de la libertad. Elhumanismo defiende la libertad de los individuos, la sociedad
de los conservadores y launiversalidad de los cientifistas. Pero se distingue de los individualistas,
conservadoresy cientifistas por negarse a identificar al hombre con uno de estos valores (la
libertad, lasociedad y la ciencia), mientras que intenta buscar un equilibrio entre los distintos
valores para impedir que uno solo de ellos se imponga sobre los demás.

Lo que define y distingue el humanismo no son los valores que defiende, sino la

Moderación con que afirma los distintos valores. Para el humanista, lo esencial no es loque el
hombre aprueba o desaprueba, sino el hecho de que nada ni nadie debe interferiren su libre
elección de valores. Además, el humanismo incluye la idea deresponsabilidad, según la cual el
hombre es responsable de sus actos, lo cual supone unalimitación racional de la libertad. Esta
limitación de la libertad a través de la ley de larazón es una conquista de la Ilustración, que, a
diferencia del humanismo renacentistade Pico, no concibe la libertad sin ley. La libertad desde
este punto de vista no se limitaa la liberación del individuo de las normas de la tradición o de la
naturaleza, sino quetambién hace referencia, a partir de Rousseau y Kant, al acto por el cual el
hombre seautodetermina a través de la razón.
2.3.2 La Crisis de la Modernidad

El humanismo tradicional ha visto "lo esencial humano" en la vida racional del hombre expresada
en todas las dimensiones de la misma (intelectual, valorativa, moral, emocional, estética, social y
política). Lo esencial del hombre (lo que lo especifica y lo distingue de los animales) es la razón, el
lógos.

Pero he aquí que, en la modernidad, la razón ha entrado en crisis (y, con ella, el humanismo). Esta
crisis de la razón comenzó en el s, XVII, con un empirismo radical que la negaba en sus productos
más típicos (ideas universales, principios morales absolutos, conocimiento y existencia de las
nociones metafísicas -esencia, substancia, causa, fin último, etc.-). En el s. XVIII, la filosofía de Kant
vino a reforzar esta postura, que se consumó en el s. XIX con el positivismo y el materialismo. Todo
ello ha llevado al neopositivismo del s. XX, que ha propiciado el actual postmodernismo, con su
pensamiento "flojo", poco amigo del razonamiento riguroso.

Este empirismo, negador de todo asomo de racionalismo, ha tenido dos consecuencias para el
pensamiento: 1) el prescindir de todo el ámbito metafísico o de principios racionales, con lo cual
hoy día ya no se habla de ideales universales, de la razón de ser de las cosas, de normas morales
absolutas, de la noción de verdad, del sentido del mundo, del fin último del hombre, etc.; 2) la
pérdida de la noción de naturaleza (o esencia de las cosas) y, por consiguiente, de la noción de
"naturaleza humana", con lo cual se desvanecen conceptos tales como la "ley natural", la "moral
natural" y el "derecho natural" (en la ciencia jurídica, el iusnaturalismo es substituido por el
positivismo jurídico).

Este movimiento intelectual ha cambiado el concepto de hombre y ha asestado un duro golpe al


humanismo tradicional. No es que éste desaparezca totalmente, pues quedan algunos aspectos
suyos (amor al saber, esteticismo, interdisciplinariedad) que no se ven afectados por la moda
empirista; pero sí han quedado afectados los rasgos más hondos del humanismo, como son la
eticidad, la trascendencia del conocimiento, los principios racionales absolutos, el fin último del
hombre y otros atributos esenciales de la naturaleza humana.

Ante este hecho, otros síntomas de pérdida de humanismo, como es la menor relevancia atribuida
al conocimiento y estudio de las Humanidades, no revisten tanta importancia. Pero la tienen
también, porque significan una degradación de la estima en que se tienen unas piezas que son
esenciales en la constitución de lo "humano".
2.3.3 Modernidad y Globalización

La prueba de cada civilización humana está en la especie de hombres y mujeres que en ella se
produce. Pues bien, ¿qué tipo de hombres, mujeres y niños está produciendo la globalización y la
posmodernidad en la civilización actual, cuando el capitalismo global pragmático y hedonista ha
significado el aumento brutal de la frivolidad, la miseria y exclusión social? Verdaderamente, el
hombre no se agota en la realización de los valores específicamente biológicos y más bien es un
“ser vital capaz de espíritu”. De este modo, los fines del hombre como ser vital tiene que servir, en
último término, al saber culto. Pero ahora el eje cultural de la globalización posmoderna no es ya
la idea humanística del saber culto sino la idea postmoderna del saber divertido. ¡Esto es la agonía
de Fausto!, el personaje goethiano que simboliza al hombre que conquista el mundo, pero que se
pierde a sí mismo. La civilización moderna se consagró febrilmente a la investigación científica, la
innovación tecnológica, el desarrollo económico, a mejorar las estructuras sociales y el Estado,
pero olvidó lo fundamental: cómo transformar y revitalizar el ser humano.

En el proceso de la actual globalización se pretende homogeneizar y eliminar las diferencias


culturales, suprimiendo las identidades en aras de la ganancia. Es el Telos cultural de la
globalización. Y esta reestructuración en vistas solamente del mercado ha generado un tipo de
hombre presa de sus deseos más elementales, que se construye una moral a la carta, relativa y
nihilista y que termina constituyendo el “hombre anético”. En el mundo globalizado, el nihilismo y
el relativismo moral testifican, con toda honradez, que la vida carece de sentido, proclaman la era
del vacío y la entronización de la sociedad de la transparencia, sin densidad espiritual. La
supremacía de estos valores configura una atrofia en la conformación psíquica del hombre y
representa un ideal cultural sin contrapeso espiritual.

La civilización tecnológica por sí misma es incapaz de fundamentar una región independiente de


valores, necesita como contrapeso una cultura espiritual intensificada. De lo contrario, mutila al
hombre de su vida interior, dejándolo inerme en medio de una sociedad de la sensación, de una
sociedad transaccional sin valores, que reemplaza su capacidad creadora por su capacidad
consumista de los medios tecnotrónicos a su alcance. El hombre anético es el hijo legítimo del
predominio de la civilización tecnológica, de la cultura técnica sobre la cultura humanística. Por
ello, la filosofía de la educación tiene ante sí la grave cuestión del Saber, que no es un problema
puramente técnico y está en el corazón mismo de una reforma del hombre. La preocupación por la
formación de una jerarquía de los saberes, abordada con profundidad por M. Scheler y J. Maritain,
y de los grados del saber destinado a proporcionar un firme cimiento al orden intelectual es
urgente para sustituir al desorden moderno. La distinción y complementación entre ciencia y
sabiduría es necesaria para mostrar la unión indisoluble entre “filosofía teórica” y “filosofía
práctica” y para devolver la unidad al espíritu humano.
La crisis del hombre en la globalización va más allá de lo económico-político, hunde sus raíces en
lo ético-moral. Pero la crisis moral encuentra su fundamento en una visión metafísica
determinada. El actual neodogmatismo cientificista ultraliberal se basa justamente en la
edificación de una sociedad transaccional sin valores superiores. Por ello, el hombre anético no es
un hombre que carece de intersubjetividad sino que está dotado de una intersubjetividad débil,
estrecha, marchita. Sí es un hombre moral pero no es un hombre ético, pues la moral puede ser
relativa pero lo ético es universal. La cultura posmoderna es fundamentalmente la radicalización
decadente del inmanentismo de la modernidad y el desarrollo consecuente del humanismo
luciferino. Este relativismo moral de la cultura horizontal sin trascendencia imperante en la
globalización ultraliberal, carece de la fuerza interior para resistir los embates de los propios males
que engendra, haciendo que la propia sociedad transaccional sin valores encuentre difícil la
entronización pacífica de la cultura del vacío.

Plantear un humanismo de síntesis que recupere la eterna vocación trascendente del hombre, no
significa desplazar nuestra responsabilidad personal sobre los hombros de Dios o de la Naturaleza.
Es necesario volver a los valores permanentes, pues el éxito material, el placer y el dinero no
vuelven más humano ni digno al hombre. Al contrario, el hombre anético que pulula en nuestro
tiempo, lleva desconsoladoramente una moral doble, hipócrita y de tartufo. Es indudable que es
urgente para recuperar una espiritualidad de motivación interna, autocontrol, autodisciplina y
autorrealización una revolución humana, la transformación interior del individuo, un nuevo
humanismo, basado en un personalismo comunitario y en un ethos con sentido de
interdependencia del hombre con el cosmos. Sin embargo, no basta con reclamar una ética Global
la para la política y la economía global (H. Küng), si antes no se advierte con claridad el
fundamento ontológico metafísico de la civilización en la que nos hallamos inmersos.

La crisis de la cultura globalizada y posmoderna hace necesario superar el materialismo y el


vitalismo fáustico del hombre moderno por la idea pascaliana de Dios como amor y caridad, y unir
naturaleza y espíritu en la idea agustiniana de la plenitud existencial (V. A. Belaunde), que lejos de
volcarse en la Nada, percibe el ser divino que los trasciende. Es necesario volver a los valores
permanentes, pues el éxito material, el placer y el dinero no vuelven más humano ni digno al
hombre. La acción humana en el espacio y en el tiempo está siempre de camino a la eternidad
(Blondel). La cultura moderna con su recorte de la realidad humana ha comprometido gravemente
la importancia que tiene la madurez personal, todo se ha vuelto frívolo y superficial, y la regla es
desconocer el valor formativo de la pobreza y del sufrimiento. Pero a medida que disminuye la
necesidad de mano de obra y aumenta el peligro de la extinción del empleo por los progresos de la
ciencia y de la técnica (V. Forrester), la llamada economía de la abundancia pierde sentido y se
impone la necesidad de un salario ciudadano y la distribución de lo suficiente entre todos, el lujo
se hará difícil y la pobreza relativa indispensable. Se trata de un cambio civilizacional inimaginable
dentro de los marcos del capitalismo.

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