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Según Strauss, el Derecho naturalha sido superado y destruido por la Historia, pero este autor
también sostiene que esposible volver a los antiguos para recuperar y fundamentar el derecho
natural que hasido sepultado y destruido por el concepto de “historia” de los modernos. Para
loantiguos, la naturaleza es la fuente objetiva y trascendente de todos los valores, mientrasque los
modernos instauran un antropocentrismo que desplaza la objetividad natural por
Leo Strauss, considera que la modernidad se define a partir de la nuevafigura del sujeto. Sostiene
que la crítica de la modernidad tiene comoprincipal objetivo superar la metafísica de la
subjetividad; por consiguiente, superar elhumanismo es considerado como un paso necesario para
superar los males de lamodernidad, como los colonialismos y los totalitarismos.
La modernidad surge del humanismo, y por otra, desemboca en los totalitarismos, es muytentador
identificar los totalitarismos modernos con las ilusiones del sujeto y del humanismo. Este
argumento anti humanista ha recibido merecidas críticas por parte delos defensores de los
Derechos humanos, pues rechazar el humanismo implica, renunciar a los derechos del hombre
como unode los logros más importantes e irrenunciables de la modernidad.
El humanismo constituye la figura inaugural de la modernidad tal como lodemuestra Alain Renaut:
“Ciertamente el individuo queda como una figura del sujeto;en este sentido hay que insistir en que
son necesarias, para que se pueda desarrollar elindividualismo, condiciones que son las de la
modernidad, a saber, la instalación delhombre como “valor propio” en un mundo no
intrínsecamente jerarquizado.” La tesisde Renaut, por tanto, afirma que el individualismo
moderno surge del humanismo. Esteindividualismo, que se define como una de las posibilidades
lógicas del humanismo, alfinal termina destruyendo los fundamentos del humanismo, es decir,
renuncia a losvalores que trascienden al individuo provocando la crisis insuperable del sujeto.
La época moderna, desde el Renacimiento hasta la época de las Luces, consistióen defender la
libertad humana contra toda autoridad externa basada en la verdadrevelada y los dogmas de la
tradición. La Ilustración, que combate la separacióncristiana entre la razón y la naturaleza,
propone como principio unificador entre lanaturaleza y la razón no al Dios todopoderoso de la
creación, sino al hombre dotado derazón y de sensibilidad. El racionalismo metafísico del siglo XVII
preparó el terrenopara el surgimiento de la Época Moderna, al defender la separación entre la
razónhumana y la tradición o la verdad revelada, por una parte, y entre el espíritu humano yla
naturaleza, por otra parte. No obstante, fue la Ilustración del siglo XVIII la queculmina la historia
moderna, que se inicia en el Renacimiento y la Reforma, alfundamentar los valores del humanismo
(la libertad, la sociedad y el yo) no en lanaturaleza (de los antiguos), ni en el Dios (de los
cristianos), sino en el hombre mismoque es libre para decidir y tomar partido en su propio destino.
Continúa diciendo que las tres ideologías modernas que se oponen al humanismo son:
elindividualismo, el conservadurismo y el cientificismo.
Lo que define y distingue el humanismo no son los valores que defiende, sino la
Moderación con que afirma los distintos valores. Para el humanista, lo esencial no es loque el
hombre aprueba o desaprueba, sino el hecho de que nada ni nadie debe interferiren su libre
elección de valores. Además, el humanismo incluye la idea deresponsabilidad, según la cual el
hombre es responsable de sus actos, lo cual supone unalimitación racional de la libertad. Esta
limitación de la libertad a través de la ley de larazón es una conquista de la Ilustración, que, a
diferencia del humanismo renacentistade Pico, no concibe la libertad sin ley. La libertad desde
este punto de vista no se limitaa la liberación del individuo de las normas de la tradición o de la
naturaleza, sino quetambién hace referencia, a partir de Rousseau y Kant, al acto por el cual el
hombre seautodetermina a través de la razón.
2.3.2 La Crisis de la Modernidad
El humanismo tradicional ha visto "lo esencial humano" en la vida racional del hombre expresada
en todas las dimensiones de la misma (intelectual, valorativa, moral, emocional, estética, social y
política). Lo esencial del hombre (lo que lo especifica y lo distingue de los animales) es la razón, el
lógos.
Pero he aquí que, en la modernidad, la razón ha entrado en crisis (y, con ella, el humanismo). Esta
crisis de la razón comenzó en el s, XVII, con un empirismo radical que la negaba en sus productos
más típicos (ideas universales, principios morales absolutos, conocimiento y existencia de las
nociones metafísicas -esencia, substancia, causa, fin último, etc.-). En el s. XVIII, la filosofía de Kant
vino a reforzar esta postura, que se consumó en el s. XIX con el positivismo y el materialismo. Todo
ello ha llevado al neopositivismo del s. XX, que ha propiciado el actual postmodernismo, con su
pensamiento "flojo", poco amigo del razonamiento riguroso.
Este empirismo, negador de todo asomo de racionalismo, ha tenido dos consecuencias para el
pensamiento: 1) el prescindir de todo el ámbito metafísico o de principios racionales, con lo cual
hoy día ya no se habla de ideales universales, de la razón de ser de las cosas, de normas morales
absolutas, de la noción de verdad, del sentido del mundo, del fin último del hombre, etc.; 2) la
pérdida de la noción de naturaleza (o esencia de las cosas) y, por consiguiente, de la noción de
"naturaleza humana", con lo cual se desvanecen conceptos tales como la "ley natural", la "moral
natural" y el "derecho natural" (en la ciencia jurídica, el iusnaturalismo es substituido por el
positivismo jurídico).
Ante este hecho, otros síntomas de pérdida de humanismo, como es la menor relevancia atribuida
al conocimiento y estudio de las Humanidades, no revisten tanta importancia. Pero la tienen
también, porque significan una degradación de la estima en que se tienen unas piezas que son
esenciales en la constitución de lo "humano".
2.3.3 Modernidad y Globalización
La prueba de cada civilización humana está en la especie de hombres y mujeres que en ella se
produce. Pues bien, ¿qué tipo de hombres, mujeres y niños está produciendo la globalización y la
posmodernidad en la civilización actual, cuando el capitalismo global pragmático y hedonista ha
significado el aumento brutal de la frivolidad, la miseria y exclusión social? Verdaderamente, el
hombre no se agota en la realización de los valores específicamente biológicos y más bien es un
“ser vital capaz de espíritu”. De este modo, los fines del hombre como ser vital tiene que servir, en
último término, al saber culto. Pero ahora el eje cultural de la globalización posmoderna no es ya
la idea humanística del saber culto sino la idea postmoderna del saber divertido. ¡Esto es la agonía
de Fausto!, el personaje goethiano que simboliza al hombre que conquista el mundo, pero que se
pierde a sí mismo. La civilización moderna se consagró febrilmente a la investigación científica, la
innovación tecnológica, el desarrollo económico, a mejorar las estructuras sociales y el Estado,
pero olvidó lo fundamental: cómo transformar y revitalizar el ser humano.
Plantear un humanismo de síntesis que recupere la eterna vocación trascendente del hombre, no
significa desplazar nuestra responsabilidad personal sobre los hombros de Dios o de la Naturaleza.
Es necesario volver a los valores permanentes, pues el éxito material, el placer y el dinero no
vuelven más humano ni digno al hombre. Al contrario, el hombre anético que pulula en nuestro
tiempo, lleva desconsoladoramente una moral doble, hipócrita y de tartufo. Es indudable que es
urgente para recuperar una espiritualidad de motivación interna, autocontrol, autodisciplina y
autorrealización una revolución humana, la transformación interior del individuo, un nuevo
humanismo, basado en un personalismo comunitario y en un ethos con sentido de
interdependencia del hombre con el cosmos. Sin embargo, no basta con reclamar una ética Global
la para la política y la economía global (H. Küng), si antes no se advierte con claridad el
fundamento ontológico metafísico de la civilización en la que nos hallamos inmersos.