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Tal como decía Karl Popper en el prefacio a su obra La sociedad abierta y sus
enemigos: “Los grandes hombres pueden cometer grandes errores” y claro cometer
errores no está mal si estos se pueden redimir y sirven para superar nuestras limitaciones;
es más, si pensamos que algunas de las mentes más ilustres que nos precedieron llegaron
al magnicidio académico de atacar a la libertad y a la razón, qué se puede esperar de
aquellos que una vez que ocupan un cargo administrativo terminan “borrachitos de poder”.
En verdad no se puede esperar ni pensar nada bueno.
La soberbia es un sentimiento típico del ser humano, que no suele esconder tras de sí
grandes valores, por ello muchas de las personas que la ejercen, detrás de esa arrogancia
encarnan sentimientos débiles y, justamente, por eso recurren a ella. Varios también son
aquellos “líderes” que han pasado a la posteridad siendo recordados más por su
comportamiento abyecto y cruel antes que como seres magnánimos comprometidos con
la humanidad, sus valores y costumbres.
Muchas veces se ha hablado de que la educación será la que nos saque del atraso en que
no encontramos como país, pero para ello también se necesita buenos gestores de la
educación y nuestro país –por el momento– adolece de gente competente en este ámbito;
lo que hay son politiqueros que actúan y piensan que el poder que ostentan es eterno y que
debido al cargo que ocupan tienen un medio para conseguir sus propios intereses y no que
están al servicio –sobre todo en los cargos públicos– de las personas a las que la institución
también deben servir.
Recordemos –y sobre todo pongamos en práctica– las sabias palabras del filósofo
Séneca: Homines, dum docent discunt: “Los hombres aprenden mientras enseñan”.