vence en Waterloo), Quinta Parte, Ritmos Interiores, III ª, pp.177-179, Editorial Luis Miracle, Barcelona, 1961.-
La atención fija la mente en una cosa. No siempre implica una elección; a
veces el objeto le es impuesto o se impone de suyo. La atención por si misma no es conocimiento: con toda la atención posible yo puedo no comprender'; la atención puede ser atraída por una cosa que es sólo «espectáculo»: fija nuestra mente sin que hay a nada que comprender. Pero la atención es la disposición propia para conocer; es el disponerse a leer un lenguaje y a transcribirlo a nuestro lenguaje. Es el «buscar leyendo». La atención no se halla separada de la reflexión, si bien se distingue de ella. No es ex acto decir que la atenci6n se dirige a lo que esta fuera de nosotros y la reflexi6n a nosotros mismos, el replegarse del espíritu sobre si mismo. También cuando estoy atento a lo que esta fuera de mi, me reflejo dentro de mi y sobre mi mismo: el espíritu que est a atento a una cosa esta atento a si mismo, se refleja sobre si mismo en ocasi6n de esa cosa. Las alusiones, los ecos, los sentimientos, los pensamientos, las reflexiones que esa cosa a la que esta atento suscita en el, son su experiencia de ella, cuyo conocimiento es obra de la reflexión, que es siempre acto del espíritu sobre si mismo mediante la cosa a la cual esta prestando atención y sobre la cual ejerce ese acto de repliegue sobre si mismo, que es la reflexi6n. Si la atenci6n es «buscar leyendo», la reflexión es «leer conociendo». Pero yo puedo conocer sin conocer todo, puedo también creer haber conocido y hallarme en cambio, en el error. La reflexión no es solo certidumbre, es también duda, mas bien procede dudando, superando dificultades, profundizando problemas, etc. La reflexión es crítica. En un cierto punto profundizamos la reflexión, nos sumergimos en ella. No suspendemos la duda o la critica, sino que nos disponemos a meditar. La meditación no es un grado mas alto de reflexión, es cualitativamente distinta, incluso cuando la implica y presupone. La duda esta sobre aviso, pero solo negativamente, para impedir que algo nos desvíe de lo que estamos meditando, que se introduzca alguna "intromisión indebida. La meditación nace cuando nosotros, reflexionando, entrevemos que nos encontramos frente a un descubrimiento esencial, una verdad decisiva, que empeña el sentido y el ser mismo de nuestra existencia. Tenemos el presentimiento de que después de haber «buscado leyendo» (atención) y de haber «leído conociendo» (reflexión), ahora podemos encontrar. Se encuentra meditando. El esfuerzo del meditar es aun más fuerte que el reflexionar; la exigencia que lo ordena es mas alta y vigorosamente sentida. La meditación encuentra después mucho trabajo y vigilancia critica; y cuando ha encontrado, esta poseída por la verdad que ahora le es presente sin que ella la posea. Los misterios nos poseen, no los poseemos; y los misterios son objeto de meditación, no de reflexión. Las verdades esenciales (las que nos colocan, como Hamlet, frente al «ser o no ser»), descubiertas y vividas en la intensidad de la meditación vigilante, son nuestras «evidencias». Pero nada contiene un infinito de «ignoto» como la evidencia (nada es más rebelde a la racionalizacion de lo intuitivo). Precisamente cuando se ha encontrado con la meditación, la mente declara su insuficiencia en «contener» 10 que ha encontrado y se encuentra «contenida» por ello. Meditar es encontrar por meditar aun sobre lo que se ha encontrado; la meditación sobre las verdades esenciales es perpetua: la meditación es la invocación de la verdad encontrada. En este punto la meditación de la mente se hace plegaria: rogar es «llamar», es la palabra del espíritu que se dirige a los «ecos» de la verdad para aferrar su palabra viva, es nuestra invocación silenciosa que trata de ir mas allá de las «alusiones» de la evidencia. La mente se oculta humildemente en su nada y se abandona rogando a su verdad, que es su ser. El esfuerzo de meditar se hace lento, la mente se abre y distiende. El momento meditativo nos esta abandonando y la duda deja también la trinchera y los subterráneos. La invocación se hace mas intensa y cambia el «tono». Ahora es de una cualidad distinta de la plegaria. Es el momento de la contemplación, de la mente que eleva la mirada de si misma: es el momento de la existencia pura e integral. En la contemplación la verdad «abre» sus puertas: los ecos se apagan en la palabra viva, que se ha hecho intima al espíritu, las alusiones han desaparecido: la Verdad es presente personalmente. La contemplación llega en el momento en que estamos «maduros» para batir la puerta, de modo que la llamada no sea desafinada o intempestiva; y la puerta se abre. La intensidad de la contemplación hace que la puerta no se cierre. Solo quien sabe contemplar las verdades esenciales, sabe meditar sobre la verdad, conocer las verdades parciales y apreciar también las más pequeñas cosas, todas dignas de reflexión, de meditación y de contemplación amorosa.