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Sciacca. Michele F.

“El silencio y la palabra” (cómo se


vence en Waterloo), Quinta Parte, Ritmos Interiores, III ª,
pp.177-179, Editorial Luis Miracle, Barcelona, 1961.-

La atención fija la mente en una cosa. No siempre implica una elección; a


veces el objeto le es impuesto o se impone de suyo. La atención por si
misma no es conocimiento: con toda la atención posible yo puedo no
comprender'; la atención puede ser atraída por una cosa que es sólo
«espectáculo»: fija nuestra mente sin que hay a nada que comprender.
Pero la atención es la disposición propia para conocer; es el disponerse
a leer un lenguaje y a transcribirlo a nuestro lenguaje. Es el «buscar
leyendo».
La atención no se halla separada de la reflexión, si bien se distingue
de ella. No es ex acto decir que la atenci6n se dirige a lo que esta fuera
de nosotros y la reflexi6n a nosotros mismos, el replegarse del espíritu
sobre si mismo. También cuando estoy atento a lo que esta fuera de mi,
me reflejo dentro de mi y sobre mi mismo: el espíritu que est a atento a
una cosa esta atento a si mismo, se refleja sobre si mismo en ocasi6n de
esa cosa. Las alusiones, los ecos, los sentimientos, los pensamientos,
las reflexiones que esa cosa a la que esta atento suscita en el, son su
experiencia de ella, cuyo conocimiento es obra de la reflexión, que es
siempre acto del espíritu sobre si mismo mediante la cosa a la cual esta
prestando atención y sobre la cual ejerce ese acto de repliegue sobre si
mismo, que es la reflexi6n. Si la atenci6n es «buscar leyendo», la
reflexión es «leer conociendo».
Pero yo puedo conocer sin conocer todo, puedo también creer haber
conocido y hallarme en cambio, en el error. La reflexión no es solo
certidumbre, es también duda, mas bien procede dudando, superando
dificultades, profundizando problemas, etc. La reflexión es crítica.
En un cierto punto profundizamos la reflexión, nos sumergimos en ella.
No suspendemos la duda o la critica, sino que nos disponemos a
meditar. La meditación no es un grado mas alto de reflexión, es
cualitativamente distinta, incluso cuando la implica y presupone. La duda
esta sobre aviso, pero solo negativamente, para impedir que algo nos
desvíe de lo que estamos meditando, que se introduzca alguna
"intromisión indebida. La meditación nace cuando nosotros,
reflexionando, entrevemos que nos encontramos frente a un
descubrimiento esencial, una verdad decisiva, que empeña el sentido y el
ser mismo de nuestra existencia. Tenemos el presentimiento de que
después de haber «buscado leyendo» (atención) y de haber «leído
conociendo» (reflexión), ahora podemos encontrar. Se encuentra
meditando. El esfuerzo del meditar es aun más fuerte que el reflexionar;
la exigencia que lo ordena es mas alta y vigorosamente sentida. La
meditación encuentra después mucho trabajo y vigilancia critica; y
cuando ha encontrado, esta poseída por la verdad que ahora le es
presente sin que ella la posea. Los misterios nos poseen, no los
poseemos; y los misterios son objeto de meditación, no de reflexión.
Las verdades esenciales (las que nos colocan, como Hamlet, frente al
«ser o no ser»), descubiertas y vividas en la intensidad de la meditación
vigilante, son nuestras «evidencias». Pero nada contiene un infinito de
«ignoto» como la evidencia (nada es más rebelde a la racionalizacion de
lo intuitivo). Precisamente cuando se ha encontrado con la meditación, la
mente declara su insuficiencia en «contener» 10 que ha encontrado y se
encuentra «contenida» por ello. Meditar es encontrar por meditar aun
sobre lo que se ha encontrado; la meditación sobre las verdades
esenciales es perpetua: la meditación es la invocación de la verdad
encontrada.
En este punto la meditación de la mente se hace plegaria: rogar es
«llamar», es la palabra del espíritu que se dirige a los «ecos» de la
verdad para aferrar su palabra viva, es nuestra invocación silenciosa que
trata de ir mas allá de las «alusiones» de la evidencia. La mente se
oculta humildemente en su nada y se abandona rogando a su verdad,
que es su ser. El esfuerzo de meditar se hace lento, la mente se abre y
distiende. El momento meditativo nos esta abandonando y la duda deja
también la trinchera y los subterráneos. La invocación se hace mas
intensa y cambia el «tono». Ahora es de una cualidad distinta de la
plegaria.
Es el momento de la contemplación, de la mente que eleva la mirada
de si misma: es el momento de la existencia pura e integral. En la
contemplación la verdad «abre» sus puertas: los ecos se apagan en la
palabra viva, que se ha hecho intima al espíritu, las alusiones han
desaparecido: la Verdad es presente personalmente. La contemplación
llega en el momento en que estamos «maduros» para batir la puerta, de
modo que la llamada no sea desafinada o intempestiva; y la puerta se
abre. La intensidad de la contemplación hace que la puerta no se cierre.
Solo quien sabe contemplar las verdades esenciales, sabe meditar
sobre la verdad, conocer las verdades parciales y apreciar también las
más pequeñas cosas, todas dignas de reflexión, de meditación y de
contemplación amorosa.

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