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Annie

Cohen-Solal

UN RENACIMIENTO DE SARTRE

1
COLECCIÓN CLAVES
Dirigida por Hugo Vezzetti

2
Annie Cohen-Solal

UN RENACIMIENTO
DE SARTRE

Ediciones Nueva Visión


Buenos Aires
3
Cohen-Solal, Annie
Un renacimiento de Sartre - 1ª ed. - Ciudad Autónoma de
Buenos Aires: Nueva Visión, 2014
96 p.; 19x13 cm. (Claves)
ISBN 978-950-602-661-5
Traducido por Pablo I. Betesh
1. Ensayo. Estudios Literarios I. Betesh, Pablo I., trad.
CDD A864

Título del original en francés:


Une renaissance sartrienne
© ÉditionsGallimard, 2013

Prohibida la venta en España

Traducción de Pablo I. Betesh

ISBN 978-950-602-661-5

Toda reproducción total o parcial de


esta obra por cualquier sistema –
incluyendo el fotocopiado– que no haya
sido expresamente autorizada por el
editor constituye una infracción a los
derechos del autor y será reprimida con
penas de hasta seis años de prisión (art.
62 de la ley 11.723 y art. 172 del Código
Penal).

© 2014 por Ediciones Nueva Visión SAIC. Tucumán 3748


(C1189AAV), Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República
Argentina. Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
Impreso en la Argentina / Printed in Argentina.

4
A mí me veían, desde mi infancia
hasta mi muerte, esos niños futuros
que yo no podía imaginar (…). Me
estremecía, transido por mi muerte,
verdadero sentido de todos mis
gestos (…), levantaba la cabeza,
pedía socorro a la luz; ahora bien,
también eso era un mensaje; esa
inquietud repentina, esa duda, ese
movimiento de los ojos y del cuello,
¿cómo los interpretarían en 2013,
cuando tuvieran las dos llaves que
habían de abrirme: la obra y la
muerte?1

1
Jean-Paul Sartre, Les Mots (1964), Gallimard, « Folio »,
2011, p. 166-167 (Las palabras, Buenos Aires, Losada, 1964).

5
6
PRÓLOGO

7
8
Cuando Sartre murió en el hospital Broussais el
martes 15 de abril de 1980, a la edad de setenta y
cinco años, la prensa de todo el mundo le dedicó un
homenaje histórico. Y cuando fue enterrado, el sábado
siguiente en el cementerio de Montparnasse, se
tuvo la impresión de que Francia acababa de des-
pedir a Víctor Hugo por segunda vez. Luego, su obra
se embarcó en una extraña aventura en la que se
mezclan alegrías y tristezas, según los países y las
épocas. En Francia, por el impulso que le dieron las
ediciones Gallimard, se largó a vivir una segunda
vida gracias a la aparición de manuscritos inaca-
bados, olvidados, dados o perdidos, que propor-
cionaban informaciones sorprendentes sobre su
trayectoria y su obra, develaban grandes trozos de
misterio o revelaban algunos estratos más profundos
de su escritura. Se trata de una tendencia que se vio
amplificada gracias a su revista Les Temps modernes
y a una publicación científica, Études sartriennes,2
2
Los tiempos modernos y Estudios sartrianos, respec-
tivamente.

9
que traza sistemáticamente un inventario de los
documentos, discursos, fotos, archivos, recuerdos y
otras huellas que habían acompañado al filósofo en
sus numerosos viajes. Esas publicaciones permitie-
ron que se renovara la investigación sartriana en un
desarrollo que, por momentos, adquirió una di-
mensión exponencial.

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UN EXTRAÑO LASTRE

Sin embargo, a lo largo de esos mismos años, en la


gran prensa francesa, Sartre no dejaba de suscitar
reacciones a menudo violentas: considerado al
principio con indiferencia (signo de lo cual es la
historia de mi propia biografía, que debió su exis-
tencia a la voluntad y a la perspicacia de André
Schiffrin, un editor estadounidense), luego, como un
mal maestro que habría sido responsable, en tiempos
de la Guerra Fría, de los «errores» políticos de va-
rias generaciones, o incluso como un cobarde durante
el periodo de la Ocupación, la cotización del filósofo
no paraba de fluctuar a la baja. El fantasma de Sar-
tre, por lo tanto, estuvo acosando durante mucho
tiempo a los intelectuales franceses como un extraño
lastre, del que no sabían muy bien si tenían que eva-
cuarlo precozmente o «reemplazarlo», provocando
una sobrepuja, como si maltratarlo fuera algo natu-
ral. Ese malestar francés culminó en 2005, con
motivo del centenario de su nacimiento. Con
excepción de Les Temps modernes y Libération
(periódico del que él fue uno de los fundadores),
prácticamente toda la prensa divulgó los mismos
clichés, estigmatizándolo a voluntad, si bien ningún
nuevo descubrimiento que justificara semejante re-
presentación.
Mientras que en Francia se entretenían buscándole
la quinta pata al gato, los homenajes que provenían
de Europa, de África, de Asia, de Oceanía, de las dos
Américas, coincidían en un punto: a los ojos de sus
intelectuales, el mensaje de Sartre sigue siendo una

11
herramienta de referencia para descifrar la época y
su obra suscitaba siempre el mismo interés. En
2005 me habían invitado a participar en diversos
coloquios organizados en conmemoración del cente-
nario de su nacimiento, y había intervenido con
Daniel Cohn-Bendit en la Literaturhaus de Múnich,
con el filósofo estadounidense Cornel West enla
Unversidad de Princeton, con el filósofo beninés
Paulin J. Hountondji en la Universidad de Harvard,
con el filósofo italiano Paolo Flores d’Arcais en la
Universidad La Sapienza de Roma y con el filósofo
argelino Ismail Abdoun en la Universidad Ben
Aknoun en Argel. Había podido escuchar las
referencias de Antanas Mockus, el matemático
colombiano (quien fue al mismo tiempo intendente
de la ciudad de Bogotá y decano de la universidad),
y finalmente, había podido interrogar en Brasilia a
Gilberto Gil, entonces ministro de Cultura, y
comprender por qué, algunos años antes, le había
parecido bien leer extractos de los Cuadernos de
guerra de guerra sobre el escenario.3

3
Véase más adelante, pp. 53-54

12
DISCÍPULOS ESTADOUNIDENSES

Pero es en los Estados Unidos donde, paradóji-


camente (si se piensa en la doxa que suele presentar
a Sartre como el arquetipo del intelectual antiesta-
dounidense), la obra sartriana vivió sus años más
fecundos. En 2003, en la revista The Chronicle of
Higher Education, el crítico Scott McLemee des-
cribía la «ola de jóvenes investigadores estadouni-
denses con un gran futuro [que] examinan su análisis
del terrorismo y de la insurrección tercermundista»,
conscientes de que «las pasiones y los problemas
que guiaban su trabajo siguen acosando el siglo XXI».
Con el título de «Sartre Redux», el periodista incluso
señalaba que la actividad de los sartrianos en los Es-
tados Unidos ofrecía una «clara inversión de los
estereotipos» entre los supuestos «izquierdismo
francés y conservadurismo estadounidense».
En Memphis, Tennessee, el 20 y el 21 de no-
viembre de 2009, durante la reunión anual de la
North American Sartre Society,4 pude darme
cuenta de que a la luz de la era Obama, la voz de
Sartre esta-ba más presente que nunca del otro
lado del Atlántico. Memphis es una metáfora de
todas las esperanzas y de todas las tragedias de la
población afroamericana. El hecho de que la
conferencia de la NASS se llevara a cabo en el
museo de Derechos cívicos, en el Lorraine Motel
donde Martin Luther King fue asesinado, hacía
que la situación se volviera todavía más
conmovedora: ese lugar exhala un olor de muerte,
4
Véase más adelante, pp. 65 y ss.

13
como si la dinámica de la gloriosa marcha de los
negros hacia la ciudad de Washington en 1968 se
hubiese detenido allí brutalmente. La violencia
racial que marcó con tanta fuerza a Memphis
había alcanzado al filósofo francés en un momento
crucial de su trayectoria, puesto que fue el
descubrimiento de la discrimi-nación racial en los
estados del Sur lo que originó su primera toma de
posición en tanto que militante ético.
En la actualidad, por lo tanto, en los Estados
Unidos, los textos de Sartre siguen sirviendo como
recurso intelectual para profesores y estudiantes
que trabajan en disciplinas tan variadas como la
historia, la historia de las ideas, los estudios
poscoloniales, la sociología, la literatura comparada,
los estudios africanos, las ciencias políticas, la filosofía
política, la antropología, encarando sus textos como
la herramienta interdisciplinaria por excelencia que
se ofrece a una lectura crítica. Desde hace ya bastante
tiempo, las grandes figuras intelectuales afroame-
ricanas exigen en sus programas la lectura de textos
sartrianos. En Detroit, en Michigan (Wayne State
University), Ronald Aronson lleva a la práctica a
diversos grupos de activistas que analizan la Crítica
de la razón dialéctica reflexionando acerca de la
guerra en Afganistán y que, a la manera de un límite
de regulación frente al poder institucional, conminan
a Obama a ponerle fin a la guerra. Del mismo modo,
en Memphis, Tennessee, en Harrisburg, Pennsyl-
vania (Penn State University) y en Nueva York
(NYU), los seminarios de Jonathan Judaken, de
Robert Bernasconi o de Robert C. Young, entre tan-

14
tos otros, crean nuevas generaciones de filósofos
(casi siempre afroamericanos) para los Estados Uni-
dos de Obama, en la auténtica tradición sartriana,
leyendo y releyendo La náusea, Orfeo negro o
Crítica de la razón dialéctica. En Unfinished
Projects: Decolonization and the Philosophy of
Jean-Paul Sartre,5 la joven investigadora Paige
Arthur retoma la obra de Sartre para echar por
tierra las críticas neoliberales sobre él y para
demostrar que su compromiso junto a los movi-
mientos de descolonización siempre estuvo inex-
tricablemente vinculado con su pensamiento
filosófico, en una crítica justificada del imperialismo
occidental.
Pero la obra sartriana también provoca muchas
sorpresas más. En Miami, en Florida, con motivo del
Miami ArtBasel, incluso me había encontrado, poco
después de la conferencia de Memphis, con la co-
misaria madrileña, Berta Sichel. En la bella
arquitectura botánica de la Cisneros Fontanals Art
Foundation, un depósito construido en 1936, ofrecía
«Being in the World», una exposición que consistía
en unas sesenta obras realizadas por artistas
contemporáneos, entre los que se contaban Chantal
Akerman, Rafael Lozano-Hemmer, Muntean/Ro-
senblum, Robin Rhode, Shirin Neshat, Bill Viola y
Francesca Woodman. Esta exposición, según consig-
naba la presentación, «se inspira en la noción de
situación tal como la desarrolló el filósofo Jean-Paul
Sartre. Para Sartre, la situación o el estar en el
mundo integra la posición social de un individuo –o
5
Londres/Nueva York, Verso Books, 2010.

15
el contexto en el que se encuentra– así como su
propia memoria, lo que representa un conjunto de
elementos determinantes. La manera a partir de la
cual un individuo comprende su situación en el
mundo es un producto de circunstancias actuales y
de acontecimientos pasados que incluyen a indi-
viduos, amigos cercanos y relaciones, así como
extraños que participan de ello de manera anónima.
Ese modelo se convierte en un medio para com-
prender las obras del arte contemporáneo, que se
enfrentan con el combate cotidiano del individuo en
un mundo en mutación. Los videos que se presentan
en «Being in the World» también pueden recordar
la separación que Sartre establece entre el arte y la
vida: para él, el arte no nos pertenece más que en
la medida en que restablece una ambigüedad –y, a
veces, una actualidad brutal– frente a los aconteci-
mientos presentes. De una u otra manera, cada una
de las obras seleccionadas nos cuenta una historia,
del mismo modo que, para Sartre, el hecho de con-
tar una historia cuyo fin no conocemos es lo que crea
la ilusión. Algunas de esas historias se acercan a la
realidad, otras bucean en la imaginación; todas tienen
un fin incierto. Describen situaciones, modos de es-
tar en el mundo. Juntas, nos comunican la idea de
una libertad del arte, de un libre arbitrio – la única
libertad que Sartre reconoce–. Tal es su valor in-
trínseco».

16
EN LOS ORÍGENES
DE LAS PASIONES ESTADOUNIDENSES

El vínculo tan estrecho entre los demócratas


estadounidenses y el pensamiento sartriano tal vez
se pueda relacionar con la historia personal que se
tramó para Sartre en Nueva York, apenas terminada
la Segunda Guerra Mundial, en un momento decisivo
para el contexto geopolítico. Esa historia estuvo
ligada a la personalidad de una mujer, Dolorès Vanet-
ti, que falleció en Nueva York el 13 de julio de 2008,
a los 96 años de edad, y cuya importancia solo ahora
podemos empezar a advertir. Dolorès Vanetti, a
quien Sartre conoció en Estados Unidos en 1945, en
el momento preciso en que el intelectual se volvió
ineludible, por mucho tiempo siguió siendo un mis-
terio para los lectores de Sartre, apareciendo en
escasas fotos y revelada en las memorias de Simone
de Beauvoir, que extrañamente la redujo a la letra
M. Sin embargo, es gracias a ella como entonces
conoció a Calder, a Duchamp, a Breton y a Dos Pas-
sos, y es con ella con quien frecuentaba los clubes de
jazz (una música que le encantaba, pero que solo
conocía en París) y que se embriagó con ese «país de
la modernidad por excelencia». Por otra parte, es
«A Dolores» a quien el filósofo dedicó su «Presenta-
ción», en septiembre de 1945, del primer número
de los Temps modernes, única y exclusiva alusión a
su pasión de cinco años por esa periodista francesa
de Nueva York que, en un periodo histórico crucial,
le abrió las puertas de otro continente y le propor-
cionó todas las claves para comprender los Estados

17
Unidos a lo largo de dos viajes prolongados. Un
momento capital para el escritor-profesor, que en-
tonces abandonó la enseñanza, se convirtió en
periodista y denunció la segregación racial, dando
comienzo a un compromiso ético que muy rápida-
mente lo llevaría a comprender la importancia del
Tercer Mundo.
Dolorès Vanetti vivía en medio de sus máscaras
de Nueva Guinea, de Alaska o de África, de sus ni-
dos de pájaro, de las obras de Duchamp, de Breton,
de Calder, de Delvaux, en el departamento neoyor-
kino de la esquina de la calle 57 y la Primera
Avenida, adonde se había mudado en 1940. Hacía
veinte años que no ponía un pie en Francia, pero no
se perdía ni una pizca de lo que estaba pasando ahí:
informada por demás, lúcida, mordaz, no tenía igual
para demoler, con una fórmula divertida, a los que
consideraba ridículos o arrogantes. En febrero, quiso
moverse de la 57 a la calle 42 para ir a ver en mi casa,
en el canal TV5 Monde, la «notable actuación» de
Denis Podalydès, quien encarnaba a Sartre en un
telefilm, L’Âge des passions (La edad de las pa-
siones). Igualmente a gusto en ambas lenguas y en
ambas culturas, durante medio siglo fue una pasa-
dora entre los dos mundos, sobre todo cuando
utilizó su departamento, en el extraño sistema de
producción «colectiva» de la obra sartriana, como
una suerte de delegación local de los Temps moder-
nes para organizar el famoso número especial de
1946 dedicado a los Estados Unidos. Tenía miles de
mundos, el de los bird watchers, el de los surrealis-
tas, el de los coleccionadores de máscaras inuits, el

18
de los historiadores de arte, y construyó su vida
sacando provecho de todas las ocasiones y de todos
los encuentros, con una mágica elegancia.
Casi nunca se libraba a las confidencias, pero
reconocía que había nacido en Amiens el 19 de abril
de 1912 y que, tras haber quedado huérfana, fue
criada por su abuela, y prefería destacar los mo-
mentos felices de su recorrido: «Cuando tenía 14
años, me encontré en Londres haciendo de chica au
pair y, de regreso a Francia, hablaba inglés. ¡Era
maravilloso, se había transformado en un inesperado
trampolín!». En 1936 se volvió actriz, al tiempo que
frecuentaba el American Center, donde conoció al
escultor estadounidense George Rickey y a un es-
tudiante de medicina, Teodoro Ehrenreich, quien se
convirtió en su marido; en 1940, dejó París para irse
a vivir a Nueva York. ¿Sus encuentros por aquellos
años? «Una amalgama de personas unidas por la
guerra», decía: Léger, Breton, Lazareff, Saint-
Exupéry, Lévi-Strauss, Duchamp, Calder, Ernst,
entre tantos otros. Escribió poemas para la revista
VVV de Breton, antes de producir para Pierre La-
zareff, en la Office of War Information, un progra-
ma cotidiano, The Woman Show, luego de tener en
Vogue una crónica original, «Europe for Begin-
ners», que trataba de mentalizar a los estadouni-
denses –¡qué desafío!– paraa que aprendieran una
cultura extranjera. Unida a Breton, Ernst, Duthit y
Lévi-Strauss por un auténtico «culto a los objetos»,
frecuentó con ellos los anticuarios de la Tercera
Avenida y juntó una muy bella colección de la costa
noroeste del Pacífico.

19
Pero el encuentro más inesperado para Dolorès
Vanetti fue, entonces,m el que tuvo con Sartre, del
que no hablaba sin reticencias.

Tenía modales de país ocupado, recogía los fósforos


del piso para prender la pipa. Lo llevaba a China-
town, hacía que descubriera lugares mágicos,
como el Russian Tea Room, y le avisaba: «Ése es
Stravinsky, ésa es Greta Garbo»: lo almacenaba
todo. Cuando me dijo que me amaba con locura,
le imploré que no me metiera en problemas, pero
me llamaba por teléfono, me escribía y lo amé
apasionadamente… ¡Mirá esta foto maravillosa
de nosotros dos en Cuba, cenando en casa de He-
mingway, en 1949!

Cuando en 1950 Sartre le declaró abruptamente


a Dolorès que ya no la amaba, se rehusó a aceptar el
«arreglo» que le proponía (dinero, departamento,
continuidad de encuentros ritualizados) y se negó a
hallarse «satelizada» en la periferia de la «pareja
real». En su vida cotidiana neoyorkina, Dolorès
conservaba muy pocos rastros de su pasión por
Sartre, que había tragado como una píldora amarga
y que no volvería a visitar sino en muy raras
ocasiones. «No hablo nunca de Jean-Paul, pero
nunca, a nadie, y me pondría muy contenta que no
le hablasen de mí.» Pero a veces, el dolor brotaba:

Estuve cautivada durante treinta años… su vida


estaba soldada a la de Simone de Beauvoir, quien
poseía una ferocidad espectacular. Debido a que
ella tenía cierta curiosidad por verme, vino a
Nueva York… son sufrimientos inútiles.

20
Dolorès había conservado una profunda amistad
con Albert Camus y con Claude Levi-Strauss, cuyos
Tristes trópicos conocía de memoria, y como una
antropóloga divertida observaba las luchas de poder
parisinas en torno a Sartre, como algo que no la
concernía. «Publicarás eso después de mi muerte»,
repetía. No tenía familia alguna, pero había tejido a
su alrededor una red importante de amigos de todas
las edades y estatus que la adulaban porque era
estimulante, divertida, ligera, calurosa, auténtica y
benefactora.

Hay días, como hoy, en que Nueva York me as-


quea, sobre todo la mugre y los precios –me
escribía, por ejemplo, el 6 de junio de 1986–. Con
el dinero no se puede comprar nada de calidad, la
publicidad apunta a las baratijas, las películas son
lamentables. Horrible. Una obtiene los honores
que puede, me invitan to the yearly summer bird
count en el Central Park el domingo que viene.
(…) Me encanta cuando estás atiborrada, busy y
relativamente feliz. Amá vivir hasta el punto de
quedar atontada, that’s the ticket, te mando un
beso con todo mi corazón, D.

21
RETORNO A UN ENCUENTRO

Sartre, acaso no se lo sepa lo suficiente, siempre


decía presente a esos llamados anónimos, a esas
búsquedas de un apoyo, de un prólogo, de una ayuda
financiera, siguiendo una práctica que se mantuvo
en bambalinas, con naturalidad y constancia, y sin la
menor publicidad. Esta disponibilidad permanente
hacia el otro, en su vulnerabilidad y su búsqueda,
surge en algunos documentos privados. En lo que a
mí respecta, un día de mayo de 1969 pasé dos horas
singulares con Sartre hablando de Nizan: al principio,
respondió a todas las preguntas que le hice, y luego
me preguntó simple y cortésmente acerca de mis
orígenes, mi vida, mis estudios, invitándome a que
le enviara mi tesis de licenciatura. Sentado en lo alto
de un taburete, frente a la ventana, hablaba rápida-
mente, con voz bien timbrada y sobria, pero podía
buscar, a menudo por mucho tiempo, la frase exacta,
la palabra justa, como para encontrar cierta
precisión en sus recuerdos sobre Nizan. Una o dos
veces, durante la conversación, le sugerí una palabra,
una fórmula, que aceptó gustosamente y se apropió
para terminar de componer su idea y su frase. Esta
construcción de a dos de un análisis sobre Nizan,
esta elaboración en diálogo con él me sorprendió y
me otorgó, ese día, un sentimiento de plenitud. Su
actitud no se encontraba en la línea de la crítica que
él había pronunciado, un año antes, contra el
«profesor de facultad tradicional», «un señor (…)
6
Jean-Paul Sartre, Situations VIII, Gallimard, 1972, pp.
184-186. (Situaciones 8, Buenos Aires, Losada, 1973.)

22
que posee un poder al que se aferra con ferocidad:
el de imponerle a la gente, en nombre de un saber
que él acumuló, sus propias ideas, sin que los que lo
escuchan tengan derecho a cuestionarlas».6 Sí,
exactamente eso era Sartre, alguien que no
reivindicaba, en nombre del saber, ningún poder,
ninguna superioridad, ninguna jerarquía, y había
conseguido entusiasmar a la estudiante que yo era.
Una experiencia mínima, después de todo, pero que
daba cuenta de ese dato tan raro: que él cuestionaba
la presuposición de poder que le confería su legiti-
midad intelectual, ofreciéndole al otro, anónimo,
mediante su generosidad y su disponibilidad, los
medios para fundar su propia identidad.

23
INTUICIONES FULGURANTES

Según el grupo de estudios sartrianos que se reúne


cada año en la Sorbona en torno al 21 de junio (ani-
versario del nacimiento del filósofo), Sartre, sin
duda, es en la actualidad el «escritor-filósofo más
estudiado y más citado de su tiempo». Su obra, que
lleva una diáspora de investigadores e intelectuales
cada vez más jóvenes y que organizan sociedades
sartrianas cada vez más activas en los cinco
continentes, suscita tesis, publicaciones, investiga-
ciones, blogs y debates críticos en relación con
cuestiones políticas que hoy resultan esenciales
(interdependencia de las culturas, efervescencia de
la sociedad civil, función del terrorismo en el
pensamiento poscolonial, globalización de los
movimientos de liberación), en una atmósfera de
confrontaciones efervescentes y apasionadas.
Es como si, a imagen de la mecánica de producción
colectiva que el filósofo había puesto en práctica a
través de su «familia alternativa», esta multinacional
sartriana consiguiera prolongar, en un laboratorio
experimental que se basa en una porosidad de fron-
teras entre géneros, disciplinas, lenguas y culturas,
las cuestiones que Sartre esbozó en su época, y
demostrar que su marca no reside tanto en un sis-
tema de pensamiento acabado, cerrado y tran-
quilizador como en sus intentos obstinados por volver
a pensar el modelo occidental en el que se hallaba
tejido, en su permanente atención por lo que se
tramaba en las márgenes de la sociedad, en sus
intuiciones fulgurantes para bosquejar pistas,

24
tratando de darle al otro los medios para legitimar
su propio trayecto, pero sin reivindicar ningún poder,
ninguna superioridad, ninguna jerarquía. Cuestión
de demostrar que Sartre, antes de ser una doctrina,
es un modelo y una práctica.
Pero volvamos a Francia. Si bien es cierto que su
empecinamiento por atacar los tabúes de la memoria
colectiva de su país (colaboración, colonización, tor-
tura, insumisión) hicieron de Sartre un personaje
sospechoso en una Francia de tradición católica (no
nos olvidemos de que al niño Poulou lo educó su
abuelo Charles Schweitzer, un pedagogo protestante
liberal), si bien es cierto que a la Universidad francesa
todavía le cuesta trabajo integrar a los exégetas de
su heredero más subversivo (durante mucho tiempo,
obtener un puesto en algunas secciones del Consejo
nacional de las universidades con una tesis sobre
Sartre ¡resultó una ardua tarea!), si bien es cierto
que algunos sartrianos se vieron obligados a cambiar
de disciplina o a exiliarse en el extranjero para conti-
nuar con sus trabajos (Bélgica y Gran Bretaña son
los principales lugares a donde van a parar los
sartrianos en su exilio), ¿no estaríamos viviendo
una suerte de retorno a Sartre?

25
UN RENACIMIENTO DE SARTRE

¿Y si la gran fuerza de la obra sartriana residiera, al


fin y al cabo, en sus innumerables resonancias y en
la diversidad de sus lectores a través de todo el
mundo? «Desde mi infancia hasta mi muerte, a mí
me examinaban esos niños futuros que yo no podía
imaginar», escribe Sartre en 1963, en Las palabras.7
En nombre de esos chicos futuros, tal vez podríamos
contar, por ejemplo, con el general Joseph Nanven
Garba, embajador de Nigeria en la ONU y presidente
del comité especial contra el apartheid. En octubre
de 1984, en Nueva York, le explicó a Claude Cheys-
son, el ministro francés de Relaciones Exteriores,
que la lucha de los africanos en contra del apartheid
resultaba inconcebible sin una referencia a la obra
sartriana:

Hemos conservado una gran confianza en Francia.


Nuestra confianza se alimentó con la amistad y el
apoyo de algunas organizaciones francesas y cier-
tos franceses y francesas eminentes. Querría
dedicar una mención especial a Jean-Paul Sartre,
el gran escritor y filósofo que inauguró el Comité
Francés Anti-apartheid en los años sesenta.

O incluso Américo Martín, ese político venezolano,


candidato a la presidencia de la República de su país
que, en junio de 2004, en Caracas, no podía explicar
su evolución política sino en referencia a la dinámica
7
Las palabras (Les Mots) se publicó primero en dos entregas
en Les Temps modernes, que luego fueron reunidas en un
volumen y publicadas por Gallimard un año más tarde.

26
del pensamiento sartriano. A la pregunta: «¿Cómo
se produjo su evolución política?», respondió:

No pienso que haya cambiado; podría explicar mi


evolución utilizando una expresión de Sartre:
«Cambié en el interior de una permanencia». Esa
permanencia, para mí, está representada por
ciertos valores como el respeto al prójimo, el amor
a la libertad, la vocación social y la denuncia de los
abusos.8

O incluso los filósofos Jack A. Reynolds y Steven


J. Churchill, quienes, desde 2010, en La Trobe
University en Melbourne, Australia, comenzaron
un diccionario de los key sartrian concepts, consul-
tando a los expertos de los cinco continentes. O esos
estudios brasileños que, en el curso de la última
década –más específicamente, los del profesor
Fausto Castilho, en la UNICAMP de San Pablo, la
segunda universidad de Brasil– defendieron sus
tesis sobre la obra de Sartre, que representan cerca
del treinta por ciento de las tesis que se publicaron
sobre él en el mundo. O también el profesor Lau
Kwok Ying, que en el departamento de Filosofía de
la Chinese University of Hong Kong enseña El ser y
la nada, o, a manera de conclusión, la profesora
Jiang Dandan, que en la East China Normal Uni-
versity de Shanghái, recuerda la importancia que
tuvo la obra sartriana en la juventud china de los
años ochenta que condujo a los acontecimientos de
la plaza de Tian’anmen.
8
«Me honraría ser candidato», El Mundo, Caracas, 23 de
junio de 2004, entrevista con María Laura Lombardi.

27
De allí en más, esa obra parece volver hacia noso-
tros, saltando una generación, y como transfigurada
por sus viajes. Se la lee en su totalidad, en su con-
texto, con nuevas claves (geografía, geopolítica,
antropología, investigación urbana). Desde hace
algunos años, sobre todo en la Escuela Normal
Superior, encuentra una nueva dinámica y algunos
jóvenes estudiantes lanzan pistas inéditas hacia
quien, en sus años de estudios en esa institución
(verdadero crisol de su formación política de 1924
a 1928), se dedicó a producir una obra antes que a
pasar el concurso de oposición de filosofía (en el que,
por lo demás, fracasó en el primer intento),
refiriéndose a una representación del mundo profun-
damente diferente de la que proponía la institución
universitaria. En aquel momento, eligió tomar
nuevos caminos, más adecuados a su exigencia de
pensar el presente, e hizo que se desplazaran las
líneas entre las disciplinas; exploró otras formas
estéticas –por ese entonces emergentes y no legiti-
madas– como es el caso del cine, al que trató de
darle, en esos años, una conceptualización estética;
lo apasionaron otras culturas, desplazó las cuestiones
y volvió a trazar nuevos territorios, convirtiéndose
de esta manera en un agente esencial en el ámbito
de la «trans-ferencia cultural». Luego, a lo largo de
toda su trayectoria, Sartre propuso, por ende, la
elaboración de nuevas configuraciones geopolíticas:
otras tantas tentativas de liberalización que, como
todas las experiencias pioneras, por supuesto
estuvieron manchadas de tanteos, torpezas e, inclu-
so, excesos.

28
«Me estremecía, transido por mi muerte, verda-
dero sentido de todos mis gestos», escribe de nuevo
en Las palabras, en 1963, proyectándose hacia
nosotros, medio siglo más tarde.

Levantaba la cabeza, pedía socorro a la luz; ahora


bien, también eso era un mensaje; esa inquietud
repentina, esa duda, ese movimiento de los ojos y
del cuello, ¿cómo los interpretarían en 2013,
cuando tuvieran las dos llaves que habían de
abrirme: la obra y la muerte?

En los textos que siguen se encontrará la marca


de ese pensamiento en movimiento que no dejó de
irrigar el mundo: de esta manera, el joven Sartre en
un diálogo con Virginia Woolf en 1932, en las
conferencias que pronunció en la sala de la Lira, en
El Havre, en momentos en que escribía afanosa-
mente La náusea; la referencia sartriana como
herramienta de práctica cotidiana para el ministro
brasileño de Cultura, Gilberto Gil, en sus políticas en
favor de los jóvenes músicos en ciernes surgidos de
las favelas de Río de Janeiro; el estudio de la Crítica
de la razón dialéctica, finalmente, como herramienta
de empoderamiento por excelencia para los
estudiantes afroamericanos en la universidad de
Memphis, en Tennessee, en el momento de la
elección de Barack Obama.

29
30
I
SARTRE ANTES DE SARTRE:
EL MUCHACHO Y LA NOVELA

En El Havre había una sala en la que


los profesores daban conferencias
pagas. Era un arreglo entre la muni-
cipalidad y la biblioteca. Y yo di
algunas conferencias sobre los
escritores modernos a los burgueses
de El Havre, que no los conocían.9

9
En Simone de Beauvoir, La Céremonie des adieux, seguido
de Entretiens avec Jean-Paul Sartre, août-septembre 1974,
Gallimard, 1981, pp. 254-255 (La ceremonia del adiós, Buenos
Aires, Sudamericana, 1983).

31
32
Las conferencias que Jean-Paul Sartre pronunció
en la sala de la Lira de El Havre entre 1931 y 1936
se mantuvieron en el misterio durante mucho tiem-
po. Mencionadas al pasar en La ceremonia del
adiós, pertenecen al periodo más desconocido del es-
critor. Sartre es entonces un profesor agregado de
Filosofía de veintisiete años que, tras haber ter-
minado su formación en la Escuela Normal Superior,
enseña en el colegio secundario François Ier de El
Havre e inicia, un poco a su pesar, una carrera de
docente en una ciudad de provincia francesa, a falta
de haber obtenido el puesto de lector en Japón que
deseaba. En realidad, su verdadera pasión está en la
escritura; con sus primeros escritos casi todos toda-
vía inéditos, el joven Sartre de los años treinta lejos,
naturalmente. de alcanzar la gloria esperada, se
empeña en dar a conocer sus proyectos literarios.
Emprende una fase de construcción de identidad
intensa y obsesiva, lejos de las preocupaciones
políticas de la época, a diferencia de sus amigos
Paul Nizan y Raymond Aron. La génesis del «fac-
tum» sobre la contingencia, en el que trabaja des-
33
de 192610 y que, a fuerza de un inmenso esfuerzo
de edición –reescritura, reanudaciones, ayudas di-
versas y censuras–,11 termina por ser publicado con
el título de La Nausée (La náusea) por las ediciones
Gallimard en 1938, es exactamente con-temporáneo
de esas conferencias. Por lo tanto, en 1931, al aceptar
pronunciar una serie de «charlas literarias», a razón
de una por mes, el joven profesor de filosofía da
comienzo a su primer verdadero pro-yecto de
intelectual público.
El texto que conservo en mis archivos no repre-
senta sino una pequeña parte de la totalidad de
esas conferencias –el ciclo consagrado en 1932-
1933 a la novela contemporánea– y no es otra cosa
que la transcripción de notas previstas para una
presentación oral, que poseen un carácter técnico
por momentos frustrante; por ende, no se lo podría
considerar como una obra maestra desconocida. Sin
embargo, esas conferencias, que resultan a la vez
inspiradoras y fascinantes, nos develan la conside-
rable dimensión del trabajo en bambalinas de un
escritor todavía invisible que se hallaba «forjando
su caja de herramientas», según la bella fórmula de
Michel Contat, en un momento capital de elaboración
justo antes que toda su obra y, en primer lugar, su
10
Ya en 1926 Sartre había compuesto un «Canto de la
contingencia» y, hacia 1930, un poema sobre el mismo tema
intitulado «El árbol». En el otoño de 1931 fue cuando se puso
a meditar más precisamente en un «factum» sobre la
contingencia.
11
Véase el aparato crítico de La Nausée, en Jean-Paul Sartre,
Œuvres romanesques, ed. por Michel Contat y Michel Rybalka,
Gallimard, «Bibilothèque de la Pléiade» 1981, pp. 1657-1695.

34
primera obra mayor, La náusea, se volviera pública.
Su publicación restituye, ochenta años después de
haber sido pronunciadas, la voz de un Sartre en
mutación, a partir del manuscrito que Simone de
Beauvoir me había confiado, una mañana del año
1982. «¡Acabo de encontrar un documento que le va
a interesar! ¿Puede pasar por mi casa enseguida?»
Me anunció por teléfono. Algunos minutos más tar-
de, me recibía en su casa de la calle Victor-Schoelcher
con un largo vestido rojo y turbante que hacía juego,
y me entregaba con autoridad un paquete de hojas
en un gran sobre: «Mire, son las conferencias de El
Havre –aclaró– haga lo que quiera con ellas, sáque-
les fotocopias y tráigamelas esta noche.» Estas pá-
ginas, explotadas solo en una pequeña parte, y que
luego quedaron enterradas en mis archivos, acaban
de ser resucitadas a partir de las fotocopias ama-
rillentas gracias a la perspicacia de Gilles Phillippe,
así como a una empresa colectiva de desciframien-
to y de análisis del equipo Sartre del Instituto de
Textos y Manuscritos Modernos, en un notable
esfuerzo intergeneracional e interdisciplinario
particularmente sartriano.

Irónicamente, por lo tanto, fue para los «burgueses


de El Havre», su primer público, que Sartre concibió,
redactó y pronunció esas conferencias «sobre los
escritores modernos que ellos no conocían», en una
situación cuanto menos singular. Es sabido hasta
qué punto, en tanto que profesor, Sartre resultaba
chocante para la mayoría de los padres de alumnos
debido a sus estrategias pedagógicas de tipo alterna-

35
tivo, por completo atípicas para la época, y hasta
qué punto ya, dieciocho meses antes, con motivo
del discurso de entrega de premios del colegio
secundario, al hacer para los jóvenes bachilleres la
apología de «el arte de ellos», el cine, había causado
irritación a esos mismos «burgueses de El Havre»,
con los que para él estaba fuera de cuestión con-
temporizar. Asimismo, como conferencista en la
sala de la Lira y, siguiendo con su dinámica de
cuestionamiento puesta en práctica en sus años en
la Escuela Normal, es para ese público improbable
que Sartre hace explotar las categorías tradicio-
nales de transmisión del saber y las fronteras
entre las disciplinas, tal como estaban establecidas
en aquella época en las instituciones académicas
francesas.
No es el único en este punto: ese mismo año
1932, en su primer opúsculo, Les Chiens de garde
(Los perros guardianes), Nizan ya enuncia «la
distancia escandalosa entre lo que anuncia la Filo-
sofía y lo que les llega a los hombres a pesar de su
promesa»,12 mientras que Claude Lévi-Strauss,
quien siente una «rápida repugnancia» por los
cursos en la Sorbona, acumula sus recuerdos acerca
de esa «enseñanza filosófica [que] ejercitaba la
inteligencia al mismo tiempo que disecaba el
espíritu»,13 en lo que se convertirá más tarde en
esas memorables páginas de Tristes trópicos. En

Paul Nizan, Les Chiens de garde, Maspero, 1932, «Petite


12

collection Maspero», 1960, p. 19.


13
Claude Lévi-Strauss, Tristes Tropiques, Plon, 1955,
reeditado en 10/18, pp. 37-39.

36
mayo de 1932, por otra parte, Nizan se había
presentado como candidato del Partido Comunista
Francés en las elecciones legislativas en Bourg-
en-Bresse, antes de dar comienzo, el otoño
siguiente, a sus «Notas de lectura» regulares para
el periódico L’Humanité, de adherir a la Asociación
de Escritores y Artistas Revolucionarios y de
publicar en 1933 su primera novela, Antoine
Bloyé, convirtiéndose así en autor de textos im-
portantes, por completo comprometido con los
desafíos políticos de los años treinta. Por su par-
te, es en El Havre en donde Sartre se constituye
entonces como escritor y pasa al acto a su manera,
como heredero subversivo, proponiendo para esas
conferencias un programa para la literatura de su
tiempo, dentro de un proyecto muy innovador,
primera oportunidad para él de poner en práctica
de manera pública su impresionante mecánica
intelectual.
Más allá de algunas reflexiones teóricas que
todavía están impregnadas de cierta rigidez un tanto
escolar, asistimos aquí al deslizamiento acelerado
del joven profesor hacia el crítico literario y hacia el
escritor: detrás de las investigaciones propiamente
enciclopédicas que exigió la preparación de estas
conferencias y de la avidez de saber que aquí se pone
de manifiesto, uno adivina que Sartre se propuso
dominar la génesis del género novelesco antes de
abordarlo él mismo. «Yo leía mucho, estaba muy
interesado», le respondió, por lo demás, a Simone de
Beauvoir cuando le preguntó acerca de este pe-
riodo: «La lectura era mi principal diversión: inclu-

37
so,me había vuelto un poco maníaco».14 Los años
treinta, por lo tanto, constituyen, en efecto, la segun-
da gran fase de lecturas de su vida, después de las de
la Escuela Normal y antes de las de la «extraña
guerra», en uno de esos periodos de muy intensa
absorción. Tal vez podría plantearse la hipótesis
según la cual esas conferencias sustituyeron para
Sartre un trabajo de investigación que habría
podido conducir a la elaboración de una tesis de
doctorado; pero es con toda libertad que el mu-
chacho que, en los años anteriores, ya produjo una
novela, cuentos, ensayos sobre el cine, obras de
teatro, una memoria de Diploma de Estudios
Superiores en Psicología, entre otros, sigue con
sus investigaciones, desplegando a voluntad
sondeos en todas las direcciones, sin tener que
aguantar las directivas de un profesor o las reglas
de una institución, anunciando en ello una
evolución académica que evitó cuidadosamente
seguir la carrera universitaria y concluyó con el
abandono de su puesto de profesor de colegio se-
cundario en el año 1945.
Genera cierto desconcierto la ambición de los
objetivos que, por ese entonces, se asigna el joven.
De esta manera, intenta establecer la situación en
que se halla la novela en 1932: tras haber pasado
revista a la evolución del género desde el siglo XVII,
analiza las técnicas que utilizan los novelistas más
experimentales de su época en la puesta en marcha
de un proyecto total –«La novela debe ser un
En Simone de Beauvoir, La Cérémonie des adieux, ob. cit.,
14

pp. 254-255.

38
universo»–15 y se mete de lleno en un estudio
particularmente elaborado de aquellos aspectos que
la literatura toma prestados de las ciencias sociales,
tanto en Francia como en el extranjero, convirtién-
dose, según el caso –como se podrá advertir– en
teórico de la novela, comparador, filósofo, historia-
dor, sociólogo, economista, psicólogo, teórico de la
música o incluso de la pintura. En esta situación de
universidad popular antes de tiempo, por lo tanto,
es como un conferencista a la vez intercultural e in-
terdisciplinario como Sartre aparece aquí para
nosotros. E incluso si se encuentran allí los grandes
pensadores y los grandes ejes de su reflexión de los
años veinte –Bergson, que lo ayuda a anclar su filo-
sofía en su propia experiencia interior; Descartes,
que afirma la dimensión racional del sujeto, con la
filosofía en tanto que herramienta privilegiada de
conocimiento y de apropiación–, en esas charlas en
El Havre asistimos a una progresiva y bien definida
orientación hacia la novela, que entonces se convierte
en el único objeto del joven profesor.
Cuando declara que «Huxley es de los que palpan
el pulso de la época», es un Sartre admirador que se
deja llevar por una toma de posición modernista,
por su interés por la cultura que está haciéndose,
15
«En la novela, no hay uno sino una infinidad de puntos de
vista. La novela debe ser un universo»; «el tema de la novela
de Huxley, como el de la de Gide, debe ser un universo»; «¿Por
qué habría unidad de acción en la novela? La novela es un
universo»; «Para Huxley, se trata de integrar el universo a la
obra de arte»; «Esta idea de interpretación y de unidad, de
continuidad tiene una importancia fundamental»; «En
Virginia Woolf hay un gran deseo de totalidad. ¿Qué arte es el
que no daría cuenta de esa totalidad, que es la única existencia?».

39
por su fascinación por «la novela moderna» y la
«época actual». Al intentar descifrar las técnicas de
Huxley, Gide, Dujardin, Joyce, Woolf, Romains, Dos
Passos, es decir, de los otros, de sus contemporá-
neos, al intentar penetrar en el antro secreto de ca-
da uno de ellos –«Jules Romains espera dar una
impresión de vida bulliciosa (…). ¿Cómo procede
para ello?»–, ¿el escritor potencial no está también
tratando de descifrarse a sí mismo? Por otra parte,
cuando procede a establecer un balance de los
emprendi-mientos novelescos de su tiempo, estamos
en pre-sencia entonces de un Sartre dotado de una
precoz seguridad que crea con aplomo genealogías y
filia-ciones: por ejemplo, al describir la función del
monólogo interior, le atribuye la paternidad a
Marivaux y la filiación a Dujardin, Joyce y Larbaud;
luego, al hacer referencia, un poco más adelante, a
las novelas de simultaneidad, decreta que, en ese
terreno, «Jules Romains es el maestro [y] Dos Passos,
el discípulo». Cuando subraya rivalizando el fracaso
de Les Hommes de bonne volonté, Sartre ya aparece
bien punzante: «Esta novela falla por completo y no
alcanza ninguna de las grandes ambiciones que
planteaba su autor». «Jules Romains fracasó por
completo»; «Les Hommes de bonne volonté es
una novela fallida (…), una novela pequeñobur-
guesa socializante»; «Debido a que es fallida, esta
novela fallida sigue siendo una novela».16 ¿Cómo no
asociar este martilleo de 1932 con las fórmulas
mordaces del texto sobre Mauriac en La Nouvelle
En los Cuadernos de guerra, Sartre iba a poner en cuestión
16

ese juicio inicial acerca de la obra de Jules Romains.

40
Revue française en 1939 –«Dios no es un artista.
El señor Mauriac tampoco»–17 o del Sartre regente
de las letras, que algunos calificarán de «jíbaro» y
de «reductor de cabezas», 18 tras su «Presenta-
ción» de Les Temps modernes en 1945?
Si en esas conferencias ya es posible identificar
algunos modos de funcionamiento de la máquina
intelectual sartriana, también se anuncian algunos
puntos fuertes que se perpetuarán veinte o treinta
años más tarde: sensibilidad a las experimentacio-
nes y a las emergencias; abertura al mundo desde
una perspectiva de universalidad; tentativa de apre-
hender y de dominar un problema de manera global,
considerándolo desde todos los ángulos y refiriéndo-
se a la mayor cantidad posible de herramientas
conceptuales. Otras tantas interrogaciones que
anuncian y preparan el trabajo sobre el monólogo
interior y la simultaneidad, que será explotado en
1945 con la publicación de los Caminos de la libertad.
De hecho, su «Se ruega insertar» de La edad de la
razón y El aplazamiento es claro: «Traté de sacar
provecho de las investigaciones técnicas que hicieron
algunos novelistas de la simultaneidad, tales como
Dos Passos y Virginia Woolf. Retomé la cuestión en
el punto mismo en el que ellos la habían dejado e
intenté encontrar si había algo nuevo en esa vía. El
lector dirá si lo conseguí».19 También resultan
17
«M. François Mauriac et la liberté»,en La Nouvelle Revue
française, febrero de 1939, reeditado en Situations [I], 1948,
nueva ed., Gallimard, 2010, p. 63.
18
La fórmula es de Justin Saget; véase Annie Cohen-Solal,
Sartre, 1905-1980, Gallimard, 1985, «Folio Essais», p. 438.
19
Véase Œuvres romanesques, ob. cit., p. 1912.

41
notables las numerosas referencias a la música, lo
que nos deja ver la evolución del escritor en su
devenir: «He aquí la novela puesta bajo la protección
de la música. Tal vez sea la primera vez que se hace.
No será la última», escribe a propósito de la novela
de Edouard Dujardin Les lauriers sont coupés. Una
afirmación que, por supuesto, pone de manifiesto la
trastienda de La náusea, con la introducción de
Some of these Days como elemento estructurante
y salvador en la historia de la impotencia de Antoine
Roquentin. Todavía resultan apasionantes los
términos de Sartre acerca de la «complejidad» de
Gide en una primera aproximación de lo que se
convertirá, en 1951, en el «Gide vivant», y sobre la
querella entre Gide y Barrès con respecto al arrai-
go, que retornará como una preocupación lacerante
en los escritos de Sartre, como una incesante ten-
sión entre arcaísmo y modernidad.20
Tal vez sea en la conferencia que dio sobre Vir-
ginia Woolf donde Sartre más nos sorprende y
conmueve. A través de la lectura de una carta que
dirige a Simone de Beauvoir en 1931, resulta
posible valorar el impacto que causó la novelista
en el joven profesor de filosofía de El Havre, sobre
todo cuando cuenta una de sus experiencias fun-
dantes, con el descubrimiento de la raíz del
castaño, que se convertirá en una de las escenas
principales de La náusea. «Al cabo de veinte
minutos –escribe– tras haber agotado las compa-
raciones destinadas a hacer de este árbol algo
Véase Annie Cohen-Solal, Jean-Paul Sartre, PUF, «Que
20

sais-je?», pp. 29-35.

42
diferente de lo que es, como diría la señora Woolf,
acabé con la conciencia tranquila y me dirigí a la
biblioteca.» 21 Sin embargo, mientras que Mrs.
Dalloway (1925) y Orlando (1928) ya fueron tra-
ducidos (en 1929 y 1931 respectivamente), The
Waves (1931) solo aparecerá en francés en 1937.
Por lo tanto, en el momento en que está preparando
sus conferencias, Sartre no dispone, en cuanto a esta
última obra, más que del texto original y de la tra-
ducción que verosímilmente le proporciona
Beauvoir. Resulta entonces todavía más notable
que haga el esfuerzo de ilustrar su conferencia con
ejemplos de tres obras tan disímiles de la escritora
experimental británica. Por otra parte, al presentar
esta obra en sus charlas de El Havre, Sartre no
puede evitar que aparezca su complicidad con ella.
Escuchémoslo hablar, realmente es como si
descubriera su doble:

Hay algo, como una especie de sensibilidad


profunda, en Virginia Woolf que siempre le
impedirá dudar de la realidad del universo que
pesa sobre ella con todo su peso. En cierta medida,
se halla oprimida por los objetos que la rodean. Se
siente aplastada, le parece que ella apenas existe al
lado de la existencia apremiante y fuerte de esa
mesa, de un árbol, del cielo. De su obra se desprende
una impresión de agobio. Es como una persona
que estuviera aguantando un peñasco pesado e
intentara en vano liberarse de él. Ese peñasco es el
21
Carta del 9 de octubre de 1931, en Jean-Paul Sartre,
Lettres au Castor et à quelques autres, t. I : 1926-1939, Gallimard,
1983, p. 47.

43
mundo de los sentidos. Está presente, pesada-
mente presente, y ella misma, con respecto a esas
<aguas> vivas, de esas temperaturas variadas, de
esos sonidos agudos, <se conoce como> una llama
débil, a punto de apagarse o, para decirlo en los
términos de Valéry, como una ausencia.22

Esta complicidad le inspira a Sartre unos esplén-


didos análisis acerca de la concepción del tiempo en
The Waves, tiempo que,

sin duda, es un continuo indivisible, pero (…)


puede adoptar dos formas: o bien se extiende co-
mo una llanura soleada y monótona, o bien se
encoge y cae rápidamente como una gota. (…)
Pero cuando el tiempo es una larga pradera que se
extiende hasta perderse de vista en todos los sen-
tidos, en la vida no pasa nada. Uno se levanta, se
viste, trabaja, va de visita, se aburre. (…) El se-
gundo aspecto es más raro. Es el de las grandes
decisiones. Es entonces cuando tomamos con-
ciencia de las costumbres y de los automatismos
de nuestra vida y que de pronto rompemos con
ellos con algunos arrebatos.

Los ecos entre la obra de Virginia Woolf y la obra


pasada o por venir de Sartre son tan ricos que re-
sulta sorprendente que este último, hasta donde
sabemos, nunca haya desarrollado sus análisis tan
perspicaces de la obra woolfiana como sí lo hizo, por
ejemplo, con Dos Passos. Pues Une défaite (Una
derrota), la novela que Sartre escribió en la Escuela
22
Los signos < y > encierran lecturas conjeturales.

44
Normal Superior en 1925, un texto, por lo tanto,
exactamente contemporáneo de Mrs. Dalloway (que
Sartre en esa época no podía materialmente conocer)
y anterior a Orlando, presenta algunas similitudes
perturbadoras con la obra woolfiana, en la temática
de lo fantástico y de la vida de las cosas, como por
ejemplo:

El Príncipe fustigó su caballo y partió al galope.


Tuvo entonces un pensamiento horrible: «¿Acaso
todas las cosas tienen un alma?». Pasaba a lo
largo de un prado en que se estremecían largos
setos verdes. «¿Acaso…?»- ¿Qué era ese estreme-
cimiento que los recorría como un alma? ¿Qué
oscuro deseo se alojaba en ellos? Ante esta idea, se
apoderó de él un inmenso asco. (…) Y todas las
cosas parecían vivir, vivir con una vida oscura,
odiosa, que le daba arcadas, toda una vida tendida
hacia su vida. Creía estar en un mundo inmenso
que lo espiaba. Lo asechaban los arroyos, los
charcos del camino. Todo vivía, todo pensaba.23

Y cuando uno escucha al joven conferencista


identificar y analizar algunos pasajes de Orlando, de
The Waves o de Mrs. Dalloway para su público de
El Havre, se tiene la impresión de que uno ya está
leyendo algunos pasajes de La náusea, que recién se
publicaría seis años más tarde. Que se juzgue por la
cercanía que presentan entre sí los siguientes
pasajes:

23
Jean-Paul Sartre, Une défaite, en Écrits de jeunesse, ed. M.
Contat y M. Rybalka, Gallimard, 1990, p. 244.

45
Ella vio con una claridad repugnante que el pulgar
de la mano derecha de Joe no tenía uña y que en
su lugar había un platillo bombeado de carne
rosa. Verlo era tan odioso que por un instante
estuvo a punto de desfallecer, pero en ese instante
tenebroso durante el cual ella pestañó, el pre-
sente dejó de pesarle y se sintió liberada.

Apoyo la mano en el asiento pero la retiro


precitadamente: eso existe. (…) Y entonces la
mano también empieza a temblar, y cuando llega
a la altura del cráneo, un dedo se estira y se po-
ne a rascar el cuero cabelludo con la uña. Una
especie de mueca voluptuosa viene a alojarse en el
lado derecho de la boca y el lado izquierdo sigue
muerto. Los vidrios tiemblan, el brazo tiembla, la
uña rasca, rasca.24

Del mismo modo, en los siguientes dos fragmentos


se podrán identificar fascinantes paralelismos en la
relación del individuo con la muchedumbre:

Golpeados, quebrados por el ataque de los


carruajes, por la brutalidad de los camiones, por el
ávido avance de miríadas de hombres angulosos,
de mujeres vistosas, por las cúpulas y agujas de
edificios oficiales y hospitales, los últimos restos
de los misceláneos objetos que llenaban el regazo
parecieron chocar como la espuma de una ola
fenecida contra el cuerpo de la señorita Kilman,
24
Respectivamente: Virginia Woolf, Orlando, trad. de C.
Pappo-Musard, Le livre de poche, p. 311 (Orlando, Buenos Ai-
res, Sur, trad. de J. L. Borges); Jean-Paul Sartre, La Nausée, ob.
cit., pp. 176-177 (La náusea, México, Ed. Época, p. 104, trad.
de Aurora Bernárdez.)

46
quieta en la calle durante un instante para musitar:
«Es la carne».

Era domingo; encajonada entre los balaustres y


las verjas de los chalés de recreo, la multitud se
derramaba en olitas para perderse en mil arroyos
detrás del gran hotel de la Compañía Transatlán-
tica (…). Todos se dejaban ir un poco hacia atrás,
con la cabeza levantada, mirando la lejanía,
abandonados al viento que los empujaba hin-
chando sus abrigos (…).Yo andaba con tiento, no
sabía qué hacer con mi cuerpo duro y fresco, en
medio de esa multitud trágica en reposo.25

Finalmente, ¿acaso no es con esta mención insistente


de la figura del novelista fallido como uno penetra en la
trastienda de La náusea? Pues cuando el conferencista
subraya que Woolf «al igual que Gide y que Huxley, va
a poner un novelista fallido en su novela, no un novelista
que lucha con lo real (…): un novelista desbordado de
sí, alterado, que sale a la vida con el sentimiento de su
fracaso», por supuesto uno piensa en los personajes de
Antoine Roquentin y del Autodidacta, en particular
cuando Sartre aclara que «Virginia Woolf, ante todo,
busca mostrar el arte reñido con lo real y la resistencia
que lo real le ofrece al artista».

La náusea es una obra sin precedentes –señalaba


Michel Contat– que se propone como una suma-
25
Respectivamente: Virginia Woolf, Mrs Dalloway, trad. de
S. David, Le livre de poche, pp. 164-165 (La señora Dalloway,
trad. de Andrés Bosch, Lumen, Barcelona); Jean-Paul Sartre,
La Nausée, ob. cit., pp. 176-182 (en la edición en castellano, pp.
43-44).

47
toria hecha con elementos muy variados, rela-
cionados a un mismo tema, pero dispuestos según
cierta discontinuidad (…). El texto utiliza (…)
gran cantidad de procedimientos y de temas que
marcan la historia de la novela desde el siglo XVIII
hasta Malraux.26

Esto daba cuenta una vez más del lugar que ocupa
ese ciclo de conferencias en la elaboración de la obra.
En 1938, Sartre llegará a escribir gloriosamente a
Simone de Beauvoir: «La náusea enganchó. Camino
por las calles como un autor»,27 lo que demuestra
hasta qué punto esta publicación marca, para él
mismo, el fin de un calvario y el nacimiento público
tan esperado en tanto que escritor. Sin embargo, en
la actualidad, a la lectura de esos textos, lo que des-
cubrimos es todavía al escritor invisible que constru-
33ye su identidad en la trastienda de su trabajo, en
su laboratorio privado, con sus secretos de
fabricación.
Raymond Aron nos había hablado del modo de
funcionamiento intelectual de Sartre, que había
podido observar durante su amistad en la Escuela
Normal Superior; al tiempo que elaboraba teorías
de forma permanente, en situaciones que, por mo-
mentos, eran de incomprensión, Sartre presentaba
una gran dificultad para dar a conocer su visión del
mundo y mantenía una dependencia por otra
persona que le servía de intérprete en su proyecto
26
Véase Jean-Paul Sartre, Œuvres romanesques, ob. cit., pp.
1673-1674.
27
Jean-Paul Sartre, Lettres au Castor et à quelques autres, ob.
cit., t. I, p. 146.

48
de conocimiento total. «Por ese entonces, yo era su
interlocutor preferido», me explicó Aron, mientras
recordaba el poder intelectual y la fuerza de trabajo
excepcional del joven Sartre:

Todas las semanas, todos los meses, tenía una


nueva teoría, la sometía a mi escrutinio y yo la
discutía; el que desarrollaba las ideas era él y el
que las discutía era yo (…). Intentaba con una
idea, y cuando no funcionaba, cuando yo no me
enganchaba, pasaba a otra; a veces, cuando se
sentía muy acorralado, montaba en cólera.28

Esta «elaboración asistida» a la que hace referen-


cia Simone de Beauvoir en sus memorias con respec-
to a La náusea también se deja entrever en el
manuscrito de esas conferencias. Al fin y al cabo,
Simone de Beauvoir parece haber jugado un papel
mucho más importante que lo que ella describía. Se
sabía que, en ese entonces, había sido uno de sus
apoyos más indispensables como editora exigente y
afanosa. Pero el descubrimiento, en medio de las
hojas manuscritas de Sartre, de su larga escritura
inclinada da cuenta de otra función que ocupó junto
al conferencista, la de traductora del inglés que, con
paciencia, ayudó a Sartre a acceder a obras enteras
de Woolf o de Dos Passos, cumpliendo un papel del
que nunca habló públicamente. Por otra parte,
cuando Simone de Beauvoir decidió ofrecerme ese
texto, ¿se daba cuenta de lo que me estaba dando?
A pesar de su carácter incompleto e imperfecto,

28
Encuentro con el autor, París, 9 de marzo de 1983.

49
las conferencias de la Lira de El Havre, o lo que
queda hoy de ellas, que nos ponen en presencia de
un conferencista pionero, que por partida doble es
un escritor «disciplinado, furioso y trabajador»,29
tam-bién proporcionan una respuesta a los que se
preguntaban acerca del silencio de Sartre durante
esos años, del mismo modo que podrían representar
una preciosa «caja negra» para La náusea, Los
caminos de la libertad, los artículos de crítica literaria
y tantas otras obras por venir.

La fórmula es de Jacques Deguy, en Jacques Deguy


29

commente La Nausée de Jean-Paul Sartre, Gallimard, 1993,


«Foliothèque», p. 15.

50
II
SARTRE,
INTELECTUAL DE LA UBICUIDAD

Conversación con
Gilberto Passos Gil Moreira,
Ministro de Cultura de Brasil,
Brasilia, 29 de septiembre de 2005

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ANNIE COHEN-SOLAL –Señor ministro, la
primera vez que vine a Brasil y a este ministerio fue
en 1987, en oportunidad de la publicación de mi
biografía de Sartre en portugués. Acá mismo, en
esta oficina, me recibió Celso Furtado, quien entonces
era ministro de Cultura y que había conocido a
Sartre en su famoso viaje a Brasil durante el verano
de 1960. Furtado era un estudiante de Economía en
Recife y, como hablaba bien francés, había sido uno
de los intérpretes de Sartre. Me siento realmente
muy contenta de encontrarme con usted porque ten-
go una pregunta para hacerle, ¡una pregunta que le
quiero hacer desde hace dieciocho años! Durante mi
residencia aquí en Brasil, vi una foto suya en la que
estaba leyendo un libro de Sartre en el escenario,
delante de su público…
GILBERTO PASSOS GIL MOREIRA – …era un
libro de… extraña guerra…
ACS –… ¿Los cuadernos de guerra?
GG –… Sí, eran Los cuadernos de guerra lo que
estaba leyendo… elegía leer fragmentos entre las
canciones…
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ACS – Y desde esa época, siempre tuve la
curiosidad de saber cuál era la relación de Gilberto
Gil con Sartre: si se trataba de una relación de tipo
literario, filosófico, estético, político, máxime que
usted también le rinde un homenaje en una de sus
canciones, Touche pas à mon pote. Y luego,
asimismo, siempre me pregunté cómo fue que lo
conoció.
GG – Fue por el existencialismo que lo conocí, en
su relación con sus colegas, personas como Merleau-
Ponty, como Camus y otros. Lo que me interesó es
el papel que jugó en el plano de la difusión de una
cultura europea moderna, y luego también estaba
la relación que mantuvo con Simone de Beauvoir,
una relación que para la época era totalmente
original, por completo nueva, estimulante…
ACS – ¿Usted lo conoció en la escuela? ¿Lo leyó
cuando estaba en la escuela? ¿Cómo fue que des-
cubrió a Sartre?
GG – Fue durante mi vida de estudiante, gracias
a mis amigos, en particular Caetano Veloso. Les
interesaba mucho la nouvelle vague, el cine de
Truffaut, de Godard, la dimensión francófona de la
cultura moderna.
ACS – Algo que me pareció extraordinario fue que
el último 21 de junio, en París, en ocasión de la Fiesta
de la Música, me contaron que usted le dedicó a Sartre
su recital en la Bastilla porque era el día de su cumplea-
ños, precisamente el día en que habría cumplido cien
años. Me resulta extraordinario que el ministro francés
de Cultura no le haya rendido un homenaje oficial a
Sartre, lo que usted hizo, él no lo hizo…

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GG – Creo que es porque mis obligaciones son con
la cultura universal, no soy xenófobo, sabe usted…
ACS – Creo que tal vez también sea porque usted
es un artista surgido de la sociedad civil, y que toma
un cargo político durante cierto tiempo. Es algo
realmente muy interesante ese pasaje del estatus
de artista creador al del actor del mundo cultural. A
Sartre le habría gustado que el que le rindió homenaje
haya sido usted, en tanto que artista, y no el ministro
francés de Cultura, que es un funcionario.
GG – Sí, por supuesto, es por eso que vuelvo a la
primera pregunta que me hizo, sobre la dimensión
de Sartre que me interesa… Lo que interesa mucho de
él como referencia es esa universalidad de un hombre
de cultura, esa dimensión universal de la cultura.
Eso me ayudó en mi vida personal, en tanto que
ciudadano brasilero, en tanto que ciudadano del
mundo.
ACS – Usted es el emblema de lo que Sartre trató
de construir, representa exactamente el público al
que él se dirigía, porque viene de Brasil, proviene de
la sociedad civil, viene del país en que desarrolló sus
ideas sobre la descolonización, porque fue en Brasil
donde, en 1960, formuló sus ideas acerca de la
independencia de Argelia. Algo que en Francia levan-
tó muchas críticas.
GG – Esas críticas provienen tal vez del compro-
miso político que sostuvo a lo largo de la última parte
de su vida cerca de los grupos maoístas o debido a su
pelea con Camus. Pero, sobre todo, creo que provie-
nen del hecho de que Sartre siempre siguió siendo
libre, libre y paradójico, sin nunca hacer una elección

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propiamente dicha. Excepto una sola, la elección de
una no adhesión a la dimensión convencional de la
vida. Creo que si lo criticaron tanto es a causa de esa
libertad que concibió como un fundamento de su
vida: comprometido y no comprometido, paradójico,
y porque siguió siendo un hombre de una libertad tal
que resultaba chocante…
ACS – … por poner todo en cuestión en forma
permanente…
GG – Los demás intelectuales que tomaron
partido, como Raymond Aron, son más fáciles de
interpretar, más fáciles de comprender. Los hom-
bres de la simultaneidad, de la ubicuidad, como
Sartre, son más difíciles de aprehender pero, para
mí, son preferibles.
ACS – Por lo demás, Sartre siempre se negó a
asumir un rol social, siempre rechazó las institu-
ciones, rechazó la universidad, el Collège de France,
la Legión de Honor, el Premio Nobel…
GG – … Y con esos rechazos, Sartre se atribuyó
cierto ámbito; esas opiniones lo determinaron:
rechazó por completo las convenciones, y pienso
que también es por eso que hoy lo está pagando.
ACS – Sartre proviene de una tradición occi-
dental que puso en cuestión, y es por eso que a
veces se lo percibió como un traidor, como alguien
que traiciona su cultura de origen. En Orfeo negro,
publicado en 1946, escribe: «Durante tres mil años, el
hombre blanco gozó del privilegio de ver sin ser visto»,
lo que por ese entonces resultaba profético.
GG – Era valiente, y eso también incomoda al
establishment… ¡Era magnífico…!

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ACS – También en su vida privada vivió de
manera radicalmente nueva…
GG – Creó una familia extendida hasta los límites
de la dimensión social.
ACS – También atravesó las fronteras entre los
géneros nobles y los menos nobles, entre literatura
y filosofía por un lado, el cine y el jazz por el otro. Es-
cribió tratados filosóficos pero también canciones,
como La rue des Blancs-Manteaux, para Juliette
Gréco…
GG – Yo canté esa canción en una oportunidad…
ACS –Pero ¿usted lo llegó a conocer personal-
mente?
GG – No, nunca, jamás. La primera vez que fui a
Francia por unos recitales fue en 1978, dos años
antes de su muerte, se encontraba disminuido y ya
no se hallaba en el centro de la escena.
ACS – Vengo de viajar un poco por todas partes
del mundo para celebrar el centenario de su naci-
miento, y en ningún plado veo una relación tan
fuerte y tan apasionada como en Brasil. Acá hubo
varios coloquios este año, en casi todas las ciudades
del país, muchos libros publicados, e incluso esta
semana, dos series de eventos organizados por
intelectuales brasileros se hacen eco mutuamente.
«Las razones de la libertad», que organiza Clarisse
Fukelman y financia el Banco del Brasil, y «El silencio
de los intelectuales», orquestado por Adauto Novais.
El nombre de Sartre acá está presente en todas
partes, dentro y fuera de la universidad, todo el
mundo lo conoce, habla de él, son incontables los
artículos y las editoriales que hacen referencia a él,

57
y se escuchan personalidades, tales como el exmi-
nistro de Finanzas Sérgio Paulo Rouanet, que lo
evocan como la «figura del intelectual al servicio de
lo universal» cuyas herramientas permiten en la
actualidad «luchar contra los dos particularismos
que ensangrientan el planeta, los particularismos
nacionales y los religiosos». Finalmente, esta misma
mañana, el rector Mulholland de la universidad de
Brasilia y el profesor Wilton Barroso, director del
departamento de Filosofía, decidieron crear una
«cátedra Sartre» en Brasil, la primera de ese tipo en
el mundo, que irá en la dirección de una «Inter-
nacional sartriana» y continuará el trabajo político
que inició el filósofo al servicio de la sociedad civil.
Señor ministro, ¿podría decirme por qué, según su
punto de vista, Sartre despierta tanto interés en
Brasil?
GG –No es por casualidad. Montaigne ya había
advertido la importancia de los indios y Claude Lévi-
Strauss también, así como gran cantidad de in-
telectuales franceses, como Bastide, Berger, etc.
Por lo tanto, históricamente hay una especie de
admiración, de atracción particular entre Brasil y
Francia, es un indicador de algo…
ACS –¿Las especificidades de las posiciones
sartrianas, la simultaneidad, la ubicuidad, se adaptan
bien a los brasileros?
GG –Sí, lo que atrae del pensamiento de Sar-tre
a los brasileros es el descubrimiento de una
contemporaneidad, de una sociedad que se prepara
para el futuro, para el futuro del mundo. Y lo que liga
a los brasileros con Sartre es la capacidad de com-

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partir, la capacidad de estar alegre, la capacidad de
atravesar los códigos, de ir más allá de los códigos, es
el interés por la diversidad étnica y cultural, por la
fecundidad entre las culturas, es, a fin de cuentas,
esta interculturalidad que se pone en práctica en
nuestro país.
ACS –¿Eso no proviene también del hecho de que
los brasileros no tienen los mismos puntos de refe-
rencia que los franceses y que pueden integrar, por
ende, las especificidades de la herencia sartriana de
manera directa?
GG –El tipo de intelectual que se forjó en Brasil
exactamente por esos años, en 1940 y en 1950, si-
gue por completo esa línea. Y no es casualidad que
Lévi-Strauss haya dedicado la primera parte de su
carrera a los indios. Esos intelectuales franceses
inventaron una nueva sociedad, pusieron en práctica
una nueva relación entre los intelectuales y la vida
cotidiana.
ACS –¿Usted leyó toda la obra de Sartre?
GG –No, no, no leí toda la obra, pero sí leí algunos de
sus libros, como Las palabras, La náusea, Los caminos
de la libertad, los Carnets de la extraña guerra.
ACS –¿Leyó El ser y la nada?
GG – Algunos extractos. Pienso que debería tener
tiempo para dedicarme a esas lecturas.
ACS –Desde que ha sido nombrado ministro, ¿le
ha sido útil el pensamiento sartriano? ¿Usted cree
que ha hecho uso de esas posiciones sartrianas en
sus funciones de ministro?
GG –Sí, pienso que sí, sí. Aun cuando Sartre
nunca atravesó esa frontera, aunque nunca haya

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ejercido un papel de político institucional, nos inspiró
a ello. Sobre todo a través del interés que le desper-
taron la cuestión de las ideologías, la cuestión de la
política, la cuestión de la revolución, la cuestión del
rol del Estado, la cuestión del Estado-nación, su dis-
cusión sobre el Estado-nación, su descubrimiento
de la modernidad y su superación de la modernidad,
su relación con Husserl y Heidegger y sus estudios
de la fenomenología. Es por eso que todas esas
cuestiones que él trabajó me proporcionan instru-
mentos para que yo mismo lleve a cabo la travesía
como ministro de Cultura. Sartre es el primer
intelectual y el primer filósofo occidental que me dio
la posibilidad de visitar las obras de Occidente que
están cerca de Oriente, cerca de Confucio, cerca de
los hombres de la sabiduría en la historia de la filo-
sofía. Sartre, pero también Merleau-Ponty, para mí
participaron en la construcción de esos puentes con
Oriente.
ACS – Resulta muy interesante ver a un ministro
de Cultura que posee opciones tan profundas y tan
concretas con respecto a Sartre, un ministro de la
Cultura tan auténticamente sartriano…
GG – Aunque no pueda considerarme a mí mismo
como sartriano, porque, como él, no pertenezco a
ninguna corriente…
ACS – … inclasificable… inclasificable…
GG – Pero al mismo tiempo sí, soy sartriano.
Dentro y fuera, en la simultaneidad. Sartre fue uno
de los que inauguró la simultaneidad como concepto.
Fue, como se suele decir de los pensadores del tro-
picalismo en Brasil, uno de los últimos modernistas

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y uno de los primeros posmodernistas. Estuvo en la
frontera de esas dos épocas. Fue fundamental para
los hombres de la escuela alemana, para todos lo que
estudiaron la posmodernidad.
ACS – E incluso en su relación con la enseñanza
era revolucionario, enseñaba sin que nunca inter-
viniera la dimensión del poder.
GG – Sí, sí, hablaba libremente, sin notas, fue un
profesor muy radical. Sartre era un radical de-
mócrata…
ACS – Cuando tenía veinte años sostuvo una
teoría sobre el cine, en una época en que se
consideraba que el cine pervertía a la juventud, y
luego hizo que se descubrieran Faulkner, Dos Passos,
James Joyce, Virginia Woolf, en tiempos en que
muy poca gente los conocía en Francia, abrió todas
las puertas.
GG – Sí, estudió a los grandes autores, puso en
práctica una relectura de los grandes textos. Sabe
usted, es casi imposible hablar de la totalidad de las
contribuciones sartrianas a la literatura, a la cultura
universal… ¡Era genial!

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62
III
RENOVACIÓN DE SARTRE
EN LA ERA OBAMA

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64
Memphis, Tennessee
21 de noviembre de 2009

¿Cómo hablar de Sartre en noviembre de 2009, en


este año que marca el 50º aniversario de la Crítica
de la razón dialéctica, justo después de la elección de
Barack Obama, en este Museo de los Derechos
Cívicos en Memphis, Tennessee, el Lorraine Motel
donde fue asesinado Martin Luther King? En primer
lugar, me gustaría volver sobre la doxa que suele
estigmatizar a Sartre como el intelectual antiesta-
dounidense por excelencia. Muy por el contrario,
pienso que Sartre es, al mismo tiempo, un enfático
defensor de los valores de la democracia estadouni-
dense y, a la vez, un opositor feroz a la fuerza
neoimperialista de este país. Memphis encarna to-
das las esperanzas y todas las tragedias de la pobla-
ción afroamericana, es una ciudad que nos trae
recuerdos de esperanza –con la fecha del 28 de
agosto de 1963, la de la marcha de los derechos
cívicos hacia Washington– tanto como recuerdos de
tragedia –con la fecha del 4 de abril de 1968, la del
65
asesinato de Martin Luther King–. Por una extraña
coincidencia, en octubre de 1964 el jurado de Esto-
colmo adjudicó el Premio Nobel de la paz a Martin
Luther King y el Premio Nobel de literatura a Jean-
Paul Sartre el día siguiente. Sartre rechazó el premio.
En cuanto a Martin Luther King, su discurso de
aceptación conserva marcados ecos sartrianos que
solo a primera vista me parecieron como intuiciones
finas. También me gustaría tratar de explicar por
qué pienso que, en la actualidad, a la luz de la era
Obama, la voz de Sartre está más presente que
nunca en los Estados Unidos de América.

En abril de 1945, cuando Sartre volvió a París tras


su primer viaje a los Estados Unidos, se trataba de
un hombre que se hallaba profundamente trans-
formado. La era de los años treinta, a lo largo de los
cuales Sartre vivió una fase de apoliticismo, de
depresión y de exploración en los márgenes de la
sociedad –experiencia de la mescalina– estaba ter-
minada. El descubrimiento de la discriminación racial
en los estados del sur de los Estados Unidos había
provocado su primera toma de posición en tanto que
militante ético. Después del fin de la ocupación
alemana, en el transcurso de algunos meses, Sartre
surgió como un «líder espiritual para miles de jó-
venes» y lanzó su revista Les Temps modernes, que
giraba en torno a la necesidad para el intelectual de
comprometerse y de «escribir para el presente»,

66
convirtiéndose, a causa del rumor que había hecho
de la palabra existencialismo el término de moda,
en el intelectual orgánico de Saint-Germain-des-
Prés. «El existencialismo, no sé lo que es», respondía
abruptamente cuando se le preguntaba. «Mi filosofía
es una austera filosofía de la existencia». Atacado
por la extrema derecha y por los comunistas por un
lado, apoyado por las nuevas generaciones por el
otro, se volvió hegemónico después de la tabla rasa
de la guerra y del renacimiento de la prensa, a tra-
vés de sus obras de teatro, sus novelas, sus artículos,
sus prólogos, sus conferencias, sus ensayos filosóficos
e incluso sus canciones, llegando también al gran
público. «La celebridad, para mí, fue el odio», solía
admitir.
Utilizó su nuevo carisma para apoyar la causa de
los afroamericanos, destacando un escándalo que
ningún otro intelectual advertía en la época y
utilizando un tono de acusación que por ese entonces
resultaba excepcional:

Al principio me habían dicho: «si usted no es


ciudadano de los Estados Unidos, no aborde el
problema de los negros: corre el riesgo de herir a
sus interlocutores con reflexiones que para usted
serán las más inocentes; y luego, incluso si da
pruebas de tener tacto, estará dando la impresión
de meterse en una pelea de familia sin que nadie
lo haya invitado», escribió. Sin embargo, hablé
del tema, y hoy escribo sobre él. (…) En este país,
orgulloso con toda razón por sus instituciones de-
mocráticas, un hombre de cada diez está privado
de sus derechos políticos: en esta tierra de igualdad

67
y de libertad viven trece millones de intocables:
esos son los hechos (…). Le sirven la mesa, le lus-
tran los zapatos, maniobran su ascensor, le llevan
las valijas hasta su habitación; pero no tienen
relaciones con usted ni usted con ellos (…). Se
llaman a sí mismos «ciudadanos de tercera clase».
Son los negros.

Sartre, sin embargo, terminó su diatriba con una


nota sorprendente:

Tal es la situación de la población negra en los


Estados Unidos en la actualidad. Es trágica. Pero
sería por completo injusto augurar el futuro a
partir de este recorte estático en el devenir de
Estados Unidos.30

La descripción de la «situación trágica» de los


negros norteamericanos era conducida con optimis-
mo, como si ese país, «orgulloso con toda razón de
sus instituciones democráticas» fuera a mostrarse
capaz de producir un cambio radical. Más tarde,
Sartre hasta llegó a considerar el día en que «la po-
blación joven de Estados Unidos, formada por
valerosos profesores, tendrá edad suficiente como
para hacerse cargo de sus propias responsabili-
dades». Como si predijera la elección del presidente
Obama, afirmaba que «hay sobradas razones para
creer que un cambio profundo nacerá en ese momen-
to tanto en los Estados Unidos como en el mundo en
Jean-Paul Sartre, «Lo que aprendí del problema de los ne-
30

gros», reportajes para Le Figaro (4a serie: «Regreso de los


Estados Unidos»), en Situations II, Gallimard, nva. ed. rev. y
aum. por Arlette Elkaïm-Sartre, 2012, pp. 161-178.

68
general». Pero volvamos a los Estados Unidos de los
forties, un país profundamente dividido por la segre-
gación racial, en el que Sartre se convirtió por primera
vez en un militante ético. Algunos meses más tarde,
en París será donde se una a la causa de los intelec-
tuales africanos, tras encontrarse con Alioune Diop,31
fundador de la revista y editorial Présence africaine
(Presencia africana).
Este encuentro provocó una serie de nuevos
proyectos que lo llevaron a comprometerse de
manera todavía más radical y lo impulsaron a escribir
sus textos más violentos: Orfeo negro, en 1949, el
«Prólogo» al Portrait d’un colonisé de Albert Memmi
en 1957,32 el «Prefacio» a los Damnés de la terre de
Frantz Fanon en 1961,33 La pensée politique de Pa-
trice Lumumba en 1963,34 en los que, paso a paso, el
filósofo francés se convirtió en el vocero de los
colonizados, apoyando a pensadores políticos tanto
como a poetas y escritores de los Estados Unidos,
del Caribe y de África, tales como Aimé Césaire,
Léopold Sédar Senghor o Richard Wright.

¿Qué era lo que esperabais ver al retirar la mordaza


que cerraba esas bocas negras? ¿Qué entonaran
vuestras alabanzas? Y esas cabezas que nuestros
31
Alioune Diop (1910-1980), intelectual senegalés conocido
como el Sócrates negro, cumplió un papel protagónico en la
emancipación de las culturas africanas (N. del T.).
32
Retrato del colonizado, Buenos Aires, Ediciones de la Flor,
1969.
33
Los condenados de la tierra, México, Fondo de Cultura
Económica, 1963.
34
El pensamiento político de Patricio Lumumba, La Habana,
Pensamiento Crítico, 1967.

69
padres habían doblegado por la fuerza hasta la
tierra… ¿pensabais que, al levantarse, íbamos a
leer la adoración en sus ojos? He aquí esos hombres
de pie que nos miran y os deseo que experimentéis
como yo el sobrecogimiento de ser vistos. Pues el
hombre blanco ha gozado durante tres mil años
del privilegio de ver sin que se lo vea.35

En tanto que heredero subversivo, a la manera de


Faulkner con los Estados Unidos, Sartre siguió su
marcha ineluctable hacia la extrema izquierda; atra-
vesó las fronteras para escuchar al otro, desafiando
las leyes de su país, llamando a los soldados franceses
a la desobediencia, dirigiendo una petición de funcio-
narios (Manifiesto de los 121)36 que tenía por fin
denunciar la tortura en las prisiones argelinas,
apoyando al movimiento revolucionario FLN du-
rante los acontecimientos que llevaron al país a la
independencia en 1962, oponiéndose al general De
Gaulle en un enfrentamiento feroz, desafiándolo
hasta tal punto que este último al final no tuvo más
remedio que admitir: «A Voltaire no se lo encarcela»,
confiriéndole de esa manera a Sartre el estatuto de
intocable. El filósofo se convirtió entonces en un
embajador sin mandato –que fue recibido por todos
los jefes de Estado del mundo– que se precipitó a
realizar viajes mayores a Brasil, Cuba, China, Japón
y Medio Oriente, volviéndose un profeta del tercer
Jean-Paul Sartre, Situations III, Gallimard, 1949, p. 229
35

(La república del silencio, Buenos Aires, Losada, 1965).


36
Publicado el 6 de septiembre de 1960, este manifiesto
firmado por De Beauvoir, Breton, Blanchot, Duras, Boulez,
Truffaut y otros intelectuales, universitarios y artistas franceses,
tenía por fin oponerse a la guerra de Argelia (N. del T.).

70
mundo y luego presidente del tribunal Russell pa-
ra denunciar los crímenes de guerra en Vietnam,
antes de surgir a fines de los años sesenta como una
conciencia universal, un ciudadano que se hallaba
por encima de las leyes, el primer intelectual radical
y global.
La gratitud y la deuda que expresan los escritores
colonizados con respecto a Sartre siguen siendo no-
tables. «No podía imaginar que usted pudiera ser
tan simple, tan humano (…)», le escribió Diop tras su
primer encuentro. «Discúlpeme, pero esperaba en-
contrarme una suerte de monstruo intelectual y
encontré a un hombre».37 Es una deuda similar a la
que descubrí en la voz de Frantz Fanon cuando, en los
archivos de su editor, desenterré la carta que le había
escrito a François Maspero el 7 de abril de 1961:

Pídale a Sartre que me escriba el prefacio. Dígale


que cada vez que me siento a la mesa pienso en él.
Él, que escribe cosas tan importantes para nuestro
futuro pero que no encuentra en su país lectores
que todavía sepan leer y, en el nuestro, simplemen-
te lectores.38

En su creciente interés por las voces que le


llegaban del extranjero, Sartre reaccionó a la
conminación definitiva de Aimé Césaire, quien ame-
nazaba:

37
Carta con fecha de 1945, citada por Daniel Maximin:
«Sartre et le tiers (-monde)», en catál. exp. Sartre, Bibliothèque
nationale de France, Gallimard, 2005, p. 124.
38
Annie Cohen-Solal, Sartre, ob. cit., p. 720.

71
Ninguna doctrina será válida en la medida en que no
esté pensada por nosotros, pensada para nosotros,
convertida en nosotros, y hay una verdadera
revolución copernicana que debemos emprender, la
que está tan profundamente arraigada a través de
Europa y en todos los partidos políticos, la costumbre
de hacer las cosas para nosotros, la costumbre de
disponer para nosotros, la costumbre de pensar para
nosotros, la costumbre de impedirnos el derecho de
iniciar, lo que después de todo es el derecho a la
identidad.39

Haciéndose eco de esas voces coléricas, Sartre


produjo uno de sus textos más poderosos, como es
el prefacio a Los condenados de la tierra de Fanon,
que hasta ahora sigue pareciendo imperdonable pa-
ra la mayoría de los franceses. ¿Ese texto, sin embar-
go, cumplió algún papel en la extraordinaria fortuna
editorial de ese libro, que se tradujo a diecisiete len-
guas y del que se vendieron más de un millón de
ejemplares? Con Le colonialisme est un système (El
colonialismo es un sistema) transgredió de nuevo
las fronteras convencionales para apoyar la violencia
y desafiar a los «ciudadanos franceses que viven en
Francia» porque

nosotros, franceses de la metrópoli, no tenemos


que sacar más que una lección de estos hechos: el
colonialismo está destruyéndose a sí mismo, pero
todavía infesta la atmósfera: es nuestra vergüenza,
se burla de nuestras leyes o las caricaturiza; nos

39
Aimé Césaire, Carta a Maurice Thorez, Presencia africana,
1956, pp. 12-13.

72
infecta con su racismo (…); nuestro papel consiste
en ayudarlo a morir. No solo en Argelia, sino en
cualquier parte en que exista.40

Esta imagen de la función sartriana en su avance


mesiánico a lo largo del mundo –reconocimiento de
la responsabilidad de Occidente y restauración para
los oprimidos de su dignidad– me resultó todavía
más definida durante mi visita al Museo de los
Derechos Cívicos de Memphis, más especialmente
ante las fotografías de la Sanation Workers Strike
del 28 de marzo de 1968, en el curso de la cual cada
manifestante llevaba una pancarta en la que se
podía leer: «I am a man».
El optimismo de Sartre con respecto a la demo-
cracia estadounidense debería ponerse en paralelo
con su representación de los ciudadanos franceses
en la época de la guerra de Argelia cuando, en Les
Grenouilles qui demandent un roi (Las ranas que
piden un rey), describía a Francia como «un país muy
viejo, una sociedad estratificada desde la base hasta la
cúspide por el maltusianismo económico del periodo
de entreguerras». «¿Dónde estaba el pueblo? Se
preguntaba. Ya no había»; cuando estigmatizaba a

esos activistas de la impotencia [que] cuentan


con que el Príncipe [De Gaulle] resolverá los
problemas que ellos ni siquiera se quieren plantear,
tomando en su lugar decisiones que eluden para
superar las contradicciones que los paralizan

o incluso cuando denunciaba «la impotencia objetiva


40
Jean-Paul Sartre, Situations V, Gallimard, 1964, p. 47.

73
de la colectividad francesa, [que] se agravó pro-
fundamente en cada uno de nosotros, como la
impotencia personal para modificar el destino de su
país», lamentándose por la atmósfera del país, hecha
de «miedo e impotencia, miedo por la impotencia,
impotencia por el miedo».41
En cuanto a los más jóvenes, describía su
«timidez», su «gravedad», su «seriedad», que no
denotaba nada más que «la conciencia de su propia
impotencia. Quedan absorbidos en sus preocupa-
ciones profesionales, en sus familias. En cuanto a la
política, se burlan de ella». El análisis de Sartre
acomete contra el sistema que representa De Gaulle
pero también apunta al contexto geopolítico:
«Francia se empequeñece –escribe– su fragilidad
se descubre y, luego, por lo que parece, la Historia se
hace en otro lugar».42

El rechazo de Sartre a cierto arcaísmo francés y su


empatía por los valores democráticos estadouniden-
ses se comprenden, según mi parecer, siguiendo su
propia trayectoria. Durante la Primera Guerra
Mundial, el chico que tenía unos diez años colec-
cionaba y leía con pasión historietas estadounidenses
que su madre le compraba de a decenas: Nick
Carter, Buffalo Bill, Texas Jack y Sitting Bull for-
41
Jean-Paul Sartre, «Les Grenouilles qui demandent un
roi», en Situations V, ob. cit., p. 136.
42
Jean-Paul Sartre, ibíd., p. 135.

74
maron parte de sus primeros héroes. De esta manera,
los fascículos de Nick Carter, «el gran detective
norteamericano» que, desde 1907, aparecía cada
miércoles en París gracias a la traducción del
impresor Eichler, arrastraban al niño lector en esa
cabalgata de hombre de Bien, su héroe, ocupado en
poner en vereda a «los peores ladrones de Nueva
York», «al príncipe de los bandidos del gran mundo»,
a chantajistas y otros sospechosos, persiguiéndolos
desde las cataratas del Niágara hasta el camino de
los Coyotes, pasando por el casino de Palm Beach
o los barrios bajos de Nueva York, como el Bowery o
Harlem, tierras privilegiadas del exotismo y la
aventura.

En la Escuela Normal Superior, en una atmósfera


confinada en la que muchos padecían los límites de
la tradición universitaria francesa como una
auténtica picota, Sartre fue uno de los primeros en
clamar alto y fuerte su pasión por ciertas disciplinas
percibidas como menos nobles, tales como el cine; y
por otras culturas, consideradas como menos
antiguas, como la cultura americana. Durante esos
años, en tanto que apasionado cinéfilo, frecuentó
con asiduidad las salas Le Studio des Ursulines, le
Cinélatin y Le Studio 28, para ver las películas de D.
W. Griffith, westerns como The Covered Wagon
(La caravana hacia el Oeste), e incluso la filmografía
completa de Charlie Chaplin, y redactó una Apologie
pour le cinéma, art international (Apología del
cine, arte internacional). «Se habla del “Roman-
ticismo moderno” –escribe–. ¿Dónde se lo hallará, si

75
no es en el cine? (…) Los autos y los aviones, los
rascacielos y las fábricas, los paquebotes, la TSF se
alejan y se difuminan como las armas de Aquiles
o la nave de Odiseo que cantó Homero».43 Su fas-
cinación por el cine, tal como él mismo lo analizará
más tarde, coincidía con una fascinación por los
Estados Unidos como país del futuro, como país de
la modernidad por excelencia, y. más general-
mente, por todas las formas de arte que pro-
vinieran de los Estados Unidos:

Cuando teníamos veinte años, en 1925, es-


cuchamos hablar de los rascacielos. Para nosotros
simbolizaba la fabulosa prosperidad americana,
los descubrimos con estupefacción en las películas.
Eran la arquitectura del futuro, del mismo modo
que el cine era el arte del futuro y el jazz la música
del futuro.44

Más tarde, al retomar su descubrimiento de las


formas de arte estadounidenses durante los años
treinta, el escritor describe este periodo como un
momento de apertura y de regeneración fulgurante:

De pronto, nos pareció que acabábamos de


enterarnos de algo, y que nuestra literatura estaba
a punto de salir de sus antiguas encrucijadas.
Enseguida, para centenares de jóvenes
intelectuales, la novela estadounidense, junto con

43
Jean-Paul Sartre, Écrits de Jeunesse, París, Gallimard,
1990, p. 392.
44
En «New York ville coloniale», Town and Country [1946],
reeditado en Situations III, ob. cit., p. 122.

76
el jazz y el cine, tuvo su lugar entre las principales
importaciones que provenían de los Estados
Unidos. América se convirtió para nosotros en el
país de Faulkner y de Dos Passos, como ya era la
patria de Louis Armstrong, de King Vidor, del
blues… Lo que realmente nos fascinó –peque-
ñoburgueses que éramos, hijos de campesinos
sólidamente atados a la tierra de nuestras granjas,
intelectuales implantados de por vida en París–
era el movimiento constante de los hombres a
través de un continente entero, el éxodo de toda
una aldea hacia los vergeles de California, el
vagabundeo desesperado del héroe de Luz de
agosto y de los desarraigados abandonados a
merced de las tempestades en El paralelo 42.45

Se podrían hacer diversos comentarios acerca


de la manera muy particular que tenía Sartre, a lo
largo de toda su vida, de negociar sus propios de-
terminantes sociales. Rechazó la Francia rural,
que conocía a la perfección, criticó las notabilidades
locales y la «Francia de las regiones» que demoró
tanto en modernizarse después de la Primera
Guerra Mundial.46 No obstante ello, su odio por
ese «lado de Thiviers», sobre el que se había
expresado de soslayo, no había acabado para él y
nos recuerda de manera irrevocable el eco de la
crítica virulenta en «Monsieur François Mauriac
45
«American Novelists in French Eyes», Atlantic Monthly,
vol. 178, nº 2, agosto de 1946, «Les romanciers américains
aux yeux des Français », trad. de C. Friedlander.
46
Una situación que Eugen Weber analiza en Peasants into
Frenchmen, trad. La Fin des terroirs. La mondialisation de la
France rurale, Fayard, 1983.

77
et la liberté» («El señor François Mauriac y la
libertad»), que publicó en 1939 en La Nouvelle
Revue française: en ella desterraba a Mauriac
como un pobre representante literario de esa
burguesía de la región del sudoeste. Una tendencia
que corre a lo largo de toda su obra y que concluye
con su análisis del comportamiento de Flaubert
en L’Idiot de la famille:47

Flaubert representa el opuesto exacto de mi


concepción de la literatura, con su ausencia total
de compromiso y su búsqueda de un ideal formal
que no son para nada mi tipo. Flaubert me empezó
a fascinar precisamente porque detectaba en él mi
exacto contrario en todos los planos. Incluso a
menudo llegué a preguntarme cómo era posible
semejante hombre.48

Ese rechazo sartriano a sus propias raíces, esa


filosofía de la libertad, ese a priori del hombre
solo, esa ética de la ruptura constituyen las
consecuencias directas de ello. De esta manera, el
escritor Sartre en parte es el producto de esa
Francia de notabilidades rurales que nunca dejó
de atacar y de subvertir.
Un texto extraordinario de Los carnets de la
extraña guerra se hace eco de este odio por lo
rural: Sartre, a quien por ese entonces lo habían

47
El idiota de la familia, Buenos Aires, Editorial Tiempo
Contemporáneo, 1975.
48
Jean-Paul Sartre, Situations X, Gallimard, 1976, p. 105.
(Autorretrato a los setenta años, Buenos Aires, Editorial Losada,
1975.)

78
movilizado al frente del Este, cuenta las conse-
cuencias de la evacuación de las poblaciones de
Alsacia y Lorena en el Sudoeste y el improbable
encuentro entre los alsacianos (que representaban
a los Schweitzer, su familia materna) y los lemosi-
nes (que representaban a los Sartre, su familia
paterna):

Uno de los fenómenos más curiosos de esa guerra


técnica habrá sido el trasplante metódico de los
alsacianos… «Estrasburgo (Dordoña)», escribe
L’Œuvre (La obra)… Los enviaron con los
destripaterrones lemosines, los últimos entre
los hombres, atrasados, obtusos, ávidos de
ganancias y miserables. Esos alsacianos, que
todavía se encontraban por completo
deslumbrados por el recuerdo de su cultura
metódica y cuidada, de sus hermosas casas,
caen en esas campiñas, en esas ciudades sucias,
con esa gente desconfiada y fea, sucia en su
mayoría. (…) Sus costumbres de higiene
debieron quedar impactadas por esas pequeñas
ciudades, como Thiviers, en donde, hasta hace
doce años, la basura de los hogares y los
excrementos se vertían en las alcantarillas. Sea
como fuere, el resultado es preciso: todos esos
alsacianos que escriben a su región tratan a los
lemosines de salvajes.49

En ese texto poco conocido, escrito por un hombre


de treinta y cuatro años, resuenan tensiones que
nunca se extinguieron. Es Anne-Marie Schweitzer
49
Carnets de la drôle de guerre, ob. cit., sábado 25 de noviembre
de 1939, pp. 59-61.

79
que llega a Thiviers, Anne-Marie Schweitzer que
juzga a familia política, Anne-Marie Schweitzer
que se pelea con sus compatriotas que, sin embar-
go, son tan extraños a su propia cultura. Sartre,
desde luego, presenta una sensibilidad muy pode-
rosa ante este tipo de enfrentamientos, que enun-
ció de muy diversas formas a lo largo de toda su
carrera de escritor. Sin duda, hay que relacionar
esta postura con su odio a lo que él denomina las
«ideologías del repliegue», a las que hará mención
más adelante en Questions de méthode, con
respecto a Jaspers:

Esta ideología de repliegue expresaba bastante


bien, aún ayer, la actitud de cierta Alemania con
sus dos derrotas y la de cierta burguesía europea
que quiere justificar los privilegios por medio de
una aristocracia del alma, escapar de su objetividad
por medio de una subjetividad exquisita y fas-
cinarse con un presente inefable para no ver su
porvenir. Filosóficamente, este pensamiento
blando y disimulado no es más que una supervi-
vencia, no ofrece mucho interés.50

Pero volvamos a los escritos de Sartre sobre los


Estados Unidos después de su retorno a Francia
en 1945. Hay una frase clave –por otra parte, una

Questions de méthode (1967), Gallimard, «Tel», 1986, p.


50

22 (Crítica de la razón dialéctica, precedida de Cuestiones de


método, Buenos Aires, Editorial Losada, 1963, p. 25).

80
típica pirueta sartriana– que nos ofrece un indicio
de ello: «La especialidad del estadounidense – es-
cribe– consiste en considerar su pensamiento
como universal. Se reconoce allí una influencia del
puritanismo que no he de desenmarañar acá».51
¿De qué manera explicar esta empatía si no es por
su familiaridad con la ética protestante que le fue
transmitida por la educación que le brindó su abuelo
Schweitzer? De esta manera, cuando describe la
función del dinero:

No habría que ver en ello la avidez o solamente el


gusto por el lujo. Según mi parecer, el dinero en los
Estados Unidos no es más que el signo necesario,
aunque simbólico, del éxito. Uno debe alcanzar el
éxito porque es lo que da pruebas de las virtudes
morales de la inteligencia y también porque indica
que uno se halla beneficiado por la protección
divina.52

O incluso:

En primer lugar, uno advierte el optimismo, ese


optimismo que tan a menudo se menciona con
respecto a los nestadounidenses, y que tiene un
origen religioso, la idea puritana de que el éxito va
a la par de la moral.53

Pero ¿por qué la obra sartriana siguió resultando


51
«Individualisme et conformisme», Le Figaro, 29, 30 y 31
de marzo de 1945, reeditado en Situations III, p. 82.
52
Jean-Paul Sartre, Situations III, ob. cit., p. 82.
53
«Les Américains tels que je les ai vus», L’Ordre, 14 de julio
de 1945.

81
inaceptable para el público francés en general? Esa
es la pregunta que con frecuencia me he planteado,
de manera recurrente. A partir de mis primeras
intuiciones, a través de una lectura y una relectura
obsesivas de sus textos, descubrí algunos elementos
finos, y muy pronto me convenció la idea de que
aquello giraba en torno a la división religiosa. ¿Seré
capaz de demostrarlo leyendo los textos estadouni-
denses de Sartre? ¿No es, efectivamente, su educa-
ción protestante la que podría explicar las afinidades
de Sartre con los valores fundadores de la democracia
estadounidense, la que le permite percibir a los
hombres y las instituciones de este país con una
sutileza poco común? En una entrevista otorgada en
1967, Sartre acaso nos proporciona otra pista:
«Lutero afirmaba: “Todos los hombres son pro-
fetas”», dice, como por descuido, en una frase. ¿Y si,
en realidad, Sartre hubiera quedado marcado por
los valores protestantes que le transmitió su abuelo,
Charles Schweitzer, uno de los grandes educadores
progresistas del siglo XIX francés, que fue el único
pedagogo que tuvo el niño hasta la edad de diez
años? Para cualquiera que busque un marco de
análisis sociológico, su autobiografía Las palabras,
publicada en 1964, encierra el signo irrefutable de
que la influencia que Charles Schweitzer ejerció
sobre su nieto fue infinitamente más importante de
lo que este último admitió alguna vez.
Ese «pastor fallido» pertenecía al grupo de
educadores protestantes liberales que ayudaron a
Jules Ferry a poner en marcha las bases de la en-
señanza laica francesa tras la ley que separó la

82
Iglesia del Estado en 1905. En Francia, ese protes-
tantismo laico constituye un factor de identidad
sociológico y cultural muy profundo y permite a sus
miembros que se diferencien de la tradición católica
francesa. Como lo muestra en sus trabajos el histo-
riador Patrick Cabanel,54 los protestantes liberales,
y hasta los agnósticos, aunque constituyen una mino-
ría en Francia, ejercieron una influencia despropor-
cionada en su país y representaron uno de los ámbitos
clave en la construcción de la República laica.
Además, fundaron su identidad sobre la memoria
de un pasado doloroso, asociado muy a menudo con
el del pueblo judío, a punto tal que «los destinos de
las dos minorías religiosas francesas se ubicaron, se
cruzaron y se mestizaron».55 De esta manera, la
génesis de Réflexions sur la question juive (1946)56
habría surgido directamente de esta solidaridad de
destinos. En términos más generales, el protestan-
tismo liberal produjo personalidades radicales y
prestigiosas. The Universal Priesthood cumplió un
papel fundante para la democracia, más parti-
cularmente en el contexto calvinista de los Estados
Unidos.57 En lo que me concierne, me di cuenta muy
pronto de que la trayectoria intelectual de Sartre se
podía considerar precisamente como una confron-
tación constante con los más profundos traumas,
54
Patrick Cabanel, Histoire des protestants en France, Fayard,
2012.
55
Patrick Cabanel, Juifs et protestants en France, les affinités
électives (XVIe-XXIe siècle), Fayard, 2004, p. 318.
56
Reflexiones sobre la cuestión judía, Buenos Aires, Sur, 1960.
57
La familia Schweitzer, de tradición luterana debido a que
era originaria de Alemania, también había entablado una
relación semejante con los valores democráticos.

83
aquellos que los franceses preferirían no traer a la
memoria: colaboración con los nazis, tortura, co-
lonialismo, racismo, desobediencia civil, dejándoles
a otros (a los historiadores estadounidenses como
Robert Plaxton, Michael Marrus o Eugen Weber,
por ejemplo) la libertad de hacerlo. ¿Y si, teniendo
en cuenta la radicalidad de su exigencia ética, Sartre
siguiera siendo inasimilable en una Francia de tradi-
ción católica, en un país que se resiste a las con-
frontaciones con sus propias heridas? ¿Y si los valores
protestantes que Sartre manifestaba fueran
precisamente –como es el caso de Michel Rocard,
con frecuencia marginado de la arena política– lo
que incomodaba al público francés?

Si en la ciudad de Memphis, que dejaba que se


escucharan voces de investigadores sartrianos bajo
la nueva presidencia de Obama, se podían recoger
por todas partes huellas y resonancias de la obra del
filósofo francés, ¿cómo no escuchar ecos sartrianos
en los discursos y los textos del nuevo presidente
estadounidense, empezando por su autobiografía,
Dreans from my Father? «Hace tiempo que aprendí
a desconfiar de mi niñez y de las historias que la
moldearon», escribe en ella Obama.58 En Las
palabras, el escritor francés proporcionaba un
Barack Obama, Dreams from my Father, Nueva York,
58

Three Rivers Press, 1995, p. XV. Existe edición en castellano:


Los sueños de mi padre: una historia de raza y herencia, 2008,
Granada, Almed, p. XVII.

84
análisis casi similar en su percepción del pasado: «Y
además el lector ha comprendido que detesto mi
infancia y todo lo que sigue existiendo de ella».59 Por
otra parte, en los elementos estructurales que deter-
minan la construcción de sus respectivas identidades,
empecé a detectar numerosas correspondencias:
nacidos en sendas estructuras familiares marcadas
por un padre ausente que siguió siendo un mito más
que una realidad, ambos fueron impulsados hacia la
excelencia académica por sus familias, ambos apoya-
dos por una madre infatigable y heroica, rodeados
de abuelos maternos (Karlémamie para Sartre;
Toot and Gramp para Obama) que ejercieron una
influencia capital durante la infancia de sus nietos;
ambos vivieron en un espacio geográfico triangulado
(con algunos lugares más míticos que otros), ambos
gozaron del beneficio de culturas diferentes (París-
Alsacia–región del sudoeste para Sartre; Hawái-
Indonesia-África para Obama). Sin embargo, en ese
paralelismo hay más cosas por descubrir que esas
huellas biográficas, sea cual fuere la importancia que
hayan tenido en la Ausbildung de cada uno de ellos. En
mis investigaciones, me dirigí hacia las referencias
filosóficas de Martin Luther King, Jr. y de Barack
Obama.
Obama con frecuencia admitió que su filósofo
predilecto era Reinhold Niebuhr (1892-1971).60 En
59
Jean-Paul Sartre, Les Mots, ob. cit., p. 135 (Las palabras,
ob. cit., p. 111).
60
Cuando Barack Obama trabajaba como community orga-
nizer en la ciudad de Chicago, su libro favorito era Rules for
Radicals: A Pragmatic Primer for Realistic Radicals, de Saul
Alinsky.

85
lo que respecta a King, escribió su Ptesis de doctorado
en 1951 sobre Paul Tillich (1886-1965), aún muy
influido por Karl Barth (1886-1968). Tanto Tillich
como Barth y Niebuhr eran pastores protestantes y
pro-fesores de filosofía, de origen alemán o suizo-
alemán, todos pertenecientes a la tradición de
«Cristiandad social», «Teología dialéctica» o de
«Protestantismo mesiánico» y se dedicaban a
«teologías contextuales», a veces revolucionarias, a
veces tercermundistas, que basaban sus análisis en
la observación del hombre en el mundo. En ciertas
ocasiones, Niebuhr fue calificado como «exis-
tencialista cristiano». No son más que algunos rasgos
de una genealogía intelectual común entre King y
Obama por un lado, que en tanto que activistas
estadounidenses se refieren a cierta teología radical,
y Sartre, por el otro, que en tanto que filósofo
existencialista de formación protestante a veces
mostró signos de mesianismo en sus escritos y en sus
posturas. E incluso si Sartre no admiraba en particular
a su tío abuelo, el doctor Albert Schweitzer (1875-
1965), misionario africano en Lambaréné (Gabón)
que pertenecía a la misma tradición de protestantismo
alemán y había recibido el premio Nobel de la Paz en
1952, admitió algunos vínculos con él, como lo prueba
esta carta:

Querido tío Albert –le escribió en 1962–. Lamento


que no hayamos podido vernos más seguido (…).
A menudo tenemos las mismas metas aunque no
poseemos los mismos principios, una condición
para que el encuentro resulte fructífero. Tienes
una gran experiencia en esos países subdesarrolla-
86
dos que se hallan en el centro de nuestras pre-
ocupaciones y con frecuencia me gustaría hacerte
unas preguntas al respecto.61

Pero hay más:

En el Chicago de los años 1990, Barack Obama se


inspiraba en un texto tan violento como Rules for
Radicals, de Saul Alinsky, para formar a los jóvenes
de los barrios en riesgo y enseñarles cómo poner
en práctica la inversión de las relaciones de fuerza
antes de construir la unidad colectiva. Sartre, por
su parte, cuando intentaba estimular la responsa-
bilidad crítica de los estudiantes en el París de
mayo de 1968, había descrito al intelectual como
alguien que «posee un poder al que se aferra con
desesperación: el de imponer sus propias ideas, en
nombre de un poder que acumuló, sin permitir
que sea quien fuere las critique. (…) Ahora bien,
un saber que no se lo critica de manera constante,
que no se supera y se reafirma a partir de esa
crítica, no tiene ningún valor. La única forma de
aprender consiste en cuestionar. Es también el
único modo de convertirse en un hombre (…). Un
intelectual, para mí, es precisamente eso: alguien
que es fiel a una totalidad política y social, pero
que no deja de poner en cuestión».62

En mayo de 2009, cuando a Barack Obama lo


invitaron a recibir un doctorado honoris causa en la
Arizona State University y a pronunciar el discurso de
61
En Annie Cohen-Solal, «Sartre at his Centennial: Errant
Master or Moral Compass?», Theory and Society, nº 36, 2007,
pp. 223-230.
62
Jean-Paul Sartre, Situations VIII, Gallimard, 1972, p. 187.

87
fin de año, se enteró de que algunos miembros del
consejo de administración consideraban que el honor
que se le hacía era inapropiado, pues todavía no «había
llevado a cabo lo suficiente en su vida». Obama logró
salir de la situación de manera admirable:

No vengo hasta aquí –declaró– para cuestionar


la idea de que todavía no hice lo suficiente en mi
vida. Vengo hasta aquí para afirmar que no hice
lo suficiente. Sostengo con firmeza esta idea, y
vengo para declarar ante ustedes que sea cual
fuere el título que uno obtenga, incluso si es el de
presidente de los Estados Unidos, muy poco es lo que
indica acerca de cómo se encaminó una vida, pues
por mucho que se haga, por mucho que haya sido el
éxito que se haya conseguido, siempre hay más por
llevar a cabo, más por aprender y más por construir.

En esta dialéctica entre extrema humildad y


extrema responsabilidad, en este llamado a
permanecer siempre en ciernes, con la certeza de
que las realizaciones pertenecen al futuro, ¿acaso
ese discurso de Obama no parece responder al
Sartre de Las palabras, cuando se describe como
un «hombre hecho de todos los hombres y que
vale lo que todos y lo que cualquiera de ellos»?
Esas palabras de Obama también me recuerdan
un sueño que tuvo Sartre en el año 1960 (el más
intenso de su vida): a un decano de una
universidad extranjera que le anunciaba que había
votado créditos para erigirle una estatua en el
jardín, Sartre le respondió que, en algunos años,
sería o bien «totalmente desconocido o bien

88
demasiado famoso» para tener su estatua en el
jardín.63
En cuanto a la reacción al Premio Nobel, la lectura
del discurso de Martin Luther King en 1964 me
permitió avanzar aún más lejos. Aceptó la distinción
en nombre de un movimiento, en nombre de todos
los hombres que aman la paz, antes que como un
honor personal. Ese mismo año, se le otorgó el
Premio Nobel de literatura a Sartre, que lo rechazó,
alegando su negativa a distinguirse de los demás.

Me parece que más vale intentar realizar en uno


mismo, en su aspecto radical, la condición hu-
mana tanto como se pueda –explicó más tarde–
que aferrarse a una delgada diferencia específica
que llamaremos, por ejemplo, el talento, que es un
crimen contra sí mismo y contra los demás, por-
que implica aferrarse únicamente a lo que separa.
En verdad, cuando digo que soy cualquier persona,
lo que quiero decir es que las diferencias que son
objeto de vanidad, de búsqueda y de ambición
son tan delgadas que hay que ser muy modesto
como para buscarlas (…). Ser una persona
cualquiera no es solo una realidad, sino que
también es una tarea, es decir, una tarea que con-
siste en rechazar todos los rasgos distintivos para
poder hablar en nombre de todo el mundo. Y solo
se puede hablar en nombre de todo el mundo si
uno es todo el mundo, es decir, evitando buscar, a
la manera de tantos pobres de mis colegas, el
superhombre, sino, por el contrario, ser lo más
hombre posible, es decir, lo más semejante a los
demás. Por lo tanto, se trata en efecto de una tarea
63
Annie Cohen-Solal, Sartre, ob. cit., p. 735.

89
(…). A este respecto, el Premio Nobel habría sido,
por ende, precisamente una pequeña distinción,
un pequeño poder, una separación. Por mi parte,
solo mantengo relaciones con mi público.64

En las observaciones que adujo Barack Obama


con motivo de recibir el premio Nobel de la paz en
octubre de 2009 se podían escuchar los ecos
desgarradores del discurso de King en nombre de
un conjunto de causas, tanto como el rechazo de Sar-
tre en nombre de un llamado a la responsabilidad
colectiva. Si Sartre exigió que se reconociera la
«forma radical» de la «condición humana» antes
que las «diferencias finas y específicas», Obama
sugirió no «dejar que las diferencias entre los pueblos
definan la manera con que percibimos al otro».
Sin forzar la comparación, la manera en que Sar-
tre niega las diferencias puede ayudarnos a aclarar
la declaración de Obama, cuando minimiza su propio
papel en tanto que individuo y cuando reivindica el
hecho de que no recibe la recompensa por sus pro-
pias realizaciones, antes de mencionar el «leadership
estadounidense» del que no es más que un re-
presentante pasajero o de extender su proyecto hacia
una posición sartriana, según la cual una persona
individual puede convertirse en todo un pueblo.

En todo caso, esos desafíos no pueden ser recogidos


por un solo presidente o por una sola nación –de-
claró Obama–. Y es por ello que mi adminis-
tración trabajó por que se establezca una nueva
64
Jean-Paul Sartre, entrevista con Claude Lanzmann y
Madeleine Gobeil, Radio-Canadá, 15 de agosto de 1967.

90
era de compromiso en la que todas las naciones
deben asumir su responsabilidad para el mundo
nuevo que buscamos crear.

Volviendo una y otra vez a las nociones sartrianas


de responsabilidad y de compromiso, Obama aceptó
el honor en nombre del leadership estadounidense,
que funciona él mismo en nombre de las «aspi-
raciones a representar a todos los pueblos». Detrás
de esta postura común de humildad a través del
rechazo o del traspaso, también se podía advertir
una convicción similar en la idea de que el premio
era sin duda alguna un medio de acción.
Lo que habría aceptado con reconocimiento –de-
claró Sartre, es el Premio Nobel en la época de los
12165 porque, en ese momento, no habría con-
siderado que me estaban distinguiendo, sino como
una prueba de solidaridad con los países extranjeros,
relacionada con una acción radical contra la guerra.
En ese momento sí, pero no lo habría considerado
como si hubiera sido para mí.66

De manera comparable, Obama parecía querer


deferir el honor que se le hacía a su propia persona
para atribuirlo a un conjunto de causas:
Para ser totalmente honesto, no pienso que yo
merezca estar en compañía de estas personalidades
principales, que han sido honradas por este premio
–explicó–. Y sé que, a través de la historia, no
siempre el Premio Nobel de la paz ha sido utilizado
para honrar éxitos específicos; también se usó
65
Véase nota 36.
66
Ibíd.

91
como un medio para dar impulso a un conjunto
de causas. Ésa es la razón por la que aceptaré esa
distinción como un llamado a la acción, un llamado
para que todas las naciones puedan hacer frente
juntas a los nuevos desafíos del siglo XXI.

Pero algunos amigos míos seguían criticándome.


Obama y King, por un lado, Sartre por el otro, no
consideraron la cuestión de la violencia con estrategias
parecidas. ¡Desde luego! En los Estados Unidos de su
época, en referencia a Gandhi, King optó por la no
violencia y se opuso a Malcolm X y a otros. En la
Francia del siglo XX, Sartre no se hallaba socialmente
situado como los afroamericanos en los Estados Unidos.
Era un heredero, el heredero privilegiado de una fami-
lia burguesa, educado en las mejores instituciones del
país, lanzado hacia la trayectoria infalible de los privi-
legiados, pero que se comprometió en defensa de los
judíos, de los negros, del Tercer Mundo, enfrentó a las
más altas autoridades dentro de la gran tradición fran-
cesa del bohemio mesiánico, en la misma línea que
ciertos escritores excepcionales que se comprome-
tieron en causas excepcionales y lograron invertir la
opinión pública: Voltaire con el asunto Calas, Hugo con
la Comuna de París, Zola con el asunto Dreyfus. En
cuanto a Sartre, superó a sus predecesores al defender
la idea de que, en una situación de opresión, cuando la
violencia es el último recurso, hay que dejar que se
exprese. Tales eran las diferencias que yo advertía en
mi comparación y que tenía que admitir ante mis
amigos. «¿Qué puede importarle a Fanón que ustedes
lean o no su obra?», lanzaba de nuevo Sartre en su
«Prefacio» a Los condenados de la tierra. Es a sus her-
92
manos a quienes denuncia nuestras viejas malicias,
seguro de que no tenemos alternativa. A ellos les dice:
Europa ha dado un zarpazo a nuestros
continentes; hay que acuchillarle las garras hasta
que las retire (…). Europeos, abran este libro,
penetren en él. Después de dar algunos pasos en la
oscuridad, verán a algunos extranjeros reunidos
en torno al fuego, acérquense, escuchen: discuten
la suerte que reservan a las agencias de ustedes, a
los mercenarios que las defienden. Quizá estos
extranjeros se den cuenta de su presencia, pero
seguirán hablando entre sí, sin tan siquiera bajar
la voz.67

Lejos de transformar a Sartre en un filósofo religioso


o a Obama en un pastor congregacionalista, lo que
intenté fue subrayar ciertos ecos, ciertos rasgos,
ciertas resonancias comunes en sus comporta-
mientos, en sus discursos y en sus textos. La sociedad
francesa que rechazó a Sartre en el año en que se
cumplía su centenario es incapaz de tolerar su
confrontación permanente con los acontecimientos
históricos franceses, en un país que se siente a dis-
gusto con sus propias tradiciones y con sus propios
traumas. Pero esos rechazos vuelven décadas más
tarde como oscuras y obsesivas pesadillas. E incluso
si Sartre adoptó una tradición de insubordinación, e
incluso si se lo encuentra en los momentos clave
67
Jean-Paul Sartre, Situations V, ob. cit., p. 173.

93
de la historia del siglo XDX, el público francés le
perdona todavía menos sus distancias. En esta
sociedad que lo consideró durante mucho tiempo
como indecente, Sartre ocupa una posición singular.
¿Cómo se podrían perdonar sus transgresiones? Se
convierte en objeto de todas las desconfianzas.

Al mismo tiempo, ¿por qué los estudios sartrianos


se pusieron tan de moda en los Estados Unidos de la
era de Obama? Si hace ya más de cinco décadas los
artistas afroamericanos iban en masa a París porque
Francia apreciaba su arte e ignoraba las luchas
raciales, en la actualidad las minorías luchan en
Francia por un reconocimiento de su integración.
Por otra parte, incluso si Obama parece hundirse en
dificultades políticas en torno al cierre de Guantá-
namo o cuando nos gustaría verlo expresar con
mayor autoridad una crítica suya con respecto a la
falta de derechos civiles en China, tenemos muy
presente en nuestra memoria el desafío sartriano que
consiste en conciliar la moral y la política («La moral en
política es a la vez absolutamente necesaria y estric-
tamente imposible»). ¿Acaso resultaría posible que,
desde 1948, Sartre hubiera desarrollado una visión
poscolonial que se convirtió en la espina dorsal de nu-
merosos movimientos de liberación a lo largo de todo
el mundo y que, irónicamente, sean los Estados Unidos
y no Francia quienes hayan seguido la pista sartriana
para considerar su política de identidad como una
prioridad, en una «clara inversión» de estereotipos
entre los supuestos «izquierdismo francés y conser-
vadurismo estadounidense»?

94
ÍNDICE

Prólogo ................................................................. 7
Un extraño lastre .......................................... 1 1
Discípulos estadounidenses ........................... 13
En los orígenes
de las pasiones estadounidenses ................... 17
Retorno a un encuentro................................. 21
Intuiciones fulgurantes ................................. 24
Un renacimiento de Sartre ............................ 26

I
Sartre antes de Sartre:
El muchacho y la novela ................................ 31

II
Sartre, intelectual de la ubicuidad ..................... 5 1

III
Renovación de Sartre
en la era Obama ............................................ 63

95
Contratapa

Annie Cohen-Solal
Un renacimiento de Sartre
Tras el entierro de Sartre en abril de 1980 se tenía la
impresión de que Francia acababa de despedir a Víctor
Hugo por segunda vez. Luego, su obra se embarcó en una
extraña aventura en la que se alternaron las felicidades y las
desgracias, según los países y las épocas. En este ensayo,
Annie Cohen-Solal fija sobre ese pensamiento en movimiento
una mirada nueva que se nutre de sus viajes a lo largo del
mundo y de las lecturas a las que le ha sido dado asistir. Pues
mientras que en Francia se entretenían buscándole la quinta
pata al gato, los homenajes que provenían de Europa, de
África, de Asia, de Oceanía, de las dos Américas, coincidían
en un punto: a los ojos de sus intelectuales, el mensaje de
Sartre sigue siendo una herramienta de referencia para
descifrar esta época.

Annie Cohen-Solal, exasesora cultural de la embajada


de Francia en los Estados Unidos, es doctora en letras y
profesora de distintas universidades (Universidad de
Caen y profesora adjunta en la Escuela Normal Superior).
Es autora, entre otras obras, de la biografía Sartre 1905-
1980 (Gallimard, 1985, Edhasa, 2005), traducida a más
de quince lenguas, y de Sartre, un penseur pour le XXIe siècle
(Découvertes Gallimard, 2005).

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Tapa

Annie Cohen-Solal
Un renacimiento
de Sartre

Claves Perfiles

Lomo de 12 mm

Annie Cohen-Solal
Un renacimiento de Sartre

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