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Por otro lado, es interesante señalar que la ubicación de un texto literario dentro del
marco de lo fantástico puede conducirnos, aún hoy en día, a un extenso debate. ¿A qué se
debe esto? ¿Queremos decir, entonces, que la pertenencia de un texto literario al género
fantástico es una cuestión de opinión? Y, si es así, ¿la opinión de quién?
“(…) [La literatura fantástica implica que] en un mundo que es el nuestro, el que
conocemos, sin diablos, sílfides, ni vampiros se produce un acontecimiento imposible de
explicar por las leyes de ese mismo mundo familiar. El que percibe el acontecimiento debe
optar por una de las dos soluciones posibles: o bien se trata de una ilusión de los sentidos,
de un producto de imaginación, y las leyes del mundo siguen siendo lo que son, o bien el
acontecimiento se produjo realmente, es parte integrante de la realidad, y entonces esta
realidad está regida por leyes que desconocemos. O bien el diablo es una ilusión, un ser
imaginario, o bien existe realmente, como los demás seres, con la diferencia de que rara vez
se lo encuentra.
(…) Lo fantástico implica pues una integración del lector con el mundo de los
personajes; se define por la percepción ambigua que el propio lector tiene de los
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acontecimientos relatados. (…) La vacilación del lector es pues la primera condición de lo
fantástico.
(…) la otra oposición que nos ocupa: aquella que se da entre sentido alegórico y
sentido literal. (…)En primer lugar, la alegoría implica la existencia de por lo menos dos
sentidos para las mismas palabras; se nos dice a veces que el sentido primero debe
desaparecer, y otras que ambos deben estar juntos. En segundo lugar, este doble sentido
está indicado en la obra de manera explícita: no depende de la interpretación (arbitraria o
no) de un lector cualquiera. A partir de estas dos conclusiones, volvamos a lo fantástico. Si
lo que leemos describe un elemento sobrenatural y, sin embargo, es necesario tomar las
palabras no en sentido literal sino en otro sentido que no remite a nada sobrenatural, ya no
hay cabida para lo fantástico.
(…) lo fantástico no dura más que el tiempo de una vacilación: vacilación común al
lector y al personaje, que deben decidir si lo que perciben proviene o no de la ‘realidad’.
(…)Lo fantástico tiene pues una vida llena de peligros, y puede desvanecerse en cualquier
momento. Más que ser un género autónomo, parece situarse en el límite de dos géneros: lo
maravilloso y lo extraño. (…) lo maravilloso corresponde a un fenómeno desconocido, aún
no visto, por venir: por consiguiente, a un futuro. En lo extraño, en cambio, lo inexplicable
es reducido a hechos conocidos, a una experiencia previa, y, de esta suerte, al pasado. En
cuanto a lo fantástico en sí, la vacilación que lo caracteriza no puede, por cierto, situarse
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más que en el presente. (...)Sea como fuere, no es posible excluir de un análisis de lo
fantástico, lo maravilloso y lo extraño, géneros a los cuales se superpone. Pero tampoco
debemos olvidar que, como lo dice Louis Vax, ‘el arte fantástico ideal sabe mantenerse en
la indecisión’ (...)”.
El cuento fantástico nace entre los siglos XVIII y XIX sobre el mismo terreno que la
especulación filosófica: su tema es la relación entre la realidad del mundo que habitamos y
conocemos a través de la percepción, y la realidad del mundo del pensamiento que habita
en nosotros y nos dirige. El problema de la realidad de lo que se ve: caras extraordinarias
que tal vez son alucinaciones proyectadas por nuestra mente; cosas corrientes que tal vez
esconden bajo la apariencia más banal una segunda naturaleza inquietante, misteriosa,
terrible, es la esencia de la literatura fantástica, cuyos mejores efectos residen en la
oscilación de niveles de realidad inconciliables.
(…)Si el «cuento filosófico» del siglo XVIII había sido la expresión paradójica de la
Razón iluminista, el «cuento fantástico» nace en Alemania como sueño con los ojos
abiertos del idealismo filosófico, con la declarada intención de representar la realidad del
mundo interior, subjetivo, de la mente, de la imaginación, dándole una dignidad igual o
mayor que a la del mundo de la objetividad y de los sentidos, Por tanto, ésta también se
presenta como cuento filosófico, y aquí un nombre se destaca por encima de todos:
Hoffmann.
(…) el verdadero tema del cuento fantástico del siglo XIX es la realidad de lo que se
ve: creer o no creer en apariciones fantasmagóricas, vislumbrar detrás de la apariencia
cotidiana otro mundo encantado o infernal. Es como si el cuento fantástico, más que
cualquier otro género, estuviera destinado a entrar por los ojos, a concretarse en una
sucesión de imágenes, a confiar su fuerza de comunicación al poder de crear «figuras». No
es tanto la maestría en el tratamiento de la palabra o en perseguir el fulgor del pensamiento
abstracto que se narra, como la evidencia de una escena compleja e insólita. El elemento
«espectáculo» es esencial en la narración fantástica: no es de extrañar que el cine se haya
alimentado tanto de ella.
“(…) Ese sentimiento de lo fantástico, como me gusta llamarle, porque creo que es
sobre todo un sentimiento e incluso un poco visceral, ese sentimiento me acompaña a mí
desde el comienzo de mi vida, desde muy pequeño, antes, mucho antes de comenzar a
escribir, me negué a aceptar la realidad tal como pretendían imponérmela y explicármela
mis padres y mis maestros. Yo vi siempre el mundo de una manera distinta, sentí siempre,
que entre dos cosas que parecen perfectamente delimitadas y separadas, hay intersticios por
los cuales, para mí al menos, pasaba, se colaba, un elemento, que no podía explicarse con
leyes, que no podía explicarse con lógica, que no podía explicarse con la inteligencia
razonante.
Ese sentimiento, que creo que se refleja en la mayoría de mis cuentos, podríamos calificarlo
de extrañamiento; en cualquier momento les puede suceder a ustedes, les habrá sucedido, a
mí me sucede todo el tiempo, en cualquier momento que podemos calificar de prosaico, en
la cama, en el ómnibus, bajo la ducha, hablando, caminando o leyendo, hay como pequeños
paréntesis en esa realidad y es por ahí, donde una sensibilidad preparada a ese tipo de
experiencias siente la presencia de algo diferente, siente, en otras palabras, lo que podemos
llamar lo fantástico. Eso no es ninguna cosa excepcional, para gente dotada de sensibilidad
para lo fantástico, ese sentimiento, ese extrañamiento, está ahí, a cada paso, vuelvo a
decirlo, en cualquier momento y consiste sobre todo en el hecho de que las pautas de la
lógica, de la causalidad del tiempo, del espacio, todo lo que nuestra inteligencia acepta
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desde Aristóteles como inamovible, seguro y tranquilizado se ve bruscamente sacudido,
como conmovido, por una especie de, de viento interior, que los desplaza y que los hace
cambiar. (…)”.