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Arna,

y }ea,z
lo gue
qrrteras
Una ética
para el
hombre nuevo
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N
MrcuEz to{,?'§5
Doctor en teolog{a
Profesor del lnstituto Superior
Evangélico de Estudlos Teológicos

LO QUE QUIERAS
Hacia
una ética del
hombre nuevo
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PROLOGO

E514-gbrita se presenta como parte de una serie, por di-


versos autores, Cgdl9343_-*§l9g .lqs-.I¡roblemSléticgs
que salen al paso al hombre de hoy. Es de esperar que
este tomo aporte por sí mi=smo alguna orientación. Pero se
limita principalmente a plantear las cuestiones éticas
generales que las otras obras, cada una a su modo, anali-
zarán con respecto a aspectos particulares: Ia política, el
sexo, la vida en la ciudad, y otros. Tales temas entran
sólo como ilustraciones en este tomo,
La serie está enfocada desde la perspectiva de la fq .

.ffines Presupone, por lo tanto, el punto de mlra, las


cristiana.
básicas y el horizonte último de esa fe.
Quien no se considere creyente encontraráun intento de
interpretar se constituye siempre también en invi-
+ -que
ticióñ a participar- la problemática humana I la lg-z
del mensaie de lesucristo Pero no hallará una defensa, ni
A;la suped,rridad de esta interpretación.
Hemos tenido en cuenta la tradición que ha formado
a la mayoria de los cristianos de este continente --cató'
licos o protestantes. La inquietud en torno a los problemas
éticos arecia en nuestros días. Noticias, debates, cine, Ia
traen constantemente a nuestras puerta§. Muchos cristia'
.{

nos se hallan perplejos; otros, alarmados; algunos se afe-


rran a las tradiciones recibidas que también puede
ser una señal de temor. Pero no -lopodemos ser neutrales.
v ie-
@ tanto en los asPectos indi-
viduales como en los sociales. Parece que sólo una cosa
es cierta: que naglpuede d?rsg pol se .

Esta serie de obras que presentamos parte de la convic-


ción de que.e-l rngq¡3je iela_E¡lli4^ofrpq
rtinente

de receiál-FCo6-ini que la imaginación, el


esfueno y la creación del individuo y la comunidad cris-
tianos. Pero sí s§_.lIs1Ade unajrisióI dqlgg!9g.,_de la
historia. de la vida. del hombre. de las cosas. de las rela-
ciones. que permite al cristiano hallar su camino.
La consideración de Ia problemática ética podría partir
de los problemas de la sociedad. Algunos considerarán
que, particularmente en esta hora y en nuestro continente,
ése es el único punto de partida admisible. Comparto el
sentido de urgencia por los problemas sociales. Incluso
coincido en que el horizonte bíblico se centra en un pro-
yecto humano total, el Reino de Dios, más bien que en la
vida ética individual. Pero no creo que debamos some-
ternos por eso a un rígido orden de temas. De hecho, no
lo hace así tampoco la Biblia. Podemos escoger cualquier
punto de partida dentro del universo ético, con tal que
rlo perdamos de vista la totalidad. He preferido comenzar
en esta obrita en el punto donde hemos sido iniciados
los cristianos latinoamericanos --católicos y protestantes
igualmente-, a saber, en la pregunta ¿gÉ!g!g&f
De allí trataremos de avanzar, guiados por el propio desa-
rrollo del pensamiento bíblico, a la oúa pregunta, más
amplia y significativa: ¿
t.¡geg-dsl&d"".-gd de Dios?
Creo que itinerario, que es el que la mayoúa de quie-
ese
nes compartimos una dominante preocupación social
hemos hecho, puede ser más útil a la mayor parte de
nuestros lectores. Y nos parece perfectamente legítimo.
No nos dirigimos al especialista. Por ello el teólogo, el
psicólogo, el sociólogo al que le caigan estas páginas en
las manos advertirá generalizaciones e imprecisiones. Si-
remos conve illamente con el hombre
nta con

nder nente en su vida al


amado ññ6 as que tales personas
confrontan no son distintos de los que ocupan al especia-
Iista se trata de un especialista ubicado en la realidad
y no-side un mero malabarista de abstracciones. Pero el
enfoque de uno y otro son necesariamente distintos. Para
quien quiera adentrarse en la consideración de algunos
de estos problemas ofrecemos unas breves notas de acla-
ración e indicaciones bibliográficas al final del libro.
Tampoco estas notas son estrictamente especializadas,
sino introductorias, destinadas a abrir un primer Panora-
ma al Iector interesado en un estudio más profundo.
No oodríamos concluir. sin embargo. como si nuestro
tema fuéra cuestién de simple "entendimien¡o"
. -vulg¿¡
' HaY una
"comprobación" más te que
rente oue la profundizáción
tn sáa indispensable. A ese nivel
,ra6ias-"S-ie;ú;-¿Gffi"*di¿;
Irytja, 9on99gíll! d9g14g*,
v-
ne ñl--Ia ie

es primero una acción. un compromiso\


concreto.
. ... cuvo
b
contenido
-#
anahzamos critrcamente --.como crlstlanos.t a
la lui de la Palabra de Dios- con la finali
grar ese análisis en una nueva acción v _un-reJwadgJ
.+ eficaz compromiso. Por eso, si bien la --
más teología puede
arrojar luz sobre las decisiones éticas del creyente- como
esta serie presupone- también, y tal vez
"ry=]:g"r,
JosÉ Míouuz BoN¡No

Buenos Aires, Pascua de Resurrección de 1971.


CAP¡TULO 1

¿ QUE HACER ?

El teatro y la novela nos han presentado una visión del


hombre construida en torno a esta pregunta. Se dibujan
los caracteres, se articulan las situaciones, se urde la trama
hasta que los personajes confrontan la hora de decisión y
a partir de su circunstancia y sus posibilidades, de su
pasado y de su propósito, deben asumir o traicionar su
propia historia suma, decidir qué hacer. El suspenso
gira en torno a-en los conflictos de lealtades, de intereses o
de valores. el si tino t'
a taveasu
hac ta barranco en tanto sostiene cuerda
de l"
cuál? La
y rlua§ tea el co
entre la amistad hombre se ofrece como rehén mien-
-un
tras su amigo, condenado a muerte, se despide de'los
v, suyos el legítimo apego a la vida- tanto del que
espera,-y
que puede salvar su vida renunciando a su amis-
tad, como del condenado, que puede aprovechar la oca.
sión para huir. ¡ Mentir o traicionar a quien ha confiado
en mí? ¡Arriesgar o sacrificar la vida de uno por Ia de
muchos? ; Comprometer el honor por la felicidad? c.; Dar
-
a la patrra o a Tariantes
de estos dilemas son casi infinitas: la angustia de la deci-
sión es la misma. Los psicólogos utiliffi?ñGTñÉz
esJ%iffiffiñpara provocar respuestas que revelan la
orientación, los valores o más profundamente las actitudes
de las personas.
ñn contadas ocasiones el hombre confronta decisiones
dramáticas en las que un acto determina evidentemente
toda la vida. A
una : el auto-
a
punto cle cruzarse a con un
vehículo que viene en dirección opuesta; de repente, un
niño irrumpe corriendo frente a él en la caretera: ¿atro-
pellarlo?; ¿afrontar el choque frontal con el otro coche?;
¿precipitarse contra los árboles al lado del camino? Po-
dría uno pasarse horas debatiendo argumentos fayorables
o adversos a cada una de las opciones. Pero ag[e13!e
tomar siquiera conciencia de las al
¿

y arrepentimiento, frustración y culpa. Es el caso del ma-


trimonio con un hijo mongoloide: ¿internarlo en un ho-
gar mal atendido --el único abierto a sus recursos- para
verlo sumirse en un pantano de animalidad, y finalmente
borrarlo de la memoria por vergüenza, lástima, impoten-
cia? ¿Mantenerlo en el seno de la familia y deformar
toda la vida familiar, la relación con los demás hijos, la
salud emocional de todos, quién sabe por cuántos años,
sin la seguridad de poder hacer finalmente nada por él
tampoco?
La mayor parte de las veces, sin embargo, se trata de
decisiones menos dra^sráticas y más rutinarias: ¿dónde

to
I
I vivir? ¿Qué cosa debo comprar primero? ¿A qué escueh
enviar a mi hijo? ¿Cómo resolver el altercado con mi
I
{ esposa? ¿Dónde estará mejor mi madre anciana,, dada mi
situación familiar y de vivienda? @-lglery:-gg!.
--
I ciencia de decidir; otras, tal vez las más, lo hacemos sin
i
l tica, a la diversión, se van
I itáños. Y' táI*"e7 üI tüán
,{t
t)

Lijo, un amigo, un libro que


leemoi o -un
que vemos- Ilg§-p1:g1gp9l9§,
i "ñ"1áic"ta
ry$gpl!"?Jessst$d-51-e*e;p-!iepJ gg erPlisltlgr*q,'
-(.e.
I qÉ q'*EgL gy§ _.§g e'*b*"19_¿ qqygllg*31"9¿*l9l9$,
en resumidai cuentas, tlnruy
wrus.
jPor y no aquello? ¿Q"é es lo bueno?
qué hacer esto
¿Cómo reconocerlo? ¿Cómo decidir y cómo
juzgar los
actos nuestros y los de los demás? Ninguna persona sen-
sible puede dejar de plantearse estas Preguntas. Son in'
quietudes que han acompañado a la humanidad desde
que la conocemos. ¿es-g t? ryT
i*glg}l{"1-
ción que me mueve o el resultado-de mr aciiSiFf,DEbo
la razón?
obedecer los imoulsos del corazón o el cálculo de*"\-
-\'
¿ Existen prinóipios
-.i- morales absolutos a los que debo
someterme o todas las decisiones son circunstanciales?
¿Debo aceptar una autoridad moral a la que obedecer o
determinar independientemente mis actos? ¿Es legítimo
buscar la felicidad? ¿'Y en tal caso, qué felicidad
-indi-
vidual, colectiva, espiritual, material, presente, futura?
Las respuestas se arraigan en posiciones filosóficas, políti-
i.l cas, religiosas, ideológicas. Y a su vez, 1glgh"I§gs bll'
ri lder nuestras oeclslones v
camqsllgqme3!ol--g1?:1,"f q_{_"_L_!}g:11?t-:§gt¡.o.¡r§.s;
J cq4s$Iggl g :¿qf§yqlpog!_o49s_gt91ug¡¡!i-qse4*!ge§
iones oue iustifiouen nues--
ú
É tra conducta. _Y- ásí ñan surgidg-diye¡sps étigasa di;-ers-qp
*
sistámaséticos.Diversasf olm4tderespo.¡d-e14,!q3gg^u-n'
- j___
r í---*__1..*
ta^ áñ-simn-le v tan cotidiana. .¡ oué hacer? Y a la
Ia otra.
otra,
,l
j
ieFt-t@s"r.B"l
indisolublemente PqLWg

ll
La bancar¡ota de las respuestas

Lo grave de la situación que atravesamos consiste en


que la mayor parte de cliísicas a
se muestran
_ ino@ilificil y más compléjo. Bas-
tará mencionar algunos ejemplos y
analizar superficial-
mente su significado para darnos cuenta de la situación
que confrontamos.
o En círculos eclesiásticos y seculares de varios países euro-
. peos y de los USA se ha desatado una fuerte polémica
con respecto a la decisión del Consejo Mundial de Iglesias
de recomendar a las iglesias miembros y a los cristianos
en general que retiren sus inversiones de bancos y empre-
sas que fina¡cian operaciones del gobierno de Africa del
Sur mediante las cuales se consolida la polltica de opresiór¡
discriminación racial y represión que este gobierno lleva
a cabo.
. Una joven pareja piensa en su futura familia. ¿Qué debé
tener en cuenta? ¿Su deseo de tener una familia nume-
rosa? ¿Los recursos econ6micos que necesitará para man-
tener, educar y aseg'urar una vida decente a sus hijos? ¿La
necesidad de población ---o el exceso de población- de
su país? ¿Las condiciones de población del mundo cuya
capacidad no es ilimitada? (Piense también en el gober-
nante que parte del extremo opuesto en la línea de pre-
g:untas, pero que también tiene que llegar a la personal,
¿qué derecho tengo de influir en las decisiones personales
de una pareja con respecto a su familia? pero, si no lo
hago ¿cómo puedo tomar en cuenta las necesidades totales
de mi país?)
o ¡Ha llegado el momento de cambiar mi auto! No es que
no sirva ya, sino que me gustaría y vendría bien otro mayor
y más nuevo, y tengo los recursos para comprarlo. ¿Pero
tengo derecho de hacerlo sin tener en cuenta el problema
de la congestión del tránsito, la progresiva contaminación
del aire, Ia destrucción de materiales que la humanidad
necesita ese equilibrio de la vida y la naturaleza de
Ia que me-todo
hablan todos los días los científicos?

Los ejemplos podrían multiplicarse. Algunos son más


claros, otros más distantes y difíciles de percibir. Pero
algunos hechos saltan a la vista:

12
1) Las relaciones cadavu, más estrechas que se anu-
dan entre los distintos grupos humanos a través del
mundo entero. Mis deci antes afec-
taban al círculo 9*9
cua mr entran a una
trama en hombres
tan- IaS COnseCUenCraS. ñf'F-fa;reT-a;ga-
náa6GffiG:eniirr[áir"r"udo común ertdp"o, los exle-
dentes de la producción norteamericanq el hambre de la
India, forman una sola trama. Una radio a transistores
japonesa, que compro por ser la más barata, involucra
los bajos salarios del obrero japonés, los capitales norte-
americanos, los conflictos políticos internos del Japón y
los internacionales de Extremo Oriente, la política econó-
rnica de mi país y los conflictos en los que se verán en-
vueltos mis hijos. IJna mañana muy temprano, al dete-
nerse el ómnibus en una pequeña población puntana en
Argentin4 escuché a dos campesinos comentando con
gran interés la reciente devaluación de la libra esterlina.
¡ Hace pocos años apenas habrían sabido que existía la
,l
libra!
2) Esta simple anécdota nos trae ya a otro aspecto.
I Hoy "sabemos" mucho más: tenemos los medios para
"seguir" nuestras acciones en su recorrido a través del
mundo, y ver cómo tocan la vida de otros hombres. Por
consiguientg de la se
secuéstro del emba-
i jador en üruguay-áEl[a a todo el mundo en
Gran Bretaña ( ¡ recordemos el reportaje de la BBC a los
tupamaros!) de que hay sectores uruguayos que conside-
ran a aquella nación como culpable de su opresión econó-

.r
mica y social. Ineai. l*l 4:-rt:,tP:t!,s'
$

I 3) Esta relación entre


i no §e sl no
\ vez
no fuera así podríamos ocultarnos tras una impotencia
para evitar ciertas consecuencias de nuestros actos. De
hecho, muchos lo hacen. Pero tanto los revolucionarios
que proponen un cambio total de las estructuras sociales
y económicas existentes, como los conseryadores que sólo
desean rcalizar las adaptaciones mínimas, afirman que
las condiciones de vida dañinas o insuficientes que existen
pueden ser cambiadas. Ambos creen en la posibilidad de
una "ingeniería social" (rqvolucionaria o evolutiva). Es
posible arbitrar los medios para corregir los efectos de
nuestras acciones, a corto, medio o largo plazo.z Es claro
que aquí añadimos una nueva complejidad, ya que
ieren la acción
nos a orsuntos nrve 6no puedo
ica}-poiunáGEis-i6ñ@§óñfl -iñilependientelasconse-
¡%
f
cuencias de mi acción al comprar la radio de fabricación
japonesa. Sólo puedo hacerlo mediante ciertas formas de
acción política y económica, en el orden nacional e inter-
nacional. El problema que resulta es doble: ¿dShjggglr
complicándome en acciones que tienen sé muv cla-
-lo
¿§ e
de esas
Tal vez estos ejemplos parezcan exagerados. ¿No es
absurdo pretender que me ponga a pensar en todas estas
cosas cada vez que hago algo? Finalmente, tendría que
retirarme del mundo, porque toda acción tendrá alguna
consecuencia negativa. Y retirarme del mundo también
tendría consecuencias negativas. Por consiguiente, el pro-
blema debería simplificarse. Hacer lo mejor que pueda.. .
¡y dejar en manos de Dios las consecuencias! En un sen-
tido, &ta tiene que ser nuestra última respuesta. Pero
esa respuesta no elimina el problema. Porque "hace¡ lo
meior
.
que puqda" simifica Jomar conciencia*gg1ffi--
secuencias de mis acciones hasta donde me sea posible.
Di*--É*ffi*en;ffiG;rñ.
más sé v más es la
así de-
.§lf

Si dejo un arrna de fuego al alcance de un niño, soy


responsable de lo que ocurra. ¿No lo seré, acaso, si per-
mito que su mente se nutra desde la infancia de . una
televisión que le ofrece dosis masivas de violencia cada
día? Si vendo conservas de cuyo estado no estoy seguro,
soy culpable de una posible intoxicación. ¿Lo seré si no
advierto que mi hijo adolescente frecuenta un ambiente
de drogadictos o delincuentes? Pero si respondo afirma-
tivamente, ¿cómo hacer? Porque no es tan sencillo ex-
cluir a un niño o un joven (y en todo caso se trata
también de los otros) de un ambiente creado y mante-
nido por una propaganda masivq apoyada en intereses
económicos que se imponen por su propio peso en todas
las esferas de la vida. No puedo eludir la responsabilidad,
pero su ejercicio desborda mis acciones individuales. He
ahí un dilema.
Mira¡rdo el tema desde otro ángulo, podríamos decir
que hemos tomado más clara que nunca
¿
antes ñuestras decisiones v hos da-
no nscribir nuestra respon-
i:
moral a t'
Eóntiiáñcíóñ á"li'"
t ñ;moralitfdiñai.üAüáfy*fáinmoralidad.socialsehace
t' intolerable, precisamente porque comprendemos que no
son dos cosas aisladas o aislables, sino tan inseparables
como las caras de una moneda, como un objeto y su
sombra. O tal vez más precisamente, habría que decir
t,
l que son como el relámpago y el trueno, que pueden per-
'.)t cibirse de distinta manera y en momentos sucesivos, pero
componen uno y el mismo fenómeno.
La comprensión de esta relación constituye uno de los
hechos más importantes de nuestra problemática moral
actual. Años atrás, el teólogo norteamericano Reinhold
i. Niebuhr tituló uno de sus libros o'El hombre moral y la
rI sociedad inmoral." s Su propósito era mostrar, contra una
f étic4 puramente individualista, que los problemas de la
I
sociedad no se resuelven simplernente por la suma de la
i,1 moralidad de los individuos, o de los dirigentes o gober-

.'t*"*ffimtr];ETgf
nantes. La dinámica de un srupo social lleva a individuos
f
(de clase, grupo social,
de otros a
ello tos mitirían en su üda
:--........ 1'-''

ho se nos lmpone
este
cuando comprendemos que en la vida moderna bue-
na parte de la existencia del hombre está en manos de
grupos sociales. Lo ilustra rnuy bien un autor en este
párrafo:

Ho¡ mi pozo es el agua corriente; el ómnibus es mi carro;


la caja de caudales del banco es el colchón o Ia media; Ia
vara del agente de policía reemplaza a mi puño. Mi vista y
olfato han delegado su juicio al inspector de alimentos, de
medicamentos, o a la compañía de gas, o de seguros. Otros
se ocupan de los desperdicios y las aguas servidas, de hacer
producir mis ahorros, cuidar a mis enfermos y enseñar a mis
hijos. El frigorífico faena mi ganado, Ia compañía de electri-
cidad hace y enciende mis velas y corta mi leña. . .

Pero todas estas cosas, hechas ahora colecti"gg§*y


r lo -tan-to imper§ona-Iniente, crean nuevas estructryrs
v en
f - nauf.
brican

En mencionado, Niebuhr docume


saciedad cómo las conquistas coloniales, la explotación
de grupos socialgs, la esclavitud de una raza, la injusticia
o incluso la destrucción de grupos humanos se justifican
apelando al patriotismo, a la obligación de extender la
civrlizaciín, a la defensa de la libertad, e incluso a la
defensa o la propagación de la fe cristiana. No aminora
la gravedad del problema el hecho que las personas que
utilizan tales argumentos sean totalmente sinceras.
El hombre de nuestros días, particularmente los jóve-
nes, no toleran más este estado de cosas. La
la irresponsabilidad" el esoísmo v la falsedái una sl-

decenóiá
les se ocultan las fuentes

t6
que repusnan al sentido de dignidad iqlggddail"l
'-
t Somos responsables, y " no sólo de los
lo sabemos,
"*6ié
actos aislados e individuales, sino- de la totalidad de lo
que soy, de lo que hago, de mis relaciones y de las estruc-
turas a las que pertenezco.

¿Somos responsables?

El mismo conocimiento del hombre y de la sociedad


*la psicolog¡a, \a sociología y las demás ciencias del
hombre- que me permiten comprender las relaciones y
consecuencias de mis actos, muestran, por otra parte,
cómo soy afectado, y tal vez condicionado, por influen-
cias y factores que no están bajo mi control. S¡_gg^glsq¡g-
lista arruina su vida v hunde a su familia en la abyección
y Ia mlsena ¿es un vrcroso_ o un
ca
de un camrno
vrcro i un de-[rncuente o
es
onen a quten rmo el alma el cnoque
ñ-tTiudad que le exise el éxito
pareJa
ñida-que-loncluyFiepaiánf,ose filejando un par de hi-
jitos sin raíces ni afecto, ¿son culpables del egoísmo, la
intolerancia, la ambición o la inconstancia que han des-
truido su hogar, o son a su vez las víctimas de otro hogar,
de maestros sin amor, de una propaganda que los hace
sentirse infelices y frustrados cuando no consiguen todo lo
que se les anuncia?
;Hasta dónde hav que retroceder en la cadena de efec-
I-g§.-Lgel? ¿Qué ocurre conlas ideas de responsabili-
dad, vlrtud y vicio cuando el psicólogo remonta a expe-

| "Villa miseria": barrio de viviendas precarias construidas


por sus mismos ocupantescon materiales de desecho en terrenos
baldíos, en las afueras de las grandes ciudades. Argentinismo
equivalente a "favella" (bras.), "bidonvuilldt (frane.), "shanty
towns" (ing,).
riencias de la infancia las tendencias homosexuales de
un joven, o muestra que la decisión.de un hombre de
quitarse la vida responde a una psicosis depresiva, tan
independiente de la voluntad como un defecto físico?
¿ Qué decir cuando el sociólogo nos señala la
relación
innegable entre la delincuencia y el estado de desorienta-
ción moral de las poblaciones marginales de la ciudad,
repentinamente arrancadas de la sociedad rural con sus
normas y valores, y trasladadas a un mundo de leyes,
reglamentos, horarios y
relaciones impersonales que no
entienden? ¿ trenen el bi
deficiencias
-
FIñalñ-enG, las]-re$ntas ¿qué es el bien?, ¿qué es lo
bueno? tampoco se presentan simples o claras. Los mismos
hechos históricos que nos aproximan y vinculan a los
hombres en el mundo de hoy, han puesto en estrecho con-
tacto las distintas culturas y tradiciones, mostrando la
diversidad de criterios y norrnas morales, de concepciones
éticas con respecto a la propiedad, la familia, el sexo y
otros aspectos de la vida humana. Es cierto que todos los
pueblos distinguen entre actos buenos y malos, aceptables
o repudiables, pero lejos de coincidir en cuáles son uno§
y cuáles otros, casi no hay delito en un pueblo o período
histórico que no sea ürtud ----o al menos aceptable- en

"T;,'rJiir"J""Tr,1,,itu¡r" ra pregunta ¿por qué no podúan


también nuestras norrnas morales cambiar, invertirse, ca-
ducar? ¿ de en la mo-
Llo
matrimonio-sobre

zones
uso

que er Pr§o
jó nuestras
convicciones éticas. Cuando el de la acción ética

estzlr
fuerzas
nos
lo rea es el grave
éüdt-iñl que la nove [éá1ro, el cine y hasta la can-
ción moderna se hacen constantemente eco,

Perplejidad y claridad
La situación que hemos esbozado provoca reacctones
muy diversas y hasta opuestas. A han caído en un
total rélativismo. nte renunctan a
moral.
il--lñóií"ü
ñ*ffiiérrnñ;d;ti""
formar una familia, educar los hijos, ejercer una profe-
sión. una persona tiene oue mantener cierta coherencia
ffi--%
en sus decrslon-es, por más claudlcante que sea su con-
ducta. Lávida lo coloca Jr.¿1"-9. mil encruci adas
frente a *l:9's9¡l3d á¡E\¡t&.f
en las
un camrno l)or consl-
-.,¿4*-..e
-v
se dejará llevar, más o menos
conscientemente, por las circunstancias, por los usos y
modas de la sociedad. Enüará sus hijos a los colegios a
donde van los hijos de la gente de su clase, seguirá las
norrnas rriorales aceptadas por sus compañeros de oficina,
adoptará el partido político tradicional de su familia o
de su grupo social. ¡ p"*SÉ_b^!9ftS_jl_1tlg_l-lgg-"_gt
isrraMn
! Lo meior es
es hacer "lo oue se hace". es decir. cal-
ársálalcostl¡s¡Eléf
rry -ag}¡ggtgde{*ty§.99¡agas¡".v*d-o-1ejs,
como oulen se acomoda a una

lncluso es posrDre
incluso e§ que ra§ mlre con lnquerencla y rlasE¿r
posible que
con cierto cinismo. Pero, de hechq al amoldarse a ellas,
las prolonga y les da más fuerza. El relativista acomoda-
ticio opera, en la reaüdad, como una fuerza conservadora,
como un defensor vez, involuntario, Pero no menos
eficaz- de las "cosas-talcomo sontt.
t9
La reacción del relativista puede dirigirse también en
la dirección opuesta: consciente de que las normas y va-
r,-+..
loreT@EffiTá-óciedad actual son ambiguos y preca-
rios, asume frente a ellos una posición crítica. Se dedica
a la defenestración de los héroes y modelos, mostrando
ron 1 con sus
slervos intereses rclos Cle sus
grupos soqlales, No será nada drticil mostrar que argunas
!.fu
virtudes o costumbres
dé las vlrtuoe§
oe costumDres que noy hoy reverel
reverenciamos res-
ponden a condiciones económicas y sociales de la época
que las exaltó. Así la frugalidad, la contracción al trabajo,
la puntualidad y el sentido de responsabilidad de los que
tanto nos enorgullecemos los protestantes se explican muy
bien como las formas de conducta necesarias al período
de ahorro y acumulación de riqueza requeridos por los
comienzos del sistema capitalista, coincidentes con el
origen de esa ética protestante. Están tan relacionados
con ese proceso económico como la reducción de pueblos
enteros al coloniaje, la explotación de los esclavos y el
pillaje de los recursos naturales en los que también estri-
bó el capitalismo. s Tras los ideales de emancipación y
libertad de la gesta de la independencia de los países
latinoamericanos es fácil señalar la presencia de los inte-
reses económicos de la naciente oligarquía criolla y la
consiguienté indiferencia frente a la condición del cam-
pesinado provinciano y de los indios. Esta acción icono-
clasta de héroes y tradiciones obra como elemento de
transformación, destruyendo los controles que los modelos
tradicionales y las pautas establecidas ejercen sobre la
conducta. Pero el ejercicio de esta crítica involucra, a
su vez, la aceptación de algunas norrnas y valores, de
juicios éticos que permitan, por ejemplq criticar la escla-
vitud, el coloniaje, la eliminación sistemática de la pobla-
ción indígena o cualquier otra acción. A sabiendas o no,
tnás o menos claramente, -e§glg&¡v-rst4-gd!¡
ición que a su tumo tendrá que
qué es lo malo. Pero es igualmente imposible quedarse
en esa incertidumbrg porque la misma aceleración de la
vida moderna nos obliga a decidir, nos presiona a tomar
en cuénta el significado de nuestras acciones, nos exige
un compromiso y requiere coherencia en nuestra conduc-
ta. El no es una
el mismo
prytilio:*l4gglle sea-
no

a \a paz, pero dedicamos a o acción mili-


tar las mayores sumas de los presupuestos nacionales. Nos
declaramos defensores de la libertad, pero creamos bru-
tales sistemas de represión, de intromisión en la intimidad
del hombre y, sobre todo, de una masiva propaganda e
indoctrinación que viola la conciencia y "lavd' el cerebro
del hombre desde su infancia. de cristianismq
de rechazo de la violenci son
yel rnan nues-

ttcrlmenes" ante los cuales nos mostramos horrorizados.


Bajo la superficie de nuestra "civilización occidental y
criitiana" se esconde mal la explotación de grupos, clases
y pueblos enteros, el uso del hombre como instrumento.
Áyudados por los intelectuales filósofos, artis'
-escritores,
tas en general- los jóvenes se han dedicado a mostrar el
verdadero rostro de nuestra sociedad' Y como contrapar-
tida, replaman u¡rale@l 'lUqlicidad" en l1
en el en las acclone§.
Es fácit señalar el ingenuo optimismo que frecuente-
mente acompaña a estas Protestas juveniles. Parecerían

2l
pensar que basta liberar aI hombre de las coerciones y
tabúes, las inhibiciones y las leyes que lo traban. para
que encuentre su verdadero ser. La ilusión es doble. Por
una parte, consiste en creer que es posible eliminar de
la vida humana la coerción, la ley, la censura moral que
ejerce el grupo. Por otra parte, se basa en una injustifi-
cada confianza en que el hombre es natural y espontá-
neamente bueno. Parece creerse que, eliminada la de-
formación de un puritanismo represivo, por ejemplo, Ia
vida sexual se manifestará como comunicación y amor
totales. Se supone que lo único que impide la generosa y
espontánea mutualidad entre los hombres es la propiedad
privada. Se intenta crear una total apertura al otro siendo
absolutamente "auténticos" ----€s decir, hablando y obran-
do totalmente "según se siente". Todas estas ideas han
mostrado ya su ambigüedad en la práctica en las amargas
experiencias de algunas comunidades "hippies". La liber-
tad, el amor, la receptividad que procuraron crear se
emponzoñaron muy pronto, desde dentro y desde afuera,
mostrando persistentes factores humanos recalcitrantes a
soluciones aparentemente tan simples y promisorias.
Es demasiado fácil, sin embargo, desembarazarnos de
esta incómoda acusación juvenil señalando su ingenuidad
o documentando algunos de sus fracasos. Hay en la pro-
testa de los jóvenes y de los intelectuales de nuestra época
un contenido ético bastante preciso. En lo que re§pecta
a la conducta, lg-Sg-gifu.§Ued9-re¡qrnjl§9,-9913§-pgla'
bras
te tras su
lL§ lo qye rly lg qyq tiglg_Sg--¡¡o
uili§ como disfraz sino *como articulación
-*r:.,***=-***. -:-*-,Í*-r*.AÍ*.i*
clara to al siEnificado
ffñ *lJ,-<--},49
se concentra en con'tu-
ñpt*, ,ff-ffi;?;I"
"privacidad" tras burguesía ha camuflado su
monstruoso egoísmo, su deseo de gozar de las cosa.s, las
personas, hasta de Dios, en forma e><clusiva y excluyente.
En la realización de estas nuevas condiciones de existen-
ar()
cia, la e intelectual la¿
---ۤ
la de la creati de
la;*áffiüüáil]ár(ffi#ñ

¿Claridad de los cristianos?

dice el cristiano a todo esto? Convencido de que


resDuesta
Les3.úlriry sca-Pqrpioj
de la vida humana, el cris-
é-áI reFtiüsmé:$bá qüd'6t s*el
, no son convenciones o caprichos
humanos sino la voluntad del Dios creador, manifestada
en Jesucristo. A partir de aquí, sin embargo, suele pro-
ducirse una lamentable confusión, históricamente com-
prensible, pero llena de graves consecuencias negativas
tanto para los cristianos como para el resto de la comu-
nidad humana. La confusión consiste, muy'essimplemente,
en identificar ese firme fundamento que el evangelio
con las norlnas y valores, o peor aún con las convenciones
y costumbres de nuestra sociedad.

. Un ejemplo banal: la identificación del atuendo y la zpa-


riencia personal desarrollados por la cultura burguesa con
la "decencia", la "limpieza" y hasta la "honestidad"; iden-
tificación que ha llevado a muchas congregaciones cristia-
nas, y hasta autoridades civiles, a exigir el pelo corto, la
cara afeitada, la corbata y el saco como pasaporte de hono-
rabilidad;
a El carácter determinante de pautas culturales: la frecuen-
cia con la que iglesias evangélicas juzgan la moral de sus
miembros mediante restricciones surgidas en las condiciones
morales de un determinado tiempo y lugar teatro,
-baile,
a
cine, bebidas alcohólicas, hasta 'silbar' música, en un caso,
La simple variedad e incoherencia de estas normas muestrá
claramente su condicionamiento cultural;
. Menos evidente, pero sin duda no menos cierto y más im-
portante: la convicción con la que muchos cristianos de-
fienden Ia idea capitalista de la propiedad privada de los
medios de producción como si fuese un postulado de la fe,
cuando es evidente que está totalmente ausente del pano-
rama rural del pensamiento bíblico, y que surge en condi-
ciones económicas y sociales muy posteriores y es fuerte-
mente resistida por toda una importante tradición teoló-
g¡ca.

l.gr:partiggl en los parses occ


iniElucilne-í,16ñi;isoi¿iiltiiiffi s,normái'i plas-
mados en la cultura occidental, han resultado del encuen-
tro del mundo mediterráneo con la tradición cristiana y
de la evolución que lo siguió. Los cristianos nos sentimos,
por ello, naturalmente dispuestos a defenderlos y aún a
considerarlos la única y legítima encarnación de las de-
mandas de la fe. Y quienes los rechazan por hallarlos
inadecuados, falsos o inhumanos, reniegail con ellos de
las iglesias que los han defendido y defienden y del Dios
que se supone haberlos inspirado. Así
enrolados con frecuencia en las filas

tucl OneS rv'l iffiáveiiñlE-áE-ñriü6ié,


É1 =;ffi
rrclon con oue se rnrenta defenderlos.
--+i-<*Fa-a

la defensa de'la fe pasarnos, casi inse te, a


la defensa del estado de cosas vigente.
¿Es esa la batalla que nos corresponde librar? ¿Es esa
nuestra vocación como cristianos? Es necesario conte{n-
plar el problema serenamente. Huy, al menos, dg§.Jgda-
des-i¡qpe$ass§=9p",la poile,ióL&LsÉUe!9.-sg§gly4dg.
U- lra Ss-l¿-gQly¡sgóq- que, cqqo-gnstiaqq tieng qB..re§"-
r€nte a cla v la
viür de

24
los cristianos fue, en efecto, uno de los aportes más sig-
nificativos que la Iglesia hizo al mundo antiguo y una
de las causas fundamentales del triunfo de la fe cristiana
en los primeros siglos. La
tiosa
.+-4.+
búsoueda rra la vrcla
^-4 icaron los
lqj9.1.44
4i+:-:a-+
qg
*--.'-- lq
- .qq._p.Sdigf€,
y mlslole.fog,cl]str
Cñ Jiiáñ-oi éñconiiáññ-áñ-él

toda ética válida. Lo cristiano y lo moralmente bueno


vinieron a ser sinónimos. Y por consiguiente, todo lo que
pretendía ser aceptado como bueno, debía de algún modo
"hacerse pasar" por cristiano.
t el cristi
diar ñ naturalista.
LE meta y el origen de nuestra como
cristianos nos han sido dados en Jesucristo y por más
imprecisión, fragilidad o falibilidad que debamos admitir
en nuestros juicios éticos, no
pglJu4gglgljgerts de en:
n¡ en
ha to,
,ñ con respecto al I se hacía

son de Cristo. El

Donde verra el cristiano conservador es en


dose o no cuenta de ello- -dán-
coincide con las instituci
cierto que la institu-
norin'¿s t¡ádicionalmente aceptadas
teoría al menos- sobre las relaciones sexuales, los
-en
códigos de derecho civil, ciertas norrnas y reglmenes polí-
ticos (la democracia representativa, por ejemplo) y otros
muchos elementos de nuestra sociedad que podríamos
mencionar, han gozado de la influencia del evangelio.
Pero también es cierto que son producto de circunstancias
históricas que han variado a través de los siglos, que re-
presentan condiciones económicas y sociales distintas, que
son hechos por hombres y que pertenecen por lo tanto a
"este mundo" que pasa y que está en constante cambio.
No'forman parte del "reino eterno". Al confundir .ambas
doble v grave
cosas se comete el dobleu *.rrr" error dé rebaiar a lesu-
.'ffiüói"".'. "r.o.ffiLáiáñ-Gñ
i.iéi'o ;;i"#b"rá
.z% .--f--J-_..

iiñpárfeffi?ail-uZáJ
lmpertectas. caduca§v transltonas
transitorias
-a
v de elevar a estas
dstas a
un!ffi?frfiG§ií !üe"sato "y a[;el .o".'ponáe. jé--
sirffiEiñGlñisñí"*aieit hby siémpie. Pero precisa-
mente por eso, ninguna otra cosa es eterna o merece ser
defendida como tal.

más detención. Pero vale ya la pena recordar


recordar qye qW
es eterno (quien, no'lo que)- fl-J.gqlr-c¡i*g_9!§_e$9r vit
vlenfe oue nos itu para suiarnos a tódá

Si es así, ¿en te la que, a partir del


u-üu"t ¿§sEE
-¡Ls*de¡g-§§t
de la
try@á
.- es" pQ"nta, tenemos que
eiñiñ'ar el mensaje de las Escrituras, y a ello nos dedi-
caremos en Ios próximos capítulos. Pero tal vez es útil
concluir estas observaciones preliminares con una afirma-
ción que debemos analizar y probar más adelante: el
*. d.{ eyggel i9. ala-ensis-¿qe1al _=lgdel .nf
' sislo v la nuestra-
ffi-siglo
---*9---1-*^"-ff
{',¡n- Iss,p'"ül
pi os, institygigng=s gjCyjln}¡eJa§ -99_!qg
[@ñ[oq-uqT}i'¡d'ñilpóiiññ"ésteiiúi-
dó:?Iüñ"ñi¡ffii¡manida4 ,,ou nuáva forma de ser
hombre. Y esa nueva humanrdacl en Jesucrlsto no s€
p!616ñga, no penetra en la historia humana primordial-
mente por medio de leyes o instituciones (que sin duda
existen y tienen su valor) sino @
ensendra sin cesar vida nueva v mediante una comunidad
!%-

26
hombres "renacidos", ttre-suscitadost' a una
r
.radlsalgp:le
-§i?Ito es así, la demanda de la juventud a la que alu-
díamos más arriba se nos muestra en toda su periinencia
ética. Pues su ueda se :, precisamente, a l¡E!tr
nu a una forma renovada
de ser hom es, no§ parece, lO que
dññeiádáññíe*ffiáá*ñüestra época. En esa perspec-
tiva la confusión moral no.se nos presenta sólo bajo un
aspecto negativo, como una "corrupción", sino también
en su significado positivo, como una marcha, incierta sí,
pero esperanzada y receptiva, corno una serie de ensayos,
fallidos muchas veces, pero no por ello menos significati-
vos. La confusión es parte de la búsqueda. Es bien pasible
,nterpretar a esta luz entre sí como
l:gg§3319'":13-Se-Ja-ruvgryH$*L19' r""I' f al?
la. t
Br tqle_lglct_r¡ras socialelrpqliúS4l y económicas,
AüliüñTfáii*ué
--+...
üál;íié'ñffi-. ió?¿il¿ e*I" p'i -
ñs.., ¡-f4j,
uso crertas lormas de rg[gggg[ad Ade- mrs-
ti'.c ;i-;;ñAio
de la fe con la problemática actual, en !a cortún búq-
queda de lo que sisnifica concretamentrj iár humáno
i:p--añI¿?imü;;;?#.t'"*,r'Irffi
=+a*#-- ru}ñeriilot,rEon-
cretamente en las condlcrones de nuestra srtuacrón actual.
Éfiemfi6rt-p;ffiiá-¿iffi"; con su inevita-
ble corolario actual ¿qué tomar? nos conduce
a una formulación de partida: ¿qué-§lg-
rulk-xrheEh::"r

27
CAPITULO 2

EL HOMBRE NUEVO

Pablo había visitado Galacia ? dos veces; aún en medio


de las penurias físicas y morales que circundaron su es-
tada en la región, su predicación había engendrado una
pequeña comunidad cristiana, Esta enfrentaba ahora su
primera crisis. La epístola a los Gálatas la refleja. Y esa
crisis tenía que ver con la pregunta que nos acabamos de
plantear : ¿ roihacg1| lg sB_e49n9l_vida_d9_pasa!9s,

9: #-t.-^ 99!39-g{9r9-rrt$
en Cristo? Las enseñanzas de
este tema. No tardaron en presen-
tarse mae§tro§ con una Provenían del judaísmo
efa muy y atrayente: pu_gstg_sgg
del ¡dío. al aceptarlo a É,1 se
f@§_¡;rffi@.-Á1iifi¿riñe;cú.
Ias ordenanzas ceremoniales y religiosas ne-
cesarias. Allí se h.ll.bar t pbié, I"vpq,pqr4gsJ_ryil5
ffiiila
sufislegtes entrar por
t o de la ley de Moi-
sés: el rito de la circuncisión. La fe se añadiría a este
Por el anuncio de Jesucristo habían entrado cn contacto
con la ley y en ella hallarían la respuesta a sus inquietu'

con una
:ama estalla_..--.-<
ca§r rrrco2, conntra- mal-
inguna palabra le parece demasracto clura para
n:uñciar la enormidad del error, más aún, de la traición
en que los gálatas corren el peligro de precipitarse. Todo
está en iueEo aouí:
esJásr.-iggggg* la fe. el evaneelio. la naturaleza mis-
j-Jal",sls-"-gggltglqp-+lq1}ls-23-*§-
;a:ii;iffi;:
ma de la comunidad cristiana. la persona de .lesucristo'
P;ñA-"'-ñ6fi ilÉ;m.üA;ffi ióffi ,-i".i".ieául*ir-el
mensaje a una parodia. Aquí está el cotazín de todo el
asunto-. Y Pablo entra en el conflicto a favor del evan-
gelio y de la fe de los creyentes de Galacia con todas las
armas de que dispone
El programa que los judaizantes propolell, explica el
.pá r pblg-
vinos. Es Ián absüi¿o como volver de la madurez a la
iñ?ñ""ia, como haber sido liberado y vendene de nuevo
como esclavo, como abandonar el lugar de hijo en la
familia y atarse a la condición del esclavo. La ley, en efec-
to, rige ia infancia moral y religiosa del hombre, como la
institütriz encargada de acompañar y vigilar al niño para
que no se meta en peligros ni tome un camino equivo'
Co*o tal, ha-cumplido un propósito. Pero ahora
"udo.
hemos alcanzado Ia mayóría de edad y "ya no necesi-
tamos de niñera" (3:23). ¿Eq la ma-
rez de la fe? En saberse Dios v Dor
----¡.¡¡ll!i.^-.4nÚ¡¡¡ledj#'.d
lo tanto
orre T)ios ha creado.

L¡nó
..*, lesús- v en con-
*.---*"r.
cotldranamente Por et

Pero ¿cómo sq-haqle¡p? ¿No -q9 lgeelrj3g*lg.SJgl


p113 qabgr-ArÉ e.! ue

30
ucta con a Dios v a los hom-

cornlenza a as las cosas una manera


es relrgrosas. soc
y-.griego, esclavo y libre, hombre o mu-
-J todos los hombres vienen
l&'b-€ F'}ñó§rc_ Di*, §LAIi
;1 duñ;.
-coad¡¡ct3. ;ctit"6;; p;;
ñ;;
ái.6ñifi f..
{étE" a-"1 i _{'..gplirc.
serán las que el amor
nor constituye para-Ia
para Ia plena mádurez
madurez
de todos, para la edificación de una nueva comunidad de
hombres, no Ias prescripciones en las que uno se encierra
y se protege para esconderse del prójimo y de Dios.
Es por eso que Pablo se opone a la regresión judaizan-
te, que quiere volver de Cristo a la ley. por el óontrario,
conocer a Cristo
-o llggig5, ssl-.conocido por El- es
de jal atrállálñf añé'iá?tlcá
,,<¿r¡@
a esa nueva manera de se
ser
ff s.Fy{§E}_eEi{qsirs*lslsrers
ta realrqao
r-rtu§. .E/§ra es que ahora queremos j'"F¡eT{
aTáF.ié Ti ñeñán7f @fryü&;re'ffi ;
Dos formas de exi,stencia humana

Pablo ha combatido encarnizadamente una forma ca-


prichosa e incontrolada de vivir, "la vida según la carne'i,
a la que nos referiremos más adelante. EI problema de
Galaria, sin embargo, se presenta bajo uná modalidad
rticular de Ia coriupción de l,
"*isienü'ññáñt-iá
vrda autentrca se
--^''
=-=-::¿'-_-
lca, pues, con eI ataque contra la vida bajo Ia ley.
¿ valor tiene Ia lev? El tema ha sido
objtiló ñíét"ñilt-ttHogos.
rlémica entre teólosos. En realidad.
-.§!*-*-u.¿ realidad,
encontramos en el Nuevd Testamento toda una serie de
afirmaciones respecto de la Ie¡ difíciles de coordinar en
un sistema. Veamos, sin embargo, lo que parrecen los ele-
mentos esenciales. Es evidente que. para pablo. la lev
(por la que entiende principalmente'@ó.áe-1ffi

3l
rituales y morales del Antiguo Testamento, la ley mosaica,
pero también a veces las prescripciones y máümas del
mundo ) n-o es la realidad orieinal ni más profunda
a §aber,
al propósito origir os para el hombre. Es algo que
ha "intervenido" Romanos 5:20), LüEai{;
!+.#@3r+'\'
t. .lls un largo rooeo, necesano
para reincorporar al hombre a su verdadero ser luego de
haber quedado descentrado, desplazado de su realidad
original y auténtica.
la realidad I v auténtica del hombre?
hace referencia a la ense-
áanñ]ffitrrññl{ q,r. el cristianismo ha hecho zuya.
realidad orieinal está dada en la creación del hom
semelanza
que entró "con eI piñer y penetra
la existencia humana. Pero el apóstol no especula mucho
sobre la creación, o el cómo o el cuándo del pecado. §g

del
hffiñffi;; ad meridia
cristo. Esta es
ullnos ampoco aqui se
cua se ve
obligado
a llq4g4l a_ tgs_ c¡islianos a esa forma dg vid?, y a orien-
tu'ñ@-er. qñ;iliñiiiñ;6iit"Fto jásüs'io"hacia
lo que vale en el tereno de Cristo", como alguien ha
traducido, vuelve una y otra vez sobre el contenido básico
de esa vida: la obedigncia gozosa y espontáne4 {elq¡4.o-r,
que se identificaJóáññift.;ñ fibeiaáo] áéi
É;n
-
"i'p'#¿niJ
ggii¿i;ipt d.süaaá Gl
-r-ed-A@'*"
hombre.
!_"r, 8_

mlno
la

plina

voluntad éoñó un sendero de obediencia; en


otras, en relación con los hombres, co.¡!q-gg§pggg9-*
servióio. Pero en una u otra forma Jmbas son comple-
tario. No es una leY
i¡np-uesta, fgrz'ffi Tlf o1mál{e exiltir.
eJGiGI[ettti6Te]filo Tanto eJ cuaito evangelio como
lo@ran este cuadro, ilustrándolo con
las palJbras y los actos de Jesús. En el cuarto evangelio
esta-espontánea y total identidad del Hijo con la voluntad
de amór del Padre aparece explícitamente a cada instan'
te: "Mi comida es hacer la voluntad del que me envió,
y terminar su trabajo" (Juan B:34). Los restantes evan'
gelios no Io repiten de la misma manera pero lo ponen
de manifiesto mostrando cómo la vida de Jesús asume y
lleva a cabo el programa de liberación, salud y reconci-
liación de los hombies que Dios ha prometido en el Anti-
guo Testamento. I^lta -9s la exi*glSir_IyrylgJ*
fiada. voluntari

ntes. la
vlve cle esa manera, _i-
una rnstancra I oué es lo que
le drsa-*-j
nió@resgí..§-"19
¡ l .."-+ *ggq,-q.-j.*"
lmo neceslta.
l.t-r i¿.*inos,la vár¿áaeia existencia es aquella
en Ia que un hombre, libre y gozosamente, por sobre ba-
r...u. y limitaciones convencionales, más allá de lo que
d"manáa o exige la ley, incluso tal vez más allá de lo
que la ley permlte, se sólidariza con la necesidad de] p1ó;
ji*o
-Brr"r, y ."tpottd" a ella.
La bien conocida historia del
Su*uiitano lo ilust¡a gráficamente. Sacerdote y le-
vita pasan a un lado del herido en el camino' No es
difícii imaginar las razones legales o rituales que justifican
y *n*ur"Á su conducta. El samaritano no tiene obliga-
áiones estipuladas; por ser judía, la víctima queda- fuera
de su responsabiliáad. Precisamente por eso, esta víctima
se constiiuye en la piedra de toque de una verdadera
conducta hlmana. Y la conclusión es sorprendente: "P-r{-
es el
haz tú lo " (Luc. ), Sorprendente
porqle-ñó-Eé léñala ó-óó*o ocasión de ejer-
cer un comportamiento requerido (la pregunta con la que
el "doctor de la ley" había abierto el diálogo), sino la
..-+..4r+ disposición de solidaridad, de a-proximarse,
activa .J*.*
como
ia forrna d-éGiEiEñcñ humaáá rdé-'6ñ-iiñiáád"::- eii
]r*-sll"_y-gA{ilera0§nre_{eixlliese-Lilr,á¡_t{ól.y_gi
,h_":*x.
Es
¡+á-E
precisamente esta comunicación. esta identidad con
. <
la voluntad de ljros v la necesidad del otro lo que es-
tffi -Tiá¿iúra
;ñañcé",ñlTóriñ"
ma falsa, inhumana de vivir, que el apóstol llama "vivir
-_
en Ia carne", No se trata tanto de una serie de acciones
o de vicios tiene formas muy concretas sobre
-aunqueen el próximo capítulo- sino de
las que volveremos

alguno de Dios ni del prójimo.LA§-Uig§--t*gl-o¡g§§ge


ahi!¡13_!§!áq:Sy-:kry!&!_gg9 r-,ste ve-a rueIpzadp
.lgtq$klg4@, es decir aquellas en las que man-
táñga;ün total control. PÉcqar{, por Io tanto, haceld§l
prólimo v de Dios obiñl¡T6-ooainados
r-=-,:-J-¿-?-- a su vAffid
----i'.^.;---r*
aIt6ñ6ña- Librada a ií misma, si se le da rienda suelta,
esETfficia "en la carne" concluirá en un aislamiento
total del hombre, en el ego-ísmo (yo-ísmo) absoluto. f
nos h en medio de otros hqllbre!-§gp
existencia desen-
iélariá iótuntafrá'e
dominación. Este es el suicidio de la humaniilad
ñffi iñiüe- -literal-
6tá-Ail-ñb,iñie. 5i6s,
Ñ;T;Gnto;T;l¿r¿ r p;¿ st; ñ t{§fa"',t"a*áe p.e-
servar al género humano se ha manifestado en esta ins-
tancia reguladora de la ilimitada auto-afirmación del
egoísmo humano. Por eso, la

Éste contraste entre "vivir en la carne" y "vivir en el


amor" corresponde tan profundamente a la realidad de
la existencia humana que inmediatamente percibimos su
sisnificado. La necesidad v urgencia de retornar de una
ei¡Ir"g3¡ faifr'?ñi-eñádá,'loi"efi¿á" á déñandás eiG-
,i;l§aiti¡98!ef y Lg1ge-yconirarnos con mrestro propio
r[liálüq"" Tu]á un-momento en la historia o en
rrl"rit, üdu'q.r" pádu*ot recordar como auténtico, sino
porque percibimoi que esa es nue§tra verdadera existen'
l,it), taitggg"tjg"?9. de-.quebrar nuestro aislamiento y hallar
,rá'.oñ-,riCióiBnEspón1ánelysinbárreralñílñhibició-
;ño,,Ñ á;i"ai. ie-aeiáñ íer fácilmente
"iól*ñññirli.ii,tor
en algunós
de *ái'tígnif icativói - de nuestról- díá§'
iilBá;;;a;i A* evid]tñiél de los movimienios ¡u-
veniles actuales, con su insistencia en el amor y la espon-
taneidad. Nos equivocaríamos gravemente si los juzgára-
mos solamente cómo un intento de dar rienda suelta a la
lujuria o la sensualidad. Quienquiera haya tenido alguna
reiación con estos grupo§ de jóvenes, difícilmente haya
dejado de percibir su plglgtrt§ J*_P.?Jqq9-9 *1rtel.-*qt
encontrarse con el otro, de estar en total esPontanelclacl
& q""A;flitáit"""tJlisádo L incorporado
"ái-I&fñ,ñ
fliE.miri; a; ;rñp árti r sin ie taceós v'sin-limi -
"""im ---la
táii6ñ D-árs" ñaf,i-, stin tiise-f ísic¡rm enté j untos,-son
iriiE"?os?e-iealizai esa identidad en amor para Ia- qye
rülñol &"ádd.f riótuió-las" fot iiái qué coniideramoJ pái-
-áe-iiacerlo
tEtiñis (drogas, promiscuidad), atestiguan
la intensidad del deseo de superar la distancia con el
mundo, con los demás. P".o
"%idg!*r4?9¿9..3gr35-SÉ!o
5e alcanra. nos *:á P3,b-&¿j9 q4§!9". Luego tendremos
ocasión de analizar más profundamente esta expresron'
Entre tanto, es importante destacar que, en nl¡eslra exi§-
tencia "en la carne" (falsa, incomunic4ia.e¡!§ffi,fr
síf, A{T{G;¿" ñó-pddé,ñós $lii p-o¡ nne¡ lros pio pio.s 3s ;
r@ 11ptSñ-e-.; te nilci dá{
-ir
en f de
Por eso qer t'intervenir" la
esto volver más adelante.
Tampoco es difícil percibir que de
existencia constituyen realidades totales y no simplerñéñte
ú , por ejemplo,
dos maneras r'ááñliñeñte dñii"taJA;;Liculr,or con re-
___-__T.=--
r -_+._F.
t"ag9n-q|-n9l_q_o: a las cosas, al traDaJo numano y su
producto, a las distintas formas de comunidad humana,
en suma, a todo lo creado. "E-l il# sentir
se4.¡¡i¡ que hubo en Cristo
Tesús" es un total del hrstona qgl,tor-
humanq. una
historia humana.
Ln"?.de--§§"ril I&*iofñonffi-res v toáás
las cosas. 'ola 'es te una realidad global.
En el Nuevo Testamento, esta organización total de la
existencia y la historia humana bajo el signo de "h_gr119]'
suele llamarse "el mundo" o "este sielo". en sentido ne-
ráfñáiffttra:H
nueva ed
EI I el ámbito s-b-ss-{1,*"sx]-*rye{e-§s
existencia caÍac mentira. el
enem los con ictos I
roe es
las
avaricia v de el remordimiento es
tristeza están igualmente em
muerte rernan rañós:Ti
contraste con íiitu;-d; ii-'Jáéi,.ió,
de las cosas que corresponde al "sentir que hubo en Cris"
to", es total. §g_1rqg.iS.*lt- -"-q$!*te-*de .^PI9I99q¡9ne§
univelsaleq. Es la totalidad del Proyecto de Dios lo que
rffi-r-áñi"iciado. Tend."*ot qr" extender estas consi.
deraciones en el último capítulo, pero es de fundamental
importancia que tengamos presente a todo lo largo de
nuestra reflexión este caúQtqIPlA! 4_9*-1¡p.? tlg_Jo
de exi¡tglsil. De lo contrario, fácilmente podríamos caet
ffi-üññ;fficción individualisia o espirituilista, tan aiena
al pensamiento bíblico como a la problemática del mundc
actual,

36
Inlancia y esclauitud

Debemos volver ahota, sin embargo, a ll|gy-Ss{ts-


terviene" cuando el desvirtúi la eiiññiiá?ffin-
res protestantes, srstema ones del Nuevo
Testamento, solían referirse a tres funciones o o'usos" de
la ley. Sin seguirlos exactamente, varnos a retomar algu-
nas de sus reflexiones.
1) Tanto Jesús como Pablo y el resto del Nuevo Tes-
tamento reconocen la como un don de Dios a su
pueblo. Es por lo tanÍo- una senal de Ia buena vo-
iffi;A- de bios para con los hombres. Pablo indica en
más de una oportunidad (Rom. 2:14-16; 1:17 ss.) que
aún los gentiles, que no han recibido la ley del pacto,
no han sido dejados sin manifestaciones de la voluntad
divina, sin una suerte de ley grabada en sus conciencias.
Las demandas de la lev nos hacen tomar conciencia de
l
la falsedad de nuestra vida. de la contradicción entre una
exlstáncia de sozosá obediencia a la voluntad de Dios v
sns
-./-+-*-
ñerosa entresa al servicio del próiimo a oe ensl-
mlsmamlento v als realmente vivimos. Ence-
ñ-ffi6ff és.rffi;6ñ;iéAó;¿óñüñññ el más
grave de los riesgos: desentendernos de tal modo de las
relaciones para Ias que hemos sido creados, que ni si-
quiera llegáramos a ser perturbados o inquietados en
nuestra falsa e inhumana existencia. BJ-WIgig_-*-1.*1.
por verdad la mentira de la vida en la carne. La concien-
cta 1117.2.C1A.

brarnos de esa :ra renuncia a una vida humana,


'--- +--+
Dio:
*
: T_
üffi ,§s,l"i_-üáqnsñl§¡",fr!v3qr-_p-Leg§,§,
oue nacen concreras
Ae-J

@L-lgsggr p*rói!r"'"st -&ry9 dg tssb"q *dg*h 4ee¡so q,


La orden "esto harás" v t'esto no harás" nos acusa v
nos oerturba.
E4*:g-f"gpgf+. dU.f? qjntql_erar-rte.r no¿ drgry: il!g.d-e.I-_e.[ 3
[16s" te harás otros dioses, no inventarás imágenes
-¡e al Señor y su voluntad, no te harás dueño
pi'il dominar
JI
de todos tus días, ni de todas tus cosechas, ni cle todos
tus animales: ofrendarás para que sepas y recuerdes a
quién debes espontáneamente amar en todos tus días, con
todo lo que haces y con todo lo que eres y tienes. En su
manera dura e intolerante nos dicen: "te debes al próii-
¡¡6" matarás, no robarás, no deni n¡
-¡6 o la honra de tu prójimo, harás que quien lo
Iá*libertad
haga sienta en sí mismo la gravedad de su agresión, pres-
tarás -oídos a los reclamos de quienes no tienen fuerzas
pa.u í*po.,"rse en la lucha pár h dominación de los
demás: los pobres, los extranjeros, los huérfanos, las viu-
das; en suma, g"sclghglas y {gspg.q4erás l?q-denag{g-*

no ha encallecido del todo su sensibilidad


esc Añs &ffiiñ]GTr]ñ]in ñ;
suh . lesús
dirigiendo la atención, de las
demandas objetivas y formales uno podría pre-
-que más profunda
tender haber observado- a la intención
de la ley. "No matar" representa objetivamente y en for-
ma extrema la exigencia de no interponer entre yo y mi
prójimo nada que nos distancie ("enojarse insensatamen-
te con el prójimo"). "No cometer adulterio" es la prueba
externa de la actitud que respeta cabalmente la relación
única y total de amor entre un hombre y una mujer.
"No jurar en vano" es un recuerdo formal de que la
palabra sólo ha de ser *ilizada como señal de comuni-
cación genuina, respaldada por todo lo que soy y tengo.
Remontados así a su intención más profunda, l.o¿"ryg*-
damientos nos tornan consclentes d,e nuestro p.gq?dg.)4.*q,9
dlññbencñF_nTeilrb-ilerffiñá¿g-'ñA&-?a;s{,1"a
;tTéá[rienie ñol cór.1esgo-nj-e- Lutero
¿óñ-ñffi üé"ñ-Cy ;;il á" r',r *a,u
que destroza nuestra falsa seguridad y suficiencia.
2) En el Antiguo Testamento, sin embargo, la ley tiene
otra función, positiva esta vez, que no está desvinculada

38
de Ia anterior. El hebreo llama a la lev torah, una pala-
bra que no se re
sino a un cuerpo de lnstruccrón con to al
;ffiffiffia;E"DióÉ
¡.*i.á-fóiáñ-ñó &be
eñienderse tañio como un código sancionado por la auto-
ridad competente a fin de definir figuras jurídicas
car en qué consiste y cómo se configura un delito, -indi'
o un
derecho, o una obligación- o dispensar juicios legales
(aunque también tiene esa función), sino como un libro
de instrucciones. una suía para orientarse en el
ca]ffiiñ
ffia. a;i qüf.t-iE.*i;"-É¿iiaffih; uái'ó et"ñiál S
incluye la totalidad del cuerpo de leyes y comentario§,
significa literalmente "andar" o "marchar", "Para el ju-
dío devoto", comenta un autor, "la háldkhdlz es un ca-
mino real para marchar por é1, el sendero del rey, prepa-
rado y señalizado." Qios no ha que{ido dejer ?-ql-u pggb-lg
l,E.&*q" y. prgPm
á-ñ-r6ffiñiád flPioptsfto
*'Ttr1gr
ñ lidá hü-
..4.ñ- É?á
mana. I,n su mlsenc onenta-
ordenanzas. on
tláiunoluntad. Ouien
cioñEElTiffiaIES
clones! §en¿ las sisa. no perderá
-
oerderá
--:----.-_Qr* --'^"4'Y
la buena ruta. Así l4 le¡r, le¡os de ser la exrgencra oraco-
dññEñ-amotirHico,i'-la-ü.sqlÉp-heldgde¡3i""
un padre de amor. De aÍtí'ffi"füdñ-p-iááos" ffiiá
agt de la ley que Dios le ha dado
(Salmos 19, 119, etc.).
3) Estos usos positivos de la ley no deben, sin embargo,
hacernos perder de vista su cará-_lsr llrfj"tdgy*p.:g$.94?].
Pablo lo subraya indicando que cor a la ttin-
Íancia" del hombre en relación a
c ual Dios se plopone cóñáüóiti6.'E stá clráótéilploütidnál
#
eTm@esde varias PersPectivas.
Como método de enseñarrza, es la forma en que ciertas
dimensiones básicas de la voluntad de Dios son grabadas
en la mente y en el corazón del pueblo. Es así en efecto,
córno incorporarnos las nociones morales que estructuran
nuestra conciencia. El respeto por los demás, el cuidado
del propio cuerpo, el uso de las cosas, se graba en el niño

,9
mediante simples hábitos y prohibiciones; "no te sirvas
antes que los demás, lávate las manos antes de comer,
aprovecha toda la hoja de papel antes de tomar otra". El
padre inteligente, sin embargq no se conformará con eso,
y aprovechará toda oportunidad para ofrecer las explica-
ciones que permitan ál niño relacionar tal o cual "orde-
nanza" particular con una forma más general de con-
ducta y finalmente con una manera de entender toda la
vda. La ley como método pedagógico apunta, pues, a
una realidad más profunda: bay una forma de vida, una
Ley rnás fundamental, que todas estas ordenanzas prepa-
ran e ilustran. Entender la ley es ir penetrando de las
ordenanzas a su raíz y descubrir esa forma de conducta.
Por eso dice Jesús que toda la ley y los profetas se resu-
men en un solo precepto doble: amar a Dios y al prójimo.
Cuando se percibe la relación entre esa intención pro-
funda de la ley y sus enunciados particulares, se alcanza
la capacidad de "crear" las leyes, es decir, de extender la
intención de la ley a ámbitos y situaciones nuevas. Por eso
decía Agustín "ama y haz lo que quieras". e Y Lutero,
que si estuviéramos en la órbita del Espíritu, podríamos
dictar leyes como Moisés. Más adelante tendreinos que
preguntarnos más concretamente acerca de esta relación
y su significado concreto y prácticó.
Hay un aspecto más de la provisionalidad de la ley. La
relación que supone con Dios y con el prójimo es en algún
sentido indirecta: no percibimos directamente la voluntad
de Dios parala situación en que nos hallamos; sólo vemos
una demanda, una exigencia fría, que "alguien" trasmite
de parte de Dios (Moisés, el sacerdote, el profeta) y que
"cubre" t'mi caso". Esta no es, sin embargo, ni la primera
ni la última palabra. Que no es Ia primera, 1o vimos ya.
Que no es la última, lo vislumbran los profetas cuando
anuncian el advenimiento de una nueva edad, en la que
no se necesitarán más maestros, porque todo el pueblo
conocerá directamente a Dios, una edad en que la ley
"estará grabada en el corazón", en que el Espíritu guíará
a todo el pueblo de Dios, incluso los niños y jóvenes.

4.O
4. En tanto educadora, indicadora de la intención di-
vina o preparación de una relación más inmediata, laley
anuncia su propia provisionalidad, reclama su reemplazq
apunta hacia su fin. Pretender perpetuarla es querer eter-
nizarse e¡ la infancia, rehusar la responsabilidad y la li-
bertad de la madurez. Cuando estó ocurre, la iey ha
dejado de ser un instrumento de la gracia de Dios, una
guía en el camino de la vida verdadera y se ha transfor-
mado en un instrumento de esclavitud, en una de las mo-
dalidades de "la vida en la carne',, en síntesis, y emplean-
do Ia dura expresión paulina, en "maldición;,. Según los
evangelios, éste fue el combate que Jesús sostuvo ion los
fariseos. Pocos grupos religiosos ñan mostrado jamás una
voluntad más plena de obedienci a a la dirección divina
que los fariseos; su propósito era modelar enteramente
su vida y la de su pueblo según Ia voluntad de Dios. Esa
voluntad se había manifestado en la ley; por consiguiente,
la vida del fariseo era una constante meáitación
tica tanto como teórica, una meditación verdaderamente-prác-
comprometida- sobre la ley. Habían identificado de tal
modo a Dios con la ley que cuando aquél llevó a ésta a
su cumplimiento, y con Jesús los colocó ante el reino que
la ley preparaba, fueron incapaces de ver la realidád.
Temían arriesgar la "seguridad'r que les daba la ley (la
seguridad de no correr el riesgo de malinterpretar la
voluntad de Dios) paralanzarse al encuentro del Reino
que Jesús anunciaba. De allí nacía su inhumanidad, su
egoísmo, su formalismo y sobre todo, el orgullo y Ia auto-
suficiencia de sentirse a cubierto de la justicia divina por-
que cumplían las demandas de la ley. 10
En esencia, es el mismo combate de Pablo. La ley ha
llegado a ser una maldición. También esta afirmación
puede verse en varias perspectivas, En primer lugar, la
persona aferrada a la ley pierde la capacidad de relacio-
narse en forma inmediata y dinámica con los demás. No
ve la relación con Dios o con su prójimo sino en términos
de deberes y derechos, a través de las cláúsulas de una
especie de contrato, impersonalmente. La relación se

4t
transforma en una suerte de tabulación de "cumplido"
y "no cumplido",.que hace tanto del sujeto como de Dios
y el prójimo meros objetos. A poco la persona se deshu-
maniza enteramente. Esto es, §eguramente, lo que Jesús
muestra por contraste en la parábola del Buen Samari-
tano aquí un hombre que ve a su prójimo sin pre-
-hesi la ley lo define corno prójimo o no. Es también,
guntarse
inversamente, la enseñanza de Ia breve viñeta sobre el
hermano mayor del hijo pródigo- la relación personal
que clebió superar el extrañamiento cede su lugar a un
juicio basado en el merecimiento (Lucas 15:25-32). Es
el misrno hecho el que informa Ia polémica de Jesús sobre
curar en día sábado.
La ley llega a ser una maldición, en segundo lugar,
porque lleva la vida del hombre a la atomización. Poco
a poco, el hombre deja de ver su conducta como Ia reali-
zación de un propósito unificado, como una misión, para
dividirla en actos aislados, cada uno de los cuales se mide
separadamente ante una prescripción o ley. Ese mismo
hecho obliga al legalista a buscar instrucciones precisas
y detalladas para cada acto. a multiplicar e interpretar las
leyes (todos hemos oído hablar de los centenares de pre-
ceptos que un fariseo debía memonzar pata no pecar).
La casuística catílica, cuyo valor destacaremos en otro
contexto, ejemplifica la misma tendencia: hay que tener
una prescripbión hasta para el más mínimo detalle (¿he
quebrado el ayuno si me trago un mosquito con el vaso
de agua que me es lícito beber?). Esta minuciosidad y
la consiguiente escrupulosidad (¿habré cumplido todo?,
¿tendré la prescripción precisa?, ¿cuál será la autoridad
más competente para determinar la interpretación autén'
tica de la ley?) enajenan al hombre' Por una parte,'le
impiden asumir la responsabilidad de su propia vida
mórd: se limita a cumplir, como el empleado que marca
el reloj en la oficina, pero no toma decisión alguna, y eso
equivale a renunciar a ser hombre. Por otra parte, pierde
de üsta la intención más honda y humana de la ley. Y
curiosamente, llega a negar y rcchzzar esa intención en

a
el cumplimiento de la minucia legal. "Dan el diezmo de
la menia y el comino, pero olvidan las cosas más básicas
de la Iey", dice Jesús (Mat. 23:23).
El aspecto recién mencionado del legalismo conduce a
un mal más profundo. IJna vez que la demanda de Dios
ha sido despersonalizada en leyes y éstas multiplicadas en
prescripciones minuciosas) ocurren dos cosas muy graves
con las acciones del hombre. Por una parte, quedan sepa-
radas del que las realiza: no lo expresan, no responden a
su intención, a su voluntad responsable, no son una pro'
yección de su persona; son actos exteriores a é1, prescriptos
desde afuera, especie de objetos que acumula sin ningún
diseño propio. Su vida moral es como metal derretido
vaciado en moldes para construir piezas cuya forma, pro-
pósito y uso nada tienen que ver con é1. En la forma
extrema de esta enajenación de la conducta se halla la
aberración condenada en los juicios de Nüremberg a los
criminales de guerra: "Yo no soy responsable, sólo cum-
plía órdenes."
Por otra parte, el legalista puede pretender que, al
cumplir escrupulosamente las minucias legales, ha alc-an'
zado una conáuch adecuada, intachable, que se justifica
a sí misma. Se reserva para sí el centro de su ser y pry-
senta ante Dios y ante su prójimo una simple hoja de
deberes cumplidoi. En realidad, Dios y el prójimo sólo -le
interesan como testigos de su rectitud legal y como dis-
pensadores de las recompensas que esa rectitud merece.
bl ob;.to de su acción es él mismo' Por eso, el fariseo de
la parábola de Jesús "oraba consigo mismo", simplemente
tomando a Dios por testigo ("Tú sabes.'.") de una
conducta intachable de la que ya está seguro' Lo más
grave ha ocurrido: la ley ha quedado al servicio de una
vida vivida "en la carne]', es decir, en el ensimismamiento
y la incomunicación, a espaldas de Dios y del prójimo.
Y el hombre se halla satisfecho en ella. Esto es lo que
Pablo combate como la falsa seguridad o la vanagloria.
Aquí el propósito bienhechor de la ley ha sido totalmente
deivirtuado: ni prepara la madurez, ni abre al hombre a
Dios y al prójimo, ni lo inquieta en su pecado. Por el
4i
Contrario, se ha transformado en la fortaleza dentro de la
cual el hombre se protege de Dios y del prójimo y pro-
longa su falsa existencia. A tal punto llega, que cuando
es Confrontado por el mensaje de Jesucristo que lo llama
a la verdadera vida, se atrinchera más en su fortaleza
(falsa seguridad, la ilusión de que se justifica por lo que
hace) y así "se pierde", sigue el camino de su total des-
integración y deicomposición como hombre. Esta es la
verdadera maldición. ¿Cómo librar de ella al hombre?
Los reformadores protestantes del siglo XVI retomaron
la lucha paulina en su combate contra el sistema jerár-
quico-saciamental del Catolicismo de su época, que diluía
la relación con Dios y con el prójimo en una serie de
obligaciones religiosas o prestaciones eclesiásticas que per'
mitán al hombre "justificarse" ", y de por sí, sin un
encuentro real con Dios y con los demás. Pero es más
importante para nuestra reflexión actual darnos cuenta
haita qué punto las acusaciones de Jesús y de Pablo a "los
qrr" en la ley" se asemejan a las que, desde dis-
tintos"otfíá.,
ángulos, se dirigen hoy a los cristianos en general.
EI hombre de nuestro siglo ve en la religión un sistema de
creencias y prácticas que le permiten al devoto desenten'
derse de ioi verdaderos problemas de su prójimo para
concentrarseen..§uscosas,,.Conraz6nosineIla
ramente sin razón para nosotros- ve en Dios una ley
más, una fabricación humana que interponemos entre
nosotros y los demás hombres. Pretendemos que nos
hemos "justificado" porque "cumplimos" con ese dios que
nos hemos hecho; nuestra religión es Ia fortaleza en que
nos refugiamos para protegernos de los riesgos del amor,
11
de la veidadera- ideniificación con los demás hombres.
Nuestra conducta de cristianos se muestra a menudo
ridícula, pequeña y sin alma. "Y ustedes, ¿qué prohí-
ben?" ie-preg"untaron al pastor de una denominación
evangélica que se proPonía iniciar un trabajo de evange-
lizaclón ,.rt t páqréfu población de provincias donde
"n otros grupos evangélicos. Esa era la caracte-
ya existían
iística que más habia ltamado la atención: un evangélico
era alguien sometido a una tabla de prohibiciones.

44
No se trata, sin embargo, principalmente de esta enfer-
medad, que bastante gravetnente nos aqueja. Ni se trata
tampoco que ya es bastante grave- de la autosufi-
ciencia, la-lo
postura de superioridad y juicio que a menudo,
tras una falsa humildad, adoptamos los cristianos. Es que,
en realidad, dominados por el sistema de prescripciones
e interpretaciones que nos hemos dado, somos incapaces
de ver las cosas como son. Particularmente, sólo percibi-
mos al hombre en términos de un esquema. Lo desinte-
gralnos en una serie de "condiciones"rpara controlar si las
cumple o no; ¿cree esto?, ¿hace aquello?, ¿acepta lo de
rr.ás allá? Así Io que hay de más profundo y real en el
hombre, sus esperanzas y sus angustias, su verdadero des-
valimiento y su verdadero proyecto humano, nos escapa
enteramente cuando no encaja en los moldes preestable-
cidos. Y por lo tanto somos incapaces de percibir con-
cretamente la problemática actual, pues persistimos en
reducirla a nuestras categorías. De allí el incurable conser-
vadorismo de muchos cristianos, su reacción negativa
ante lo nuevo, su rigidez y su inhumanidad.
No se trata en este punto de aceptar o de rechazar, ni
siquiera de profundizar el análisis de estas críticas. En su
oportunidad tendremos que mirar más de cerca algunos
de sus aspectos. Sólo deseo ahora llamar la atención a la
similitud entre cómo "nos ven los demás" a los cristianos
y cómo se describe en el Nuevo Testamento "la vida en
la carne". Esta aparente coincidencia nos obliga a tornar
en serio, como dirigida a nosotros, la grave pregunta de
Pablo a los gálatas (3:4) "¿Comenzaron ustedes en el
Espíritu para pretender ahora alcanzar la perfección me-
diante la carne?"

El aerdadero hombre

"Pero ahora llegó el tiempo de la fe", dice Pablo a los


ta infancia ha pasado, la maldición es eliminada;
gálatas.
una nueva realidad se ha hecho presente, "la fe en
Cristo". Nuestra familiaridad con la terminología cristia'
na y nuestra cautividad a ciertas interpretaciones de ésta
pueden fácilmente hacernos perder el sentido más pro'
fundo y dinámico de Ia afirmación paulina. Para Pablo,
en efecto, "la fe", según utiliza el término en éste y otros
pasajes, no es principalmente una actitud nueva proPuesta
a los hombres, ni un nuevo juego de creencias y menos
aíln, por supuesto, una nueva serie de instrucciones y
observancias religiosas. La fe es una nueva realidad que
ha hecho irrupción en nuestro mundo, una nueva situa-
ción en la que hemos sido colocados, un nuevo poder que
se deja ver en su actuación, una nueva forma de existen'
cia que nos es hecha accesible.
Hay en el Nuevo Testamento muy poca especulación
acerca de esta nueva realidad. 1¿ No es una teoría o un
sistema de pensamiento que se ofrece a la consideración
y al análisis. Esto viene posteriormente. Es una realidad,
y como tal, se trata de señalar su presencia por una parte
y de reconocerla y adecuarse a ella por otra. Para señalar
iu presencia, el Ñuevo Testamento utiliza una serie de
analogías o símiles, que nos permiten identificar esa rea-
lidad: es "una nueva creación", "una resurrección", "un
nuevo nacimiento", Ia "adopción" (una nueva relación
con Dios). Veamos rápidamente algunas características
de esta realidad.
1) La nueva vida que supera la infancia de la ley y el
ensimismamiento de la carne no consiste en algún otro
principio o práctica religiosos que el hombre podría ado-p-
tar; é, reáüdad, no es una posibilidad al alcance del
hombre, una forma de vivir que alguien haya descubierto
o cultivado. Sólo está presente "en el poder del Espíritu",
es decir como algo que es dadq que Dios ha creado'
Como en el nacimiento, como en una resurrección, como
en una adopción, como en la creación, lo nuevo no es la
mera continuación o perfección de lo existente: interviene
un acto independiente, soberano, imposible para el que lo
recibe. De este carácter de la nueva vida sólo podemos
hablar en imágenes, diciendo que "viene de lo alto", que

46
t'dado".
"irrumpe" o "invade" nuestro mundo, que nos es
Es importante recordar que son imágenes, porque la
nueva vida no es una cora que sea trasmitida, dada o
ubicada en determinado lugar. Tampoco significa que el
hombre acceda a esta nueva .forma de existencia de ma-
nera pasiva; por el contrario, es invitado a una respuesta
activa que lo envuelve enteramente. Lo importante es
recordar que estas imágenes, con todas sus limitaciones,
señalan algo fundamental: la fe no es un nuevo recurso
"de la carne", un nuevo esfuerzo, tal vez el más extraordi-
nario, de nuestra existencia ensimismada: es un acto de
Dios.
2) En este actq de Dios, sin embargo, participa y es
transformada toda la realidad, no como mero objeto, sino
al ser activamente incorporada en una nueva relación,
en una situación nueva. El Nuevo Testamento hace esta
afirmación, en primer lugar, en relación con la existencia
humana. En este sentido, la fe es un cambio total de
orientación, de dirección, como lo señala la palabra "con'
versión", que no representa un mero cambio interior, la
aceptación de una nueva religión, sino una re-orientación
total. El Nuevo Testamento se refiere a ella como "una
transformación del entendimiento", es decir, de la com'
prensión, de los criterios de juicio, de la ruzón por la cual
nos ubicamos con respecto a nosotros mismos y al mundo.
El cambio toca, pues, el centro de nuestra autodetermi-
nación, que ahora se identifica con "la voluntad generosa,
completa y positiva de Dios" (Rom. l2:l-2). Pero tam'
bién se emplea toda una serie de términos e imágenes:
"un nuevo camino", t'una nueva conversación", que seña-
lan el ámbito de la acción y de las relaciones como radi-
calmente transformados en la existencia de la fe. La vida,
la enfermedad, el sexo, la riqueza, el trabajo, la vocación,
la familia, todo es abarcado y reubicado en esta nueva
esfera, no sólo subjetivamente *porque lo pienso y lo

porque entran en el campo dinámico de la soberanía de


Cristo.

41
3) Pero la novedad no se refiere al hombre como indi'
viduo aislado, ni siquiera a la humanidad separada del
resto del universo, sino a la totalidad de lo creado. Este
hecho, cuyas consecuencias tendremos que valorar más
adelante, es de la rnayú importancia. Vimos ya (PáC.
36) que a "la caffte" como forma falsa de existencia hu-
mana corresponde "este siglo" como totalidad de mundo
e historia arrancados de su sentido original. Igualmente
(Rom.8:18-25), la vida en la fe se ubica en un nuevo
proyecto total, la nueva creación, que arranca a todo lo
creado de su vaciedad, de su esclavitud, y lo pone en
armonía con la nueva vida humana, la de los hijos de
Dios. Pablo lo enuncia en forma general en el pasaje indi-
cado. Lo ilustra, además, en relación con ciertas estruc-
turas particulares de la vida histórica: las relaciones
humanas (padres e hijos, amos y siervos, hombre y mu-
jer)r la relación del hombre nuevo con las cosas (1 Cor.
7:29-31; Rom. 14:6-9) y más que nos sea difícil
entenderlo e interpretarlo- -por
la relación del hombre con
las fuerzas que regulan el cosmos (Efesios 3:9-11; Fil.
2:5-ll, etc.). Todas estas relaciones han cambiado de
signo; corresponden ahora a la libertad del hijo de Dios,
al libre ejercicio de su nueva humanidad. Así se restituye
aquí no sólo la imagen original del hombre (el ser que
Dios creó) sino también la figura original del mundo
creación que Dios hizo.la
-la
4) "La fe" significa a la vez un acto humano de reco-
nocimiento y de apertura a esa nueva realidad. Como tal,
es el único acceso posible a la humanidad re-creada, ala
nueva criatura. Esta, en efecto, como-se destaca en 1 Cor.
1:18 ss., no es del orden de cosas que pueda probarse ra-
cionalmente ("sabiduría") o comprobarse visiblemente *
("señales") sino que ha de ser creído; es decir, que se ha
de prestar coniiarua ("f"").al anuncio ("la palabra") de
esa nueva realidad.
En términos de los temas que estamos tratando, es im- I

portante recordar tres cosas con respecto a la fe. En


primer lugar, que no es un acto individual aislado: la fe

48
fl es la forma común de vida de un grupo de hornbres, de
una comunión o comunídad. (koindnia en el original),
que abarca todos los aspectos de la vida (véase Hechos
2t42-47). Ingresar por la f.e ala nueva humanidad que
nos es dada es incorporarse a esa comunidad, venir a ser
"un cuerpot', al que osadamente el Nuevo Testamerrto
llama "el cue{po de Cristo".
En segundo lugar, la fe es un acontecimiento que no
puede describirse total y aisladamente como un acto de
Dios, del cual el hombre sería solamente receptor u ob-
j9to, o corno un acto humanq dirigido a Dios como objeto
del mismo. Supera esa distinción porqué es un acto
común, un acto de relación. En realidad, incluso en la
experiencia humana conocemos algo de esa clase de acon-
tecimientos. En la relación entre un líder y sus seguidores
o en el amor entre un hombre y una mujer, o en la amis-
tad, no podemos decir que uno sea activo y el otro pasivo
sino que la relación se forma en un acto que cada uno de
los participantes reconoce como propio, eipontáneo, libre,
gozoso y a la vez como un don, inmerecidq gratuito. por
eso es tan difícil explicar a quienes no comparten esa
relación "por qué" y "cómo" se ha entrado en ella. y sin
embargo, son precisamente esas relaciones las que más
profundamente constituyen nuestra vida. En un sentido
único, es a este orden de hechos que pertenece la fe.
Finalmente, y precisamente a causa de ese carácter de
relación comunitaria, interpersonal, la fe quiebra el orden
de la ley. Cuando, en Ia comunidad de los creyentes, el
hombre llega a decir a Dios "mi padre" {Abba), se ha
constituido una realidad superior a la ley, independiente
de ella, un acceso directo a Dios, no condicionado por
demandas generales e impersonales. En el mismo acto, la
incorporación a la humanidad de la fe establece una
relación con el prójimo directa e inmediata her-
¡¡¿¡e"- en la que su presencia no tiene que-('mi imponér-
seme por alguna exigencia formal. Por eso la fe es "el fin
de la ley" como forma de encuentro con Dios y con los
hombres.

49
¿Quién es el hombre nueao?

Hemos estado hablando de la nueva creación, Ia nueva


humanidad, el hombre resucitado y renacido, el hombre
nuevo. Inevitablemente, en especial porque partimos de
la pregunta ¿qué hacer?, no podemos dejar de interro-
garnos: ¿quién es ese hombre nuevo? ¿Dónde se halla?
¿Cómo verlo actuar concretamente? La respuesta a esta
pregunta es uno de los problemas más difíciles del pensa-
miento cristiano. En cierto modo, será nuestro tema en
todo lo que resta de esta obra, Pero es necesario hacer ya
ahora algunas observaciones.
El Nuevo Testamento nos da, en forma unánime y ca-
tegórica, una primera y fundamental respuesta a la'pre-
gunta que acabamos de hacernos: el hombre nuevo
es Jesucristo. Sea que se lo señale como "el que'había de
venit'', "el Hijo de Dios", "el Hijo de David", "el primo-
génito de la creación", "el 'nuevo' o el 'segundo' Adán",
o de muchas otras maneras, la referencia es la misma:
aquí está el hombre que Dios ha dado a los hombres, la
verdadera humanidad, la imagen de Dios, el hombre que
Dios creó. Como lo dijo una vez lJnamuno:

Tú eres el Hombre, la Razón, la Norma,


tu cruz es nuestra vara, la medida
del dolor que sublima, y es la escuadra
de nuestra derechura...

Difícilmente se podría exagerar la importancia de esta


afirmación bíblica. Lo que está aquí en juego es el centro
mismo del Evangelio. Dios no ha "exigido" de la huma-
nidad que llegara a ser auténtica, que se renovara: tal
cosa habría sido una nueva ley y nos hubiera envuelto
aún más en el círculo del ensimismamiento. Dios "nos
da" la verdadera humanidad, el hombre nuevo. Sobre
este eje gira toda la ética evangélica: la vida nueva, la
vida buena, la vida auténtica no es una demanda; es un
don. Jesucristo es el hombre nuevo. Este es el punto de

50
partida. Pero el Nuevo Testamento tampoco vacila en
aplicar a los cristianos, y en alguna medida a toda la
humanidad, en relación con Jesucristo, estas calificaciones
de resucitado, nueva criatura, hijos de Dios y otras seme-
jantes. Es indispensable, por Io tanto, que pensemos en el
nuevo hombre que es Jesucristo en relación con hosotros
y con.todos los hombres.
I ) Jesucristo es el nuevo hombre como nuestro modelo.
Ya tendremos ocasión de volver sobre la idea de la imi-
tación de Jesucristo. Pero recordaremos ya que la afirma-
ción de Jesucristo como "tipo", "modelo", "patrón" de
verdadera humanidad es común a todo el Nuevo Testa-
mento. Jesús mismo invita frecuentemente a "hacer como
El", a "ser como El", a seguirlo. Además, cuando recor-
damos que el Antiguo Testamento describe la voluntad
de Dios para la vida del hombre su ley- como
un "camino" que el hombre y el-incluso
pueblo de Dios deben
"andat'', nos daremos cuenta de la importancia del hecho
que los evangelistas narren toda la vida de Jesús como
un camino camino hacia la cruz y la resurrección.
Y el cuarto-el evangelio recuerda la expresión del propio
Jesús: "Yo soy el camino". En El se ha hecho concreta
y visible la voluntad de Dios. Pablo invita a los cristianos
de Filipos a tener "el sentir que hubo en Cristo". Colo-
senses y Efesios presentan a Jesucristo como el "arque-
tipo", el original de toda la humanidad, y Hebreos como
el modelo de la fe, la obediencia y la paciencia. Cada
vez que el Nuevo Testamento confronta una situación
que demanda una respuesta difícil, total, crítica, costosa,
vuelve los ojos y Ia halla en Jesucristo. Particularmente,
y a través de todas las circunstancias, la halla en lo filia-
lidad obediente, la coincidencia voluntaria, gozosa del
Hijo con la voluntad del Padre, aún precisamente-
cuando ésta significa la humillación, -yel sufrimiento y la
muerte.
2) Modelo no significa simplemente un cuadro que
hemos de contemplar e imitar, algo exterior a nosotros.
Con referencia a Jesucristq significa alguien en quien

5l
--_--tr;

podemos miratnos tal como hemos sido creados, como


bios nos quiere, como El ha prometido y ofrecido hacer-
nos. Jesucristo es el retrato de nuestro origen y-de-nuestro
futuio. En "la fe", es decir, en la gozosa y confiada aper-
tura a lo que Él es, nos identificamos con ese retrato,
somos "en EI". Es en este sentido que debemos hablar de
la nueva humanidad de Jesús como representativa y no
solamente ejemplar. El término tiene varias acepciones:
mi representante es aquél a quien le confío gestiones que,
por incapacidad, por inhabilidad o por inmadu¡s2 sl
-sn
caso de menores- yo no puedo real\zar. El Nuevo Testa-
mento conoce, por cierto, este oficio de Jesucristo: hay
una presencia libre y espontánea delante de Dios que
corresponde al hombre; hay un dominio confiado y seguro
de la naturaleza que es parte de la misión del hombre
desde su creación; hay una total apertura al prójimo y
comunicación con él que es esencial a lo humano. Estas
son las cosas que yo no puedo ejemplificar: mi huma-
nidad quebradá y ensimismada no está a la altura de todo
esto. Nuestio representante lo hace por nosotros, en lugar
d¿ nosotros. En sus milagros, en sus curaciones de mise-
ricorclia, en su enseñanza, en su fidelidad inquebrantable
a los pobres y despreciados, sobre todo en su entrega en
la criz y en su triunfo sobre la muerte, hace lo que- ¡l
verdadeio hombre debe hacer hace en representación
-lo y abogado. Represen-
de los hombres, como su defensor
taclos por lil, "estamos cumplidos", hemos hecho lo que
hay q"e hacer. Veremos que esto tiene una i¡nportancia
decisiva para \a ética.
3) Pero la representación no es tampoco externa o
arbitraria. .|esús ocupa nuestro lugar, hace por nosotros
lo que ,rot óo.."tponde hacer a los hombres a fin de que
nosotros lleguemos a hacerlo a nuestra vez' Su repre§en-
tación no nos elimina sino que preanuncia y prepara
nuestra propia humanidad nueva. En un sentido también
la figurá del lider nos ayuda a comprenderlo' El seguidor
siente que la acción que su lid'et tealiza es suya propia,
que lo incorpora a é1. Y a su vez lo invita y le hace posi'

52
ble sumarse, participar en lo que él hace, atreverse a
hacer "con é1" y "por é1" lo que por sí mismo jamás se
habría atrevido a hacer. Forma con él un cuerpo, en el
que es movido a una acción que es suya propia, pero no
aisladamente. O podríamos pensar en la indicación peda-
gógica con respecto a la educación de niños retrasados o
problematizados: es necesario que se hallen en un medio
en que sean aceptados tal como son y que a la vez les
exija constantemente más de lo que son. Aceptados, des-
aparece la ansiedad y el tbmor; exigidos por aquéllos con
quienes se sienten "en sl", se identifican con la exigencia,
la aceptan como una descripción de ellos mismos y la van
asumiendo en su conducta. O podríamos contemplar el
proceso por el que un niñito, ubicado en un hogar que
no es el suyo con otros niños de su edad, va "mimética-
mente" sumándose a la modalidad familiar, interiorizando
la vida de ese hogar, hasta ser realmente, espiritual y no
sólo legalmente, "hijo" y "hermano".
Todas estas imágenes y comparaciones nos ayudan a
entender la naturaleza de nuestra relación común (en la
comunidad de fe) con nuestro "modelo" y "representan-
te", una relación de incorporación activa a lo que él es,
a su humanidad nueva y auténtica. Fallan las compara-
ciones en cuanto sugiere una especie de "paternalismo"
divino: Jesús no es, en efecto, alguien ajeno a nosotros
es nuestro hermano y siervo; su genealogía está en-
-él
tretejidá con la nuestra. Ninguna comparación podría
servirnos porque todas son creadas a partir de nuestra
situación aislada y falseada y no pueden por ello hacer
justicia alarelaciín única y original que nos une a Jesu-
cristo. El Nuevo Testamento Io indica cuando nos enseña
que el Espíritu Santo, Dios obrando personalmente en y
desde lo más íntimo de nuestra propia persona, en la
comunión de la iglesia, es el que nos va "conformando"
a Jesucristo --modelándonos según su manera de ser-,
reproduciendo en nosotros la índole de üda, la actitud
determinante, el "sentir" que hubo en Jesús. En ese pro-
ceso aparece nuestra verdadera humanidad, nuestra vida
resucitada, el hombre nuevo en nosotros. 14
4) Pero ¿soy yo ése de quien hemos estado hablando?
Cualquier cristiano que, con mediana sinceridad, juzgue
su conducta diaria o se contemple en sus motivaciones y
pensamientos, hallará que esta descripción de "el hombre
nuevo" difícilmente se le aplica. Uno de los cristianos más
auténticos y a la vez más profundos que hayan vivido en
nuestra época, el alemán Dietrich Bonhoeffer, asesinado
por su oposición a Hitler, escribe en la cárcel las líneas
siguientes:

¿Quién soy? A menudo me dicen


que salí del confinamiento de mi celda
tranquilo, alegre, firmemente,
como un señor de su mansión de campo.
¿Quién soy? A menudo me dicen
que solía hablar a mis guardianes
confiada, libre y claramente,
como si yo diese las órdenes.
¿Quién soy? También me dicen
que sobrellevé los días de infortunio
orgullosa, amablemente, sonriendo,
como quien está habituado a triunfar.

¿Soy en verdad todo Io que Ios demás dicen de mí?


¿O soy sólo lo que yo sé de mí mismo?
Inquieto, y ansioso, y enfermo, como un ave enjaulada,
pugnando por resplrar, como si me ahogase,
sediento de colores, flores, voces de pájaros,
hambriento de palabras bondadosas, de amabilidad,
con la expectación de grandes hechos,
temblando impotente por la suerte de amigos distantes,
cansado y vacío de orar, de pensar, de hacer,
exhausto y dispuesto a decir adiós a todo.

¿Quién soy? ¿éste o el otro?


¿uno ahora y otro después?
¿o ambos a la vez? ¿hipócrita ante los demás
y ante mi mismo un débil acabado?
¿o hay dentro de mi algo como un ejército derrotado
que huye en desorden de la victoria ya lograda?

¿Quién soy? Se burlan de mí estas solitarias preguntas mías;


seaquien fuere, Tú Io sabes, oh Dios, ¡soy tuyo!

Las pretensiones de haber superado esta angustiosa

54
tensión han conducido siempre a lamentables consecuen-
cias para el propio cristiano y para su testimonio. Según
la Biblia, el mayor peligro que ¿unenaza al creyente es,
precisamente, pensar que es "propia" la justicia y la san-
tidad que sólo tiene "en Cristo". La historia de la iglesia
seguramente nuestra propia experiencia- muestra a
-y
las claras lo que ocurre cuando una persona o un grupo
pretende que ha llegado a ser, eÍr su propia conducta,
hombre nuevq espiritual, perfeccionado o santificado.
"Puede ser que lo fuera", comentaba un excelente cris-
tiano de una tal persona, pariente suyq "pero era muy
difícil vivir con ella." Es lo que se trasuntaba en la ora-
ción de una niñita: "Señor, haz que los malos se hagan
buenos, y que los buenos se hagan simpáticos."
La ngidez, la f.alta de misericordia, la inhumanidad de
los pretendidos "espirituales" es un tema constante de la
novela y el cine que se ocupan del hombre religioso, y
una impresión bastante generalizada entre la gente acerca
de los cristianos: gente tal vez muy buena, pero a la que
es difícil soportar. Se trata, precisamente, de la reproduc-
ción en los cristianos de lo que Jesús combatió en la
piedad legal del judaísmo fariseo de su día. Con las
necesariaS modificaciones, es la misma inhumanidad que
hallamos en el idealista o en el revolucionario que han
identificado "su justicia" con la de "su causa" y ráchman
para sí la perfección, la infalibilidad, el respeto y la honra
que su convicción- su causa merece.
-en
¿Soy yo ese hombre nuevo de quien hemos estado
hablando? El Nuevo Testamento respondq en primer
lugar: "Sí, en fe, en esperanza". Yo puedo identificarme
con ese hombre nuevo en la seguridad de que el poder
del Espíritu Santo que obra en mí ha de concluir lo que
empezó (fil. 1:5-12) "hasta el día de Jesucristo". Por
consiguientq debo decir también, con el Nuevo Testa-
mento, "soy ese hombre nuevo en conflicto, en lucha, en
constante agonia|'. Eso es lo que Pablo describe con res-
pecto a sí mismo en el famoso capítulo 7 de Romanos:
"Hay una ley en mis miembros que batalla contra la ley
de mi ebpíritu" humanidad deformada aersus el
-mi
55
nuevo orden de vida que me es dado en'Cristo- "y me
hace prisionero del orden del pecado y de la muerte."
Para exclamar luego: "Desgraciado de mí, ¿quién me
librará de este cue{po muerto que llevo conmigo?"
vida que 'ya ha concluido', la vida del esclavo, de
-una
la ley, de mi voluntad ensimismada, pero que me sigue
pesando, mezclándose en todo lo que pienso, lo que hago,
lo que soy. La exclamación se desliza de inmediato:
"¡Gracias a Dios que nos da la victoria por Jesucristo!"
Nos equivocaríamos profundamente si consideráramos
este conflicto como una anécdota que ocurre "t)na vez";
lo que se describe de esta manera es el camino diario del
cristiano. Eso no quita que algún momento, algún episo-
dio de la lucha, haya sido para algunos especialmente
significativo, ejemplar, decisivo y que vuelvan a él en su
memoria para tomar confianza en la lucha cotidiana.
Pero arriesga gravemente su fe y su vida cristiana quien
haga reposar su seguridad en un episodio tal. Corre, en
efecto, el peligro de creerse definitivamente vencedor
cuando en realidad ha sido derrotado.
Pablo señala el bautismo como el "modelo" en el cual
podemos contemplar y el "sello" con el cual podemos
ion{irmar este conflicto siempre renovado pero siempre
victorioso en Cristo que es el camino del hombre nuevo.
En el bautismo "morimos" a la forma ensimismada de
existencia (el hombre viejo) y somos resucitados a la exis-
tencia del hombre libre en Cristo. El bautismo es especial-
mente significativo porque nos introduce en la esfera de
Cristo, en esa nueva realidad concreta que fue El mismo
(es "su bautismo"). Pero a la vez es algo que nos ocurre
a nosotros, que tiene un lugar definido en nuestra vida.
Y finalmente, es significativo porque debemos volver
repetidamente a,El nuestra vida es eso: que nues-
tra existencia falsa-toda
sea constantemente enterrada y ser
constantemente asumidos en la vida del hombre nuevo.
Por eso decía Lutero que la vida del cristiano es un cons-
tante arrepentimiento. Y Pablo llarna a los cristianos a
"hacer morir" constantemente la vieja forma de vivir y
"vestirse" constantemente de "el hombre nuevo". El len-

5t
guaJe mrsmo nos muestra otra vez que ésta es la índole
de acontecimiento a la vez más profundamente nuestro
por lo tanto somos invitados, exhortados, incitados,
-I
ordenados a hacerlo-- y más profundamente divino y
por lo tanto r" rros pro*áte, se n-os ofrece, se nos asegura.
Así es, en definitiva, cómo transcurre Ia vida cristiana.
Nuevamente, la figura de un camino, de andar, que
retorna constantemente en la Biblia, es la que mejor des-
cribe nuestra situación. IJn camino de la vida viája a la
nueva, del ensimismamiento ¿l amor, de la esclavitud a
la adopción como hijos, de la infancia a la madurez, del
hor.nbre viejo al hombre nuevo. IJn camino interioi de
constante reconversión, pero también un camino visible,
activo en la conducta que pugna por conformarse al sen-
tir de Jesucristo. Y un camino hacia el día día de
la manifestación final de Jesucristo- '(g¡ que -el seremos
como Él porque lo veremos tal cual Él es,,.
La pregunta ¿qué hacer? nos conduce, por lo tanto,
inevitablemente a la otra, más profunda, ¿quién soy?,
que hemos tratado de responder en términos del mensaje
bíblico. A su vez, ahora, tenemos que volver a hacernos
la pregunta ¿qué clase de acción corresponde a este hom-
bre nuevo? ¿Cómo se define y se caracteriza concrela-
mente su conducta? ¿qué hacer en Cristo?
CAPITULO 3

AMA Y HAZ LO QUE QUIERAS

El anuncio de un hombre nuevo, o'la nueva criatura en


Cristo", es la primera y fundamental respuesta de la fe
cristiana al problema ético. Pero no es toda la respuesta.
Ya lo deja ver la pregunta que confrontábamos al final
del capítulo anterioq ¿dónde está ese nuevo hombre?
Pregunta a la que debíamos responder que, en lo que hace
a nuestra existencia actual, el' "nuevo hombie" es sólo
parcial e imperfectamente visible. El problema no radica
solamente en las inconsecuencias que el mundo señala
diariamente en la conducta de los cristianos hay
-no no
crimen o falla, pequeño o grande, que los cristianos
hayan cometido. Se trata, sobre todo en lo que se refiere
a nuestro tema, de la aparente imposibilidad de los cris-
tianos de coincidir en lo que concretamente significa la
conducta de ese hombre nuevo en las mil decisiones con
las que la vida los confronta.
Hubo cristianos nazis y antinazis; los hay socialistas y
capitalistas; unos rechazan y otros aceptan el divorcio;
estos renuncian a todo uso de la fuerza, aquellos creen
que es necesaria; unos se sienten convocados por su fe a
la participación activa en la sociedad, otros rehúsan en
nombre de la misma fe toda relación prescindible más

59
allá del límite de la comunidad cristiana. El comporta-
miento del "hombre nuevo" no parece, por lo tanto, sufi-
cientemente determinado.
Pero basta que un cristiano mire honestamente dentro
de sí mismo para que perciba, en sus propias dudas y
vacilaciones, marchas y contramarchas, decisiones que
luego reconoce como equivocadas y otras que no se atreve
a tomar, su necesidad de una dirección ética concreta. No
hay pastor o sacerdote que no haya sido repetidamente
confrontado con la pregunta de un creyente perplejol
¿ qué debo hacer? Y difícilmente haya alguno que no se
haya sentido él mismo perplejo ante muchas de esas pre-
guntas. En la larga y ardua rnarcha del cristiano hacia la
nueva vida, no puede prescindirse de una orientación
para las decisiones concretas, alguna suerte de "ley" que
nos guíe.
Es significativo que el propio Pablo, que rechaza vigo-
rosamente todo legalismo, que llega a hablar de "la mal-
dición de laley", se plantea la pregunta "Entonces, ¿por
medio de la fe anulamos la ley?", y responde enfática-
mente: "¡Ni pensarlol Por el contrario, la confirmamos"
(Rom. 3:31). En la epístola a los Corintios (1 Cor. 9:
20-21) lo explica en términos más personales. Él no está,,
afirrna, sujeto a la ley como camino de salvación. ¿Signi-
fica eso que vive "fuera de la ley", en forma desordenada
e irresponsable? De ninguna manera, responde, Pues está
sometido a "la ley de Cristo". La expresión puede resul-
tar curiosa. Pablo Ia utiliza en otra ocasión, precisamente
en la epístola a los Gálatas, donde con más vehemencia
combate la salvación por la ley. El cristiano es libre. Nada
ni nadie debe privarle de esa libertad. Pero de inmediato
ha de preguntarse, ¿para qué la libertad? Y Pablo res-
ponde inequívocamente: no han sido liberados simple-
mente para hacer lo que pueda placer al egoísmo irres-
ponsable e individualista de cada uno ("la carne") sino
"para colocarse unos al servicio de los otros en amor".
Este, el ejercicio libre del amor servicial, es el contenido
verdadero de la ley de Dios. Y esto, realizado en las cir-

60
cunstancias concretas de la vida de la comunidad cris-
tiana, es "la ley de Cristo".
Esta concentración de todo el significado positivo de la
ley en el mandamiento del amor corre a través de todo el
Nuevo Testamento. Volveremos sobre ello más adelante.
Pero es bueno desde ya recordar la precisa formulación
paulina: "El amor es el cumplimiento de la ley" (Rom.
13:8). El resumen de la ley dada a Israel, la vida y la
enseñanza de fesús, el llamado a la imitación del Señor,
la ley de Cristo, Ia perfecta ley de libertad o la vida en el
Espíritu, coinciden y convergen en este foco: el amor.
Esta es Ia ley que guía la marcha del cristiano. El hombre
nuevo es el hombre que arna, el que ha sido libertado
para una existencia creadora al servicio de los demás. No
es arbitrario ni descabellado el modo en que Agustín re-
sume el mandamiento de Cristo: "Ama y haz lo que
quieras."
Erich Fromm, uno de los psicólogos que más profunda-
mente ha analizado en los últimos años la formación de
la personalidad, corrobora desde su ángulo de observación
esta primacía del amor su fundamento y desa-
-aunqueLos tipos de caracteres
rrollo difieran de los cristianos.
se distinguen para él en "improductivos" y "productivos".
La segunda orientación, en la que, según el autor, el
hombre se realiza plenamente, "la meta del desarrollo
humano", consiste en "la capacidad del hombre para em-
plear sus fuerzas y rcalizar sus potencialidades congéni-
tas", es decir, ser plenamente él mismo en Ia totalidad de
su ser y experiencia. Lo significativo es que, al procurar
precisar la dirección de una auténtica productividad, lo
hace empleando la noción de "amor productivo". Este
viene a ser, por lo tanto, el modo de existencia del hom-
bre verdadero. La ética humanística de Fromm asume,
desde su perspectiva, el proyecto de existencia humana
de la ética cristiana. ls
El mismo autor llama simultáneamente la atención al
uso "ambiguo y desconcertante" al que se somete Ia pa-
labra "amor". El adjetivo "productivo" con el que la
califica procura disipar algo de esta ambigüedad. Pero

6l
más allá de una cuestión de términos, se hace necesario
*y Fromm lo intenta- un análisis del significado y
ejercicio del amor para dar la dimensión distintiva del
mismo y evitar la confusión con cualquier forma de sen-
timentalismo, simpatía natural o regla filantrópica gene-
ral que se auto-titule o'amoC'. Parala ética cristiana, pre-
cisamente porque concede al amor una prioridad tan
absoluta, resulta tanto más necesario esforzarse por pre-
cisar su contenido. ¿Qué significa amar "en Cristo"?

Los paradigmas d,el amor

No es exaCto, como a veces se afirma, que el Antiguo


Testamento desconozca o relegue el amor en su concep-
ción de Dios o del hombre. Es cierto que el mandamiento
del amor al prójimo se limita mayormente a la comu-
nidad de Israel. Pero destaca principalmente en ella a
los pobres, los débiles, los huérfanos, el extranjero que
habita en Israel, es decir, a quienes están más desprote-
gidos, incluso el enemigo en situación de necesidad. La ir
obediencia a la ley de Dios se verifica en la disposición I
a arr,ar concreta y eficazmente a aquéllos que nada pue-
den ofrecer en recompensa. Amor ef.icaz, pues si bien
nace en "el corazón" (para el hebreo centro de la perso-
nalidad y no sede del mero sentimiento), ha de expre-
sarse en hechos concretos. El amor es, pues, ya para el
Antiguo Testamento, una calidad de existencia personal,
intencional y activa, libre el sentido de no depender t,
-en destinada a la creación y
de la actitud de "el s1¡6"-,
i,

sostén de una comunión y solidaridad interpersonal y


i
fundado en el propio amor de Dios por su pueblo. 16 q
Ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento elaboran una tt
teoria aeerca del amor. Dios y los hombres actúan, y en
la trama de esa acción se nos señala la operación del
amor y del egoísmo, de la soberbia o de la devoción, del
bien y del mal. Particularmente, cuando el Nuevo Testa-
mento quiere señalar a la naciente familia cristiana la *
J'
h
t"
62

ü
calidad de la nueva vida, Ia vida en amor, a la que el
Evangelio abre las puertas, se utilizan una serie de indi-
caciones que llamaremos "paradigmas". Un paradigma
es un "caso ejemplar" (por ejemplo, de la conjugación de
un verbo), que nos enseña cómo resolver otros "casos",
no por simple imitación, ni por aplicación mecánica del
modelq sino porque el paradigma nos muestra la estruc-
tura, la forma de componerse, en un caso específico pero
ejemplar, de la misma realidad con la que nos encontra-
mos en otros casos. Así el Nuevo Testamento nos dice,
tomando algunos "paradigmas": esto es el amor y
vívelo en tu aida. -vé
1) El primero y fundamental paradigma es Jesucristo
mismo. En EI, el propio amor amor creador y re-
dentor de Dios- se hizo realidad -elconcreta y visible. An-
dar en amor y seguir a Jesucristo es, pues, la misma cosa.
El Evangelio y las epístolas de Juan lo destacan con par-
ticular énfasis. Jesús lava los pies de sus discípulos, y
luego explica: "Les he dado ejemplo, para que hagan lo
mismo que yo hice con ustedes." El Señor se ha hecho
servidor a fin de limpiar y purificar la vida de los hom-
bres. Es aquí donde comprendemos qué es el amor, Ia
total entrega de sí; "por eso nosotros también debemos
entregar nuestra vida por nuestros hermanos", concluye
el autor. Pablo invita repetidamente a los cristianos a
ser "imitadores de Cristo" (o imitadores de é1, como a su
vez él lo es de Cristo). Ante problemas bonyugales de
los creyentes, frente a críticas ejercidas contra el mismo
Pablo, en conflictos surgidos en las corigregaciones, para
estimular una ofrenda en favor de los pobres de Jerusa-
lén, el Apóstol vuelve una y otra vez a Ia invitación:
proceder como Cnsto.
¿Qué es lo que corresponde "imitar"? De muy diveras
maneras las circunstancias- Pablo retorna sobre
el mismo -según
tema: Cristo se humilló (se empobreció, se des-
pojó de lo que le pertenecía, se aüno al sufrimiento) para
compartir la condición humana humillada, a fin de abrir
a los hombres las puertas a una vida nueva. El descenso
del Hijo de Dios a la condición humana (la encarnación)

63
y su volunt¿ria entrega en la cruz son el paradigma que
se ofrece a la Iglesia. La epístola a los Hebreos destaca
asimismo la "paciencia" s¿!s¡, la insobomable y per-
-¿ aún a través del sufrimiento
sistente fidelidad a su misión
de Jesús como "arquetipo" del verdadero creyente.17
Este primer paradigma nos indica la dirección del
amor: el prójimo. El amor se define así, en primer lugar,
como la inquebrantable disposición a acudir al servicio
del "otro", sin preguntarse quién es ni si tiene culpa, sino
sólo considerando su necesidad. Para ser más precisos, no
se trata simplemente de ofrecer un seryicio o una ayuda,
sino de la entrega de uno mismo, de una total solidaridad
que no repara en el costo. Esa entrega, sin embargo, no
es una pesada carga, vna nueva obligación legal, sino una
ofrenda voluntaria y gozosa, nacida en un movimiento
libre e interior de la voluntad que conduce a tomar Ia
condición del otro como propia, a adentrarse en ella y
a buscar, con el otro, la salida al callejón sin salida en
que el ser amado se había internado. Amar es tomar la
forma de ser y de obrar que Jesucristo exhibió. La vida
del que ar,rra está" totalmente determinada por la necesidad
del prójimo.
2) "El amor", dice el Nuevo Testamento, "es el cum-
plimiento de la ley". La frase tiene dos consecuencias.
Po. una parte, noi dice que el propósito de Dios al dar
la ley es orientar a su pueblo en el ejercicio del cuidado,
respeto y servicio del prójimo. Pero por otra, nos señala
muy concretarnente los aspectos de la vida en los que
Dios reclama que se ejercite el amor. La ley es un mapa
para orientarnos en el ejercicio de esa entrega sin reservas
al prójimo que es el amor. Impide que esquivemos los
aspectos concretos y cotidianos de ese ejercicio. Tomemos,
por ejemplo, los mandamientos de la ley. A
quien se pregunte dónde debe -resumen
ejercitar el amor se le
señala muy precisamente: en la familia ("Honrarás a tu
padre. .."), en el matrimonio ("No cometerás adulte-
rio"), en el ordenamiento económico ("No hurtarás"),
en Ia relación personal y jurídica con la comunidad ("No

64
matarás", "No levantarás falso testimonio"). Y todo esto
está vinculado con el propio ordenamiento de la conducta
hacia Dios y su culto (la primera parte de los manda-
mientos). La abundante legislación que sigue hace muy
claro que no queda ningún aspecto de la üda humana
(personal, social, institucional, jurídico, económico, polí-
tico) que pueda excluirse de la demanda de la voluntad
de Dios. La ley nos señala el carácter total d,el ejercicio
del amor.
La ley nos dice, además, que ese amplio verbo "amar"
se hace visible en una serie de verbos concretos: honrar,
respetar, pagar, hacer justicia, proteger, restituir, liber-
tar, trabajar y descansar. Si bien ninguna de estas cosas
en sí misma garantiza que una acción sea verdadero amor,
un amor que pretendiera desvincularse de estas acciones
no sería el que la Biblia enseña. El amor es actit)o.
Todas estas esferas en Ias que la ley nos invita a acruar
no han sido señaladas arbitrariamente: son las distintas
dimensiones de la vida hurnana tal como Dios la ha
creado, Corresponden a lo que los seres humanos somos,
personal y comunitariamente. Porque el autor de la ley
no es un déspota arbitrario que ordena a ciegas, sino el
propio autor de la vida, que conoce la estructura más
íntima de nuestra existencia y ha querido, en su amor,
darnos indicaciones para que los hombres podamos enri-
quecer y preserwar Ia vida humana. Eso es la ley. En ella
se nos señala un conjunto de estructuras de relación: el
ámbito de las relaciones entre el hombre y la mujer (el
matrimonio y la familia), el de la relación económica,
el de la ley y la autoridad (el ámbito político). En todos
ellos la ley procura asegurar que se respeten los derechos
de los más débiles, que se construya la salud moral y
material de la comunidad, que se honren los pactos y las
obligaciones que dan estabilidad a la vida humana, que
se controle, modere y castigue la manifestación desenfre-
nada del egoísmo contra el prójimo, la comunidad y aún
el enemigo.
La aguda polémica de Jesús y Pablo contra la tergi-
versación de la ley no desvirtúa su uso legítimo. Vimos

65
que Pablo se opone a Ia pretensión de hallar en la ley un
camino'de salvación: hacer un dios del medio dado por
Dios para conducir a una relación más personal, libre y
directa con É1. Jesús combate particularmente el legalis-
mo, que tergiversa el verdadero propósito de la ley
servicio de amor al prójimo. Niegan la Iey quienes-else
amparan en ella para justificarse delante de Dios- el
fariseo que "ora consigo mismo" felicitándose por su buen
cumplimiento de las minucias de Ia ley. Niegan la ley
los que Ia reducen a un sinnúmero de detalles que les
permiten eludir Ias demandas mayores y fundamentales
(el que se ampara en una pequeña ofrenda ritual para
no cumplir con la responsabilidad de sostener a su padre:
Mar.7 : l1) . Niegan la ley, finalmente, quienes anteponen
demandas formales a Ia necesidad concreta del prójimo
(por observar formalmente el día de reposo se niegan
a curar a alguien ese dia). Lq que ocurre en esos casos
es que se desvirtúa la voluntad de Dios y se hace mal uso
del "itinerario del amor al prójimo" que es la ley. Por
eso todo el Nuevo Testamento repite la clave que Jesús
dio para interpretar el uso de la ley: el amor a Dios y al
prójimo. ¿Cuándo y dónde aplicar ese amor? La ley
despliega el paisaje de la vida humana y señala los puntos
en que el Creador nos invita a ejercer el amor.
3) Tanto Fablo como el resto de las epístolas del Nuevo
Testamento hacen referencia muchas veces a "manda- ffi
mientos del Señor" o "palabras del Señor". Se trata de
enseñanzas dadas por Jesús, .que la iglesia Primitiva ate-
soró, rememorándolas ál enfrentar determinados proble-
mas o decisiones éticas. El evangelio de Mateo se ha ocu- ffi
pado particularmente'de reunir esas enseñanzas en con-
juntos relacionados con ciertos temas. Es evidente que p
Jesús enseñó acerca del matrimonio, de las riquezas, de
las prácticas religiosas y de otros divenos temas. Aparen-
temente, se trata de enseñanzas ocasionales, en respuesta
a incidentes o preguntas concretas. La iglesia no hizo de
ellas una nueva legislación, pero sí las atesoró como va-
I
liosas indicaciones de lo que significa Ia nueva vida.

66
No podemos detenernos ahora, en la presentación de
estos paradigmas, para analizar en detalle el contenido
éüco de las enseñanzas de Jesús. ffi Cabe, sin embargq
hacer algunas observaciones que nos ayuden a entender
su carácter paradigmático. En primer lugar, advertimos
que, cuando Jesús comenta las indicaciones de la ley de
Dios, se esfuerza por destacar su relación con el manda-
miento del atnor a Dios y al prójimo. Por eso extiende
y amplía las demandas de Ia ley, reinterpretándolas para
subrayar y rudicalizar su intención fundamental. Así, la
raaón de ser del día de reposo es vinculada al bien del
hombre. Por esq se cumple mejor esa ordenanza haciendo
bien al hombre por ejemplo- en el dia
-curándolo,
de reposo. El propósito del mandamiento del amor hacia
el connacional es extender a los demás hombres el cuidado
y la protección gratuitos y misericordiosos que Dios da
a todos los hombres; por consiguiente, debe ofrecerse ese
amor a todos al enemigo. El divorcio es un
-incluso
recurso de necesidad (t'por la dureza del corazórr''), adop-
tado para proteger la vida social de la comunidad. El
propósito original de Dios se cumple más plenamente
en el ejercicio no-quebrantado del amor conyugal. Por
consiguiente la "verdadera ley'' es esa unidad total ("una
carne") y el quebrantarla lesiona a todos los que entran
en Ia relación (el "adulterio" afecta al hombre y la mu-
jer que lo cometen y a quien entra en una relación con
ellos luego)
Nos equivocaríamos __pienso- si creyéremos que Je-
sús hace "más severa" laley, como si fuera simplemente
un rabino más riguroso que el resto. Lo que hace es res-
tituir a Ia ley su catácter de "ilustración" y mostrar cómo
el propósito'de la ley se cumple cuando la protección,
integridad, fidelidad en los compromisos y relaciones, que
la le!, pide suma, el amor concreto que indica*
son llevados -en
a la totalidad de los actos y las intenciones,
cuando toda la vida del hombre y la comunidad son
penetrados por el amor.
Ese carácter totalizante de la demanda del arnor es
otra característica fundamental de la enseñanza de Jesús.
Lo ilustran las parábolas: el extranjero aborrecido (judío
y samaritano), el pobre sin recursos (Lázaro), el hijo
libertino, la mujer adúltera típicos casos del que no
"merece", del que no cuenta,-los
del excluido--, éstos. son la
piedra de toque de una verdadera comprensión del man-
damiento del amor. Y el Sermón del Monte lo expresa
en una frase enigmática: "Sean, por Io tantq perfectos
como su Padre que está en los cielos es perfecto", que a
la luz de los ejemplos que la preceden (Dios hace llover
sobre buenos y malos; el sol sale sobre justos e injustos)
y de la versión de Lucas ("Sean, pues, misericordio-
sos. ..") sólo puede traducirse: "Sean, por lo tantq sin
discriminación alguna en el amor, como lo es su Pa'
dre. . .".
Un último rasgo brota de las formulaciones que recor-
damos en el párrafo anterior. En todos estos casos, la
invitación a amar se arraiga en el carácter del amor de
Dios. El discípulo es invitado a entrar en la fortrna de
ser, de actuar, de relacionarse con los hornbres, que Dios
mismo practica quién sabría mejor para qué sirve
la ley que el que -¿y
la dio? Ingresar a esta forma de vida
que el amor regula toda Ia vida y se transforma en
-ya
el clima de la existencia del discípulo- es colocarse en la
esfera del propósito y la acción de Dios para con todos
los hombres. Este propósito y acción, que la ley ilustra
y que Jesucristo enseña, vive y hace real entre los hom-
bres, es "el Reino de Dios". Jesús ve, pues, el amor, como
la calidad de vida del Reino, cuyo cumplimiento se ha
iniciado con su propia venida y cuya plenitud ha de
sobrevenir según corresponda a los planes de Dios. Esta
es la clase de vida verdadera original, la auténtica,
-la a ella al escuchar el
la definitiva. El discípulo ingresa
llamado de Jesús. En el capítulo próximo tendremos que
explorar algunos aspectos de esta enseñanza central de
Jesús; lo importante ahorá es percibir que Jesús no se
conforma con invitarnos a actos individuales y aislados
de amor, sino a ingresar en una realidad global y tota-
lizante: el Reino de Dios.

68
4) Finalmente, advertimos en muchos pasajes del Nue-
vo Testamento listas de "deberes", "obligaciones" o "vir-
tudes" que se ordenan o encarecen a los creyentes.l0 Pablo
enumera en vanas ocasiones Ias virtudes que corresponden
a la vida del cristiano ("amor, alegriá, paciencia, ama-
bilidad, bondad", etc.). Otros pasajes instruyen en las
relaciones más cornunes: padres/hijo, esposo/esposa,
amo/esclavo. Los estudios del Nuevo Testamento han
demostrado que estas exhortaciones son paralelas a listas
e instrucciones corrientes en la época, inspiradas en la
filosofía estoica. Es claro, por lo tantq que el Nuevo
f'estamento utiliza, para ilustrar la vida cristiana, los cori-
ceptos de virtud, de orden, de subordinación, en suma
Ia trama de relaciones v regulaciones sociales aceptadas
como positivas en Ia cultura del momento. El creyente
no es llamado a retirarse a una isla donde rija otro orden
y otra cultura, sino a participar en la trama de relaciones
v requerimientos de su medio.
El Nuevo 'Iestamento encuentra en las normas y for-
mas de la cultura un lenguaje adecuado para expresar la
naturalez.a del amor que en Jesucristo el cristiano ha
aprendido y recibido- el nuevo hombre puede vivir en
ese clima. Pero es a la vez interesante advertir cómo se
subrayan, modifican o motivan las virtudes y ordenanzas
que se adoptan del medio ambiente. Lo primero es la
raí2, o la motivación, que encuadra estas enseñanzas. Las
virtudes son "frutos del Espíritu", Son el resultado de
haber "vestido" la nueva clase de vida que se ofrece en
Jesucristo. Son el rechazo de la existencia centrada en sí
rnisma (la "carne") que el cristiano ha enterrado y de-
.jado atrás. Las viejas relaciones deben ahora asumirse
'oen el Señor" el ámbito de existencia que Ia relación
con Jesucristo-¿n
abre a los hombres. En suma: como lo
señala Jesús con la ley, no se trata simplemente de adop-
tar reglas y culüvar virtudes; se trata de integrar las
relaciones y exigencias de Ia vida ética, de la cultura en
la que uno se encuentra, con esa nueva calidad de ser
del creyente nueva criatura en Cristo.
-la
69
Pero eso obliga de inmediato a corregir los acentos y
hasta los contenidos de las relaciones y las exigencias de
la sociedad. Es significativo, por ejemplo, que en tanto
las instrucciones estoicas.se dirigían solamente al "supe-
rior" en la relación --€sposo, padre, amo-- las del Nuevo
Testamento se dirigen también al "subordinado". Para la
sociedad pagana, el subordinado no era sujeto de deci'
sión sino sólo objeto de la acción del superior; por con-
siguiente, no hay apelación moral dirigida al inferior.
Pero la nueva criatura en Cristo la mayoría de los
creyentes pertenecían entonces a -y los "inferis¡ss"- ¡6
puede ser un mero objeto; debe decidir y asumir su re-
lación, colocarla bajo la sóberanía del Señor y ejercerla
libremente, en amor. Pero es más: el Nuevo Testamento
no intenta modificar la estructura de la sociedad (volve-
remos sobre ese punto en el próximo capítulo), pero lo
que acabamos de señalar tiene inevitables consecuencias
para la sociedad. Las instrucciones a la subordinación y
la obediencia adquieren un matiz inesperado cuando se
dice que se trata de la "mutua subordinación", de una
reciprocidad en las relaciones. Se quiebra la verticalidad
del orden social, la pirámide de dignidades. Porque, aun-
que persistan relaciones de mando y obediencia y el cris-
tiano entre conscientemente en ellas, en Cristo, esas re-
laciones han sido relativizadas, porque en ,El "no hay
hombre ni mujer, ciudadano o extranjero, esclavo o libre,
sino la nueva criatura", Así como el "inferior" es invitado
a asumir consciente y libremente su situación en la so-
ciedad en amor, el "superior" es exhortado en el Señor
a considerarse no sóld como subordinante sino también
como subordinado en una misma relación.
Amar no es, por lo tanto, para el Nuevo Testamento,
una vaga o piadosa exhortación a una general bonhomía
o a un inoperante sentimentalismo. Su concreción está
indicada en una serie de paradigmas: amar es vivir en
dirección del prójimo pagando el precio que corresponde
por la identificación total y sin reticencias con su D€c€'
sidad. Amar es sometese al propósito creador de Dios
manifestado en los distintos órdenes de la vida humana

70
seryir al prójimo concretamente en la familia, en el
-es
orden económico, en el orden político. Amar es impreg-
nar la totalidad de las relaciones con la totalidad de los
hombres de la disposición concreta al servicio y entrega
que Dios manifiesta. Amar es ingresar a las relaciones
y exigencias éticas de la cultura en la que nos hallamos
con la libre determinación del hombre nuevo en Cristo
y repensar y reüvir esas relaciones y exigencias en la for-
ma nueva que corresponde a ese nuevo hombre. La
constante reconsideración de Ia vida de Jesucristo, de su
enseñanza, de la ley dada por Dios a Israel, de las ins-
trucciones del Nuevo Testamento nos permiten mantener
presente el carácter concreto del mandamiento del amor
que es, a la vez, el contenido ético de la nueva vida en
Cristo.

¿Pero iómo decidir en concreto?

Quien busque en todo este análisis una respuesta sim-


ple y directa a la pregunta ¿qué debo hacer? no podrá
menos que sentirse un tanto perplejo. Se habla de una
nueva vida, de libertad para servir en amor. Y cuando se
buscan direcciones más precisas se nos señalan una serie de
"ilustraciones" pero bajo la expresa advertencia que nin-
guna de ellas nos "asegura" la decisión correcta. La más
simple reflexión nos mostrará, sin embargo, que no podría
ser de otra manera. Quien pida otra cosa demostrará
no haber entendido el centro mismo del mensaje bíblico.
En efecto, pedir instrucciones detalladas para cada caso
es pretender que Dios nos entregue un manual con el que
podamos manejarnos sin necesi.dad de consultailo perso-
nalmente a Él ni a nuestros prójimos, ni de poner en
juego nuestra libertad )) responsabilidad personal. Y esto
sería, precisamente, la negación más directa y absoluta
de lo que significa ser discípulo de Jesucristo. Tal proce-
dimiento correspondería si el Evangelio fuese simplemente
un código ético, si Jesús fuese un legislador fallecido, si el

7t
cristiano fuese un caminante solitario. Pero no es así.
Cuando confronta su decisión éttca y debe resolver cuál
es la conducta concreta del amor, el cristiano está bajo
la dirección del Señor presente, en la comunión de los
discípulos, en el camino del Reino. Es en esa relación
dinámica, en ese vértice viviente, donde se conjugan las
indicaciones del pasado, el movimiento de la historia que
el Señor guía y la presencia viva de Jesucristo en su
Espíritu y su pueblo, que se ofrece la posibilidad y la
libertad de obrar. El Nuevo Testamento señala de varias
maneras este carácter dinámico de la decisión cristi¿na.
1) Entre las diferencias que el Nuevo Testamento in-
troduce a las exhortaciones estoicas que mencionamos es
de notar que, mientras éstas se formulan en singular, al
individuo aislado, el Nuevo Testamento las expresa en
plural, a las personas como parte de la comunidad. 'oEn
Cristo" significa, precisamente, también "en Ia relación
común de los que han sido incorporados a la nueva vida."
La nueva criatura, de la que hemos hablado, no es el
individuo aislado sino la comunidad reconciliada y re-
unida en esta "nueva forma de ser hombre" inaugurada
en Jesús y abierta por la fe. Es decir, la vida moral del
cristiano se plasma en la comunión de los creyentes.
La epístola a los Corintios utiliza una imagen conocida
y significativa para destacar este contexto comunitario de
la vida ética. El cristiano es una persona integrada en una
unidad que lo abarca, le da sentido y función y lo vincula
indisolublemente a una acción y existencia total: es
miembro de un cuerpo. Su acción está determinada por
el lugar particular que ocupa en é1. La pregunta: ¿qué
debo de hacer? sólo puede contestarse cuando se la am-
plía: ¿qué me corresponde hacer, dado el lugar que
ocupo en la comunidad de Cristo, para el mejor funcio-
namiento y servicio de la totalidad? Para apreciar los
alcances de esta afirmación debemos recordar que la
comunidad cristiana primitiva no era, como muchas de
las nuestras, una mera "sociedad religiosa", o una con-
gregación que se reúne para el culto, sino una comunidad
de vida, que abarcaba aspectos económicos, familiares,

12
culturales, tanto como de culto y enseñanza religiosa
que no separaban unos de otros, como bien se desprendé-y
de las exhortaciones apostólicas.zo
El cristiano no t'un número suelto", una especie de
es
francotirador de Dios, que tiene que abrirse su propio
camino, apoyado en su consciencia personal soberana, Es
miembro de una comunidad, comprometido con otros en
una existencia y misión común que le señala el camino.
Sus decisiones tienen como marco las de la comunidad.
Por eso, los autores del Nuevo Testamento hablan a me-
nudo de los problemas éticos en forma descriptiva: es así
como se comportan los creyentes, ésta es la conducta que
corresponde a la comunidad de Cristo, éste es.,,el Ca-
mino". No se trata de Ieyes dirigidas a la conciencia indi-
üdual aislada la afirmación de lo que la comunión
de los creyentes-es
reconoce como su forma de vivir. y el
cristiano individual es invitado a andar por ese camino
y moldear su conducta en forma consecuente.
Esta concepción comunitaria de la decisión ética halla
profunda expresión en pasajes como Efesios 3, que colo-
can la üda moral en el marco de la totalidad de la obra
y propósito de Dios. Hay una "economía" divina, una
"administráción" de la historia por la cual Dios conduce
la totalidad de los hombres y las cosas hacia una plena
realizaciín. En Jesucristo se ha dejado ver el sentido de

poración común en un cuerpo de los que estaban sepa-


rados por enemistades y divisiones. En un caso concreto
--el de la separación entre judíos y paganos- esa re-
conciliación se hace visible ya an la Iglesia; la pared
divisoria ha sido derribada, hay un solo cuerpo compuesto
por ambos. El que comprende el sentido de esta recon-
ciliación ha sido iniciado en el misterio que explica todo
el sentido del universo. Y este misterio es el amor de
Cristo. Allí está la verdad total y definitiva. Conocerla en
su manifestación concreta en esta reconciliación que se
opera en la comunidad de la fe es entrar en su campo
de acción, ser integrados a su operación. Por eso, hay
ahora una forma de comportarse "digna del llamado;,

7'
--{ompatible, adecuada a la naturaleza de esa verdad.
Y de allí brota la exhortación a la humildad, la amabi-
lidad, la paciencia y la consideración mutua, la unidad
formas concretas en que la comunidad vive el mis-
-las
terio de la reconciliación. Y cuando cada uno asume, en
ese ambiente, las tareas que corresponden a su ubicación
particular (el don que Dios le ha dado), se marcha en el
camino de la "madurez", a saber, la calidad de amor
servicial que Cristo trajo y mostró al mundo. Ni el con-
cepto de virtud, ni el de madurez, ni el de vocación son
asunto individual; estas tres dimensiones de la existencia
moral tienen su ubicación en la comunidad, que a su vez
se arraiga en el propósito total y unificador de Dios para
con todos los hombres.2l
2) Ya las últimas frases señalan que, al subordinar la
decisión ética a la comunidad, el Nuevo Testamento no
nos está proponiendo un mero control social. No es sim-
plemente cuestión de "dirección colectiva" versus "deci-
sión individual". El significado de la comunidad reside
en que Jesucristo está presente en ella, constituyéndola,
guiándola, dotándola de las capacidades y funciones ne-
cesarias a su tarea. El cristiano cuenta, para su decisión
moral, con la dirección del Espíritu Santo, es decir la
presencia activa y dinámica del mismo Señor Jesucristo.
Esa dirección no está separada de los criterios que seña-
lábamos en la primera parte del capítulo. El Espíritu guía
aI creyente mediante el ejemplo y las enseñanzas de Jesús,
mediante la ley, mediante las relaciones y exigencias de
la sociedad que nos rodea. 1,o hace en la dinámica de las
opiniones y tensiones de la comunidad de la Iglesia. Pero
su presencia infunde dinamismo a la interpretación de
estos paradigmas: hace posible extender, relacionar, 4m-
pliar, en Ia decisión concreta, la dirección que nos seña-
lan. El Espíritu nos enseña a "conjugaC' los paradigmas
del amor y llegar a una decisión propia, adecuada a la
situación. En ot¡os términos, el Espíritu permite a la
Iglesia al cristiano en ella- "discemir" lo que
-y hacer.4
corresponde
Esta posibilidad y obligación *la del "discernimiento"
es muy importante para la ética cristiana. Le permite
- Pablo,
a por ejemplq ofrecer orientación concreta en los
problemas conyugales que surgen en Corinto, confiado en
que "no le falta el Espíritu del Señot'' en las conclusio-
nes a las que llega. El Espíritu permite a la fglesia "sin-
tonizaf' con los propósitos de Dios y así darse cuenta qué
curso de acción es bueno, adecuadq cabal. El amor es
iluminado por esa presencia de Jesucristo, para saber
distinguir entre distintas posibilidades la que corresponde.
Esta es dada a toda la comunidad cristiana, y al cris-
tiano personalmente en ella. Pero eso no excluye que Dios
haya dotado a algunos con una particular sensibilidad
para percibir "la voluntad de Dios", el curso de conducta
que corresponde aI Evangelio. En el Nuevo Testamento
son los "profetas" quienes ejercen esta función. Su pala-
bra no es absotruta pueden ejercer una tiranía sobre
la Iglesia: por eso -no
su dirección debe ser evaluada por la
cornunidad entera.2ts Pero eso no quita la importancia de
su función. La historia de la Iglesia seguramente tam-
bién nuestra experiencia actual- nos -y muestran que Dios
no ha dejado de dar a su pueblo personas con una capa-
cidad particular de "discernimiento" ético. La oposición
a la esclavitud, la creación de hospitales y escuelas públi-
cos, y otras iniciativas éticas comenzaron con el discerni-
miento de algun o algunos cristianos. Desafortunada-
mente, la comunidad tardó mucho en prestar atención a
esa orientación del Espíritu. Y en no pocos casos le volvió
y le vuelve la espalda, prefiriendo "permanecer en la
carne" (seguir la vieja vía del hombre que es impulsado
por su capricho egoísta) a "caminar en el Espíritu".
3) La dirección del Espíritu, que capacita a la comu-
nidad para discernir Ia voluntad concreta de Dios no es
inconexa ni caprichosa. Responde, como lo hemos seña-
lado repetidas veces, a un propósito total de Dios, la
creación de una nueva condición de existencia, de nuevas
relaciones, de una nueva reaüdad que la Biblia lla-
ma el Reino de Dios. Hemos visto -loque esta afirmación
lc
es central en la enseñanza de Jesús. El ejercicio del amor
se inscribe en este propósito: es bueno lo que corresponde
al Reino; malo, lo que se opone a é1. Amar es buscar,
desear, hacer con y paru los hombres lo que el Reino
significa para ellos. Porque, en el Reinq todos los hom-
bres, con todas sus relaciones y condiciones, encuentran
la plena realizaciín de sí mismos. Para abatcat toda la
dimensión del mensaje ético del Nuevo Testamento ten-
dremos, pues, que detenernos en ese propósito total y
último de Dios. A ello dedicaremos el próximo capítulo.
Antes de concluir este capítulo debemos hacer dos bre-
ves comentarios que ayrrden a clarificar lo que llevamos
dicho. En primei lugar, podríamos preguntarnos cómo
difiere esta "ética del amor" de otras que, sobre bases
distintas, se nos ofrecen. Podemos hacernos la pregunta,
en particular y para tomar un ejemplo, en relación con
la iáea del "amár productivo" que Fromm, como hemos
visto, presenta como la categoria ética fundamental. No
podemos dejar de advertir con alegría la gran coinciden-
Lia que presentan. Cuando Fromm ofrece el arnor como
la respuésta al problema de la tensión entre comunión y
"sepaiacioni.-d' de Ia existencia humana, cuando distin'
guá el amor productivo del sentimentalismo y 1o vincula
á un ejercició activo de la voluntad, cuando señala la
relación del amor con las estructuras y modos de ser de
la sociedad, cuando reclama la concentración, la discipli'
na y la paciencia como indispensables a la práctica del
amór, cuando a¡aliza el amor en términos de cuidado,
responsabilidad, respeto y conocimiento,- cuando nos pre'
viene contra las recetas hechas, no podemos menos que
agradecer las insustituibles contribuciones que, a- partir
d-e un profundo conocimiento de la dinámica de la exis-
tencia humana, el autor hace a la comprensión de esta
dimensión constitutiva del hombre. El cristiano aprenderá
gozoso lo que todo esto tiene que'enseñarle. La coinci'
áencia cor el mensaje cristiano no asombrará a quien
perciba, por una parte, el profundo conocimiento de la
biUti" q"l Fromm- evidencia y, Por otra, la penetración
de la dinámica de la personalidad humana que la inves'

76
tigación psicológica ha hecho posible. El desenmascara-
miento de las deformaciones que desintegran la existencia
humana atestigua, negativamente, la frustración de una

ponde al sentido inherente a la vida humana.


No se puede ocultar, al mismo tiempo, una marcada
discrepancia que, si no es el caso profundizar aquí, de-
bemos al menos tener en cuenta. Fromm mismo la subra-
ya la interpretación cristiana del amor está para él vi-
ciada por el rechazo del "amor de sí" o "amor propio",
corriente en muchos teólogos cristianos. Por cierto, po-
demos aceptar la distiniión que Fromm hace entre "egoís-
¡¡e" desmedida y exclusiva concentración del hom-
-u¡¿sí mismo y sus deseos- y un amor de sí que
bre sobre
signifique el aprecio por su propia existencia, el deseo de
fortalecerla y llevarla a su plena realizaciín en una sana
ünculación con los demás. Pero discrepamos cuando el
autor considera que este amor de sí mismo es la base del
amor productivo hacia los demás: para Fromm la per-
sona humana se constituye a sí misma, rechazando toda
autoridad exterior a ella, determinando las finalidades y
el sentido de su propia existencia. Por eso rechaza todo
"amor a Dios" que no sea, en último término, un retorno
a uno mismo como humano.
Esta es, dice Fromm, una ética humanística. Cualqüer
otra sería una alienación del ser humanq porque "el
hombre se debe a sí mismo su existencia, no sólo material
sino también emocional e intelectualmente. f,'5fq ss
que llamo un hombre productivo." Es evidente que -'(ls
no§
hallamos en este punto en un terreno fundamentalmente
distinto al de la ética cristiana. Para ésta, en efecto, el
hombre ha sido constituido en una relación con Dios y
con su prójimo que no es "añadida" a su autonomía sino
que es su misma natura)eza como ser humano. El amor
no es producto del hombre sino el hombre producto del
amor. Por esq un cristiano podría preguntarse si lo que
Fromm tan sagazrnente analiza naturalez.a y el ejer
cicio del amor humano-- no es -Iarealmente mucho más
profundo y total de lo que él mismo admite. Y por consi-

77
guiente, cabria preguntar si para la perversión del amor
que Fromm descubre y expone tan brillantemente en la
sociedad moderna, no hay un remedio mas fundament¿l
que el que él propone: el propio amor de Dios que "pro-
ductivamente" ha asumido la existencia humana para
abrirla, mediante su entrega de sí mismo, a una nueva
forma de existencia. ¿No es ésta una base sólida para ese
Ilamado del autor a un nuevo hombre y una nueva so-
ciedad, y para el valioso asesoramiento psicológico y ético
que nos ofrece? Es evidente que estas cuestiones nos lle-
van más allá de nuestro tema, pero nos muestran cómo
la ética desborda siempre en las preguntas últimas acerca
del hombre y de Dios.
El otro comentario tiene que ver con la manera en que
hallamos en la Biblia las enseñanzas éticas. En el tras-
cuno del capitulo hemos espigado del Nuevo Testamento
una serie de afirmaciones que presentamos más o menos
ordenadamente. No se nos debe ocultar, sin embargo, que
el Nuevo Testamento mismo rara vez las presenta en esta
forma sistemática. Más aun, la dirección ética se da
frente a situaciones concretas' La situación del esclavo
Onésimo huido de su patrón y ahota converso, los pro-
blemas de discriminación social en la congregación de
Corinto, la irresponsabilidad de algunos en Tesalónica
que escudan tras la "esperanza de la venida del Señor"
sü ociosidad, y otras mil circunstancias concretas concen-
tran la enseñanza. No es sólo la ausencia de un interés
sistemático 1o que da origen a esta situación' Se debe, en
buena parte, a la misma nafittaleza, de la ética cristiana'
La vidá es, para el cristianq un "camino'' figura
-¡¡¿
cara al Antiguo y al Nuevo Testamento-- en el que hay
que "caminay''. Lo que interesa no es un mapa ponne'
norizado de toda posible contingencia sino la luz necesaria
para el próximo paso la certidumbre de la meta del
peregrinaje. Para ambas -y cosas tenemos toda la dirección
que Dios nos ha dado mediante otros Pro-
-Patriarcas,
fetas, apóstoles, la vida teüena de Jesús- pero, por sobre
todas las cosas, tenemos la presencia misma del Espíritu

78
Santo, que permite hoy discernir concretamente la volun-
tad de Dios y que mantiene üva y actuante la promesa
del Reino.
Seguramente la poesía de Machadq que tan popular
se ha hecho en los últimos años en forma de canción, no
refleja plenamente la actitud de la ética cristiana. El ca-
mino dél cristiano no es una simple obra de su creaüvi-
dad, no es una pura invención --es el camino de la obe'
diencia, del discernimiento de las huellas del Señor en pos
de quien marcha. Pero no hay un mapa que podamos
llevar en el bolsillo. Se trata de una aventura de fe, un
uso osado de la imaginación puesta al servicio del Espi
ritu próximo paso es siempre, a ojos humanos, un
-el en terreno virgen e inexplorado; a los ojos de
arriesgarse
la fe, es el descubrimiento de una senda "ttazada de
antemano para que andemos en ella", como'lo dice Pablo'
En ese sentido sí es exacto del sendero cristiano lo'que
dice el poeta:
t'Caminante, no hay carnino;
camino se hace al andar.
AI andar se hace el camino
y al volver la vista atrás
se ve Ia senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay ca,mino
sino estelas en el mar."

Caminante, no hay camino,


se hace camino al andar,
Golpe a golpe;
verso a verso...t'

79
*:
f,
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^s CAPITULO 4
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il\
UN MUNDO NUEVO

La discusión entre quienes piensan que es necesario


cambiar a Ia gente para mejorar la sociedad y quienes
están convencidos que sólo mejorando la sociedad puede
cambiarse las personas no sólo es muy antigua sino un
tanto estéril y probablemente bastante estúpida! Co-

mo ocurre a menudo, la preocupación por sostener ciertas
verdades lleva a negar otras. Y a la postre es la misma
verdad que uno intentó defender la que sufre. En todo
caso, es importante señalar que la Biblia es totalmente
ajena a esta dicotomía. Ifemos venido hablando repetida-
mente de "el nuevo hombre" y el llamado al ejercicio
del amor. Nada es más personal e inmediato. Pero, como
lo hemos repetido varias veces (pp. 36, 48, etc.) nos equi-
vocaríamos de medio a medio si concibiéramos estas afir-
maciones en términos indiüduales. Se trata de un pro-
pósito total y de un plan de üda comunitario desde sus
mismas raíces. Todo lo que llevamos dicho perdería todo
sentido y valor si lo entendiéramos en forma indiüdua-
Iista. El Evangelio no trata de producir indiüduos buenos
que persigan su propia perfección moral, perturbándose
unos a otros lo menos posible, sino una totaüdad, un modo
de vivir y de ser de toda la humanidad. Y es por eso
que coloca como comienzo; no individuos aislados sino

8l
una comunidad, la Iglesia, en la que debe ilustrarse, darse
a conocer y prepararse ese plan total e inclusivo para to-
dos los hombres.
Nunca subrayaremos suficientemeute este hecho porque
los cristianos hemos introducido en
-particularmente
nuestro medio y en los últimos siglos- una grave distor-
sión al pensamiento bíblico al hacerle sufrir dos trágicos
estrechamientos. El primero es de antigua data y consiste
en plantear una separación y oposición entre lo "mate-
rial", corporal o físico y lo "espiritual", para decir luego
que la fe pertenece a este segundo orden. Graves conse'
cuencias morales acompañan a esta tergiversación: un
equivocado ascetismo que ha pretendido menospreciar. la
viáa corporal, una pretendida "interioridad" de la ética
cristiana que se desentendía de los dominios
mente más materiales, mundanos y pecaminosos- -supuesta-
de la
economía y la política, y como consecuencia de ambos,
frecuentemente la admisión en esos carnPos de lo mate'
rial, Io "terreno", de principios simplemente paganos o
anticristianos, ya que se trataba de una especie de trecho
barroso del camino que hay que pasar de alguna manera
hasta llegar a la ruta cómoda --del más allá o del ámbito
interior- donde andaremos aliviados del peso de lo
corporal.
El segundo estrangulamiento ha sido el individualista,
que ha pretendido confinar la éúca cristiana al ámbito.
de lo' "privado", de las relaciones personales directas,
donde supuestamente se puede poner más fácilmente en
práctica el Evangelio, en tanto que el ámbito "público"
exige compromisos, acuerdos y concesiones que ponen en
peligro la pweza del creyente.
Ambos estrechamientos han justificado y estimulado
una dicotomía o escisión en la üda de los cristiano§, de
fatales consecuencias en dos direcciones. Por una parte,
ha alejado al cristiano de la arena de la vida pribüca,
particularmente de la política, en una grave renuncia a
ius responsabilidades como hombre. Por otra, ha produ-
cido, en tss sernFos que no podía esquivar ---+l económico
especialment*- una acomodación no crítica a las cos'

E8
tumbres o patrones imperantes, por más injustos y opre-
sivos que fueran. En ambos ca.sos, tales ausencias y trai-
ciones se ocultaban veces incluso para quienes las
cometían- bajo una-ahipocresía (consciente o no) que
blasonaba de una "intachable conducta personal."
Las actitudes que surgieron de este grave equívoco han
justificado algunas de las más severas críticas a la Iglesia
cristiana. Un sociólogo examina la vida de las popularí-
simas iglesias pentecostales chilenas, y aunque admira el
fervor y la sinceridad de su fe, y reconoce la genuina
transformación que el Evangelio ha aportado a sus vidas
y la intensidad de su solidaridad comunitaria, no puede
menos que notar su "huelga social", su negación a ocupar
un lugar en el esfuerzo por conducir a su sociedad a
estructuras políticas, económicas.y sociales más justas y
humanas para todos. Esa decisión de apartarse de todo el
ámbito público hace que, como cristianos, se desolidaricen
con sus prójimos, particularmente los de su propia clase
social, que nieguen su aporte y gue, por consiguiente, de
hecho, sean un apoyo a las fuerzas de explotación y opre-
sión. La religión parece satisfacer de tal manera al con-
vertido, trasfiriendo su vida entera al ámbito interior y
personal, que resulta en un conformismo con la situación
existente, adormeciéndolo para la lucha por una sociedad
mejor en esta Tierra, Esta fue, precisamente, la grave si-
tuación denunciada en la tantas veces repetida frase de
Marx: "La religión es el opio del pueblo." H Cuando
una denominación evangélica latinoamericana de clase
media emite una declaración sobre las condiciones de
vida inhumanas imperantes, un buen número de cristia-
nos y fuera de sus filas- Ia critica por "me-
terse"-dentro
en las cosas del mundo, por inmiscuirse en política,
sin advertir que su silencio de hecho se pliega a la
-que no es menos comPro'
situación existente y la prolonga-
metido.
Es esta situación la que ha impulsado a numerosos jó'
venes cristianos todas las confesiones- a buscar r¡na
-de
nueva pertinencia a la vida pública. Algunos han hallado

8E
que esa nueva militancia era incompatible con su per-
manencia en la Iglesia y han abandonado a ésta. Otros
se niegan a aceptar el estrechamiento interionzante e
individualista y quieren rescatar el auténtico sentido to-
talizante y transformador de la fe. Estos son a menudo
acusados de "innovadores" por cristianos que no advierten
que la verdadera "innovación", la pérdida de lo original
y esencialmente cristiano, fue precisamente ese estrecha-
miento, esa reducción del mensaje del Reino de Dios a
ios límites arbitrarios de una supuesta vida interior, indi-
vidual y privada que, ni existe en la realidad, ni tiene
el menor asidero en las Escrituras. Este es el tema que
debemos examinar para ubicar el contexto total de la
ética cristiana cuya motivación y dirección hemos tratado
de bosquejar.

Todos, todo

Dios ha tenido que combatir constantemente la tenden-


cia de su pueblo y la Iglesia- de poner límites
-Israel
arbitrarios al ámbito de su poder y de su amor. Los libros
de Jonás y de Ruth, en el Antiguo Testamento, son un
vigoroso alegato en defensa del carácter universal del
amor y cuidado divinos, contra qüenes pretendían redu-
cirlos exclusivamente a Israel. Dios se preocupa del bien-
estar de la pagana ciudad de Nínive y busca las vías para
librarla de la destrucción (t4ntos hombres, mujeres, ni-
ños, incluso animales cómo no había de tener mise-

ricordia de ellos el Dios verdadero!). Y EI mismo hunde
las raíces de la salvación de su pueblo en la historia de
los otros pueblos al hacer de la moabita Ruth progeni-
tora del rey por excelencia, David, el prototipo del Me-
sías prometido. En el Nuevo Testamento hallamos a
Pablo librando su singular batalla para impedir el estre-
chamiento del Evangelio a una tradición religiosa par-
ticular grupo de aquellos que primero abracen el
-al
84
judaísmo. ¡Cómo si Dios no se hubiese propuesto desde
el principio incluir a todos los hombres en la promesa
cuyo portador que hubiese llegado el momento-
fue el pueblo -hasta
de Israel! Contra todos estos intentos, la
Escritura atestigua de muy diversos modos que el propó-
sito, el poder, el amor de Dios abarca a todos y a todo.
Veamos algunos aspectos de esta afirmación, de particu-
lar importancia para la conducta del cristiano.
1) Tanto la ética como la religión del Antiguo Testa-
mento¿5 tienen su centro en Dios: la fidelidad, el amor,
la reverencia, el culto y la obediencia a Dios que se ha
dado a conocer como Yavé, son el todo del mensaje bí-
blico. Pero no se trata de especulaciones sobre la natu-
raleza de Dios, de las cuales se derivaría luego una escala
de valores. No, Dios es el que ha manifestado su voluntad
y su poder en el diluviq en el llamado de Abraham, en
la liberación de Egiptq en la conquista de Canaan, en el'
destierro y la cautividad. Esa actividad exige una res-
puesta y marca el patrón de esa resPuesta. Pues Yavé

lación permanente y ordenada- con su pueblo, y al


hacerlo determina la clase de relaciones y de procedi-
mientos, la índole de vida que le cabe al "pueblo del
pacto".
Tres son las principales caracterizaciones de Yavé en
esa relación. Es el legisladór que establece los derechos de
todos y cada unq de las personas, las tribus, las familias
y también las naciones. Es el creador, cuya voluntad y
poder son "desde siempre", que tiene derecho de ordenar
y gobernar todas las cosas porque les dio vida y les im-
primió su ritmo y significado. Y en ambas cosas y por
sobre todas las cosas Yavé es rey. Sería necesario aden-
trarnos en la descripción del oficio real lo cual
-para para
la propia Biblia nos ofrece abundantes ejemplos-
medir todo el significado de esta caracteiz,ación de Dios.
Pero, por sobre todas las cosas, el rey es el que guía y
protege a su pueblq el que asegura su unidad y armonía
y el que establece el derecho y la justicia. Tanto esta fun-
ción real como las otras que hemos'mencionado nos
muestran a Dios gobernando. Así, se nos dice, obra Dios.
Esta es la medida de su voluntad y por consiguiente de la
obediencia requerida a los suyos.
Debemos destacar algunas dimensiones de este gobierno
divino para hacer más concreta Ia demanda que se deriva
de é1. La cualidad esencial del gobierno divino es la
justicia. Este término no debe entenderse, sin embargo,
en un sentido puramente forense. Para hablar de su sig-
nificado el Antiguo Test¿mento utiliza expresiones como
vindicación, liberación, auxilio, oportuno socorro o recti-
tud, verdad, fidelidad, triunfo, salvación. En otros tér-
minos, ejercer justicia es asegurar las correctas relaciónes
entre los pueblos y, en Israel, dentro del pueblo.26 La
Biblia ve al hombre en un contexto concreto: como go-
bernante o súbdito, como litigante o jue4 como padre,
madre o hijos, como miembro de una tribu, como extrari-
jero, como sacerdote o adorador. Cada una de estas ubi-
caciones involucra requisitos, demandas y derechos pro-
pios. La justicia es la correcta relación de todos. El rey
debe, por lo tantq preservar la paz e integridad de toda
la comunidad, Para ello es especialmente necesario tener
en cuenta los derechos de los más débiles: pobres, viudas,
huérfanos, extranjeros, peregrinos. Es necesario impedir
que el "injusto" quebrante mediante la mentira, el enga-
ño, la explotación o la infidelidad, la paz de la comu-
nidad. Por eso, el ejercicio de la justicia es una función
activa que exige todas las acciones marcadas por los sim-
bolismos del gobierno divino indicados más arriba.
Para asegurar estas relaciones Yavé ha dado su ley:
ésta es justa y su observación asegura el orden adecuado.
Pero Dios no se conforma con la enunciación de la ley:
se constituye en garantía de su cumplimiento. Y para eso
se establecen jueces y reyes que tienen Ia obligación de
poner en práctica la justicia que Dios reclama para su
pueblo. La relaciín entre la justicia del rey Yavé y la
que requiere de los gobernantes salta a la üsta clara-
mente en el salmo 82:

86
Dios está en la reunión de los dioses;
en medio de los dioses juzga.
¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente,
y aceptaréis las personas de los implos?
Defended al débil y al huérfano;
haced justicia al afligido y al pobre.
Librad al aflisido y al necesitado;
Iibradlo de la mano de los impíos.
Levántate, oh Dios, juzga la tierra;
porque tú heredarás todas las naciones.

Bs en base a esta demanda de justicia que lo§ profeta§


lanzan sus terribles acusaciones contra los gobernantes
jueces, sacerdotes- que hacen oídos sordos al
-reyes,
gemido del oprimido:

"¡ Ay de los pastores (dirigentes civiles y religiosos)


que destruyen y dispersan las ovejas de mi rebaño.. ,

Vosotros dispersásteis mis ovejas,


y las espantásteis,
y no las habéis cuidado...
He aquí yo castigo la maldad de vuestras obras,
dice Yavé.
Y yo mismo recogeré el remanente de mis ovejas. . .
y pondré sobre ellas pastores que las apacienten.. .
He aquí vienen días en que levintaré un sucesor
justo de David,
y reinará como rey,
el cual será dichoso,
y hará juicio y justicia en la tierra." (Jer. 23).

"El efecto de la justicia es la paz", proclama Isaías.


Nuevamente, debemos ir mas allá de la noción corriente
de paz como ausencia de conflicto,% La palabra hebrea
paz *shalom, el más frecuente y cordial saludo israelita
abarca el bienestar total de la penona y la comunidad.
-Preguntarle a alguien por r(su paf' es Pregunt¿rle cómo
le va salud, en los negocios, en la familia. Desearle
b pu-de e desearle toda suerte de bendiciones a él y los
suyos. Nueva¡Bente, el concePto tiene gue ver con la§

E7
relaciones entre'los hombres y con Dios. Esta plenitud,
que abarca las personas y las cosas es lo que Dios da a
los hombres. Esta paz se perturba cuando se burla la
justicia. Por eso los profetas denuncian con violencia a
gobernantes, sacerdotes y profetas que pretenden que hay
"paz" mientras se oprime a los pobres, se desconocen los
derechos de los débiles y se traiciona el pacto con Yavé.
La paz sólo es posible cuando se guardan las condiciones
que Dios ha establecido y que aseguran justicia y bienes-
tar a toda la comunidad. Toda otra pretensión de paz
es falsa, y Yavé mismo perturbará esa falsa paz.
Esta múltiple relación entre Yavé y su pueblo, dentro
de éste y entre Ias personas y las cosas materiales, que
constituye la justicia y la paz, está muy bien ilustrada en
una de las más interesantes leyes consignadas en el libro
de Levítico: la del jubileo. Aunque la definición de la
ley no es precisa, se trata de un "año especial,,, cada cua-
renta y nueve años, anunciado a son de trompeta (jo-
bel- jubileo), destinado a restaurar la justicia que las
diversas contingencias y transacciones pudieran haber
perturbado. Tres elementos son claramente perceptibles.
En primer lugár, se propone restituir la corecta pósesión
de los bienes, para lo cual toda propiedad vendida debe
ser restituida a su poseedor original (no se olüde que la
posesión familiar de la tierra era Ia base de la subsisten-
cia y que nadie la vendía sino por extrema necesidad).
En segundo lugar, se restituye la libertad personal a cual-
quiera que la hubiere enajenado (esclavos). En tercer
lugar "se deja descansaf'la tierra, para que recupere su
capacidad productiva. Y todo esto es un testimonio de
que todo pertenece aYavé y que por lo tanto nadie puede
reclamar nada como posesión exclusiva, en detrimento de
los otros. .Otras medidas como el descanso semanal, la
condonación de las deudas y el uso común de la produc-
ción espontánea de la tierra cada siete años, complemen-
tan el jubileo. Este es el gobierno de Dios; sobre él debe
basarse toda la vida del pueblo.
2) Es significativo que, según nos dicen los estudiosos,
esta ley del jubileo nunca se cumpüó en fsrael. Las diver-

88
sas formas de explotación, de engaño, de usura, de co-
rrupción legal y comercial fueron estableciéndose cada vez
con mayor fuerza. Este es el tema permanente de los pro-
fetas. Apoyados en el pacto con Dios, que reclama la
justicia y la verdadera paz, denuncian las condiciones
imperantes. Dios, dicen, no tolerará la injusticia. El cas-
tigo se avecina. ¿ Significa eso que Dios ha renunciado a
establecer su justicia y su paz, que el orden representado
por la restauración del jubileo ha de quedar para siempre
frustrado? ¡De ninguna manera! El Rey justo realizará
sus propósitos de justicia, a través de crisis y conflictos,
pero sin ceder en ellos. Porque Dios cumple su promesa.
Isaías anuncia un verdadero rey, que Dios mismo ha de
dar a los hombres y que instaurará la justicia. Jeremías
habla de "un nuevo pacto" en el que la buena ley de
Dios impregna hasta el mismo corazín de todo el pueblo.
Otros profetas utilizan otras figuras. Pero se van dibu-
jando ciertos rasgos de esta esperanza que nutre la vida
de Israel. Dios establecerá su gobierno justo e inarrgurará
una era de paz.
El alcance de este gobierno bienhechor de Dios es uni-
l¡srs¿l *¡eda la Tierra, todos los pueblos gozarán de é1.
El centro de ese gobierno es el restablecimiento de la ver-
dadera justicia, lo que significa la vindicación de los opri-
midos, la restitución de los agraviados y el castigo de los
opresores. Finalmente, la visión del gobierno divino futuro
alcanza caracteres totalizadores que abarcan la misma
naturaleza; habrá abundancíapara todos, paz en la natu-
raleza. Todo contribuirá a una era de plenitud humana,
interior y exterior, espiritual y material, en íntima rela-
ción con Dios mismo:
La misericordia y la verdad se encontraron;
la justicia y la paz se besaron.
La verdad brotará de la tierra,
y la justicia mirará desde los cielos.
Yavé dará también eI bien,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia irá delante de é1,
y sus pasos nos pondrá por camino. (Sal. B5).
Para el Nuevo Testamento no quedan dudas que esta
promesa es la que ha comenzado a cumplirse con el adve-
nimiento de Jesús. Los primeros capítulos del evangelio
de Lucas retoman Ios anuncios proféticos del rey que im-
plantará el gobierno justo de Yavé y los aplican a Jesús.
María saluda alborozada a Dios que viene --en el niño
anunciado- a hacer activa su misericordia, a desalojar
a los soberbios de su poder y a establecer a los humildes
y los hambrientos. Zacarias (el padre de Juan el Bautista)
lo ve como la aurora de un día nuevo en que "librados de
los enemigos, le sirvamos en santidad y justicia, bajo su
mirada, toda la vida". Jesús mismo, al anunciar su pro-
pósito lo hace en términos de un definitivo iubileo, el
"año agradable del Señor", en que no sólo se liberan los
cautivos y se anuncia restitución a los pobres, sino que se
devuelve la salud, Ia vista, la alegna. Y esto no sólo a
Israel sino a todos los pueblos. El gobierno justo y bien'
hechor de Dios ha llegado: "el Reino de Dios está a la
mano". En él se restauran las condiciones que la injusticia
ha invertido. Por eso son "bienaventurados" los pobres,
los perseguidos, los que gimen, los que han mantenido
intacta su fidelidad a la promesa de Dios, los que han
vivido como testigos de la verdadera paz. Por éso ¡ay de
los que, en esta situación de injusticia, han alcanzado
satisfácción, alegria, riqueza, status al
mundo malo y por lo tanto inevitablemente-acomodados
fuera de
lugar en el Reino! ¿8
3 ) El Nuevo Testamento entero ve a Jesucristo como el
rey prometido, el que trae la justicia y la paz de Dios. Su
venida nacimiento, su vida, su muerte, su resurrec-
ción- es-su
el cumplimiento decisivo del juicio y la promesa
de un gobierno justo y bienhechor. Pero la visión se ex'
tiende hacia una plena realización de ese propósito' Y
para describirlo se retoman las figuras del Antiguo Testa-
mento y se echa mano de otras corrientes. Pablo habla en
la epísiola a los Romanos de una angustiosa e inquieta
expectativa de la creación entera "puesta en puntas de
pies" para avizprar de lejos esa liberación total. En Fili

90
penses, ve por la fe el momento en que toda la creación
---el universo entero-- verá en Jesucristo al rey soberano
que ha hecho que el buen gobierno de Dios se haga üsible
(la gloria) para todos y en todos. Otros pasajes, utili-
zando la idea corriente entonces de que el hombre está
sometido a poderes suprahumanos, anuncian que ningún
poder ha quedado ajeno al triunfo de Jesucristo
-todos
-están ahora subordinados a ,El, sometidos a su justo go-
bierno. Efesios ve la historia como un camino mediante
el cual Dios conduce todas las cosas a la integración bajo
el gobierno de Cristo. Y el Apocalipsis anuncia "un cielo
nuevo y una tierra nueva."
No corresponde aquí dilucidar los complejos aspectos
de esta expectativa otros trabajos dentro de esta
serie han de abordar.-que
Pero conviene que recordemos, por
su importancia para nuestro tema, que se trata de una
esperanza universal a todos los hombres- global
todas las-abarca
cosas y relaciones, lo personal y lo
-incluye lo privado y lo público, lo corporal y 1o espiri
colectivo,
tual, Io secular y lo religioso definitiva. Este es el hori-
zonte de la fe cristiana. Sin -yé1, todo se desmorona y nada
tiene sentido.
4) El Nuevo Testamento tiene, por supuesto, concien-
cia de estar ubicado en una curiosa y difícil situación en
relación con este suceso central del advenimiento del
Reino en Jesucristo. Por un lado, tiene la profunda con-
vicción de que la acción decisiva de Dios para instaurar
su gobierno justo y bienhechor ha tenido lugar en Jesu-
cristo. Ha sido un hecho irreversible e inalterable. Por eso
se habla a veces pomo si ya estuviéramos en el Reino,
como si todo ya hubiese cambiado. Pero a la vez no se
ignorá que las cosas siguen como antes,
-visiblemente-
que la rebeldía contra la justicia de Dios sigue obrando,
que este mundo, con' sus relaciones y conáiciones, está
aparentemente "en poder del desgobierno del mal".
Predicadores y teólogos han echado mano de diversas
analogías para ilustrar esta difícil situación "interina" en
la que el cristiano vive. Así como el relámpago y el trueno

9l
son un mismo fenómeno pero el primero se percibe antes
porque la luz es más rápida que el sonido, así el triunfo
de la cruz y Ia resurrección, que Ia fe percibe en el poder
del Espíritu, se trasmite más lentamente en el ámbito
denso de las instituciones y condiciones del mundo. La
más famosa de las analogías es la de una guerra, en la
que Ia batalla decisiva que ha sellado ya el resultado
final- ha tenido lugar. -laPero quedan aún combates por
librar, operaciones de limpieza, y falta que el enemigo
reconozca que ha sido vencido y cese en su estéril resis-
tencia. Estas comparaciones son írtiles, pero ninguna
alcanza a dar cuenta cabal de esta situación que es ütal
para la ética cristiana. Toda la vida del cristiano se desa-
rrolla entre el triunfo irreversible del gobierno justo de
Dios en Jesucristo y su instauración universal, visible y
definitiva, que tendrá lugar al final 'ocuando el Señor
aparezca en gloria," 29
5) ¿Qué comportamiento coresponde al cristiano en
estas circunstancias? Seguir a Jesús es comprometerse
con el gobierno de Jesús.' "Tomar el yugo de Jesús" es
idéntico a "tomar el yugo del Reino:', la expresión que los
rabinos utilizaban para quienes aceptaban la ley
que ahora no se trata de una ley sino del gobierno -sólo
hecho
concreto en Jesús. Es decir, ser cristiano es estar compro-
metido con el Reino. Aunque tenemos que volver sobre
este tema en el último capítulo, se hace necesario enu-
merar lo que este compromiso con el Reino significa para
el cristiano. y Ia comunidad de creyentes en este "ínterin"
en que vrvtmos.
Un texto de Pablo diagrama con insuperable nitidez
esa conducta: "No se adapten a este mundo; por el con-
trario, transfórmense renovando su forma de entender y
ver las cosas, para discernir cuál es la voluntad de Dios
--lo que es bueno, adecuado al propósito de Dios, perfec-
to" (Rom. l2t2). A la luz de otros pasajes, que hemos.
visto, lo que aquí se nos dice significa, al menos, tres
cosas:
a) el cristiano vive "en esperanza", sabiendo que el
propósito de Dios no dejará de realizarse plenamente

o9
vida tiende hacia ese futuro cierto que ha sido pro-
-su
metido;
b) el cristiano vive desconforme, permanentemente
inadaptado e inadaptable a las condiciones de un mundo
que no ha reconocido su verdadero gobierno;
c) el cristiano procura anticipar en medio de las
condiciones de este tiempo, las características del gobierno
de Djos que ha visto en Jesucristo y que aguardi en ple-
nitud.
La relación entre la esperarrza, cristiana y la ética ha
sido siempre un terna a 1á vez importantísimo y delicado.
Ya Pablo reprendd a algunos que se crlrzan de brazos,
negándose a cumplir sus obligaciones, y justificándose en
la esperanza de la pronta venida de Jesucristo. La segun-
da epístola de Pedro trata de responder a otros que se
sienten desilusionados porque la venida gloriosa del Señor
y la restauración de todas las cosas "se demora". En la
historia de la Iglesia se han alternado quienes olvidan la
esperanza de la restauración final y pretenden "construir
el Reino" como si fuera una obra humana y quienes se
inmovilizan en una espera pasiva.30 La verdadera espe-
ranza cnsliana, sin embargó, no es ni una cosa ni oira.
Es como la espera de la futura madre, que aguarda anhe-
lante el alumbramiento, pero que sabe que la nueva vida
se gesta ya en ella y eue, entretanto, se dedica a las mil
tareas que preparan ese futuro. Para el cristiano, la espe-
ranza del Reino, que sabe que Dios está preparando ya en
nuestra historia, lo impulsa a vivir y tratar de crear la
clase de vida que espera. Y a la vez las tareas diarias lo
llevan a esperar con mayor intensidad aún la venida del
Reino.
Este es el marco total en que el Nuevo Testamento
exhorta a los cristianos a hacer el bien, a arnat. Insisti-
mos: no son actos aislados de virtud ¿s6ie¡es que
-5e¡¡que responden
ya ahora corresponden al futuro, acciones
al buen gobierno de Dios que se ha est¿blecido con Jesu-
cristo, acciones que se integran al propósito del Creador
y Señor del universo. Este amor que responde a la justicia
y la paz, este amor que se vive en medio de las relaciones

93
humanas, este amor que se extiende hacia todo el hombre
y todos los hombres, este amor que entra en conflicto con
ioda injusticia es la única conducta que tiene
futuro. -ésta

Las condiciones del combate

No basta que el cristiano "entienda" su situación. La


vida cristiana es un combate, una labor diana, un camino,
es decir, una serie de decisiones y acciones concretas. Y
todo esto tiene lugar en medio de condiciones dadas, per-
sonales y sociales, psicológicas, económicas y sociológicas.
La visión del Reino y el compromiso con él deben relacio-
narse con estas condiciones para ser efectivos. A fin de
facilitar y hacer más eficaz la acción cristiana, la ética
cristiana tiene la responsabilidad de analizar las condicio-
nes particulares que rigen, en nuestra sociedad, los distin-
tos aspectos de la vida humana y tratar de arrojar sobre
ellos la luz del mensaje del Reino. Esto es lo que intenta'
rán, en forma más detallada, otros libros de esta misma
serie. Aquí sólo trataré de mostrar muy sucintamente
algunos aspectos de esa labor.
1) Lo primero es advertir que el compromiso con el
Reino noi introduce inevitablemente en la relación del
hombre con el hombre y de los hombres con las cosas.
Este triángulo de relaciones: per§ona-comunidad-cosas es
inseparable de toda acción humana. No hay acciones
purámente individuales, ni totalmente impersonales, ni
ixclusivamente interiores o espirituales. Hasta mis pensa-
mientos están influidos lo ha demostrado
-como por las condiciones
claramente la psicología moderna*
orgánicas, el estado de salud, las condiciones ambientales.
Y éstas por aquéllos. Nos relacionamos con otras personas
por medio de las cosas: lo que damos, lo que recibimos,
lo gue compramos o vendemos, lo que fabricamos o cr€a-
mos. Y cada una de esas acciones nos vinculan a una red
de relaciones. Quien quisiere reseryar un "núcleo" inte'

94
rior inviolable, que no fuere alcanzado por estas relacio-
nes, viviría en una ilusión. Somos Io que somos en esta
trama total.
La Biblia da por sentado que esto es así. Por eso se
ocupa del hombre en su trabajo, en su familia, en su
comunidad; del hombre que come, duerme, trabaja, en-
ferma; del hombre sexuado, corporal; del hombre padre,
hijo, súbdito o gobernante. Hasta tal punto es así que aún
la resurrección y la vida eterna no son presentados como
incorpóreos o individualistas, sino como un nuevo cuerpo
y una nueva forma de relaciones. Es por eso que ni la
justicia, ni la paz se definen en términoi puramente espi-
rituales sinq como Io hemos visto, incluyendo las coias
materiales tanto como las más interiores. Más importante
aitn, la Biblia nos muestra que son precisamente estas
relaciones las que se pervierten cuando reina la injusticia
y el desorden, Es a este hecho que debemos la inquietante
unanimidad de los profetas y de Jesús en condenar la
riqueza y los ricos.
Se ha debatido mucho si se trata de "la posesión" de
las riquezas o "el amor" a las mismas lo que se condena.
La discusión parte de una separación a la Que Ia Biblia
realista que nosotros- no concede mayor impor-
-más
tancia. En las condiciones concretas de nuestro mundo
dice- la riqueza es Ia manifestación de una rela-
-nos
ción injusta de los hombres entre sí y con las cosas. En
ella, Ios bienes que fuerofi dados por Dios para disfrutar
se constituyen en cosas para poseer. Con ellas empezamos
a considerar al prójimo como alguien de quien podemos
disponer y vender. Las "posesiones,, se trans-
forman en-comprar
el secreto de todas nuestras relaciones y posibi-
lidades y por eso ponemos la confianza en ellas: nos ven-
demos a ellas. A tal punto, que las hacemos nuestro dios.
Y no se puede servir a dos señores: a Dios y a las riquezas.
Por eso, el que ingresa aI Reino verdadero, debe pasar
por la prueba de desprenderse de esa falsa relación. Es
ésa no un ascetismo que prohibiría gozar de las cosas
-y
materiales- la mzón de la exaltación de la pobreza en
todo el Nuevo Testamento.

95
IJna persona rica puede ser personalmente muy buena
y estar poseída por las mejores intenciones. Sin embargo,
si no toma activamente su parte en la lucha por una
mayor justicia para todos perjudique sus inte'
reses- la buena intención-aunque
no suple esa responsabilidad.
No basta que Zaqueo se convierta: debe restituir lo que
ha robado. No basta que el joven rico obedezca los man-
damientos y quiera seguir a Jesús: debe vender lo que
tiene. La ética cristiana no es una ética de buenas inten'
ciones solamente, porque no se preocupa exclusivamente
de la condición interior del hombre sino del bienestar
total de todos los hombres. De poco valen las intenciones
si no logran efectos positivos para el bien común. Es más,
la Biblia sabe muy bien que los hombres somos duchos en
fabricar pretextos para no responder a la necesidad del
prójimo. La distinción entre la posesión de la riqueza y
el amor a las mismas ha sido una de las más difundidas
excusas para justificar la falta de responsabilidad por la
injusticia y la acumulación irresponsable de riquezas por
parte de muchos cristianos.
Aún el más superficial análisis muestra a las claras que
esta perversión de las relaciones del hombre con los hom-
bres y las cosas está en la raiz de la crisis actual. Las
condiciones de posesión de la tierra y los bienes, de con-
trol de los recuisos y la producción, de administración de
los recursos privados y públicos, de trabajo y desocupa-
ción, tanto en el campo internacional como en nuestro
país y continente, parecen hechas a medida para ilustrar
ias características de 1o que Jesús condena bajo el nombre
de "riqueza". Y su efecto sobre la vida humana está ala
- vista de quien tenga ojos para ver. Es en esta realidad
donde el cristiano es llamado a vivir su fidelidad al go-
bierno justo y bienhechor de Dios. ¡i
*t
2) No basta darnos cuenta que estamos envueltos en H
una trama que incluye la relación con nuestro prójimo, ffi
IT\
personal y colectivamente y con las cosas. Es necesario d.

ver que esa trama está configurada por diversas estnrc-


turas, instituciones y ordenamientos. La rtqueza, el poder, il
96 #,

[+
la injusticia, no son solamente resultado de egoísmos,
corrupción o ambición personales, sino estructuras y com-
binaciones de estructuras. Por otro ladq la justicia, el
bienestar, la paz, tampoco pueden lograrse mediante
esfuerzos personales o aislados, sino mediante las estruc-
turas e instituciones que les den existencia real y perma-
nente. Cuando el profeta hace responsable a los "pasto-
¡ss" gobernantes, Ia clase sacerdotal y otros grupos
-[6s
de funcionarios- de las condiciones del pueblo, reconoce
ese carácter estructurado de la existencia humana. Y
como vimos, es muy probable que el concepto moderno
de estructuras --económicas, políticas, etc.- sea la tra-
ducción más apropiada de lo que Pablo llama "potesta-
des", "principados", que han de reconocer la soberanía
de Jesucristo.
Pretender amar al prójimo aparte de su situación en
medio de estas estructuras revela, si no hipocresía, al
menos una ingenuidad que no es compatible con la serie-
dad que el cristiano debe poner al servicio de su fe. Casi
cualquier problema concreto de nuestro prójimo que mi-
remos con cierta detención nos mostrará de inmediato su
relación con estas estructuras, ¿ Cuántos problemas perso-
nales y familiares se hacen insolubles en las condiciones
de hacinamiento en que grandes sectores de la clase tra-
bajadora y media baja se ven obligados a vivir? ¿Cuánta
inseguridad, rebeldía estéril y desperdicio de potenciali-
dades juveniles tienen como causa una inadecuada rela-
ción familiar nacida de una situación en que los padres
deben hacer frente a un empleo no dos- cada
uno? ¿Cómo resolver el problema -cuando
de la vivienda cuando
los consorcios que monopolizan su financiación cobran
dos y tres veces su valor, cuando más de la mitad del di-
nero que se invierte en construcción está dedicado a
viviendas de lujo, que sólo una minoría puede pagar,
cuando los propios bancos del estado fijan costos mayores
que los reales y por consiguiente cuotas de pago inaccesi-
bles al pueblo, cuando el único dinero que puede conse-
guirse es el de usureros? ¿Qué sentido tiene el llamado
"aumento del ingreso por persona" en un país cuando

97
tres cuartas partes de ese aumento va a parat a manos de
una minoría veces dos o tres por de la pobla-
ción- de modo -a que los ricos son cad.a ciento
vez más ricos y los
pobres cada vez más pobres? ¿Cómo asegurar los benefi-
cios de los maravillosos progresos en las ciencias médicas
cuando la atención médica es para la mayor parte del
pueblo un lujo simple intervención quirurgica sig-
nifica de tres -una
a cinco meses completos de un salario
corriente? Los ejemplos podrían multiplicarse casi al infi-
nito. No significan que nada valga el esfuerzo personal.
No significan tampoco que todos los problemas humanos
se resolverían automáticamente si éstos que mencionamos
desaparecieran. Pero sí significa que la adecuada regula-
ción de la relación del hombre con su prójimo y con las
cosas, que es parte esencial del propósito de Dios, se ve
afectada por mecanismos e instituciones que no son pura-
mente personales.
Todo esto es tanto más claro hoy cuando la convivencia
humana se ha vuelto mucho más estrecha y las relaciones
más complejas. En una gran ciudad donde la luz, el agta,
el transporte, el trabajo, Ia recreación, la educación, tie-
nen que estar "organizados", quienes controlen esa orga-
nización tienen en sus manos la vida de los hombres. No
solamente pueden determinar sus condiciones materiales
de vida sino que, mediante la propaganda, penetran en
sus pensamientos y sentimientos. ¿Cómo podría una per-
sona interesada en una vida humana justa y buena des-
entenderse del uso de semejantes poderes, ser indiferente
a la forma en que se "organiza" la vida de su prójimo?
¿Qué clase de "amor" sería el que procede así? ¿No sería
la forma moderna de Io que ya ridiculizaba Santiago en
su epístola: "¿De qué sirve si alguno de ustedes, al ver
un hermano o una hermana desnudo o con hambre, le
dice: 'Vayan en paz, caliéntense y coman', y no le dan 1o
que necesita para su cuerpo?" La acción del amor, enten-
dida en términos del Reino lleva necesariamente, y hoy
más que nunca, a actuar en el ámbito de las estructuras
e instituciones de la sociedad.

98
Acercándonos a la accton

Nuestro problema es ahora cómo integrar en decisiones


concretas la visión de la totalidad, la acción del amor y
las estructuras del mundo contemporáneo. Ilemos hecho
ciertas distinciones con propósitos de estudio, pero la vida
no se presenta así, ni la vida de mi prójimo ni la mía
propia. En cada mornento me hallo envuelto en esta pro-
blemática. Y por eso debo volver a la pregunta inicial de
nuestro estudio, ¿qué hacer?
1) Una acción inteligente y responsable exige que dis-
tingamos distintos "niveles" de la acción del cristiano,
cada uno de ellos importante en su medida, pero que no
deben confundirse ni excluirse:
a) El nivel de acción personal: cada uno de nosotros
está relacionado con personas mediante el trabajo, la ve-
cindad, la familia, la recreación, la educación. Son perso'
nas con problemas, necesidades, anhelos, angustias
que por consiguiente reclaman consuelo, ayuda, consejo,
-¡r
atención, corrección y (junto con todas estas cosas, pero
también directa y explícitamente) el testimonio de la fe.
La conciencia de que esta esfera de servicio personal no
resuelve todos los problemas, no puede eximirnos de to-
marla en serio. La ayuda que se brinda a una pemona no
resolverá el problema de otras mil a quienes la estructura
de la sociedad abisma en la misma situación. Pero para
el cristiano las personas no son sustituibles, no son cifras.
Y esta persona a quien, en alguna medida, puedo servir,
es el rostro concreto de Jesucristo que me sale al encuen-
tro y al que no puedo volver la espalda sin traicionar
mi fe.
b) EI nivel de la acción organizada. Cada una de esas
relaciones que he mencionado también me envuelve en
estructuras institucionalizadas: el sindicato, las organiza-
ciones vecinales, el club, la cooperadora escolar, y en for-
ma indirecta las organizaciones políticas, culturales, etc'
Es muy importante no reducir estas relaciones institucio'
nales a meras "ocasiones" para dar un buen testimonio

99
personal.El propósito que perseguimos en ellas tiene que
ver con la finalidad misma de las instituciones, con el
ámbito de Ia vida humana en el cual deben asegurar la
"justicia" y l?i" "paz" que Dios quiere: el campo laboral,
económico, cultural, de gobierno. IJna buena acción cris-
tiana será, en este sentido, la que más eficazmente logre
en el campo que corresponde a esta institución, la calidad
de vida que Dios desea para el hombre. La bondad de su
acción será bondad política, económica, cultural
-no
simplemente la calidad de honestidad o pureza personal.
O para decir mejor: ser honesto y puro en política o eco-
nomía es realizar una acción política o económica eficaz
para los hombres.
Estas últimas frases no deben entenderse en términos
de un divorcio entre lo personal y 1o social. Es la misma
calidad de existencia la que el Evangelio reclama para el
ámbito privado y el público. Pero es necesario hacer al
menos tres observaciones. La primera es que la honestidad
y la pureza personales no son "joyas" para adornar al in-
dividuo sino modos de conducirse en relación con los
demás, maneras de crear la confianza mutua, la limpieza
de relaciones, el clima de salud flsica y mental en que la
comunidad puede desarrollarse adecuadamente. En se-
gundo lugar, y como consecuencia, la práctica de esas vir-
tudes debe tener en cuenta la condición y la necesidad
real del prójimo. Por eso el apóstol exhortq por ejemplo,
a "decir la verdad efl amor.'t O recuerda a los esposos
que no deben hacer de su ascetismo devocional (períodos
de oración con abstinencia de vida sexual) ocasión de
tentación o tropiezo para el cónyuge (1 Cor. 7:1-7). El
bien del prójimo o de la comunidad pueden exigir una
medida drástica y dolorosa. Pero pretender practicar la
"honestidad" o la "pureza", caiga quien caigq sin tener
en cuenta la consecuencia de nuestras acciones, está muy
lejos de ser una conducta cristiana. Finalmente, está la
compleja cuestión de medios y fines que comentaremos
en el próximo capítulo. No es verdad que el fin justifique
los medios. Pero tampoco es lícito desentendene de la

100
eficacia de los medios con relación al fin: unos y otros
deben ser sometidos al servicio del propósito de Dios para
la vida humana.
c) El nivel de acción de la comunidad cristiana. Men-
cionamos en este punto uno de los aspectos hoy más con-
fusos y disputados de la ética cristiana; qué corresponde
al cristiano personalmente, o en colaboración con per§o-
nas de otros credos o ideologías y qué corresponde a la
acción de la Iglesia como tal. Por una parte, debemos
comprender que la Iglesia tiene un centro específico: el
anuncio de Jesucristo, el mensaje del Reino que ha venido
y que ha de realizarse y que invita a los hombres a con-
fesar a Cristo y comprometerse en su Reino. Por otra
parte, también-debemos comprender que ese Reino lo
abarca todo y a todos hay que le sea ajeno. T,a
medida de participación -nada
en la acción concreta sólo puede
decidirla la Iglesia en momento y situación particulares.
Para ello tiene el testimonio biblico y la presencia del
Espíritu para guiarla. También corresponde tomar en
cuénta que la comunidad de fe puede expresarse de diver-
sas maneras: por pequeños grupos vocacionales dentro de
ella, por entidádes o iniciativas de cooperación, y también
como un todo. Tal vez un criterio general útil es que la
acción es tanto más propia de la Iglesia como comunidad
total de los creyentes cuanto más explícitamente esté
vinculada a la proclamación de Jesucristo; y que el cris-
tiano ha de buicar la más amplia cooperación con todos
los sere§ humanos que sea posible cuando se trata de
acciones y estructuras generales. Pero esta formulación ya
deja claro que la Iglesia puede verse obligada a tomar Ia
iniciativa en cosas muy "seculares" que la comunidad
mayor no percibe o no quiere hacer, pero que son nece-
sarias al hombre. Todo este campo merece, sin embargo,
un estudio más amplio, que se ofrecerá en otra oportu-
nidad.31
2 ) Hemos hablado de "una acción inteligente y respon-
sable". No son simples adjetivos sino condiciones de toda
acción cristiana. Es bien cierto que las decisiones nos sor-

l0l
prenden a veces; la vida nos obliga a actuar frecuente-
rñente sin mayor reflexión. El cristiano debe sentir la
libertad y la confianza de obrar valientemente en tales
situaciones, Pero esa acción "espontánea" será madura y
digna si se encuadra en una vida alimentada por la refle-
xión, por el esfuerzo por comprender tan bien como nos
sea posible las condiciones y exigencias que como cristiano
me corresponden. Eso es amar al Señor con toda la vo-
Iuntad y la energía también con toda la inteligen-
cia -peroLJna reflexión ética responsable
y el entendimiento.
requiere al menos cuatro momentos o aspectos:
a) La profundización del testimonio biblico respecto
del problema o aspecto particular de que se trate. Ya
hemos visto que no se trata de una legislación que se
aplique mecánicamente a cualquier situación, sino de
"paradigmas" que nos ayudan a descubrir la voluntad de
Dios. Pero el cristiano no logrará alcanzar una actitud
positiva y crítica alavezhaciala sociedad en la que vive
si no profundiza esos paradigmas bíblicos. Hoy se discute,
por ejemplo, vehementemente, la cuestión de la propie-
dad: ¿privada?, ¿pública?, ¿estatal?, ¿cooperativa? Sería
ridículo pretender resolver con un texto bíblico estos dile-
mas. Pero una consideración del concepto bíblico de pro-
piedad quién pertenecen las cosas, cómo utilizarlas,
-a los criterios de enajenación
cuáles son y posesión- como
se muestra en la ley, en los profetas, en las enseñanzas de
Jesús y de Pablo, en la Iglesia primitiva- nos impediría
caer víctimas de la propaganda de quienes quieren sim-
plemente hacernos aceptar un sistema como si fuera de
origen divino. Y a la vez nos permitiría introducir pers-
pectivas nuevas para resolver los problemas reales, 32
b) La consideración de la comunidad cristiana
Iglesia- pasada y presente. No somos nosotros los -la pri-
meros en leer la Biblia y buscar la dirección del Espíritu
Santo: la Iglesia Io ha venido haciendo por veinte siglos.
Y si es cierta Ia promesa de Cristo, el Espíritu no
ha estado ausente de esa búsqueda. No hay problema
humano sobre el cual la tradición de la comunidad cris-
tiana no amoje una luz significativa. Es cierto que tal

t02
tradición no es absoluta: se han cometido errores éticos
graves, Pero a más graves errores se expone aún quien
[retenda -con una soberbia que nada
justifica- cons-
tituirse en árbitro inapelable de la verdad. A la vez, como
cristianos, formamos parte de una comunidad presente,
que va desde la congregación y grupo local de los que
participamos hasta la totalidad de las iglesias en el mun-
áo. En concreto; la reflexión ética incluye la consulta con
mis hermanos en Cristo que me rodean, la consideración
de la enseñanza de mi Iglesia,
-demás
Ios significativos pronun-
ciamientos éticos de las iglesias cristianas y del
movimiento ecuménico. Mi conciencia es libre ante Dios.
Pero la conciencia es, a su vez, formada por las influen-
cias y voces que la rodean. Exponer mi conciencía a la
.rro, de la Iglesia del pasado y del presente es una de las
formas de obedecer el mandato y Sozal^ de la promesa del
que dijo que "donde dos o tres se reunieren en su nom-
bre" allí estaría É1.
c) El análisis de la problemática actual en el asunto
correspondiente. ¿Cuálés son las verdaddras condiciones?
¿En qué se asemejan y en qué difieren de otras en las que
la Igiesia elaboró determinadas normas de conducta?
¿Cuáles son las causas? ¿Qué mecanismos operan? La
Iglesia ha sentido siempre, por ejemplo, que todo lo q3e
tiene que ver con el matrimonio y la familia es de funda-
mental importancia y que el Evangelio tiene mucho que
decir al respecto. Muchas de las leyes que imperan
en nuestras legislaciones han sido influidas en este
aspecto por la fe cristiana. Hoy todos percibimos los gran'
dei pro6lemas que se enfrentan. ¿Bastará con repetir
mecánicamente las normas elaboradas en el siglo primero,
el cuarto, el décimo o el décimosexto? Un simple estudio
nos mostrará que esas norrnas estaban relacionadas con
las condiciones sociales, econórnicas, de trabajo y habita-
ción, educacionales, de esas épocas. Pretender hacer fun'
cionar la familia hoy como cuando la mujer no podía
recibir educación, cuando toda la familia trabajaba en
casa, o cuando el joven se encontraba sólo con las perso-
nas de su barrio, sería no solamente absurdo sino inhu-

r03
mano, completamente ajeno a un verdadero amor. Pero
el cristiano tampoco aceptará simplemente "lo que se hace
hoy''. Cuando una avalancha de problemas
-verdaderos
y falsos- se desencadena en torno al matrimonio y la
familia: relaciones pre y extra-matrimoniales, matrimo-
nio de prueba, divorcio, control de natalidad, el cristiano
tiene la doble obligación de revisar cuidadosamente el
mensaje bíblico y de interiorizarse de la verdadera natu-
raleza de los problemas actuales.
d) La elección entre las opciones posibles. El estudio
no es el final del camino: el cristiano es llamado a la
acción. Su búsqueda es la de un curso de acción efícaz-
¿Qué alternativas existen? ¿Cuáles son las consecuencias
de cada una de ellas? ¿Qué grado de cooperación puedo
obtener paralarcalizaciín de las mejores de esas alterna-
tivas? ¿Cuáles son las posibilidades de éxito? Una solu-
ción puede parecer ideal, pero su realización concreta es
tan inverosímil que sería irresponsable pretender lograrla
como cruzarrne de brazos. Por otra parte, una
-sería
solución puede ser de largo alcance y costosa, pero tan
importanie para la vida humana que es necesario em-
prender el largo camino, aun sabiendo que quizá no vea-
mos el fin. A veces hay que poner remiendos sabiendo
que no han de durar mucho; otras, hay que dejar que la
vleja casa se derrumbe y reunir los materiales y preparar
los proyectos para una nueva olvidar nunca a
-sin
quienes quedarán a la intemperie en el cambio.
Todo esto puede parecer muy complicado. Pero el dis-
cipulado de Jesucristo tiene precisamente esta condición:
porque lo ofrece todo nueva vida, libre, gozosa,
-una
¿fs¡¡¿- lo reclama todo. El más simple de los seres hu-
manos no queda debiendo nada, por más errores e imbe-
cilidades que cometa. Y el más capaz de los hombres no
puede omitir esfuerzo alguno. Lo que hemos tratado de
ilustrar es un camino, el camino del discípulo del Reino
en medio de las condiciones de este mundo. Todos mar-
chamos por é1, en la medida de nuestras fuerzas, pero en
la confianza y el poder del Bspíritu Santo.

104
CAPITULO 5

BIENAVENTURADOS
LOS HACEDORES

Un perspicaz visitante señalaba hace ya varios años la


paradojal situación de Argentina, un país dotado de
abundantes recursos naturales y humanos y que parecía
sin embargo presa de una extraña parálisis-que le impe-
día proyectarse hacia un futuro más pleno. Sus palabras
suenan aún con total actualidad: ,oEl argentino es un
hombre admirablemente dotado que no ie entrega a
nada,.que no ha sumergido irrevocablemente su exiiten-
cia en una cosa distinta de é1.,, Le hace falta a la Argen-
tina "una minoría enérgica que suscite una nueva máral
en la sociedad, que llame al argentino a sí mismo. . . y Io
fuerce a vivir verdaderamente, a brotar de su riqueza inte-
rior en vez de mantenerse en pe{petua deserción de sí
mismo." Otros han advertido también el escepticismo
que campea en muchas manifestaciones populares y del
que se hacen eco canciones populares: "El mundo fue
y será una porquería", "Si soy así, qué voy a hacer',, o
en frases cínicas: "El que se mete a redentor siempre sale
crucificado". "¡En este país no se puede hacer nada!,,, y
otras muchas.
Aunque este fenómeno parezca muy marcado en Ar-
gentina, el talante que manifiesta es un hecho universal:
es la fatiga y el cinismo que resultan del carácter apa-

105
rentemente refractario de la realidad humana, que pa-
rece no responder al esfuerzo ético. La Europa de pos-
guerra lo calificó de nihilismo. Alguien reunió algunos
de sus lemas: "No hay sentido en ocuparse de causas
grandes. No dan ningún resultado y al final uno paga Ios
platos rotos." "Tal vez algún día las cosas vayan mejor,
pero ¿cuándo?". "Lo único que importa es mantenerse
a flote." Ciertas formas de filosofía parecen desembocar
en Ia misma posición, Y la propia Biblia no desconoce
ese aspecto de la experiencia humana: el libro de Ecle-
siastés está todo él impregnado del sentimiento de la in-
utilidad de todo esfuerzo humano. "Vanidad de vanida-
des: todo es vanidad." Y más gravemente aun, toda la
literatura apocalíptica, del Antiguo y del Nuevo Tes-
tamento, pronostica un incremento del mal que, Iejos de
irse desvaneciendo, va reuniendo sus fuerzas hasta la ba-
talla final. Del otro lado de esa batalla está la victoria
definitiva del Reino, pero más acá de ella no hay pro-
greso sino creciente injusticia, opresión, destrucción y
engaño.
En vista de todo esto, no es insensato preguntar: ¿tie-
ne sentido la acción moral? ¿No estarán más acertados
los que ven este mundo y su historia como un lamentable
episodio que es necesario pasar lo mejor posible para in-
gresar a otro mejor se tiene fe- o como la última
comida del condenado -sia muerte, que hay que disfrutar
lo mejor que se pueda, pero que carece de sentido y
futuro? Es significativo que, ni Eclesiastés ni Apocalip-
sis, con su visión escéptica o fiágica del mundq conclu-
yen en futilidad o cinismo. El primero concluye con una
exhortación a vivir sabiamente. El segundo, a perseve-
rar porfiadamente en el bien y la fidelidad. ¿Cómo es
eso posible? ¿Qué significado tiene Ia acción ética? ¿Qué
futuro? ¿Qué espera lograr? ¿Qué puede lograr?

Ni ci.nismo ni optimismo ingenuo

Las preguntas que planteamos en el párrafo anterior


nos obligan a recordar el panorama de la historia hu-

106
mana que esbozamos en el capítulo precedente. El punto
de vista cristiano acerca de la historia humana es dra-
mático. No se trata de un progreso automático que con-
duzca armónicamente a un estado ideal. El hombre no
es un ser inocente o simplemente racional a quien basta
enseñar y colocar en la senda del bien para que natural-
mente se dirija hacia su buen destino. Ni siquiera el cris-
tiano queda librado del poder destructor y seductor del
mal. La historia, por el contrario, es el campo de com-
bate del propósito bueno y saludable de Dios y las fuer-
zas de la destrucción, del caos, de Ia opresión, de la anti-
justicia y la anti-paz. Y el cristiano conoce esas fuerzas
porque experimenta cada día en si mismo ese combate,
del cual nunca sale en esta vida definitiva y totalmente
vencedor.
El resultado final de ese combate nó está en duda.
Lo que el mal ya no pudo hacer el propósito
de Dios reteniendo en la muerte-derrotar
a Jesucristo- no lo
podrá hacer más. Su suerte está echada. El mal no tiene
futuro. En este sentido Ia fe cristiana es total e irrevoca-
blemente optimista. Fero esa victoria no es inmediata-
mente visible ni experimentable: es objeto de fe, de con-
fianza, y de la acción que se atreve a basarse en esa
confianza, a vivir en términos del Reino venidero. Esta
situación, que ejemplificábamos en el capítulo anterior
con algunas figuras, constituye el marco de referencia del
cristiano. Ni cinismo ni optimismo ilusq sino realismo
y esperarrza; consciencia de la lucha, sobriedad en la
apreciación de las propias posibilidades y seguridad in-
quebrantable en la promesa.
Señalábamos en el capítulo anterior tres consecuen-
cias de esta situación. La actitud del cristiano está ca-
ractenzada por la espetanza, la inadaptación al estado
actual de cosas y la anticipación del futuro. Es necesario
subrayar dos aspectos de estas indicaciones.
1) Más de una vez se ha dicho que la esperanza cris-
tiana en la vida eterna o en un reino venidero mina los
esfuerzos por cambiar las condiciones de este mundo. Por
un lado, el cristiano se concentra en las cosas por venir,
olvidando o menospreciando las presentes. Se ausenta del
mundo, af.ectiva y psicológicamente, y le resta su esfuer-
zo. Su "ciudadanía" está en otra parte y considera este
mundo como un simple lugar de tránsito al que hay que
darle la menor atención posible. Por otra parte, conven-
cido que lo único perdurable es el alma, se desentiende
de los problemas de orden social: la figura del creyente
que le habla de religión a un hombre hambriento es casi
un clisé en la denuncia de esa ultramundanalidad. Fi-
nalmente, la Iglesia ha mantenido al pueblo en sumisión,
exhortándolo a obedecer y continuar sometido a las con-
diciones más intolerables, con la promesa que "en otra
vida" serían recompensados por sus desventuras. La es-
peranza del Reino y de la vida venidera serían, pues, los
enemigos de la acción ética presente.
Debemos admitir honestamente y con Pesar cuánto hay
de verdad en las acusaciones a los cristianos. Las críticas
que se han mencionado tienen suficiente veracidad como
para invitarnos a la reflexión y el arrepentimiento. La
conciencia de que así es, cala cada vez con mayor pro-
fundidad en el pueblo cristiano. Muchas iglesias han re-
conocido públicámente su ceguera e inercia, su debilidad
en la lucha por una vida mejor para el hombre, su in-
justificado menosprecio de la vida corPoral y terrenal.
Al mismo tiempo, el pensamiento teológico ha ido redes-
cubriendo la importancia de lo corporal y terrenal en el
pensamiento bíblico. Nos damos cuenta que lo que lla-
mamos en el capítulo anterior el estrechamiento indivi-
dualista y el estrechamiento espiritualista son deforma-
ciones del pensamiento bíblico. Además, los estudios
bíblicos nos muestran que Ia idea de la inmortalidad del
al¡a ---con su consiguiente desprecio de la vida corpo-
ral ya en .el presente- es ajena al testimonio de la Es-
critura. La visión cristiana del futuro contempla "un
Cielo nuevo y una Tierra nueva", una resurrección cor-
poral (si bien con una corporaüdad distinta a la presen-
te), en síntesis, una vida futura concreta y comunitaria
108
t
'il

i'i
*algunos dirían incluso temporal- y no el descarnado
mundo de almas que tantos estragos ha hecho en la con-
ciencia moral cristiana.
La conciencia de esta falla ha llevado a algunos cris-
tianos a menospreciar la importancia de la esperanza
cristiana, o simplemente a declararla irrelevante. Se dice
que no interesa la vida futura ni el mundo por venir; lo
que el cristiano debe hacer es simplemente ocuparse por
mejorar el presente, por vivir en aÍror su vida terrenal.
Lo demás es especulación, o no interesa. Nos parece que
esta actitud es igualmente equivocada, tanto desde el
punto de vista de la interpretación de la fe cristiana como
del de la é¡ca. Por el contrario, nos parece que sólo una
adecuada consideración de la esperanza cristiana provee
la visión, el estímulo y la fundamentación de una ética
verdaderamente activa y transformadora. Sin entrar en
profundidad en este tema quisiéramos hacer dos breves
observaciones.
a) Ha sido un marxista, Ernst Bloch, quien ha seña-
lado en las últimos años con singular brillantez la im-
portancia ética del "principio de la esperanza" que tiene
sus raíces en la herencia hebreo-cristiana.s No niega que,
transformado en especulación metafísica o en magia sa-
cramental olvidemos que su visión no es la de un
creyente- -no
ha tenido consecuencias negativas. Pero insis'
te en afirmar que en esa visión esperanzada del futuro
reside la fuetza motivadora de una verdadera vocación
revolucionariz La esperanza del Reino, nos parece, es
una dinámica generadora de transforrnaciones en la so-
ciedad en cuanto mantiene ante los ojos del creyente la
visión de un mundo nuevo donde ha de reinar la verda-
dera justicia y la verdadera paz, esa visión de plenitud
total de la que hemos hablado anteriormente. Quien ha
tomado consciencia profunda de ella, no puede confor-
marse con ninguna situación existente. Como lo ha expre-
sado bellamente un teólogo contemporáneo: "El aguijón
del futuro punza la carne de todo presente no cumplido."
El ciudadano del Reino por venir es por lo tanto un
"rebelde" en cualquier situación estática. Su actitud es

109
permanentemente "revolucionaria" en cuanto mira críti-
camente todo orden social, midiéndolo a la Iuz del Reino
que aguarda. Esta disconformidad no es, sin embargo,
anárquica simple rebeldía destructora- porque la
visión del -una
Reino da pautas de la clase de sociedad que
buscamos. El metro para medir toda sociedad, y por lo
tanto la visión para transformarla, están dados en la ín-
dole de vida, de relaciones, de condiciones del Reino que
esperamos.
Esta realidad aguardada no es para el creyente sola-
mente futuro. La ha experimentado como vida nueva,
como libertad y gozo, en su propia vida. Aunque esa ex-
periencia es ahora limitada e imperfecta, es sin embargo
real. Lo "nuevo" no es para él una simple utopía: lo
nuevo le ha acontecido. El creyente conoce a Dios como
quien es capaz de crear cosas nuevas, de abrir puertas apa-
rentemente clausuradas, de superar las barreras de la
muerte misma. Ese poder, del cual vive, lo sabe universal
y soberano. Y por consiguiente se puede atrever a "jugarse
la vida" por cosas que aún no son, por realidades que
parecen imposibles, pero que el cristiano sabe que corres-
ponden al Reino cuya poderosa presencia en Jesucristo él
ha pre-gustado ya en su propia vida en la comunidad de
fe. La experiencia de la salvación, lejos de ser un narcó-
tico, es un estimulante: el cristiano no puede conformarse
con menos que la plenitud de la vida "a la que le ha
tomado el gusto". Y esa plenitud significa la transforma-
ción de todas las cosas según el gobierno justo y bien-
hechor de Dios.
b) ¿Qué acerca de la vida eterna, Ia confianza repe-
tidamente expresada en el Nuevo Testamento de que
quien muere en Cristo no queda separado de su comu-
nión? Hemos dicho que la idea de la inmortalidad del
alma no es específicamente cristiana. Pero sí lo es la afir-
mación de la continuación de la vida personal más illá
de la muerte. ¿No es ésta una especie de compensación
que debilita para la lucha en esta vida? Aunque hemos
de reconocer que lo ha sido para muchos, especialmente

u0
$
ifl
Ir a causa de una falsa interpretación de su significado, nos
) parece que puede ser el más poderoso estímulo para la
acción.
i En fe, el cristiano ha dejado su muerte atrás; en esa
,{
dt
medidq no tiene por qué esforzarse en asegurar su vida;
hay, por lo tanto, una disponibilidad que no se deja limi-
tar por la amenaza que en otras circunstancias parece
insuperable mus¡1s. El cristiano puede arriesgar la
vida. Muchos-l¿
lo han hecho (¡ no siempre por las mejores
causas!) También lo han hecho no-cristianos, movidos a
veces por un amor que los creyentes no podemos sino
admirar y alabar a Dios por é1. Se trata aquí, sin embargo,
de tomar conciencia de Ia libertad de entrega de quienes
saben que "ni la muerte. . . puede separarnos del amor
de Dios que es en Cristo". La f.uerza de este argumento
no ha de probarse en discusiones sino en las vidas cristia-
nas que realmente se expongan ----el nombre de Martin
Luther King salta de inmediato a la memoria- para
lograr una vida mejor para los demás.
Todos los procesos de transformación social, aún los lla-
mados "no violentos", son costosos: hay personas que se
sacrifican para lograr los niveles de desarrollo e industria-
lización que permitan una mejor vida a generaciones futu-
ras. Es elemental que tales sacrificios sólo pueden exigirse
cuando se Io hace con justicia *para todos. Los cristianos
deberían demostrar su "disponibilidad" siendo los prime-
ros en superar incluso lo exigido, en pagar de sí su
comodidad, de sus posiciones, de su trabajo, de su-de misma
vida- el precio de la transformación. Pero hay más: está
el sacrificio exigido a quienes no pueden comprenderlo,
a quienes no conocerán otra vida que el dolor, la pobre-
za, y f.inalmente la muerte. Es difícil ver cómo una simple
apelación al bienestar de generaciones futuras, a Ia soli-
daridad con la raza o la clase o la nación puedan resolver
adecuadamente este problema, a menos que se disuelva
la existencia personal en un mero colectivismq al que
apenas le queda entonces sentido humano. Cuando
Dostoiewsky duda un hombre a quien no puede
-sin
tacharse de reaccionario- dice que todas las conquistas

lll
sociales del mundo no pueden compensar una lágrima de
un niño, da expresión a vr,a realidad moral profunda-
mente humana y cristiana. No hay compensación por una
existencia personal; no es simplemente un "costo" que
pueda compensarse con otras "ganancias". Sólo una fe
que transciende la muerte puede asumir responsablemente
la terrible decisión de transformaciones indispensables,
pero costosas. Comprendemos que éste es un argumento
peligroso, fácilmente tergiversable. Pero a la vez nos pa-
rece un elemento ético decisivo en toda consideración
de Ia realidad en la que vivimos.
2) Las últimas observaciones han introducido ya el te-
ma del sufrimiento inherente a la acción ética. Para el
cristiano es éste un hecho inevitable y significativo. Sus
raíces se hunden en la propia natvraleza de la vida cris-
tiana y su relación con .Jesucristo. Ser creyente significa,
en efecto, participar en el movimiento del amor que trajo
a Jesucristo a compartir la vida humana, despojándose
de su poder y gloria, asimilándose a la fragilidad, la ten-
tación y aún la culpa de los hombres, y finalmente en-
tregando su vida en la cruz. No es una mera "imitación",
sino la participación en la suerte del amor solidario, lo
único que realmente puede crear la posibilidad de nueva
vida para el hombre. Por eso Pablo no vacila en men.
cionar sus propios sufrimientos, tanto interiores y espi-
rituales como materiales, como su participación en "lo
que aún queda por llenar de los sufrimientos de Cristo".
No es que falte algo a lo que Cristo hizo, sino que El abrió
una forma de servir a los hombres en la que el apóstol
entra, pagando el preciq o como 1o dice Jesús mismo,
"tornando su cruZ".
No cualquier sufrimiento tiene este carácter: se trata
de aquél que brota de la toma de responsabilidad por los
otros en amor, del darse: "Nadie tiene mayor amor que
este, que alguien ponga su vida por sus amigos" --o como
bien lo comenta Pablq aquellos a quienes ama,
pero que aún se consideran -porsus enemigos. Es el sufri
miento inmerecido que viene apareado con el servicio.

u2
)i

í ¿ Por qué ha de ser asi? La respuesta es muy simple:


,'l
,l vivimos en un mundo que ha vuelto la espalda al amor,
el mundo de la injusticia, el mundo que acepta las pautas
rl y norrnas del anti-Reino. Quien pretenda ( ¡cristiano o
rti
,id'
I
I
no!) introducir en su vida y acción la forma de vida que
,"t r corresponde a la verdadera humanidad, la justicia y la
paz del Reino, andará inevitablemente "de contramano",
contra Ia corriente, "intolerablemente". El mundo viejo
resiente la presencia de este cue{po extraño y pugna por
eliminarlo. A veces lo logra entonces el cristiano al-
canza la consumación de su-y solidaridad con Cristo: ser
"testigo hasta la sangre".
Debemos cuidarnos de entender bien lo que está aquí
en juego. No se trata de la auto-flagelación que halla en
el sufrimiento un fin en sí mismo, con supuestos resul-
tados meritorios o de purificación. Bs que ser discípulo
es alistarse en un conflicto que arrecia aún, por más que
su resultado sea ya evidente a la fe. Compartir la suerte
del Capitán, "ser hallados dignos de sufrir con Cristo" y
"por é1", de colocar el cuerpo y el alma, la vida entera,
a su lado en el combate, es el mayor gozo que pueda
tener el soldado. Compartir la victoria, participar en el
cortejo triunfal no es un hecho aislado, que se "compra"
con el sufrimiento anterior; es parte de aquella misma
participación, de haberse hecho uno ide haber sido
Irecho uno!- con el Señor. Y la -no,
victoria y el cortejo
triunfal son el triunfo del propósito de amor, la consu-
mación del Reino del cual depende la esperanza de todos
y vencidos. El triunfo de.Dios no es otra
-vencedores
cosa que el bien de los hombres. Por é1, con Cristo. el
creyente estará gozoso de pagar el precio.

La relatioidad y la promesa de la acción

Debemos r€gresar brevemente a las preguntas con las


que iniciamos el capítulo. ¿Vale la pena esforzarse? Ya
ümos que el cristiano evita tanto un cinismo paralizante
como un optimismo ingenuo. La visión del Reinq la se-

ti3
guridad de la vida eterna, Ie impiden hacerse ilusiones
acerca de lo que su acción puede obtener ala vez que lo
impulsan a lograr lo que efectivamente sea posible en la
dirección del Reino. Esto significa necesariamente ac-
ciones incompletas e imperfectas. ¿ Pueden hacerse t¿les
acciones en conciencia? ¿ Qué relación tienen con el
Reino?
1) Toda acción que realizamos tiene un doble efecto:
por una parte muestra a los demás, revela a los demás
lo que somos; por otra, obtiene ciertos resultados. Un
pedazo de pan dado a un hambriento manifiesta mi
interés por él y sacia su hambre. Tanto el carácter de-
mostrativo como el eficaz de un acto moral tienen im-
portancia: un acto puramente demostrativo, que no se
preocupara del resultado efectivo de la acción, sería fi-
nalmente una mentira; lo contrario, sería impersonal e
inhumano. La medida de efectividad y demostratividad
de una acción varian según los casos. Pero ambas cosas
están limitadas por varios factores. El primero son los
medios disponibles: tiempo, dinero, influencia, estructu-
ras y otros. Puedo utilizar algunos, crear otros. Pero en
todo caso, dependo de esos medios. Sería bueno, tal vez,
que todo joven tuviera educación secundaria y universi-
taria. Pero los países latinoamericanos no podrían hacerlo
cuando concentraran en ello todos sus recursos.
-aúndeseable que los cursos escolares fuesen de grupos
Seria
de 10 a 15, atendidos por maestros que pudieren consa-
grarles todo su tiempo. Pero tal cosa está fuera del al-
cance de nuestra sociedad. Utilizar los recursos en una
cosa significa restarlos a otra cuando no pueden aumen-
tarse más. FIay medidas de emergencia que deben tomarse
hasta tanto puedan realizarse transformaciones más fun-
damentales. Este tipo de limitaciones las experimentamo§
en la vida personal tanto como en la sociedad. Sólo puedo
hacer y demostrar lo que permitan los medios a mi al-
cance.
Mi acción está igualmente limitada por mi conoci-
miento. ¿Qué será mejor a largo alcance, permitir que

I14
mi hijo falte mañana a la escuela para evitar la com-
pulsión y rigidez que tanto mal han hecho .a algunos, o
exigirle que concurra para ayudarle a comprender la dis-
ciplina inherente a una vida verdaderamente humana?
Aquí debo poner en juego lo que sé acerca de mi propio
hijo, de sus caracteristicas y motivaciones, lo que conoz-
co de psicología de la persona, lo que puedo anticipar de
la clase de vida y contribución humana que le correspon-
derá. ¡Es tan imperfecto mi conocimiento de todas estas
cosas! Si debiere posponer mis decisiones hasta tener un
conocimiento cabal de todos los factores, me condenaría
a la esterilidad. Siempre actuamos un poco a ciegas.
Finalmente, están mis propias motivaciones: ¿estoy ayu-
dando a esta persona a resolver su problema matrimonial
porque tengo verdadero interés en él o porque me satis-
face \a sensación de poder y dominio de tener en algún
sentido su vida en mis manos? ¿Castigo a mi hijo por
amor o por despecho? ¿Me integro a la lucha por rei-
vindicaciones o transformaciones sociales por amor del
Reino o por resentimiento? Muchas veces percibimos la
ambigüedad de nuestras motivaciones, incluso su hipo-
creúa en ciertos casos. Otras veces no somos conscientes
de ello. Pero esa duplicidad o complejidad de motivacio-
nes existe casi siempre.
Hemos de admitirlo: nuestra acción es imperfecta en
su concepción, en sus medios, en su motivación. Difícil-
mente podemos hacer un bien sin dejar otro mayor por
hacer o sin provocar algún mal: rara vez beneficiamos
a alguien sin perjudicar a otro. Todos pensamos ense-
guida en los casos extremos de la guerra y la violencia.
Pero las mil violencias que hacemos diariamente al elegir
a qüiénes ayr:daremos (y pot lo tanto a quiénes no ayu-
daremos), en qué cosas nos ocuparemos (y pot lo tanto
de.cuáles nos despreocuparemos) y otras mil cosas, son
igualmente reales e inevitables. Aguardar los medios, el
conocimientq la acción y la motivación ideales es con-
denarnos a la inacción y las consecuencias de la inac-
- las posibilidades que hubieran
ción (que se miden en
podido efectivamente realizarse) son aún más graves. Fue

ll5
ante esa tímida escrupulosidad que Lutero escribió a
Melanchton las palabras que han iido a menudo tan mal
interpretadas: Pecca forti.ter sin temor- y aña-
di6: sed fórtius crede-pero -peca
ten confianza aun con ma-
yor vigor. Creer es atreverse a entrar en el reino ambiguo
de la acción, conscientes de los errores y las fallas que
hemos de cometer, pero confiados en el amor de Dios. El
cristiano no entra a la lucha ética a fin de asegurarse
con su acción la buena voluntad divina; lo hace seguro
de esa buena voluntad a fin de servir lo mejor que pueda
a su prójimo. Sus fallas están de antemano cubiertas por
el perdón de Dios lo único que Dios no tolera es el
egofumo que rehúsa- el servicio por temor de mancharse,
porque eso es falta de fe. La ambigüedad de la acción
moral no es óbice para quien confía en el amor de Dios.
Esa es la fuente de la libertad del creyente.
2) Esa acción, sin embargo, envuelta en la ambigüedad,
¿ tiene sentido en vista del Reino futuro? Frente al blan-
co absoluto del Reino ¿no son grises todos nuestros
blancos? y ¿tiene sentido distinguir matices de gris? ¿Para
qué preocuparnos por mejorar la vida en este mundo si
no podremos perfeccionarla, y de todos modos ha de ser
finalmente eliminada?
La primera respuesta del Nuevo Testamento es que la
vida sobre este mundo tiene sentido porque es aquí donde
el hombre puede escuchar el anuncio del Evangelio y
abrirse a la nueva humanidad que se le ofrece en Jesu-
cristo. Por eso, dice la primera epístola a Timoteo, debe-
mos pedir y desear una vida justa, ordenad4 de paz, entre
los hombres. Dios quiere que loo hombres vivan una vida
humana, que este mundo sea un mundo habitable a
fin de que reciba¡r el anuncio de la promesa. Hacer -ha-
bit¿ble el mundo es participar en la acción de la pro-
videncia y el cuidado de Dios. Y éstos son parte de la
misma acción redentora que alcanza su plenitud en el
Reino.
EI Reino es, sí, la destrucción y eliminación de "este
mundo" en cuanto es un mundo en injusücia, en guerra,

l16
en rebeldíq en cuanto es un mundo anti-humano, en
cuanto es el anti-Reino. Pero es también la perfección
y trasmutacíín, la plena realización de todo lo que es
justicia, paz y verdadera vida; es la plena iluminación de
las señales que cristianos y no cristianos han podido, por
el poder de Dios, erigir ya aquí, de la verdadera vida.
Todo lo que aquí tiene significado, por más imperfecto
que sea, es rescat¿do en el Reino. Por eso dice Pablo que,
cuando la f.e y la esperanza ya no tengan lugar, porque
habrá venido la realidad eüdente, el amor no dejará de
ser, porque constituye la calidad de existencia misma del
Reino. Todo lo que el amor construye, por lo tanto, tiene
permanencia. Es eso lo que Jesús enseña en la parábola
del juicio final: no es una recompensa artificial por actos
de misericordia. El pan al hambriento y el agua al se-
diento, el auxilio al despojado, al encarcelado, al enfer-
mo, son la calidad de vida que tiene su futuro y reali'
zación en el Reino --quienes la tealizan se comprometen
en la acción del propio Jesucristo, pertenecen ya al Reino.
Cuando éste se manifieste, también quedará manifiesta
su participación en é1. La lucha contra la enfermedad y
la miseria, la provisión de un espacio físico y moral en el
que los hombres puedan vivir como tales, no carecen de
significado: son prolongados, perfeccionados, manifiestos
en el Reino. Quedan muchas preguntas por resolver al
respecto. Pero esta afirmación central concede significa'
ción a la acción moral, aún imperfecta, que está ya a
nuestro alcance.

No podemos concluir estas reflexiones sin una referen-


cia a lo que la ética teológica tradicional llamaba "los
deberes para con Dios". En el Antiguo Testamento los
mandamientos se inician con el de adorar exclusivamente
a Dios, no hacerse imágenes ni adorarlas y guardar el día
de reposo. Y al resumirlos, Jesús no omite la intimación
del Levítico: "Amarás a Dios por sobre todas las co-
sas. . . " Aquí la ética solía hablar de la oración, el culto,

tt7
incluso la ética católica- la frecuenta-
ción de-especialmente
los sacramentos. ¿ Forma todo esto parte de la
ética cristiana?
_ Es posible que tanto quienes lo incluirían como los que
hoy Io excluyen yerren de Ia misma manera. No se puede
negar que más de vna vez se han explicado estos "debe-
res" como acciones independientes, significativas en aisla-
miento, separables del restq una "primera tabla,, de la
ley, que luego es complementada por la segunda. De ello
se derivaba la discusión acerca de la prioridad de estos
deberes, los posibles conflictos entre lal dos ,,tablas,, y la
preeminencia de los deberes religiosos. La legítima protesta
contra tal preeminencia en muchos pasajes pro-
féticos y de Jesús mismo--basada
a menudo aceptó sin examen
la separación que los primeros habían establecido. En
base a ella formuló su posición: el único servicio legítimo
es el del prójimo. A Dios no le interesa el culto sino la
justicia; el amor al prójimo es la mejor oración; el servi-
cio a los pobres es una comunión, pues éstos son sacra-
mento de la presencia de Cristo.
Lo que habría que poner en tela de juicio es la separa-
ción presupuesta en ambas alternativas. ¿ Es la primera
parte de los mandamientos una serie de "deberes religio-
sos" o es Ia descripción del pacto con Dios en el que el
pueblo de Israel entra y que se manifiesta en la clase de
relaciones que la segunda parte prescribe? Separarlos es
como separar las prornesas matrimoniales de Ia vida dia-
ria del matrimonio. El amor a Dios no es "otro precepto"
además del amor al prójimo: es la relación de pacto con
Dios en la que el prójimo y todo Io que él representa
queda involucrado indisolublemente. Si esto es así, es ab-
surdo pensar en el cumplimiento de deberes religiosos
previos, separados o independientes. Es esta corrupción
lo que los profetas y Jesús condenan acerbamente. Pero
es igualmente absurdo desprender del pacto con Dios la
calidad de acción que coresponde al pacto. Carente de
fundamento y sentidq esa acción se marchitará o buscará
algún otro fundamento ideológico o filosófico ( ¡con la
consiguiente modificación de su sentido!) No hay amor

It8
del prójimo sin que yo sepa quién soy yo y quién es mi
prójimo; no hay lucha por la justicia sin motivación y
meta. Y para el cristiano sólo en el pacto con Dios, en la
libre y comprometida relación con É1, sé quien soy yo y
mi prójimo, qué es la justicia y hacia dónde marcha la
humanidad.
Esta relación con Dios es concreta, total y comunitaria.
Y por lo tanto necesita y utiliza medios de expresión y
realizaciín que corresponden a nuestra naturaleza corpo-
ral, histórica, comunitaria. Dios nos ha dado esos medios
y los ha dotado de significado: la Biblia, la oración, el
agua del bautismo, el pan y el vino, la comunión fraternal
son las señales visibles del pacto. Por ellas recuerdo
y-éstos
aprendo de nuevo cada dia quién soy, quién es mi pró-
jimo, qué es el Reino, quién es Dios. Rechazar las señales
es como pretender amar a mi prójimo sin verlo, sin cono-
cerlo, sin servirlo en su corporalidad, amarlo en algún
rincón de mi ser interior. EI amor a Dios sin culto es como
el amor al prójimo sin servicio menos un enga-
ño propio, frecuentemente una -cuando
farsa,

Es necesario decir una cosa más, y decisiva para la ética


cristiana. Talvez será lo mejor hacerlo en las palabras de
la epístola a los Colosenses. El capítulo dos se abre con
un llamado a la nueva vida que Dios ha hecho posible
en la muerte y resurrección de Jesucristo. De allí brota
la exhortación ética a la clase de existencia diaria que
corresponde a esa vida, la nueva humanidad en que las
distinciones de cultura, clase o raza }r.an desaparecido.
Más adelante se analizan las relaciones (marido/mujer;
padre/hijo; patrón/esclavo) y la conducta que corres-
ponde al cristiano. Y en el medio irrumpe esta extraña
exhortación "religiosa" :

Que la palabra de Cristo resida en ustedes con toda su


riqueza. Instrúyanse en la verdadera sabiduría, corrigiéndose
unos a otros. Canten a Dios con gratitud y de todo cotaz6n,
salmos, himnos y cantos inspirados. Todo 1o que puedan decir
o realizar, háganlo siempre en nombre del Señor Jesús, dando
gracias a Dios Padre por é1. (vss. 16-17).

n9
Aquí no hay separación de esferas queda bajo
la señal de la nueva criatura: todo en -todo
el ámbito de la
gratitud gozosa a Dios, todo en la esfera de la soberanía
de Jesucristo. La vida de la congregación se prolonga en
las relaciones sociales diarias. Y éstas se nutren de aquélla,
donde la Palabra de Cristo, la alabanza de Dios, la mutua
exhortación y reprensión hacen presente la dirección y el
poder del Espíritu Santo, sin el cual no hay ética cristiana.
Porque sabemos ciue "la esperanza no quedará defrau-
dada, porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido
dado."

1m
ANOTACIONES

(Las anotaciones que siguen no son tanto documentación del


texto como indicaciones bibliográficas introductorias para quien
desee ampliar algunos de los temas simplemente ulrrdido, o
someramente considerados en esta obrita.)

1 La historia de las ideas morales está estrechamente ligada


a Ia de los sistemas filosóficos, si bien debamos subrayar que unas
y otros,no son independientes del desarrollo social, económico y
cultural general, así como de la conciencia religiosa. En Ia anti.
gü-edad,.las éticas relacionadas con el platonismo, los estoicos
y_ los epicúreos son las más conocidas. En la época moderna,
el sistema filosófico de Kant dio un gran lugar a Ia ética dei
deber y la intencionalidad, en tanto que varioi filósofos ingleses
y norteamericanos elaboraron éticas utilitaristas y pragmáticas.
Más recientemente el marxismo y el existencialismó hán intro-
ducido una concepción nueva del hombre con el consiguiente
significado ético. Cualquier historia de la filosofía peimitirá
trazat las líneas principales de ese desarrollo. En forma muy
amena y accesible Io hace el übro de Will Durant: La historia
de la Filosofía (Santiago de Chile, Letras Imp., 1937). Quien
desee profundizar más la historia de Ia ética puede orientarse
a partir de las siguientes obras: Las grandes llneas de la filo-
solía moral, do Jacques Leclercq (Madrid, Gredos) ; La ética
modcrna, de Theodor Litt (Madrid, Revista de Occidente, 1932 ) ;
La concicncia moral, de H. Zbinden y otros (Madrid,'Revista
de Occidente, 196l), Varios pensadores cristianos han elabo-
rado éticas en diálogo con estos diversos sistemas. En castellano
hay algunos tratados de ética cristiana, más amplios y sistemá-
ticos que nuestra breve introducción. Etica cristiána, d'e Alberto

l2l
Knudson (Buenos Aires, La Aurora, 1954) discute varias po'
siciones (Barth, Brunnei) desde un punto de vista liberal. Paul
Lehmann, en sú obra Etica en el cont¿xto cristiano (Montevideo,
AIfa, 196-8) desarrolla su ética a partir de las ideas bíblicas de
comunión y comunidad cristiana, madurez y Ia naturaleza de
la accióo de Dios en la historia como el testimonio bíblico la
presenta. Su presentación y discusión de los sistemas filosóficos
ós particularmente significativa. El teólogo alemán Dietrich
Bonnhoeffer dejó a su muerte a manos {el nazismo manuscritos
incompletos que han sido editados en stt Eti.ca (Barcelona, Es-
tela, 1968) en la que trata con profundidad el tema de la "con-
formación a Jesucristo" así como los usos de la ley y la distinción
entre lo último y lo penúltimo. La ética católica más impor-
tante de los últimos años es la de Bernhard Háring, La Ley de
Cristo (Barcelona, Herder, 1958). Recientemente se ha discu'
tido mucho la llamada ética situacional, que insiste en decisiones
éticas particulares, vinculadas a las circunstancias inmediatas.
En esté sentido la obra clásica es el libro de John Fletcher,
Etica de situación (Barcelona, Ediciones Ariel, 1970). Acaba
de aparecer el primer tomo de una obra del historiador y filósofo
catóiico argerriino Anrique Dussel titulada Para una étíca dc
la liberación latinoamericana (Buenos Aires, Siglo Veintiuno
editores, 1973), primero y significativo intento de desarrollar
una ética a partii de la búsqueda latinoamericana de liberación,
y teniendo en cuenta el desarrollo de una teología de la libera'
ción en nuestro continente,
2 IJna nueva ciencia, la prospectiva o futurología, ofrece los
medios para estudiar racionalmente las consecuencias de las con-
dicioneJ y factores presentes y previsibles, proyectándolos sobre
el futuro. Sobre esá base es posible también planear las modi-
ficaciones necesarias, introduciendo los cambios, nuevos factores,
etc. necesarios para lograr los efectos deseados. Si bien esta
nueva ciencia prede sei puesta de hecho lo es- al servicio
-y
de una polítiia reaccionaria, también puede ser considerada
útil paraiograr las transformaciones que hagan posible una vida
humina meJor. La obra clásica de la futurología es el libro de
H. Kahn y A. Wiener, El año 2000 (Buenos Aires, Emecé,
1969). El'Consejo Mundial de Iglesias ha iniciado un estudio
sobre el significado ético de esta ciencia desde el punto de vista
-Desafortunadamente,
cristiano. los trabajos producidos no están
aún en castellano. En inglés se puede leer con mucho provecho
From Here to Where - Technotogy, Faith and the Future ol
Man (Geneva, 1970).
3 Tr¿ducido al castellano, El hombre rnoral y la sociedad, in'
moral (Buenos Aires, Ediciones Siglo Veinte, 1966).
4 La cita es de un librito de Ross, Síz and Socíety (Houston,
H. Mifflin Co., 1907), que pertenece a la corriente llamada
t99
de "el evangelio social", que en Norteamérica especialmente
tuvo .su ?uge- en las primeras décadas de este siglo. Su gran
contribución fue advertir que en la sociedad modirna tanó el
pecado como la liberación del mismo tenían connotaciones socia-
les y no meramente individuales, ya que el hombre se encuentra
inmerso en estructuras. Su debilidad Íue una comprensión unila-
teralmen-te é_tica. (muy influida por la ética libeül y el pensa-
miento_ de Kant) y un tanto superficial. En casteliano puede
verse el interesante librito de W. Rauschenbusch, tal vez el mejor
exponente del movimiento, Los principios socialis de !esús (Bue-
nos Aires,. La Aurora, 1947). Sin duda fue Marx-el pri*e"o
que advirtió claramente cómo la división dél trabajo, inévitable
con el progreso técnico-, creaba nuevas condiciones'de vida y
planteaba una problemática ética distinta.
5 Se ha discutido mucho sobre la relación entre el protestan-
mo y el surgimiento del capitalismo. El sociólogo
tismo socióloso Máx Weber
sostuvo la tesis dede que
oue el eoncenfo
concepto e¡lwinictq
--"oáo.+i-"^iÁ-
calvinista ¿lp
de predestinación,
tal como_ posteriormente se desairolló, especialmeite en el puril
tanismo inglés, al estimular la actividad y el éxito como se se-ñales
de la aceptación divina, yy dirisir esa actividad hacia el mundo,
mr
-dirigir
estimuló las virtudes de-lá induitriosidad, el esfuerzo y el ahorro,
que han sido esenciales al avance del -capitalismo en sus pri-
meras etapas. La posición de este autor. desarrollada en su libro
r,.a étic-a protestante y el espírítu det iapítalismo (Madrid,
Re-
vista de Derecho Privado, 1956), ha ,ido moítrán-
dose que el fenómeno del capitaiismo tiene"o.r"gidr,
otris causas, que
había
-com-enzado
ya antes dt Ia Reforma, particularmenie -en
ciudades de ltalia, y que en todo caso lá lnfluencia ha sido
mutua. Véase al respecto A. Fanfani, Catolicísmo y protestan-
t_i17r9_en la.génesis del capitalismo (Madrid, Bdiiiones Rialp,
1.9_53),
¡ sobre todo, R. H. Tawney,.La relígión en et origii
del ¡lfí.talisma (Buenos Aires, Ed. Siglo Veinte, 1967). SoÉre
la relación entre las condiciones de la producción y la perrorr-
lidad, véase el interesante estudio de Eiich Fromm, psicoandlisis
de la sociedad contemporánea (México, Fondo de Cultura Eco-
nómica, 1960), especialmente el capítulo quinto y sexto.
6 En repetidas ocasiones haremos referencia a las manifesta-
ciones, demandas y actitudes de la juventud contemporánea,
crones, con
porque parecen plantear en forma muy aguda la problemática
ética de nuestro tiempo. Hay en esta problemátióa un doble
aspecto. e§rrecrtarnenf,e
aspecto,
a§pecLo, estrechamente interrelacionado.
lnferrelaclonaoo. Por r¡na
ror una narte los
una parte, los jó-
iá-
Jo-
venes tie¡en una aguda-conciencia de ser manipulados, utiliza-
dos po_r las estructuras de la sociedad y constreiidos pár ella a
una adaptación o conformación que reduce al hombre-de sujeto
responsable a cosa, que lo suprime como hombre, En ese sentido
se explica la enorme repercusión entre la juventud universitaria
del mundo entero de las obras del filósofo Herbert Marcuse,
que ha sabido percibir y desenmascarar el profundo condicio-

r23
namiento, control, conformación que la modern¿ sociedad tec'
nológica y sup.rettamente "racional" 9j-".c" -mediante sus innu-
'formas
m"."'bl"t de coerci6n (represión) directa e indirecta.
Véase especialmente la obra clásica de Marcuse-,, J9l homb¡e
unidimensional (México, Editorial J' Moritz, 1968). El tema
reaparece constantemente en las canciones y la poesla de- pro-
tesü (compárense, por ejemplo, entle nosotrosr-algunas-de las
-María -Elena
poesíai de Walsh, y en un plano distinto, la can'
ción "Bronca" que se hizo tan popular hace algún tiempo en 9!
Río de la Platai. En la revolución estudiantil de mayo d9 1968
en Francia, los iemas que apareclan en los muros de la Univer'
sidad reflejaban este motivo principal: nos rehusamos a ser
encasilladoq matriculados, organizadós, ordenados, uniformado-s,
encuadradoí. Por otra párte hay en algunas manifestaciones de
la juventud un llamadó a la espontane-idad y la comunicación
y sá ha"en intentos por hallar for¡nas de esPoltaneidad, comu-
nicación, creatividad-que destruyan esos condicionamientos. IJn
autor caiólico analiza-muy sagazmente la "búsqueda de sinceri-
dad" en el librito Nuestra auidcz de sinccridad (de Fons Jansen
y Lund Stallvert, editorial Carlos LohIé, Buenos Aires, 1962).
Sin drrda el movimiento denominado "hippie" ha sido el más
llaniativo y, dejando de lado algunas de sus facetas extravagan-
tes, merecá-h mayor consideración. Al -respecto recomiendo la
obra de M. Randall, Los hippies, cxprcsión dc. una crisis- (Editor
Siglo Veintiuno, 1970), donde se citan también otras fuentes y
ob*ras. En el libro El iristiano, la lglesia y la rcuolucüz (Bue-
nos Aires, La Aurora, 1970, pp. 177-185) Lambert Schuurman
interesante los temas de Ia "revo-
ha relaciónado en foíma muvi'revolución
Iución juvenil" y los de la cultural" de Mao Tse
Tung.
? El planteamiento inicial de 9s!-e capítulo 'tscansa-princi'
prfr"""tá *U.e la epistola a.los- Gálatas, c-uyo significadq é-tt"9
il;;;;tt t a la Refoima,-aParticularmente a Lutero por su énfasis
en la libertad cristiana, la vez que sobre el servicio en amor'
R;;á;;; la- paradoja en la que Lutero señor ex-presa la esencia
;i;; ¡; la ética crisiiana: el cristiano es y a de todas las
p".q"u ha sido liberado por Jesucristo es la vez siervo
"ár"t '"r,
de toáos .*o". El que désee profundizar el mensaje de la
epírtol. hallará ,rna ,"Íiotu orienlación en el comentario de
KarI LenkersdorL, Comcntario sobte la eplstola a los Gálatas
(México, Ediciones "El Escudo", 1960).
'8 El término "mundo" es uno de los más vapuleados en la
teología y sobre todo en la predicación y la exhortación de las
iglesiás. Parte del problema reside en que nue§tras versiones
t-raducen a veces po. era palabra el griego "kosmos" (el r¡n]-
verso), "ai6n" (edád, o era) y "oikoumene" (la tieffa habitada)' li
Por oira parte, no todos los autores bíblicos utilizan siempre la
I
r24
palabra en el mismo sentido. En el evangelio y las eplstolas de
Juan,.por ejemplo, se--habla del "mundo], al que Dios ama y
no quiere condenar, refiriéndose indudablemente a la humanidaá
para salvar a la cual Dios ha enviado a su Hijo (Juan 3: 16-17),
per_o también del "mundo" como la estructura de maldad qué
techaza 3 Dlos.y gu9 no recibe al Hijo (1:10, etc.). Dado que
la idea de "huir del mundo", de rechazar Io i.mundano,'
indudablemente tiene un lugar en el pensamiento bíblico- -quuha
jugado
jugado un papel tan importante en la ética cristiana, ignorando
muchas veces
r¡¡uc¡¡¿s vccEs estas ulsunclones tan
esras distinciones rmportantes pará
ran imDortantes
rmportantes pafa l,
Ia Biblia,
Sibti".
UrDha,
y llevando a un rechazo o menosprecio de lo que -Dios ha creadó
y a un ascetism.g_ qu9 no tiene fundamento b?blico, es muy im-
portante la clarificación de este concepto. Por otra parte, tam-
bién presenciamos h9y, como reacción,-una especie dóexaliación
optimista del "mundo" como creación y como objeto del amor
{e Djo¡, olvidando las severas advertenóias bíblicas sobre el po-
der del mal. Recomendamos al lector interesado comenzar por
Ios artículos sobre "mundo" en los siguientes diccionarios bíLli-
cos: J.-J. vo:r Allmen, Vocabulario
cos: úulario Bíblico (en portugués, fácil-
mente accesible, Paulo, ¡re¡!,
Sao ¡qs¡v,
v, vgv 1963, art. ,,"Mundo"); Haag,
ASTE, ¡Jv¡
Dorn, Ause;o,
.Lrorn, t)iccionario de
Ausejo, Diccionario dc la Biblia ((Barcelona, Herder, 1963,
catóIico, art. "Cosmología"); X. Leon Dufour, Vocabulário dá
(rMun-
!e7!oStg_ Blblica.(Barcelona, Herder, 1966, católico, art.
do"). Un estudio muy profundo del tema-se hallaíá en la obra
del teóloCo
teólogo católico I.-8. Metz,
católico J.-8. Metz. Para una teolopla
tcoloola del
tl.cl. mundo
mun¡ln
(Santander-, Sígueme,
(San Síorreme 1970).
1970)

- n .!_u famosa frase, muchas veces mal interpretada, aparece en


Ias "Exposiciones de Ia Epístola de S. Juan a los'pártos", de
Agustín (Exp. VII, B). EI autor mueitra cómo una mísma
a_cción p,uede proceder de distintos propósitos, y por lo tanto,
sólo puede_ juzgársela "en relación con zu raiz;.'La caridad (eí
amor) es Ia raíz que produce una buena acción: .,no se distin-
guen los hechos de los hombres a no ser por la raiz de Ia cari-
dad. Pueden
oao. rueden hacerse muchas cosas que en e; apariencia son bue_
nas, pero no proceden de la raiz de Ia caridad... Oye, pues,
de--una-vez, un breve prec,epto: Ama y haz lo que qutírás;
callas, clamasr torrtges, pefoonas,
ué¡¡¿§, c¡¿[14§, perdonas, calla, clama, "i
ige y pefdona
clama, Corflge perdona
por Ia caridad. -corriges,
Dentro está la raiz-de la óaridaá; no puede
brotar de ella mal alguno", Hay que recordar que Agustín thma
"caridad" al amor a Dios que es posibilitado a su vez por el
amor de Dios a nosotros, es decir el amor que brota de-la fe.
Este amor constituye a li vez Ia motivación dL nuestras acciones
y hace posible el discernimiento para realizarlas concretamente.
El amor de Dios y del prójimo constituye una sola realidad. Esta
doctrina agustiniana del amor tiene un complejo trasfondo tanto
en la Escritura como en el pensamiento filosófico, que no pode-
mos ahora exponer, pero la famosa Irase captá huy bien el
espíritu del pasaje de la ls epístola de Juan (4t4-l}) qu€ ex-

r25
pone. En cuanto a la cita de Lutero, rcza^textualmente como
se indica más abajo, y aparece en las "Tesis acerca de'la fe y
la ley", de 1535 (WA 39/1, pp. 44-62). "52' Porque, si tene-
mos á Cristo, podemos fácilmente establecer leyes y juzgaremos
rectamente dá todas las cosas." '053. En verdad, podríamos hacer
nuevos decálogos, como lo hace Pablo en todas sus eplstolas y,
sobre todo, Jeiúi en el evangelio." "56. -... el cristiano, lleno
del Espíritu, [es] capaz de ordenar un decálogo y juzgar con
toda corrección acerca de las cosas." Por supuesto, Lutero reco-
noce que, de hecho, los cristianos somos "inconstantes en el
Espíritu" y por consiguiente no podemos, en Io práctico, pasarnos
sin ciertas ordenanzas.
10 Estudios recientes han corregido la visión unilateral que
los cristianos teníamos de los fariseos, y en general del judaísmo
contemporáneo de Jesús. Por una parte, no faltaba conciencia
de los peligros de formas extremas de legalismo. Un rabino del
segundó siglo comenta: "Jerusalem fue destruida por observar
la ley". Y a la pregunta, "¿cómo es eso posible?" responde:
"Por'observar la letra en lugar del espíritu". Los estudios indi-
cados nos muestran, por otra parte, la pureza moral y religiosa
y la devoción y consagración hasta el sacrificio de los fariseos,
así como los muchos puntos de coincidencia entre Jesús y ellos.
Es precisamente esto lo que nos permite resaltar más honda-
mente el contraste entre Ia profunda piedad farisea de la ley y
la nueva calidad de existencia que Jesús proclama. Este contras-
te aparece en forma muy vívida en la interpretación ----en otros
sentidos muy discutible- del mensaje de Jesús por Rudolf Bult-
raann, !esúi. La desmitologización del Nueao Testamento (Bte-
nos Aires, Editorial Sur, 1968). Los primeros capitulos presentan
un cuadro bastante adecuado del judaísmo de la época. Los ca-
pítulos tres y cuatro destacan el contraste entre la enseñanza
rabínica y Jesús. IJn cuadro del judaísmo de la época por un
autor judío que merece el mayor respeto lo hallaremos en la
obra dá José Klausner, !esús de Nazaret (Buenos Aires, Bditorial
Paidós,1963).
11 Hay una crítica penetrante y muy adecuada de una reli-
giosidad que pretende utilizar a Dios y la religión para no correr
él .iergo á" ó;".cer una decisión moral propia en la obra del
autor iatólico Juan L, Segundo, Nuestra idea de Dios (Buenos
Aires, Editorial Lohlé, 1970, pp. L42-150)-
12 El concepto de fe es sumamente rico en Ia Fiblia, desde
la idea hebrei de firmeza y por consiguiente fidelidad, a la
concepción paulina, Ia de la-epístola a- los Hebreos, etc' En lo
que hace af materíal bíblico iecomendamos los artículos sobre
'ife" en los diccionarios bíblicos mencionados en la nota B. Hay
una excelente y esclarecedora exposición teológica-de la fe como
to, Lonliarrza y confesión en la obrita de Karl Barth,
"or,o"i*i"t
126
Bosquejo de dogmática (Buenos Aires, La Aurora, 1951, capl-
tulos 1-3).
13 Sobre la obra del Espíritu Santo en la rest¿uración de la
creación de Dios, puede consultarse la obra de Hendrikus Berk-
hof , La doctrina del Espiritu Santo (La Aurora, Buenos Aires,
1969, cap. 5).
14 La idea de "nuevo hombre" ha venido a ser un tema de
apasionante actualidad en nuestro continente. Es sabido que
Carlos Marx había hablado de un "hombre total" en contrapo-
sición con el "hombre truncado" producido por las condiciones
de existencia de nuestro sistema socio-económico. Este aspecto
humanista del pensamiento marxista ha sido muy influyente en
algunos movimientos latinoamericanos. Ernesto (Ché) Guevara
se refirió frecuentemente a la creación de un "hombre nuevo"
en la revolución cubana, llegando a afirmar: "la formación del
hombre nuevo" (y el desarrollo de la técnica) son "los dos pi-
Iares" del programa revolucionario. El tema es frecuentemente
tratado también en Chile en los últimos tiempos. Por supuesto,
una mera coincidencia verbal no basta para establecer una rela-
ción. Pero al menos nos obliga a estudiar el tema con seriedad.
Como un primer intento de hacerlo (a mi parecer, con varias
fallas, pero estimulante), puede leerse la obra del autor católico
J. González R:uiz, Marxismo y cristianismo frente al hombre
nueao (Is,{adrid, Guadarrama, lg62). En cierto modo, toda la
"teología de Ia liberación", que va surgiendo en América Latina,
se desarrolla en un diáogo con el marxismo y por Io tanto, temas
como el mencionado, son constante objeto de reflexión. Sin duda,
la obra más completa hasta el presentg en la que además se
desarrollan varios temas aludidos en este trabajo, es la del te6logo
peruano Gustavo Gutiérrez, Teología ile la liberación (Salaman-
ca, Sígueme, 1972), cuyo estudio recomendamos muy encare-
cidamente.
1ó Fromm ha desarrollado su concepto del amor en un librito
titulado El arte de amar (Buenos Aires, Paidós, 1961). Para
comprender adecuadamente el rico pensamiento del autor hay
que referirse, sin embargo, al menos a su obra Etica y psicoand-
lisrs (México, Fondo de Cultura Económica, 1953), donde fun-
d¿menta su ética en su concepto de la personalidad humana, y
a los anáIisis de Ia sociedad contemporánea (Miedo a la Liber-
fad, Buenos Aires, Paidós, 1963 y Psicoanálisis de la sociedad.
contemporánea, citado en la nota 5). Más adelante llamamos
la atención sobre Ia discrepancia que vemos entre este punto de
vista y el c¡istiano (pp. 79 ss.).
16 Sobre el concepto bíblico de "amor" véanse los diccionarios
bíblicos mencionados en la nota 8.
t7 La idea de la imitación de Cristo ha sufrido muchas de-
formaciones en la historia de Ia piedad cristiana. Dada la falta

127
de un estudio actualizado en castellano, nos permitimos una nota
más extensa de introducción, en que resumimos diversos mate-
riales. En cuanto a la historia de este concepto, algunos han
pretendido una imitación literal de la vida de Jesús, o una su'
perficial adaptación a nuesEas preguntas, como la del tan cono-
cido libro En sus Pasos o ¿qué haría /asús? Otros intentaron
derivar de la vida de Jesús las reglas paxa una vida monástica:
pobreza, celibato. Alberto Schweitzer ha mostrado cuán a mc
nudo los autores simplemente pintaban a Jesús de acuerdo a
sus propias ideas; veían reflejado en El lo que ellos mismos eran
y creían. Pero estas deformaciones no nos eximen de tomar
seriamente todo el testimonio bíblico que habla unánimemente
de "seguir a Jesús", "imitar a Jesús", "ser conformados a su
imagen", como la naturaleza misma del discipulado. Nos per-
mitimos incluir en esta nota un breve bosquejo que ayude al
lector a estudiar un tema tan importante,
I. El discípulo como imitador del amor de Dios (l Juan 1:
5-7; 1 Pedro 1:15 s.; Efesios 4:24), de su perdón (Mat.
6:12 y paralelos; Luc. 1l:4), del amor sin distinción c
discriminación (Luc. 6:32-36; Mat. 5:43-48),
II. El discipulo como imitador del amor de Cristo. Amar y
darse como Cristo (Juan 13:34, 15:12; 1 Juan 3:11-16).
Servir como él (Juan 13:1-17; Rom. 15:1-7; Efesios 5:
2s-28).
III. El discípulo y la muerte de Cristo. Morir con él (Rom.
6:5-12; Gal. 2:20); sufrir como definición de la existencia
cristiana (Fil. 3:10 ss.,2 Cor.4:10 ss.; Col. l:24); sufrir
como Pablo, que a su vez imita a Cristo (1 Cor. 10:33 s.;
I Tes. I :6).
compartir la condescendencia o humillación divina (Fil.
- 2:3-14) ;
dar la vida como él (Ef. 5:l s.; I 3:16);
- servicio en lugar de dominio (Mat.Juan 20:25-28; Marcos
- 10:42-45);
aceptar sufrimiento inmerecido como él (l Pedro 2:
- 20 s.; 3:14-18; 4:12-16);
sufrir como él la enemistad del mundo por el Reino
- (Luc. 14:27 ss. y paralelos; Juan 15:20; Pil. 1:29; 2
Tim. 3:12; 1 Pedro 4:13).
La muerte es la victoria (Col. 2: 15; I Cor. l:22-24; Apoc.
5:9 s.; 12:12; 17:14).
18 Nos falta en castellano una obra actualizad,a sobre las en-
señanzas de Jesús en general y su significado ético en particular.
Aunque tal vez demasiado influida por una teología liberal, sigue
siendo muy útil la obra del Obispo Sante U. Barbieri, Las ense-
ñanzas de /a"rús (Buenos Aires, La Aurora, 1949). Unen a la
vez profundidad y actualización teológica, con una admirable

r28
sencillez las obritas de Joaquín Jeremias sobre el Sermón del
Monte (Palabras de lesús: el Sermón de la Montaña; Madrid,
Fax, 1968) y de Bultmann, mencionada en la nota 10.
10 Las listas referidas pueden clasificarse de varias maneras.
Encontramos conjuntos de instrucciones con respecto a la vida
en el hogar (la familia con todos sus miembros, incluidos servi-
dores, esclavos, etc.) y en Ia congregación. Son las llamadas
"tablas familiares": Efesios 5:21-6:9; Col. 3:18-4:1; 1 Tim.
2:l-15;5:1-21; 1 Pedro 2:13-327, donde vemos muchas adap-
taciones a las condiciones de la familia y comunidad cristiana.
Por otra parte hay'simples listas de vicios (por ej., Rom. l:
29-31; I Pedro 4:3; I Cor. 6:9-10; GaL 5:19-21; I Tim. 1:
9-10) y de virtudes (por ej. GaL5:22-23;2 Cor. 6:6-7; Ef.
6t14-77; Fil. 4:B; Col. 3: 12-14; I Tim. 3:2-3; Tito l:7-8; I
Pedro l:5-B). Las listas de vicios son bastante formales y re-
producen casi enteramente las que encontramos en el ambiente;
se da por sentado que el cristiano ha dejado atrás todas estas
cosas, o mejor dicho, la forma de vivir en que esos actos tenían
lugar. Las listas de virtudes han sido más profundamente afec-
tadas por la nueva vida en Cristo, centrándose por consiguiente
en la fe, la esperanza y el amor. Aunque no hay ningrln estudio
adecuado del tema en castellano, se encontrará en los pasajes
mismos material muy significativo. Además de los comentarios
respectivos, puede verse el artículo "virtud" en el Diccionario
de Haag mencionado en la nota B,
s Como descripción ile la vida de la iglesia primitiva pode-
mos consultar en castellano las obras de Daniel Rops, La iglcsia
dc los apóstoles y de los ¡nártires (Barcelona, Luis de Caralt,
1955) y de Lebreton y Zeiler La iglesia primitiua (Buenos Aires,
Dedebec, 1952). Mucho más breve y sencillo es el librito de M.
Simon, Zor primeros cristianos (Buenos Aires, Eudeba, 1961).
27 llay, sin émbargo, uná marcadá distancia entre este con-
cepto de "disciplina" y la rigidez legalista que muchas veces se
ha conocidó con ese nombre en muchas iglesias evangélicas. Esta
última representa, más bien, un retorno al legalismo con su
secuela de hipocresía, falso sentido de superioridad, crítica des'
piadada y murmuración, que el N. T. condena. Es interesante
notar que el N. T. no utiliza para esta conducta cristiana nor-
mativa el término disciplina (paideia) u otros semejantes, sino
que prefiere hablar de "caminar" o "conversar", o "conducirse"
"como es digno" (arios) del llamado cristiano. Incluso en casos
graves, como el de Corinto (l Cor. 5), Pablo no actúa impo-
niendo una disciplina, sino llamando a los cristianos al sentido
de lo "digno" de Cristo y pidiendo el ejercicio responsable,
incluso para el bien del transgresor, de 1á responsabilidad de Ia
congregación. La "disciplina" no es, pues, una regla forzada

r29
sobre una comunidad, sino el compromiso común y solidario de
ésta en Ia obediencia a la voluntad de su Señor.
22 Laidea de "discernir" lo que es genuino, o "certificar" Ia
autenticidad de un acto, una persona, una dirección recibida,
se aplica en el N. T. a la ética cristiana, particularmente por el
apóstol Pablo. El cristiano es llamado a hacer la "voluntad de
Dios". El judío podía simplemente "certificar" esa voluntad en
la ley (Rom.2:lB "instruido por la ley, apruebas lo mejor").
El cristiano tiene que ejercer ese mismo discernimiento, pero no
por una simple lectura de la ley, sino mediante la "renovación
del entendimiento" que da eI Espíritu (Rom. 12:l-2). Es un
don, y por Io tanto, sólo Dios mismo lo da (cf. Fil. 1:10 donde
Pablo lo pide para los filipenses); es obra del Espíritu (5:9 s.).
Por El, ei posible escoger aquello que correspondá a la voluntad
del Señor entre Ias
las muchas alternativas que Dresentan (1 Tes,
oue se presentan
5:21). Jesús invita
.vita a sus discípulos a discernir el propósito de
Dios en los acontecimientos: "discernir las señales de los tiem-
pos" (Luc. 12:56) para adecuar su conducta.
23 Merece estudiarse la función del profeta en el Nuevo Te¡-
tamento, pues parece particularmente relacionada con la bús-
queda de la "voluntad de Dios" parala vida de la iglesia en un
determinado momento, Hay una serie de pasajes del libro de los
Hechos donde se destaca el aspecto de "predicción" de estos
profetas. En los escritos paulinos, en cambio, se aprecia mucho
este don (segundo sólo al apostólico), pero se lo vincula más
a la "edificación" y dirección de la comunidad. El capítulo
central a este respecto es 1 Corintios 14. Véanse al respecto
los comentarios al pasaje mencionado y el artículo "profetas"
(sección dedicada al N. T. y la iglesia primitiva en los diccio-
narios mencionados en Ia nota 8).
24 La frase aparece en la crítica de Marx a Ia filosofía idea-
lista, y no debe interpretarse, por lo tanto, como una simple
repetición de Ia acusación deísta y positivista de que las reli-
giones organizadas son una forma de explotación por las clases
sacerdotales. La cita más completa es la siguiente: "La miseria
religiosa es a la vez la expresión de una verdadera miseria y la
Protesta contra la verdadera miseria, La religi6n es el suspiro
de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón y
el espíriiu de una situación sin espíritu. Es el opio del pueblo".
Así ubica el fenómeno religioso en relación con la miseria de la
situación humana alienada, de Ia humanidad truncada. Pero
Marx- al ofrecer al hombre una salida ultramundana
-piensa
a su situación de esclavitud, la religión desolidariza al hombre
de la búsqueda de una liberación terrenal, lo consuela en su
situación y, en ese sentido, lo adormece como el opio. Db la
creciente literatura sobre marxismo y cristianismo señalo solo,
por su contexto latinoamericano, el libro del católico Conrado

r30
Eggers Lan, Cristianismo y nueua ideologla (Buenos Aires, Edi-
torial Jorge Alvarez, 1968) y, de varios teólogos protestantes
Apertura para el diálogo entrs cristíanos y marxistos (de Molt-
mann, West y Lehmann, Buenos Aires, La Aurora, l97l).
25 Queda fuera de toda posibilidad entrar aqul en el amplio
campo de la ética del Antiguo Testamento, tan importante y
tan rica, a la vez que tan actual frente a la problemática con-
temporánea. Como compendios breves de las ideas centrales del
A. f. que tienen importáncia para la ética, recomiendo R. A. F.
MacKenzie, La fe y la historia en el Antiguo Tcstamento (Bte-
nos Aires, Ediciones Paulinas, 1965) y G. E. Wright, Inclind tu
ofdo (Buenos Aires, La Aurora, 1959). De este último autor
hay una obra excelente y de fácil acceso en portugués, Doutrina
Biblica do Homem na Sociedadc (Sao Paulo, ASTE, 1966).
También es valioso el librito de G. Pidoux, El hombre en el
Antiguo Testamento (Buenos Aires, Lohlé, 1969). Con referencia
especial a los temas de orden social hay que destacar una obra
del jesuíta mejicano José P. Miranda, Marx y la Biblia (México,
edición del autor, 1971).
26 Sería de gran valor comparar esta noción de justicia con
la desarrollada en el pensamiento griego (principalmente en
Platón y Aristóteles) y en el derecho romano. Tal vez la raiz
última de la diferencia reside en que, mientras éstas hacen repo-
sar Ia justicia en un orden racional o natural abstracto, inmu-
table y absoluto (la idea del bien, o el orden natural, según el
caso), la Biblia arraiga la justicia en la voluntad activa de un
Dios que obra en la historia para establecer su Reino. Aunque
habría varios reparos que hacerle por eI excesivo peso que da
a la idea de orden natural, puede leerse con provecho la obra
de E. Brunner, La justicia (México, Centro de Estudios Filo-
sóficos, 1961).
27 También aquí tenemos que advertir el contraste entre los
conceptos de paz basados en la tradición grecorromana, que
concibe la paz usmo ausencia de conflicto, como una calma casi
"natural" y la concepción dinámica de la Biblia como un orden
que Dios quiere e invita al hombre a buscar para. establecer la
justicia en medio de las tensiones de la historia. La Conferencia
Episcopal Latinoamericana de la Iglesia Católica Romana en
Medellín parece captar muy bien esta distinción cuándo carac-
teiza la visión cristiana de la paz por tres notas: (a) la paz
es obra de la justicia supone y exige la instauración de un
orden justo; (b) la paz- es quehacer permanente no es un
- constan-
"estado" que se alcanza sino algo que debe construirse
temente en la historia; (c) \a paz es fruto del amor supone
-
una real fraternidad con todas las consecuencias materiales y
espirituales de la misma. Las consecuencias éticas de estas notas
de la paz para la solución de los conflictos humanos son suma.

t3t
mente importantes. A la vez, habtía que señalar que, en el
concepto bíblico, la paz que construimos no es nunca la defini-
tiva, la paa del Reino, que Dios ha de introducir al fin de la
historia. Como consecuencia, vetrno.s a Dios perturbando las "fal-
sas paces" en lar que los hombres nos instalamos como si fueran I
definitivas. En ese sentido, podemos también entender positiva-
mente las tensiones y conflictos mediante log cuales somos lmpul-
sados a buscar "paces" que respondan mejor a las condiclones
de justicia, responsabilidad activa y fraternidad que hemos men-
cionado. Por otra parte, el cristiano hace reposar en Jesucristo ,

su esfuerzo por lograr una paz más auténtica en este mundo y


su esperanza de una paz plena en el Reino. Por eso ¿firma el
Apóstol: "El (Jesucristo) es nuestra paz". Pueden verse al res-
pecto lol artículo§'conespondientes de los diccionarios bíblicos
mencionados en la nqta 8.
28 Lucas 6120-26, donde se completan las bienaventuranzas
con una serie de ayes, que muestran alavez el carácter cqncreto
de las primgras y el contraste entre la aceptación del Reino y la
acomodacién al mundo presente con sus estructuras de injusticia
y opresión. Véase la obra de Jeremias sobre el Sermón de la
Montaña mencionada en la nota 18.
@ El profesor O. Cullmann ha desarrollado con particular
atención esta situación del cristians "entre los tiempo§'f, q como
él lo dice, e¡ltre el "ya" de la venida de Cristo y el Ítodavla
no', de su manifestación final. Al mismo tiempo ha señalado la
importancia de este concepto para la ética cristiana. Véanse
especialmente Cristo 1t el tiempo (Barcelona, Estela, 1968, esp.
3r parto, e Historia de la Saluación (Barcelona, Penlnsula, 1967,
esp. quinta parte, cap. V).
80 Un capítulo muy intergsante de la historia del Cristianismo
lo constituyen los grupos "apocalípticos" que han intentado tra.
ducir su esperanza de una radical y pronta transformación del
mundo por un acto de Dios en un prograrna de reforma social,
El tema escapa a nuestra consideración, y sólo podemos llamar
la atención al interesantísimo (aunque ciertamente polémico)
libro de Rosemary R. Ruether.
Ruether, El reino de los extremiitas (B:ue-
(Bue-
nos Aires, La Aúrora, l97l).
al Sobre €ste tema aparecerá en esta misma colección en breve
una obra del prof. Lambert Schuurmann cuyo título tentativo es
"El cristiano y Ia política".
82 La dificultad de defender a base de la Biblia una teorla
de la propiedad privada tal como la que la mayor parte de nues-
tra legislación sq§tiene, se hace cada vez más evidente. Este
es un tema que, como ilustración de la necesidad de confrontar
con la Escritura algunas de las ideas que damos por sentado,
merece consideración. Puede verse al respecto, aparte de la obra

tE2
de Eggers Lan mencionada en nota 24 y de José P. Miranda
mencionada en la nota 25, el artículo de \4r. Eichrodt, un desta-
cado especialista de A.7, "La cuestión de la propiedad a la
luz del Antiguo Testamento", en Lo autoridad de la Biblia para
el dla actual (editado por A. Richardson, Buenos Aires, La
Aurora, 1954; pp. 165 ss.).
sB La obra capital de Bloch "El Principio Esperanza", no
está accesible en castellano. Pero es interesante notar que se
ha desarrollado, comenzando en Alemania, en los últimos años,
toda una teologia que hace de la esperann la catego{ra funda-
mental. El libro más destacado e inicial es el de Jürgen Molt-
mann, Teologla de la Esperanza (Salamanca, Sígueme, 1969).
El católico Johannes Metz (ver nota 8, final) sigué una llnea
semejante. En nuestro medio hay que destacar la obra de Ru-
bem Alves, Religión, opio o ivstrumento d.o liberación (Monte-
video, Tierra Nueva, 1970) que entabla un diálogo muy fructl-
fero con esta teología y la del católico Hugo Assmann, Opresión-
Liberación: desafío a los cristianos (Montevideo, Tierra Nueva,
1971), que hace lo propio desde un punto de vista un tanto
distinto. No se trata en todas estas obras de lectura sencilla,
pero los problemas que tratan son centrales a la ética cristiana
en la hora actual.
INDICE

Prólogo

¿QUE HACER? 9

La bancarrota de las respuestas r2


¿Somos responsables? t7
Perplejidad y claridad l9
¿Claridad de los cristianos? 23

EL HOMBRE NUEVO .)o

Dos formas de existencia humana 3t


Infancia y esclavitud 37
El verdadero hombre 45
¿Quién es el hombre nuevo? 50

AMA Y HAZ LO QUE QUIERAS 59

Los paradigmas del amor 62


¿Pero cómo decidir en concreto? 7t
4. UN MUNDO NUEVO 8l
Todos, todo 84
Las condiciones del cornbate 94
Acercándonos a la acción 99

5. BIENAVENTURADOS LOS
HACEDORES 105

Ni cinismo ni optimismo ingenuo 106


La relatividad y la promesa de la acción ll3
Anotaciones t2r
(a\/
:l'i\()s .'\lltl']s
[.] I) r'I'() lt l.-\ l. [-,\,\L, lt()ttA' ]][

Para el cristiano "lo nuevo" ya ha suce(litlo y Por esrr


¡ruede atreverse :r jugar su vitla entera l)or cos:ls que
aÍrn no son, en camino hacia ttna esperanza. AMA
Y }IAZ LO QUE qUIERAS es una ética para el
hombre nuevo, que particil-ra gozosalnente en la tralts-
formación radical tle totlas las cosas, clerramantlo en
el munrlo su amor, sientlo un rebelcle en toda situa-
ción estática y asumienclo una actiturl permanente-
r¡rente revolucionaria. Tales los fundamentos tle este
libro en el cual el Dr. .fosé Míguez Bortino nos l)re-
senta el bosquejo cle una ética cr¡ntemporánea.

.fosé Miguez Bonino, <loctor en teologia, es tii:ector


tle los estudios para post-gratluatlos en ISEDET, Bue-
nos Aires. Ha publicatlo CONCILIO ABIERTO (re-
f lexiones sobre el Concilio Vaticano II, dontle asis-
tiri como observaclor), Et, NUEVO NÍLINDO DE
DIOS (estudios sobre el Sermón clel X{onte) e IN-
TEGRACION HUMANA Y UNIDAD CRISTIANA.
I)ul"ante varios años tlictó la ciitedra tle étit'a en la
F¿rcultad Evangélica «le Teología.

€Dt-f(.)FBll\1_
€s(-,1\_I-()l\

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