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Luis Javier Cabrera Hernández 09/10/18

Reporte sobre la visita al Museo de las Culturas Populares

El pasado 2 de octubre, con la finalidad de elaborar un trabajo para la asignatura de Estética


I, visité el Museo de las Culturas Populares en compañía de mi novia. Grande fue nuestra
sorpresa al enterarnos de que la mayoría de las salas de exposición se encontraban cerradas,
habiendo disponible únicamente una exhibición sobre el Punk y el Metal. He de confesar
que no soy particularmente afín a estos dos géneros musicales, aún cuando durante mi
adolescencia, mientras cursaba la secundaria, no sólo llegué a escuchar algunas bandas de
Heavy Metal, sino que incluso toqué canciones pertenecientes a este género en el bajo
eléctrico como integrante de una banda de rock. No obstante todo lo anterior, el inusual
tema de la exposición aunado a las palabras persuasivas de la guía del museo terminaron
por animarnos a recorrer la galería. Desde afuera de la sala se percibía un sonido estridente
en el cual destacaban el timbre metálico de los platillos de la batería y unas voces guturales
que unas veces parecían estar profiriendo insultos y otras estar invocando al demonio y su
legión infernal. Una vez dentro, el espectador tenía la opción de iniciar el recorrido por el
centro o por uno de los extremos de la sala. De manera que ante nosotros aparecía lo que se
antojaba una especie de laberinto urbano, cuyos muros tapizados de boletines, revistas,
fundas de discos de acetato, entre otras cosas, intentaban comunicar sus experiencias al
espectador curioso, siempre animados por la música estridente que sonaba sin cesar. Toda
la exhibición exhalaba un fuerte aire de descontento y malestar social. Las imágenes de los
boletines y las revistas, por medio de las cuales los jóvenes adeptos de estos géneros
intentaban hacerse escuchar, desafiaban constantemente la mirada del espectador. Ningún
aspecto de la sociedad escapaba a su crítica mordaz y amarga. Se ponían en tela de juicio
los viejos valores morales, las preferencias sexuales preestablecidas y prácticamente todas
las convenciones sociales. Se revelaba ante nosotros o, mejor dicho, rebelaba, un sector de
la sociedad profundamente descontento con la realidad del país; con su miseria, con la
inseguridad, con la violencia y la opresión, la injusticia y la desigualdad. Estos jóvenes no
se habían limitado a externar su opinión sino que, no estando conformes con ello, habían
optado por expresarla en carne propia. Así, una buena parte de su propaganda e ideología
había que buscarla no en las revistas y boletines, sino en sus pieles repletas de tatuajes y
otras tantas marcas- perforaciones, cortes de cabello estrambóticos e indumentaria agresiva
e inusual- muestra de su claro rechazo y desafío a toda convención social.

A partir de lo anterior podemos formular una definición de cultura y, sobre todo, de lo


popular. En primer lugar, debemos destacar el carácter claramente colectivo de la cultura.
No importa si se habla de cultura popular, oficial, urbana, o cualquier otro adjetivo que se
desee añadir, la cultura es, siempre y necesariamente, algo colectivo. Dicho de otro modo,
una cultura no es algo propio y exclusivo de un individuo sino que, por el contrario, vive y
sobrevive a través de una comunidad. Es la materialización de las vivencias, experiencias y
anhelos que comparten un conjunto de personas y que transmiten, unas veces
inconscientemente y otras de manera consciente, a las siguientes generaciones. Es una serie
de hábitos, propios de ese conjunto de personas, que determinan su manera de relacionarse
con el mundo y de aproximarse a futuras experiencias. La cultura es experiencia colectiva
acumulada con el paso del tiempo y en constante transformación. En constante diálogo
consigo misma. Toda comunidad vive una relación de constante tensión con su cultura en
tanto que tiene que decidir si adaptarse a ella o apartarse de ella. Ese, claramente, fue el
caso de los jóvenes adeptos del Punk y el Metal. Lo popular consiste igualmente en una
serie de vivencias y experiencias, pero que han sido excluidas del canon de la cultura oficial
y muchas veces ignoradas, marginadas. Son las voces silenciadas, los cuerpos censurados
que, de no ser por el esfuerzo e interés de instituciones como este museo, no contarían con
el espacio necesario mara manifestarse. En cuanto al uso de la expresión “experiencia
artística” o “experiencia estética”, propongo definirla, siguiendo un enfoque derridiano,
como el lugar de encuentro entre dos entidades, sean estas dos cuerpos, dos comunidades o
incluso, por qué no, la propia individualidad escindida de un sujeto. El punto de contacto
entre dos visiones del mundo muchas veces opuestas, irreconciliables, que invitan al
diálogo y a la convivencia más que a la mera aceptación ciega y dogmática. Un ir y venir
de experiencias que invitan a descubrirnos y pensarnos en el otro o a través del otro. Eso,
en mi opinión, y tras una visita al Museo de las Culturas Populares un martes 2 de octubre
(2 de octubre no se olvida), es lo que significa experiencia artística o estética.

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