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EL NUEVO GOBIERNO COMUNISTA
La guerra contra Japón se cobró una enorme cantidad de víctimas entre el pueblo
chino. Grandes áreas del país fueron devastadas y las comunicaciones quedaron
destruidas. Ocho años de guerra dieron como resultado un millón y medio de chinos
muertos y casi dos millones heridos, mientras que la deuda de guerra del país se había
incrementado hasta los 1.464 millones de dólares chinos (Hsu, 2000: 611). Durante
un largo período, de 1931 a 1945, los informes oficiales chinos afirmaban que Japón
era responsable de la muerte de 3,8 millones de soldados, del asesinato o las heridas
de 18 millones de civiles, y de la destrucción de propiedades por un valor equivalente
a 120.000 millones de dólares norteamericanos (Feuerwerker, 1989: 431-432). Sin
embargo, todas las esperanzas de que prevalecieran la paz y la estabilidad se vieron
cruelmente desbaratadas cuando la creciente hostilidad entre Chiang Kai-shek y el
PCC, cuyas fuerzas totalizaban ahora un millón de soldados regulares y dos millones
de milicianos, estalló en una sangrienta guerra civil, que se convirtió en el primer
conflicto de la era de la guerra fría debido a la implicación de Estados Unidos y la
Unión Soviética (Westad, 1993).
Durante mucho tiempo se ha considerado la victoria final de Mao Zedong, en
octubre de 1949, y el establecimiento de la República Popular China (RPC) un
importante punto de inflexión en la moderna historia del país. El propio Mao
describió la victoria del PCC como la culminación de una lucha de cien años contra el
imperialismo (cuyos orígenes se remontaban a la guerra del Opio) y el esfuerzo para
construir un estado-nación independiente y respetado que asumiera su legítimo lugar
en el mundo. En vísperas de la victoria del PCC, el brazo derecho de Mao, Liu
Shaoqi, declaraba también que la revolución china, de orientación rural y basada en la
independencia y en la sinización del marxismo, serviría de modelo e inspiración a
otros países oprimidos del mundo colonial, especialmente en Asia y África. Si bien
no representaba precisamente la primera accesión al poder de un partido comunista
nacional sin ayuda exterior desde la revolución bolchevique de 1917 —en septiembre
de 1945, el Vietminh de Hó Chi Minh, de orientación comunista, declaró la
independencia vietnamita y proclamó la República Democrática de Vietnam, aunque
posteriormente hubo de enzarzarse en una lucha militar que duraría treinta años,
primero contra los franceses, decididos a restaurar su dominio colonial en Indochina,
y luego contra Estados Unidos y sus emisarios survietnamitas—, la victoria del PCC
en 1949 constituyó un foco de atención también para los estudiosos occidentales.
Aunque hubo importantes desacuerdos respecto a las causas y la naturaleza del
acontecimiento (Hartford y Goldstein, 1989), hasta hace poco ocupaba una posición
preponderante en las relaciones de la moderna historia china (Hershatter, Honig y
La guerra civil
Ya en 1956 Mao había cuestionado la validez del modelo soviético como guía del
desarrollo chino. En un discurso titulado «Sobre las diez grandes relaciones» (cuyos
detalles no se conocerían hasta una década después), Mao hacía hincapié en la
importancia de la industria ligera y la agricultura, la industrialización del campo, la
descentralización de la planificación, los proyectos intensivos en el empleo de trabajo
(como forma opuesta a los proyectos intensivos en el empleo de capital), el desarrollo
de las áreas del interior, y el uso de incentivos morales, en lugar de materiales, para
estimular el compromiso revolucionario (Schram, 1974: 61-83; 1989: 114). Esta serie
de estrategias, en opinión de Mao, darían lugar a un rápido desarrollo económico y
permitirían a China superar al Occidente capitalista. La campaña del Gran Salto
Adelante, lanzada en 1958 para realizar ese objetivo, representaba también la visión
utópica maoísta de crear una forma de socialismo específicamente china, que
implicaba un renovado énfasis en el papel clave del campesinado y en el logro último
del «cuerno de la abundancia colectivista» (MacFarquhar, 1997: 467).
La campaña acabó en desastre, y varios estudios recientes han subrayado su
enorme coste en vidas perdidas a causa del hambre y de la drástica disminución de la
producción agraria (Yang, 1996: 33-39; MacFarquhar, 1997: 1-6). La posterior
anulación de las políticas del Gran Saldo Adelante, y la creciente percepción de Mao
de que tanto él como «su» revolución estaban quedando marginados, a mediados de
la década de 1960 engendraron en su mente la obsesión de que se necesitaba nada
menos que una «metamorfosis espiritual» (MacFarquhar, 1997: 6) para revivir un
impulso y un compromiso revolucionarios que estaban Raqueando. La Revolución
Cultural sería la última gran iniciativa de la carrera política de Mao, un audaz intento
orquestado para desmantelar la autoridad del partido con el fin de reconstruir los
fundamentos de una nueva sociedad y una nueva unidad política revolucionaria. Sin
embargo, y como en el caso del Gran Salto Adelante, la Revolución Cultural produjo
consecuencias inesperadas que arruinaron un incontable número de vidas.
El eslogan «Gran Salto Adelante» (dayue jin) se utilizó por primera vez a finales
de 1957, en relación a una campaña de represa de agua que había exigido una
movilización de mano de obra mayor de la que proporcionaban las CPA de nivel
superior. El eslogan pasó pronto a adquirir un significado mucho más amplio,
reflejando la ilimitada confianza de Mao en que una transformación social,
económica e ideológica radical daría lugar no sólo a una sociedad comunista, sino
[…] los chinos solían ser esclavos, y parecía que seguirían siéndolo. Cada
vez que un artista chino pintaba un retrato mío junto a Stalin, yo salía siempre
más bajo que él (MacFarquhar, 1983: 38).
A partir de 1960, Liu Shaoqi y Deng Xiaoping procedieron a dar marcha atrás a
muchas de las políticas del Gran Salto, en lo que se ha calificado de «reacción
termidoriana» (Meisner, 1999). Se restauró el control burocrático del centro. Se
redujeron las funciones socioeconómicas de las comunas y se hizo del equipo de
producción (que coincidía con la aldea natural) la unidad básica de producción y de
contabilidad. Se toleraron las parcelas privadas y los mercados rurales libres. Se
cerraron numerosas escuelas a tiempo parcial y clínicas, ya que se volvió a dar
prioridad a las áreas urbanas a la hora de distribuir los recursos. Hubo una tendencia
general a ignorar la importancia de las campañas ideológicas en la medida en que se
hacía mayor hincapié en la recuperación económica y ahora pasaba a resultar más
importante ser experto que «rojo». La atmósfera pragmática de la época se ilustra
muy bien en la invocación por parte de Deng Xiaoping, en 1962, de un refrán
campesino como justificación de unas políticas rurales más flexibles: «No importa si
el gato es negro o blanco; mientras cace ratones será un buen gato» (MacFarquhar,
1997: 233).
En 1962, Mao empezó a hacer públicos sus temores de una «restauración» por