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Historia del Mundo Contemporáneo.

Curso 2016

Dos modelos revolucionarios: la Independencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa.


La Europa Napoleónica.

El último tercio del siglo XVIII puso de manifiesto el fracaso de las soluciones reformistas, es decir, la
incapacidad y falta de voluntad de las monarquías absolutas del Despotismo Ilustrado para acabar con el privilegio
fiscal como única forma de posibilitar un saneamiento de la Hacienda que proporcionara a los Estados recursos
imprescindibles. El fin de las esperanzas de cambio evolutivo, la bancarrota de las monarquías y la frustración de
parte de la población llevaron a emprender la vía revolucionaria para poner fin a la crisis del Antiguo Régimen.
Como sostienen distintos autores, la revolución fue un fenómeno generalizado y afectó a varias décadas
(entre 1770 y 1848, aproximadamente, aunque se retardara en algunos países). Se ha hablado, incluso, de
Revolución Atlántica: Estados Unidos, Francia, se vieron acompañadas de movilizaciones en otros puntos de
Europa y América; en la etapa napoleónica los principios revolucionarios llegaron a otros muchos lugares (España,
Italia y el Rhin, de modo especial); poco después al otro lado del Atlántico con las guerras de independencia
latinoamericanas o en Europa –tras el freno provisional de la Restauración- en oleadas sucesivas en los años 1820,
1830 y 1848.
Con todo, en Francia se produjo la más significativa de las revoluciones del momento por varias razones:
por el tamaño y la fuerza del país en que se producía, por su carácter violento y radical, por tratarse de un
fenómeno de masas y porque la potencia napoleónica extendió parte de sus efectos a amplias zonas de Europa.
Además, la influencia de la Revolución Francesa trascendió a todo el mundo contemporáneo entre 1789 y 1917:
Francia aportó los ejemplos de liberalismo y nacionalismo, el modelo del Estado moderno, los nuevos códigos
legales, los programas radicales y democráticos e, incluso, los primeros modelos socialistas y precomunistas. El
siglo XIX se escindió entre partidarios y detractores de los principios franceses de 1789 y, sobre todo, de 1793.

I.- La Independencia de los Estados Unidos

En las trece colonias inglesas de América del Norte tuvo lugar el primer movimiento revolucionario, el
primer proceso de aplicación de las ideas de los ilustrados del XVIII que condujo a un temprano proceso de
independencia y a la creación de una república constitucional.

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La diferencia entre la revolución americana y la francesa deriva del propio carácter, de la evolución
histórica diferente de ambos lugares. Ello hizo que, frente al cambio general de todas las estructuras que tuvo
lugar en Francia, la revolución en Estados Unidos destacase por la transformación de las estructuras políticas
(más que socioeconómicas) y de la concepción del ser del hombre y de su papel en la sociedad. Con todo, en
este segundo caso se asistió a un proceso complejo y multiforme, en el que paralelamente a la lucha
independentista se produjo una revolución política y un movimiento social más rico e innovador de lo que a
menudo se ha considerado. Ahora bien, el proceso revolucionario en Estados Unidos se registró en una
sociedad que no había conocido el feudalismo y en la que no existían la nobleza y el clero privilegiados de la
vieja Europa; si bien es cierto que en el sur se desarrollaron ciertas formas aristocratizantes y esclavistas no lo
es menos que dichas formas fueron claramente distintas de las señoriales.

CAUSAS

Las trece colonias habían alcanzado a finales del siglo XVIII un desarrollo vertiginoso, agrícola en el
sur y comercial en el norte (venta de algodón, arroz, tabaco). También en el norte aparecieron las primeras
manufacturas, desarrollándose asimismo un tipo de sociedad más liberal y progresiva que la esclavista del sur.
Desde el punto de vista político, las colonias presentaban también una situación muy diversa (colonias reales,
de propietarios, con “carta”) en conexión precisamente con sus distintos orígenes, si bien habían desarrollado
una tendencia común al establecimiento de asambleas representativas y acabaron teniendo una estructura de
gobierno más o menos similar (gobernador, consejo, asamblea electiva).
Pero la Guerra de los Siete Años (1756-1763) había empobrecido las arcas de la metrópoli que
consideró oportuno que los colonos sufragasen los gastos de aquella y, para esto, impuso nuevos impuestos
indirectos a las colonias. Decidió, también, imprimir mayor vigor al sistema comercial basado en el derecho de
exclusiva que impedía a las colonias comerciar con cualquier otro país que no fuera la metrópoli, con lo cual
todos los beneficios que se obtenían en el comercio (con las Antillas, por ejemplo) pasarían a manos
británicas.
Estas medidas generaron un amplio descontento y la disputa se desató desde 1765 (a partir de la
promulgación de la Ley del Timbre y de otros impuestos indirectos), protagonizada por comerciantes y
grandes agricultores quienes declararon que, en virtud de las mismas tradiciones constitucionales británicas, no
podían establecerse nuevas imposiciones sin el consentimiento de los súbditos o de sus representantes en el
Parlamento. El Parlamento de Londres replicó que sus componentes representaban a todos los súbditos de la
Corona, pero los colonos pasaron a exigir una revisión del estatuto de las colonias británicas que les permitiese
una mayor autonomía y una representación específica en el Parlamento. Al negarse Inglaterra a estas
peticiones, las ideas independentistas fueron ganando terreno. Sobre esta base de disconformidad política
funcionan unas nociones ideológicas que emanan de los postulados de pensadores como Locke, Rousseau o
Montesquieu, que se completarán con las de otros autores (como Thomas Paine, “Common Sense”, 1776).
Todo ello propiciaría finalmente el desarrollo de una mayor conciencia de unidad entre las colonias frente al
fraccionamiento anterior. Así, en 1774, como respuesta a las “leyes de coerción” impuestas por el gobierno
metropolitano tras los sucesos del Boston Tea Party, se reúne en el mes de septiembre el Primer Congreso de
Filadelfia para aunar criterios y fuerzas ante el enfrentamiento con la metrópoli, y donde se decide, entre otras
cuestiones, boicotear los productos británicos y cuestionar la legitimidad del Parlamento.
En esta atmósfera dominada por las actitudes radicales, las posiciones conciliadoras estaban
condenadas al fracaso, produciéndose el encuentro de soldados y milicianos en distintos puntos. Así, en mayo
de 1775 se reunió el Segundo Congreso Continental de Filadelfia que tomó las primeras medidas para
organizar la guerra, y que actuó como gobierno de facto en los siguientes años.

LAS HOSTILIDADES

Pese a que Inglaterra retira la mayor parte de los nuevos impuestos, la situación resulta ya
incontrolable y en 1775 estalla una guerra que pronto se convertiría en internacional al encontrar las colonias
apoyos en los enemigos de Inglaterra: entre otros, Francia y España. El Tratado de Versalles pone fin a las
hostilidades en 1783, con el reconocimiento por Inglaterra de la independencia de los Estados Unidos.
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SIGNIFICADO DEL MOVIMIENTO AMERICANO

La guerra de independencia simbolizó el triunfo de los postulados del liberalismo frente a un modelo
más o menos identificado con el Antiguo Régimen, aunque diferente al característico francés. Este proceso de
ruptura viene perfectamente marcado en dos documentos básicos generados por el ciclo revolucionario:

Declaración de Derechos de Virginia (12 de junio de 1776) y Declaración de Independencia (4 de


julio de 1776): contienen los principios básicos del liberalismo político forjado por los teóricos desde finales
del siglo XVII, entre otros, que todos los hombres han nacido iguales y son portadores de derechos
inalienables, como la vida, la libertad y el derecho a la felicidad; tienen derecho a derrocar al gobierno si este
se opone al cumplimiento de tales fines. Pero lo que en los tratadistas ilustrados fue una especulación teórica,
los norteamericanos lo convirtieron en una realidad política y fundaron un Estado basado en la razón humana
y en la libertad, ya no en la legitimidad monárquica, en el derecho divino o en los privilegios tradicionales. Se
estaba asistiendo, pues, no a una simple guerra de independencia, sino una profunda revolución política.

Con todo, la construcción de Estados Unidos no fue tarea fácil. Mientras se desarrollaba la guerra tuvo
lugar un proceso de creación de un nuevo orden político. Sin embargo, existían ciertos obstáculos para la
elaboración de un ordenamiento común (existencia de textos constitucionales particulares en algunos Estados,
recelos por las pérdidas de autonomía política o económica…). En este contexto, la tarea de redactar una
Constitución común no se cumplió y en su lugar el Congreso se limitó a elaborar los Artículos de la
Confederación (vigentes hacia 1781), que básicamente impulsaban la creación no de una república, sino de
una asociación de repúblicas. No obstante, esta fórmula resultó insuficiente para resolver los problemas de la
posguerra (crisis económica, organización de los nuevos territorios del oeste, las relaciones internacionales…).
Como respuesta, se enviaron delegados por parte de los distintos Estados a la Convención de Filadelfia (mayo-
septiembre de 1787). Pese al enfrentamiento entre federalistas (Estado central fuerte) y antifederalistas
(Estados periféricos fuertes), la Constitución vio la luz en 1787, aunque habría que esperar algún tiempo para
su promulgación tras superar el escollo de las ratificaciones por parte de los distintos Estados.
La Constitución supone la plasmación de diversos principios: la organización de un poder federal
superior (sin perder en cambio cada Estado su autonomía y peculiaridades) y el establecimiento efectivo de la
división de poderes. El poder ejecutivo era confiado a un presidente, elegido por compromisarios cada cuatro
años e investido de gran autoridad (república presidencialista); el legislativo lo ejercían dos Cámaras: la de
Representantes, cuyo número sería proporcional a los habitantes de cada uno de los Estados, y la del Senado,
compuesto de dos senadores por Estado; el poder judicial era confiado a un Tribunal Supremo.
El equilibrio de poderes hace de esta Constitución una norma muy estable, que todavía sigue vigente,
si bien ha sido parcialmente modificada con posterioridad mediante la fórmula de las enmiendas. De hecho,
una Declaración de Derechos (10 primeras enmiendas), añadida en 1789, reforzó las medidas tendentes a
garantizar los derechos de los ciudadanos frente al poder establecido.

LAS REPERCUSIONES

La repercusión en Europa fue inmensa. Los europeos comprobaron que las doctrinas que ellos
esbozaban y discutían no eran utópicas, sino susceptibles de aplicación inmediata y, además, vieron nacer ante
sus ojos el mito americano, la imagen de una sociedad democrática nueva.
Especialmente destacable fue la influencia que el hecho revolucionario ejerció en las clases dirigentes.
La revolución tuvo como consecuencia la publicación en Europa de numerosas obras sobre América, el
desarrollo de una prensa especializada en el tratamiento del tema, y el desarrollo de las conversaciones sobre el
mismo en el seno de las sociedades de pensamiento y las logias masónicas.
También la propaganda americana fue fruto de los representantes diplomáticos de Estados Unidos en
Europa: Adams, Jefferson, Franklin, etc. Por otra parte, los europeos que habían tomado parte en la guerra de
independencia se convirtieron a su regreso en agentes de propaganda (caso de La Fayette, por ejemplo). En
buena medida, Estados Unidos sustituye entonces a Inglaterra como paradigma a imitar.
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Desde un plano más concreto, la independencia de Estados Unidos ejerció influencia sobre la
Revolución Francesa a consecuencia de los resultados que para la Hacienda pública francesa tuvo la
intervención en esta guerra y que forzaron a pedir reformas del sistema tributario a las que se opusieron los
privilegiados. Y ejercieron más tarde influencia sobre los movimientos de la América hispánica que
conducirían también al nacimiento de nuevos Estados.

II.- La Revolución Francesa

Si la economía del siglo XIX se forjó principalmente bajo la influencia de la Revolución Industrial
inglesa, su política e ideología se formaron principalmente bajo la influencia de la Revolución Francesa. Entre
1789 y 1917 las políticas mundiales lucharon ferozmente en pro o en contra de los principios de 1789 o los
más incendiarios todavía de 1793. Entre otras cuestiones, Francia proporcionó el vocabulario y los programas
de los partidos liberales, radicales y demócratas de la mayor parte del mundo. Francia ofreció el primer gran
ejemplo, el concepto y el vocabulario del nacionalismo. Francia proporcionó los códigos legales a muchos
países.
En esencia, el fenómeno revolucionario en Francia alcanzó unas dimensiones muy superiores a las de
los demás lugares. Y ello sobre todo por tres motivos: se produjo en el Estado más poderoso y populoso de
Europa, a excepción de Rusia; fue la única revolución social de masas, mucho más radical que cualquier otro
levantamiento; fue, por último, la única de las revoluciones que tuvo un carácter ecuménico: sus ejércitos se
pusieron en marcha para revolucionar el mundo y lo lograron en parte.

CAUSAS:

Los marcos económico-sociales de la Francia anterior a la Revolución eran los propios del Antiguo
Régimen: los señoríos y la comunidad aldeana en el mundo rural, y los gremios en las ciudades, siendo las
parroquias (circunscripciones eclesiásticas) las que constituían, tanto en el campo como en la ciudad, el
principal entramado de la vida pública, como correspondía a una sociedad en la que el catolicismo era la
religión de Estado y en la que el Monarca gobernaba por derecho divino. Existían unas 400.000 comunidades
rurales, que en su mayor parte coincidían con las parroquias, que estaban a su vez integradas en los señoríos y
que agrupaban a algo más del 80% de una población de casi 29 millones de habitantes, de los que 22 millones
eran campesinos, mientras que la población urbana no superaba el 19%, aunque había 45 ciudades de más de
20.000 habitantes y París era la segunda de Europa con sus 700.000 habitantes.
Según la composición por estamentos, el primer orden era el clero (compuesto por unos 150.000
individuos; siendo muy marcadas las diferencias internas), el segundo la nobleza (no pasaban de 300.000
individuos, cifra que algunos historiadores rebajan a más de la mitad; en cambio sí hay acuerdo en su extrema
diversidad, mayor aún que en el grupo anterior), y por debajo de los dos privilegiados, la inmensa mayoría de
la población que constituía el Tercer Estado (a su gran heterogeneidad hay que añadir la enorme diversidad
regional). La nobleza de finales del siglo XVIII se parapetaba en la pervivencia del sistema de privilegios.
Políticamente su situación había cambiado respecto de otras épocas: la monarquía les había privado de su
poder político independiente y había prescindido de sus viejas instituciones representativas. Todo ello se
agravó al promocionar los reyes al estatus nobiliario a la nobleza de toga. En lo económico, la posición de este
grupo era también comprometida: los gastos que su posición generaba se incrementaban cada día, mientras que
los ingresos, en general mal administrados, resultaban insuficientes. Por todo ello, los nobles se atrincheraron
en sus viejos privilegios, protagonizando la llamada reacción señorial. Se aferraron a los puestos oficiales e
intentaron contrarrestar la merma de sus rentas con una renovada presión sobre el campesinado, sobre el que
pretendían restablecer antiguos derechos que había caído en desuso. Con ambas actitudes, la nobleza irritaba a
la burguesía por un lado, y al campesinado por otro.
Por su parte, el campesinado veía ensombrecerse el panorama. Campesinos propietarios en gran parte
(entre el 40-45%), eran sin embargo pobres, estaban sometidos a numerosas exacciones por parte de la Iglesia,
la nobleza y el Estado. El excedente demográfico y la inflación subsiguiente aumentaron la miseria de este
grupo durante los veinte años anteriores a la revolución, especialmente durante las épocas de malas cosechas.
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Los sectores burgueses no eran tampoco un conjunto monolítico, sino que formaban un mundo
heterogéneo estratificado según la dignidad, el prestigio y la fortuna, unido en cambio por su mimetismo hacia
la nobleza, por su aspiración a “vivir noblemente”. Este deseo de promoción tropezaba realmente con la
barrera jurídica del orden, que le excluían de las funciones y cargos reservados a la nobleza. Porque si bien era
relativamente fácil para quien disponía de mucho dinero dar el salto del estatuto de plebeyo al de noble, en las
filas de las categorías burguesas inferiores era cada vez más difícil acceder a la nobleza por los tradicionales
mecanismos, como era, por ejemplo, la venalidad de oficios, y aunque la diferencia de fortuna entre nobles y
burgueses se fue reduciendo a lo largo del siglo a favor de estos últimos, se produjo de hecho una contracción
relativa de la movilidad social, con los consiguientes conflictos.
Sobre esta estructuración social se fue configurando durante la segunda mitad de siglo una nueva
cultura política basada en un discurso que iba minando los cimientos del Antiguo Régimen al poner en
cuestión la religión y el funcionamiento del Estado.
En definitiva, aparte de las circunstancias generales que rodearon al fenómeno revolucionario abierto
en el último tercio del siglo XVIII, en el caso de Francia habría que añadir que el conflicto entre las nuevas
fuerzas y el armazón del Antiguo Régimen era especialmente agudo, a lo que cabría sumar además la
incidencia del movimiento ilustrado, la lucha entre la Corona y los parlamentos, y la crisis de la economía
durante el reinado de Luis XVI (trastornos financieros, mala coyuntura económica).
En este contexto, cuando los monarcas solicitaron impuestos de los privilegiados y éstos se negaron a
pagarlos sin la contrapartida del reforzamiento de su posición mediante la convocatoria de los Estados
Generales, empezó la revolución como un intento de los privilegiados de recuperar el mando del Estado. Este
intento fracasó por dos razones: por subestimar las intenciones independientes del Tercer Estado y por la
profunda crisis económica y social que hacía inevitable la línea política de reformas emprendida -o planteada-
por los ministros de Luis XVI.

ETAPAS:

1.- La Revuelta de los privilegiados (1787-1789).

Paradójicamente, la revolución que acabaría con el Antiguo Régimen fue iniciada por los
privilegiados, quienes reaccionaron contra el intento de los ministros de Luis XVI (Turgot, Necker, Calonne,
Brienne...) de acabar con su privilegio fiscal para reducir el déficit de la Hacienda pública. La movilización
empieza, pues, con el fracaso de la Asamblea de Notables y la exigencia de la convocatoria de los Estados
Generales (que no se reunían desde 1614), con la intención, en realidad, de recuperar su peso anterior en el
aparato del Estado. Para ello movilizan a todos los sectores sociales frente al “despotismo real”.
Convocados los Estados Generales comienza la campaña política y la redacción de los “cuadernos de
quejas” que dejan ver las distintas aspiraciones y expectativas de los distintos sectores sociales (cuadernos de
la nobleza, de la burguesía, del campesinado...).
El 5 de mayo de 1789 se reúnen en Versalles los Estados Generales. Los primeros momentos fueron
de tensión e indecisiones al negarse los privilegiados al voto por cabeza. El 17 de junio la mayoría del Tercer
Estado y los tránsfugas de los dos primeros órdenes declararon formar la Asamblea Nacional. El intento del
rey en anular estas iniciativas condujo a que éstos se retiraran al Salón del Juego de Pelota donde juraron
permanecer reunidos hasta la redacción de una Constitución. Tras distintos movimientos por parte de unos y
otros, el rey se vería obligado finalmente a claudicar y el 27 de junio ordenaba la reunión conjunta de los tres
estamentos. La Asamblea Nacional se proclamaría Constituyente desde el 9 de julio.

2.- La Asamblea Nacional Constituyente y Legislativa (1789-1792).

Los dos años siguientes suponen el triunfo del grupo burgués más acomodado y moderado, grupo que
pasa a dominar la vida política de Francia y crea una estructura política acorde con sus intereses. Sin embargo,
para que desde las instituciones este grupo pueda elaborar los decretos y las leyes que estructuran la nueva
Francia, siendo como es un grupo minoritario, que no controla ni el ejército ni la mayoría de los cargos
públicos, hace falta el concurso de las movilizaciones populares, urbanas y campesinas, generadas o alentadas
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por el hambre, el miedo o la esperanza de una nueva sociedad. Estas movilizaciones atemorizan a los
valedores del Antiguo Régimen, que no se atreven a oponerse a los designios de la Asamblea, ni a disolverla
militarmente.
Así, en 1789 aparecen tres revoluciones distintas pero interrelacionadas: la revolución institucional
(desarrollada principalmente en el ámbito de la Asamblea), la campesina (el Gran Miedo desatado en las zonas
rurales en julio de 1789, y cuya principal manifestación sería el asalto y saqueo de las propiedades nobiliarias)
y la de las clases populares urbanas (primera fase en julio de 1789 concretada en la toma de los principales
arsenales de París –los Inválidos y la Bastilla-; y una segunda fase en octubre de ese mismo año como
respuesta a la última resistencia real a los cambios traídos por la revolución y que se materializaría en el asalto
de Versalles y la conducción del monarca hacia el Palacio de las Tullerías).

Realizaciones: Construcción del Estado burgués:


· Liberalismo económico.
· Eliminación de la sociedad estamental.
. Primeros pasos de la revolución política liberal.
Decreto del 11 de agosto de 1789 (resultado de las iniciativas y debates
abiertos en la noche del 4 de agosto): abolición de los restos feudales
(supresión de servidumbres personales, abandono de privilegios de
provincias y ciudades, reforma de gremios y cofradías...).
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (26 de agosto de
1789): recoge los principios básicos de la revolución liberal, dando así
respuesta en gran medida a las aspiraciones de la alta burguesía: establece
que los derechos naturales e imprescindibles del hombre son la libertad,
propiedad, seguridad y resistencia a la opresión; el principio de igualdad,
entendiendo que los hombres nacen y permanecen libres e iguales en
derechos; el principio de la soberanía nacional; la libertad de expresión; la
contribución común; la necesidad de una Constitución...
· Control de la Iglesia por el Estado, nacionalización y venta de los bienes del clero.
Constitución Civil del Clero (12 de julio de 1790).
· Consolidación de la revolución liberal burguesa.
Constitución de 1791: Soberanía Nacional, separación de poderes
(Legislativo en la Asamblea Nacional –unicameral-; Ejecutivo, en el
gobierno monárquico por delegación al Rey y ejercido a través de los
ministros; y Judicial en los jueces elegidos por el pueblo), sufragio censitario
indirecto (ciudadanos activos); Monarquía Constitucional (sistema
monárquico hereditario; el rey capacidad de veto suspensivo por dos
legislaturas).

A la altura de 1791 la revolución, para la alta burguesía, estaba concluida de forma triunfal. Sin
embargo, entre 1791 y 1792, la revolución cambia de rumbo y se radicaliza. Las causas esenciales de este
cambio fueron:
1.- La enorme oposición interna al nuevo modelo de estado (rey y privilegiados).
2.- La oposición europea que fragua en la formación de la 1ª Coalición contra Francia.
3.- La crisis económica, que politiza cada vez más a las masas que aspiran a conseguir sus objetivos
iniciales de mejora económica: aparecen los sans culottes.

La Asamblea Nacional Legislativa (nacida tras la aprobación de la Constitución el 30 de septiembre de


1791, la disolución de la Asamblea Constituyente y la convocatoria de elecciones por sufragio censitario) se
vería obligada a actuar en ese contexto de conflictos no resueltos. Finalmente, el 10 de agosto de 1792 (la
guerra con otras potencias había comenzado en abril del mismo año) el pueblo de París se dirige,
primeramente, contra la Comuna burguesa de París e instaura una Comuna insurreccional de carácter popular,
y en segundo lugar, asalta el palacio de las Tullerías, siendo el rey detenido y destituido (conocido el
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Manifiesto de Bruswick –por el que, a instancias de los emigrados y del propio rey, un jefe de la armada
prusiana amenazaba con asaltar París en caso de que se llevase a cabo cualquier ultraje contra la familia real-
el 1 de agosto, el pueblo está convencido de su traición). La Asamblea Nacional Legislativa se disolvió,
creándose una nueva Constituyente bajo el nombre de Convención.

3.- La Convención (septiembre, 1792-octubre, 1795)

Se distinguen tres fases en esta etapa. En la primera gobiernan los Girondinos (1792-1793), que son
sustituidos por los Montañeses (conocidos también como Jacobinos, 1793-1794). En la última fase, conocida
como la Convención Termidoriana, se produce un viraje de la revolución hacia la moderación.
Desde la destitución del rey, la revolución se radicaliza al tiempo que cambian sus artífices que desde
ahora serán las masas populares, los sans culottes y la burguesía media.
En efecto, dentro del grupo burgués se estaba produciendo una escisión radical: las movilizaciones
populares hicieron a una gran parte de este colectivo alejarse de una minoría revolucionaria radical. De esta
forma, la burguesía se escinde entre los partidarios de pactar con la reacción en defensa de la propiedad y el
orden social que les beneficia, y los sectores radicales y populistas que prefieren consolidar la revolución sin
hacer concesiones al Antiguo Régimen y sí a las masas populares en las que se apoyan, aunque para ello sea
preciso alejarse de los principios del liberalismo. Nace así una revolución nueva, pequeño-burguesa, radical,
en la que se llegará a anticipaciones socializantes.
En la nueva Asamblea Constituyente, llamada Convención (salida de unas elecciones donde se había
eliminado la distinción entre ciudadanos activos y pasivos), iban a estar representadas tres tendencias: los
Girondinos, la fuerza más moderada en este momento; los Montañeses, más radicales; y la Llanura, el resto de
diputados que seguía a unos y otros según las circunstancias. En este contexto, el apoyo inicial de la Llanura a
la Gironda permite que éstos lleven la iniciativa en los primeros momentos.
Comienza entonces el gobierno de los Girondinos (septiembre, 1792-junio, 1793), cada vez más
reticentes frente a la radicalización de las masas. Son los girondinos los que se tienen que enfrentar a la
detención, proceso y muerte del rey; a las derrotas ante la 1ª Coalición y a la guerra civil de la Vendée
(movimiento contrarrevolucionario amparado por el clero refractario y campesinos defraudados por las
promesas de la revolución). La solución de concentración del poder, creando órganos políticos excepcionales
(Comité de Defensa General, Comités de Vigilancia Revolucionaria, Comité de Salvación Pública), pronto
controlados por el extremismo sans-culotte, conduciría, junto a la movilización popular, al final de la
Convención Girondina. En efecto, tras el intento fallido por parte de los girondinos de frenar la radicalización,
se produce la caída de éstos cuando a finales de mayo una multitud de insurrectos invadieron la Convención y
ordenaron el arresto de los más destacados girondinos.
Los Montañeses asumen entonces el control de los destinos de Francia y, contando con el apoyo
popular, se disponen a afianzar la revolución frente a sus enemigos. Para ello instauran un gobierno
revolucionario (junio 1793-julio 1794) que pretende combatir a la reacción (1ª Coalición, sectores del Antiguo
Régimen, Vendée, revuelta federalista de las ciudades proclives a los Girondinos) y conseguir el afianzamiento
de las conquistas de la revolución y la incorporación a la misma de los intereses y las masas populares.

Realizaciones:

La Constitución de 1793 o del Año I: en su parte dogmática desarrolla una nueva Declaración de los
Derechos del Hombre en la que establece que la finalidad de la sociedad es la felicidad, contemplando para ello
derechos como la igualdad, la libertad o la propiedad, junto a otros sociales como el derecho al trabajo o a la
instrucción; en su parte orgánica, desarrollada en el Acta Constitucional, se alude al sufragio directo, pero
desaparece la limitación de los ciudadanos pasivos, contemplándose el sufragio universal masculino y la
soberanía popular. En cualquier caso, no llegó a entrar en vigor, ya que la situación política impide una paz que
posibilite su ejercicio, instaurándose en cambio un “gobierno provisional y revolucionario”, que lleva a cabo las
siguientes actuaciones:

1.- Reforma política: reorganización de antiguas instituciones y aparición de otras (Comité de


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Salud Pública, Comité de Seguridad General, Agentes Nacionales…).


2.- Reforma judicial. Política del Terror: sistema de justicia de excepción, organizado y
codificado por una serie de leyes, como por ejemplo, la Ley de Sospechosos (17 de septiembre
de 1793): considera posibles sospechosos a aquellas personas que fueran capaces de cometer
actos reprensibles contra la república, aún no habiéndolos cometido, o aquellos que en su
momento se mostraron partidarios de la tiranía; concepto muy vago que sirvió para condenar
desde un principio a un alto número de personas por el Tribunal de Vigilancia.
3.- Reforma militar: servicio militar obligatorio.
4.- Reformas socio-económicas: dirigismo, control de precios y salarios, obligación de los
campesinos a declarar las cosechas, reparto de los bienes de los sospechosos.

A la vez que se realizan estas reformas, se elimina la oposición por entenderse que pone en peligro la
fuerza de la Revolución: girondinos, realistas, radicales (Hebert), indulgentes (Danton) y los jacobinos
disidentes, son eliminados.
Controlada la guerra civil y resultando victoriosas las tropas de Francia en la lucha contra Europa, el
Golpe de Termidor (julio, 1794) pone fin al Terror, ya carga excesiva, tanto por su funcionamiento de
excepción como por el cortejo de cargas económicas y sociales que imponía.
El golpe de Estado se salda, pues, con el establecimiento en Francia de un régimen republicano liberal y
censitario. Es la burguesía conservadora la que se hace con el control del Estado, apoyada en el Ejército,
iniciando una política de depuración de radicales jacobinos. Se lleva a cabo durante los siguientes meses (julio
de 1794- verano de 1795) el desmantelamiento de las instituciones del gobierno revolucionario, el control de las
secciones y calles de París (desaparición de órganos de concentración de poder revolucionario, procesos
ejemplarizantes contra el movimiento popular…).
La reconducción moderada del régimen pasa por una nueva Constitución (de 1795 o del año III):
desaparición del sufragio universal masculino por el voto restringido con elección indirecta; eliminación del
sistema unicameral a favor del bicameral (Consejo de Quinientos y Consejo de Ancianos); el poder ejecutivo se
planteó de forma colegiada, a base de un Directorio de cinco miembros con un ejercicio en el cargo por cinco
años (cada año se renovaba uno de sus miembros).

4.- El Directorio (1795-1799).

Con la nueva Constitución se daba paso al Directorio, una vez disuelta la Convención en octubre de
1795. Esta etapa se convirtió en una época muy agitada debido a la inestabilidad política derivada, entre otras
cuestiones, del propio sistema electoral que preveía elecciones anuales para renovar un tercio de los diputados y
un quinto de los Directores. Además, el Directorio se enfrentaría a continuas crisis (oposición, crisis
económicas, Conspiración de los Iguales de Babeuf, 2ª coalición exterior) y sobrevivirá gracias al ejército
(represor de la oposición, golpe de Estado de Fructidor; además, fuente de ingresos de las arcas del Estado con
las campañas victoriosas y suministrador de prestigio al régimen).
En 1799 un nuevo golpe de Estado (18 de Brumario, noviembre), preparado por los propios Directores
para reformar la Constitución en sentido autoritario, acaba con el Directorio e inaugura una nueva etapa, la del
Consulado: la autoridad quedaba concentrada en un Consulado provisional compuesto por tres miembros:
Sieyès, Ducos y Bonaparte.

III.- Etapa Napoleónica

La figura de Napoleón Bonaparte, protagoniza tanto en Francia como en Europa entera, el periodo que
va desde su golpe de estado en Brumario de 1799 hasta que abdica definitivamente como Emperador en 1815.
Aquellos convulsos y sangrientos años cambiaron la faz de Francia y de Europa, y pese a su fracaso final,
muchas de las consecuencias de sus decisiones y bastantes de sus reformas y logros han pervivido hasta
nuestros días.
La labor de reconstrucción interior y de consolidación de las conquistas revolucionarias en Francia le
ocupó preferentemente en la primera etapa, primero como Primer Cónsul y luego ya como Cónsul Vitalicio.
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Historia del Mundo Contemporáneo. Curso 2016

Esta etapa fue la más fecunda y la que más raíces ha dejado. En la segunda, a partir de 1804 y ya como
Emperador, Bonaparte se dedicó a remodelar el mapa de Europa, en beneficio preferente de un creciente
Imperio Francés que dominó o satelizó la mayor parte del continente.

1.- La Francia napoleónica

El régimen del Directorio se vio sustituido tras Brumario por el Consulado, siendo nombrado Napoleón
primer cónsul y refrendado por un plebiscito con muy escasa oposición, por el largo periodo de diez años,
siendo asesorado por otros dos cónsules, de poderes e influencia real mucho más limitados: Emmanuel Sieyès y
Roger Ducos. Dos años después, y de nuevo refrendado por un plebiscito, Napoleón será nombrado Cónsul
único y vitalicio; por último, será elevado a Emperador en 1804, cargo que sólo perderá definitivamente en
1815.

Reformas constitucionales y legales

El nuevo sistema político hizo necesaria una nueva Constitución (del año VIII, 1799): junto a los tres
cónsules, instituía varios cuerpos legislativos (el Senado, de sólo 80 miembros, y al que correspondía
teóricamente la elección de los cónsules y la de los miembros de las otras dos cámaras -el Tribunato, que
discutía las leyes, y el Cuerpo Legislativo, que debía aprobarlas-; un Consejo de Estado, que asesoraba al
Primer Cónsul y ejercía labores legislativas). La primacía residía en el Ejecutivo, y dentro de éste en el Primer
Cónsul.
La paz en el exterior (Amiens) y los éxitos en la estabilización y reorganización en el interior, crearon
tal oleada de popularidad de Napoleón que en 1802 se convirtió en cónsul vitalicio. La nueva Constitución (del
año X, 1802) redujo los poderes e influencia del cuerpo legislativo y reforzó los del Cónsul, que pasó a ser
vitalicio.
La Constitución del año XII (1804) instituyó el Primer Imperio Francés: todo el poder pasó a manos del
Emperador (transmisión hereditaria de la corona a los descendientes directos o adoptivos de Napoleón); las
cámaras legislativas con poca entidad (sólo el Senado –más restringido-, como solar de la nueva aristocracia,
retuvo algunos de sus poderes legislativos).
La extensa obra legislativa de Bonaparte tuvo una importante trascendencia posterior: el Código Civil
de 1804 (es más conocido como el Código Napoleónico: garantiza la libertad personal, de conciencia y
profesional, igualdad ante la ley, laicismo del Estado, secularización de la vida pública, derecho de propiedad,
abolición del feudalismo y de los privilegios señoriales..., regulándose cuestiones como el matrimonio civil y el
divorcio), el de Comercio (1806), el Derecho Procesal (1807), la Instrucción criminal (1808) y el Código Penal
(1810). Buena parte de esta legislación fue aplicada en los países aliados o satélites del Imperio Francés,
estando aún hoy en la base de mucha de la legislación europea continental.

2.- Europa bajo Napoleón

La dinámica expansiva del régimen napoleónico y sus éxitos militares le permitieron por un lado
realizar grandes anexiones al Imperio francés y de otro satelizar al resto de los países europeos, introduciendo
en ellos análogas reformas políticas y sociales a las impuestas en Francia.
El Gran Imperio napoleónico, extendido por casi toda Europa, alcanzó su mayor extensión así como su
plenitud política entre 1809 y 1812: el Imperio francés englobaba además de la propia Francia, los territorios de
Bélgica, Holanda, Renania, el norte de Alemania, Piamonte, Toscana y Roma; en torno al Imperio francés, y
bajo su dirección, gravitaban los Estados vasallos y protegidos (el reino de Italia, las provincias Ilirias, la
Confederación del Rhin -formada por treinta y seis Estados del sur y centro de Alemania-, la Confederación
Helvética y el Gran Ducado de Varsovia) y los Estados familiares (el reino de Holanda, con Luis Bonaparte
como rey hasta 1810; el reino de Nápoles con Murat de soberano; el reino de Westfalia con Jerónimo; y el reino
de España con José I); por último estaban los aliados, con tratados establecidos voluntariamente (Dinamarca y
Suecia) o impuestos por la fuerza de las armas (Prusia y Austria); también Rusia tenía una alianza con Francia,
aunque quedó en solitario y apartada del sistema.
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Historia del Mundo Contemporáneo. Curso 2016

Si bien durante unos años el Imperio francés consiguió un éxito tras otro y alteró drásticamente el mapa
europeo (y extendió además ciertos principios revolucionarios a partir de la difusión de instituciones,
legislación…), la resistencia española, la supremacía naval británica, el desastre de Rusia y el alzamiento de
Alemania, unidos al cansancio y descontento de la propia sociedad francesa, le llevaron a la ruina y, finalmente,
a la abdicación de Napoleón (6 de abril de 1814).
Napoleón obtuvo un destierro honroso a la isla de Elba, frente a Toscana en Italia, donde gobernaría
con una guardia personal, siendo su trono ocupado por Luis XVIII, hermano del Borbón francés ejecutado en la
guillotina. Por la paz de París de junio de 1814, Francia perdió todas sus conquistas y retornó a la situación de
1792, mientras las potencias vencedoras se reunían en el Congreso de Viena para decidir cómo recomponer
Europa.
Pero Napoleón se aprovechó de las discrepancias entre los aliados y del descontento con el que Francia
recibió al rey para realizar su última intentona: en marzo de 1815 se escapó de Elba con su guardia, desembarcó
en Francia, entró en París e instauró su segundo mandato conocido como “Los Cien Días”.
Finalmente fue derrotado por completo en Waterloo por Wellington en junio de 1815. De nuevo
Napoleón tuvo que abdicar, confinándosele ahora en la africana e inhóspita isla de Santa Elena, con vigilantes
ingleses, donde moriría en mayo de 1821. En cuanto a Francia, tuvo que aceptar una segunda y más costosa Paz
de París, que incluyó la cesión de nuevos territorios, la ocupación de cinco años de los aliados y el pago de una
importante indemnización.
La caída de Napoleón significó, al menos en Europa (pues la lucha por la emancipación seguía en la
América española), el fin del primer ciclo revolucionario y el comienzo de una nueva etapa en su historia
conocida como la Restauración.

BIBLIOGRAFÍA

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