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Sexualidad y poder.

La voluntad de saber,
de Michel Foucault
Publicado el septiembre 8, 2018de Pablo Caraballo

En el primer tomo de su historia de la sexualidad, La voluntad de saber, Michel


Foucault parte del cuestionamiento básico de lo que llama la “hipótesis represiva”. Dicha
hipótesis, dice el autor, resume el hecho aceptado de que los discursos sobre la sexualidad y
el sexo han sido prohibidos y silenciados. Aun reconociendo que hay prohibiciones y
represiones, lo que plantea Foucault es que éstas son estrategias particulares a través de las
que opera el poder, pero no las únicas ni las más fundamentales. En ese sentido, señala que
en Occidente ha habido, en cambio, una incitación de los discursos en torno al sexo, una
sutil sexualización de prácticamente todo, y que la idea de una sexualidad reprimida lo que
hace, precisamente, es implantar en la realidad la idea de que esa sexualidad está ahí,
que hay una verdad en torno a ella que habría que descubrir. Foucault entiende el sexo o,
más propiamente, la verdad sobre el sexo, como un efecto de discursos y mecanismos de
saber/poder.

La verdad sobre el sexo


Por esta vía, el autor plantea la existencia de dos procedimientos para producir la verdad
sobre el sexo: 1) el ars erotica y 2) la scientia sexualis.
 La ars erotica (o arte erótica) sería propia de sociedades no occidentales, como Japón, India
y China, y es un ejercicio centrado predominantemente en el placer. El placer aparece ahí
como un objetivo en sí mismo: Se trata de buscar los medios para extraerlo, trabajarlo
desde el interior, aprender a amplificarlo. Supone un cumulo de conocimientos que se
transmiten de generación en generación. Por lo tanto, este saber, esta verdad sobre el sexo,
depende de los sabios que guardan sus secretos para llevarlo hasta aprendices y neófitos.
 La civilización occidental, por su parte, ha desarrollado una scientia sexualis (una ciencia
sexual o ciencia del sexo), que presta atención al placer, pero no especialmente para
amplificarlo sino para diseccionarlo y explicarlo con relación a los sujetos. La verdad del
sexo, en este caso, no está en las generaciones que han cultivado los placeres y recibido los
saberes, sino que parte del interior del individuo. Para acceder a este “interior”, la ciencia
recurre a la refuncionalización de la confesión. La confesión permite ir hasta el “corazón”
del sujeto y extraer su verdad.

Contrario a lo que plantea la llamada hipótesis represiva, el autor señala que los discursos
sobre el sexo se han utilizado para individualizar al sujeto y producir la sexualidad,
como dispositivo de control. Esta incitación nos lleva a confesarnos permanentemente,
ante los otros y ante nosotros mismos, pero además cuando no hay confesiones explicitas,
dice Foucault, la confesión se arranca del cuerpo. La verdad sobre el sexo estaría latente,
y una vez “descubierta” tiende a encerrar a ese cuerpo de acuerdo a las categorías que lo
definen. No se trata solo de confesar los actos sino de hacer explícito todo lo que por el
sexo y en torno a él emerge. El sexo se convierte en el lugar privilegiado de producción de
sujetos, en un doble sentido, como sujetos de discursos, sujetados a los mismos. El sexo
se convierte en un poder causal inagotable y polimorfo, algo no que el sujeto esconde, sino
que está escondido incluso para el sujeto, y el hermeneuta experto ha venido a descifrar.

Pero la scientia sexualis no se desprende del todo de la ars erotica y de su insistencia en el


placer (y su amplificación), en tanto que la primera encuentra un placer, también, en la
producción del saber sobre el sexo. Un placer que es cultivado a través de la confesión y el
hacer confesar a los otros. Un placer que es, a su vez, inédito: El placer de “descubrir” la
verdad en la que se inscribe el placer erótico.
Una analítica del poder, un modelo estratégico
La voluntad de saber es, antes que un análisis acabado, el esbozo de un proyecto, en el que
Foucault propone, para entender el funcionamiento de la sexualidad, replantear los modos
como ha sido entendido el poder. De acuerdo con el autor, la mirada clásica en torno al
poder es tanto reduccionista como conveniente para quienes están en posiciones
ventajosas. La mirada que Foucault rechaza y que le intenta superar se resume, así, en tres
características:

1. Una relación de negatividad. La idea de que el poder solo dice “no”; solo actúa
reprimiendo, legislando, coartando libertades.
2. La instancia de la regla. El sexo respondería a una ley unidireccionalmente impuesta por
un poder soberano.
3. Una lógica de la censura. El poder buscaría siempre silenciar y reducir a la inexistencia
todo lo relacionado con el sexo.
4. La unidad de dispositivo. Supone que existen diferentes niveles sociales, pero que en
todos actúa un poder general; todos esos niveles estarían alineados o responderían, en
última instancia, a la misma estructura superior.

Esta representación del poder describe, para el autor, un poder jurídico-político que se
corresponde con un modelo de derecho ligado a las monarquías europeas. No quiere decir
esto que durante el periodo monárquico el poder actuara exclusivamente de forma
unidireccional. Lo que quiere decir es que esa representación surge durante esta época y
desde la propia monarquía para legitimarse, ya que sustentaba todo el ejercicio de su poder
en las leyes y normas escritas, presentándose como la única forma de tener poder.

Frente a este modelo, Foucault propone un modelo estratégico, que visibiliza la


eficacia productiva que está siempre presente en el poder mismo. En suma, propone que el
poder no es el foco desde donde emana una fuerza globalizante sino un conjunto de
relaciones estratégicas; puntos infinitesimales desde donde se ejerce el poder. El
poder no se tiene; se ejerce en el contexto de relaciones móviles. La hegemonía es un
efecto de poder, más que una realidad estable e inamovible. Siempre habrá resistencias,
pero esas resistencias se inscriben en el poder, ya que no hay un exterior a éste. Pero, si
bien estas relaciones no son estáticas, las estrategias conjuntas e integradas, suficientemente
articuladas, pueden permitir la existencia de dispositivos unificados (la sexualidad tanto
como el Estado) y la emergencia de revoluciones que se le opongan.

Productividad, sexualidad y bio-poder


Finalmente, si el poder es productivo y actúa a través de los discursos, entonces los
discursos no descubren o describen la realidad, sino que la producen. La scientia
sexualis produce la sexualidad, como objeto de discurso (y de control), a partir de cuatro
conjuntos estratégicos: 1) la histerización del cuerpo de la mujer; 2)
la pedagogización del sexo del niño; 3) la socialización de las conductas procreadoras; y
4) la psiquiatrización del placer perverso.
La emergencia de la sexualidad como dominio coincide, así, con un cambio en el modo en
que se ejerce el poder institucionalizado. Según Foucault, este cambio consiste en un
reemplazo del antiguo derecho soberano de hacer morir y dejar vivir por la nueva
potestad de hacer vivir y dejar morir (o rechazar hacia la muerte). Si el sistema antes
ejercía un derecho sobre la vida a través de la muerte, decidiendo quién debía morir,
dejando vivir al resto, ahora no se trata de matar a los indeseables o a los desviados,
sino gestionar las vidas de todos los sujetos a través de su normalización. Y esto ocurre a
través de dos formas fundamentales:

1. la anatiomopolítica, que se ejerce sobre los cuerpos y que es un poder individualizante;


actúa sobre el sujeto individual, y
2. la biopolítica, que es socializante en tanto que se ejerce sobre las poblaciones. El sujeto es
tomado como especie-viviente, como parte de grupos que pueden ser gestionados a nivel de
masa.
Se instaura, así, un sistema de bio-poder, poder sobre la vida, que encuentra su
articulación perfecta a través del sexo y la sexualidad: La sexualidad permite disciplinar
los cuerpos a través de la impostura de una normalidad sexual que produce sujetos, pero a
su vez permite regular a las poblaciones, socializando la procreación y encauzando la
productividad de esos cuerpos, en un sentido, también, propiamente económico.

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