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Mercedes de la Garza
Este es el principio de las antiguas historias de este lugar llamado Quiché [tierra poblada de
bosques]... la narración de la Abuela y el Abuelo, cuyos nombres son Ixpiyacoc e Ixmucané...
cuando contaban todo lo que hicieron en el principio de la vida, el principio de la historia.
Esto lo escribiremos ya dentro de la ley de Dios, en el Cristianismo; lo sacaremos a la luz
porque ya no se ve el Popol Vuh [Libro de la comunidad], así llamado... Existía el libro
original, escrito antiguamente, pero su vista está oculta al investigador y al pensador (Popol
Vuh, Recinos, 1980: 10-12).
Según este fragmento del propio libro, la versión del texto sagrado de los quichés, conocido como
Popol Vuh, que ha llegado hasta nosotros contiene una reelaboración de un antiguo códice jeroglífico
y pictográfico, de contenido no sólo cosmogónico e histórico, sino también calendárico, ya que esos
Abuelos semidivinos son prototipos de los antiguos sacerdotes taumaturgos que predecían el futuro
con base en el pasado; además, en el propio libro se asegura que los reyes consultaban su Popol Vuh
para conocer lo que ocurriría, o sea que el códice contenía el calendario adivinatorio usado por los
gobernantes-chamanes.
A los datos copiados de dicho códice prehispánico se aunaron sin duda las tradiciones orales que los
complementaban, así como la visión que de su pasado y su tradición tuvo el autor, ya dentro del
orden colonial, y todo ello pudo ser escrito en forma narrativa gracias a la nueva escritura alfabética
aprendida de los frailes españoles, originándose así el libro más destacado de la literatura indígena
mesoamericana.
La obra fue escrita por un miembro del linaje Cavec, entre 1550 y 1555. No conocemos su nombre,
entre otras cosas porque los libros sagrados son generalmente anónimos; no era importante asentar
quién los escribió, ya que surgieron como libros de la comunidad, no de un individuo.
Al igual que muchos otros libros escritos por indígenas en los primeros decenios de la colonia, el
Popol Vuh se creó como un medio de salvaguardar la cultura e identidad del grupo ante la imposición
española, y se usó para ser leído en reuniones secretas de la comunidad indígena, que tenían como
finalidad crear una resistencia a la evangelización. Corroborándonos el origen prehispánico de la obra
y ese carácter de texto sagrado de la comunidad, dice el dominico fray Francisco Ximénez, a quien
debemos el rescate del libro:
Sus historias... las hallé escritas desde el tiempo de la conquista, que entonces (como allí
dicen) las redujeron de su modo de escribir al nuestro; pero como fue con todo sigilo que se
conservó entre ellos con tanto secreto, que ni memoria se hacía entre los ministros antiguos
de tal cosa, e indagando yo aqueste punto, estando en el curato de Santo Tomás
Chichicastenango, hallé que era Doctrina que primero mamaban con la leche y que todos ellos
casi lo tienen de memoria, y descubrí que de aquestos libros tenían muchos entre sí...
(Ximénez, 1929: I, 5).
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Historia y ediciones del manuscrito. Este libro quiché, que tal vez se escribió en la capital quiché,
Gumarcah, permaneció en manos de la comunidad hasta principios del siglo XVIII, en que fue
conocido por Ximénez, quien había llegado de España en 1688. El religioso era cura en el pueblo de
Santo Tomás Chuilá, hoy Chichicastenango, y por su carácter bondadoso consiguió que los indios del
lugar le revelaran la existencia de su libro sagrado y que se lo prestaran. Como sabía quiché y conocía
la mentalidad de los indios, pudo enterarse del contenido del texto y se abocó a la tarea de trans-
cribirlo y traducirlo casi literalmente al castellano. Esta primera y valiosa traducción del libro sagrado
de los quichés se titula Empiezan las historias del origen de los Indios de esta provincia de
Guatemala, traduzido de la lengua quiché en la castellana para más comodidad de los Ministros
del Sto. Evangelio, por el R. P. F. Franzisco Ximénez, Cura doctrinero por el Real Patronato del
Pueblo de Sto. Tomás Chuilá. Posteriormente, Ximénez hizo una versión menos literal (sobre todo
suprimiendo las repeticiones peculiares del quiché), de más fácil lectura, aunque menos fiel, y la
incluyó en su obra Historia de la Provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala, terminada hacia
1722. El manuscrito original tal vez fue devuelto a los indios, pues no se supo nunca más de él.
Al lado de los otros trabajos del padre Ximénez, la primera transcripción del Popol Vuh permaneció
olvidada en el archivo del convento de Santo Domingo, en Guatemala, de donde pasó en 1830 a la
Biblioteca de la Universidad de San Carlos en la ciudad de Guatemala. Ahí la encontró en 1854 el
viajero austríaco Carl Scherzer, quien sacó una copia (con múltiples erratas) y la publicó en Viena en
1857, bajo los auspicios de la Academia Imperial de Ciencias, con el título de Historias del origen de
los indios de esta provincia de Guatemala.
Más tarde, la obra fue conocida por el gran estudioso francés Charles Etienne Brasseur de
Bourbourg, cura de Rabinal, quien llegó a Guatemala en 1855. Brasseur adquirió el manuscrito de la
primera traducción de Ximénez y lo tradujo al francés, editándolo después en París, en 1861, con el
nombre de Popol Vuh. Le livre Sacré et les mythes de l'antiquité américaine. Esta versión contiene el
texto quiché fonetizado, la traducción y un comentario. Le dio el título del antiguo libro sagrado
porque el propio texto dice que fue copiado de aquel Popol Vuh.
Basadas en la transcripción de Brasseur se hicieron varias traducciones: una al francés, por Georges
Raynaud, que se publicó en París en 1925, bajo el título de Les dieux, les héros et les hommes de
l'ancien Guatémala d'après le Livre du Conseil. Esta traducción fue vertida al español por Miguel
Angel Asturias y J. M. González de Mendoza y publicada en 1927. En 1939 se reedita en la
Biblioteca del Estudiante Universitario, Universidad Nacional Autónoma de México, con el título de
El libro del Consejo y con Prólogo de Francisco Monterde.
Noah Elieser Pohorilles (quien sigue a Brasseur, aunque declara haber traducido el texto quiché),
publica su versión en Leipzig en 1913, bajo el nombre de Das Popol Wuh. Die mythische Geschichte
des Kice- Volkes von Guatemala nach dem Original- Texte übersetz und bearbeitet.
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Una versión en español fue la de J. Antonio Villacorta y Flavio Rodas, quienes traducen el texto
indígena copiado por Brasseur y lo publican en Guatemala en 1927 como Manuscrito de
Chichicastenango. El Popol Buj. Esta versión adolece de múltiples errores, sobre todo en los nom-
bres propios.
Por otra parte, Juan Gavarrete, en Guatemala, emprendió la labor de transcribir los volúmenes de la
Historia... de Ximénez, y publica la versión del Popol Vuh contenida en esa obra, en la revista guate-
malteca El Educacionista (1894-1896).
Leonhard Schultze-Jena, realiza otra traducción basada en una copia fotográfica del manuscrito de
Ximénez y acompañada del texto quiché tal como lo transcribió Ximénez; esta versión se editó en
Stuttgart en 1944, con el título de Popol Vuh. Das heilige Buch der Quiche Indianer.
Otras traducciones del primer manuscrito de Ximénez son la de Burgess y Xec al español, editada en
Guatemala en 1955; la de Kinzhalov al ruso, 1959; la de Cordan al alemán, 1962; la de Villacorta al
español, 1962; la Munro Edmonson al inglés, 1971; y la de Denis Tedlock al inglés, 1985.
Contenido y forma de la obra. Los traductores del Popol Vuh han hecho diversas divisiones de la
obra. Recinos la estructura en tres partes, pensando que los textos de cada una de ellas no tenían
mucha relación entre sí, pero un análisis profundo de la obra nos permite advertir que las que se
presentan como dos partes míticas y una histórica constituyen una sola narración de la historia del
grupo quiché; por eso, el manuscrito original no tiene divisiones. Esta narración se inicia con el
origen del universo, relato al cual sólo desde nuestra perspectiva occidental contemporánea podemos
llamar “mito cosmogónico”, ya que para los indígenas constituye el inicio de la historia del grupo, tan
verdadero como los hechos que contemplaron con sus propios ojos.
El relato del origen en el Popol Vuh es la versión más rica y estructurada que se conserva del mito
cosmogónico que compartieron los mayas y los nahuas (y tal vez otros grupos mesoamericanos), en
el cual se concibe la creación del universo como un proceso de formaciones y destrucciones, es decir,
regido por una ley cíclica de muerte y renacimiento, como las leyes de la naturaleza. En esta
concepción cosmogónica, la idea de un inicio absoluto se hace borrosa, y el futuro se presenta como
una continuación perpetua de formaciones y catástrofes, de tal modo que el universo es infinito.
El mito está escrito en un lenguaje simbólico, como los mitos de todos los pueblos; algunas partes del
relato, sobre todo las que se refieren a la creación de los astros, están plagadas de múltiples y comple-
jas imágenes, lo que llevó a pensar a algunos estudiosos (entre los que está el propio Recinos) que se
trataba de mitos ajenos al mito de origen, insertados arbitrariamente en el texto.
Podemos considerar que el mito va desde la decisión de los dioses de crear el cosmos hasta el
momento en que las tribus, ante el Sol recién creado, inician su vida histórica o, en su propia
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concepción, inician la historia de otra etapa cósmica que ha de terminar, como las anteriores, con un
cataclismo.
Como la finalidad de la creación se resuelve con la aparición del hombre, el Popol Vuh pone el énfasis
en la formación de este ser y ya no vuelve a hablar de los otros. De esa forma, las distintas eras
cósmicas coinciden en el libro con los sucesivos ensayos que dieron lugar a distintos tipos de hom-
bres. Después del fracaso con los animales, los dioses dijeron: “Probemos ahora hacer unos seres
obedientes, respetuosos, que nos sustenten y alimenten” (Popol Vuh, Recinos, 1980: 15). Así forman
a unos hombres de barro; pero éstos no tenían entendimiento, no se multiplicaban, no tenían fuerza,
por lo que se reblandecieron con el agua y se deshicieron; éste es el final de la primera edad.
Ante este segundo fracaso, los dioses deciden consultar a los adivinos Ixpiyacoc e Ixmucané, el
Abuelo y la Abuela, quienes después de echar las suertes con granos de maíz y de colorín (como lo
hacen hasta hoy los taumaturgos quichés) aconsejan formar una pareja de seres humanos de madera;
esta pareja se multiplicó, pero no tenían entendimiento, andaban a gatas y no tenían sangre. Por eso,
los dioses provocaron un diluvio de resina ardiente y los hombres de madera, después de ser atacados
por los animales y por sus propios objetos domésticos, se convirtieron en monos. Esa es la causa de
que los monos se parezcan al hombre, dice el texto.
En esta segunda época cósmica surge un Sol que, como los hombres falsos, era un falso Sol. Se
describe como un ser orgulloso y vanidoso, que fue destruido por dos jóvenes, semidioses, llamados
Hunahpú e Ixbalanqué, quienes en la siguiente edad serían el Sol y la Luna verdaderos.
La narración de la Tercera Creación se inicia precisamente con el mito del origen del Sol y la Luna.
Es un mito de iniciación, en el que los jóvenes bajan al inframundo a enfrentarse con los dioses de la
muerte en el juego de pelota. Después de morir en el inframundo, los héroes Hunahpú e Ixbalanqué
logran su apoteosis: resucitan y ascienden al cielo transfigurados en el Sol y la Luna.
Mientras se formaban los astros, los dioses creadores intentaron de nuevo hacer al hombre, y cuando
ya casi aparecían en el cielo el Sol y la Luna, varios animales proporcionan a los dioses la materia
adecuada para hacer un hombre consciente: el maíz. Este es traído de una región terrenal de
abundancia, y la abuela Ixmucané prepara una masa de la cual los dioses forman a cuatro hombres,
que fueron llamados Balam Quitzé (Jaguar-Bosque), Balam Acab (Jaguar-Noche), Mahucutah (Via-
jero o Nada) e Iqui Balam (Jaguar negro). Estos hombres, a diferencia de los anteriores, fueron per-
fectos; tenían inteligencia y una vista tan perfecta que podían contemplar todo lo que existe, lo cual
significa que su sabiduría era infinita. Así, comprendieron inmediatamente la finalidad de su vida,
reconociendo a los dioses. Pero éstos se dieron cuenta de que otra vez habían fracasado, pues si los
hombres eran perfectos se igualarían a los dioses y ya no se propagarían ni los venerarían. Entonces el
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Corazón del Cielo les echó un vaho sobre los ojos que sólo les permitió ver lo inmediato; así fue
destruida su sabiduría. Después de esto, formaron a las mujeres, que llegaron mientras ellos dormían.
Las cuatro parejas engendraron a las tribus quichés. Se multiplicaron en el Oriente y recibieron a sus
dioses, emprendiendo después una larga peregrinación desde Tulán, la tierra del origen, hasta Gua-
temala. Vivieron un tiempo en la oscuridad, en los bosques, hasta que aparecieron el Sol y la Luna, la
superficie de la tierra se secó y los hombres iniciaron los ritos de adoración a las deidades, de los
cuales los principales fueron la ofrenda de sangre y corazones (humanos y de animales) y de incienso
de copal. Esta parte ha sido considerada como el inicio de la historia quiché, pero no por los quichés;
para ellos es el inicio de la Tercera Creación.
Relatos fragmentarios del gran mito del Popol Vuh se conservan hasta hoy en varios grupos
mayanses, como lacandón, tzotzil, tzeltal y tojolabal, de Chiapas, México; mopanes de Belice, y los
propios quichés y otras etnias de Guatemala: mam, kanhobal, jacalteca, k'ekchi y pokomchí. Ello nos
corrobora que el mito recogido en el libro sagrado de los quichés fue la creencia cosmogónica de
todos los grupos mayanses, ya que incluso la cosmogonía de los mayas de Yucatán, conservada en los
Libros de Chilam Balam , corresponde a la misma concepción.
Estas páginas del libro que recogen el relato de los orígenes, es la parte que ha sido tradicionalmente
denominada del “mito cosmogónico”. Le sigue la parte que se ha llamado relato “histórico”. Después
de narrar la salida del Sol, el libro da una visión de la diversificación de las lenguas y del paso de la
vida nómada a la sedentaria; se pone el énfasis en el inicio de los ritos y se presenta a los cuatro pa-
triarcas formados por los dioses como grandes chamanes con poderes sobrenaturales, que dialogaban
con las deidades siguiendo sus instrucciones para el culto.
El relato continúa con la fundación de la primera ciudad en el monte Hacavitz, la separación de las
distintas ramas del grupo y el sometimiento de otras etnias, como los cakchiqueles. Al desaparecer los
patriarcas (quienes no mueren sino que regresan a su lugar de origen), dejan a sus hijos el símbolo del
gobierno, el Pizom Gagal o Envoltorio de Grandeza, que contenía los objetos sagrados de poder;
estos hijos gobiernan primero en Hacavitz y luego cambian de asentamiento, fundando Chí Izmachí,
con edificios “de cal y canto”, donde gobiernan los reyes Cotuhá e Iztayul.
A partir de ese momento, el relato histórico destaca las genealogías de los tres principales linajes:
Quiché, Tamub e Ilocab, y relata cómo el engrandecimiento de las tres casas reales de los Quiché
(Cavec, Nihaib y Ahau Quiché) provocó la guerra con los Tamub y los Ilocab; éstos fueron
derrotados, sometidos y sacrificados a los dioses. Desde entonces, el grupo Quiché se engrandeció y
abandonó Chí Izmachí para fundar Gumarcah. Ahí gobernaron los reyes más importantes, descritos
como grandes chamanes con poderes sobrenaturales: Cotuhá y Gucumatz, y los quichés dominaron a
todos los demás grupos, creando un poderoso imperio que sólo cayó con la llegada de los españoles.
Desde el punto de vista literario, el Popol Vuh destaca por su estructura armónica que revela la
presencia de un solo autor, dotado de una extraordinaria capacidad artística. Distintos mitos e
historias del pueblo quiché fueron integrados en la obra, logrando una narración excelente por su
congruencia y altura poética. A diferencia de otros libros redactados en los primeros decenios de la
época colonial, que son transcripciones de textos aislados, aquí encontramos una secuencia ordenada
con gran fluidez. El autor fue más allá de la finalidad que guió la creación de estos libros: rescatar la
tradición para oponerse al dominio espiritual español. Logró crear un poema mítico-histórico que
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revela la gran sensibilidad estética del maya, tanto como lo hacen las mejores obras plásticas
prehispánicas.
El lenguaje simbólico de la parte mítica abunda en paralelismos y repeticiones, como todos los libros
sagrados antiguos, porque es un texto escrito para ser leído en voz alta, recitado e incluso
canturreado, dentro del ambiente de una ceremonia religiosa; es un lenguaje que busca ante todo
expresar la significación, despertar la vivencia religiosa:
Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil,
callado, y vacía la extensión del cielo.
Esta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un hombre, ni un animal,
pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques: sólo el cielo
existía.
No se manifestaba la faz de la tierra. Sólo estaban el mar en calma y el cielo en toda su
extensión (Popol Vuh, Recinos, 1980: 13).
He aquí, pues, el principio de cuando se dispuso hacer al hombre, y cuando se buscó lo que
debía entrar en la carne del hombre.
Y dijeron los Progenitores, los Creadores, los Formadores, que se llaman Tepeu y Gucumatz:
“Ha llegado el tiempo del amanecer, de que se termine la obra y que aparezcan los que nos
han de sustentar y nutrir, los hijos esclarecidos, los vasallos civilizados; que aparezca el
hombre, la humanidad, sobre la superficie de la tierra”. Así dijeron (Popol Vuh, Recinos,
1980: 61).
BIBLIOGRAFIA SELECTA
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