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DEL CASINO AL CENTRO: EL EXILIO REPUBLICANO Y EL

ASOCIACIONISMO ESPAÑOL EN AMÉRICA

Bárbara Ortuño Martínez


Universidad de Alicante

1. Introducción
Desde los ya clásicos trabajos de Agulhon, Thompson o Hobsbawm,1 han sido
numerosas las investigaciones que han incidido en la importancia de las formas y los
espacios de sociabilidad, entendiéndolas de modo indisociable a la política. Todos parten de
la aceptación de que la construcción de la acción colectiva no puede entenderse en su
complejidad sin el análisis de los valores culturales y del amplio tejido social de las
asociaciones voluntarias, también denominadas “espacios de afinidad electiva”, esto es,
clubes, casinos, ateneos, asociaciones étnicas, recreativas, gremios, partidos políticos,
sindicatos, etcétera.2 Sirviéndonos de las herramientas que nos ofrece el enfoque
transnacional, nos centraremos en dos tipos de instituciones surgidas a ambos lados del
Atlántico: los clubes y casinos republicanos, y los centros de la colectividad española
emigrada en Latinoamérica. Creemos que los centros republicanos y algunas asociaciones
étnicas creadas al otro lado del océano estuvieron inspiradas en los casinos españoles y
fueron la reproducción americana de los mismos. No obstante, el surgimiento y el
funcionamiento de de las mismas solo se entiende insertándolo en el entramado asociativo
de las colectividades emigradas.
Para analizar los orígenes de los clubes y casinos debemos remontarnos a los años del
Sexenio Democrático (1868-1874), ya que en dicho contexto eclosionaron y se
desarrollaron las nuevas formas de política popular.3 Éstas fueron consecuencia inmediata
de los cambios legislativos que llevaron consigo procesos de modernización de la vida

1
Vid., entre otros: Maurice Agulhon, Le cercle dans la France burgueise, 1810-1840. Étude de une mutation
de sociabilité, Armand Collin, París, 1977. La République au village. Les populations du Var de la
Révolution a la IIe République, Éditions du Senil, París, 1979. Vid. además el Dossier dedicado a su figura,
“Sociabilidad: en torno a Maurice Agulhon”, Historia Social, 29 (1997); Edward P. Thompson, La formación
histórica de la clase obrera. Inglaterra: 1780-1832, Laia, Barcelona, 1977; Eric J. Hobsbawm, El mundo del
trabajo. Estudios históricos sobre la formación y evolución de la clase obrera, Crítica, Barcelona, 1987.
2
Manuel Morales Muñoz, “Cultura y sociabilidad republicanas en Andalucía, 1850-1919” en José Luis Casas
y Francisco Durán (coords.), Primer congreso: El republicanismo en la historia de Andalucía, Patronato
Niceto Alcalá-Zamora y Torres, Priego de Córdoba, 2001, p. 89.
3
Vid. Rosana Gutiérrez Lloret, “Sociabilidad política, propaganda y cultura tras la revolución de 1868. Los
clubes republicanos en el Sexenio Democrático”, Ayer, 44 (2001), pp. 151-172.

1
política y la aparición de los partidos más modernos. El desarrollo de una cultura política
como el republicanismo, que procuró ser una escuela de modernidad e hizo accesibles las
reglas y las condiciones del ejercicio de la política a la población de a pie, fue esencial para
el desarrollo del asociacionismo en España.4 Su mezcla de laicismo con un patriotismo
cosmopolita, y con un marcado interés por la cuestión social y el sufragio universal sedujo
a amplias capas de la sociedad. Además se convirtió en un estilo de vida que se manifestó
no solo en las ideas y acciones políticas, sino también en las actividades privadas y en una
sociabilidad específica desarrollada en nuevos espacios. Éstos, es decir, las bibliotecas
populares, ateneos, casinos, redacciones de periódicos, etcétera, introdujeron cambios en
las prácticas relacionales instaurando una esfera pública autónoma y crítica con el poder, y
constituyeron un ejemplo verosímil para quienes identificaron el republicanismo con la
construcción de una sociedad distinta.5
Así pues, desde finales del siglo XIX los casinos republicanos se fueron
multiplicando a lo largo de la geografía española y alcanzaron su punto álgido durante los
años de la II República. Constituyeron pequeños microcosmos de sociabilidad republicana,
configuraron un lugar alternativo a la realidad cotidiana y proporcionaron a sus socios un
lugar donde podían expresarse libremente. Como ha señalado Ramiro Reig, en sus
comienzos allí se reunían quienes tenían “otras ideas”, ateos, pacifistas, masones, federales,
etcétera, que estaban en contra del sistema y que encontraban en dichas entidades un
espacio de progreso.6 Estos emplazamientos, que por lo general eran sostenidos por las
aportaciones de aquellos socios con mejores posibilidades económicas y por las cuotas de
sus socios, cumplieron con la triple dimensión política, social y cultural del
republicanismo. De esta manera, los casinos se convirtieron en los enclaves adecuados para
discutir de política, leer y comentar la prensa, celebrar acontecimientos lúdicos como
banquetes o bailes, escuchar mítines y conferencias e incluso aprender a leer y escribir. En
este sentido, los círculos y casinos republicanos no constituyeron espacios tan alejados de

4
Para profundizar en el republicanismo español desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX vid.
algunos estudios recientes en: el número de la revista Historia Contemporánea, coordinado por Ángel Duarte,
Investigaciones recientes sobre el republicanismo en España, 37 (2008); Manuel Suárez Cortina, “El
proyecto sociopolítico del republicanismo español (1890-1936)” en Mª Dolores De la calle Velasco y Manuel
Redero San Román (coords.), Movimientos sociales en la España del siglo XX, Universidad de Salamanca,
Salamanca, 2008, pp. 17-44; o Claudia Cabrero Blanco et alt. (coords.), La escarapela tricolor. El
republicanismo en la España contemporánea, Universidad de Oviedo, KRK Ediciones, Oviedo, 2008.
5
Ángel Duarte, Pere Gabriel, “¿Una sola cultura política republicano ochocentista en España”, Ayer, 39
(2000), p. 17.
6
Ramiro Reig, “El republicanismo popular”, Ayer, 39 (2000), p. 93.

2
los centros obreros fomentados por los anarquistas o de las casas del pueblo de orientación
socialista.7
Sin embargo, en América Latina los primeros casinos fundados por españoles
estuvieron muy alejados de esos espacios progresistas y de reunión de la clase media que
surgieron en la península. Por ejemplo, en México DF el Casino Español (1862) fue desde
sus comienzos el lugar de encuentro de la elite española, del mismo modo que el Casino
Español de Buenos Aires (1866) —posteriormente denominado Club Español— o los
casinos que comenzaron a extenderse en Cuba a partir de 1868. Según Moreno Fraginals,
éstos, y en concreto el Casino Español de La Habana, fueron creados en la isla “como
instituciones paramilitares disfrazadas de centros de recreo, para asumir la dirección del
conflicto entre la oligarquía financiero-comercial y los gobernantes coloniales nombrados
por la revolución septembrina.”8
Así pues, la influencia de los casinos tal y como fueron concebidos en la península no
la encontramos en sus homónimos en América, sino en aquellas instituciones de la
colectividad en las que además de participar la elite se implicaron otros actores del grueso
migratorio. En este sentido el Río de la Plata, que desde finales del siglo XIX fue el enclave
principal del asociacionismo español, es un espacio privilegiado para observar la anterior
afirmación. En la fundación de las sociedades regionales y en las de carácter político
intervinieron tanto las elites en ascenso económico de la colectividad emigrada, que a corto
plazo tendieron a monopolizar los puestos directivos de las mismas, como ciertos
intelectuales y profesionales liberales agitadores. En el caso de los últimos en numerosas
ocasiones se trató de emigrantes políticos y exiliados relacionados con el republicanismo,
que habían abandonado la península tras el fracaso de la I República y la Restauración
borbónica. Si Londres, París y Lisboa fueron los destinos preferidos de los expatriados de
finales del siglo XIX y principios del XX, Argentina, y en concreto Buenos Aires, fue el
enclave principal en América.

7
Óscar Freán Hernández, “La creación de una identidad colectiva: sociabilidad y vida cotidiana de la clase
obrera gallega” en Alberto Valín (dir.), La sociabilidad en la Historia Contemporánea. Reflexiones teóricas y
ejercicios de análisis, Duen de Bux, Ourense, 2001, p. 135.
8
Citado por Pere Solà Gussinyer, “Funciones de las redes de sociabilidad organizada en la sociedad colonial,
antes de y durante la crisis finisecular: el caso cubano” en Valín (dir.), La sociabilidad, p. 162. En este
sentido vid. José G. Cayuela Fernández, Bahía de Ultramar. España y Cuba en el siglo XIX. El control de las
relaciones coloniales, Siglo XXI, Madrid, 1993 y Joan Casanovas Codina, ¡O pan, o plomo! Los
trabajadores urbanos y el colonialismo español en Cuba, 1850-1898, Siglo XXI, Madrid, 2000.

3
En la capital del Plata destacó un núcleo de republicanos no muy numeroso pero
relativamente sólido que fue clave para algunas iniciativas de tipo cultural y asociativa.9
Entre ellas subrayamos el Centro Republicano Español (CRE) de Buenos Aires, que fue la
primera entidad que introdujo la variable política en el seno de la comunidad española de
Argentina y cuyos orígenes se encuentran en la Juventud Republicana Española de 1904.
Como ha señalado Ángel Duarte, los republicanos españoles de principios del siglo XX que
emigraron a la república austral asumieron unas formas de sociabilidad preexistentes en la
sociedad de acogida.10 Es decir, conocieron e incluso participaron en el asociacionismo
desarrollado por los inmigrantes y comprobaron que en la capital argentina se daban las
condiciones adecuadas para reproducir ciertas instituciones que habían dejado en España,
como eran los casinos, e incluso generar entidades que significaran una simbiosis entre
ambas.
El CRE porteño fue de las pocas sociedades que sobrevivió a las sucesivas crisis del
republicanismo histórico español y entroncó con el exilio de 1939, convirtiéndose en el
baluarte de la cultura republicana, en el sentido extenso de su significado. Y además fue el
mejor ejemplo de que la interacción entre la emigración y el exilio, sobre todo en lo que se
refiere a estrategias asociativas, produjo notables resultados en el seno de la colectividad
organizada. De ahí que cuando los exiliados y exiliadas de la Guerra Civil arribaron a
Buenos Aires encontraran unas formas de sociabilidad que le resultaron familiares. En el
Centro Republicano, al igual que en los casinos, se podía acudir a escuchar a grandes y
medianos oradores, a opinar y debatir, a leer el periódico y comentarlo, siempre desde los
valores comunes del ideario republicano: fe en el progreso, defensa de las libertades,
laicismo, reformismo social, etcétera. Sin embargo, el republicanismo del exilio, el cual
englobaba a socialistas, comunistas, republicanos propiamente dichos, etcétera, mostró
notables diferencias con el de finales del siglo XIX y el de comienzos del siglo XX. Aún
así, para las personas emigradas y exiliadas, independientemente de su fecha de llegada, el
Centro Republicano de Buenos Aires debió de representar ese lugar alternativo a ciertos
centros de paisanos donde además de comer y beber se podía asistir a actividades culturales
y crear una conciencia común fortalecida por los rituales de la comunidad. A ello además
se sumó que el CRE, como el casino, de forma progresiva había pasado de ser de ser un
espacio de sociabilidad exclusivamente masculina a familiar. Los bailes, las veladas

9
Vid. Eduardo González Calleja, “Republicanos” en Jordi Canal (ed.), Exilios. Los éxodos políticos en la
historia de España, siglos XV-XX, Sílex, Madrid, 2007, pp. 191-215.
10
Ángel Duarte, La República del emigrante. La cultura política de los españoles en Argentina (1875-1910),
Milenio, Lleida, 1998, p. 123.

4
musicales o teatrales y las conferencias instructivas comenzaron a programarse contando y
reclamando la presencia de las mujeres de los republicanos.11 No obstante, fueron
numerosos los cambios que sufrió dicha entidad desde sus comienzos y sobre todo tras la
inserción en ella del exilio de 1939. Con él se trasladaron a América diferentes culturas
políticas, algunas de las cuales, como el comunismo, apenas se había manifestado dentro de
la colectividad. Y con ellas se reprodujeron al otro lado del océano los conflictos que
habían dividido a la izquierda durante la II República y la Guerra Civil. De esta manera el
Centro Republicano Español de Buenos Aires y otras entidades de similares características
en el continente americano por un lado continuaron conservando sus características
iniciales, pero por otro se impregnaron de la complejidad que acarreó consigo el exilio
republicano de 1939.
Además, a ello se sumaba que el asociacionismo inmigrante en América no había
sido una reproducción mimética de las entidades ni de los vínculos del lugar de origen. Por
el contrario, fue el resultado de un proceso de movilización sociopolítica en el que
confluyeron diversos factores entre los que destacaron: el contexto de la sociedad de
acogida, las necesidades concretas de los inmigrantes y exiliados o los beneficios que la
implicación en estas tareas podía reportarles a los mismos tanto en el país de origen como
en el de recepción.12 De ahí que la inserción del exilio de 1939 en el asociacionismo
español de América adoptara unas características diferentes dependiendo del país de
destino.

2. Modelos de inserción del exilio republicano de la Guerra Civil española en el


asociacionismo español en América

Cuando los exiliados y exiliadas republicanos llegaron a América compartieron con


los antiguos residentes españoles el hecho de ser inmigrantes en un país extranjero. Sin
duda ésta fue una razón poderosa para que un porcentaje significativo de los primeros
tratara de integrarse en las estructuras mutuales y societarias conformadas por los
segundos. En este sentido, la inserción de quienes huyeron de España en el asociacionismo
se convirtió en la parte visible de la interacción entre los sectores más o menos organizados
del exilio y la emigración. Los centros y asociaciones de la colectividad española emigrada

11
Como ha señalado para el blasquimo Luz Sanfeliu, Republicanas. Identidades de género en el blasquismo
(1895-1910), Universitat de València, Valencia, 2005, p. 89.
12
Xosé M. Núñez Seixas, “La recréation de la paroise: les inmigrants galiciens à Buenos Aires (1900-1940)”,
Hommes et Migrations, 1256 (2005), p. 9.

5
a los que se sumó una parte del exilio conformaron unos espacios públicos donde lo
ideológico, lo social y lo afectivo constituían un todo invisible. Como señaló Encarnación
Lemus, “en una patria republicana sin tierra” aquellos actuaron “como pequeñas patrias
multiplicadas”, que sirvieron para reafirmar la pertenencia a la fragmentada España
republicana.13
La dificultad para estudiar el exilio anónimo no nos permite conocer el porcentaje
concreto del mismo que se sumó a las asociaciones de inmigrantes, ni tampoco si las
actividades desarrolladas por los miembros de este colectivo difirieron del resto de los
paisanos y paisanas emigrados. Pero es lógico pensar que las penurias materiales a las que
se enfrentaron los exiliados en los países de destino, las cuales muchas veces impidieron el
pago de una cuota mensual, así como las extensas jornadas laborales redujeran el número
de socios y socias refugiados. A esto se unía además que el exilio, fundamentalmente
durante la primera etapa, fue concebido por sus protagonistas como un período breve y
transitorio; para éstos la pertenencia a los centros regionales inevitablemente estaba ligada
a la permanencia en el país —representada en la colectividad inmigrante—, la cual les
aterrorizaba, y no a la temporalidad.
Sin embargo, bastantes exiliados anónimos, principalmente varones, desde su llegada
participaron del espacio lúdico y social conformado por las asociaciones y centros. Éstos se
convirtieron en el lugar adecuado para albergar los símbolos, banderas, libros, música,
fotografías de personajes y momentos emblemáticos vinculados a la España a la que
sentían pertenecer. Además, en ellos se recreaban elementos y lugares de la cultura popular
de origen como el casino o la taberna. Y es que la mayoría de locales, aunque dispusieran
de espacios reducidos, ofrecieron una barra de bar o las mínimas mesas para que los
paisanos se reunieran cada tarde o fin de semana a compartir lecturas de periódico, comer y
beber juntos, jugar a las cartas o al dominó, recordar y sobre todo hablar de política. Laura
Cruzalegui, exiliada en Buenos Aires en 1937, señalaba alguno de estos aspectos en
relación al centro vasco Laurak Bat de la capital porteña:

Fue literalmente el segundo hogar de los vascos. Allí [en el Laurak Bat] se encontraban casi a diario para
hablar entre paisanos. A la caída de la tarde, después del trabajo, muchos tenían por costumbre dar una vuelta
para charlar, discutir o entonar una bilbainada de Los Bocheros [grupo de música folklórica]. Aquel bar [el
del Laurak Bat] tenía ambiente [...] de un txoco [taberna] de cualquier pueblo nuestro.14

13
Encarnación Lemus, “Identidad e identidades nacionales en los republicanos españoles de Chile”, Ayer, 47
(2002), pp. 155-184.
14
Laura Cruzalegui, “Recuerdos e impresiones del exilio republicano en Argentina” en José Ángel Ascunce y
Mª Luisa San Miguel, Los hijos del exilio vasco: arraigo o desarraigo, Saturrarán, San Sebastián, 2004, p.
300.

6
En definitiva los centros constituyeron espacios protectores de la memoria y la
identidad que ofrecieron a las personas recién llegadas la posibilidad de participar en las
relaciones de grupo y de sentirse miembros de una comunidad, aunque al principio fueran
reticentes. Sin embargo, la integración en las colectividades organizadas de los distintos
países de destino adoptó diversos modelos dependiendo de varios factores: el grado de
articulación societaria de la inmigración española en el momento en que llegaron los
exiliados, la orientación sociopolítica predominante en esas instituciones societarias y de
sus elites, y las estrategias dirigidas hacia el liderazgo de la comunidad inmigrante por
parte del exilio, sobre todo de sus grupos y facciones político-ideológicas más
representativas.15
Indiscutiblemente, cada uno de los colectivos regionales emigrados y exiliados en
América requeriría un estudio minucioso que recogiera sus particularidades, pero a grandes
rasgos señalamos que fueron tres los modelos de interacción entre ambas comunidades. En
este caso nos referimos únicamente a los centros regionales y políticos creados por la
emigración en América porque los grandes centros mutuales y benéficos, las cámaras de
comercio y en general todas las entidades de carácter panhispánico, las cuales reunían a los
sectores más ricos e influyentes de las sociedades, tras el golpe de estado de julio de 1936
se alinearon mayoritariamente en el bando liderado por el general Franco.
El primero de ellos se dio en los países donde la inmigración española no había sido
mayoritaria y el asociacionismo regional estaba muy poco desarrollado, de ahí que los
exiliados se convirtieran en fundadores de numerosos centros regionales y de agrupaciones
propiamente políticas. Éste fue el caso de Venezuela donde, por ejemplo, el relativamente
amplio grupo de exiliados y exiliadas vascos se convirtió en el elemento fundamental de la
nueva comunidad de residentes —claramente desplazado por la inmigración canaria que
llegó en la década de 1950—, unido al grupo de jesuitas procedentes del País Vasco que
residía allí desde antiguo. Por su parte, los gallegos apenas contaban con una comunidad
organizada de emigrantes y fueron los refugiados los fundadores de las primeras
asociaciones regionales: el Lar Gallego, fundado en 1945, el Centro Gallego, surgido de la

15
Como se ha señalado para el caso de los colectivos gallegos. Vid. Xosé M. Núñez Seixas, “Itinerarios do
desterro: Sobre a especificidade do exilio galego de 1936”, en id. y Pilar Cagiao Vila (eds.), O exilio galego:
Política, sociedade, itinerarios, Ediciós do Castro, Consello da Cultura Galega, Sada-A Coruña, 2006, pp.
11-51, así como Xosé M. Núñez Seixas y Ruy Farías, “Transterrados y emigrados: una interpretación
sociopolítica del exilio gallego de 1936”, Arbor, 735 (2009), p. 119.

7
escisión de un grupo de socios de la anterior, y la Casa de Galicia.16 En otros países como
la República Dominicana, a pesar de las recomendaciones del dictador Trujillo, los
exiliados también crearon diversas asociaciones políticas y solidarias como la Comisión de
Ayuda al Pueblo Español en la República Dominicana —encargada de canalizar los
donativos que se enviaban a los refugiados en Francia—, y algunos centros regionales
como el Club Catalán. En la fundación del mismo desempeñó un papel fundamental el
Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), que a la vez ejerció de aglutinador de la
exigua colonia a través del Centro Democrático Español, impulsado por las Juventudes del
PSUC en 1941.17
El segundo modelo de inserción surgió en aquellos países donde, independientemente
de la dimensión de la colonia y del desarrollo del asociacionismo regional, la colectividad
española, situada en las escalas sociales más altas de la población, se decantó en su mayoría
por el bando franquista. Los casos más destacados fueron los de México, Cuba y Chile. En
la capital de país azteca, donde la colonia se había caracterizado por su movilidad social,
apatía política y conservadurismo, la gran mayoría de asociaciones se declaró neutral —
Centro Gallego, Centro Asturiano, Agrupación Valenciana, Agrupación Leonesa,
etcétera—, aunque fue evidente la labor de sus dirigentes, muchos de ellos implicados
personalmente, en la solidaridad con el bando rebelde.
Los centros regionales en México eran pocos y en general vieron al exiliado como
un “peligroso revolucionario”.18 La elite de la colectividad, como reacción defensiva contra
los miles de exiliados y exiliadas que estaban llegando y que presentaban un perfil cultural
e ideológico tan distintos al de la antigua emigración, intentó proteger las asociaciones de
inmigrantes reuniéndolas en una Casa de España en 1940.19 Esta medida no prosperó, pero
sí lo hicieron otras más puntuales como la del Casino Español, que vetó la entrada de los

16
Juan José Martín Frechilla, “Nueva tierra de gracia: los exilios de la Guerra Civil española en Venezuela,
1936-1951” en Dolores Pla Brugat (coord.), Pan, trabajo y hogar. El exilio republicano español en América
Latina, SEGOB, Instituto Nacional de Migración, Centro de Estudios Migratorios, Instituto Nacional de
Antropología e Historia, DGE Ediciones SA de CV, México D. F., 2007, pp. 335-458; Koldo San Sebastián,
Peru Ajuria, El exilio vasco en Venezuela, Gobierno Vasco, Vitoria, 1992; Xosé Ramón Campos Álvarez, “El
exilio gallego en Venezuela y su papel en el asociacionismo (1940-1960)”, Minius, XIV (2006), pp. 7-32.
17
Vid. Consuelo Naranjo Orovio y Miguel Ángel Puig-Samper Mulero, “De isla en isla: los españoles
exiliados en República Dominicana, Cuba y Puerto Rico”, Arbor, 735 (2009), pp. 87-112.
18
Clara E. Lida, “Enfoque comparativo sobre los exilios en México: España y Argentina en el siglo XX” en
Pablo Yankelevich (coord.), México, país refugio: la experiencia de los exilios en el siglo XX, Instituto
Nacional de Antropología e Historia, México DF, 2002, p. 212.
19
Michael Kenny et alt., Inmigrantes y refugiados españoles en México (siglo XX), Ediciones de la Casa
Chata, México D. F., 1979, p. 82.

8
refugiados, quienes, por su parte, no mostraron interés alguno por formar parte de esas
instituciones ni de ese colectivo al que miraron con desprecio.20
De los centros de la capital mexicana solo el Centro Vasco apoyó abiertamente a los
republicanos que llegaron al país, con la consecuente escisión de un sector franquista que
se conformó como Círculo Vasco-Español. El hecho de que existiera un Centro Vasco a
favor de la República fue fundamental para los refugiados y refugiadas de esta región, pues
la mayoría de ellos llegó al país sin conocer a nadie y recurrió al centro desde el primer
momento. De esta manera, y gracias a las redes de paisanaje, algunas personas pudieron
ingresar en el nicho económico del grupo a través de los empleos ofrecidos por la antigua
emigración. Sin embargo, esto también sucedió en otras colectividades en muchos casos
claramente profranquistas como la asturiana o la cántabra, demostrando que en ocasiones
los lazos étnicos entre españoles fueron más fuertes que las diferencias políticas, como
señalaba un viejo inmigrante catalán: “los catalanes nos sentimos obligados a ayudarnos
entre nosotros, por ser catalanes”.21
Pero, en general, fueron los propios exiliados quienes tendieron y tejieron sus propias
redes y solidaridades fundando centros como la Casa Regional Valenciana —que llegó a
editar dos revistas como Mediterrani y Senyera—, el Orfeó Catalá, la Agrupació Amics de
Catalunya, Cultura Gallega o el Club de los Cuatro Gatos, que reunía a quienes provenían
de Madrid.22 A través de sus acciones la “imagen castellanocéntrica” establecida y nutrida
por entidades como el Casino Español, el Club España y hasta el Ateneo, creado por los
exiliados en 1949, comenzó a difuminarse frente al resto de realidades que componían el
variado mapa geográfico y humano de España.
En Cuba, donde también la colonia inmigrante española contaba con un sólido poder
económico procedente principalmente del comercio mayorista y minorista, colectividades
como la gallega se habían distinguido por su alto grado de organización societaria. La
mayoría de asociaciones, del mismo modo que las asturianas y las castellanas, estuvieron

20
Tal y como se desprende de este testimonio recogido por Pilar Domínguez: “Porque ni ellos querían ni
nosotros hubiéramos ido [al Casino]. Era propio de los emigrantes que vinieron descalzos e hicieron dinero,
que eran analfabetos y muertos de hambre.” En: De ciudadanas a exiliadas. Un estudio sobre las
republicanas españolas en México, Fundación Francisco Largo Caballero-Cinca, Madrid, 2009, p. 127.
21
Citado por Nuria Tabanera en la presentación de las memorias de un exiliado valenciano en México. Vid.
Arturo, García Igual, Entre aquella España nuestra…y la peregrina. Guerra, exilio y desexilio, Fundación
General de la Universitat de València, Patronat Sud-Nord, Valencia, 2005.
22
Vid. Clara E. Lida, México y España durante el primer Franquismo, 1939-1950. Rupturas formales,
relaciones oficiosas, El Colegio de México, México DF, 2001; Dolores Pla Brugat, Els exiliats catalans. Un
estudio un estudio de la emigración republicana española en México, Instituto Nacional de Antropología e
Historia, México DF, 1999. Id., “Un río español de sangre roja. Los refugiados españoles en México” en Pla
Brugat (coord.), Pan, pp. 35-127.

9
dirigidas por las elites inmigrantes del ascenso económico —terratenientes y
comerciantes— y de orientación sociopolítica acomodaticia o conservadora.23 Por tanto, no
es de extrañar que en el poderoso Centro Gallego de La Habana, tras un primer período de
división y polarización inducida por la Guerra Civil, se impusiera la candidatura
profranquista.24 A pesar del relativamente alto número de exiliados gallegos que llegaron a
Cuba durante la Guerra Civil, la mayoría finalmente reemigró a otros destinos
decepcionada por el ambiente político y social de la isla, la comunidad gallega y las
dificultades impuestas en el asociacionismo. A esta misma situación tuvieron que
enfrentarse los exiliados y exiliadas procedentes de otras provincias, pues la Asociación
Canaria, el Centro Castellano, el Centro Andaluz o el Centro Vasco fueron claramente
copados por los sectores profranquistas de la colectividad. Solo el Casal Català, fundado en
1937, trabajó en favor de la República. A él se unieron otras asociaciones, surgidas de
escisiones de centros regionales y españoles y partidos políticos de vida más antigua,
creadas para canalizar la solidaridad de una escasa parte de la colonia durante la guerra.
Por último, señalamos dentro de este modelo el caso de Chile, donde el Centre
Català, el grupo nacionalista Juventud Vasca-Euzko Gaztedija de la capital y el Centro
Español de Valparaíso se decantaron en exclusiva por la República. En el país andino, que
junto con Cuba y Argentina albergó las secciones exteriores más importantes de Falange, el
exilio republicano se encontró con una antigua emigración que, igual que en los destinos
anteriores, había alcanzado una alta posición económica y se caracterizaba por su
conservadurismo. Por tanto, algunas de las entidades más antiguas de la colonia como el
Centro Vasco, que acogía a los sectores más acomodados y de mayor estatus social de
Chile, en concreto al colectivo vasco-chileno, lideraron, apoyadas por la derecha chilena, al
resto de la colectividad española de simpatías profranquistas. Los exiliados que hasta allí se
desplazaron, pertenecientes en su mayoría a los sectores medios y bajos de la sociedad
española, y con un fuerte componente obrero, contaron únicamente con el respaldo de las

23
Vid. Xosé M. Núñez Seixas, “Inmigrantes gallegos en Cuba: algunas notas sobre política y asociacionismo
(1898-1936)” en Pilar Cagiao y Sergio Guerra Vilaboy (eds.), De raíz profunda. Galicia y lo gallego en
Cuba, Universidade de Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, Santiago de Compostela, 2006, pp. 89-
120.
24
Vid. Consuelo Naranjo Orovio, Cuba, otro escenario de la lucha: la Guerra Civil y el exilio republicano
español, CSIC, Madrid, 1987; Yolanda B. Vidal Felipe, El Centro Gallego de La Habana durante y después
de la Guerra Civil española: crisol de pasiones, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Alicante, 2005
(disponible en: http://bib.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=17109); Pilar Cagiao y Nancy Pérez Rey,
“Itinerarios cubanos del exilio gallego”, Arbor, 735 (2009), pp. 129-138.

10
citadas asociaciones catalanas y vascas y con entidades aglutinadoras como el Centro
Republicano Español.25
Finalmente, el tercer modelo se dio en aquellos países donde la articulación societaria
de los inmigrantes españoles era muy tupida y existían organizaciones mutuales, político-
culturales y recreativas en las que quienes simpatizaban con la causa republicana
desempeñaron un papel determinante, no solo desde las bases sino también desde los
cargos directivos. Estados Unidos y Argentina fueron dos ejemplos significativos, a pesar
de las diferentes tradiciones asociativas y los distintos perfiles socioeconómicos de las
respectivas comunidades emigradas. En el primero de ellos, concretamente en la ciudad de
Nueva York, la colectividad española a favor de la República estuvo liderada por la
comunidad gallega.26 Presentaba la particularidad de contar con una gran proporción de
obreros manuales, trabajadores portuarios y marineros activos en el sindicalismo
norteamericano y en el asociacionismo inmigrante. Por esta razón, capitaneó la
movilización a favor de la causa republicana, mediante la constitución en 1937 de las
Sociedades Hispanas Confederadas (SHC), que contó con el aval de algunos políticos
destacados de la República como Alfonso R. Castelao.27 Sin embargo, la llegada de los
exiliados y exiliadas provocó una división interna entre anarquistas, socialistas y
comunistas. Esto, unido a la escasa afinidad que los primeros encontraron con la colonia
asentada, que poseía un perfil social más modesto, tenía como consecuencia que el
entramado asociativo de la ciudad norteamericana no fuera lo suficientemente atractivo
para las actividades políticas y culturales del exilio. Una buena muestra de ellos son las
continuas alusiones despectivas a la colonia organizada que encontramos en la
correspondencia del historiador Américo Castro:

En N [ueva] York hay organizaciones populares; hace más de un año les di una conferencia, y no he vuelto a
hacerlo más. Combinan las conferencias con varietés, tocaba una música en el cuarto de al lado, entraban y
salían chiquillos en la sala, total, lo castizo y lo caótico. Les dije que era natural que hubiera pasado lo de allá
con tales costumbres. Ni olvidan ni aprenden. Paciencia.28

25
Lemus, “Identidad e identidades”, pp. 155-181.
26
Ana Varela-Lago, “A emigración galega aos Estados Unidos: Galegos en Louisiana, Florida e Nova York
(1870-1940), Estudos Migratorios, 2 (2008), pp. 63-84.
27
Nancy Pérez Rey, “Una achega á emigración galega a Nova York”, Estudos Migratorios, 2 (2008), pp. 56-
57.
28
En la documentación consultada no señala ningún centro directamente. Carta de Américo Castro a Lorenzo
Luzuriaga, 18 de marzo de 1945. Sección Exilio español en Argentina: Fondo Lorenzo Luzuriaga (5025).
Centro Documental de la Memoria Histórica (CDMH), Salamanca.

11
Castelao también se refirió a la colonia española, y en concreto a la gallega, en un
tono similar al de Castro:

Os galegos d-eiquí son moi bós, pero tolos [tontos] en demasía. Cáseque todos son xente de mar, d-un enorme
corazón; pero que soio atenden aos demagogos baratos que viven a conta da súa iñorancia. As barras
[tabernas] son os centros preferidos por eles. Asi pouco se pode facer.29

Por el contrario, en Argentina, como hemos señalado, la existencia de unas elites


dirigentes de extracción social diversa, cierto capital cultural y relacional y de orientación
política comprometida posibilitaron la fusión y colaboración del exilio tanto en las grandes
entidades regionales y políticas como en las pequeñas asociaciones territoriales.

3. El caso de Buenos Aires30


La llegada del exilio a los centros regionales de la colectividad española de Buenos
Aires tuvo profundas repercusiones sociales y culturales en su seno. Si lo que podemos
llamar el exilio anónimo pasó más o menos desapercibido y se insertó con discreción en la
colectividad española de Buenos Aires, y en la sociedad argentina en general, como se ha
señalado, no sucedió lo mismo con las grandes figuras de la política y de la cultura
republicanas que se exiliaron en la capital porteña. Para los centros regionales y las
agrupaciones que surgieron de modo específico durante la contienda española, contar en
suelo argentino con la presencia de algunos de sus protagonistas supuso un buen pretexto
para relanzar sus actividades. Por ejemplo, los banquetes o las comidas de camaradería,
propias de la sociabilidad emigrante, se convirtieron en continuos homenajes a
determinados exiliados. Las páginas de periódicos de la colectividad como Galicia —
editado por la Federación de Sociedades Gallegas— o España Republicana —editado por
el Centro Republicano Español de Buenos Aires— vieron multiplicarse los anuncios que
convocaban estos actos a través de fastuosos titulares que siempre incluían la presencia de
alguna personalidad relevante del exilio. De esta manera un almuerzo dominical
organizado en un restaurante de Avellaneda —localidad del conurbano bonaerense, de
carácter industrial y donde residía una numerosa población oriunda de Galicia— por la
agrupación Unión Gallega podía aumentar su poder de convocatoria si se promocionaba

29
“Carta ós irmáns de Bos Aires”, 11 de diciembre de 1939, en Xosé M. Núñez Seixas (ed), Castelao. Obras.
Tomo VI: Epistolario, Galaxia, Vigo, 2000, pp. 327-328.
30
Para profundizar en las características del exilio de 1939 en la capital argentina y de la posterior emigración
vid. Bárbara Ortuño Martínez, “El exilio y la emigración española de posguerra en Buenos Aires, 1936-
1956”, tesis doctoral, Universidad de Alicante, 2010.

12
bajo el titular: “En honor de tres personalidades ilustres” y debajo del mismo aparecían los
retratos del periodista Manuel Fontdevilla, el general republicano Vicente Rojo y el
representante del Gobierno de la República en Argentina, Manuel Blasco Garzón.31
No obstante, todos los exiliados no simpatizaron con este tipo de eventos y en
ocasiones llegaron a rechazar las invitaciones de la colectividad organizada, dejando
entrever el desfase que existía entre la cultura política del exilio y las prácticas de las
asociaciones de inmigrantes. Pero más allá de esta cuestión, las declinaciones se
multiplicaron tras el final de la II Guerra Mundial y la decepción que la supervivencia del
régimen de Franco causó dentro del colectivo exiliado. A eso se sumó el dolor que
producía la profusión de noticias sobre la lamentable situación que vivía el resto de
expatriados y expatriadas en Europa. Una muestra de ello es la carta enviada por el
pedagogo Lorenzo Luzuriaga a Manuel Puente —inmigrante exitoso de filiación
republicana y galleguista y destacado miembro de la colectividad gallega— para rechazar
la invitación al banquete en honor de los ministros de la República Española que la Cámara
de Comerciantes Republicanos Españoles, presidida por Puente, había organizado:

[...] cúmpleme manifestarle que, aún adhiriéndome a la idea de tan justo homenaje, lamento no poder hacer lo
mismo respecto a la forma de realizarlo, ya que en las situaciones actuales de España y de los españoles
exilados, que tanta miseria están pasando en Europa y particularmente en Francia, me parece poco acertado
celebrar un banquete a precio tan elevado.32

Por otro lado, los exiliados y exiliadas estuvieron más dispuestos a aceptar las
invitaciones de la colectividad para participar en actos culturales y de divulgación si el
ofrecimiento era para charlas y conferencias. De esta manera, se hizo habitual en la ciudad
de Buenos Aires que las entidades españolas destacaran en sus programas de actos la
presencia de refugiados conocidos para hablar de diversos temas. En lugares como el
Centro Asturiano se podía encontrar en una velada nocturna al político y escritor catalán
Manuel Serra Moret pronunciando una conferencia sobre “La economía durante la guerra”,
y al periodista y novelista ovetense Clemente Cimorra disertando, a petición del centro,
sobre la figura de algún ilustre paisano como Jovellanos, Leopoldo Alas Clarín, etcétera.33
Este tipo de actividades llevó a alguno de los exiliados a hacer extensas giras a lo largo y
ancho del país, como la de Augusto Barcia Trelles —abogado, escritor y político asturiano
que fue después ministro de Hacienda en los dos primeros gobiernos de José Giral— en
31
Galicia, 7-X-1939, p. 3.
32
Carta de Lorenzo Luzuriaga a Manuel Puente, 23 de septiembre de 1945. Sección Exilio español en
Argentina: Fondo Lorenzo Luzuriaga (M35-348). CDMH.
33
José Blanco Amor, Exiliados de memoria, Tres Tiempos, Buenos Aires, 1986, p. 73.

13
1941. Esta gira no sólo respondió a la invitación de determinadas entidades españolas, sino
también al programa organizado por el Centro Republicano Español de Buenos Aires para
cumplir “con una labor de difusión cultural en el interior de la República Argentina.”34 Este
tipo de actos, que contó con una amplia respuesta por parte del público al menos durante
los años cuarenta y cincuenta, sirvió para dinamizar la vida interna de los centros
regionales, principalmente de la capital y de sus núcleos de irradiación. Carmen Marina
Garganta, residente en la ciudad de La Plata, recordaba los cambios que experimentó el
Club Español de su ciudad debido a la presencia de algunas de las figuras destacadas
exiliadas en la capital:35

Los invitados eran la mayor parte exiliados españoles con quienes [los directivos] habían tenido relaciones
por su condición de republicanos. [Las conferencias] Se realizaban en el Salón Blanco y yo que participé
como oyente en todas ellas puedo asegurar que fue un éxito total. El salón rebalsaba de asistentes, a veces
algunos quedaban afuera. Desfilaron por esa tribuna: Dr. Manuel Blasco Garzón, Juan Cuatrecasas, Luis
Jiménez de Asúa, Augusto Barcia, Mariano Gómez, Alejandro Casona, etc., etc.36

Además de la repercusión social y cultural del exilio en las asociaciones de


inmigrantes, la sola presencia de los refugiados representó una opción y un fuerte
compromiso con la política. A pesar de que a los expatriados se les exigió la renuncia al
desarrollo de cualquier actividad política, esta prohibición constituyó un sinsentido, pues la
esencia misma del exilio residía en ella. Para los exiliados y exiliadas resultó más sencillo
el no inmiscuirse en la política del país que les había acogido, que en la del que les expulsó
o en la de las instituciones que los ampararon en su seno, lo que les acarreó numerosos
conflictos. En los centros regionales, que en sus estatutos mantenían el principio de
apoliticismo propio de las asociaciones extranjeras, la incorporación de adherentes
procedentes del exilio contribuyó a aumentar su politización. Para muchos exiliados, la
pertenencia a un determinado partido era una forma natural de ser ellos mismos, en cuanto
personas y ciudadanos.37 No obstante, tuvieron que moderar su mensaje y modularlo en

34
España Republicana, 11-I-1941, p. 10.
35
Según Juan Garganta, hasta fines de 1947 el Club fue regido por “españoles y argentinos republicanos y
sinceros demócratas”; asimismo afirmaba que gracias a éstos y a la colaboración de los expatriados “el Club
cumplió una honrosa función social y relevante acción cultural. [Y] fue un bastión de la defensa de la libertad
y dignidad humana.” Escrito personal de Juan Garganta, octubre de 1955. Sección Exilio español en
Argentina: Fondo Familia Garganta (5014). CDMH.
36
Familia Garganta, en http:// www.garganta.net
37
Lemus, “Identidad e identidades”, p. 163.

14
términos comunitarios e interclasistas y reforzar la apelación al vínculo territorial como
lazo cohesionador entre los asociados, con el fin de mantener la afiliación a las entidades.38
El exilio republicano organizado en Argentina tuvo composición comunista,
socialista y republicana; pero también, y sobre todo, nacionalista periférica, estimulada por
el alto número de políticos y militantes destacados de partidos nacionalistas de Cataluña, el
País Vasco y Galicia que llegaron al país austral y que reorganizaron su programa político
sobre unas bases que fundían a los cuadros del nacionalismo exiliado y emigrado. La
llegada de exiliados y exiliadas catalanistas, galleguistas y nacionalistas vascos sirvió así
para reforzar las distintas identidades nacionales y para profundizar en las singularidades
de cada una de estas colectividades. El Casal de Catalunya, el Laurak Bat, la Federación de
Sociedades Gallegas y los centros gallegos nacidos debido al impulso del nacionalismo
fueron los mejores ejemplos de las repercusiones de la inserción del exilio republicano en
el tejido asociativo anterior.
Los exiliados catalanes se incorporaron en su mayoría al Casal de Catalunya, nacido
en 1940 como resultado de la fusión de las dos principales entidades de la colectividad
catalana: el Centre Català (1886) y el Casal Català (1908). Ambas mantuvieron un perfil
societario similar, conformado por comerciantes, empresarios, profesionales y empleados,
y discretamente en el segundo por artistas y escritores. En relación a la reactivación de la
vida societaria, el testimonio del exiliado Joan Rocamora es significativo: “Aquel año de
1940 estuvo lleno de actividades que dieron un giro total a la vida de la entidad: desde el
cultivo del Folklore, con enseñanza de nuestro baile tradicional, a las conferencias iniciadas
por el exconsejero de la Generalidad de Catalunya [sic] Manuel Serra y Moret”. Según
Rocamora, la colectividad volvió a llenar el local con sus reuniones sociales en las que
tenían cabida les ballades de sardanas, las funciones teatrales para niños y mayores, los
conciertos ofrecidos por el Orfeón, etcétera. El folklore volvió “a estar de moda”, fue
“como una especie de catarsis del patriotismo” donde se albergó “el entusiasmo nacional y
la fe en un nuevo renacimiento de Catalunya [...], la seguridad de que la Patria, entonces
sometida, y su idioma prohibido en nuestra casa, todavía resistía”.39 A los exiliados y
exiliadas la participación en la vida social, cultural y política del Casal les devolvió a la
normalidad de los años previos a la guerra; como aseveraba Rocamora, “Nunca

38
Núñez Seixas, “Itinerarios”, p. 42.
39
Joan Rocamora, Catalanes en la Argentina. En el centenario del Casal de Catalunya, Artes Gráficas “El
Fénix”, Buenos Aires, 1992, pp. 98-99.

15
agradeceremos bastante el bálsamo reparador que los centros o Casals de la Argentina y de
toda América fueron vertiendo sobre las heridas abiertas del espíritu”.40
En el caso vasco, la llegada del exilio hizo que la asociación vascoargentina más
importante, el Laurak Bat de Buenos Aires, dejara a un lado la neutralidad declarada
durante la contienda y adoptase una actitud claramente antifranquista. El número de
afiliados de esta institución creció de forma considerable tras la incorporación de los
exiliados vascos que arribaron a Argentina a través de las gestiones del Comité Pro-
Inmigración Vasca y el Decreto del Presidente Ortiz de 1940.41 Sin embargo, esta situación
provocó que muchos antiguos socios abandonaran el centro, en numerosas ocasiones para
incorporarse a otros que se habían declarado profranquistas. En este sentido, es evidente
que ni los vascos, ni los gallegos, ni los catalanes tomaron partido por la República de un
modo uniforme. Es más, tan solo una pequeña parte de la colectividad española de
Argentina se situó en la órbita del asociacionismo. Pero dentro de aquella son numerosos
los testimonios que dan cuenta del relanzamiento cultural y nacionalista que
experimentaron determinadas asociaciones vascoargentinas tras la llegada del exilio. Como
señalaba Laura Cruzalegui:

Hubo el propósito de difundir la cultura vasca y reparar las persecuciones de que venía siendo objeto por
parte del franquismo. [...] Había que realzar las costumbres, los bailes y cantos ancestrales, las artes plásticas,
los hechos históricos, el idioma, porque ese conocimiento crearía más vínculos y más apego a la tierra de
origen.42

Así, se multiplicaron las exhibiciones folklóricas, los bailes con trajes regionales, los
partidos de pelota vasca, las romerías, las fiestas en honor de santos patronos como San
Ignacio de Loyola, y las celebraciones y homenajes a figuras relevantes del País Vasco y de
Argentina. Todos estos actos estimularon una vida social muy intensa y reforzaron una
identidad propia cada vez más independiente del resto de la colonia. Según el periodista y
antiguo emigrante José Blanco Amor “la colectividad española era una cosa y la
colectividad vasca otra. Los vascos eran republicanos, qué duda cabía, pero eran

40
Ibidem, p. 99
41
El 30 de agosto de 1939 se constituyó en Buenos Aires el Comité Pro Inmigración Vasca con el objetivo de
facilitar la entrada en Argentina de los refugiados vascos que se encontraban en Europa. La campaña llevada
a cabo por el Comité obtuvo como resultado un decreto dictado por el presidente Ortiz, que supuso una
excepción en la política inmigratoria del Gobierno argentino y permitió la entrada en el país de 1.400
exiliados y exiliadas vascos. Vid. Iñaki Anasagasti (coord.), Homenaje al Comité Pro-Inmigración Vasca en
Argentina. –Fuentes documentales- (1940), Txertoa, San Sebastián, 1988. Vid. además Begoña Cava Mesa et
alii, La sociedad Laurak Bat de Buenos Aires, Gobierno Vasco, Vitoria / Gasteiz, 1992.
42
Cruzalegui, “Recuerdos e impresiones”, p. 300.

16
republicanos vascos. Habían tenido su autonomía, su Gobierno propio [...], y a nada de eso
querían renunciar”.43 Como señalaron Douglass y Totoricaguena, dentro del conjunto de las
distintas regiones procedentes de la península ibérica, los vascos fueron quienes mostraron
opiniones menos favorables acerca de España y los que más al margen se situaron de la
colectividad. Los exiliados y exiliadas del País Vasco que llegaron a Argentina sabían que
sus compatriotas gozaban allí de muy buena consideración social. Esto contribuyó a que el
mantenimiento de la etnicidad se convirtiera en una cuestión capital, principalmente entre
las personas que participaron en el asociacionismo emigrante. En cierto modo, los recién
llegados sintieron que sobre ellos recaía la responsabilidad de “guardar la fama de los
vascos de manera colectiva, en lugar de hacer valer una buena reputación a título
individual”.44
Finalmente, con respecto a la colectividad española más numerosa de Argentina, la
gallega, cabe señalar a grandes rasgos que, por un lado, los exiliados de tendencia
izquierdista tendieron a converger hacia la Federación de Sociedades Gallegas (FSG),
donde desde 1936 habían comenzado a ganar peso las nuevas posturas comunistas en
detrimento de las galleguistas. Por otro, los nacionalistas gallegos y, menor medida, los
republicanos se convirtieron en el pilar fundamental del proceso de constitución de los
centros provinciales —Orensano (1941), Pontevedrés (1942), Lucense (1942) y Coruñés
(1950)— a partir de la fusión de sociedades microterritoriales. Aunque los resultados no
fueron los esperados, en un principio éstos fueron concebidos como el paso intermedio para
formar una gran entidad gallega que tuviera las competencias políticas y culturales que no
tenía el Centro Gallego, el cual quedaría relegado únicamente al ámbito del mutualismo.45
Las exiliadas se implicaron en los espacios artísticos y culturales que conformaban
los coros, los grupos de teatro, de canto, de baile, etcétera, ya que el asociacionismo
emigrante no les brindó las mismas posibilidades que a los hombres. En la FSG la
participación de las mujeres en política había sido nula y la llegada de expatriadas, igual
que sucedió en otras asociaciones, no sirvió para cambiar esta situación.46 Dentro del

43
Blanco Amor, Exiliados, p. 62. Según el periodista, los vascos solo dejaron a un lado “su clásico
aislamiento”, “su soledad de gentes nacidas aparte”, para integrarse “con nobleza y lealtad con las demás
fuerzas de la colectividad y del exilio” en el transcurso de GALEUZCA (1941-1945), y gracias a la mediación
de Pedro de Basaldúa, miembro del PNV y representante oficial del Gobierno de Aguirre.
44
William A. Douglass y Gloria Totoricaguena, “Identidades complementarias. La sociabilidad y la identidad
vascas en la Argentina entre el pasado y el presente” en Alejandro E. Fernández y José C. Moya (eds.), La
inmigración española en la Argentina, Biblos, Buenos Aires, 1999, p. 264. .
45
Núñez Seixas, “Itinerarios”, p. 45.
46
Un caso muy distinto al de México, donde las exiliadas, a diferencia de las emigradas, sí participaron
activamente en el asociacionismo e incluso constituyeron agrupaciones políticas independientes. Vid.
Domínguez, De ciudadanas a exiliadas, pp. 235-257.

17
asociacionismo, y en general dentro de la colectividad de los años cuarenta, se consideraba
que “la política era cosa de hombres”.47 Es cierto que la Federación, del mismo modo que
el Casal, el Laurak Bat y la mayoría de centros, no prohibió estatutariamente su
participación en actividades ni que accedieran a los cargos directivos, pero las exclusiones
de base existentes en las distintas asociaciones federadas impidieron su ascenso. De esta
manera, su función quedó relegada, excepto en algunos casos, al mero acompañamiento de
sus maridos en los actos sociales y al servicio de la comunidad.
Además de en los centros regionales referidos, como ya hemos señalado, la inserción
del exilio de 1939 en el Centro Republicano de Buenos Aires tuvo también destacadas
repercusiones en el seno de la colectividad y de la propia entidad. Un número importante
de familias exiliadas decidió formar parte de la vida social del CRE convirtiendo así a esta
asociación en un espacio representativo de la unión entre la antigua emigración y el exilio
republicano.

La importancia y significación que día a día va adquiriendo nuestro Centro dentro de la colectividad se pone
de manifiesto en todos los actos que congregan a lo socios y a sus familias: [...] es dable confirmar que los
salones del centro se han convertido ya en lugar favorito de acercamiento y vinculación entre los viejos
republicanos, los recién llegados a la Argentina, y las familias respectivas, creándose así un ambiente social
que está llamado a ser lo más representativo y unido de la colectividad española.48

La Guerra Civil y la implantación de la dictadura en España, así como la presencia


del exilio en el CRE incorporaron ciertos elementos identitarios que la entidad acabó
asumiendo como propios. Las actividades sociales realizadas por el CRE podían
clasificarse en dos bloques. Por un lado, las que estaban pensadas para el ocio y el disfrute
del tiempo libre de los socios y sus familias. En este sentido, cabe señalar que, aunque tras
la Guerra Civil aumentó el número de socias y en general de mujeres que se interesaron por
las actividades del Centro, éste se compuso de hombres en mayoría abrumadora. El CRE de
los años cuarenta y cincuenta no se diferenció de las asociaciones regionales ni de los
casinos que emigrantes y exiliados habían dejado en sus lugares de origen. Como aquéllos,
también fue un espacio donde se cultivó la sociabilidad masculina entre connacionales casi
a diario. Su sede se convirtió en un área multifuncional donde se ofertaban diversas
actividades que iban desde la lectura de prensa y las tertulias cotidianas hasta la práctica de
diversos tipos de juegos. Por otro lado, las que se concebían como grandes eventos

47
Hernán M. Díaz, Historia de la Federación de Sociedades Gallegas. Identidades políticas y prácticas
militantes, Fundación Sotelo Blanco-Biblos Historia, Buenos Aires, 2007, p. 145.
48
Memorias y Balances (M y B), 1940, p. 21. ACRE.

18
organizados para la participación de sus miembros, pero también para el resto de la
colectividad republicana española, y en general para todas las personas de la sociedad de
acogida que comulgaban con sus ideales. Destacaron en este aspecto los prolíficos ciclos de
conferencias, pero sobre todo los actos de homenaje y las conmemoraciones de fechas
significativas para la memoria compartida de la colectividad republicana.
Desde 1939 y a lo largo de la década de 1940 se afiliaron al Centro Republicano
Español de Buenos Aires algunas de las figuras más destacadas de la diáspora española en
Argentina. La mayoría de ellas se estableció en el país austral definitivamente, pero otras se
dirigieron a nuevos destinos, como Vicente Rojo o el político republicano y periodista
alicantino Carlos Esplá Rizo, quien solamente permaneció unos meses en Buenos Aires.49
Sus inscripciones en el CRE al poco tiempo de llegar pueden entenderse como una muestra
de la importancia concedida a la militancia, de la coincidencia de acción y reflexión en el
campo republicano que ya adelantaron los republicanos del siglo XIX,50 y de la necesidad
de encontrar un espacio común social y político.
Las solicitudes de ingreso son el mejor testimonio de la fusión que se produjo en el
Centro Republicano entre la inmigración y el exilio.51 En ellas sobresalen los nombres de
algunos de los personajes más significativos que apoyaron a esta institución. Además, las
fechas de inscripción de los mismos nos revelan detalles significativos sobre la
importancia, consideración o posibilidades de ciertos exiliados de pertenecer al Centro. Por
ejemplo, algunos exiliados, como los hermanos Álvaro y Francisco Ossorio Florit, hijos del
último embajador republicano en Argentina, o el propio Vicente Rojo tardaron menos de
un mes en afiliarse desde su llegada a Argentina. Otros, como Alfonso R. Castelao, el
doctor José Bago o el general Fernando Martínez-Monje no lo hicieron hasta su tercer año

49
Para profundizar en algunos aspectos de su figura vid. Pedro Luis Angosto Vélez, Sueño y pesadilla del
republicanismo español. Carlos Esplá: una biografía política, Biblioteca Nueva, Universidad de Alicante,
Fundación Manuel Azaña, Madrid, 2001, y del mismo autor, “El trabajo en la sombra de un azañista confeso:
Carlos Esplá” en Ángeles Egido León y Matilde Eiroa San Francisco (eds.), Los grandes olvidados. Los
republicanos de izquierda en el exilio, CIERE, Madrid, 2004, pp. 424-426.
50
Ángel Duarte, “Republicanos, emigrados y patriotas. Exilio y patriotismo español en la Argentina en el
tránsito del siglo XIX al XX”, Ayer, 47 (2000), p. 60.
51
Por otro lado, la Guerra Civil española provocó un control más estricto de las personas que ingresaban en el
CRE con el fin de “depurar el elemento leal y republicano del Centro, y prevenir la posibilidad de filtraciones
inconvenientes.” Para ello se modificó el formulario de solicitud de ingreso “exigiendo mayores garantías en
la presentación [el nuevo socio o socia debía de ser presentado al menos por otros dos] y la formalidad de una
ficha que informe sobre los antecedentes morales y políticos del solicitante.” En la nueva solicitud de ingreso
se preguntaba a los socios la filiación política “actual y anterior” y si se había actuado en otro Centro
Republicano Español y desde cuándo. M y B, 1937, p. 5. ACRE.

19
de estancia en el país. E incluso hubo quien no lo hizo hasta el undécimo, como el
psicólogo Juan Cuatrecasas, que había llegado a Argentina en 1937.52
Como puede apreciarse, entre los exiliados más destacados que ingresaron en el
Centro Republicano tras la Guerra Civil sobresale la presencia de catalanistas como el
político y escritor Manuel Serra i Moret, Juan Cuatrecasas o el médico Joan Rocamora; y
galleguistas u hombres afines al nacionalismo gallego, casos de Alfonso R. Castelao, el
escritor Rafael Dieste, el médico Antonio Baltar o el diputado de Izquierda Republicana
Elpidio Villaverde. Esto confirmaba, que por encima de los conflictos existentes entre el
nacionalismo español y los nacionalismos periféricos, prevaleció en muchos casos como
elemento aglutinador la fidelidad a la República, aunque con matizaciones, y a la condición
de demócrata, y una cultura política compartida: la republicana. No obstante, los conflictos
entre militantes de los distintos partidos de izquierda en el exilio fueron constantes.
Algunos de estos hombres, que desempeñaron un papel significativo dentro de los centros
regionales a través de sus juntas directivas o desde sus órganos de difusión, y que incluso
actuaron como reactivadores del nacionalismo en los mismos, practicaron la doble
afiliación. Entre ellos destacamos a Alfonso R. Castelao, que perteneció al Centro
Orensano y al Centro Republicano; a José Bago, que fue miembro del Laurak Bat y del
Centro Republicano; al periodista, poeta y editor, Arturo Cuadrado, que ingresó en la
Federación de Sociedades Gallegas y en el Centro Republicano; y a Juan Cuatrecasas, que
formó parte del Casal de Catalunya y del Centro Republicano.
Por lo demás, la llegada del exilio de 1939 al Centro Republicano de Buenos Aires
supuso una serie de cambios importantes en las relaciones de sus componentes con la
sociedad de recepción y con la de expulsión, así como en la composición y en el
funcionamiento interno del Centro. En cuanto a los primeros, por un lado se intensificaron
los contactos con diversas colectividades extranjeras instaladas en la ciudad y con la
sociedad argentina, entre la que sobresalió la intelectualidad, que se vinculó activamente a
diversas actividades del Centro, y la clase política ligada al Partido Radical y al Partido

52
Otras personalidades que se afiliaron al CRE en 1939 y durante los años cuarenta fueron: el representante
del Gobierno de la República en Argentina, Manuel Blasco Garzón, Ángel Osorio y Gallardo, Felipe Jiménez
de Asúa, el poeta y crítico literario Guillermo de Torre, Augusto Barcia Trelles, el abogado y Ministro
Consejero de la Embajada Republicana en Washington, Pedro Lecuona Irazábal, Elpidio Villaverde Rey, el
abogado y periodista José Ruiz del Toro, el catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad de
Madrid, Jesús Prados Arrate, el antiguo emigrante, gerente de la casa suiza Nestlé en Argentina y presidente
del Centro Asturiano desde 1943, Nicanor Fernández, Arturo Cuadrado Moure, Luis Jiménez de Asúa,
Antonio Baltar, Rafael Dieste, el dramaturgo Jacinto Grau, Manuel Serra Moret, el periodista extremeño
Antonio Salgado y Salgado, Rafael Alberti, Alejandro Casona, Manuel Fontdevilla, el traductor Manuel Rey
Tosar, el emblemático editor y antiguo residente, Gonzalo Losada, José Blanco Amor o Juan Rocamora.

20
Socialista de Argentina.53 Del último despuntó entre los socios el que era su presidente
desde 1932, Nicolás Repetto, que ingresó en el CRE en 1942 abonando una cuantiosa
matrícula. Por otro, por primera vez los expatriados en Argentina interrumpieron el
contacto con el interior de la península, lo cual con el tiempo les alejó de la realidad
española llegando a aislarles.
Con respecto a los segundos, el exilio de 1939 incorporó una mayor variedad en la
composición política del Centro Republicano que sirvió para enriquecerlo, pero al mismo
tiempo, como ya señalamos, trasladó a su seno las disputas y enfrentamientos surgidos en
la izquierda española durante la II República y que se exacerbaron tras la derrota de la
Guerra Civil. En este sentido el CRE de Buenos Aires no se diferenció de otras
instituciones similares existentes en América y reflejó de forma permanente la tensión entre
la unidad y la dispersión.54 En Uruguay, por ejemplo, el Centro Republicano Español de
Montevideo (1941) también aglutinó a todas las tendencias políticas de la izquierda
española, y en este sentido sus problemas fueron semejantes a los de sus correligionarios de
Buenos Aires. Algo similar ocurrió en Chile. Sin embargo, en México no fue posible reunir
a todos los republicanos en una misma institución. Este colectivo se vio afectado por las
profundas divisiones surgidas del conflicto entre el Servicio de Evacuación de
Republicanos Españoles (SERE) y la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles
(JARE), y por las gestiones diferenciales de los fondos del tesoro de la República.55 Dichas
fracturas unidas al hecho de que los republicanos componían el grupo político más
numeroso del exilio español en México propiciaron que se dispersaran en diversas
agrupaciones. Prueba de ello fueron los distintos ateneos que funcionaron de un modo
paralelo al Centro Republicano que había sido creado en 1933. Entre ellos estaban el
Círculo Cultural Pablo Iglesias, alineado con la facción socialista de Indalecio Prieto; el

53
Los intelectuales y artistas argentinos participaron sobre todo en las actividades solidarias. Su colaboración
para ayudar a los refugiados y refugiadas en Francia después de la guerra fue determinante. Un ejemplo es la
abultada nómina de artistas que donó sus obras a la Exposición Artística organizada por el CRE en 1939 para
recabar fondos en beneficio de la intelectualidad española refugiada en el país galo. En M y B, 1939, p. 23.
ACRE.
54
Vid. Carlos Zubillaga, “El Centro Republicano español de Montevideo: entre la solidaridad y la
realpolitik”, Migraciones & Exilios, 9 (2008), pp. 9-30.
55
Vid. Ángel Herrerín, El dinero del exilio. Indalecio Prieto y las pugnas de posguerra (1939-1947), Siglo
XXI, Madrid, 2007; Abdón Mateos, La batalla de México. El fin de la Guerra Civil y la ayuda a los
refugiados, 1939-1945, Alianza, Madrid, 2009; o Aurelio Velázquez, “¿Asistencia social o consolidación
institucional?: La labor de ayuda del Gobierno Republicano español en el exilio (1945-1949)”; Historia del
Presente, 15 (2010), pp. 121-138.

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Círculo Jaime Vera, favorable a Juan Negrín; o el Ateneo Salmerón, bajo el control de
Izquierda Republicana.56

4. Algunas consideraciones finales

La Guerra Civil y el exilio de 1939 introdujeron varios factores particulares en la


dinámica política interna de las colectividades. Por un lado, cabe señalar la lealtad a las
siglas partidarias, con la que se trasladaron a América las disputas partidistas, que se
superpusieron a las divisiones internas de la colectividad, provocando en más de una
ocasión el surgimiento de nuevas rivalidades con los antiguos emigrantes comprometidos
con la política española. Por otro, hay que recordar el nuevo protagonismo que adquirieron
los sectores comunistas. Éstos habían sido muy poco significativos en las asociaciones de
inmigrantes hasta 1936, pero se convirtieron durante varias décadas, a pesar de no ser un
colectivo numeroso en los países americanos, en un motivo de tensión constante dentro y
entre las asociaciones de inmigrantes republicanas, así como entre éstas y los distintos
gobiernos de los países de destino. Por tanto, nuestras investigaciones corroboran para el
ámbito español lo que Xosé M. Núñez Seixas ha señalado para el caso galaico.
Ciertos refugiados que se insertaron en el asociacionismo inmigrante trataron de
ostentar el control de la colectividad emigrada y exiliada. Algunas de las instituciones de
inmigrantes en los países de acogida les recordaron en esencia a aquellas donde habían
desarrollado la sociabilidad republicana y obrera durante los años de la República. En ellas
vislumbraron un gran potencial relacional y político que provocó que en destinos como
Argentina trataran de convertir ciertas entidades en espacios para la perpetuación de su
ideología política y de la cultura republicana —en el sentido amplio de la expresión—.
Asimismo, fueron numerosos los refugiados que consideraron las asociaciones de la
comunidad como plataformas para la concienciación y propaganda política dentro de la
colectividad, desde las cuales se podría lograr su principal objetivo: derrotar al franquismo.
Por tanto, no descartamos la utilización de la antigua emigración por parte del exilio como
medio para conseguir sus fines. Sin embargo, los antiguos líderes de la colectividad,
quienes habían recibido con complacencia a los expulsados de España, no estuvieron

56
Vid. Juan Carlos Pérez Guerrero, La identidad del exilio republicano en México, Fundación Universitaria
Española, Madrid, 2008; Clara E. Lida, Caleidoscopio del exilio. Actores, memorias, identidades, Colegio de
México, México D. F., 2009; Abdón Mateos (coord.), ¡Ay de los vencidos! Exilio y países de acogida,
Envida, Madrid, 2009, pp. 103-115.

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dispuestos a renunciar a su posición de privilegio dentro de su propia comunidad y de la
sociedad de recepción. A esta cuestión, además, se incorporaron numerosos prejuicios entre
ambos colectivos migratorios.
En la construcción de las imágenes de los inmigrantes españoles por parte de los
exiliados republicanos estuvieron activos, por ejemplo, los tópicos que relacionaban a los
primeros con gentes de bajo nivel cultural, elevado apego por lo material y fácilmente
asimilables a los países de destino. Esta última afirmación la extraían de factores como la
pérdida del acento originario y la utilización de determinado vocabulario, las prácticas
culinarias y hasta los gustos musicales. Por su parte, un amplio sector de la llamada
inmigración económica, y de sus descendientes, consideró que los refugiados y refugiadas
fueron unos privilegiados en el país de acogida. Identificó a la totalidad del colectivo con
algunas figuras destacadas de la cultura o de la política, de las que suponía que no se
habían visto obligadas a pasar penalidades, y mantuvo vigente el mito del exilio dorado.
Del cual, en cierto modo, también participaron muchos exiliados al considerarse a sí
mismo, tal y como señaló Dora Swcharzstein, una aristocracia representante de la
verdadera y única España.57 Esto también contribuyó a que, entre los recién llegados y los
jerarcas de las asociaciones de inmigrantes pronto surgieran tensiones, que adoptaron unas
características específicas en cada uno de los destinos del exilio.

57
Dora Schwarzstein, Entre Franco y Perón. Memoria e identidad del exilio republicano español en
Argentina, Crítica, Barcelona, 2001, p. 213.

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