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(Gn 12,1)
Dolores ALEIXANDRE
Religiosa del Sagrado Corazón Profesora de Sagrada Escritura en la Universidad de
Comillas Madrid
http://www.mercaba.org/FICHAS/IGLESIA/meditacion_01.htm
A partir del siglo XVI y hasta nuestros dias, la mayor parte de las congregaciones
de vida apostólica se comprometieron en una red de instituciones, principalmente
educativas y hospitalarias, que, a la vez que aseguraban un verdadero servicio
humano, permitían a la VR apostólica tener una inserción social, un punto de apoyo
tanto para la formación de sus miembros como para su trabajo con vistas al Reino.
Es verdad que los tiempos cambian y no se repiten de nuevo, pero los modos de
afrontarlos pueden tener rasgos muy comunes, y por eso los personajes bíblicos
son hoy palabra «antigua» de Dios para nosotros que se convierte en fuente
constante de inspiración y sabiduría.
JONÁS: ir más allá. RUT: estar más cerca. ELÍAS: descender más abajo. JACOB:
entrar más adentro.
Y en cada uno de ellos tratar de descubrir dos elementos que están presentes en el
dinamismo de cada desplazamiento: el elemento ruptura y el elemento
vinculación.
Jonás también tenía, gracias a Dios, muy claras las ideas y muy aprendidos los
dogmas y muy bien formadas las imágenes sobre Dios. Y sabía estupendamente en
qué consistía su voluntad y cuáles eran sus designios inmutables y cómo tenía que
ser el contenido doctrinal de una buena predicación.
Nínive, «la gran ciudad», era símbolo de todos los alejados, de todos los
separados. Jonás sintió que se le confiaba la misión de llamarlos a la conversión, de
recordar a toda aquella gente, tan perdida que las puertas del gran hogar paterno
estaban abiertas de par en par, que a Dios le corría prisa que volvieran, porque su
perdón estaba impaciente, y el pan de su ternura les estaba esperando.
Jonás se asomó a aquel abismo y le entró vértigo. Salió huyendo. Dios le mandaba
a Nínive, y él se embarcó rumbo a Tarsis: exactamente en dirección contraria.
Pero en su huida todo se vuelve obstáculos: hay una tempestad, los marineros le
echan la culpa y le tiran por la borda, un pez se lo traga. Y es que a Jonás, que se
sabía de memoria toda la suma teológica, se le había olvidado lo insistente que
puede ser Dios. Y es que allí donde a nosotros se nos acaba, le empieza a él la
paciencia; y, cuando a nosotros nos invade el escándalo ante la dureza del corazón
del profeta rebelde, la voz de Dios resuena tranquila, nacida de unas entrañas que,
a pesar de todo, siguen esperando.
«Por segunda vez fue dirigida la palabra del Señor a Jonás en estos términos: 'Vete
a Nínive, la gran ciudad, y proclama lo que yo te diga'» (4,1). Como si no hubiera
pasado nada, como si fuera la primera vez...
Esas palabras son el nudo que revela todo el secreto del relato y cuál fue la ruptura
que se le pidió a Jonás: tenía que dejar atrás todas sus ideas sobre Dios y
vincularse a alguien que le llevaba más allá de sus fronteras y le dejaba en una
intemperie amenazadora y vacía de seguridades.
A eso se resistía Jonás, porque no era a Nínive a quien temía, sino a Dios; y no era
su cólera lo que le atemorizaba, sino su amor incontrolable y desmesurado.
Pobre Jonás, o dichoso Jonás, a quien Dios quiso elegir como compañero de juego
y le fue ganando, una a una, todas las partidas, hasta darle un jaque mate en el
que, misteriosamente, fue el vencido quien salió ganando...!
De Tarsis a Nínive
Por eso nos acomete la tentación de huir a una «Tarsis» que puede tener muchos
nombres y llamarse refugio en nuevas sacralizaciones, restauracionismo,
individualismo, fuga hacia el espiritualismo, encerramiento en pequeños mundos,
dependencia, instalación, repetición de esquemas ya fijados, dogmatismo,
nostalgia, pesimismo, vuelta a las normas...
Pero, lo mismo que Jonás, podemos escuchar una llamada persistente que vuelve a
invitarnos a correr la aventura de Nínive, a aceptar el riesgo de una vinculación
nueva a un Dios desconcertante que nos empuja a ir más allá de lo conocido, que
está queriendo desplazarnos más allá, hacia los desiertos, las periferias y las
fronteras, allí donde está su humanidad más herida y donde sus hijos, por debajo
de la apariencia de la intrascendencia y del divertimento, viven la brecha abierta de
la pregunta por el sentido y el silencio vacío que espera una Palabra.
Quizá nos estamos resistiendo a todo eso que nos aleja de un territorio que nos era
familiar; pero muchas de las insatisfacciones que sentimos y de los problemas de
los que nos quejamos («estamos tan mayores, no tenemos vocaciones, hay
muchas dificultades comunitarias...») pueden ser como la tormenta, la ballena, el
gusano que secó el ricino de Jonás o el viento solano que le abrasó la cabeza. Y, lo
mismo que para él, pueden tener la función pedagógica de forzarnos a dar la vuelta
de nuestros Tarsis, decidirnos a entablar diálogo con Nínive y, sobre todo, perderle
el miedo a ese Dios que asedia nuestra vida a través de los extraños caminos de su
gracia.
Éste es un desafío que hoy está llamando a las puertas de la VR: cómo pensar la
vida cotidiana como lugar de la presencia del Señor, como lugar y espacio para
vivir radicalmente el Evangelio . Pero hay unos cuantos factores que amenazan ese
entronque y con los que tendríamos que establecer ruptura para acceder a esa
vinculación a la vida cotidiana como lugar normal de insertar la vida religiosa:
—Uno de esos elementos con los que necesitamos romper sería nuestra concepción
secreta de la vida religiosa como «estado de excepción». Durante demasiado
tiempo nos hemos creído autoeximidos (¿será por aquello de que la vida religiosa
está «exenta»...?) de pasar por aquellas situaciones de normalidad que vive la
inmensa mayoría de la gente: conseguir un trabajo, disponer de una vivienda,
estirar un sueldo para llegar a fin de mes, asegurar la enfermedad y la vejez...
Darnos por supuesto que, si estamos liberados de todas esas preocupaciones, es
para que nada nos distraiga de nuestra entrega al Reino; pero, en bastantes casos,
¿no es mucho suponer? ¿No tenemos que reconocer que hemos hecho de esas
«coberturas» una confortable instalación que nos mantiene a salvo de muchos
problemas, pero que no se traduce en el pretendido espacio de libertad que haría
de nosotros servidores incondicionales del Evangelio? ¿No tendríamos que
preguntarnos cómo vivir el seguimiento de Jesús sin estar al margen de todo eso
que le ocurre a la gente cotidianamente?
—Podemos vivir encantados diciendo que nuestro voto de pobreza consiste en «un
radical vaciamiento ante el misterio insondable del Ser», y poner luego el grito en
el cielo si en la comunidad se llega al acuerdo de que hay que bajar la cuenta del
teléfono. Y nuestra castidad y obediencia serán, sin duda, «desposeimiento gozoso
que expresa nuestra fascinación por el Absoluto», pero a veces, de puro fascinados
y desposeídos, ni siquiera nos enteramos de lo que les pasa a los de nuestro
alrededor, o les hacemos insufrible el trabajar o el convivir con nosotros.
—Nos pierde a veces también lo que podríamos llamar una «celulitis laboral»: nos
sentimos mesiánicamente responsables de lo que consideramos «trabajos
transformadores», pero a veces los llevamos a cabo de manera que nos
deshumanizan y pierden su objetivo, que era el de conseguir un mundo más
humano y más vivible. Nos acecha el peligro de que nuestra vida esté regido por
nuestros quehaceres, y tenemos una tendencia malsana a identificarnos con lo que
hacemos (¿no habrá algo que esto en la manera como a veces nos presentamos:
«Me llamo... y TRABAJO en...)?
Una gracia del momento presente es que estamos siendo atraídos progresivamente
a vivir la vida como una reciprocidad sagrada de dones; a no considerarnos los
bienhechores que dan generosamente a los que no saben o no pueden o no tienen,
sino a entrar en unas relaciones mutuas en las que vayamos sabiendo en qué
consiste aquello que decía S. Agustín: «Con vosotros soy cristiano».
Dios tiró de Elías hacia abajo, y él se dejó conducir, aunque, quizá como Jonás,
realizara a regañadientes ese itinerario descendente.
Un «kairós» de descenso
Pienso qu el tema del descenso de la vida religiosa hacia el mundo de los pobres es
algo irreversible. La inserción entre los pobres y marginados es, indudablemente,
uno de los síntomas de una VR que mira hacia adelante y su signo profético más
claro. Es verdad que, junto a eso, hay muchas voces que señalan con alarma la
existencia de cierta instalación y atonía y ven la VR aprisionada en el ambiente
acomodado-burgués al que mayoritariamente se está abriendo.
De todos maneras, el punto de vista que voy a tomar para reflexionar sobre este
descender más abajo que hemos visto en Elías, va a ser el de los aspectos de la
vida religiosa que están hoy en situación descendente o, por decirlo con lenguaje
más familiar, «en horas bajas»4, en momento de rupturas:
Existen muchos indicios de que estamos viviendo un momento de ruptura con ese
modelo. Es una ruptura que se transparenta en la creciente conciencia crítica con
relación a la situación real de la VR (no de su idealización), en la búsqueda inquieta
y polivalente de otras formas y en las tensiones generadas por ese conflicto de
concepciones y opciones.
Y quizá recibamos entonces la visita del ángel, que nos trae ese pan que es la
Palabra de Dios y que nos recuerda que tenemos una cita en el Horeb para
vincularnos de nuevo con un Dios que nos espera, pero que nos sorprenderá
siempre; que nos arrancará fuera de las cuevas y rincones en los que huimos de su
presencia; un Dios que siempre estará más allá de donde solíamos colocarle y al
que tendremos que aprender a reconocer en la «oscura noticia» de su libertad
imprevisible.
«Aquella misma noche se levantó Jacob, tomó a sus dos mujeres con sus dos
siervas y a sus once hijos y cruzó el vado de Yabboq. Les tomó y les hizo pasar el
río e hizo pasar también todo lo que tenía. Y se quedó Jacob solo.
Y alguien estuvo luchando con él hasta el amanecer. Pero, viendo que no le podía,
le tocó en la articulación del fémur y se dislocó el fémur de Jacob mientras luchaba
con aquél. Éste le dijo: 'Suéltame, que ha amanecida'. Jacob le respondió: 'No te
suelto hasta que me hayas bendecido'. Dijo el otro: '¿Cuál es tu nombre?' 'Jacob'.
'En adelante no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has sido fuerte contra Dios, y
a los hombres los podrás'. Jacob le preguntó: 'Dime, por favor, tu nombre' . '¿Para
qué me preguntas mi nombre?' Y le bendijo allí mismo.
Jacob llamó a aquel lugar Penuel, pues se dijo: 'He visto a Dios cara a cara y tengo
la vida a salvo'. Al amanecer había pasado Penuel y cojeaba del muslo» (Gn 32,23-
32).
«Jacob se quedó solo»: todo lo que posee (mujeres, hijos, siervas, ganado), todo
aquello que era el fruto de la bendición que había arran cado con engaños a su
padre ciego, lo ha dejado en la otra orilla. Y, lo mismo que Moisés cuando se
dejaba envolver en la densidad de la nube para encontrarse con Dios, Jacob se
adentra solo en la noche y comienza aquella lucha con el personaje misterioso que
al principio no habla. La oscuridad se hace aún más terrible cuando no hay palabras
y cuando no es posible identificar a través de ellas al agresor.
Pero Jacob no se rinde; continúa luchando hasta que consigue entrar en diálogo
con el desconocido y hacerle hablar. Antes del amanecer, las palabras
pronunciadas son la primera luz proyectada sobre la escena. Al combate sucede un
intercambio de palabras, y en ellas Jacob reconoce a alguien capaz de bendecirle y
de darle un nombre nuevo.
Como a Jacob, nos han tocado tiempos oscuros (¿hubo otros que no lo fueran?);
tiempos en que las cosas «no están claras» y nos sentimos rodeados de muchas
sombras que entenebrecen nuestra vida. Eberhard Jüngel, comentando este textos,
dice que es una historia para personas «agredidas» y «asaltadas», una
«bienaventuranza» veterotestamentaria que declara dichoso a alguien que no está
maravillosamente protegido, sino atrozmente maltratado por potencias oscuras y
que, a pesar de estar medio paralizado, no abandona el combate hasta que le es
concedido reconocer el rostro de Dios más allá del poderÍo de las tinieblas,
precisamente en el momento en que amanecía.
Pienso que, en momentos oscuros, nuestra tentación puede ser la de huir hacia la
trivialidad, escapar hacia la superficie para quedar fuera del alcance de un Dios que
nos invita a luchar con él en medio de la noche. Preferimos vivir entretenidos,
atareados, enredados en nuestros pequeños problemas, transfugados hacia zonas
de alta seguridad donde no nos alcance el dolor de los otros, la gravedad del
misterio de Dios, el recuerdo peligroso del Evangelio.
Juan de la Cruz, experto en noches, habla de las «menudencias que nos reparten la
voluntad»9, del «hilo delgado que tiene asido al pájaro»10, del Dios que «no
consiente a otra cosa morar consigo en uno»11; y en la sinceridad de nuestra
conciencia sabemos cuánto nos aferramos a mil ajetreos que nos distraen, a las
prisas que nos anestesian, a ocultas adquisiciones que nos satisfacen, a pequeñas
seguridades que nos tranquilizan.
Por eso tenemos que preguntarnos por dónde nos movemos, a quiénes tratamos, a
quiénes sentamos a la mesa de nuestro tiempo, qué leemos...; porque hay
relaciones, trabajos, lugares y lecturas que nos mantienen en la intrascendencia, y
otros que nos empujan hacia las orillas del Yabbok, que nos adentran en el terreno
de las situaciones límite, allí donde se plantean las preguntas fundamentales, las
preguntas por la vida, la muerte, la felicidad, lo humano, lo bueno... Allí donde
quedamos expuestos al alto riesgo de que Dios nos dé alcance para combatir con
nosotros.
No será una experiencia nueva. Cada uno de nosotros, como Jacob, guardamos
una historia secreta de seducción, una experiencia fundante de vinculación a
Alguien que «nos atañe incondicionalmente» y que tiene una pretensión de
totalidad sobre nosotros. Podemos empeñarnos en olvidar esa presencia que nos
amenaza como un río desbordado o como un fuego; pero estamos marcados para
siempre por la atracción obstinada de un amor que quiere sumergirnos e
incendiarnos. Es nuestra circulación dislocada, la cicatriz de una herida que nos ha
dejado señalados para siempre.
........................
Cf. A. DEMOUSTIER, «La vie religieuse: une parabole de son histoire»: Christus
138 (Abril 1988)135-148.
3. Labor delicadísima consistente, como su mismo nombre indica, en tirar de
algunos hilos del tejido de manera que queden cuadritos formando un
dibujo y bordando encima. Prmclpiantes abstenerse. (Para profundizar en
el tema, cf. Enciclopedia de las Labores, Madrid 1990, p. 89).
4. Sigo aquí la reflexión de Carlos PALACIO en «El sacrificio de Isaac. Una
parábola de la VR»: CL4R XXI/3 (Marzo 1993) 16-27.
5. C. PALACIO, o.c., pp. 19-20.
6. «La lutte avec Dieu. Au gué du Yabbok, Gen 32,23-32»: Christus 138 (Abril
1988) 243-253.
7. Simone WEIL, La Pessanteur et la grace, Presses Pocket, p. 134.
8. Nos quejamos con frecuencia de lo difícil que nos resulta rezar, pero
tendríamos que preguntarnos si no estaremos infectados del virus
ambiental del horror al silencio. Porque, a lo mejor, lo que nos ocurre es
que el espacio en el que tenía que resonar la voz del «dulce huésped del
alma» está previamente ocupado por las voces de José Mª. García o de
Luis del Olmo...
9. Subida, Libro I, cap. 10,1.
10. Subida, Libro I, cap. 11,4.
11. Subida, Libro 1, cap. 5,8.
12. La kavaná de la tradición judía no es más que ese enderezamiento, esa
orientación de todo el ser hacia Dios, el acto que recoge todas las faenas
dispersas del yo. «La religión nace del fuego, de una llama que consume
las escorias de la mente y del alma, pero corre el riesgo de vivirse al
margen del fuego. 'El Señor habló a Moisés: Esto es lo que ha de dar cada
uno: medio siclo en siclos del santuario' (Ex 30,13). Rabí Meir decía: 'El
Señor mostró a Moisés una moneda de fuego y le dijo: esto es lo que
pagaréis» (Citado por A. HESCHEL, God in Search of Man, New York 1955,
p. 341). ________