Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
HTTPS://WWW.YOUTUBE.COM/WATCH?TIME_CONTINUE=10&V=9CYDRYVECHU
María Antonietta Ricci [97], última representante de la población local que asistió a
la mascare, y Mary Rovai. Además, habló con el hermano Arturo Paoli, quien piensa
que los monjes tomaron demasiado partido. De hecho, Paoli fue el único que
entendió la gravedad de la situación, mientras los adolescentes y los monjes no eran
conscientes de ello. Paoli, en cambio, plenamente consciente, advirtió a los monjes.
El fundador de la Cartuja de Santa María de la Defensión, de Jerez, fue el ilustre jurado del
Cabildo jerezano, don Alvaro Obertos de Valeto, nacido en 1427. Este noble y caritativo
caballero visitó el Monasterio de las Cuevas en Sevilla y propuso al Prior, don Fernando de
Torres, la idea de construir en Jerez un santuario en honor al Dios de la Caridad.
Don Alvaro murió el 12 de marzo de 1482, a los 55 años. Fue sepultado ante el altar mayor
de la iglesia del monasterio, bajo una grandiosa lápida de mármol en la que se representa
grabada su figura yacente.
El lugar elegido por los cartujos de Sevilla fue el territorio de la ermita de Santa María de
Sidueña, luego llamada De la Piedad, en el término de El Puerto de Santa María. Pero el
fundador insistió en que, el monasterio fuera situado en el Sotillo, una colina en la margen
derecha del río Guadalete, a unos 5 kms de Jerez, en direccción a Medina Sidonia, junto a la
antigua ermita de Nuestra Señora de la Defensión.
En dicho lugar, en el año 1368, los moros tendieron una celada a los cristianos, pero éstos se
salvaron gracias a la Aparición de la Santísima Virgen María. En conmemoración de este
milagro, la ciudad de Jerez construyó la citada ermita en el lugar de la batalla, con la
advocación de Nuestra Señora de la Defensión.
Desde su fundación, la Cartuja administró y explotó para su sustento una gran hacienda
compuesta de varias fincas importantes del término de Jerez, entre ellas la Peñuela, Lomo
Pardo, Pozuela y Alcántara. Cultivaban viñas, huertas, olivares, tierras de labor y fincas de
pasto. Criaban importantes ganaderías de reses bravas, los famosos toros de las berrugas y
los del papillo. También crearon una raza caballar propia, que dio origen a los renombrados
caballos cartujanos.
En el siglo XVII el Monasterio de Jerez alcanza su mayor celebridad y desarrollo. Maestros y
artistas fueron enriqueciéndolo notablemente, entre ellos Andrés de Ribera (jerezano), José
de Arce, Alonso Cano, Martínez Montañés, Berruguete, Murillo, Lucas Jordán, Bonarota y
sobre todo, Francisco de Zurbarán.
Delante de c/u, hay dispuestos los platos de barro que contienen comida y unos trozos de
pan. Dos jarras de loza talaverana, un cuenco boca abajo y unos cuchillos abandonados,
ayudan a romper una disposición que podría resultar monótona, si no estuviese suavizada
por el hecho de que los objetos presentan diversas distancias en relación con la mesa.
-Detalle del “jarro frailero” con el escudo obispal-
La iconografía del cuadro no es muy habitual: cuenta la historia de los siete primeros
cartujos, entre los que se encuentra San Bruno (el fundador) cuando fueron alimentados por
San Hugo, por aquel entonces obispo de Grenoble (Francia). Un día, éste último visitó a los
monjes y les pidió carne para la comida. Los monjes vacilaban entre contravenir sus reglas o
aceptar esa comida; y mientras debatían sobre la cuestión, los monjes cayeron en un sueño
extático. 45 días más tarde, San Hugo les hizo saber por medio de un mensajero que iría a
visitarles. Cuando éste regresó, le dijo a San Hugo que los cartujos estaban sentados a la
mesa comiendo carne, estando en plena Cuaresma. San Hugo llegó entonces al Monasterio, y
pudo comprobar por sí mismo la infracción cometida.
Los monjes se despertaron del sueño extático en que habían caído involuntariamente y San
Hugo le preguntó a San Bruno si era consciente de la fecha en que estaban y la liturgia
correspondiente; San Bruno, ignorante de los 45 días transcurridos, le habló de la discusión
mantenida con sus hermanos monjes acerca del asunto durante su visita. San Hugo,
incrédulo, miró los platos y vio cómo la carne se convertía en ceniza. Los monjes, inmersos
en la discusión que mantenían durante 45 días antes, decidieron que en la regla que prohibía
el comer carne, no cabían excepciones.
Algunas de estas obras de arte andan dispersas en diversos museos e iglesias del mundo,
otras han sido recuperadas con posterioridad.
-Cristo Crucificado, de Zurbarán- -San Bruno, de Martínez Montañés-
La vida de los cartujos está llena de actividades de muy diversa índole y duración, repartidas
a lo largo de las 24 horas del día, casi siempre dentro del Monasterio.
La mayor parte del tiempo lo dedican a la oración, la vida contemplativa, la Misa conventual,
y los rezos y cánticos del Oficio Divino.
Luego, con igual celo, al estudio, los trabajos manuales, la comida, la lectura de las Sagradas
Escrituras y de libros santos, y el descanso nocturno -que es interrumpido y corto-.
El monje +madrugador es el Hermano despertador, quien poco antes de las 11:45 pm, se
desliza silenciosamente por el desierto y callado claustro, deteniéndose ante la puerta de
cada celda. Con mano firme, acciona la argolla que hace sonar la campanilla que cuelga sobre
la cama del durmiente, para advertir al cartujo que ha llegado la hora de iniciar el nuevo día.
Poco después, a las 12:15 de medianoche, el monje repica la campana de la espadaña del
Monasterio, rompiendo con su sonido el gran silencio, convocando a la comunidad
monástica para el rezo de Maitines y Laudes en la iglesia.
El día del cartujo comienza en ese momento: a las 11:45 pm. Si bien se acostó a las 7 pm,
apenas ha dormido 4 horas; y su cama, una tabla con colchón de paja, es tan dura que
cualquier persona se espantaría de imaginar dormir en ella.
Al oír la campanilla, el monje se incorpora en su cama, toma un bastó que conserva junto a la
cabecera de la misma y da unos golpes en el suelo para confirmar que se ha despertado; se
levanta de su austero lecho y se asea para disponerse a la oración.
Podría decirse que, para el cartujo, esta hora de la medianoche es tan radiante como si ya la
luminosidad del nuevo día la inundara.
En la iglesia, sumida en una oscuridad casi total, el Coro se va llenando de blancos hábitos
que se dirigen silenciosos a ocupar su lugar. Al pasar ante el Prior, ya colocado en su sitial,
los monjes le hacen una profunda reverencia.
Una vez situados, preparan los enormes cantorales sobre los atriles, con sus grandes páginas
apergaminadas y sus bellas grafías en rojo y negro dibujadas a gran tamaño para que cada
libro sea compartido por tres monjes.
Luego, permanecen quietos con la cabeza baja y la mirada recogida a la espera de comenzar
el rezo. La iglesia permanece en penumbra. La única luz procede de la lámpara del Sagrario,
hasta que a una señal del Prior, golpeando sobre el reclinatorio, se encienden las lámparas
bajas del Coro. Y la voz de un monje, serena y bien timbrada, entona lentamente el “Deus in
adjutorium meum intende”, con que comienza la larga vigilia nocturna: los Maitines y Laudes
del Oficio Canónico.
Todos los días, a las 8:15 am, suena nuevamente la campana y el monje deja su celda para
reunirse en la iglesia a cantar la Misa Conventual: es decir, la Santa Misa Comunitaria,
celebrada por el sacerdote de la semana.
A continuación, los sacerdotes cartujos, de acuerdo con su vida eremítica, celebran Misa
Rezada en privado, en las diferentes capillas situadas en el Claustrillo o Claustro Chico.
Esta Misa privada conserva el acto penitencial de humildad.
El cartujo se postra en el suelo, en actitud de penitencia.
El codo derecho, apoyado sobre el escalón del presbiterio, para pedir perdón por sus
pecados.
Al acudir los monjes a la Misa Conventual o al rezo del Oficio Divino en la iglesia, suelen
hacer una breve parada -sin interrumpir al resto- para consultar la tábula, situada en la
pared más próxima a la puerta de acceso del templo.
La tábula es una hermosa pieza de madera tallada, con múltiples tablillas deslizantes, con los
nombres de los oficiantes y las funciones asignadas a cada monje, amén de las intenciones de
los rezos y otras comunicaciones útiles.
Los días de la Semana Santa el ritual de la Santa Misa cobra un esplendor especial, para
conmemorar la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
La Misa del Viernes Santo mantiene una ceremonia de adoración a la Santa Cruz, de gran
emotividad y oración contemplativa.
Su celda
La celda en la que el cartujo pasa la mayor parte de su vida, es como una pequeña casa-
eremitorio, que consta de dos plantas y un pequeño jardín.
Alrededor del claustro, dispuestas y construidas de manera sólo tiene ventanas que dan al
jardín.
Al entrar en la celda, la primera pieza es un zaguán bastante amplio, presidido por una
imagen de la Santísima Virgen María. A dicha pieza se le llama el Avemaría, porque el cartujo
reza un Avemaría siempre que entra en la celda.
De esta primera estancia del Avemaría, arranca una estrecha y empinada escalera, que
conduce a la planta superior de la celda.
Junto al Avemaría, se abre una puerta acristalada, por la que se pasa a una galería que el
monje dedica a los trabajos manuales, con un banco de carpintero y herramientas para
trabajar la madera.
De esta galería, por un gran arco de piedra, se sale a un pequeño jardín con huerto.
En la segunda planta, se encuentra la sala de estudio y el dormitorio.
El mobiliario no puede ser más sencillo: una mesa de madera, una silla igualmente de
madera y una cama también de madera con colchón de paja.
Se hace patente LA PROFUNDA AUSTERIDAD, ASCESIS Y POBREZA EN QUE VIVE EL MONJE.
En esta estancia, el monje pasa la mayor parte del tiempo libre, dedicado al estudio, a la
oración y a la meditación.
Una pequeña puerta conduce a un reducido cuarto de aseo con un lavabo, una ducha y el
sanitario.
Los Padres y Hermanos viven la misma vocación cartujana: los Hermanos no se dedican
intensamente al estudio, por lo que emplean sus horas libres en las tareas necesarias para el
funcionamiento y mantenimiento del Monasterio y de los monjes; hay que cocinar, lavar,
limpiar la iglesia, cultivar y recoger la cosecha del huerto, asear las demás dependencias del
Monasterio, cultivar las tierras, hacer arreglos de fontanerá o pintura, cuidar a algún monje
enfermo, reparar tejas, barrer y demás.
El reparto del trabajo lo hace el Procurador, de acuerdo con las habilidades naturales de c/u.
También consulta la experiencia que el monje trae al ingresar en el Monasterio, o que haya
adquirido en él.
El Hermano, además de su trabajo y sus oraciones personales, tiene la obligación de acudir
todos los días a Maitines y Laudes.
La asistencia a la Misa Conventual diaria y a Vísperas, es voluntaria, excepto los domingos y
fiestas solemnes.
Poco antes de las 11:30 am, el Hermano Dispensero comienza a repartir el almuerzo a los
monjes que, fieles a su reclusión eremítica, no salen de sus celdas para comer [sólo los
domingos y en celebraciones especiales como el Adviento, comen fuera del Monasterio, en
un picnic comunitario, y después salen a caminar por dos horas].
Frente a cada puerta, el Hermano introduce la comida por una ventanilla abierta en la pared.
Seguidamente, da un leve tirón del llamador, para indicar que ya ha depositado los alimentos
y que pueden ser retirados desde el interior.
En un rincón de esta habitación, hay un pequeño espacio dedicado a la comida privada del
monje. La comida suele ser abundante a la hora del almuerzo, pero siempre exenta de carne,
pues en la mañana sólo ingieren una colación: fruta + té, pan + zumo de fruta.
Comen abundante ensalada, hortalizas, granos, frutas y vegetales en el almuerzo.
Entre las 4:30 y 5:00 pm, toman una pequeña cena, si no es día de ayuno.
Ayunan los miércoles y viernes, a pan y agua, con dos cucharadas de miel en la mañana y dos
en la tarde para recuperar energía. Además, guardan los ayunos de la Santa Madre Iglesia,
más los de la Orden establecidos por la Regla desde hace sigos, que además de los miércoles
y viernes, son el día de San Bruno, Miércoles de Ceniza, Jueves y Viernes Santo, y Navidad.
Los domingos salen fuera de la Cartuja para dar un largo paseo por los campos cercanos al
Monasterio, donde de paso comen en picnic.
Estos paseos suponen un beneficioso desahogo para su vida silenciosa, tanto en el aspecto
físico como psíquico.
Constituye una especie de pausa de su permanente aislamiento, una fugaz visión del mundo
exterior, para disfrutar de la naturaleza, apreciar el bullicio de fuera y añorar enseguida la
soledad monacal abandonada temporalmente.
El cementerio de la Cartuja está situado en una esquina del jardín que rodea el Claustro
Grande, donde se encuentran las celdas de los monjes. Sobre cada sepultura, lo único que la
señala es una sencilla cruz de madera sin nombre ni fecha.
Sólo la anónima Cruz, coom testigo mudo de una vida que se fue gastando, día a día, al
servicio del Señor, y ahora se ha fundido con Él.
Maitines
La noche majestuosa
cubre de estrellas de plata
la soledad de los claustros.
Suenan, ya, las campanadas
que despiertan de su sueño
las almas enamoradas.
La oscuridad se ilumina,
resuenan las alabanzas
que unen el Cielo y la Tierra.
La salmodia, en mil gargantas,
glorifica al Creador.
Canción de la madrugada.
En medio de este desierto,
donde el silencio es palabra,
la soledad no es ausencia…
Dios a raudales se escapa.
P.G.M.
Los monjes cartujos
llevan una vida contemplativa
callada y abnegada, en la creencia de que
con sus oraciones y sacrificios contribuyen
a la salvación de la humanidad
NOCHE DE ORACIÓN: para lograr este ideal, los cartujos observan una estricta regla,
seguramente la más dura de todas las congregaciones religiosas, poco descanso y
mucha oración, levantándose a orar cuando el mundo duerme, prolongándose el
rezo hasta las 3 de la madrugada
LO DE PARTIR EL SUEÑO EN DOS: es de las normas que más cuesta a los aspirantes
a cartujo: pero sienten predilección por estas horas de alabanza nocturna, cuando el
silencio de la noche realmente convida a una oración +fervorosa
Equilibrio personal:
no son gente extraña y ensimismada,
de hecho es imprescindible contar
con un extraordinario equilibrio mental y afectivo
para entrar en La Cartuja
La defensa del silencio como FORMA DE VIDA, sumada a su firme voluntad de retiro
definitivo, han creado en torno a los cartuos una aura de enigma.
Durante siglos, su silencio ha despertado la fascinación de creyentes, viajeros y curiosos.
En un mundo de ruido y velocidad, los cartujos siguen fieles tanto a su estilo de vida como a
sus principales valores.
Sus monasterios son un fiel reflejo de esta filosofía, en cada uno de sus rincones se percibe la
fuerza de una vida dedicada a la fe, a la soledad, a la sencillez, a la austeridad y a la
contemplación.
A comienzos del siglo XVI, en las costas del actual Marruecos, Argelia y Túnez,
surgieron importantes grupos de piratas, cuya actividad era asaltar las cosas del
Mediterráneo y el Golfo de Cádiz; era ideal para las incursiones de los corsarios;
apenas si había puntos de vigilancia para dar aviso, ni casi refugios para la
población, y tampoco había una milicia que repeliese al enemigo. Aprovechando la
situación, los filibusteros organizaban expediciones a las costas gaditanas para
llevarse embarcaciones, ganado y principalmente cautivos, que les servían como
esclavos en África o eran devueltos a cambio de cuantiosos rescates. Así, las
poblaciones afectadas mandaban mensajes de socorro a Jerez, en la medida de lo
posible; entonces, acudían con sus milicias para ahuyentar a los enemigos. En 1525,
el cabildo comenzó a tratar la construcción del Puente de la Cartuja de Jerez, el
primero fabricado con cantería que habría de cruzar el Guadalete.
La Cartuja de Valldemossa, en Mallorca, es patrimonio Unesco. El Monasterio está
ubicado en un sitio bastante original, en plena Sierra de Tramuntana mallorquina.
Es patrimonio Unesco por la exquisita mezcla arquitectónica y artística que
conserva. En sus inicios, fue el lugar donde residían los monarcas en sus estadías
veraniegas. El recorrido por esta bellísima construcción empieza con una entrada a
la iglesia, un edificio de estilo neo-clásico; desde fuera se aprecian sus bóvedas bajo
el campanario, reconocibles por estar hechas de unas preciosas tejas verdes
azulejos.
El Monasterio conserva una hermosa botica antigua, una farmacia de tiempos de los
monjes, como si no hubieran pasado los años. Los botes, artilugios o tratados de
farmacia le confieren un ambiente especial, transportando al observador a los
tiempos donde los monjes preparaban sus propias medicinas basadas en sus
estudios de botánica, sus pociones y ungüentos, alucinando a todos con sus grandes
conocimientos de la materia.
Uno de los huéspedes ilustres que la visitaron durante esos tiempos, fue un
desterrado Gaspar Melchor de Jovellanos -escritor, jurista y político ilustrado
español-, quien ayudó a los monjes en sus labores diarias e incluso colaboró en un
“Tratado de Botánica” que escribieron conjuntamente, labor que se puede
comprobar en sus estancias.
Una vez por semana se reunían en la Biblioteca y era de las pocas veces que podían
hablar. Trataban de asuntos generales de la comunidad. Cada monje, entonces,
podía tomar mínimo 3 libros para llevárselos a su celda.
Descontado el tiempo de sueño, comida, aseo, trabajos manuales y en el huerto,
el cartujo dedica 14 horas a la oración y al estudio, de ellas 6 en la iglesia y
8 en la celda. Consideran que el silencio es fundamental para llegar a la contemplación.
Sólo hablan lo estricto y necesario en sus tareas diarias. Consideran, además, que la vida
sencilla y austera es la que permite con más facilidad
ir en pos del Señor.
San Bruno
“Que sean pocas tus palabras”
“Que Dios nos conceda el don de apartarnos de lo que es mundano y materialista, parar
dedicarnos a llevar la vida espiritual que nos conduce a la santidad”
“En todas tus acciones, acuérdate de tu fin y no pecarás jamás”
“Tu mejor tesoro será siempre tener temor de ofender a Dios, y alejarte de todo pecado”
“Somos monjes que normalmente no salimos de nuestros Monasterios y dedicamos nuestra vida
a alabar a Dios, y a hacer presentes ante el Señor las necesidades de los hombres. El cartujo
tiene claro que la utilidad de su vida no depende de la actividad que realiza en la Iglesia y en el
mundo, sino del grado de su unión a Cristo, o santidad”
“La vida eremítica, el diario caminar por el desierto, característico de La Cartuja, va haciendo al
monje una persona sencilla y pobre, es decir: que no espera de la vida algo que no sea Dios.
Nuestras vidas pueden ser para el mundo un testimonio mudo de que Dios no es una idea fría y
lejana, sino algo vivo y palpitante, capaz de llenar de esperanza y felicidad el corazón del
hombre”
“Los cartujos nos dedicamos a lo que tradicionalmente se llama LA VIDA CONTEMPLATIVA, muy
apreciada por la Iglesia. El Papa Pablo VI, en el discurso de clausura del Concilio Vaticano II, se refirió a
nuestra vida en estos términos:
“Fijar en Él (en Dios) la mirada y el corazón,
que llamamos contemplación; es el acto más alto
y más pleno del espíritu, el acto que puede y debe
jerarquizar la inmensa pirámide de la actividad humana”
“La vida contemplativa exige un largo camino de esfuerzo y de renuncias, hasta conseguir un corazón
pobre y libre. La soledad, característica de nuestra vida eremítica, nos pide privarnos de la radio, la TV,
los periódicos, Internet y los viajes”
“Otra renuncia: el silencio, que no es ni un fin ni una simple ausencia de palabras, sino un estilo de vida, un
estado para poner todas las fuerzas de nuestra alma a la escucha del Espíritu”
“Los ayunos son frecuentes y toda nuestra vida está enmarcada en un ambiente de pobreza y austeridad.
Estas renuncias ascéticas son la manera concreta y práctica de tomar distancia de las cosas, para
centrarnos totalmente en Dios”
“Nuestra vida choca en una época como la nuestra, convencida de que la felicidad consiste en satisfacer
todas las apetencias y todos los caprichos. La penitencia alegre del cartujo consiste en escoger, no lo que
agrada a los sentidos, sino los valores trascendentes, porque sabe por experiencia que la felicidad no viene
de fuera, de las cosas, sino que sale de dentro”
“Para un profano, los horarios, las privaciones, el silencio casi continuo, la soledad de la ermita en que
habitualmente vive el cartujo, pueden parecer una locura. Pero lo cierto es que, el monje que vive con
fidelidad su vocación, va adquiriendo poco a poco esa sabiduría espiritual propia de quien se ha dejado
invadir por el misterio de Dios y ha anclado en Él su corazón”
“El monje se siente libre de las ataduras y esclavitudes que tanto suelen angustiar a los hombres, y goza de
una paz honda y estable. El monje cartujo llega normalmente a esa gozosa experiencia que le hace
exclamar: YA SÓLO ME LLENA DIOS”
“Cuánta utilidad y gozo divino traen consigo la soledad y el silencio del desierto
a quien los ama, sólo lo saben quienes lo han experimentado… Aquí, por el esfuerzo
del combate, Dios premia a sus atletas con la ansiada recompensa, a saber: la paz
que el mundo ignora y el gozo en el Espíritu Santo”