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El demonio de la acedia

Padre Bojorge

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EL DEMONIO DE LA ACEDIA
PADRE HORACIO BOJORGE / EWTN / CATHOLIC.NET

-Confesiones de Satanás durante los exorcismos del padre Marcello Pellegrino-

“Me preocupan mucho aquellas siervas con la cabeza cubierta, que abandonan todo
y a todos para recluirse dentro de cuatro muros y sacrificar todo lo que es bueno y
bello por Aquel Dios a quien sólo YO he vencido. ¡Día y noche ellas se mortifican! No
duermen lo suficiente con vigilias y ayunos inconscientes e inconsistentes. No
duermen, sólo comen lo que reclama su cuerpo y no por la necesidad del apetito, no
hablan libremente siempre y en todas partes, silenciosas y con cara seria. Las más,
rezan y cantan. ¿Y por qué hacen todo este sacrificio? ¿Por qué motivos
particulares? ¿Con qué fin, con qué resultados?

Por fortuna, la gran mayoría de ellas son personas con poca o casi nada inteligencia,
obtusas1, de mente hueca, sin voluntad, que se dejaron arrastrar por algún
sacerdote descontento o por una monja. ¡¡¡Pobres mujeres tontas, que no conocen
el verdadero placer de la carne!!! ¡Con todo el placer que da la carne! ¡Pobres
sirvientas que no han sentido nunca las sensaciones de la carne que dan los abrazos
y besos de mis hombres! Sin embargo, ¡¡¡a cuántas hago caer y las reduzco a una
vida rutinaria, privada de todo fervor, estéril, arrojándolas a los extremos de la
acedia2!!! Sí, ¡debo hacer en ellas un verdadero estrago!, porque de estas religiosas
claustrales yo tengo ¡¡¡terror!!!

¡¡¡Qué miedo terrible les tengo!!! Son mis enemigos más tenaces, terribles y
aguerridos. ¡¡¡Me quitan de las manos tantas almas de hombres y mujeres de toda
clase y condición!!! ¡¡¡Qué enemigos tan terribles son estas monjas!!! Cuando
comienzan a rezar por la conversión de un alma, para arrancármela, no se detienen
e insisten una y otra vez; son tenaces y obstinadas. Pero, cuando no son suficientes
las largas y extenuantes oraciones a su falso Dios Crucificado, de quien se declaran
sin vergüenza sus esposas, entonces comienzan a hacer penitencias extenuantes de
todo género. ¡¡¡Qué enemigos tengo en ellas!!! ¡¡¡Qué soldados de primer asalto!!!
¡He intentado tantas veces disminuir las vocaciones a tan estúpida vida! Pero, por
desgracia, todavía no he tenido éxito. Son demasiadas, todavía, las mujerzuelas
estúpidas y tontas que viven así”.

1 Mente obtusa: “cerrada a razonamiento, incapaz de captar las normas, poca habilidad mental o que puede llegar a ser
inflexible” (Diccionario Abierto de Español).

2 “Acedia: tristeza por el bien, por los bienes últimos, tristeza por el bien de Dios. Incapacidad de alegrarse con Dios y en
Dios. Es la perdición eterna. Es un fenómeno demoníaco, opuesto al Espíritu Santo. Es la fuente de toda envidia, porque se
trata de una envidia contra Dios y contra todas las cosas de Dios, contra la obra misma de Dios, contra la Creación, contra
los santos” (Catholic.net).

1
FENÓMENO RICO Y COMPLEJO ES LA ACEDIA.
Se define como una tristeza por el bien, por los bienes últimos, tristeza por el bien de Dios.
Incapacidad de alegrarse con Dios y en Dios.

Nuestra cultura está impregnada de acedia.


De la acedia no se habla, no se conoce su concepto. Raramente se le nombra. No aparece
en la lista de los vicios capitales, siendo que –ciertamente– la acedia es la fuente de toda
envidia; la acedia es una envidia contra Dios y contra todas las cosas de Dios, contra la obra
misma de Dios, contra la creación, contra los santos.
Es, por lo tanto, un fenómeno demoníaco, opuesto al Espíritu Santo.

En muchos ambientes, no se habla acerca de los siete vicios capitales que conocemos por el
Catecismo de la Iglesia Católica, de los cuales los padres del desierto preferían decir que
trataban de “pensamientos”. Los vicios capitales, pues, son algo referente al espíritu, se
presentan en el hombre y actúan en el hombre como pensamientos, aparecen en su
inteligencia y después se graban en sus neuronas; estos datos de la inteligencia, van
dominando el alma del hombre y determinando también su voluntad para que actúe
habitualmente haciendo el mal. Son los vicios opuestos a las virtudes, que son los buenos
hábitos que le permiten al hombre obrar el bien.

La acedia es, por tanto, un hecho que debemos conocer bien. Por ser tan desconocido, o
por conocérsele sólo teóricamente, no se sabe aplicar la definición teórica a los hechos
concretos en que ella se manifiesta; hay un desconocimiento muy grande de la teoría y de
la práctica de la acedia, no se la sabe reconocer y decir dónde está. Es de primerísima
importancia, tratándose de un pecado capital contra la caridad.

Aunque no se le sabe tratar, la acedia se encuentra por todas partes; continuamente acecha
el alma del individuo, de la sociedad y de la cultura. Como una tentación, no siempre como
un pecado. No siempre hay culpa en la acedia. Pero sí hay culpa en aceptar la tentación
de la acedia.

Es así que, la acedia se presenta en primer lugar como una tentación, como una tristeza
que, si uno acepta, se puede convertir en pecado. Y si uno acepta habitualmente el pecado,
se puede convertir en un hábito, y luego en una facilidad para actuar el mal, para pecar por
acedia, por entristecerse por las cosas divinas. Este pecado se ha establecido como una
especie de civilización, de cultura: hay una verdadera civilización de la acedia, una
configuración sociocultural de la acedia, de modo que la acedia se encuentra en forma de
pensamientos y teorías, pero también en forma de comportamientos acédicos, teorías
acédicas que se enseñan en las cátedras populares (peluquerías, cafeterías) o académicas,
transmitiéndose errores y comportamientos equivocados.

Hay muchas visiones presentadas como “científicas” que son leyendas negras con respecto
a la Iglesia y a las obras de los santos, generando una desfiguración de la historia de la
Iglesia y una desfiguración de los santos, presentando sus obras buenas como malas. Eso es
la acedia: tomar el mal por bien y el bien por mal.

2
LO QUE DICE LA IGLESIA

¿Qué dice el Catecismo de la Iglesia Católica [CIC] acerca de la acedia? Doctrinalmente,


¿cuál es la verdad acerca del demonio de la acedia?

W El CIC presenta la acedia entre los pecados contra la caridad.

W Es una aptitud y un pecado contra el amor a Dios [y el amor a Dios es


nuestro destino eterno = es nuestra salvación].

W El demonio de la acedia se opone directamente al designio divino de


conducirnos al amor a Dios y de vivir eternamente en el amor de Dios;
frustra nuestro destino eterno.

W Es fundamental defendernos de este demonio. Y es muy grave la


ignorancia que lo rodea.

W El CIC lo enumera en una serie de pecados contra la caridad, el primero de los


cuales es la indiferencia: aquellos a quienes Dios no les importa, los
agnósticos que dicen que no saben si Dios existe o no y tampoco les
interesa profundizar el tema [indiferentes ante el hecho religioso, ante
Dios, ante la Iglesia, ante los santos, ante todas las cosas santas, ante los
Sacramentos].

W El segundo pecado contra la caridad es la ingratitud; la indiferencia supone


una forma de ingratitud, ¿cómo se puede ser indiferente ante Aquel Dios a
quien se deben tantos beneficios, empezando por la obra de la Creación,
la Tierra, la familia, el amor, los bienes que tenemos? ¿cómo se puede ser
indiferente ante Jesucristo y María Santísima? ¿cómo puede uno ser
ingrato ante el Autor de todo bien? [la persona tibia, indiferente, ingrata,
se priva de estos bienes fundamentales para toda vida humana].

W El tercer pecado enumerado por el CIC contra la caridad es la tibieza: hay un


amor tibio a Dios, hay una fe tibia en Dios3 = tibieza en el amor Divino. En
un mundo frío como en el que estamos, los tibios terminan congelándose;
nadie persevera en la fe si no es fervoroso en la fe.

W En cuarto lugar, el CIC enumera la acedia, esta tristeza por los bienes
divinos, esta ceguera hacia los bienes divinos, que hace al hombre perezoso
para las virtudes de la religión y de la piedad = se observa en tantos
bautizados que viven en forma tibia la vida cultural, que no van a Misa, que
no son capaces de alegrarse en el culto divino o de celebrar con alegría
verdadera, con gozo verdadero, no con ruido ostentoso (que es como una
alegría mundana en un lugar sagrado), sino por la verdadera alegría de
Dios: como dice el Gloria en la Santa Misa…

3“Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca”
(Apocalipsis 3,16)

3
“Te damos gracias por Tu grande gloria; Te agradecemos Tu gloria,
Señor; nos alegramos en que Tú seas glorioso y que seas grande, y que Te
manifiestes amoroso y divino en las obras de la Creación, en la obra de la
Salvación y en las obras de Tu Divina Providencia que nos acompañan
diariamente”.

Los que se privan de esto, se privan del gozo verdadero, del gozo más
profundo, del gozo real para el que fueron creados, y por lo tanto viven
aturdidos y quedan a merced de las pequeñas alegrías mundanas; o,
buscando satisfacer esa tristeza del alma, esa carencia del Bien Supremo
–que alegraría su corazón– por la que el alma se entristece.

El salmista lo dice: “¿Por qué estás triste, alma mía, por qué me
conturbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo”. El alma sin Dios se
entristece; muchas veces se le proporcionan los gozos y las alegrías
mundanas que no acaban de saciar su sed de Dios, por lo tanto, se sumerge
en la sociedad depresiva, en medio de la cual vivimos hoy, una sociedad que
prescinde totalmente de Dios para todo, por lo cual es una sociedad triste,
deprimida y ansiosa.

La gente se agita buscando la felicidad en los bienes terrenos, se le promete


por todos lados que el bienestar le producirá felicidad, lo cual no es así; eso
ya lo descartó Aristóteles, porque el bienestar siempre es transitorio, llega
un momento en que el malestar irrumpe y entonces, necesitamos un bien
que nos haga verdaderamente felices –incluso cuando estamos mal, en
medio del malestar–. Por ello, es tan importante no perder de vista el
verdadero bien, la verdadera felicidad, evitando sucumbir a este demonio
de la acedia (de la tristeza) que no sabe alegrarse en los bienes divinos.

FORMAS DE LA ACEDIA

W La indiferencia [cuando alguien conoce el bien de Dios, ya no podrá ser indiferente


nunca ante ese bien].

W La ignorancia [que no conoce el bien de Dios].

W La ingratitud [porque no conoce las obras buenas de Dios, no las reconoce].

W La tibieza [que proviene de la indiferencia y de la ignorancia].

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CÓMO CULMINA LA ACEDIA

El quinto y último pecado contra la caridad es el odio a Dios, ¿cómo es posible que se
llegue a odiar a Dios? ¿cómo es posible que exista el pecado de la acedia?
Parecería que estos pecados son ilógicos: es ilógica la indiferencia, es ilógica la ingratitud,
es ilógica la tibieza, es ilógica la tristeza por el bien de Dios, es ilógico el odio a Dios.
Sin embargo, es todo un “paquete de pecados” contra el amor a Dios, que bloquea en los
corazones humanos el acceso a la felicidad, a la dicha, a la bienaventuranza que comienza
aquí en la Tierra: EL AMOR DE DIOS.

El odio a Dios es una consecuencia última de la acedia, una forma última de la acedia.
Cuando uno no puede conocer el bien de Dios, es indiferente, es mal agradecido o tibio en
el amor [formas distintas de la acedia, de la tristeza ante el bien divino] = lo que culmina,
precisamente, en el odio a Dios: ver a Dios como “malo”, eso es lo demoníaco, la visión
satánica es que Dios es malo; ya en la tentación a Eva, Satanás presenta a Dios como “un
ser egoísta” que no quiere comunicarle a Eva los bienes divinos, y que por lo tanto, la aboca
a apoderarse de ese fruto divino que el “egoísmo” de Dios le prohibiría; siendo que, Dios
tiene un momento para entregárselo, Satanás hace que ella se precipite a apoderarse de un
amor antes de que ese amor le sea dado.

QUÉ ES, PROPIAMENTE, LA ACEDIA

Santo Tomás de Aquino, los santos padres y la Iglesia Católica, dicen que la acedia es una
tristeza por el bien, una incapacidad de ver el bien, o –en su forma extrema– es considerar
que el bien de Dios es malo.

La envidia, en general, es una tristeza mala.


La tristeza es una pasión buena, pero se convierte en mala por dos causas:
1. Porque su objeto es un bien y es una pasión equivocada, ya que la tristeza es por un
mal; cuando alguien se entristece por un bien, no es una virtud, esa tristeza es
viciosa, es propiamente la envidia.
2. Porque es una tristeza desproporcionada con el mal que se llora; es el caso del tipo
de depresiones o tristezas excesivas.

La ausencia de tristeza también puede ser mala: no entristecerse por la muerte de un ser
querido, por ejemplo, es una falta de tristeza mala. Y entristecerse por un bien del prójimo,
es envidia, por lo que la envidia es mala. Los hermanos de José le tenían envidia por el amor
que Jacob le tenía a José, su hermano: ejemplo típico de la envidia en las Sagradas
Escrituras. También está el caso de Saúl, cuando se entristece por los éxitos militares de
David y siente que se le está robando la gloria.

San Pablo, refiriéndose a las personas que no conocen al Creador a través de las obras
divinas, afirma que por eso el Señor los entrega a sus pasiones: porque, pudiendo conocer a
Dios a través de Sus obras, no lo conocieron. Esta ceguera para conocer al Señor, es una de
las formas de la ceguera de la acedia.

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La acedia es, por tanto, la ceguera por el bien de Dios, que se extiende también a todas las
cosas divinas, a Nuestro Señor Jesucristo, quien llora sobre Jerusalén y dice: “Si conocieras
el bien de Dios que hoy te visita”. Jerusalén tenía al Mesías delante de sus ojos y no supo
reconocer la presencia de su Salvador: eso es la acedia, la ceguera que nos permite estar
delante del bien sin conocerlo.

Esta ceguera es gravísima.


Nos priva del bien.
Jerusalén se está privando de Quien viene a visitarla, por eso Jesús llora sobre ella.

DEFINICIÓN ETIMOLÓGICA

Acedia viene del latín “acidia” (pereza) y tiene relación con otras palabas: acre, ácido, etc.
Desde su etimología, se sugiere que la acedia es una forma de acidez donde debería haber
dulzura, en vez de la dulzura del amor de Dios –porque el amor es dulce–.
Esta acidez se nos vende como la fermentación de un vino bueno que produce un vinagre.
A Nuestro Señor Jesucristo se le ofrece en la Santa Cruz, un vinagre, en vez del amor: ello es
símbolo de que, para su sed de amor, sólo hay vinagre y no la dulzura del amor divino, del
amor de sus fieles, de sus discípulos. Y ese es el drama de Dios, en el fondo sigue siendo
el drama de Dios: NO RECIBIR AMOR POR AMOR, SINO RECIBIR ACIDEZ POR AMOR.

La palabra latina “acidia” viene, a su vez, del griego “akedía” (falta de piedad con los
difuntos) = a quienes no se les dan los honores que se les debe dar, según la cultura griega.
El descuido del culto a los antepasados familiares, la falta de piedad, la falta de
consideración, la falta de amor a aquellas personas que están en condición de recibir más
amor y caridad que cualquiera, aquellos a quienes se debería honrar y amar.

CONSECUENCIAS DE LA ACEDIA

Al atacar la vitalidad de las relaciones con Dios, la acedia conlleva consecuencias


desastrosas para toda la vida moral y espiritual:

W Disipa el tesoro de todas las virtudes.

W Se opone directamente a la caridad.

W Es el pecado más grave, porque es el pecado contra el amor a Dios y a las criaturas.

W Se opone a la esperanza y a los bienes eternos: porque no se goza del Cielo.

W Está en contra de la fortaleza: porque el gozo del Señor es nuestra fortaleza. Y


donde falta el gozo del amor de Dios, no hay fortaleza para hacer el bien.

W Se opone a la sabiduría: al sabor del amor divino.

W Sobre todo, se opone a la virtud de la religión, que se alegra en el culto a Dios.

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¿Por qué están desertando tantos católicos, en tantos países, del culto dominical?
¿Por qué, a veces, el culto dominical decae de su calidad de culto gozoso en el Señor?
¿Por qué, a veces, se echa mano de una bullanguería ruidosa y estridente, que no celebra la
verdadera gloria del Señor, sino que es más bien un espectáculo teatral que busca distraer o
entretener, para tapar el aburrimiento de un alma que no sabe alegrarse en Dios?
¿Por qué en muchas ocasiones se ve cómo el culto se opone a la devoción verdadera, al
fervor, al amor de Dios y a su gozo, en muchos templos?

Las nefastas consecuencias de la acedia se ilustran claramente con las preguntas


anteriores. Sus hijos e hijas son: la disipación, un vagabundeo ilícito del espíritu, la
pusilanimidad, el pequeño ánimo, la torpeza, el rencor y la malicia. Esta corrupción
tremenda de la piedad teologal, da lugar a todas las formas de corrupción de la piedad
moral, que también origina males en la vida social, en la convivencia y en la vida eclesial y
religiosa, donde las personas se alegran del bien que Dios hace en otro porque no lo hace en
uno. También están las consecuencias de la detracción de los buenos, la murmuración, la
descalificación por medio de burlas, las críticas y hasta las calumnias a los devotos.

EL DEMONIO DE LA ACEDIA:
LA CIVILIZACIÓN DEPRESIVA

Los padres del desierto lo llamaron “el terrible demonio del mediodía”, porque producía
“topor, modorra, fastidio por todo lo divino”.
Era el octavo pecado capital.
Pero con el paso de los siglos, desapareció.
Desde entonces, ha echado raíces silenciosamente, en nosotros mismos y en la sociedad
entera.

Hoy tenemos UNA CIVILIZACIÓN DE LA ACEDIA.


Es una tentación.
Es un pecado.
Y también, está instalada en la sociedad como una serie de hábitos en la cultura.
No se diagnostica este mal de manera explícitamente religioso, normalmente se habla de
“una sociedad depresiva”.

Tony Anatrella, en su libro “La sociedad depresiva” afirma que “la depresión no es sólo la
enfermedad más extendida en nuestra civilización, sino que es su mal característico. Es
una civilización que se caracteriza, en su rasgo principal, por ser una sociedad
depresiva, deprimida, y de alguna manera deprimente”.

Otro gran psicólogo, muy reconocido, Víctor Frankl –él, que estuvo en el campo de
concentración de Auschwitz– decía que la depresión se debe a haber perdido el sentido de
la vida: “la depresión se debe a que el hombre necesita tener un sentido último, y
cuando lo pierde, comienzan en él los procesos psicológicos y neurológicos que lo
sumergen en la depresión”.

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La sociedad depresiva ha avanzado muchísimo en procurar a los hombres bienestar y
progreso material, ha llevado a pueblos muy sencillos a aumentar su nivel de vida; sin
embargo, cuando esos pueblos no tenían tanto bienestar, celebraban realmente la vida,
porque se alegraban en las cosas más sencillas y se centraban en sus amores, en los
vínculos, y en las fiestas celebraban todo: el nacimiento de los niños, los casamientos de los
jóvenes, los años de los ancianos; y, aunque tuvieran menos posibilidades de bienestar y
menos confort, tenían sin embargo más alegría.

Pareciera que esta sociedad, a mayor bienestar, menor capacidad tiene de alegrarse con los
vínculos y con los amores entre las personas, y produce entonces un tipo de fiesta que ya no
es la fiesta de la celebración de la vida, sino una fiesta de evasión, con una sensación de
aburrimiento o abrumados cuando se acaba la fiesta. No encuentran ya la alegría de los
vínculos. Es una sociedad en la que se están agrediendo los vínculos, principalmente la
fuente de todas las vinculaciones, el vínculo con Dios, el primero y el más importante: el
vínculo entre Dios y la criatura, y entre la criatura y su Señor.

El amor de Dios es el vínculo fontal (de la fuente), que permite que el hombre se vincule
amorosamente con los demás. Ya los filósofos griegos [Platón, Aristóteles] exploraron la
filosofía de la sociedad humana y su felicidad; concluyeron que la felicidad no está en las
cosas, no está en el dinero, no está en el bienestar, no está en el placer, no está en la fama,
no está en la gloria, no está en el aplauso: solamente puede hacer feliz a un ser personal,
un bien de su misma naturaleza personal.

La felicidad del hombre puede estar, solamente, en la amistad con los demás hombres.
Y la amistad es un amor recíproco. Esa red de relaciones vinculares que forman la felicidad
de los ciudadanos, supone la existencia de la virtud; porque, si los ciudadanos no son
virtuosos, la amistad se corrompe por el egoísmo de uno o de los dos. Y, en vez de
convertirse en el logro de la amistad por el amor recíproco, en el que c/u quiere el bien del
otro tanto como su propio bien, surge la explotación del egoísta al generoso, o un montón
de intereses entre dos egoístas, lo cual no basta para dar felicidad ni a las personas ni a la
sociedad. Por eso, Aristóteles concluye que, para que sea necesario el bien de la sociedad y
la felicidad de los ciudadanos, la felicidad de c/individuo y de todos en común debe basarse
en la virtud de los individuos.

Entre las virtudes, Platón y Aristóteles dan mucha importancia a las virtudes de la
templanza en el uso de los bienes y la fortaleza ante los males. Que, desde niños, los
ciudadanos deben ser educados en estas virtudes.

POR QUÉ SE CORROMPE LA VIRTUD DEL HOMBRE

Por el pecado original.


Por la fuente de la corrupción del amor, del amor del Creador por su criatura, y de la criatura
por su Creador, y del amor de la criatura en su relación con los demás.

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La revelación cristiana viene a traernos esta sabiduría y nos da el secreto y la explicación,
hasta el nombre, de esta raíz de la corrupción de las virtudes: LA ACEDIA = TRISTEZA POR
EL BIEN DIVINO.

La acedia hace que el ser humano sea capaz de no alegrarse en el bien principal, que son sus
vinculaciones: su vinculación con Dios, su vinculación entre las personas. Por lo tanto,
puede apreciar más las cosas que las personas. Eso es la raíz que explica la acedia, la
incapacidad de alegrarse en el vínculo. Lo que notamos en esta sociedad a medida que
aumentan todos los adelantos tecnológicos, encontramos personas que son cada vez
menos capaces de vincularse entre sí. Muy hábiles en el manejo de los computadores y
móviles, pero cada vez menos comunión entre todos.

Cada vez, nuestros vínculos son más superficiales y ese relacionamiento interpersonal no
conduce a unos vínculos tan profundos, afectivos, de amor y de solidaridad humana, como
sucedía antes de tantos adelantos técnicos y de la comunicación. Es así, que esta
civilización va desvinculándose paulatinamente de Dios y de las personas. Hoy hay un
autismo que no es solamente psicológico, sino cultural: dificultad para relacionarse con las
demás personas, vínculos frágiles y de corta duración.

Esta civilización es la civilización de la acedia: el hombre ha perdido la capacidad de


alegrarse en el culto divino, con el amor a Dios, y por eso también ha perdido la capacidad
de alegrarse en la vida, celebrando la fiesta que es la vida. Y sus fiestas son una huida del
aburrimiento, más que una celebración del amor y de los vínculos.

PARÁBOLA EVANGÉLICA

El Nuevo Testamento nos revela algo acerca de las razones últimas de este mal, de esta
enfermedad de la civilización:

 Se trata de la parábola del hijo pródigo


 En ella encontramos que uno de los hijos se va de la casa del padre, porque no
aprecia la vinculación con el padre
 Va en búsqueda de otros bienes, que no son los principales
 Se equivoca en la evaluación relativa de los bienes y se va detrás, huyendo de la casa
del padre, abandonando el vínculo filial paterno
 Se va a buscar su felicidad
 Sabemos, por la historia, que ese intento del hijo pródigo termina en un fracaso, que
lo hace volver a la casa del padre, donde el padre lo está esperando para reanuda el
vínculo
 El hijo no se siente digno de reanudar ese vínculo
 Pero el padre le devuelve la confianza y reanuda el vínculo con ese hijo
 En realidad, el hijo vuelve acosado por la necesidad, no vuelve en la esperanza de
reencontrar el bien del vínculo con el padre
 Todavía no ha entrado en la sabiduría filial paterna

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 Vuelve a la casa paterna acuciado por esa necesidad, pero no es la necesidad de su
corazón el amor del padre
 Y allí, mientras se celebra la fiesta por el hijo que ha regresado, llega el otro hijo del
campo, el mayor, que vive en la casa del padre y se enoja con la fiesta que el padre
hace festejando y celebrando la recuperación del hijo que se había perdido
Aquí se nos revela también que, el hijo que había permanecido con el padre, tampoco había
permanecido POR AMOR AL PADRE, sino por otros motivos, porque si hubiera
permanecido con el padre por amor a él, se habría alegrado con la alegría del padre y se
hubiera entristecido con su tristeza por la pérdida del hermano.
Esta parábola nos enseña, entonces, que lo principal era conocido por el padre, pero
desconocido para los hijos; tanto el que se va, como el que se queda en casa, no tenían
como bien principal el vínculo amoroso con el padre; por lo tanto, los dos necesitaban de
sanación: porque los dos ponían las cosas por delante del amor al padre.
La queja del hijo mayor se refiere a los bienes que ha dilapidado el hijo menor, su hermano,
ese que ha gastado todos sus bienes con prostitutas y en placeres; no deplora otros males
del hermano menor; sin embargo, el padre deplora haber perdido al hijo y se alegra al
haberlo recuperado.
El padre es el portador de la sabiduría, de los vínculos como lo principal. Que lo primero es
amar a Dios sobre todas las cosas, y que, sin eso, todas las dichas terrenas no alcanzan a ser
la felicidad del hombre. Esa sabiduría elemental se ha perdido en esta cultura de la acedia; y
por eso, esta cultura se aparta cada vez más de Dios. Esta cultura es, en gran parte, ese hijo
pródigo que se ha ido muy lejos del padre, se ha apartado muy lejos de la revelación del
padre a través del Hijo: se ha apartado de Nuestro Señor Jesucristo, que es el Revelador del
Padre. Y está en una situación de apostasía, de lejanía, de renegar de Dios.
Esta cultura le ha dado la espalda al padre y se ha vuelto hacia las criaturas, lo cual es la
definición del pecado: la aversión a Dios y la preponderancia a las criaturas. Ésta es una
civilización de la acedia, porque no sabe alegrarse con el amor del Padre, porque no sabe
alegrarse con su condición de hijo, prefiere abandonar la relación con el Padre e ir a buscar
su felicidad con otras cosas –por otros caminos, que no son estrictamente la vinculación.
Pero, hemos quedado muchos, quizás, en la casa del padre, y no nos consideramos hijos
pródigos, pero podemos preguntarnos:
¿Estamos en la casa del Padre realmente atesorando el vínculo filial paterno
como lo esencial y lo principal en nuestra vida? O, ¿albergamos todavía algunas
imperfecciones en esa vinculación?
¿Realmente nuestra felicidad viene del amor Divino? ¿Sabemos celebrar el culto
como una fiesta del amor filial, alegrándonos con los bienes del Padre? O, ¿nos
falta todavía una purificación del amor filial, una conversión hacia el Padre?
En esta historia, dice San Juan Pablo II, “los rayos de la paternidad de Dios encuentran una
primera resistencia en el pecado original”. Esta duda de Eva, que la serpiente le inculca, de
que Dios no quiere darle los bienes, que Dios es un Dios egoísta que no quiere compartir sus
bienes con ella. Esa desconfianza de Dios, de la que nos habla el mito de Prometeo
encadenado, que tiene que robar a los dioses celosos el don del fuego.

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(JPII) “Esta es la verdadera clave para interpretar la realidad de nuestra cultura,
que el hombre tiene miedo de Dios, hay un miedo a la religión, hay un miedo a la
revelación de Dios. El pecado original no es sólo una violación de una voluntad
positiva de Dios, no es sólo la desobediencia, sino también y, sobre todo, la
motivación que está detrás de la desobediencia: la desconfianza de Dios, la cual
tiende a abolir la paternidad de Dios”.
En esta cultura, incluso en muchos medios creyentes la figura del Padre se ha enturbiado,
desdibujado, nublado. Se habla de un Jesucristo sin relación con el Padre, hay mucha
cristología, pero es una cristología sin Padre. Muchos tienen gran conocimiento de Cristo,
pero no un conocimiento del Padre, sin la experiencia personal de la paternidad Divina.
(JPII) “Esta cultura tiende a abolir la paternidad de Dios, destruyendo sus rayos,
que penetran en el mundo creado, PONIENDO EN DUDA LA VERDAD DE DIOS,
QUE ES AMOR”.
Benedicto XVI4 escribió en una Encíclica: “Dios es amor”.
A esta cultura del desamor, que no piensa encontrar la felicidad en el amor a Dios y a los
hermanos, el papa emérito Benedicto XVI le dice: “Dios es amor”, no tienes por qué
temerle; es el mensaje de su primera Encíclica. Y en su tercera Encíclica, Caritas in veritate,
le dice a esta cultura: “La caridad se realiza en la verdad, y la verdad es la verdad acerca de
Dios que nos revela Nuestro Señor Jesucristo, que Dios es Padre y que nosotros somos
hermanos entre nosotros”.

Pero, solamente podemos realizar la fraternidad si primero vivimos la filialidad.


Una fraternidad sin Padre y sin filialidad, es una utopía revolucionaria, que sabemos
históricamente a nada condujo ni logró hacer más fraterna la cultura actual; donde,
precisamente, pensadores inspirados en esas ideologías dijeron que, el relacionamiento
entre los hombres es la dialéctica del amo/esclavo; yo soy tu amo/tú me dominas; la
relación que se establece entre las personas es de miedo, de rivalidad, de oposición, de
lucha y de predominio.

Esta cultura teme ser dominada por Dios.


Incluso se ha apartado radicalmente de la importancia del verdadero amor.
Aunque no podemos tener ahora plenamente a Dios, ya es capaz de cambiar nuestra vida
desde ahora.
Por eso, la segunda carta del Papa Benedicto XVI es sobre la esperanza. Ya lo tenemos,
pero hay todavía mucho más de Dios en el futuro.
La Jerusalén, la ciudad de Dios, la ciudad de los hombres que aman a Dios y que es amada
por Dios, no se realiza ahora plenamente en la historia, sino que va a ser la Jerusalén
celeste, va a culminar allí. En este momento, se está formando en la historia y se están
juntando en el Cielo los que aquí han vivido precisamente LA PRIMACÍA DEL AMOR, EL
PRIMADO DEL AMOR EN SUS VIDAS, LOS QUE HAN PUESTO DELANTE LOS VÍNCULOS
Y NO LAS COSAS. Una ciudad, de la que quedan excluidos aquellos que han puesto las
cosas delante de las personas y los vínculos.

4 Deus Caritas Est: “Dios es amor, y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él” (1 Juan 4,16).

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CAÍN Y ABEL

Esta misma diferencia, que hay entre los hermanos de la parábola del hijo pródigo, y los
defectos en el vínculo filial, puede iluminarse también a la luz de otros hermanos que se
encuentran al comienzo de las Sagradas Escrituras:

 Caín y Abel, dos hermanos distintos


 A Caín se le presenta como fundador de ciudades, es el padre de Babilonia y el padre
de Babel, que erige la sociedad terrena en términos de rivalidad para alcanzar el
Cielo por sí mismo; no recibe la gracia Divina, sino que tiene que franquearse los
bienes divinos en una competición con Dios; es, precisamente, la dialéctica
amo/esclavo, que trata de apoderarse de Dios, como la madre Eva trató de
apoderarse del fruto del árbol prohibido antes de que el amor de Dios le fuera
concedido como un don
 Fue un pecado de impaciencia, primero, una desconfianza con Dios, y luego un
intento de apoderarse del amor. Un desconocimiento de la naturaleza misma del
amor, que es DONACIÓN LIBRE DEL UNO AL OTRO.
 Ese atropellamiento de nuestra primera madre, marca a su hijo Caín, del que ella
dice que “adquirió ese varón de Dios”, haciéndolo padre de la Babel; mientras, Abel
es un hombre más sencillo, es un pastor, pasa desapercibido, tiene un vínculo con
los animales mucho mayor que con su hermano, no le importan las cosas de este
mundo, vive en una carpa del desierto como un beduino; sin embargo, tiene una
conciencia muy fuerte –como los pueblos tribales– de las relaciones entre las
personas; no tiene muchas cosas, pero sus riquezas son los vínculos
 La ofrenda de Abel es grata al Señor, porque Abel le ofrece algo para agradarle,
mientras que Caín no hace nada para agradar al Señor; sino que, hace algo para
obtener favores de Dios, para sacar algo de su relación con Él

LA ACEDIA EN LAS ESCRITURAS

La Sagrada Escritura está centrada en el amor a Dios y en la obra salvadora de Dios.


Por lo tanto, si la acedia es un pecado contra el amor, la Escritura nos habla tanto del amor
de Dios como de los pecados contra el amor.
Desde el comienzo, en la Sagrada Escritura, se presenta el caso de Adán y Eva.
No podemos faltarle el respeto a la libertad del que ama, queriendo apoderarnos de su
amor. Ya el comienzo del drama bíblico es la tentación de Satanás a Eva, apoderarse del
fruto de Dios.

El Señor nos ha dado el fruto del amor en la Cruz.


No nos prohíbe que lo tomemos contra Su voluntad, sino que nos manda recibirlo.
Curiosamente, Eva pecó por querer apoderarse del amor antes de que se le diera.
Actualmente, que el amor de Dios está ofrecido, sus descendientes lo desprecian y no
quieren recibirlo, a causa de los pecados contra el amor: la indiferencia, la ingratitud, la
tibieza, la acedia y hasta del odio.

12
En nuestra historia reciente del mundo, hemos visto odio contra Nuestro Señor Jesucristo;
odio contra el crucifijo.
-Una enfermera fue decapitada en la dictadura de Hitler por haber dejado los crucifijos
en las paredes del hospital donde trabajaba, declarando que Dios estaba allí.

Odio al crucifijo.
¿Qué mal puede hacer el crucifijo?
En la dictadura chilena de Pinochet, se sacó el crucifijo de todos los hospitales y escuelas
católicas.
Odio a Dios.
Odio a Jesucristo.
El pecado más grande que hay: la acedia.

JEREMÍAS 17,5-6

“¡Maldito el hombre que confía en el hombre, y hace de la carne su apoyo, apartando


del Señor su corazón! Es como el tamarisco5 en el desierto de Arabá6, que no verá el
bien cuando venga”.

Se trata del hombre que confía en lo humano y aparta su corazón de Dios.


Del hombre que pone su confianza en las cosas de este mundo, en el mismo, en su
carne; que no cuenta con Dios en sus asuntos personales; y también del tipo
humano moderno, que confía en lo humano exclusivamente y no quiere que Dios
gobierne su vida social, ni su vida política y, por lo tanto, confía solamente en lo
humano.
Incluso, algunos que lo honran con sus labios, merecen el dicho de Isaías: “Este
pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí”.

¿Qué le pasa a este hombre?


Que cuando viene el bien, no lo ve.
Cuando viene el Mesías, no lo reconoce.
Ese árbol del desierto no ve la lluvia cuando la lluvia7 viene.
Este “no ver” los bienes de Dios, esta ceguera para el bien, es la primera forma de la
acedia: ser ciego para el bien de Dios y para las obras de Dios.

Esa ceguera es la que explica (CIC8) la definición del Catecismo: indiferencia,


ingratitud, tibieza y por fin, odio.

5 El tamarisco es un árbol de tronco nudoso, con ramas como varillas que le dan una apariencia plumosa; las hojas son
pequeñas, parecidas a escamas, muy pegadas a las ramas (Biblioteca en Línea).
6 Valle situado en Asia occidental, en la región del Medio Oriente; discurre durante 166 km entre la costa meridional del

mar Muerto y el golfo de Eilat-Aqaba, en el mar Rojo.


7 La lluvia es un símbolo bíblico de los bienes mesiánicos, de los bienes de Dios, de la gracia divina que desciende de lo alto

y fecunda la tierra con los frutos del amor humano.


8 Catecismo de la Iglesia Católica.

13
ISAÍAS 5,20-21

“¡Ay, de los que llaman al mal bien y al bien mal; los que dan la oscuridad por luz, y la
luz por oscuridad; que dan lo amargo por dulce y lo dulce por amargo! ¡Ay, los sabios a
sus propios ojos, y para sí mismos discretos!”

El árbol del Paraíso era el Árbol de la Vida Divina, por lo tanto, el Árbol del Amor.
Ese amor, daba el conocimiento del bien y el conocimiento del mal.
Ese don del fruto del amor, iba transmitiendo por el don divino, por el don de la
gracia, a los primeros padres el conocimiento del bien (lo que nos lleva al amor de
Dios) y del mal (lo que se opone al amor, lo que no soporta el amor).

Esa primera ciencia, de la que quiso participar Eva apoderándose por la fuerza de
ella y por la desobediencia, esa sabiduría, es la que contradice “estos sabios a sus
propios ojos” que juzgan sin amar lo que es bueno y lo que es malo.

La acedia, por un lado, es una ceguera, y por la otra, una a-percepción (no se
percibe, se es ciego al bien).
También como una dis-percepción: una perversión de la mirada, que mira lo bueno
como malo y lo malo como bueno; lo luminoso como oscuro y lo oscuro como
luminoso.

La filosofía de la Ilustración, invoca ser la luz, pero se opone a la luz divina; una
filosofía incrédula y opuesta a la luz del cristianismo.
En nuestra cultura podemos aplicar estos dichos bíblicos.

LA CENA EN BETANIA, POCO ANTES DE LA PASIÓN

“Seis días antes de su Pasión, Jesús vino a Betania, donde se encontraba su amigo
Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Le ofrecieron allí una cena.
Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Jesús sentado a la mesa. María
(la hermana de Marta y Lázaro) tomó una libra de perfume de nardo puro, muy caro, y
ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa entera se llenó con el olor del
perfume” (Juan 12,1-3).

“Judas Iscariote, uno de los discípulos de Jesús, el que lo había de entregar, dijo: ¿Por
qué no se ha vendido ese perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?”
(Juan 12,4-5).

Aquí tenemos un ejemplo claro de cómo el que está fuera del amor, no reconoce los
actos del amor. Ese perfume de nardo puro que María derrama amorosamente a los
pies de Nuestro Señor Jesucristo, y que lo unge con él en la cabeza, es el derroche
del amor de María; ese amor sólo lo comprende el que ama; en cambio Judas, que
está fuera de la perspectiva del amor a Jesucristo, aquello le parece un derroche
espantoso (como un sacrilegio contra la filantropía).

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Parece que está reñido el amor a Dios y el amor a los pobres.
Hay un escándalo, que el que no está dentro del amor no comprende.
Muchas personas que están fuera del amor a la Iglesia, del amor a la vida cristiana,
se escandalizan de los cálices sagrados y de las “riquezas” del Vaticano, que es
justamente el derroche de amor de los católicos, que aman a su Iglesia y no tienen
empacho en gastar en las cosas santas, en el Papa, en la sede del magisterio…

Hay un tipo de acedia, que es la mirada “acediosa” del que está fuera del amor, tan
lejos de los actos de amor que hacen los que aman.
Como cuando una madre se escandaliza porque su hijo gasta muchísimo dinero en
perfumes, joyas y flores para su novia; lo considera un derroche; pero hay que estar
dentro del corazón del novio para comprender el sentido de esos obsequios.

2 SAMUEL 6-5,14,16

“David y toda la casa de Israel bailaba delante del Señor con todas sus fuerzas,
cantando con cítaras, arpas, adufes, castañuelas, panderetas, címbalos… David
danzaba con todas sus fuerzas delante del Señor, ceñido con un efod de lino (vestido
sacerdotal). David y toda la casa de Israel subían el Arca del Señor entre clamores y
sonar de cuernos. Cuando el Arca entró en la ciudad de David, Mical, hija de Saúl, que
estaba mirando por la ventana, vio al rey David saltando y danzando ante el Señor, y
lo despreció en su corazón”.

Cuando David traslada el Arca, en medio de una gran fiesta popular, él va danzando
delante del Arca, vestido de un traje sacerdotal.
Su esposa Mical, la hija de Saúl, no va a la procesión; mira desde una ventana del
palacio y siente vergüenza de que el rey David se ponga en esa actitud de bailar
delante del Arca, con gran jolgorio.
Ella estaba ciega para el sentido religioso de la danza de David.

La acedia es, también, una vergüenza social ante las manifestaciones públicas de la
fe cristiana.

David le respondió así a su mujer:


“Yo danzo en la presencia del Señor, y no como tú dices, delante de las mujeres de mis
servidores. Danzo delante de Él, porque Él es el que me ha preferido a tu padre y a toda
tu casa para constituirme caudillo de Israel [Él me ha hecho rey]” (2Samuel 6,21-23).

David reconocía, estaba lleno de gratitud por el Señor.


Es lo contrario del ingrato, por eso no podía ser indiferente al Señor ni podía ser tibio
en las manifestaciones de su fervor religioso.

15
SAMUEL 6

“De entre los habitantes de Bet Semes, los hijos de Jeconías no se alegraron cuando
vieron al Señor, y castigó el Señor a setenta de sus hombres. El pueblo hizo duelo
porque el Señor los había castigado duramente” (1 Samuel 6,19).

Los filisteos se habían llevado el Arca de la Alianza en una batalla.


Había ocasionado una peste entre los filisteos.
Decidieron devolver el Arca de la Alianza en una carreta tirada por vacas.
Llegó al campamento de Israel en el momento de la siega; todos los israelitas
suspendieron un acto tan importante como era la siega, para recibir entre bailes y
danzas y fiestas al Arca del Señor; sacrificaron los animales que venían tirando de la
carreta, quemaron la carreta y ofrecieron un holocausto al Señor.

Pero hubo una familia que no se alegró con la venida del Señor: la familia de los hijos
de Jeconías, rey de Judá, se entristeció; pensaba que era un momento inoportuno
festejar al Señor cuando había que levantar la cosecha.

“No es la oportunidad de festejar al Señor, ¡tengo tanto que hacer!, que esta Misa
dominical me trastorna mis planes, mis proyectos”.
“No sé alegrarme con el Señor, porque estoy tan ocupado… las preocupaciones de
este mundo impiden que yo reciba con gozo la Palabra del Señor”.

En la parábola del sembrador, el Señor nos habla también de otra manera de este
fenómeno: hay quienes reciben la Palabra del Señor como una semilla caída junto al
camino, y vienen “los pájaros” (otros pensamientos) y roban la Palabra del Señor.
Otros la reciben, pero no tienen profundidad: la Palabra del Señor no puede arraigar
en ellos. Y otros, al final, la sofocan entre los pensamientos de este mundo, que es
como si una planta se sofocara entre las espinas.

ELISEO

Hay muchos otros ejemplos bíblicos que nos muestran cómo a veces la acedia se
manifiesta en burla a los varones santos.
Subiendo Eliseo hacia la ciudad santa, salieron unos muchachos que empezaron a
burlarse del profeta, que tenía rapada la cabeza –como se usaba en aquel tiempo.
Los niños empezaron a burlarse de él.
El profeta Eliseo se enojó con ellos, y los maldijo.
Salieron unos osos del bosque y mataron a muchos de esos niños.

Uno puede asombrarse de la ira del profeta como de un sentimiento extemporáneo,


pero el profeta sin duda vio que la burla de estos niños venía de unos padres que no
respetaban a los profetas y que esos niños iban a ser los padres de los que mañana
matarían a los otros profetas.

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Vio, entonces, que la burla era una forma inicial de la acedia, que no hay que
menospreciar. Y esto nos da pie para comprender cómo, muchas veces, en nuestra
cultura se burlan de las cosas santas –espectáculos públicos, seriales televisivos,
películas, etc.–.
Las cosas santas y las personas santas no son objeto de burla, preparan una
persecución sangrienta, preparan la falta de respeto a Dios, a Cristo y a Su
Cuerpo Místico, que es la Iglesia.
Eso es acedia.
Un fenómeno demoníaco.

SAN PEDRO

Recordemos la acedia de San Pedro.


Cuando Nuestro Señor Jesucristo lo anunció en Su destino sufriente, Pedro lo
consideró como un mal y el Señor le reclamó que se apartara de Él, llamándolo
“Satanás”, porque los pensamientos de él no eran los pensamientos de Dios.
No comprendemos que, el sufrimiento por el amor es un bien.
Nos parece que, al fin terminamos calumniando el amor.
Pedro no veía que este sufrimiento, Nuestro Señor Jesucristo lo estaba aceptando
por amor a la humanidad, por amor y por obediencia al Padre.

Esto nos muestra que, las cruces de la vida cristiana no son malas.
No invalidan al amor.
Al contrario, el amor sabe sacrificar y asume el sacrificio.
La fuerza que hay detrás de esos sufrimientos, es el amor, no la resignación.
El amor sabe sacrificar.
El amor al Padre merece que nosotros también sacrifiquemos, y que asumamos
gozosamente el dolor.
Por eso, el gozo del Señor es nuestra fortaleza.
El gozo del amor de Dios es el que nos hace fuertes en nuestras tribulaciones.
Pero, claro, el que está fuera del amor, no comprende esto.

ORIGEN HISTÓRICO DE LA ACEDIA

¿Cuándo comienza este demonio a manifestarse y a trabajar?


El origen de la acedia nos puede iluminar para entender cómo este demonio ha seguido
trabajando a través del tiempo, contemporáneamente con la Obra y el Designio Divino a
través de la historia.

Sobre la aparición de la serpiente en el relato del pecado original, leemos en el Libro de la


Sabiduría –uno de los libros de la Sagrada Escritura– que por envidia y por acedia del Diablo
entró la muerte en el mundo, por acedia del Diablo entró la muerte en la humanidad.
Esta muerte reina sobre aquellos que le pertenecen.

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En cambio, sobre los que han sido salvados por Nuestro Señor Jesucristo, aquellos que
conocemos el bien, que conocemos al Padre el poderío del demonio de la acedia no se
impone y, en cambio, se nos abre las puertas de la vida eterna.

COMIENZO DEL LIBRO DEL GÉNESIS Y CIC

La Sagrada Escritura nos trae la revelación de Dios acerca del sentido de Su Obra Creadora,
desde el principio al fin. Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) que la Sagrada
Escritura comienza con una fiesta de bodas y termina, al final del Libro del Apocalipsis, con
otra fiesta de bodas que se prepara.

La primera fiesta de bodas es la de Adán y Eva, a quienes Dios les hace como regalo de
bodas el regalo de toda la Creación: Dios les entrega todas las cosas para que las gobiernen
y para que sean ministros de la Providencia Divina sobre la Tierra, en el gobierno de las
creaturas, tanto de las creaturas que son libres como de las que no lo son. Sabemos que los
Ángeles, que son creaturas libres, son colaboradores de Dios en el gobierno de la Creación;
pues bien, Dios ha querido asociar también al ser humano –varón y mujer– a ese gobierno
divino sobre las cosas, nos ha dado todas las cosas para que las gobernemos, ese es el
Designio Divino del comienzo.

Y al final de las Sagradas Escrituras, hablándonos ya del fin de los tiempos, se nos presenta
a la novia que, con el Espíritu Santo, llama al novio que viene:
“Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20).

El Espíritu Santo y la novia dicen “Ven”, y el Señor responde:


“Sí, vengo, vengo pronto” (Ap 22,20).

Es el Verbo Eterno hecho hombre, que viene en las bodas finales del tiempo con la Iglesia.
Es el triunfo del amor.
Desde el comienzo hasta el fin de esta historia, hay amor esponsal, amor de Dios con la
creatura, amor del varón y la mujer, imagen y semejanza creada del Amor Divino.

No hay cosa de la Creación que, en algún momento no haya reflejado para los hombres
algo de la Divinidad. Dice el historiador de las religiones Mircea Eliade, que “el bosque tiene
algo de sagrado; la peña, la fuente, el río… todo tiene algo de sagrado”.
Todo lo que parece poderoso y glorioso, en algún momento ha reflejado para el hombre
algo de lo que es el Creador de todas las cosas; ha sentido como un estremecimiento de la
divinidad, en las creaturas que ve y que alcanza a admirar por su poderío, por su
consistencia, por su solidez, por su capacidad fecundadora.

No sólo las de la tierra… también, levantando sus ojos al cielo el hombre ha podido
vislumbrar en la inmensidad del universo, en el cielo, en las creaturas celestes, la epifanía de
Dios. Ha visto las manifestaciones del poder Divino… en el mar, en las olas, en las
profundidades, en los monstruos marinos, en la fecundidad de la Naturaleza, en todas las
cosas ha podido ver la manifestación de Dios.

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La acedia no ha podido enceguecer al hombre, de tal manera que cualquiera de las
creaturas, en cualquier momento, le pudiera dar un vislumbre del poder Divino.

Por eso, San Pablo se ha admirado de que, los hombres, habiendo conocido las creaturas,
no llegaran a conocer al Creador a través de ellas; y que, por esa ceguera, por esa acedia de
no ver a Dios a través de sus creaturas y de sus creaciones, el Señor entenebreció sus
corazones y los entregó a pasiones viles y bajas, de modo que, pudiendo haber conocido a
Dios, no Le conocieron.

Si hay algo que podemos decir que ES DIOS, ES AMOR.


El amor que experimentamos las creaturas, aún las creaturas caídas después del pecado
original, en aquellos momentos en que la naturaleza no destruida por el pecado, sino
herida, deja traslucir el Designio Divino primero de nuestra imagen y semejanza divina.
DIOS ES AMOR.
Y el amor creado es lo que mejor lo refleja, a pesar de cualquier herida del pecado original.

El demonio de la acedia es contrario al amor, es tristeza por el amor, es miedo al amor, es


indiferencia ante el amor, es oposición al amor.
El demonio de la tristeza –nos dice Nuestro Señor Jesucristo en las Sagradas Escrituras,
Evangelio de San Juan– es homicida desde el principio, odia en el hombre la capacidad de
amar, que es lo que lo asemeja a Dios; por lo tanto, quiere destruirlo: NO QUIERE QUE
HAYA HOMBRES SOBRE LA TIERRA.
Así comprendemos las palabras del Libro de la Sabiduría: por envidia, por acedia del Diablo,
entró la muerte en el mundo.

Por el odio, por la tristeza del demonio, que no quiere una imagen viviente de Dios, ya que
no puede destruir a Dios mismo, quiere destruir Su imagen.
No quiere que haya hombres sobre la Tierra.
Él es homicida desde el principio.
Y si no puede destruir al ser humano, portador de esta naturaleza amorosa y destinada
al amor, al menos quiere corromper su capacidad de amar.
Por eso, en el relato del origen encontramos la explicación de cómo surgió históricamente
esa impugnación demoníaca, ese ataque demoníaco a la creatura para destruir su imagen y
semejanza de Dios.

En el Génesis, capítulo I, se nos presenta una obertura de esta gran Obra. Y después, un
pequeño drama en tres actos.
La obertura nos resume la preparación del gran banquete de bodas de Adán y Eva.
Dios prepara el banquete en una semana.
Prepara todo el ambiente, la sala donde se va a representar (que es el Universo entero), la
separación del día y la noche, de la luz y las tinieblas, la separación de las aguas de arriba y
abajo, la preparación del mar y de la tierra, la creación de los alimentos sobre la tierra, los
animales y los árboles frutales –fuente de los alimentos del banquete–, luego va creando los
animales –que participarán del banquete– y, por último, crea a Adán y Eva a Su imagen y
semejanza: seres capaces de amar.

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Y les entrega, como regalo, la Creación entera para que la gobiernen: gobiernen sobre
animales y plantas, se alimenten de todos esos frutos, y sean fecundos, se multipliquen y
habiten la Tierra.
Bendice el Señor a Adán y Eva.
Bendice al varón y a la mujer, a su descendencia, y a Su Designio Divino sobre la Tierra.
En la obertura se plantea, así, una historia concentrada y sintetizada.

En los tres actos, en un pequeño drama teatral, se nos presenta la creación del varón y la
mujer. Y entra en escena, en el segundo acto, el demonio de la acedia, entristeciéndose por
el bien que Dios ha creado, por el bien de Adán y Eva, y tratando de destruir la Obra Divina,
lográndolo en el segundo acto, de modo que en el tercer acto vemos las consecuencias de
la caída de nuestros primeros padres.

El resto de las Sagradas Escrituras, hasta el Apocalipsis, es la continuación de este drama a


través de la historia; la continuación hasta el triunfo del amor de Dios al fin de los tiempos,
el triunfo del Amor Encarnado por el que fueron creadas todas las cosas –también Adán y
Eva–, el triunfo de ese amor para una humanidad, que es la Iglesia, que ha sido conducida
fielmente por el amor a través de la historia, contra la cual nada pudo la muerte ni el
demonio de la acedia, del demonio de la tristeza por el bien.
Son las bodas gozosas del Cordero al fin de los tiempos.
Es el triunfo del Amor.
DIOS TRIUNFA.
A pesar de toda la oposición que el demonio de la acedia le puede hacer a lo largo de la
historia, DIOS SIEMPRE TRIUNFA.

El bien es mayor que el mal.


El bien siempre triunfa sobre el mal.
Si nuestra vida cristiana es una lucha, también vemos que se nos promete la victoria sobre
el espíritu de la acedia.
“No temáis, yo he vencido al mundo”, nos dice Nuestro Señor Jesucristo.

EL ATAQUE DEL DEMONIO DE LA ACEDIA

El demonio de la acedia tratará siempre, por todos los medios, hasta nuestros días, de que
el hombre no cumpla el Designio Divino del Amor para el que fue creado.
Que ni varón ni mujer lo cumplan.
Él trata de pervertir la Obra de Dios.
Tratará de que esa Obra fracase.
De que el hombre se desvíe del propósito del amor de Dios.

El designio de Dios sobre el varón y la mujer (primer acto de este drama que es la revelación
divina) es el amor. No había desamor entre ambos al principio. Luego vino la dureza del
corazón en el hombre. Nuestro Señor Jesucristo nos habla de que, en ese principio, está el
designio divino del amor sobre el varón y la mujer.

 El demonio de la acedia quiere borrar esta diferencia de los sexos,


oponiéndose frontalmente a la Obra del Creador.

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 El demonio de la acedia quiere destruir la diferencia entre los sexos, Obra
del Creador que tiene un designio perfecto.
 En nuestros tiempos, somos testigos de cómo se quiere abolir la diferencia
entre hombre y mujer.
 Lo que hay detrás es mucho más que el empeño de algunos actores
humanos acerca de la humanidad, hay mucho más, hay un designio
demoníaco de abolir la Creación de Dios en nuestros tiempos.

El Adán masculino es creado por Dios primero (no había nada sobre la Tierra).
A una creación de barro, Le sopló en la nariz un espíritu de vida y pudo el varón ser viviente.
Ese espíritu de vida, la vida de Dios, es amor. Sopla en el varón un espíritu de amor.
Por lo tanto, la vocación de este muñequito de barro amasado por Dios es el amor.
Y luego lo será, también, Eva, sacada de la costilla de Adán.
Eva no es amasada, ES CONSTRUIDA POR DIOS.
Esta mujer está destinada al varón. Viene después.
Su razón de ser es el varón.
El varón será el todo de ella y ella será la parte respecto del varón.

Ninguno de los dos estará completo sin el otro, pero de manera diversa: al varón le faltará
una parte, a la mujer le faltará el todo referencial al cual ella pertenece y sin el cual no se
encuentra a sí misma. Y por amor a la unidad, serán los dos uno solo. Se restaurará la
unidad.

 Viene la serpiente a tratar de destruir esta unidad, este Designio Divino.


 Convence a la mujer de que Dios sabe que, si ellos comen del fruto del
Árbol del Conocimiento, serán como dioses.
 Que el Árbol de la Vida y del Conocimiento del Bien y del Mal es la Cruz
de Nuestro Señor Jesucristo, y desde el principio estaba previsto que nos
fuera dado el fruto del Amor Divino y la gracia de Dios, el don del Amor
Divino.
 Pero lo que le sugiere Satanás a Eva es que Dios nunca se lo va a dar, y
aquí está la obra del gran mentiroso, la mentira del demonio, la seducción,
el engaño, con lo cual impulsa a Eva de que trate de apoderarse por sí
misma del fruto apetecible a la vista y bueno para comer, el fruto del Amor
Divino, y este es el pecado de Eva: querer apoderarse del amor, querer
adueñarse de Dios y del amor de Dios.

De esta manera, se corrompe el designio de Dios sobre la mujer.


Que quiere hacerse como Dios, cuando ella en realidad debería haber sido designio del
amor divino para el varón, como lo fue María con Jesús, trocando la maldición del Paraíso:
servidora del amor divino para el varón.

DIOS CONSTRUYÓ A LA MUJER, A EVA, COMO SE CONSTRUYE UN TEMPLO:


un ser habitable, un ser acogedor, capaz de recibir al otro en su interior, en su corazón.
Como María, que guardaba todas las cosas de su hijo en su corazón.

21
Esa capacidad hospitalaria del corazón de la mujer, de guardar a los que ama dentro de
sí misma, no sólo a los niños gestándolos, sino también en su corazón guardarse a los
que ama.
Eso es lo que hace de ella como un edificio, como una casa, como una mansión del
amor.
A eso estaba destinada Eva.

Al comer del fruto prohibido, el pecado de Adán consiste en desertar de las misiones
divinas. Él, que tenía que haber sido el guardián y vigilante del Árbol de la Vida, no lo vigila.
Él, que tenía que haber sido el guardián y gobernante de su mujer, tampoco gobierna, ni a
su mujer ni a la serpiente, vehículo visible del espíritu invisible del mal.
Él tenía que haber corregido a su esposa, y no la corrigió.
Debía haberse negado a comer, y por consiguiente al obedecerla a ella, desobedece
también a Dios.

El pecado más propio de la mujer es por transgresión.


El pecado más propio del varón es, primero, por omisión, y luego también por transgresión.

Este sucumbir bajo el ataque de la acedia, va a tener consecuencias para la mujer y para el
varón. La serpiente es la primera en ser castigada, a la primera que se le declaran sus penas
en el tercer acto de este pequeño drama del origen de la humanidad.

Las consecuencias de la acedia son: la abolición del varón, la abolición de la mujer.


La abolición del varón, porque ya no cumplió los designios divinos a los que estaba
destinado.
La abolición de la mujer, porque tampoco cumplió los designios propios.
Esto es obra de la acedia.
Y esto tendrá consecuencia en el futuro.
El varón tiende a borrarse de sus responsabilidades.
La mujer, a veces obligada por la necesidad, tiene que asumir las responsabilidades que el
varón no asume, y con eso, dejar las suyas propias.

EXPERIENCIA DE LOS MONJES DEL DESIERTO

Fueron a los monasterios en busca del amor de Dios, de entregarse enteramente al amor de
Dios. Y es también la experiencia de los religiosos de todos los siglos, que han querido dejar
todas las cosas para seguir a Nuestro Señor Jesucristo.
En este impulso de buscar la perfección del amor de Dios en la Tierra, se manifiesta con
toda su agudeza la oposición del demonio de la acedia, que también los ataca a ellos de
manera especial cuanto más decidido es su impulso de buscar el amor de Dios y dedicarse a
él en esta vida, por entero; tanto más, el enemigo se hace sentir, poniendo obstáculos.

Una vez terminadas las persecuciones exteriores y a medida que la vida de los fieles en las
ciudades se iba entibiando, esto dio lugar en la Iglesia temprana al cúmulo de tentaciones
de este mundo y a la pérdida del fervor de los primeros mártires.

22
Muchos de los cristianos que querían vivir intensamente su entrega a Dios, vieron que
tenían que irse de la ciudad, al desierto, a vivir una vida pura, sin las tentaciones de las
ciudades, donde muchos se ablandaban en sus virtudes teologales, en su fe, en su amor a
Dios, en la esperanza de los bienes eternos, y quedaban prendidos en las redes de este
mundo.

Precisamente fueron los monjes los que vivieron esta experiencia: desprenderse de todos
los impedimentos, irse a vivir al desierto y dedicarse enteramente a Dios.
Allí se encontraron en toda su intensidad con el demonio de la acedia, con el demonio de la
tristeza por los bienes divinos.
Fue el experimento más grande.
Pero, al mismo tiempo, estos Padres del desierto nos enseñaron mucho acerca de las
causas de este demonio y de cómo se presenta.

Los Padres del desierto hablaban de “los 8 pensamientos”, refiriéndose a los vicios
capitales, no como fenómenos del orden moral, sino como fenómenos del orden espiritual.
Los 8 pensamientos eran pensamientos que trae el enemigo para impedir el camino /
disuadir del camino a los hombres que buscan a Dios.
Los 7 pecados9 o vicios capitales + 1: el demonio de la acedia.

Casiano10 y otros padres hablan del “demonio de la acedia”.


Se presentaba en la vida solitaria y aislada del monje en el monasterio, en el desierto, sin
mayor vegetación, a veces en laderas entre torrentes, en cuevas excavadas en rocas, como
ermitaños en una cueva, con una austeridad muy grande, con largas horas de silencio y de
soledad.
Aparecía sobre todo el peso del demonio de la acedia, alrededor del mediodía: habían
ayunado desde la noche anterior para celebrar la Sagrada Eucaristía más tarde, un ayuno
muy largo, de muchas horas; al mediodía en esas horas, en el desierto, un calor tremendo,
nada se movía afuera; ellos en ayunas, se les hacía muy largo el tiempo.

En ese momento, el demonio de la acedia se presentaba como UNA PÉRDIDA DEL


CONSUELO DIVINO.
Su voluntad los había empujado al desierto a buscar a Dios, por lo cual su sensibilidad se
rebelaba contra el sacrificio que esa búsqueda de Dios le imponía a su carne, a su naturaleza
que se cansaba de esos ayunos y esas fatigas, que se debilitaba; que, por efecto de la
soledad, del Sol, del calor, el monje sentía el peso de ese tipo de vida.
Entonces, entraba en su sensibilidad ese desasosiego, la ansiedad, se asomaba a las
ventanas buscando con quién hablar, le producía una inquietud física –a veces irresistible–.
Le venían pensamientos de que él vivía mejor afuera.
Añoraba su existencia en el mundo.
Veía inútil su estilo de vida actual.
Se sentía tentado de irse de ese lugar a otro donde quizá podría tener un oficio distinto
dentro del monasterio.
Rehuir a la vida contemplativa y de oración en silencio.

9 “Son 7 los pecados capitales: orgullo, avaricia, gula, lujuria, pereza, ira y envidia” (Santo Tomás, I-II:84:4).
10 San Juan Casiano (360/365-435), sacerdote, asceta y Padre de la Iglesia: https://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Casiano

23
Estar con otros hermanos en el monasterio, y no solo en su gruta.
En fin, la tentación de la vida del lugar donde estaba.

Casiano, y otros, dicen que el demonio de la acedia es el demonio +pesado que ataca al
monje, mucho más que los demás demonios y pensamientos (gula, lujuria, riquezas, sueño o
añoranza por las cosas pasadas y dejadas para siempre, de los afectos de la vida familiar, de
sus trabajos o de sus amistades en la ciudad).
Lo más pesado para el monje era NO ENCONTRAR EL CONSUELO DE DIOS QUE HABÍA
VENIDO A BUSCAR.
Posiblemente en los primeros momentos de su conversión, los consuelos habían sido (como
suele suceder con los convertidos) muy abundantes, muy profundos.
Los dones espirituales que Dios imprime en la inteligencia y la voluntad, redundaban en el
resto de su persona y también en la parte sensible, por lo que sus sentimientos eran muy
agradables.
Ahora quedaba la voluntad, quedaba la inteligencia, pero la sensibilidad estaba
tremendamente atormentada por las penas de esta vida dura y asceta que había elegido y
abrazado.
Todo agudizado por la abstención, la obediencia, la pobreza, la castidad y las cosas que
habían sacrificado para encontrar EL AMOR DE DIOS.
Porque, era un abandono radical de todas las cosas, BUSCANDO A DIOS.
Para que DIOS SE MANIFESTARA.
Y ahora, parecía ser que Dios se ausentaba, se alejaba, no se manifestaba, no se Le
encontraba.
La sensibilidad, entonces, se rebelaba contra este sacrificio que se le imponía, contra esta
Cruz que se le imponía.

BUSCAR A DIOS ERA ALGO DEMASIADO COSTOSO.


El monje llegaba a considerar que estaba llevando “una vida inhumana”.
Venía, entonces, esta tentación:
“Yo podría encontrar a Dios de otra manera mucho menos radical”.
Venía la tentación de abandonar la vida monástica.
Siendo que en la vida monástica era donde más radicalmente se buscaba a Dios, esta
tentación era sumamente intensa y peligrosa.
Así que, el demonio de la acedia se manifestaba con una radicalidad correspondiente,
MUCHO MAYOR.
Tanto así, que las descripciones hechas por estos monjes del desierto sobre el demonio de
la acedia, impiden reconocerlas en aquellas formas en que se manifiesta entre los laicos o
entre personas que no viven una vida religiosa tan radicalmente, con un deseo tan grande y
con una consecuencia mayor, al dejar todas las cosas por seguir a Dios.
Esta radicalidad evangélica para buscar a Dios, era el caldo de cultivo apropiado para que el
demonio atacara con una mayor radicalidad en la vida monástica.
En la vida laical, en la vida nuestra, la acedia se manifiesta de una manera mucho +sutil,
porque la decisión de la búsqueda de Dios no es tan radical ni definida, así también el
ataque del demonio de la acedia es mucho +sinuoso en los laicos, o incluso en los religiosos
de vida activa.

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Evagrio Póntico (Evagrio el Monje)11 hace una descripción de cómo experimenta el monje el
ataque del demonio de la acedia, que se llama “demonio meridiano” porque ataca
generalmente alrededor del mediodía, 2 horas antes, 2 horas después, ya que se comía
alrededor de la hora de la siesta, por lo que el ayuno era sumamente prolongado:

“El demonio de la acedia, el demonio del mediodía, es el más pesado y


duro de sobrellevar, de todos. Ataca dos horas antes y dos horas
después del mediodía. Primero, produce la sensación de que el Sol se ha
detenido, como si el tiempo no avanzase. Luego, lo obliga a andar
asomándose por las ventanas, a ver si hay allí algún otro con quien
poder conversar, buscar el consuelo de las creaturas. Pasar el tiempo
encontrando algún consuelo y distracción. Su vida le inspira aversión al
lugar donde está. La caridad ya ha desaparecido, siente que nadie le
quiere y nadie se preocupa por él. La soledad le pesa como si llevase un
inmenso palacio a cuestas en la espalda. Dios no le basta, busca el
afecto humano.

Si, por casualidad, en esos días ha sucedido que alguien lo haya


entristecido, el demonio se vale de ello para aumentar su aversión al
lugar donde está. Quisiera estar en cualquier otro lugar menos aquí.
Imagina que en otro lugar podrá encontrar más y mejor a Dios, donde
podrá tener un oficio menos penoso o más provechoso. Su imaginación
vuela hacia lugares donde se sentiría bien. Lo acosa aquí una
permanente sensación de malestar. Razona que, servir a Dios no es
cuestión de lugar.

El demonio de la acedia se le hace como consejero compasivo, que le


dice que allí puede dañar su salud. Se acuerda de sus parientes y de su
vida pasada. El demonio de la tristeza comienza con el recuerdo de las
cosas dulces, y termina con un “eso, nunca más”, “eso lo has perdido
definitivamente”.

Este demonio, no es seguido por otro.


Después de esta lucha, cuando el monje lo vence, sucede en el alma
que vence, UN ESTADO DE PAZ Y UNA ALEGRÍA INEFABLE”.

Por eso, los santos Padres del desierto son grandes maestros del alma.
Los cristianos tenemos muchísimo que aprender de ellos.
No son exclusivamente maestros de los monjes, o de los religiosos que viven en la vida
recluida y en los monasterios; también tienen muchísimas enseñanzas para nosotros, para
los fieles laicos que viven en el mundo.
Ellos, los Padres del desierto, son maestros del alma, de la psicología, de las tentaciones, de
cómo aparecen en el alma esos pensamientos que, después, lentamente nos van llevando a
la acedia, y de cuyo proceso no somos normalmente conscientes.

11 (345-399), también apodado “El Solitario”, monje y asceta cristiano, muy conocido por sus cualidades de pensador,
escritor y orador: https://es.wikipedia.org/wiki/Evagrio_P%C3%B3ntico

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Los Padres del desierto nos enseñan a ser conscientes del proceso.
Volver sobre los pasos, como nos aconseja San Ignacio de Loyola; recorrer nuevamente los
pasos de los pensamientos, para ver cómo empezaron en una forma agradable y buena,
para llevarnos luego a la tristeza, al desánimo o a la desesperanza.

SALMO 42: UN ALMA ACOSADA POR EL DEMONIO DE LA ACEDIA


H T T P : / / W W W . E W T N. C O M / V / BI B LE / S E A R C H _ SP . A S P ? A B B R= P S & C H = 4 2 & B V 1 = 1 & E V 1 = 9

El salmista le explica a su alma que debe mantenerse en la esperanza de los consuelos


divinos, que volverá a visitarla, y soportar –por lo tanto– esa dureza de la ausencia de Dios,
que es como el reverso de la moneda de Su amor. Que quisiera estar SIEMPRE en Su
presencia. Que quisiera estar YA en la Eternidad, gozando de Dios para siempre, pero está
todavía en esta vida, en este mundo, sufriendo la ausencia, la lejanía de Dios, que en esos
momentos de la acedia se le hace especialmente dura.

Pero, aceptando esa dureza, el alma que busca a Dios encuentra una paz y un gozo muy
grande EN LA FE.
San Juan de la Cruz habla de “la noche del sentido”12: el alma se aveza (acostumbra) a pasar
esas noches sabiendo que no son un signo de la lejanía de Dios, sino que Dios, de alguna
manera, se ha escondido de la sensibilidad, pero está alcanzable siempre a través de LA FE.
Y Él quiere hacernos crecer en la fe, quiere formarnos en la fe.
La fe, aunque sea oscura, nos pone en contacto con Su Misterio.

Precisamente porque Él también es Misterioso.


El único camino que tenemos para alcanzar Su Misterio es EL CAMINO DE LA FE.
El camino del Señor exige que sepamos vivirlo en fe.
No vivirlo solamente en lo sensible.
Hay experiencias sensibles, anteriores a la fe, que nos pueden engañar.
Otras, que provienen de la fe, pero que no le son esenciales, porque la fe puede perseverar;
aunque sea fuente de consolaciones para atraernos hacia Dios en un principio, después
debe perseverar, arraigarse en lo profundo.

Lo que florece de la vida cristiana vive de las raíces que están enterradas en la oscuridad y
que nutren la fe: las virtudes de la caridad, de la fe y de la esperanza.

Para animar al monje a que resista a ese espíritu o demonio de la acedia, y para que
persevere en la dureza de la prueba, Evagrio Póntico dice la verdad: que cuando el monje
vence, sobreviene un gozo y una paz muy especial, muy particular, que no es el mismo gozo
de las consolaciones sensibles anteriores, pero que es un gozo muy profundo y espiritual.

¿Qué pasa cuando el monje no resiste este embate


y es vencido por el demonio de la acedia?

12 https://es.aleteia.org/2016/06/16/los-consejos-de-san-juan-de-la-cruz-para-sosegar-el-alma/

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Isidoro de Sevilla13:

“Quienes no practican la profesión monástica con intención inflexible, cuanto


con más flojedad se dirigen a conseguir el amor sobrenatural, tanto con mayor
propensión se inclinan nuevamente al amor mundano”.
Es decir: vuelven a desparramarse en las cosas del mundo.

“Porque la profesión que no es perfecta, vuelve a los deseos de la vida presente,


en los cuales, por más que de hecho no se vea atado el monje, pero ya se ata
con amor de pensamiento”.
Hay como un amor dejado.

“Porque el ánimo que considera dulce a esta vida, está lejos de Dios”.
La realidad es que nosotros estamos en situación de destierro: lo dicen
todos los cristianos que han vivido su cristianismo, su fe, esperanza y
caridad, se sienten aquí en la Tierra como en un destierro, como en un
tiempo provisorio. Esta es una experiencia cristiana, de la vida cristiana.
NO TENEMOS AQUÍ UNA MORADA PERMANENTE, “una patria
permanente”, dice la Carta a los Hebreos.

“Alguien así no sabe qué es lo que debe apetecer de los bienes superiores, ni qué
es lo que ha de huir en los bienes inferiores”.
Estos monjes, dice Isidoro de Sevilla, desearían volar hacia la gracia de Dios,
pero los amores del mundo los retienen, la codicia del siglo los retrae,
quieren tener ambas cosas: todo lo de este mundo y a Dios también.

“Quien ha prometido renunciar al siglo, se hace reo de transgresión si


cambió de voluntad; y así se hacen dignos de ser severamente castigados
en el juicio divino los que menospreciaron cumplir de hecho lo que en su
profesión prometieron”. Hay un retroceder en las cosas divinas, un
retroceder en el impulso de gracia, han sido infieles en el abrazo inicial. Dios
los ha invitado, les ha dado una gracia, y ellos han menospreciado la gracia
recibida al no aceptar la invitación al banquete que el Señor les ha hecho,
porque tienen muchas ocupaciones u otros deseos.
Hay aquí algo de la reminiscencia de la parábola de Nuestro Señor Jesucristo,
de los invitados al banquete, que no son hallados dignos porque no tienen el
traje de fiesta, no se han vestido enteramente para la fiesta, no han entrado
en el banquete de la alegría divina y del amor divino, a festejar el amor
divino, y se vuelven a desear los manjares del mundo.

13(556-636), eclesiástico erudito, polímata (erudito de amplio espectro). Arzobispo de Sevilla durante +3 décadas:
https://es.wikipedia.org/wiki/Isidoro_de_Sevilla

27
LAS HIJAS DE LA ACEDIA

Lo que los Padres del desierto llaman “las hijas de la acedia”, son unos vicios producidos por
el demonio de la acedia: el ocio, la pereza para las cosas divinas, ya no se quiere orar, no
quiere rezar el Rosario, no quiere rezar los Salmos, tiene una especie de pesadez para las
cosas divinas. A los laicos les pasa que ya no tienen deseos de ir a Misa, no tienen ganas de
leer las Sagradas Escrituras.
La somnolencia, la pereza en las cosas de Dios, la importunidad de la mente, las
distracciones que le vienen continuamente y le atacan muchas veces en la oración, la
inquietud del cuerpo, la ansiedad, que necesita moverse, que no puede estar quieto.
La inestabilidad, la inconstancia.

Se ha hecho un proyecto de vida espiritual, pero después ya no lo puede cumplir.


La verbosidad: habla y habla y habla, y busca siempre con quién hablar, se derrama en las
cosas exteriores y en los comentarios de las cosas mundanas, en palabrería vana que no
conduce a nada.
La curiosidad excesiva: está siempre atento a un montón de cosas, a la televisión, a la radio,
a Internet, en la sala de TV en lugar de estar frente al Sagrario.

San Gregorio Magno habla también de las hijas espirituales de la acedia:

“La malicia, el rencor, la falta de ánimo para las cosas grandes de


Dios, la desesperanza, la pesadez y la divagación de la mente en
cosas inútiles”.

HIJAS DE LA ACEDIA:
 LA MALICIA
 EL RENCOR
 LA FALTA DE ÁNIMO PARA LAS COSAS GRANDES DE DIOS
 LA DESESPERANZA
 LA PESADEZ
 LA DIVAGACIÓN DE LA MENTE EN COSAS INÚTILES

LA ACEDIA ECLESIAL

LA ACEDIA DENTRO DE LA IGLESIA.


No es un fenómeno únicamente relacionado con el mundo.
Afecta también a los creyentes.

San Pedro, la piedra, la cabeza de la Iglesia, se sentía acedioso ante el anuncio de Jesús que
le habló de la Cruz y del Calvario. San Pedro consideraba que el camino de Nuestro Señor
debía ser el camino de un Mesías glorioso, que estableciera un reino político de Dios sobre
la Tierra, y no podía concebir que el amor de Dios contuviera un sufrimiento tan grande. Y,
sin embargo, eso es el escándalo de la Cruz, el amor que se manifiesta en el dolor y el
sufrimiento; muestra la magnitud de Su amor precisamente en el sufrimiento que es capaz
de sobrellevar con fortaleza por amar, por hacer una obra de amor.

28
No nos extrañe que también nosotros tengamos que sufrir mucho para entrar en el Reino
de los Cielos. Ya ello había sido revelado a los apóstoles y a los primeros creyentes: es
necesario que suframos muchas cosas para entrar en el Reino de los Cielos. Si el Hijo de
Dios obedeció al Padre, para cumplir la obra de amor del Padre de esta manera, y si
nosotros queremos vivir como el Hijo y vivir como hijos de Dios, tampoco tenemos que
asustarnos que, aunque el sufrimiento es duro de llevar, de ese sufrimiento Dios saca
gracias inmensas para nuestras almas y para las demás almas.

Además, Dios siempre nos da fuerzas para sufrir.


Ese sufrimiento es transformador, es salvador, como el de Nuestro Señor Jesucristo.

Cardenal Cristoph Schönborn14:

“Me parece que la crisis más profunda que hay en la Iglesia, consiste en
que no nos atrevemos ya a creer en las cosas buenas que Dios obra por
medio de quienes le aman”.
No creer que Dios sigue actuando y que sigue actuando a través de
los que lo aman, que hace cosas buenas a través de los que lo aman,
que Dios interviene en la historia. En muchos cristianos hay como una
duda de que Dios pueda intervenir en la historia. Parece que
fuésemos hijos abandonados por el padre, y que, sobre la Tierra todas
las cosas las tenemos que hacer nosotros, que el Padre no interviene
en nuestros planes, que nuestras obras no vienen del Padre, que
nuestras palabras no vienen del Padre, como que estamos separados
del Padre.

Tenemos una visión como de huérfanos de padre vivo.


¿Creemos en realidad que la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, actúa en
la historia y actúa a través de nosotros?

Cardenal Schönborn:

“A esa poca fe intelectual y espiritual, la tradición de los maestros de la


vida espiritual la llaman acedia. Esta acedia es hastío espiritual, un
´edema del alma´-como la llama Evagrio- que sumerge al mundo y a la
propia vida en un lúgubre aburrimiento, que priva de todo sabor y
esplendor a las cosas”.

Hay ceguera para ver el bien que Dios obra.


Y esa ceguera no es sólo de los creyentes, también de los llamados “naturalistas”: no creen
que Dios obre en la historia.

Muchos intentan matar este aburrimiento con las distracciones.


Pueden ser, incluso, buenos planes, pero no son quizás los planes que Dios quiere y tiene.
¿Entretenimiento espiritual, o escape de una pereza para hacer las verdaderas obras que
Dios quisiera de este hijo?

14(1945-), Cardenal Arzobispo de Viena –Austria–, ordinario para los fieles de rito bizantino en Austria:
https://es.wikipedia.org/wiki/Christoph_Sch%C3%B6nborn

29
Cardenal Schönborn:

“Esta tristeza, que hoy día corre tanto por la Iglesia, procede
principalmente de que no accedemos con generosidad de corazón a
lo que Dios nos pide y no queremos que se nos utilice como
colaboradores de Dios”. Preferimos hacer nuestros propios planes,
sin consultar la voluntad Divina.

Cardenal Schönborn:

“No existe mayor autorrealización de la creatura, que ese hecho de


estar siendo utilizada plenamente”.

Privarse de hacer el bien por ver el mal adjunto al bien, es uno de los principales motivos de
esa acedia eclesial. Se ven los abusos que pueden empañar la Obra de Dios, pero no se ve la
Obra de Dios que se realizan con estos instrumentos pecadores.

Jesús no rechazó a Pedro por la caída de la triple negación que hizo de Nuestro Señor.
No deja por eso de ser aquel que el Señor designó para ser la Piedra sobre la cual se funda
Su Iglesia.
No por la caída de Pedro el Señor invalida Su obra.
La debilidad de Pedro no invalida el carisma que hay en él para conducir a la Iglesia.
Eso nos tiene que enseñar la Sabiduría Divina: no debemos invalidar las cosas buenas que
Dios obra.
Como decía el Cardenal Schönborn:

“La tristeza viene porque no vemos el bien que está adjunto al mal”.

Estamos como fascinados por el espectáculo del mal.


Como que el espíritu de la acedia nos muestra sólo el mal, y nos impide gozarnos con el
bien. Por lo tanto, nos falta esa fortaleza del amor que viene de gozarnos en el bien, y ello
nos hace débiles ante el espectáculo del mal, nos abrumamos ante éste.

De la ceguera para el bien, viene la acedia eclesial.


“Mujer, ¿por qué lloras?”: María Magdalena estaba ciega ante Su Señor, no lo reconoció.
Es el modelo de aquellos que, en la Iglesia, se entristecen y no saben alegrarse en la
presencia del Resucitado.

Lo tenemos vivo entre nosotros ¡y no es la fuente de nuestra alegría!


Deberíamos ser para el mundo un ejemplo de viva alegría por la presencia de Cristo
Resucitado y por nuestra fe en la Resurrección.
Nosotros estamos en el camino de la Resurrección.
Somos la humanidad llamada a Resucitar, a vivir eternamente el Abrazo del Padre, como
Jesús, que ha sido resucitado precisamente por el Abrazo del Padre.

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Al Hijo, que muere en la Cruz para hacer la voluntad del Padre, el Padre no lo abandona a la
muerte. Al contrario: lo resucita y le da vida Eterna por Su obediencia hasta la muerte, y
muerte de Cruz. Por lo tanto, ese camino del amor filial ES INVENCIBLE, PARA
JESUCRISTO Y PARA NOSOTROS.
Ese debe ser el motivo de la alegría de la Iglesia, entre las pruebas de la historia.
Fortaleza, sin escandalizarnos por la caída de Pedro, porque sabemos que la fortaleza es
obra de la gracia y trabaja a partir de nuestra debilidad humana.
Es obra de que, a Magdalena se le revela Jesús Resucitado.

Si Jesús Resucitado no se le hubiera manifestado allí a María Magdalena, llamándola por su


nombre, ella hubiera seguido llorando en la presencia de Jesús Resucitado y hubiera
asentado su vida en la acedia, en la tristeza, en vez de seguirla para el bien que tenía
delante. Algo parecido sucede en la Iglesia: por ejemplo, ante el Movimiento Carismático,
que ha sido rechazado en su generalidad por los abusos que en él se han cometido. No se ha
visto el bien de Dios generado allí, por ver sólo el mal.

Muchas órdenes religiosas son muy duramente criticadas, a veces, por la infidelidad de sus
miembros; pasan al olvido y al ostracismo, cuando en sí son obras santas porque son de
Dios, muy provechosas para la Iglesia y son obras de Dios, a pesar de las caídas y de los
defectos humanos.

LA ACEDIA CONTRA MATRIMONIO Y FAMILIA

La acedia del demonio no sólo se pone como un antagonista de Dios, sino que ese
antagonismo de Satanás contra Dios se desboca en las obras del Creador, en la naturaleza y
en el hombre, puesto que no puede desbocarse contra el Creador.
Pero, particularmente, en aquellas que son imagen y semejanza creada de Dios, es decir: en
el ser humano.
Por eso, la acedia demoníaca se ceba en las creaturas humanas.
Es así que, ninguna creatura mejor para que se desboque contra ella el odio demoníaco,
como esta creatura, que es imagen y semejanza de Dios, que ha sido creada para conocer y
amar a Dios.

La acedia demoníaca se ceba contra el matrimonio, contra el varón y la mujer, y contra la


familia, de manera muy directa, contra la institución familiar.
La acedia demoníaca se desfoga contra la institución familiar, principalmente.
En este tiempo asistimos a una embestida frontal contra la familia.

31
Desde hace muchos años, Chesterton15 decía que el divorcio apuntaba a la destrucción de la
familia, porque el Estado de aquellos tiempos, deseaba tener delante de sí individuos solos,
sin una ayuda familiar; dado que la familia era una institución que protegía a los individuos,
destruyendo la familia, los individuos quedarían solos contra el Estado, por lo que éste
podía disponer de todos ellos sin cortapisas, sin ningún límite.

Esa intuición de Chesterton, se ha ido confirmando con el tiempo.


Antes de finalizar el segundo milenio, desde la década del 90, Juan Pablo II –volviendo de
una clínica– decía que volvía al Vaticano para oponerse con todas sus fuerzas a un plan que
estaba en curso para la destrucción de la familia: se refería a la Conferencia de Pekín y a la
Conferencia de El Cairo, donde se gestaron los planes que actualmente se están ejecutando
a través de los gobiernos del mundo y que hieren las bases y las raíces de la familia.
El Papa previó, como tantos otros católicos profetas en este asunto (Chesterton, C. S.
Lewis, el Papa Juan Pablo II) vieron venir esta embestida contra la familia de los poderes de
este mundo, del príncipe de este mundo, que son fruto de la acedia del príncipe de este
mundo y que se desbocan contra la obra de Dios.
Ya que no puede tocarle él mismo, toca Su obra de imagen y semejanza.

Esta acedia contra la familia es una acedia contra el amor, porque la familia es el lugar del
amor: de los esposos, de los padres a los hijos, de los hijos a los padres, y de toda esa rica
red de relaciones familiares… tíos, cuñados, sobrinos, abuelos, bisabuelos, etc.
Es una acedia contra el amor a la vida que se debe dar.
Todo eso concebido religiosamente, como en la mayoría de las culturas del mundo, que han
tenido una concepción bastante religiosa de la familia, desde las culturas más primitivas.

En el mundo, esa institución familiar ha empezado a destruirse por la acción del pecado,
que es consecuencia del pecado original.
Pero, Dios emprendió la sanación de la familia en el Antiguo Testamento con la
santificación de la familia. En el Antiguo Testamento, Dios se hace miembro del pueblo
elegido y bendice a los patriarcas con hijos y tierra para criarlos. Es decir, santifica la familia.
De este modo comienza la redención de la familia, que, sin embargo, sigue siendo atacada
por obra demoníaca dentro del pueblo santo de Dios, de modo que la familia se ve
amenazada por muchos peligros: los matrimonios mixtos, que los profetas y Moisés tratan
de limitar; como el caso de Sansón, cuya esposa, una mujer filistea, lleva a la ruina al pueblo
de Dios, traicionándolo.

El libro de Tobías nos habla de la santidad de la familia, una visión distinta de la vida
familiar. Este libro nos habla de cómo debe ser santa la familia, de cómo el vínculo entre los
esposos no debe estar sometido a la lujuria: antes de convivir y después de casados, Tobías
y Sara pasan tres días en oración y se unen no por lujuria ni por el apetito de la carne, sino
por el amor de la descendencia, por el amor a los hijos.
Es un amor que gobierna el amor esponsal, y que lo pone al servicio de un amor más
grande: de la multiplicación del amor de Dios sobre la Tierra.

15(1874-1936). Escritor y periodista británico, ensayista, narrador, biógrafo y periodista. Referido como “el príncipe de las
paradojas”. Su personaje más famoso es el Padre Brown, un sacerdote católico de apariencia ingenua, cuya agudeza
psicológica lo vuelve un formidable detective, que aparece en +150 historias reunidas en 5 volúmenes:
https://es.wikipedia.org/wiki/G._K._Chesterton

32
El matrimonio tiene, entonces, una misión santa en el pueblo de Dios.
Ha recibido una tarea, una misión de santidad sobre la Tierra, de engendrar los hijos del
pueblo de Dios, los herederos de Abraham, Isaac y Jacob, para bendecir a todas las
naciones.
Porque las otras naciones ignoraban esta visión revelada por Dios acerca de la familia;
tenían atisbos de la sacralidad de la vida, que se expresaban de una manera u otra en las
distintas culturas, pero no tenían pleno conocimiento de la santidad.
Esta santidad, en el Antiguo Testamento, se logra porque Dios mismo se hace como
“pariente del clan”: es el pariente de Abraham, el pariente de Isaac, el pariente de Jacob.
DIOS ES MIEMBRO DEL CLAN.
Dios entra en la historia del pueblo de Israel como un miembro más en ese pueblo.
Recibe, así, el nombre de “Goel”: el pariente piadoso que se encargaba de vigilar y cuidar a
sus parientes, de honrar la sangre si alguno era asesinado persiguiendo al asesino, de liberar
a los esclavos si alguno caía en la esclavitud, de asegurar la tierra para que no saliera de las
manos de la familia.

Hay un designio de Dios sobre la familia.


Y cuando esto no se ve, hay una acedia que impide ver el bien, hay una ceguera para el bien.
Pero Dios, como “miembro del clan”, se ocupa de Sus amigos.
Les asegura la descendencia, los salva de la esclavitud, les asegura la tierra para alimentar a
sus hijos, porque Él es el pariente de Abraham, de Isaac y de Jacob.
Por eso, dentro de este pueblo se cultiva la memoria agradecida de todas las generaciones
pasadas, se cultiva la genealogía.

Una de las consecuencias de la infiltración de la acedia del mundo pagano en nuestro


pueblo cristiano, ha sido la pérdida progresiva de la memoria de los antepasados. Hay falta
de agradecimiento a los que fueron, y eso crece en la medida que se debilita el catolicismo,
la fe del pueblo católico, así mismo se debilita el amor a los antepasados y a la
descendencia, porque se pierde el deseo de los hijos.
Los padres y los hijos son portadores de la sacralidad de la vida.
Cuando se pierde esta realidad, la familia cae en el caos.
El Señor tiene destinada la sacralidad de la vida para la familia y sus miembros.
Entonces, por acedia –por ceguera– pierden de vista esta sacralidad, incluso confundiendo
el bien con el mal y el mal con el bien.

La acedia lleva a los miembros a pensar que el matrimonio es una carga, en lugar de ser el
instrumento de una misión reveladora.
El Señor no se queda solamente siendo el pariente o miembro del clan, para vigilar que sea
fecundo y vaya de generación en generación santificando al mundo, a los hombres y siendo
causa de bendición para ellos: cuando envía a Nuestro Señor Jesucristo, se da un paso más
en la santificación de la familia, se crea el Sacramento del Matrimonio.
Dios quiere que, ese matrimonio que será el de los discípulos de Cristo, sea un Sacramento.

Sacramento significa: signo eficaz de la Divina Gracia.


Es una acción de Cristo que se ha sentado a la derecha de Dios Padre, y que, por medio de
un ministro de la Iglesia, obra en la Tierra una obra de santidad y santificación.
Mediante el Sacramento del Bautismo, engendra hijos para Su Padre.

33
Mediante el Sacramento de la Confirmación, el obispo hace a hijos del Padre, adultos en la
fe. Mediante el Sacramento de Orden Sacerdotal, perdona los pecados y reparte entre el
pueblo Su Cuerpo y Su Sangre. Mediante el Sacerdote, fortalece al enfermo y a aquel que
se acerca a la muerte para el último combate, para la agonía final.

El Sacramento del Matrimonio es, precisamente, una obra de Cristo.


En esto, ha cundido dentro del pueblo católico una cierta acedia frente al matrimonio como
Sacramento. En muchos ámbitos del pueblo católico, se contrae el matrimonio en la Iglesia
más bien por motivaciones humanas, no tanto religiosas, porque no se advierte que, en el
Sacramento del Matrimonio, Cristo quiere que los esposos sean ministros el uno para el
otro, no de un amor puramente natural, sino de Su amor sobrenatural y transformador.
Cristo quiere que, el esposo sea ministro del amor de Cristo para la esposa; quiere traducir
Su amor a la esposa en forma de amor de esposo, haciendo del esposo un ministro de Su
amor; y viceversa: quiere traducir Su amor al esposo en forma de amor de esposa, de modo
que santifique al esposo a través del ministerio de la esposa.

Esta visión sagrada y sacralizada del matrimonio, que es la culminación de la obra


santificadora y sacralizadora de Dios para esta unión que había destinado por la Creación el
uno al otro, que de esta manera los fieles se dispusieran a entrar en comunión con la
Santísima Trinidad.
Ya desde esta vida, su amor no será solamente santo, como en el Antiguo Testamento por
la presencia de Dios como miembro del clan, sino que ahora los esposos serán levantados a
una comunión con el amor Divino de la Santísima Trinidad.
El amor esponsal sacramental cristiano es un amor que, infundido por el Espíritu Santo,
quiere realizarse en el corazón del esposo y en la esposa de manera sacramental, y de
manera sagrada y sacralizante.

Cristo quiere ser MAESTRO, MÉDICO, PASTOR Y SACERDOTE para los esposos y para
cada uno de los esposos; quiere ser, en el esposo, el maestro, el médico, el pastor y el
sacerdote de la esposa, y viceversa.

LA ACEDIA EN LA SOCIEDAD

El demonio de la acedia es, también, una purificación que nos acompaña en la vía del
camino hacia Dios, sobre todo en la vida religiosa.
Muchas veces, donde hay formalismo, después se produce una acedia tal contra las formas
que, en vez de llenarlas de espíritu, se comienza por abolirlas.
El formalismo vacío de espíritu puede conducirnos a la informalidad; pero la falta de
formas, no es garantía de que el espíritu se recupere.
Uno puede tirar las formas y no recuperar el espíritu.

El fervor inmuniza, sostiene y vigoriza contra el demonio de la acedia, y contra los


formalismos que se pueden encontrar en el camino hacia Dios.
Puede dar la posibilidad de mirar hacia atrás con otro conocimiento y otra sabiduría, y
entender qué sucedió en nuestras etapas pasadas de la vida, donde nos alejamos de Dios.

34
En el camino a Dios y en el ejercicio de las virtudes, encontramos a veces una actitud en
nosotros que es muy peligrosa para alimentar el demonio de la acedia: cierta forma de
practicar una religión sin fervor religioso y reemplazando las virtudes teológicas por las
virtudes humanas. Lleva a la contemplación de sí mismo y a buscar la propia gloria de la
propia bondad, en el ejercicio de las virtudes morales.

Este fenómeno no es contemporáneo, esto comenzó en el pueblo de Dios bastantes siglos


atrás, era un proceso que se había cumplido por ejemplo en la Revolución Francesa –donde
hubo un intento de abolir las formas católicas y suplirlas por otras formas: la Catedral de
Notre Dame fue consagrada a la diosa de la Razón, se quiso cambiar el calendario católico
por un calendario puramente naturalista. Intentos históricos de abolir la fe, también la
Revolución Bolchevique, el intento de abolir el cristianismo en España y México, en América
Latina. Todo ello obedecía a una acedia intelectual, que respondía a razones bien
intencionadas (que la fe era un obstáculo para el progreso humano).

Es así que, el demonio de la acedia ha actuado en nuestra sociedad históricamente desde


siempre y ha sido la causa de las persecuciones en nuestros tiempos.
Combate entre la filantropía y la caridad.
El demonio de la acedia viene jugándose en la historia, desde el segundo acto de la
Creación, cuando el demonio se empeñó en abolir la Obra de Dios como si fuera un mal.

Muchas personas se sienten muy molestas con el sonido de las campanas y responden con
agresividad cuando las escuchan tocar tempranamente convocando a Misa.
Ello también es un signo de ataque del demonio de la acedia.
Contrariamente, esas mismas personas no se molestan con los ruidos de los salones de
baile que las rodean en el mismo perímetro de la Iglesia, ni con los aviones, solamente con
las campanas. Una aversión absoluta, allí hay acedia.

Otras personas más, muchas en realidad, dicen que, ya que fueron obligadas a oír Misa
todos los días en su colegio católico, están “empachados” de Dios y consideran que ya
escucharon todas las Misas que debían en toda su vida. (¿?)
Los “empachados” de Cristo son víctimas de una imposición de las formas de la piedad,
ahora están resentidos con eso, recalcitraron durante ese tiempo, víctimas de la acedia.
No alcanzaron a introducirse en el espíritu que debía imbuir esas formas religiosas.

¿POR QUÉ LE LLAMAMOS DEMONIO?

No le llamamos “el pecado de la acedia”.


Tampoco le llamamos “el fenómeno psicológico de la acedia”.
Es EL DEMONIO DE LA ACEDIA, porque su verdadera naturaleza es DEMONÍACA, aunque
se manifieste como un pecado en el orden moral o religioso, o como un estado de ánimo de
orden psicológico.
No es un invento nuestro, es la doctrina cristiana de Nuestro Señor Jesucristo.

35
Evangelio según San Marcos, capítulo I, versículo 21 y siguientes:

[Contexto] Nuestro Señor Jesucristo ha llegado cumpliendo las


Escrituras, se ha manifestado el Espíritu Santo sobre Él en Su
bautismo en esa escena trinitaria en que aparece Jesús como el Hijo y
el Padre da testimonio de Él (“Éste es mi Hijo muy amado, en Quien
me complazco”) y después Nuestro Señor Jesucristo es echado al
desierto –como empujado al desierto por el Espíritu Santo, cargado
con los pecados de Su pueblo, así como ha bajado al fondo del Jordán
–como el hombre, Cordero de Dios, cargado con los pecados de la
humanidad. Hasta ahora se ha contemplado la obra del Espíritu
Santo en Él.

Nos dice el Evangelista que, después de que Juan Bautista fue preso,
comenzó el ministerio de Nuestro Señor Jesucristo. Y comienza en la
orilla del lago de Genesaret, llamando a los primeros discípulos, que
lo siguen inmediatamente. El efecto del Espíritu Santo actuando en
Jesús hace que, los apóstoles llamados lo sigan. El Espíritu Santo se
muestra, por tanto, como un espíritu de justificación: permite que los
hombres se acerquen a Dios cuando Dios pasa y los llama.

Inmediatamente después, viene la revelación de un espíritu


antagónico, que fue el que estuvo tentándolo en el desierto: es el
espíritu impuro, porque el Espíritu Santo es puro, acerca a Dios, hace
puro para acercarse a Dios, nos hace puros como Dios y nos hace
dignos de acercarnos; mientras que, el espíritu impuro separa a los
hombres de Dios, no permite que los hombres se acerquen a Dios y
tampoco permite que reconozcan la autoridad de Dios, que hecho
hombre, aparece entre los hombres.

Esta escena es en la sinagoga de Cafarnaúm. Las vocaciones de los


primeros discípulos, de los pescadores, han sido un viernes por la
mañana, mientras ellos todavía estaban trabajando. El viernes por la
tarde comienza el sábado. Al llegar la tarde de ese viernes en que ha
llamado los discípulos, Jesús, con Pedro, Juan, Santiago y Andrés,
entra en la sinagoga de Cafarnaúm, donde se va a manifestar por
primera vez este espíritu impuro que actúa oponiéndose a que los
hombres reciban el mensaje de Nuestro Señor Jesucristo.

Este espíritu impuro se manifiesta aparentemente con indiferencia,


pero se refleja como un espíritu de miedo, y después se manifiesta
con un espíritu que, conociendo a Dios, no Lo ama: un espíritu de
desamor, de oposición a Dios.

Este es un retrato revelado del espíritu impuro.


Corren muchas imágenes del demonio, cuando hablamos de éste
espíritu muchos se asustan porque se habla siempre del mal, que no
tenemos que hablar del infierno y la condenación eterna cuando Dios
es amor. Si no conocemos el mal, tampoco conocemos el bien.

36
Nuestro Señor Jesucristo nos ha revelado el bien, pero al mismo
tiempo y contemporáneamente ha dejado de manifiesto que, las
tinieblas no reciben a la luz –las tinieblas demoníacas, las tinieblas en
el corazón de los hombres–. Si no sabemos esto, no sabemos tratar
con el rechazo al Evangelio. Esto es MUY IMPORTANTE para la
evangelización a la que se nos envía: si no conocemos los nombres
del demonio, no podemos exorcizarlos y Jesús nos envía a predicar
con poder de expulsar demonios, es un poder que Él le da a la Iglesia.

El principal de estos espíritus impuros es el espíritu de la acedia, el


espíritu que se manifiesta oponiéndose a Jesús, aparentando una
cierta extrañeza por este modo nuevo de enseñar que el Señor trae,
distinto al de los maestros de Israel:

“Entran en Cafarnaúm. Y enseguida que fue sábado, Jesús


enseñaba en la sinagoga. Y ellos se extrañaban de Su enseñanza,
porque les estaba enseñando como quien tiene autoridad. Había en
su sinagoga un hombre en espíritu impuro. Y el hombre gritó:
¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús de Nazaret?
¿Has venido a destruirnos? ¡Sabemos quién eres!”.

El hombre NO estaba endemoniado, estaba en espíritu impuro, como quien está en una
atmósfera espiritual cerrada, como quien está bajo el dominio de un espíritu opuesto al
Espíritu Santo, que le impide abrirse al mensaje de Jesús. Es un hombre, pero de alguna
manera representa el sentir de la sinagoga y el sentido de esa extrañeza de la sinagoga, que
no es una maravilla positiva que abre los corazones para recibir el mensaje del Señor, sino
que es el espíritu de acedia: cierra los corazones para recibir el mensaje en forma de
extrañeza, ese juzgar el mensaje de Jesús de acuerdo con las pautas culturales a las que uno
pertenece es también un obstáculo para recibir el Espíritu de Dios y es acedia.

Las persuasiones que uno hereda de una cultura adversa/ajena al Evangelio, impiden que
uno se abra a las pautas del Evangelio: se le considera fuera de moda, cosa de otro tiempo,
algo contrario a las convicciones culturales reinantes en las que uno fue criado, y eso impide
recibir el mensaje del Evangelio del Señor, y abrirse a la figura de Jesús, y al vínculo y a la
comunión con Él; así también, al vínculo y a la comunión con el Padre y el Espíritu Santo.

¿Qué es el demonio?
El demonio no es un ser visible o una especie de macho cabrío con cuernos y patas de
chivo, o un ser horrendo y abominable que podemos encontrarnos de repente bajo la
cama o en el ropero.
Es un pensamiento.
Son convicciones en el hombre.

El hombre de la sinagoga estaba en espíritu impuro, porque estaba dominado por sus
convicciones, que hablan a través de él.

La primera convicción es de indiferencia


(¿qué tenemos que ver contigo, Jesús de Nazaret?).

37
Es propio del espíritu impuro negar la comunión o no poner comunión, mientras que el
Espíritu Santo produce la comunión con Nuestro Señor Jesucristo.
Si tenemos comunión con Él, comunión de amor, si nos sentimos vinculados a Él, eso es en
nosotros la obra del Espíritu Santo.
¿Por qué tantos otros no se acercan al Señor?
Porque están en espíritu impuro, tienen un impedimento interior, no están poseídos del
demonio, hay en ellos estas convicciones y tentaciones que les impiden abrir su corazón al
mensaje del Evangelio y vincularse con Nuestro Señor Jesucristo por amor.

Pero esta indiferencia es aparente.


Porque es una indiferencia que se grita.
Nadie verdaderamente indiferente grita.
La indiferencia es como sentimentalmente neutra: ni me detengo, ni lo miro.
¿Por qué este grito?
Porque debajo de la aparente indiferencia, se esconde en realidad un miedo a Dios.
Se esconde una acusación a Dios: que Dios es malo.

La segunda, de miedo
(¿has venido a destruirnos?).
Tú eres malo, Tú nos destruyes.
Eres un mal para nosotros.

Este segundo grito nos revela lo que hay debajo de esa aparente indiferencia.
Aparentemente, estamos en una cultura indiferente, pero esa cultura en el fondo no lo es, y
por eso se opone tantas veces cuando se le propone el Evangelio de Nuestro Señor
Jesucristo, de manera explícita y un poco frontal, de manera clara; y sobre todo, cuando se
le propone de manera que contradice sus convicciones habituales, aquellas en las cuales él
se establece y juzga todas las cosas desde ellas, sin dejar que Dios las juzgue desde Sí
mismo: no se abren a Dios, y consideran que la irrupción de Dios en sus vidas, en su
inteligencia y en su corazón puede destruir esas convicciones habituales, por eso le temen.

La tercera, de conocimiento sin amor


(¡sabemos quién eres!).
Algunas traducciones son en singular:
¡Ya sé quién eres!
Pero los textos más acreditados, los griegos, formulan los 3 gritos del Espíritu Santo en
plural.
Es un hombre que está hablando en plural:
no dice ¿qué tienes que ver conmigo?
¿has venido a destruirme?
¡sé quién eres!
Sino que, habla las 3 veces en plural.
Este “sabemos quién eres” es una expresión que implica el conocimiento, pero que niega el
amor. Sabemos quién eres, pero no te amamos. Sabemos quién eres, pero te tememos.
Sabemos quién eres, pero te acusamos de ser malo para nosotros.
Por lo tanto, no tenemos nada que ver contigo y Tú nada tienes que ver con nosotros.
Ni queremos tener nada que ver.

38
Aquí está, entonces, el retrato demoníaco.
El espíritu impuro es un espíritu que aparece como indiferencia, que se manifiesta como
odio a Dios y con un conocimiento que no se mueve al amor, sino al odio.
Un temor y una acusación a Dios.

Recordemos los pecados contra el amor de Dios16, de los que nos habla el Catecismo de la
Iglesia Católica:

1. La indiferencia
2. La ingratitud
3. La tibieza
4. La acedia
Jesús, el Hijo de Dios, es visto como un mal para el hombre de espíritu impuro, pero
también como un mal para su pueblo.
Hay una revelación siguiente: cuando Nuestro Señor Jesucristo exorciza este demonio.
Dice: “¡Cállate y sal de él!”.

El hombre ha venido hablando de nosotros:


¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús de Nazaret?
¿Has venido a destruirnos?
¡Sabemos quién eres!

Jesús lo increpa en singular:


“¡Cállate y sal de él!”.
No admite que ese demonio tenga una representación colectiva, ni que pueda hablar en
plural.

Evangelio según San Marcos, capítulo I, versículo 21 y siguientes:

“Jesús, entonces, le ordenó diciendo: ¡Cállate y sal de él!”.

Jesús nos enseña aquí a distinguir entre el hombre y el espíritu que está en el hombre.
Este hombre estaba en espíritu impuro, pero el espíritu impuro estaba también en este
hombre.
Tenemos que conocer y aprender a reconocer de Nuestro Señor Jesucristo, que cuando
vamos a predicar, cuando presentamos el Evangelio y nos encontramos con el rechazo,
tenemos que distinguir entre la persona y el espíritu que habla a través de la persona. ESTA
ES UNA ENSEÑANZA IMPORTANTÍSIMA PARA LA EVANGELIZACIÓN.
Porque, si somos enviados a evangelizar, nos encontraremos el rechazo de las personas.

16 Pecados contra la caridad, o sea, contra el amor de Dios (CIC)


-La indiferencia: descuida o rechaza la caridad divina; desprecia su acción preveniente y niega su fuerza.
-La ingratitud: omite o se niega a reconocer la caridad divina y devolverle amor por amor.
-La tibieza: es una vacilación o negligencia en responder al amor divino; puede implicar la negación a entregarse al
movimiento de la caridad.
-La acedia o pereza espiritual: rechazo a todo lo que viene de Dios y siente horror por el bien divino.
-El odio a Dios: tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de Dios, cuya bondad niega, y lo maldice porque condena el
pecado e inflige penas.

39
En muchos lugares y circunstancias encontraremos los mismos gritos y las mismas voces
del espíritu impuro de la sinagoga. ¿Qué tiene que ver Jesús con la vida? Esto no nos interesa.
Muchos están enojados con Dios porque Él no sana a su padre, o porque le rezan y no
responde, Lo consideran malo y destructor porque no responde a sus plegarias o
necesidades. Consideran que Dios vino a destruir, no a construir. Y muchos dicen, también,
que ya escucharon suficiente de Jesús, de las monjas de su colegio o de los sacerdotes del
templo a donde iban de chicos, que ya saben todas esas cosas. Y escuchamos entonces esas
voces: Sabemos quién eres, pero no te amamos.

Estamos llamados a comprender algo que es muy iluminador para nuestra situación en la
existencia: que hay como una dominación de este espíritu de acedia, que domina en esta
cultura donde nos encontramos. Esta cultura está en espíritu impuro, por eso aparece como
una cultura indiferente, como una cultura que tiene acusaciones contra Dios, que no quiere
que Dios intervenga en la vida política ni social ni familiar, no quiere que se configure la vida
humana de acuerdo con la fe de los creyentes.
Esta cultura maneja, incluso, la teología, pero sin fe, sin amor.
Por lo tanto, HAY UN CONOCIMIENTO DE DIOS SIN AMOR.

Es ciertamente doloroso el hecho de que, muchas teologías y muchos discursos acerca de


Dios, en vez de llevarnos a la comunión con Dios, nos separan de Él y nos llevan a un
discurso que no nos dice nada profundo ni nos transforma.

“El pensamiento acerca de Dios, del tiempo de la Ilustración, es un


pensamiento que, hablando de Dios, aparta de Él. Por lo tanto, hay que
volver a un discurso más unido a la Sagrada Escritura” (Martin Buber17).

“El discurso acerca de Nuestro Señor Jesucristo, lo que se escribe y se


dice acerca de Nuestro Señor Jesucristo en los últimos cincuenta años,
no es un discurso que lleve a la comunión con Él, sino que es un discurso
que aparte de la comunión con Él, haciendo de Jesucristo un objeto
acerca del cual se habla, pero que no nos lleva verdaderamente a la
comunión con Él. Precisamente para lograr una presentación de
Jesucristo que nos lleve a la comunión, me siento movido a hablar de
Jesús de Nazaret (Papa Emérito Benedicto XVI, prólogo en su libro
“Jesús de Nazaret”18).

Para reconocer el fenómeno de la acedia a nuestro alrededor y no sucumbir a él, debemos


distinguir entre las personas y el espíritu en que están.
Pedirle a Nuestro Señor Jesucristo, cuando lo encontramos, que Él ordene a ese espíritu
impuro de la acedia: ¡Sal de él!; que, con Su autoridad, exorcice ese espíritu impuro de la
acedia en las almas de nuestra cultura, de nuestra familia, de nuestra sociedad, porque

17 Martin Buber (1878-1965). Filósofo existencialista judío, traductor, pedagogo, escritor, editor literario, profesor
universitario, traductor de la Biblia y educador. Miembro de la Academia Israelí de Ciencias y Humanidades. Miembro de
la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias. Premio de la Paz del Comercio Librero Alemán. Medalla Goethe
de la ciudad de Fráncfort. Premio Israel. Premio Bialik. Premio Erasmus. Conocido por su filosofía de diálogo y por sus
obras de carácter existencialista. Sionista cultural, anarquista filosófico y partidario de “una tierra para dos pueblos”:
https://es.wikipedia.org/wiki/Martin_Buber

18 http://www.liturgiacatolica.org/pdf/JesusDeNazaret.pdf

40
estamos en una civilización dominada por el príncipe de este mundo, por el príncipe de la
acedia. Por eso hay tanta resistencia en tantos, incluso gobernantes y gente que detenta el
poder para hacer el bien o el mal, resistencia para recibir el mensaje de Jesús.

Por lo tanto, uno de los remedios principales contra el demonio de la acedia es EL


EXORCISMO. Rezar frecuentemente la oración de San Miguel Arcángel, que antiguamente
se rezaba siempre después de cada Misa y que ahora está volviéndose a orar, porque se
reconoce que el poder de Nuestro Señor Jesucristo es el único que puede vencer a este
obstáculo demoníaco de la acedia, para que Él sea quien reine en los corazones.

ACEDIA Y MARTIRIO

La acedia en el contexto del martirio de los cristianos.


La reflexión teológica y de los santos pastores mártires, que hicieron una teología del
martirio porque ellos mismos pasaron por esa experiencia.
Tenemos la doctrina de los santos obispos y mártires, y de todos los cristianos que fueron
testigos de la vida de los mártires, que nos da una enseñanza del martirio como un lugar
donde la acedia desempeña un rol que nos permite conocerla muy bien.

Se presenta la acedia en los perseguidores, en los perseguidos y en aquel que, según la


experiencia de nuestros maestros en la fe, incita a la persecución de los cristianos para
matarlos, el demonio, el príncipe de este mundo, el instigador del martirio (instiga al
martirio), trata de acobardar a los mártires y él es el que desea la destrucción de los
mártires, desea su apostasía, pero no desea su triunfo, por eso trata de acobardarlos.

La acedia de los perseguidores

 Figura arquetípica del perseguidor: Herodes, que cuando se


entera de que ha nacido el Rey de los Judíos, el Mesías, quiere
buscarlo para matarlo; no se alegra de la venida del Mesías, sino
que lo ve como un rival a su poderío en este mundo; lo ve como un
peligro y quiere matarlo, pues es un competidor para él.

 Hay una acedia en Herodes, que le hace ver los planes de Dios
como opuestos a su poderío terreno; esa acedia del perseguidor
es la que explica la matanza de los inocentes.

 Es un arquetipo del poderoso que se opone a los planes divinos y


que más tarde se opondrá a los hijos de Dios, a los santos
inocentes –porque los hijos de Dios son inocentes– y tratará de
borrarlos de la faz de la Tierra.

41
 A lo largo de la historia, los ideólogos que se oponen a Dios y que
persiguen a la Iglesia: acusan a la fe de ser un opio del pueblo y,
por lo tanto, para lograr una sociedad ideal, es necesario que el
hombre creyente desaparezca de la faz de la Tierra; era necesario
cambiar el sentido común de las personas para que se pudiera
instalar sobre la Tierra el “orden social perfecto”, inmanente.

 Ideologías que se oponen al Cuerpo Místico de Cristo en la Tierra,


el Cuerpo Histórico de Cristo, con una visión puramente política
de la Iglesia, que la consideran un mal para la humanidad y que
debe mantenerse por lo menos alejada de toda interferencia o de
toda posibilidad de influencia política y social sobre la
configuración de la vida humana en la Tierra, de acuerdo con los
principios cristianos.

 Los perseguidores no permiten ni siquiera que existan aquellos


que deseen configurar espacios de vida humana de acuerdo con
su fe.

 Esta persecución no es sólo sangrienta: tiene muchas más formas,


sin destruir la vida física misma, coartan la libertad de los
creyentes para vivir libremente sus ideas; a los cristianos se les
considera un mal; eso ha sucedido desde los primeros tiempos,
desde los emperadores romanos que persiguieron a los cristianos
y les dieron pena de muerta, desde Nerón en adelante –quien,
para apartar de sí la sombra de sospechoso de haber incendiado a
Roma, echó la culpa a los cristianos y quemó a los primeros
cristianos, los arrojó a las fieras y expidió un decreto por el cual, el
ser cristiano era un delito, un decreto contrario a los principios
elementales del derecho romano que no podía juzgar a ninguna
persona si no era por sus hechos–.

 Este es el origen de la acedia en los perseguidores, en aquellos


que consideraron a los cristianos un mal. Nerón, por ejemplo,
llegó a declarar que el cristiano era enemigo del género humano,
simplemente por serlo.

La acedia de los perseguidos

 La acedia de Pedro ante la Cruz, ante Nuestro Señor Jesucristo


que anunció que iba a morir en Cruz y Pedro se niega a permitirlo;
luego, Pedro se avergüenza de la Cruz y abandona al Señor, lo
niega, no comprende; Pedro es el primero que sufre la acedia por
la persecución, es el primero que ve a la Cruz como un mal.

42
 El martirio es una gracia, no es un programa; nadie puede decir
qué va a decir cuando lo maten; en cambio, vemos una pléyade de
mártires en las revoluciones marxistas, en Rusia, en México, en la
guerra de los Cristeros, en España: templos incautados,
sacerdotes y monjas expulsados, destrucción de la imagen del
Sagrado Corazón de Jesús y de la Santísima Virgen María,
persecución violenta y cruel y arbitraria contra todos los derechos
humanos, a los católicos por ser católicos; niños martirizados,
jóvenes seminaristas torturados, sacerdotes asesinados.

 El martirio es una gracia concedida por Dios: los mártires mueren


voluntariamente, animosamente y gozosamente en el Señor,
dando ejemplo al mundo entero, dando ejemplo de esta gracia
que el Señor concede a Su Iglesia; los mártires de la Revolución
española no están tan lejos de nosotros; en Hungría, mueren por
año 140 mil católicos19 por profesar abiertamente su fe: en estos
momentos20 hay un mártir cristiano cada 5 minutos.

 Sin embargo, esto no es deplorado: hay una indiferencia en los


medios acerca del martirio cristiano, precisamente una de las
características de la acedia, la indiferencia ante el mal, la tibieza
en la reacción y en la corrección de este mal tan terrible; no se les
ama, por lo tanto, no se les extraña, ni se deplora su desaparición;
al contrario, se les ve como un mal, se ve con complacencia su
muerte; no se dice nada de ellos. Esta es la acedia de los
perseguidos.

 Todos nosotros tememos el martirio, es lógico, Nuestro Señor


Jesucristo en el Huerto de los Olivos también se angustió. Pero al
orar al Padre, pidió que no se hiciera Su propia voluntad, sino la
del Padre. Es así que, al someter Su voluntad a la voluntad del
Padre hasta la muerte, y muerte de cruz, Jesús culminó como
hombre sobre la Tierra su filialización hasta el fin, hasta que en la
Cruz dijo: “Padre, en Tus manos encomiendo mi espíritu”.

 Jesús es el primer mártir. Es el primer perseguido. Es el Hijo de


Dios que, por hacer la voluntad del Padre, por cumplir Su misión
sobre la Tierra, por la gracia y el don del Espíritu Santo es capaz
de llegar a la muerte por hacer la voluntad del Padre; así, da
ejemplo a todos los mártires cristianos que ha habido a lo largo de
la historia; ellos han vivido la gracia que vieron vivir a Jesús,
aprendieron de su Maestro y lo siguieron también por el camino

19 Datos del año 2012.


20 Año 2012.

43
de la Cruz, por el camino de entregar la vida hasta el fin por amor
a Dios.

 Pero, así como algunos monjes no pudieron vencer el demonio de


la acedia y retrocedieron en su vida de santidad, así también ante
el martirio las persecuciones produjeron muchos apóstatas y
muchos que se acobardaron ante el martirio, no pudieron dar ese
paso; tampoco podemos condenarlos nosotros, ese juicio le toca
al Señor por esa debilidad que tuvieron, pero como dice San
Cipriano21 acerca de estos que habían caído en la prueba, que “era
necesario que hicieran penitencia, y reconocieran su error, y se
corrigieran, porque muchos de ellos habían caído porque no huyeron
a tiempo de la situación que los llevó al juicio. Muchos se quedaron
en la ciudad porque no supieron renunciar a sus riquezas”.

 Muchos de esos que cita San Cipriano, estaban aferrados a los


bienes de esta vida y no supieron renunciar para vivir en otro lado,
llevándose el tesoro de la fe; por eso, siendo débiles, se quedaron
en un lugar donde iban a ser probados más allá de sus fuerzas:
“tenían que haberse ido para salvar el tesoro de la fe”, dice San
Cipriano.

 Como se quedaron por tener bienes en este mundo, los que la


huida los había obligado a renunciar, se pusieron en una situación
temeraria, y por eso cayeron: por eso es necesario que ellos hagan
penitencia y se purifiquen, que sean iluminados por esta
experiencia para comprender que deben despegarse de los bienes
de este mundo.

 Por lo tanto, es el apego a esta vida y a las cosas mundanas,


también a cosas lícitas como los amores, la raíz de esa acedia que
puede darse en los perseguidos.

San Ignacio de Antioquía22 reconoció que había acedia en él y en los cristianos amigos
que querían impedir el martirio al que fue sometido:

21 Obispode Cartago y mártir. Año 258. El santo más importante de África y el más brillante de los obispos de este
continente, antes de que apareciera San Agustín: https://www.ewtn.com/spanish/saints/Cornelio_y_San_Cipriano.htm

22Mártir. Año 107. Dicen que fue discípulo de San Juan Evangelista. 40 años estuvo como obispo ejemplar de Antioquía,
que después de Roma, era la ciudad más importante para los cristianos, pues tenía el mayor # de creyentes. Se hizo
célebre porque, cuando era llevado al martirio, en vez de sentir miedo, rogaba a sus amigos que le ayudaran a pedirle a
Dios que las fieras no lo fueran a dejar sin destrozar, porque deseaba ser muerto por proclamar su amor a Jesucristo.
Algunos escritores antiguos decían que, Ignacio de Antioquía fue aquel niño que Jesús colocó en medio de los apóstoles
para decirles: “Quien no se haga como un niño, no puede entrar en el Reino de los Cielos” (Mc 9,36):
https://www.ewtn.com/spanish/saints/Ignacio_de_Antioquia.htm

44
“Perdonadme, yo sé lo que me conviene. Ahora empiezo a ser discípulo.
Que ninguna cosa, visible ni invisible, se me oponga por acedia. Que
nadie se me oponga por acedia a que yo alcance a Jesucristo” (Carta a
los Romanos).

Oponerse al martirio del mártir, Ignacio de Antioquía lo ve como acedia.


Acedia: ver el martirio como un mal, y no como un bien.
En esa carrera que va corriendo detrás, como Pablo, que va corriendo después del grito que
pegó al ser alcanzado por Él, a ver si Lo alcanza, a ver si se asemeja a Él, esa semejanza con
Jesucristo, es la obra del Espíritu Santo en nosotros.
Todos debemos estar deseosos de ser asemejados al Hijo.

San Ignacio de Antioquía:

“Fuego y cruz, manadas de fieras, quebrantamientos de mis huesos,


descoyuntamientos de miembros, trituraciones de todo mi cuerpo,
tormentos atroces del Diablo… que vengan sobre mí, a condición sólo de
que yo alcance a Jesucristo. De nada me aprovecharán los confines del
mundo, ni los reinos todos de este siglo. Para mí, es mejor morir en
Jesucristo que ser rey hasta los términos de la Tierra. Perdonadme,
hermanos, no me impidáis vivir. No os empeñéis en que yo muera; no
entreguéis al mundo a quien no anhela sino ser de Dios. No me tratéis
de engañar con lo terreno. Dejadme contemplar la luz pura. Llegado
allí, seré de verdad hombre.” (Carta a los Romanos).

Tormentos a los que se sometía a los cristianos en aquel tiempo en el Coliseo de Roma.
San Ignacio confirma que, el ejecutor de todos estos tormentos es el Diablo.
Buscaba ser asemejado al Hijo, obediente al Padre hasta el fin.
Asemejarse a Cristo, quien no tuvo un reino en este mundo para hacer el bien.

Aquí está la refutación del mesianismo cristiano, de la ilusión cristiana de influir en el


mundo: es asemejándome con Cristo con que yo tengo la eficacia, incluso en la Tierra.
“No me impidáis vivir”, no les dice “no me impidáis morir”, porque el martirio, siguiendo a
Jesucristo, es VIVIR COMO HIJO.
“No os empeñéis en que yo muera”: que yo muera a mi ser filial, a mi ser cristiano.
“No entreguéis al mundo a quien no anhela sino ser de Dios”: si ustedes me dejan acá, me
entregan al mundo.
¡Cómo corrige este santo obispo la óptica de los cristianos que, con buena voluntad, querían
apartarlo del martirio! (porque ellos también tenían acedia del martirio).

En el abrazo del Padre, seré Hijo.


Alcanzaré la imagen y semejanza de Dios que me hace hombre, según el designio del
principio. ¡Qué visión de fe tan profunda! ¡Qué maravillosa!
Cuanto más atribulados estemos en este mundo, por la condición cristiana y por la
oposición y los sufrimientos que debemos padecer, por permanecer y ser cristianos, más
debemos alimentar nuestro espíritu con escritos como los de San Ignacio de Antioquía.

45
San Ignacio de Antioquía:

“Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios. Si alguno lo tiene


dentro de sí, que comprenda lo que yo quiero; y, si sabe lo que a mí me
apremia, que tenga lástima de mí.” (Carta a los Romanos).

El tercer personaje de este drama del martirio es el príncipe de este mundo, que es el
príncipe de la acedia. Es el acedioso por excelencia. Satanás es el acedioso, que considera
mal el bien y bien el mal, que Dios es malo.
Todos los que han elaborado la visión teológica del martirio y los que han tenido la
experiencia, no como una teoría abstracta, sino que la han comprendido en sus vidas, han
comprendido las razones espirituales del martirio –como Ignacio de Antioquía–, todos
reconocen que el que azuza al martirio y a la persecución es Satanás.

San Justino23, reprochándoles a los perseguidores:

“Nosotros hacemos profesión de no cometer injusticia alguna y de no


admitir opiniones impías, pero vosotros no lo tenéis en cuenta, y
movidos de irracional pasión, y azuzados por perversos demonios, nos
castigáis sin proceso alguno y sin sentir por ello remordimiento”.

Acá está Justino mostrando cómo los que instigan a los perseguidores son los demonios.

San Policarpo24, el anciano obispo:

“¿Qué mal hay en decir: ¡Señor César! y sacrificar? Y todo lo demás que,
por instigación del Diablo, se suele en estos casos sugerir. ¿Cómo voy a
negar a Jesucristo, si con mis 80 años sólo he recibido beneficios de Él?
¡No podría negarlo!”.

También en el martirio de Perpetua y Felicidad25, que es un relato hermosísimo de estas


dos mujeres, dice el acta del martirio sobre Perpetua, en prisión:

“Contra estas mujeres preparó el diablo una vaca bravísima, comprada


expresamente contra la costumbre”.
Perpetua sueña en la prisión que tiene una lucha con el demonio y
que Cristo la fortalece en esa lucha, de modo que puede vencerlo.

23Mártir. Año 165. No fue sacerdote, fue un laico, y fue el primer apologista cristiano (apologista = el que escribe en
defensa de algo). Sus escritos ofrecen detalles muy interesantes para saber cómo era la vida de los cristianos antes del año
200 y cómo celebraban sus ceremonias religiosas: https://www.ewtn.com/spanish/saints/Justino_6_1.htm

24 Obispo y mártir. Año 155. Discípulo del apóstol San Juan Evangelista. Los fieles le profesaban una gran admiración.
Entre sus discípulos, tuvo a San Ireneo y a varios varones importantes más. Obispo de la ciudad de Esmirna (Turquía).
Cuando San Ignacio de Antioquía iba hacia Roma, encadenado para ser martirizado, San Policarpo salió a recibirlo y besó
emocionado sus cadenas. Por petición de San Ignacio, escribió una carta a los cristianos del Asia, carta que según San
Jerónimo, era sumamente apreciada por los antiguos cristianos: https://www.ewtn.com/spanish/saints/Policarpo.htm
25 Santas Felicidad y Perpetua: Mártires. Año 203. Murieron martirizadas en Cartago (África). Perpetua era una joven

madre, de 22 años, con un bebé de pocos meses; pertenecía a una familia rica y muy estimada por toda la población;
mientras estaba en prisión, por petición de sus compañeros mártires fue escribiendo el diario de todo lo que le iba
sucediendo. Felicidad era esclava de Perpetua, también muy joven, dio a luz una niña en la prisión:
https://www.ewtn.com/spanish/Saints/Felicidad_y_Perpetua.htm

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“Le tomé la cabeza (al demonio, en el sueño) y cayó de bruces,
entonces le pisé la cabeza (el demonio tenía forma de gladiador
egipcio). El pueblo prorrumpió en vítores y mis partidarios entonaron un
himno. Yo me acerqué al lanista (maestro de los gladiadores) y recibí el
ramo del premio. Y Él (Cristo) me besó y me dijo: “Hija, la paz sea
contigo”. Y me dirigí radiante hacia la puerta Sanavivaria o de los vivos
(por donde salían los vencedores en el combate) y en aquel momento
me desperté. Entendí, entonces, que mi combate no había de ser tanto
contra las fieras, cuanto contra el Diablo, pero estaba segura de que la
victoria estaba de mi parte.”

Todos estos mártires tienen la conciencia clara de que, su lucha no es contra hombres
(como dice San Pablo en la Carta a los Efesios), sino contra las potestades de las tinieblas
que están en los aires, contra los principados, contra las fuerzas demoníacas.

Es la lucha que emprendió Nuestro Señor Jesucristo y que, si somos miembros de Su


Cuerpo y si somos Iglesia, tendremos que luchar a lo largo de nuestra vida y de todos los
tiempos, no tenemos que asombrarnos de que la persecución se encarnice con nosotros.
¿Cómo podemos vencer el temor y la acedia ante el martirio? Despreocupándonos de esto
y ocupándonos permanentemente en amar a Dios sobre todas las cosas.

EL GOZO DEL SEÑOR SERÁ SIEMPRE NUESTRA FORTALEZA.

EL DEMONIO DE LA ACEDIA: CAUSAS

La ignorancia es causa de la acedia.


No se conoce bien de Dios, se está ciego para el bien de Dios y tampoco se conocen los
caminos de Dios.
Se ignoran los caminos de Dios en esta revelación histórica.
Se busca a Dios por otros caminos por los cuales el hombre no puede alcanzarle, por
ejemplo: los caminos psicológicos o los caminos del sentimiento, de la imaginación,
puramente naturales, de las potencias naturales del hombre.

Las potencias naturales del hombre nunca pueden llegar al conocimiento de Dios sin una
revelación divina en la historia, Y ÉL ÉLIGIÓ REVELÁRSENOS EN FORMA APRENSIBLE
PARA NUESTRA CONDICIÓN HUMANA, EN FORMA DE HOMBRE, para que pudiéramos
conocer el amor de Dios hecho hombre.
Lo hemos conocido en Nuestro Señor Jesucristo.
Es la fe en Jesucristo la que nos pone en conocimiento del amor y del bien de Dios.

Dudar de este amor de Dios, es un efecto de la acedia.


Es una raíz de la acedia.
Es una falta de percepción, una a-percepción de Dios y del amor divino.

También se puede tomar el mal por bien y el bien por mal.


Muchos han pensado, a lo largo de la historia, que la revelación de Nuestro Señor Jesucristo
era una mentira, era un mal.

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Otros han pensado que era un engaño Su doctrina para la madurez del hombre, para el bien
social, o para la madurez de la cultura y el bien de la historia.
Que era necesario emanciparse de esta fe y emancipar a los hombres de la fe en Jesucristo.
Otros, han aceptado solamente lo que el hombre por sí mismo puede alcanzar por medio
de la razón, negándose a toda otra fuente de conocimiento que no sea de la razón,
desconociendo que la razón es limitada y que, una razón que no conoce sus propias
limitaciones, es irracional: otra consecuencia de esta ignorancia, una de las raíces de la
acedia, uno de los motivos de la naturaleza caída por el pecado original.

La acedia se presenta como una corrupción de la inteligencia.


Si bien miramos, esta corrupción tiene su raíz en una corrupción de los apetitos, a
consecuencia del pecado original hay una corrupción de los apetitos del hombre: el apetito
de los bienes se desordena y no obedece a la razón.
Entonces, puede incidir en que la razón se distraiga de los verdaderos bienes, y la
inteligencia queda limitada a la consideración de algunos bienes solamente: de los bienes
creados, apartándose de la consideración de los bienes divinos, ya sea por ignorancia o por
distracción.
ESAS SON LAS CAUSAS QUE HAY EN LAS POTENCIAS HUMANAS PARA QUE EL
HOMBRE PIERDA DE VISTA EL BIEN DIVINO.

Hay una circulación entre los apetitos del hombre, desordenados por el pecado original, y la
herida en la inteligencia del hombre, que es la ignorancia acerca de los bienes verdaderos:
los bienes divinos.

De estas cosas, nos habla la Sagrada Escritura.


San Pablo (Carta a los Gálatas, Capítulo 5, 16-17), enseñanza que nos permite comprender
este conflicto entre el hombre y sus potencias intelectuales y espirituales, y las potencias
sensibles o que están más próximas a su naturaleza instintiva/pasional:

“Si vivís según el espíritu (como hijos de Dios, en el Espíritu Santo,


conociendo al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, en la fe, como
discípulo de Cristo, aceptando la revelación histórica), no daréis
satisfacción a los apetitos de la carne (a los apetitos desordenados de
la carne). Pues la carne tiene apetitos contrarios al espíritu, y el espíritu
tiene apetitos contrarios a la carne”.

Los apetitos del espíritu son Dios, las cosas santas, la eternidad.
Los apetitos de la carne son los bienes de este mundo, los bienes y las cosas terrenas, todo
lo perecedero.

Gálatas 5,18: “Porque los apetitos de la carne y los apetitos del espíritu,
son antagónicos entre sí (se oponen entre sí), de forma que no hacéis lo
que quisierais”.

Nuestro espíritu desea una cosa, pero los apetitos de la carne lo distraen de esos deseos
espirituales.

Nuestros apetitos se clasifican por su objeto: hay un apetito de la comida, del sexo, de las
cosas santas, de ser amado, de amar… Los apetitos por los bienes son aquellas cosas que
nos llevan a los bienes. Cada uno se especifica por el bien al que se refiere.

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Los dos apetitos que menciona San Pablo son antagónicos, porque tienen objetos
contrarios: unos son espirituales, santos, eternos, de Dios; otros, son los objetos
perecederos de esta vida. Naturalmente, nosotros estamos en esta historia y necesitamos
esos apetitos, dirigirlos con nuestra inteligencia.

Esos dos amores opuestos también los encontramos expresados en forma diferente en la
primera Carta de San Juan, Capítulo 2, 15-16:

“Hijitos míos, no améis al mundo ni a lo que hay en el mundo. Si alguien


ama al mundo, el amor del Padre no está en él”.

Son dos amores antagónicos, no se puede amar al Padre y amar al


mundo. El mundo es la organización social y la civilización que crean
los hombres sumergidos en la ignorancia de Dios, en el pecado,
incluso en el rechazo a Dios y el rechazo a la revelación histórica del
Hijo.

El amor del Padre es incompatible con el amor del mundo: no se


puede amar al Padre –que conocemos a través de Nuestro Señor
Jesucristo– y amar al mundo, que Jesucristo nos ha mostrado como
equivocado, malo y ciego para los bienes de Dios. Son amores
incompatibles, como los apetitos mencionados por Pablo.

1 Jn 2,16: “Todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la carne


(los apetitos instintivos), la concupiscencia de los ojos (los apetitos
más espirituales) y la vanagloria de la riqueza (la soberbia de la vida)
no viene del Padre, sino del mundo”.

¿Qué nos puede orientar en la elección entre un apetito y otro?


¿Por qué no debemos amar a uno y al otro?
San Juan lo explica, diciendo:

1 Jn 2,17: “El mundo y sus concupiscencias pasan, pero quien cumple la


voluntad de Dios permanece para siempre”.
Hay que elegir entre lo perecedero y lo eterno, esa es la elección ante
la cual nos pone el orden de la caridad, tenemos que elegir lo eterno,
lo que no pasa, todo lo perecedero pasa. San Pablo dirá que el que
vive para la carne, muere con la carne; en cambio, el que vive para el
espíritu, vivirá eternamente. Es una elección entre lo transitorio, lo
fugaz, lo temporal, lo intraterreno, y esta otra dimensión que, sin
arrebatarnos de la Tierra y del tiempo, nos coloca en plena verdad
poniéndolo a la luz de la eternidad.

La acedia, por tanto, tiene como fundamento este conflicto entre los amores, entre las
pasiones, que tiene su raíz en el desorden del pecado original: las potencias que ya no
obedecen a la razón.

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En su libro “Cruzando el umbral de la esperanza”, San Juan Pablo II se refería a esta acedia
tal como se manifiesta en la cultura, y decía que “el pecado original es verdaderamente la
clave para interpretar la realidad; el pecado original no es sólo la violación de una voluntad
positiva de Dios, sino también –y, sobre todo– de la motivación que está detrás, la cual
tiende a abolir la paternidad de Dios”. Es decir, hay una mirada sobre Dios que es de
ignorancia, se Le ve como rival, no como padre, no como amoroso.

“Poniendo en duda la verdad de Dios, que es amor, y dejando la sola conciencia de amo y
de esclavo”.
Eso explica que, nuestra cultura mire a Dios como amo y a nosotros como esclavos. Dios es
el rival del hombre, la visión del mito de Prometeo (que tenía que robarles el fuego a unos
dioses avaros).

“Así, el Señor aparece celoso de Su poder sobre el mundo y sobre el hombre; en


consecuencia, el hombre se siente inducido a la lucha contra Dios”.
Por eso le teme.
Y este mismo sentimiento contradictorio en el ser humano, entre una atracción hacia Dios y
por otro lado un temor hacia Dios, se ve en el hombre una fascinación hacia Dios, pero al
mismo tiempo como un temor de Dios, que no es el temor bíblico de Dios, que es el
respeto, sino un miedo a Dios, como algo amenazador y malo.

1 Jn 4,18: “El amor perfecto exorciza el miedo”.


La caridad perfecta, la caridad filial.
Cuando conocemos a Nuestro Señor como Padre, como Padre de
Jesucristo, y cuando participamos nosotros en el amor de Cristo, eso
exorciza (expulsa) el miedo, exorciza la acedia, lo cual viene a
confirmar que el fenómeno de la acedia es un fenómeno demoníaco,
diabólico.

EL DEMONIO DE LA ACEDIA: REMEDIOS

¿Remediar la acedia, o cultivar y preservar la gracia de la caridad?


Allí donde Dios la ha puesto, nos ha encargado cultivarla [la gracia de la caridad].
El mejor remedio es conservar la salud.
Así, el mejor remedio contra la acedia es CONSERVAR LA GRACIA.
Y correspondiente con ello, un indicador de que estamos en gracia es que:
NO PODEMOS SENTIR ACEDIA, ES IMPOSIBLE, EL SEÑOR ESTÁ CON NOSOTROS Y
VIVE EN NOSOTROS, LA SANTÍSIMA TRINIDAD MORA EN NOSOTROS CUANDO
ESTAMOS EN GRACIA.

Ser fieles a la gracia, es lo que Nuestro Señor Jesucristo nos dice:


“Permaneced en Mi amor, yo os he dado ya el don del amor, permaneced en ese amor, Me
habéis encontrado”. Hay que ser fieles a la gracia primera, en eso está toda la vida cristiana.

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Ser fieles a la gracia primera permite la posibilidad de que Dios siga obrando en nosotros,
para concedernos los bienes que vienen, que no son fruto de nuestro esfuerzo, sino que nos
son dados gracias a la fidelidad del comienzo, a la fidelidad a la gracia.
Permanecer fieles a lo que Él comenzó a hacer, permite que Dios siga actuando en
nosotros.
En la otra visión del remedio, parece que Dios ha hecho algo en nosotros y luego nos suelta
a caminar por nuestra cuenta, todo lo cual indica que todo dependería ahora de nuestro
esfuerzo: dependería de nuestro esfuerzo el sabernos de una acedia que nos ha sucedido en
el camino como una especie de “episodio”.

En la primera visión, nos mantenemos en el gozo inicial.


La segunda visión, sin que lo advirtamos, puede ser causa de una acedia que va creciendo,
porque se pierde de vista el gozo de la Obra Divina realizada en nosotros, el gozo de la
Salvación, que es lo que debemos celebrar en nuestro culto.

REMEDIOS SOBRE LA ACEDIA

Una parte del remedio del mal está en conocer el mal.


Arcipreste de Talavera, Alfonso Martínez de Toledo, siglo XIII26:
“El mal no sería sentido si el bien no fuese conocido”.
Alguien puede decir que esta extensa disertación sobre el mal de la acedia es algo negativo,
un poco pesimista hablar tanto del mal; pero, la sabiduría del Arcipreste nos dice que
ocuparse del mal nos permite conocer el mal y, sobre todo, defender el bien contra el mal
que lo ataca.
Como sucede en psicología, conocer el mal espiritual que afecta a una persona, es ya parte
de la curación. Un buen diagnóstico es la mitad del tratamiento.

Los santos padres, que conocían bien el mal, nos dan el remedio de la acedia diciendo que,
para conocer la bondad de Dios y defenderse de la acusación contra Dios, hay que conocer
los bienes concretos que hemos recibido del Señor.
Por lo tanto, hay que contemplar los bienes particulares de Creación, de Salvación
Personal, lo que nos ha dado nuestra vida espiritual, lo que hemos recibido en los
Sacramentos de Gracia, lo que hemos recibido de las personas creyentes, todo el bien
que hemos recibido de la Iglesia. Pero también, el bien que Cristo ha hecho
históricamente.

Por eso, la Santa Madre Iglesia, en el ciclo litúrgico, nos hace contemplar una y otra vez la
revelación histórica de Dios, los Misterios y Su Revelación en la historia: volver a recordar la
Encarnación del Verbo Divino, Su Nacimiento, Su Pasión y Muerte, Su Resurrección.

26 AlfonsoMartínez de Toledo (Toledo, 1398 - ¿1468?). Conocido como Arcipreste de Talavera. Escritor español del pre-
Renacimiento, que vivió en Aragón y fue racionero [prebendo con derecho a ración en las iglesias catedrales] de la
Catedral de Toledo, ciudad donde nació. Descendía de noble linaje, muestra de lo cual se evidencia en el escudo grabado
en su sepulcro en la Catedral de Toledo y en la asignación (1415) de uno de los 50 beneficios eclesiásticos de la Capilla de
Los Reyes Viejos, de la Catedral de Toledo. De este rango de racionero, pasó después al muy superior rango de
porcionario. Biografió al santo visigodo San Ildefonso, pintado por El Greco, y tradujo su defensa de la Virginidad de
María.

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La contemplación de estos misterios y la gratitud por estos misterios que la Iglesia
celebra, es un remedio contra la acedia, lo mismo que la contemplación de las gracias
personales.

Pero, no bastan los remedios individuales que apuntan a las personas.


La acedia es, como hemos dicho, es un mal de la cultura, hay una civilización de la acedia
que enseña que Dios es malo, que la religión es mala, que la revelación histórica es falsa o
dañosa, en las cátedras académicas o populares, de muchas maneras.
Vivimos en una sociedad que ya tiene sus resortes armados para rechazar la fe, la vida
cristiana y el modo de vida cristiano, la Iglesia (con calumnias y persecuciones violentas o
solapadas, muchas veces).
Para remediar la acedia, también debemos pensar que este mal debe ser tenido en cuenta
en la dirección espiritual, en la teología pastoral, en su carácter demoníaco en el envío
misionero. Si Nuestro Señor Jesucristo nos envía a predicar, nos envía con el poder de
expulsar demonios. Si no conocemos aquel demonio que considera que el mensaje de Dios
es malo o que el malo es el Dios que este mensaje presenta, no podemos exorcizarlo.

Y muchas veces, como ha sucedido en algunos casos, este demonio se apodera del
mismo evangelizador, lo desanima, lo convence de que ese mensaje del que se ha
hecho portador no es interesante para el mundo, que debe adoptarlo y transformarlo a
la medida de la aceptación de las personas que, con acedia, rechazan los aspectos de
ese mensaje que su mal interior les impide recibir.

La acedia tiene dimensiones de civilización.


Y el remedio de los vicios de una civilización, debe investir dimensiones de civilización.
Es una tarea que exime nuestra capacidad individual y es una tarea de la Iglesia, y de los
medios que Cristo le ha dejado a la Iglesia, de los Sacramentos, de la santidad de la Iglesia.

Hablando del remedio para la civilización de la acedia,


pensamos espontáneamente en LA CIVILIZACIÓN DEL AMOR,
que vienen reclamando proféticamente los Papas:
ellos han intuido que, contra una civilización que peca contra el amor,
el único remedio está en procurar UNA CIVILIZACIÓN DEL AMOR.

LA ACEDIA: LUCHA Y VICTORIA

Ignorar la acedia, es ignorar un aspecto esencial del mensaje cristiano, de la revelación de


Dios, de la revelación cristiana.
La lucha que implica la acedia para el hombre creyente es una lucha espiritual, que ha
comenzado con Cristo y sigue empeñándose con la Iglesia a lo largo de los siglos.
La victoria sobre la acedia, es lo que Nuestro Señor Jesucristo nos promete y asegura si
permanecemos fieles a Él y Lo seguimos, que es la victoria del amor sobre el desamor.

La acedia es el pecado contra la caridad.


El Catecismo de la Iglesia Católica numera los pecados contra la caridad, afirmando que son
indiferencia, ingratitud, tibieza, acedia y odio a Dios.

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En el fondo, todos ellos se reducen a la acedia o son defectos del amor, distintos modos de
la acedia: la indiferencia ante El que nos ama, la ingratitud ante El que nos ama, la tibieza
en el amor Al que nos ama, o el odio a Quien nos ama. Son todas formas de la debilidad del
conocimiento del bien, o de confundir un bien con un mal.

Las descripciones teóricas anteriores pueden hacernos olvidar o perder de vista que éstos
son fenómenos personales, que lo que está en juego aquí es la lucha entre el Creador y la
creatura libre que puede rebelarse contra el Creador.
Y Satanás es eso, un demonio que fue un ángel de luz que se rebela contra Dios y dice: “¡No
serviré!”. Que considera que Dios es malo. Y que, por lo tanto, trata de abolir la obra de
Dios. Desde el comienzo de la Sagrada Escritura, aparece esta lucha.
Esta lucha está entablada:
la de Satanás contra el gobierno de una humanidad amorosa de Dios sobre las creaturas,
participando en el gobierno de la Divina Providencia.
En esa lucha llegamos hasta hoy.
Pero ha habido un acto nuevo:
LA ENCARNACIÓN DEL VERBO DIVINO, el Verbo ha venido para remediar y desarticular
ese esfuerzo de abolición por parte de las fuerzas demoníacas.

Nuestro Señor, en Su última cena,


cuando está despidiéndose de Sus discípulos, rumbo a la Pasión, les dice:
“Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo.
Estas cosas las he hablado con vosotros para que tengáis paz.
En el mundo tendréis tribulación, pero ¡confiad!
Yo he vencido al mundo”. (Juan 16,32-33).

Jesús nos anuncia que tendremos tribulaciones en este mundo.


Los cristianos no podemos ilusionarnos.
No es el discípulo mayor que su maestro, anuncia Jesús en otro de los pasajes del Evangelio.
Si a mí me han perseguido, a vosotros os perseguirán.
El que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia.
Y el que Me desprecia a Mí, desprecia a El Que me envió.

Estamos en esa comunión con el Padre y con el Hijo.


Por lo tanto, como dirá Jesús, por eso queréis matarme, porque no conocéis al Padre.
La oposición a Cristo, la oposición en el martirio, es consecuencia de esta lucha que está
entablada, y que continúa.
Jesús nos anuncia la lucha, pero también nos anuncia la victoria.

1 Jn 5,3:
“Porque este es el amor de Dios,
que guardemos sus mandamientos.
Y sus mandamientos no son pesados”.
Para los hijos no son pesados los mandamientos del padre.
Porque, si amamos al Padre, hacer la voluntad del Padre no es
pesado. El amor hace liviano incluso lo que para otros es imposible.
El amor facilita todas las cosas.

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1 Jn 5,4:
“Porque todo el que ha nacido de Dios,
vence al mundo”.
El hijo de Dios vence al mundo.
Cristo ha vencido al mundo.
Y nosotros participamos en esa victoria si vivimos como hijos.

1 Jn 5,4:
“Y esta es la victoria que venció al mundo,
nuestra fe”.
¡Qué profundidad la de este texto!
Hay que dejar que este texto ilumine nuestra vida:
NUESTRA FE NOS DA LA VICTORIA SOBRE EL MUNDO.
No nos la dan opciones exteriores.
Podemos aparecer derrotados ante el mundo, por mantenernos
creyentes y por vivir nuestra fe, como los mártires aparecieron quizás
débiles o vencidos ante el mundo, pero siendo vencedores, porque
mantuvieron su fe hasta el final.
Esta es la visión que Cristo tiene acerca de la victoria.
Hay una revelación acerca de nuestra lucha, de la característica de la
lucha, de la naturaleza teológica y religiosa de nuestra lucha, y de
cuál es la victoria que se nos promete.
Si nosotros permanecemos creyentes hasta el fin, vencemos al
mundo. El mundo no ha podido nada en nosotros.
Cuanto más el mundo parece poderoso ante nosotros, c/u de
nosotros puede experimentar y decirse:
¿Cómo es posible que un mundo tan poderoso, ante el cual sucumben
tantos que yo he conocido, incluso sacerdotes o gente que parecía
santa: qué pasa conmigo que no he sucumbido?
¿A qué se debe esta victoria de la gracia en mí, que yo experimento
como algo superior a mis fuerzas, pues soy bien consciente de mi
debilidad?

Nuestra lucha nos la explica San Pablo, en la Carta a los Efesios, capítulo 6, versículos 10 y
siguientes, exhortándonos a que nos fortalezcamos en el Señor, en Su ejemplo y en la
comunión con Él:

Efesios 6,10:
“Por lo demás, confortaos en el Señor
y en el poder de su fuerza”.
La fuerza nos viene del Señor.

Efesios 6,11:
“Revestíos de la armadura de Dios,
para que podáis sosteneros ante las acechanzas del diablo”.
Sí, vamos a luchar con el Diablo.

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Efesios 6,12:
“Porque nuestra lucha no es contra carne y sangre”.
Nuestra lucha no es contra seres humanos.
Podrán parecer, pero son servidores de una fuerza superior que los
mueve y que de pronto ellos mismos ignoran.

Efesios 6,12:
“Sino que nuestra lucha es contra los principados,
las potestades, los poderes de las tinieblas de este mundo,
y de este siglo”.
Es decir, los ángeles caídos, el príncipe de este mundo que lo maneja.
Porque, el demonio en el Paraíso se anotó la victoria de hacer que
nuestros primeros padres pecaran y que todos nosotros naciéramos
con el pecado original; por lo tanto, los hombres pecadores, que
nacen con el pecado original, ya desde Babel (esa ciudad humana que
se quiere levantar hasta alcanzar a Dios y usurpar el poder divino)
está herida por ese pecado original.
Por lo tanto, nuestra lucha es contra esos hombres carnales que no
han sido redimidos, que no conocen el amor de Dios, y se oponen al
amor de Dios movidos por el espíritu de la acedia.
Nuestra lucha no es contra ellos, es contra los poderes de las
tinieblas.
Y San Pablo nos exhorta a que tomemos la armadura de Dios:
Efesios 6,12:
“Por eso, tomen la armadura de Dios, para que puedan oponer
resistencia en el día malo, y sosténganse firmes en esta lucha”.
Para que, prevenidos con todos los aprestos de un militar,
sostenernos firmes en esta lucha.
“Pónganse en pie, ceñidos vuestros lomos con la verdad, revestidos con
la coraza de la justicia, calzados los pies con la preparación pronta para
el evangelio de la paz, embrazando en todas ocasiones el escudo de la
fe con que podáis apagar todos los dardos encendidos del Malvado”.

Efesios 6,13-18:
“Tomad el yelmo de la salvación, la espada del Espíritu que es la
Palabra de Dios; siempre en oración y súplica, en todo tiempo, en el
Espíritu, y para ello velando con toda perseverancia”.
Claramente aquí Pablo nos advierte que, nuestro enemigo principal
es el príncipe de este mundo, que tenemos una lucha constante con el
Espíritu Santo contra el demonio.
ESAS ALEGORÍAS QUE HACE PABLO SOBRE LAS CORAZAS, SON
EL ESPÍRITU SANTO, Quien nos fortalece.
El gozo del Señor es nuestra fortaleza en este combate.

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Pero la tradición cristiana nos dice que, nuestro combate es contra el
príncipe de este mundo en primer lugar, y que él organiza a los
hombres que le pertenecen (a la raza de víboras de la que habla
Nuestro Señor Jesucristo), a los hijos de Satanás: los organiza en la
sociedad perversa, el mundo, la Babilonia.

San Agustín habla de que existen en la historia dos ciudades:


la ciudad de Dios y la Jerusalén, que es la Iglesia,
la que ama a Dios y aborrece el mundo;
y la Babilonia, que es la que ama al mundo y aborrece a Dios.
Nosotros pertenecemos a la Jerusalén Celestial,
queremos pertenecer a ella, estamos en lucha con la Babilonia.
En último lugar, también, nuestro enemigo es
nuestra propia carne herida por el pecado original.
De modo que, nosotros luchamos contra la carne,
contra el mundo y contra el príncipe de este mundo.

La lucha contra la carne nos la explica San Pablo,


donde habla de esa lucha que experimenta el hombre contra sí
mismo (la carne es el hombre herido por el pecado original y todavía
no habitado por la gracia):

Rom 7,18:
“Porque sé que no habita en mí el bien,
quiere decir, en mi carne cosa buena;
porque el querer el bien lo tengo a mano,
pero el poner por obra lo bueno, no”.
Conozco los valores, sé lo que es bueno,
pero me falta la virtud para ponerlos en práctica.

Rom 7,19:
“Porque no es el bien que quiero lo que hago,
antes el mal que no quiero es lo que obro”.
Quiero hacer el bien, y obro el mal.
Y sé que obro el mal, y no me puedo corregir.
[Los adictos podrán comprender bien esta ley].
La adicción se convierte en una cárcel,
eso es la prisión de la carne.
De eso también nos tiene que librar el Señor:
del desorden de nuestras pasiones,
que nos quitan la libertad y nos hacen adictos al mal,
a un mal que reconocemos, pero del que no podemos zafarnos.
Esa es la lucha contra la carne,

TAMBIÉN SOBRE ESO EL SEÑOR NOS ASEGURA LA VICTORIA.

56
Rom 8,31-32:
“¿Qué diremos, pues, a estas cosas?
Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
Aquel que a su propio hijo no le perdonó,
sino que por nosotros lo entregó.
¿Cómo no, juntamente con Él,
nos dará la gracia en todas las cosas?”.

¡Un mensaje hermoso para


los que sufren cárceles interiores,
como la adicción!
Que no bajen los brazos,
que se acerquen al Cristo victorioso,
para que los haga participar en Su victoria.

Rom 8,33-34:
“¿Quién presentará acusación contra los elegidos de Dios?
Dios es quien justifica. ¿Quién será el que condene?
¿Acaso Cristo Jesús, el que murió, o más bien, el que resucitó,
quien asimismo está a la diestra de Dios e intercede por nosotros?
¿Quién nos apartará de este amor de Cristo?
¿El espíritu de la acedia? ¿La tribulación?
¿Las persecuciones? ¿La angustia?
¿Hambre? ¿Desnudez? ¿Los peligros?
¿La espada? ¿Las carencias humanas?

Rom 8,36:
“Por tu causa somos matados todo el día”.
Y culmina todo esto con la frase magnánima:
Rom 8,37:
“En todas estas cosas,
soberanamente vencemos
por obra de aquel que nos amó”.
Aquí está de nuevo la victoria, después de enumerar las cosas que
pueden erosionar nuestro amor a Dios, y frenarnos en el camino que
corremos en dirección a Dios, que nos alcanzó primero.
EN TODAS ESTAS COSAS, EL CRISTIANO SUPER-VENCE.
SUPER-VENCEMOS POR AQUEL QUE NOS AMÓ.

La victoria sobre la carne,


la victoria sobre el mundo,
la victoria sobre Satanás.

57
En el texto de la Carta a los Gálatas, capítulo 5, nos explica muy bien la causa de la acedia y
el modo o la naturaleza de esta lucha que se entabla en nosotros, que tenemos entablada
también en nuestra carne, pero que vemos luego también entablada en el mundo y
teledirigida por el príncipe de este mundo. En el capítulo 5, San Pablo nos dice:

Gálatas 5,13-15:
“Vosotros fuisteis llamados a la libertad, hermanos, sólo que no toméis
esa libertad como pretexto para soltar las riendas a la carne. Sino que,
por la caridad, haceros servidores los unos de los otros. Porque la ley
entera condensa su plenitud en una sola palabra: amarás a tu prójimo
como a ti mismo”.
Esa libertad es la libertad del hijo para hacer la voluntad del Padre.
Cuando habla de “las riendas de la carne”, se refiere a la liberación de
nuestras pasiones.

Gálatas 5,13-15:
“Pero, si los unos a los otros os mordéis y devoráis, mirad, no os
aniquiléis los unos a los otros”.
Este es el escándalo de la división entre los cristianos, que se debe a
una debilidad en su espíritu filial. ¿Por qué no nos sentimos y vivimos
como hermanos? Porque no vivimos con intensidad nuestro ser hijos.
Y muchas veces nos esforzamos en remediar las divisiones tratando
de cultivar la fraternidad, lo cual es completamente inútil. Tenemos
que tratar de fomentar y cultivar nuestra filialidad: UNIRNOS AL
PADRE COMO HIJOS NOS UNE, POR REDUNDANCIA, CON LOS
DEMÁS COMO HERMANOS.
Si no estamos unidos todos al Padre, no podemos estar unidos todos
entre sí.
La debilidad en la unidad de los cristianos se debe a esa debilidad de
su unión amorosa con Dios Padre, por la acedia, p0r la tibieza en
nuestro amor al Padre somos tibios en nuestro amor fraterno.

Gálatas 5,16:
“Digo, pues: caminad en Espíritu, y no daréis satisfacción a las
concupiscencias de la carne. Porque la carne tiene deseos contrarios
al Espíritu, y el Espíritu deseos contrarios a la carne”.
Aquí están los dos polos que hay en nosotros,
a los que se refería San Pablo cuando hablaba de esa lucha,
que hago el mal que no quiero y no hago el bien que quiero.
Este antagonismo entre carne/espíritu –que es una lucha
que está dentro de nosotros, porque en nosotros está el pecado
original y está la gracia, luchando uno contra otro– nos divide
interiormente, lo que explica las tentaciones y los momentos de
acedia que nosotros podemos padecer, los mismos que vimos que
padecían los monjes en el desierto, los perseguidores y los
perseguidos.

58
Hay apetitos contrarios de la carne y del Espíritu:
El espíritu ama a Dios y quiere el amor de Dios,
y ese amor de Dios muchas veces implica el sacrificio de los apetitos
de la carne, implica sufrimiento. El amor sacrifica.
Esta oposición de los deseos de la carne opuestos a los deseos del
espíritu, y los deseos del espíritu opuestos a los deseos de la carne,
son los que explican la posibilidad de que el demonio intervenga en
nosotros, oponiendo precisamente a nuestros buenos deseos
espirituales la rebeldía de nuestra carne [acedia en los monasterios].

Gálatas 5,13-15:
“Si os dejáis llevar por el Espíritu,
no estáis bajo la presión de la ley.
Porque son patentes las obras de la carne:
fornicación, impureza, libertinaje, idolatría,
hechicería, enemistades, contiendas
(discusiones, riñas), envidias, furores (ira),
provocaciones, maltrato, banderías
(partidos, preferencias, sectas, separaciones
de personas), homicidios (de palabra también),
borracheras, adicciones, comilonas,
y cosas semejantes a éstas,
sobre las cuales os prevengo,
como ya os previne:
que los que tales obras hacen,
no entrarán en el Reino de Dios”.
Los que hacen todas estas cosas,
no viven como hijos de Dios.
Para estar en el Reino de Dios,
hay una condición filial: ser hijo.
Sobre las obras de la carne y los frutos del Espíritu, Pablo nos habla
de la oposición de nuestras obras (las de la carne) con los frutos del
Espíritu (la gracia de Dios, un fruto espiritual), fructifica en nosotros la
vida Divina, no son obras nuestras, son Obra de Dios y de Su Gracia,
las recibimos del Padre.

Gálatas 5,22-23:
“Pero los frutos del Espíritu son:
caridad, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, continencia.
Frente a tales cosas, no tiene objeto la ley”.
Y en todas estas cosas vencemos, por Aquel que nos amó.

59
LA CIVILIZACIÓN DEL AMOR

Del siglo XIX en adelante, todos los Papas nos han venido hablando de LA CIVILIZACIÓN
DEL AMOR. Para comprenderla bien, hay que ponerla en la clave de la revelación de
Nuestro Señor Jesucristo sobre el vivir como hijos, vivir como El Hijo.

El Papa León XIII, en tiempos en que la economía se había hecho muy inhumana, publicó la
Encíclica Rerum Novarum27 (acerca de las cosas nuevas).
Defendía, en esta Encíclica, una economía más humana, que tuviera en cuenta al ser
humano y que no lo explotara en beneficio de la propia ganancia sin otra consideración que
las utilidades económicas. Una economía que se deshumanizaba.

Los Papas posteriores hablaron de la instauración de todas las cosas en Cristo, como Pío X
con su Encíclica Instaurare Omnia in Christo28, que habló de instaurar las cosas en Cristo,
invitando a la sociedad a dejarse imbuir por estos principios cristianos.
Los Papas nunca se desanimaron por encontrar en los gobernantes (príncipes de este
mundo) una resistencia y una sordera para escuchar sus exhortaciones a abrirse a los
principios cristianos para la construcción de la sociedad, para el gobierno de los pueblos.

Así se sucedieron las Encíclicas en los años siguientes:

 La Encíclica Populorum Progressio29, del Papa Pablo VI, sobre la necesidad de


promover el desarrollo equitativo de los pueblos, y muy especialmente de aquellos
que se esfuerzan por escapar del hambre, de la miseria y de las enfermedades.

 La Encíclica Mater et Magistra30, del Papa Juan XXIII, sobre la situación


económica y social del mundo, la libre e ilimitada competencia, los intereses del
capital, beneficios y salarios de los trabajadores, así como sobre el poder público.

 La última en estos temas: Caritas in veritate31, del Papa Benedicto XVI, sobre el
desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad, en el ámbito social,
jurídico, cultural, político y económico, es decir, en los contextos más expuestos a
peligro, hablando de “la economía de la caridad”.

Aquí el Papa afirma que, la caridad se realiza en la verdad e invita a que también
se tenga en cuenta la verdad revelada en los asuntos del gobierno de la sociedad.
Esta insistencia del Papa en abrirse a la verdad revelada, la repite de muchas
maneras: ya lo había dicho en el discurso de la Universidad de Ratisbona32,
reflexionando con el mundo universitario en torno a que, una razón que no se
reconoce limitada es irracional; que la razón racional, reconoce que tiene límites
en el poder alcanzar el conocimiento de las cosas y que, por lo tanto, es razonable
abrirse a otras fuentes de conocimiento que vienen de fuera del ámbito de la

27 http://w2.vatican.va/content/leo-xiii/es/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_15051891_rerum-novarum.html
28 https://eccechristianus.wordpress.com/2012/09/02/san-pio-x-instaurare-omnia-in-christo/
29 http://w2.vatican.va/content/paul-vi/es/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_26031967_populorum.html
30 http://w2.vatican.va/content/john-xxiii/es/encyclicals/documents/hf_j-xxiii_enc_15051961_mater.html
31 http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20090629_caritas-in-veritate.html
32 https://es.zenit.org/articles/discurso-de-benedicto-xvi-en-la-universidad-de-ratisbona/

60
razón; especialmente, se refería a la revelación cristiana: que es necesario abrirse a
la revelación de Cristo, que no es algo contrario a la razón, de lo cual tenemos
ejemplo en la historia de la Iglesia: así como la fe se había abierto a la razón, la
razón de Occidente se había abierto a la fe, y con eso se habían enriquecido
mutuamente, para un crecimiento de la civilización occidental.

Lo que les dijo a los universitarios, lo reitera en Caritas in veritate a los


gobernantes de este mundo: que se deben abrir a la verdad, por lo tanto, la caridad
es la verdad acerca del amor, la que inspira al individuo y a la sociedad.
Y solamente de esta manera se puede realizar el bien común.
En esta Encíclica, el Papa Benedicto XVI ya había dicho que, si los gobernantes
se desentienden del bien común, se transforman en “una mafia de ladrones”;
ponen su gobierno al servicio puramente de los intereses comerciales y
económicos, y entran en “una mafia de ladrones”.

Esta civilización del amor, de la que nos habló el Papa Pablo VI, este reinado social de
Jesucristo, no debe entenderse como un mandato utópico de la instalación de un reino
mesiánico sobre la Tierra. Sabemos que los Papas que nos hablan de esto comprenden que,
hay fuerzas históricas que se oponen al reino de Dios.

Ya el Papa Juan Pablo II, en su Carta sobre el Espíritu Santo, Dominum et Vivificantem33,
habla de las resistencias históricas a la acción del Espíritu Santo, refiriéndose nominalmente
al materialismo, como ideología que se convierte en obstáculo y se opone a la acción del
Espíritu Santo, explícitamente en las ideologías que la inspiran, que se oponen a la fe en el
Espíritu Santo y la consideran una alienación.

¿CÓMO LOGRAMOS LA CIVILIZACIÓN DEL AMOR?

¿Cuál es el camino?
DEJARNOS ENGENDRAR POR EL PADRE.
Que el Padre pueda construir con nosotros como piedras vivas esa Jerusalén Celeste, esa
Casa de los hijos de Dios que se va construyendo en la historia y que culminará en la
Jerusalén Celestial.

¿Cómo nos dejamos engendrar por el Padre Celestial?


ESO VINO A ENSEÑARNOS NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.
EL SERMÓN DE LA MONTAÑA34.
El núcleo central de la enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo.
Predicó, sin duda, no sólo en la montaña, sino también en la llanura, en el lago y en muchos
lados más.

EL SERMÓN DE LA MONTAÑA no es una doctrina ajena a lo que Él mismo Es como ser


humano y como persona del Verbo hecho hombre.

33 http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_18051986_dominum-et-
vivificantem.html
34 https://opusdei.org/es/article/audio-el-sermon-de-la-montana/

61
Es Él mismo, el Hijo Eterno de Dios que vive en Su naturaleza humana lo mismo que vive
eternamente en Su naturaleza divina, es Dios capaz de recibir amor, el Padre es la fuente
del amor en la Santísima Trinidad. Se da enteramente, sin ningún interés, sin ningún deseo
de dominar, sino por pura donación.

Por eso, los miedos y las desconfianzas frente al Padre son irracionales, no son verdaderos.
Sólo puede tener miedo al Padre Eterno alguien que vive en la ignorancia o está en el error.
EL PADRE ES DESEO PURÍSIMO DE DONACIÓN.
Así se manifiesta en el padre del hijo pródigo, que ama tanto al pródigo como al acedioso,
al hermano mayor. Es el Padre. El Padre se entrega totalmente.
En cuanto es capaz de recibirse a sí mismo, Quien va a recibir todo el amor que es capaz de
dar es el Hijo: receptividad pura del amor divino.
Y Él es el que se hace hombre, El que toma una humanidad.
Es lo que quiere enseñarnos:
QUE NOS DISPONGAMOS,
QUE ABRAMOS TODO NUESTRO SER
Y NUESTRO CORAZÓN PARA RECIBIR ESE AMOR DE DIOS
EN LA PLENITUD DE LO QUE ÉL QUIERE DARNOS
Y QUE NOSOTROS SOMOS CAPACES DE RECIBIR.

Toda la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo se resume en eso: desde el comienzo del
Sermón de la Montaña, nos dice que los hombres deben ver nuestras buenas obras filiales
para glorificar al Padre. Que nosotros no debemos buscar nuestra propia gloria. Que, si
somos hijos, viviremos para glorificar al Padre, de quien lo recibimos todo. Y que, si vivimos
así, entonces el Padre nos “bienaventurizará”.

Las 8 Bienaventuranzas35 son las obras del Padre con los que viven como hijos.
Esas Bienaventuranzas que el Padre da a Sus hijos, redunda en Gloria Suya.
Hay una corriente, como una especie de competencia por quién glorifica a quién: si el hijo
glorifica al padre y el padre se empeña en glorificar al hijo.
Por eso, cuando el Hijo manifiesta en la Cruz el amor de hijo al padre, entregándole Su
Espíritu, entregándose totalmente en Sus manos porque se reconoce venido del Padre, en
ese momento, el Padre como respondiendo a esa entrega del Hijo, le da vida nueva, lo
Resucita, porque no puede entregar a la muerte a quien se entrega así al Padre.

35
http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s1c1a2_sp.html
Catecismo de la Iglesia Católica, Tercera Parte, La vida en Cristo

“Nuestra vocación a la Bienaventuranza”.


“Las Bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a
la Gloria de Su Pasión y de Su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son
promesas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas;
quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos”.
“Las Bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el
corazón del hombre, a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer”.
“Las Bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos. Dios nos llama a Su
propia Bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno, personalmente, pero también al conjunto de la Iglesia”.
“El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis apostólica, nos describen los caminos que conducen al Reino de los
Cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante los actos de cada día, sostenidos por la gracia del Espíritu Santo.
Fecundados por la Palabra de Cristo, damos lentamente frutos en la Iglesia, para la gloria de Dios”.

62
El Hijo se entrega totalmente:
“En tus manos encomiendo mi Espíritu”.
Y el Padre lo resucita al tercer día.

Todo esto sucede para nuestra enseñanza y para nuestro ánimo:


si el Padre hubiera querido instalar sobre la Tierra una civilización del amor al modo
mesiánico, el Hijo lo habría hecho.

Pero no lo quiso hacer,


para enseñarnos a nosotros que
tampoco es ésa nuestra tarea en la historia:
QUE NUESTRA TAREA ES
DEJARNOS ENGENDRAR POR EL PADRE.
Al Padre le corresponde decidir de qué manera
nuestra docilidad le permite a Él actuar alrededor nuestro.
Porque, volcándose Él en nosotros, en Sus obras y en Sus
palabras, será, no nuestro plan, sino LA VOLUNTAD DIVINA
Y EL PLAN DIVINO EL QUE OBRA A TRAVÉS DE NOSOTROS
-obras que exceden nuestro conocimiento y nuestra capacidad-.

Nuestro Señor Jesucristo, verdadero hombre, se reconocía totalmente movido por el Padre.
Dice en el Evangelio de San Juan: “Yo no puedo hacer nada que no vea que mi Padre hace”.
Jesús, por tanto, hace lo que recibe del Padre. Y cuando Él habla, dice: “Yo no puedo decir
nada que no le haya oído decir a Mi Padre”.
Jesús es el reflejo perfecto del Padre, no tiene nada propio ni necesita tenerlo, porque
confía en que el Padre se lo entrega y Le hace ser y Le mantiene en el ser. Es el Hijo de Dios,
eternamente y para siempre, sin principio ni fin. Engendrado por vía del conocimiento: el
Padre se conoce y ese conocimiento perfectísimo de Sí mismo es el Hijo.
Él nos viene a dar a conocer al Padre. “Al Padre nadie lo vio jamás”. El Hijo de Dios, que vive
eternamente, vuelto hacia el seno de la gloria del Padre y hacia el seno del amor del Padre,
Ése nos lo dio a conocer. Él es el revelador del Padre.

(San Mateo 19,28), una promesa de Nuestro Señor Jesucristo: “Vosotros, los que
me habéis seguido en la regeneración, en los últimos tiempos cuando venga el
Hijo del Hombre, os sentaréis también con el Hijo en doce tronos”.

En esta Palabra, vemos que Nuestro Señor Jesucristo no nos pide que Lo sigamos como
discípulos en una doctrina teórica, sino que Lo sigamos como discípulos en un proceso de
generación.

Nuestra vida cristiana es eso: dejarnos engendrar por el Padre, recibir la gracia, abrirnos y
ser dóciles a la gracia, quitar impedimentos, renunciar al pecado. Lo que hacemos en el
Bautismo: renunciamos al pecado, al mundo, a Satanás, a sus pompas y a sus obras;
quedamos, así, disponibles para que el Padre nos engendre. Es ese Sacramento del
Bautismo que se nos concedió una vez, al comienzo de nuestra vida cristiana, el mismo
Sacramento que tenemos que seguir viviendo a lo largo de nuestra existencia.

63
Dejar al Padre libre, para que Él pueda obrar con Su gracia. Permitirle obrar en
nosotros. El Padre no puede obrar en nosotros si no queremos, si Le ponemos
obstáculos con nuestra voluntad, si nuestra voluntad prefiere otra cosa distinta a
Su gracia Divina. Poner nuestro deseo en Él, que todo lo puede y todo lo sabe.

Si estamos conectados con Él, de corazón a corazón, en este vínculo amoroso a


Dios Padre, entonces Él se vale de nosotros y nos hace luz del mundo, sal de la
Tierra. Para eso, nuestra justicia –dice el Señor– debe ser la justicia filial: “Sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto, misericordiosos como vuestro
Padre celestial es misericordioso”. Y, ¿cómo es perfecto y misericordioso? Como
Nuestro Señor Jesucristo: “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre”.

¿CÓMO LOGRAMOS LA CIVILIZACIÓN DEL AMOR?

Tenemos la mayor bienaventuranza, el mayor bien que podamos soñar y desear en nuestra
vida terrena. Si nosotros vivimos así, entonces el Padre irradia a través de nosotros, como
irradió a través de Su Hijo Jesucristo; en la medida de cada uno; colmados de la gracia.
Evidentemente, los recipientes son distintos: puede haber un vaso pequeño, pero estará
lleno; puede haber un vaso grande y estará lleno. Estaremos colmados de la gracia de Dios,
en la medida de Su deseo, de Su designio eterno sobre c/u de nosotros, pero colmados
plenamente y haciendo sobre la Tierra lo que el Padre desea que hagamos.
¡Qué maravilla! Así se construye la civilización del amor, con piedras vivas y como un
templo, a la gloria de Dios Padre, este templo celestial. Esta es la vocación que Jesús vino a
traernos: la de vivir como hijos, vivir como el Hijo.
En el Sermón de la Montaña nos da en 5 lecciones las instrucciones para vivir como hijos:

 Vivir para la gloria del Padre, y entonces seremos bienaventurados; no querer ser
dueños de nosotros mismos, ni de nuestro espíritu, sino ser pobres de espíritu y
entregarle nuestro espíritu al Padre como Jesús se lo entregó.

 Que nuestra justicia supere la de los escribas y fariseos, sin abolir la Ley, sino
darle cumplimiento; ya no servir a Dios en un servicio que puede ser el de un
servidor pero que todavía no es el hijo; ahora es servir al Padre como el Hijo, esa
es la Ley plena; por lo tanto, imitar la perfección del Padre, lo cual no se puede
hacer desde afuera, sino desde adentro, desde la vinculación íntima y amorosa
con el Padre.

 Más que una Ley, es un permiso que se nos da: podemos ser perfectos, porque
nuestro Padre, el que nos engendra, es perfecto; el Que nos comunica la vida es
perfecto.

64
 En la lección central del Sermón de la Montaña, Nuestro Señor Jesucristo nos
dice: “Pero ustedes no hagan su justicia de hijos, no obren su justicia de cara a los
hombres, pensando qué van a decir de ustedes los hombres, si los van a alabar, si
los van a vituperar, si los van a aplaudir, o los van a perseguir; ustedes vivan de
cara al Padre”. Nuestro Señor Jesucristo nos invita a que el TÚ principal de
nuestra vida sea EL PADRE.

Paradójicamente, viviendo de cara al Padre es como iluminamos el mundo.


Si nos ponemos de cara al mundo, nos dominan las tinieblas del mundo y no pasa la luz
de Dios a través de nosotros.

Por lo tanto, Nuestro Señor Jesucristo nos dice:


“Cuando ustedes hagan misericordia, cuando den limosna, no anden buscando que los
hombres vean su bondad; ustedes, ocúltense al hacer misericordia, y el Padre les enseñará a
ser misericordiosos como Él lo es”.
Porque Su misericordia tiene necesidad de purificación; si Su misericordia no es la de los
hijos, va a ser la de los hombres pecadores, heridos por el pecado original, que siempre va
infusionada de alguna mezcla del propio interés, o de temor por sí mismo al ver la debilidad
de aquel que quiero ayudar.

A veces, uno puede tener tanto terror a los pobres, que quiere que los pobres no existan.
También puede suceder que, hacemos una misericordia con unos siendo injustos con otros,
les quitamos a unos para darles a otros. Precisamente nuestra misericordia tiene que ser la
del Padre, y ¿cómo la podemos recibir si no es viviendo de cara al Padre?

“Si vivís de cara al padre, Él os dará de Sí”. Hay traducciones que dicen: “… os premiará”,
“… os recompensará”. Es una mala traducción del griego: la traducción correcta es “… os
dará de Sí” = no me va a dar otra cosa distinta de lo que el Padre es, Él mismo me va a dar
de Él mismo: me dará Su misma bondad y misericordia, Su vida.

En el centro de esta lección, está el Padre Nuestro, el corazón del Sermón de la Montaña:
después de hablarnos del Padre, Nuestro Señor Jesucristo nos pone directamente ahora a
hablar con el Padre. Y hablar con el Padre desde los deseos de un corazón de hijo. El
Padre Nuestro quiere enseñarnos deseos de hijo, para poder expresarlos al Padre.
Tenemos que recibir del Padre también lo que deseamos: que deseemos lo que Él desea.
Y ¿qué pedimos?
Que Él sea conocido, que Su Nombre sea santificado por todos.
Que la vida filial venga a todos los hombres, que el Reino se instale en toda la humanidad.
Son los deseos del corazón del hijo: “que todos Te conozcan, que todos vivan como hijos,
que todos hagan Tu voluntad, así en el Cielo como en la Tierra” = esta es la civilización del
amor que anhela el corazón de los hijos.
Que se haga la voluntad del Padre sobre la Tierra.
No hay un atajo para lograr la civilización del amor.
Que los hijos le rueguen al Padre que Él lo realice.

65
Después vienen las peticiones para nosotros, porque sabemos que estamos en peligro,
sabemos que nuestro ser filial necesita ser alimentado por el Cuerpo y la Sangre del Hijo:
“Dadnos hoy nuestro Pan de cada día”, el Pan de la Eucaristía, el Pan de Tu Palabra, el Pan
de Tu Espíritu Santo que nos hace hijos.
Danos también, Tus consuelos Divinos, manifiéstate a nosotros, Date a conocer, Padre.
Y perdona nuestras ofensas, las nuestras, las que más te duelen, las de Tus hijos: nuestras
desconfianzas, nuestros pecados, nuestras reticencias, nuestros miedos.
¿Cómo es posible que tengamos miedo al Padre?
Y, sin embargo, Padre, hoy en día ¡qué poco se habla de Ti! ¡Qué poco, incluso, en las
predicaciones de algunas confesiones cristianas y también de la Iglesia Católica! A veces, Tú
pasas a un segundo plano. Se habla de Tu Hijo Jesucristo, como Cristo o como Jesús,
incluso como el Señor, pero sin poner de relieve que es EL HIJO QUE NOS MANIFIESTA AL
PADRE. Perdónanos estas ofensas, Padre, de vivir de espaldas a Ti y de no conocerte lo
suficiente, de no nombrarte, de no anunciarte a los hombres como LA VIDA, como LA
FUENTE DE LA VIDA.
Y no nos dejes entrar en la tentación, saliendo de la condición de hijos.
Porque nos acecha el Malo.
Líbranos de él.

Estos son los deseos filiales que Jesús nos enseña, pero ahora de TÚ a TÚ.
¡Qué maravilla! Hemos sido introducidos en el diálogo con el Padre, queridos hijos.
Y ahora, podemos pedir como lo dice en el Sermón: “Pedid, y recibiréis”.
“Todo lo que pidáis como hijos, el Padre os lo concederá”.
Pedir la civilización del amor, pedirla, desearla, llorar sobre Jerusalén como hijo lloroso.
“Si conocieras el don de Dios…”.
“Si esta ciudad conociera el don de Dios… lo que le está prometido, lo que le está ofrecido”.
Si nuestra madre Eva pecó por querer apoderarse del amor antes de que el amor le fuera
ofrecido y dado, si quiso arrebatar el amor al margen de la libertad Divina que iba a
donársele, cuando Dios quisiera y en el momento oportuno, predeterminado en Su designio
eterno, si Eva pecó así… sus hijos, hoy, pecamos por menosprecio de un amor que se nos
ofrece.
Desde el Árbol de la Cruz, el fruto del amor de Dios, el Cuerpo del Amor Divino para
alimentar nuestro amor filial, nos está siendo ofrecido.
¡Con qué indiferencia Lo tratamos!
Cómo San Francisco decía llorando, al salir de una iglesia: “El amor no es amado”.
EL AMOR NO ES AMADO.
EL PADRE NO ES AMADO.
LA OFERTA DEL AMOR DIVINO ES MENOSPRECIADA.
SE DA VUELTA DE LA CARA A LA MANO TENDIDA.
Como decía San Pablo: “¡Dejaos reconciliar! Yo soy ministro de la reconciliación. Dios viene a
vosotros como un suplicante para que os reconciliéis con Él”.
Esta sociedad de la acedia está irreconciliada con Dios.
Es indiferente ante Dios, con una indiferencia que esconde el miedo, que esconde la
aversión, la incapacidad de darse a Dios, la tristeza, la desolación, y al fin el odio.

66
Los mártires del siglo pasado –en México, en España, Rusia y otros tantos lugares–
asombran: muchísimos de ellos murieron gritando:
“¡VIVA CRISTO REY!”.
Si yo hubiera pensado lo que voy a gritar cuando me maten, posiblemente gritaré:
“¡NO ME MATEN!”.
Y esto que gritaron nuestros mártires, no era una consigna, no era algo que llevaban
al martirio ya preparado para que en el momento de estar frente al pelotón de
fusilamiento pudieran gritarlo, sino que era algo de lo que tal vez ellos mismos se
sorprendían al sentir brotar de su garganta esas palabras… PORQUE ERAN DADAS
POR DIOS, no eran una consigna política ni una estrategia de resistencia para lograr
fama y admiración humanas, tampoco era una consigna social ni de la acción
católica, ni un propósito propio: era algo que el Espíritu Santo gritó a los
perseguidores.
Por la voz de los mártires.
Para la conversión de los perseguidores.
LES GRITÓ QUE ¡CRISTO ES REY! EN LA MUERTE DE LOS SUYOS.
Que Él reina sobre esos corazones que llegan hasta la muerte por amor.
Esa es la civilización del amor, y está construida y sigue siendo construida con estos
mártires.
140 mil cristianos por año, 140 mil católicos por año dan su vida por Cristo en
situaciones de martirio, uno cada 5 minutos.
Así se está construyendo la civilización del amor sobre la Tierra.
De ese reino que se construye con piedras vivas, de hijos que aman a Dios más que a
su propia vida –más que a esta vida terrena–, porque saben que el Padre les va a dar
vida eterna, con estas piedras vivas se construye la civilización del amor.
¡Qué maravilla!

Pidamos al Señor ser piedras vivas de esa Jerusalén Celeste.

67
PABLO, APÓSTOL DE CRISTO (PELÍCULA)

https://www.youtube.com/watch?v=-V9KUpPprTk

-Yo, Lucas, envío un mensaje a todos los seguidores de Nuestro Señor Jesucristo:
hay una gran maldad en el mundo, las tinieblas se propagan.
Sé que sufren persecución. La fe está siendo probada.
Sé que dudan del camino. Pero he venido a Roma para encontrarme con Pablo
y escribir su historia. Para traer esperanza y luz a este mundo tenebroso.
Y para recordarnos cómo Dios cambió a un hombre lleno de odio, que cambiará la historia
del mundo.

Roma está manchada con la sangre de los nuestros.


¡Esto es lo que ganamos por confiar en Dios!
La gente está desesperada.
Somos la única luz en la ciudad.

-(Pablo) No puedo arreglar su fe…


-(Lucas) Puedes inspirar su fe.
-(Pablo) Arriesgas que se fijen en mí, en lugar de Cristo…
-(Lucas) El día que te escuché predicar, vi a Cristo en ti.
Hay hombres, mujeres y niños que nunca te conocerán.
Debe haber un recuento escrito de tus hechos.

-(Pablo) EL AMOR ES EL ÚNICO CAMINO.


CUANDO LLEGUE EL MOMENTO, TENDRÁS LA FUERZA PARA HACER LO
CORRECTO.
DONDE ABUNDA EL PECADO, SOBREABUNDA LA GRACIA.

https://www.youtube.com/watch?v=j9oE25UJykw

68

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