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LA FILOSOFÍA
1. Introducción
Nuestra potencia intelectual nos permite tanto plantearnos preguntas como poder
razonar sobre las mismas al intentar contestarlas. De modo que, aunque a veces nos pase
desapercibido, del inevitable ejercicio activo de la razón brota nuestra filosofía. La filosofía
consiste más en el proceso de intentar encontrar respuestas a preguntas fundamentales
mediante el razonamiento, sin aceptar las opiniones convencionales o la autoridad tradicional
antes de cuestionarlas, que en el hecho propiamente dicho de encontrar esas respuestas.
Desde el origen de la filosofía, tanto en Occidente como en Oriente, los primeros
filósofos no estaban satisfechos con las explicaciones establecidas procedentes de la religión y
de la costumbre, por ello, buscaron respuestas con una base racional. Del mismo modo que
nosotros compartimos nuestras opiniones con nuestros amigos, estos pioneros del pensamiento
racional compartían sus conocimientos cuando enseñaban las conclusiones a las que habían llegado,
pero presentando también el proceso de pensamiento que les había llevado hasta ellas. Además,
animaban a sus alumnos a disentir y a criticar las ideas que les planteaban, para perfeccionarlas y
pensar en otras distintas. La idea del filósofo solitario que llega a sus conclusiones en el
aislamiento es errónea porque sucede en muy raras ocasiones. Lo que suele ocurrir es que las
nuevas ideas surjan del debate, del examen, del análisis y de la crítica de las ideas de los demás y
con los demás.
Podríamos afirmar como hace Popper que todo hombre o mujer es un filósofo. Por
consiguiente, la filosofía no es un coto reservado tan solo a pensadores extraordinarios. Todos
filosofamos cuando podemos vencer la tiranía de la necesidad, trascendemos el sentido común
acrítico y tenemos la oportunidad de hacernos preguntas sobre diversos temas de forma crítica
que cuestionan lo que podría presentarse como evidente. La curiosidad del ser humano hace que
no podamos evitar plantearnos interrogantes acerca del mundo que nos rodea y del lugar que
ocupamos en él. No obstante, la filosofía ha desarrollado a lo largo de su historia un conjunto de
conceptos y métodos que conforman un saber que implica una determinada sensibilidad
conceptual. Aprender a hablar de esos conceptos con precisión y el de los diferentes pensadores,
así como exponer con coherencia el propio pensamiento es uno de nuestros principales objetivos.
Quizás, al final, le demos la razón a Kant: solo se puede aprender a filosofar.
Aunque es difícil definir con precisión lo que sea la Filosofía, podemos esbozar una
pequeña y modesta caracterización de la Filosofía y sus funciones. El pensamiento filosófico
suele caracterizarse por:
1. Clarificar nuestras ideas sobre la realidad y fundamentar nuestro conocimiento: el afán por
filosofar nace del asombro ante la realidad y de la necesidad de explicarla desde una perspectiva
racional y en diálogo con los demás.
2. La crítica de los supuestos de nuestra cultura: la filosofía plantea preguntas radicales y su
función crítica tiene mucho que ver con esta capacidad para interrogarse por todo evitando que
nada se acepte sin justificación racional. Implica, pues, un análisis de los prejuicios de todo tipo
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(sociales, culturales, políticos, religiosos...) que hemos adquirido a lo largo de nuestro aprendizaje
en un lugar y época determinados.
3. Intentar sistematizar la experiencia humana: los filósofos se interesan por muy diversos
temas (el conocimiento, la realidad, la acción, la sociedad, el ser humano, lo divino...) y muchos de
los grandes pensadores han intentando elaborar teorías que integren coherentemente los
distintos temas.
“Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete y, entre otros, estaba también
Poros, el hijo de Metis. Después que terminaron de comer, vino a mendigar Penía, como era de
esperar en una ocasión festiva, y estaba cerca de la puerta. Mientras Poros, embriagado de
néctar –pues aún no existía el vino-, entró en el jardín de Zeus y, entorpecido por la
embriaguez, se durmió. Entonces Penía, impulsada por su carencia de recursos, planea hacerse
hacer un hijo de Poros. Se acuesta a su lado y fue así como concibió a Eros. Por esta razón,
precisamente, es Eros también acompañante y escudero de Afrodita, al ser engendrado en la
fiesta del nacimiento de la diosa y ser, a la vez, un amante de lo bello, dado que también
Afrodita es bella”.
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El relato de Diotima, el mito del nacimiento de Eros, está dotado de una gran fecundidad;
fijémonos, al menos, en esto:
- Primero: Eros es engendrado el mismo día del
nacimiento de Afrodita, la Belleza. Hay una
especie de conacimiento del deseo y lo deseable.
- Segundo: la doble naturaleza de Eros que no es ni
dios ni hombre, participa de la divinidad tanto
como de la indigencia, es vida y muerte. El deseo
por ser indigente tiene que ser ingenioso
mientras que sus hallazgos siempre terminan por
fracasar. Eso quiere decir que Eros continúa bajo
la ley de la Muerte, de la Pobreza, tiene
permanentemente la necesidad de escapar de
ella, de rehacer su vida, precisamente porque
lleva el signo de la muerte en sí mismo.
La historia y la sociedad contienen también la alternancia de la atracción y de la repulsa
que, por tanto, muestran la evidencia del deseo. Puesto que la civilización está amenazada de
muerte, es decir, de indigencia de valores y la sociedad está amenazada de discontinuidad, de
interrupción de la comunicación entre sus partes, nada hay definitivamente logrado y tanto la una
como la otra tienen una permanente necesidad de ser reconquistadas, de juntarse en ese impulso
que avanza con todas sus fuerzas sin reparar en obstáculos. En tanto que sociabilidad e
historicidad, nosotros también vivimos sobre un fondo de muerte y pertenecemos al deseo.
¿Qué quiere decir el filósofo cuando declara no estar seguro de poseer la sabiduría?
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3. Mito, magia y filosofía
a. El mito
1. El mito es un relato, no es un discurso. Narra acciones que han sucedido, pero el mito no es
mera fabulación literaria, a pesar de que el relato mítico esté en el origen de los distintos
géneros literarios.
2. El mito usa un lenguaje simbólico. El símbolo ofrece al mito, por su riqueza y complejidad,
unas posibilidades que no tiene el concepto.
3. El mito suministra un conocimiento poético. El mito no es solo algo bello, que es la manera
en la que hoy entendemos la palabra “poesía”. El mito tiene una capacidad creativa
(poiesis), el mito crea con la palabra.
4. El mito es objeto de creencia, no una simple ficción. Las explicaciones que ofrece están
relacionadas con los problemas más importantes que tiene el hombre.
5. El mito indica lo que hay que hacer y lo que hay que evitar, es decir, ofrece un
conocimiento ejemplar. Las acciones que el mito describe representan modelos de
conducta para las actividades humanas más significativas. Este carácter ejemplar
convierte al mito en un relato didáctico.
6. El mito es colectivo. No hay mitos individuales. El mito tiene una vigencia social y es la seña
de identidad de una sociedad o de una cultura.
7. El mito es tradicional, es decir, se transmite de generación en generación.
8. El mito cumple una función terapéutica. El conocimiento mítico sirve para liberar las
frustraciones personales y sociales. Nuestros deseos más íntimos se pueden satisfacer
ilusoriamente mediante la identificación con los personajes del relato o la participación
imaginada en las acciones que describe. Además, el mito permite descargar las tensiones
acumuladas en la sociedad, actúa como terapia social.
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“El mito, tal como se da en las comunidades salvajes, es decir, en su forma viva original, no es
meramente un relato, sino una realidad viviente; no es una ficción, como la novela que leemos hoy, sino
algo que se cree sucedido en los tiempos primigenios, y que a partir de entonces influye sobre el
mundo y los destinos humanos” (…)
El mito no es un símbolo, sino la expresión directa de un tema; no es una explicación que
satisfaga un interés científico, sino la resurrección de una realidad primitiva mediante el relato, para
la satisfacción de profundas necesidades religiosas, aspiraciones morales, convenciones sociales y
reivindicaciones; inclusive para el cumplimiento de exigencias prácticas. El mito cumple en la cultura
primitiva una función indispensable: expresa, exalta y codifica las creencias; custodia y legitima la
moralidad; garantiza la eficiencia del ritual y contiene las reglas prácticas para aleccionar al hombre.
Resulta, así, un ingrediente vital de la civilización humana”.
Bronislaw Malinowski, Estudios de psicología primitiva
b. La magia
c. La filosofía
Etimológicamente, la palabra filosofía procede de los vocablos griegos φιλέω o fileo (amor) y
Σoφíα o sofía (sabiduría). Significa pues, amor (filos) a la sabiduría (sofía). El verbo fileo, además de
amar, tiene el significado de tender, aspirar. Por tanto, el término filosofía significa amor a la
sabiduría o al saber y el filósofo o la filósofa será amante de la sabiduría. Se suele atribuir a
Pitágoras (496-580 a. C.) haber acuñado el término filósofo cuando se le preguntó cuál era su
profesión y contestó que no era sabio (sofós) sino simplemente un filó-sofo (amante de la sabiduría,
aspirante a ella). Sea o no cierto este chascarrillo, el filósofo
busca la sabiduría, la ama, la desea, tiene afán de saber y
nunca está satisfecho con lo que sabe. De este modo podemos
empezar a comprender la famosa frase de Sócrates: "Solo sé
que no sé nada". Filosofar es aspirar constantemente al
perfeccionamiento de nuestro conocimiento, a sabiendas, sin
embargo de que la sabiduría (definitiva, última) se nos
escurre o quizás sea inalcanzable.
Como el mito y la magia, la filosofía surge para que el
ser humano se instale en una determinada concepción del
mundo. No obstante, el nacimiento de la filosofía supuso el
triunfo de la razón y del espíritu crítico en las explicaciones
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de la realidad en detrimento de la imaginación, la creencia, la actitud acrítica y el dogmatismo de toda
laya. Y esto ocurrió al mismo tiempo, hacia el siglo VI a.C. en tres zonas muy alejadas en ese momento
tanto geográfica como culturalmente: en Grecia, en India y en China.
La tradición filosófica occidental ha sido la que ha dado lugar a la ciencia universal actual y por
ello, precisamente, se le ha concedido tradicionalmente una preeminencia indiscutible en el panorama
del pensamiento mundial. Pero, no por ello es superior a las tradiciones india o china. Por ejemplo, la
actual preocupación por la paz o nuestra nueva sensibilidad ecologista nos llevan a constatar las
insuficiencias de nuestra tradición y a abrirnos con curiosidad a otros horizontes culturales.
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Junto a la tradición olímpica, la Hélade conoció otra religión diferente: la tradición órfica (de
Orfeo, personaje de la mitología griega de origen tracio), que acompañará el desarrollo del
pensamiento griego hasta el último momento. La religión órfica tiene que ver con una serie de cultos
en torno al dios Dionisos. Esta tradición, que incorpora la noción del alma liberada del cuerpo, tendrá
mucha influencia en los pitagóricos, en la obra de Platón y, a través de ellos, en todo el pensamiento
occidental posterior.
TALES DE MILETO
Tales de Mileto es uno de los nombres fijos de la siempre cambiante lista de los siete sabios
de Grecia. En realidad, no se sabe si nació en Mileto o fue, como nos dice Herodoto, de origen fenicio.
Lo que sabemos con seguridad es que fue legislador de Mileto, matemático y astrónomo. En el año 585
a.C. predijo un eclipse, se le atribuye el descubrimiento de las propiedades atractivas del imán, un
método para medir las pirámides y Eudemo de Mileto le atribuye el teorema matemático por el que es
conocido. Este hombre inquieto y viajero, con fama de sabio distraído, fue considerado por
Aristóteles el “primero de los físicos”. Sin embargo, es muy poco lo que sabemos de su pensamiento
filosófico. Según la doxografía posterior, sabemos que afirmó lo siguiente:
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b) Todas las cosas están llenas de dioses.
Por todas partes brilla esa presencia que se oculta; en todo hay ser, physis. Se ha
interpretado esta afirmación de Tales como una afirmación hilozoísta, de hylé (materia) y zoé (vida).
De tal forma que Tales estaría afirmando que en todo hay “vida”, si por vida entendemos physis.
c) La tierra descansa sobre el agua, flotando “como un trozo de madera o algo así”, según nos
cuenta Aristóteles.
La propuesta de Tales puede parecer rudimentaria, pero dio un paso fundamental. Como señala
Nietzsche:
Tales dijo: ‘No el hombre, sino el agua es la realidad de todas las cosas’, empezando así a creer
en la Naturaleza en cuanto, al menos, creía en el agua. Como matemático y como astrónomo era hostil a
todo lo mítico y alegórico, y si llegó a la pura abstracción de “todo es agua”, y formuló una expresión
física, se constituyó en una excepción entre los griegos de su tiempo.
ANAXIMANDRO
Discípulo (?) y continuador de Tales, fue el primero que escribió un libro titulado Sobre la
Naturaleza. Fue un activo ciudadano de Mileto y se dedicó a múltiples investigaciones: un mapa
terrestre, trabajos para determinar la distancia y el tamaño de las estrellas, la afirmación de que la
Tierra es esférica y ocupa el centro del cosmos, así como una teoría evolutiva sobre el origen del
hombre.
Anaximandro afirma que el arjé es to ápeiron, lo ilimitado, lo indefinido, lo infinito, sin
perímetro, sin forma ni medida, lo no determinado. El ser no es esto o aquello, no es ningún ente, es
decir, el ser no es ninguna cosa concreta.
El fragmento más antiguo de la filosofía occidental que conservamos pertenece a
Anaximandro:
De donde las cosas tienen su origen, hacia allí tiene lugar también su perecer, según necesidad;
pues dan justicia y dan pago unas a otras de la injusticia según el orden del tiempo.
ANAXÍMENES
HERÁCLITO DE ÉFESO
Este legendario filósofo, al que se conoce también como Heráclito “el oscuro”, era
descendiente de una familia aristocrática. Vegetariano y misántropo, se retiró al templo de Artemis y
a las montañas; orgulloso e individualista, no duda en descalificar a sus predecesores y así nos dice
que a Homero habría que darle de latigazos, que Pitágoras es un farsante, y que Jenófanes, en
realidad, oculta lo que se ha de saber. Al margen de las contradictorias noticias sobre su personalidad,
recogidas por Diógenes Laercio en el siglo III, lo que nos interesa es su aportación a la filosofía.
Heráclito formuló con deliberada oscuridad un pensamiento del que quizás hoy no se han
extraído todas las consecuencias, ostenta la paternidad de lo que se conoce como dialéctica y es
recordado como el filósofo del devenir (panta rei). Se
conservan ciento treinta y tres fragmentos, gracias a los
cuales, sabemos que afirmó que el arjé es un elemento
determinado, a saber: el fuego.
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El fuego se cambia por todo y todo por el fuego, como el oro por riquezas y las riquezas por oro.
Este mundo, el mismo para todos los seres, no lo ha creado ninguno de los dioses o de los
hombres, sino que siempre fue, es y será fuego eternamente vivo, que se enciende según medida y se
apaga según medida.
No es posible descender dos veces al mismo río, tocar dos veces una sustancia mortal en el
mismo estado, sino que por el ímpetu y la velocidad de los cambios se dispersa y nuevamente se reúne, y
viene y desaparece.
La ley única que rige el curso del universo es una razón oculta, un logos que todo lo unifica y
orienta:
La Naturaleza ama ocultarse.
Aunque el Logos es común, la mayoría vive como si poseyese su propia inteligencia. Aunque
escuchan, no entienden. A ellos se les aplica el proverbio: ‘presentes, pero ausentes’. El logos, que es
eterno, no lo entienden los hombres al escucharlo por primera vez ni después de que lo han oído. Los que
velan tienen un cosmos único y común; los que duermen, retornan al suyo propio y particular.
El logos es la razón cósmica universal que también habita en el hombre, por ello, defiende la
naturaleza ígnea del alma humana que se mantiene viva gracias al conocimiento de sí misma y del
universo.
Nunca recorrerás todos los caminos del alma, tan profundo es su logos.
PITAGORISMO
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PARMÉNIDES
Parménides de Elea suele presentarse como el filósofo de la quietud y, por tanto, enfrentado a
Heráclito. Escribió un poema en hexámetros dactílicos al estilo homérico del que se conservan algunos
fragmentos. En la introducción o proemio, Parménides dice estar siendo guiado por una diosa que le
muestra qué únicos caminos de búsqueda hay que pensar:
Parménides caracteriza al ser como ingénito (no nacido), imperecedero (eterno), finito (pues
está acabado, es perfecto) “como una esfera”, continuo (solo el ser es, el no-ser no es, por tanto, ha
de ser continuo), único, indivisible (sin partes) e inmóvil, puesto que todo cambio significa dejar de ser
una cosa para pasar o llegar a ser otra cosa: el ser no cambia, lo que cambia es el ente, la cosa
concreta.
c) Pluralistas
EMPÉDOCLES DE AGRIGENTO
ANAXÁGORAS DE CLAZOMENE
Anaxágoras trajo la filosofía desde Jonia hasta Atenas, que, por cierto, recibió bastante mal
a su primer filósofo. Aunque fue amigo y maestro de Pericles, conocido de Sócrates, y perteneció al
círculo de intelectuales entre los que estaban Eurípides o Tucídides, Anaxágoras fue acusado de
impiedad (asebeia) y condenado al ostracismo, es decir, fue expulsado de la ciudad. Por la Apología de
Sócrates de Platón sabemos lo que costaba en Atenas el libro de filosofía de Anaxágoras: un dracma.
Anaxágoras formula una teoría pluralista: todo lo que se produce y sucede es el resultado de
la mezcla de innumerables elementos a los que llama semillas (spérmata) y que Aristóteles llamará
“homeomerías” (partes semejantes). Junto a estos elementos, introduce un principio del movimiento al
que llama Noûs (Inteligencia, Espíritu): la más sutil y pura de todas las cosas, que sin embargo no
concibe de un modo absolutamente inmaterial.
ATOMISMO
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Demócrito nació en Abdera, una colonia jónica. Sabemos que viajó bastante, quizás estuvo en
Egipto, pero de lo que no cabe duda es de que alguna vez estuvo en Atenas. Para Demócrito la physis
se compone de dos constituyentes: los átomos y el vacío. La explicación de la realidad de Demócrito es
lo que más tarde se conocerá como “mecanicismo”.
Los átomos o “indivisibles” son los elementos últimos de los que se compondría la realidad, son
imperecederos y no cambian; sin embargo, difieren unos de otros por:
- la figura: como A de N,
- el orden: como AN de NA,
- y la posición: como N de Z.
Los átomos poseen un movimiento espontáneo y azaroso por el que se van “enganchando” unos a
otros para dar lugar a la diversidad de los seres. Precisamente por su movilidad, Demócrito tiene que
afirmar también la existencia del vacío o no-ser para que el movimiento sea posible: no es más lo lleno
que la nada.
5. La filosofía oriental
El hombre oriental fue hacia dentro, el occidental hacia fuera: Oriente inventó la introspección del
yoga, por ejemplo; Occidente, la nave aeroespacial: unos llegan a estados de conciencia remotos, los otros a
la Luna. Son dos opciones que desde hace un par de siglos se han comenzado a intercambiar.
En las filosofías orientales que se desarrollaron en India y China (sobre todo el budismo y el
taoísmo), las líneas que separan filosofía y religión resultan más difusas, al menos según el modo de pensar
occidental. Aunque no son en general consecuencia de revelaciones divinas ni dogmas religiosos, suelen estar
íntimamente relacionadas con lo que nosotros consideraríamos cuestiones de fe.
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Los Upanishad no contienen una doctrina filosófica homogénea, sino una multiplicidad de opiniones.
Entre las doctrinas más importantes, podemos destacar las siguientes:
2. El segundo pensamiento
importante es la doctrina del karma y
la reencarnación: en función de sus
obras (karma) el hombre se reencarna
inevitablemente en una nueva forma. La
cadena de las reencarnaciones es
eterna, ya que toda acción mantiene en
marcha el círculo de la transmigración
de las almas. Es aquí donde entra en
juego el samsara: la involucración del
ser humano en el acontecer universal
en cuya base hay un orden moral, ya
que las buenas o malas obras conducen
en la existencia futura a las
correspondientes forma de vida
consideradas inferiores o superiores.
Detrás de todo esto se encuentra, a su
vez, el dharma: una ley universal eterna
que constituye un elemento ordenador
de todo acontecimiento cósmico. Cada
ser humano está obligado a vivir en
concordancia con su dharma,
cumpliendo con sus deberes según su
posición social.
3. Los Upanishad contienen una visión pesimista de la existencia humana: en el eterno cambio del
morir y el nacer se genera siempre un nuevo sufrimiento y, además, los bienes externos de la vida parecen
carecer de valor comparados con le brahmán inmortal. Así surge el deseo de redención (moksa) como
liberación del círculo de las reencarnaciones. Son nuestras acciones las que nos encadenan a las
reencarnaciones y no nos pueden librar de estas por buenas que sean. La única vía para romper con las
sucesivas reencarnaciones es la vida ascética: abstenerse de todo obrar y de todo deseo, pero la
abstención sin saber resulta infructuosa. El único camino hacia la redención es la más elevada e intuitiva
comprensión de la esencia del brahmán. Quien conozca el brahmán es brahmán: “El brahmán soy yo, quien
sepa eso se libera de todas las cadenas”. Solo la existencia individual de quienes llegan al más alto grado de
sabiduría se disuelve en el infinito brahmán.
Aproximadamente a partir del 500 a. C. empieza la época de los sistemas clásicos de filosofía en
India cuando se rompe en parte con el cerramiento del periodo védico y surgen algunas personalidades que
adquieren cierta notoriedad (aunque en la India de entonces, la persona sigue teniendo un papel secundario
frente a la obra y no se le da mucha importancia a los datos históricos). Con todo, podemos afirmar que es
en esta época cuando la filosofía aparece en India puesto que la sabiduría de los Vedas deja de ser un
asunto exclusivo de los brahamana (los sacerdotes, los miembros de la casta más alta) y penetra en amplios
sectores de la población.
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En la filosofía de India se suele distinguir entre:
a) Los sistemas ortodoxos: los que reconocen como una revelación la autoridad de los Vedas (Sankhya
y Yoga, Nyaya y Vasesica, Vedanta y Mimansa).
b) Los sistemas no ortodoxos: los que niegan que los Vedas sean la única autoridad (los más
importantes son el budismo y el jainismo).
A partir de las enseñanzas de Siddartha Gautama, Buda, en India se desarrolló el budismo, una
filosofía que se extendió por muchas zonas de Asia donde se sigue practicando de manera generalizada. El
budismo es tanto una filosofía como una religión, aunque atea, ya que no reconoce ningún dios eterno.
Siddharta Gautama vivió en el siglo VI a. C. fue el primero en cuestionar mediante un razonamiento
filosófico las enseñanzas de la religión brahamánica basada en los antiguos Vedas. Siddharta Gautama es
venerado por su sabiduría pero no es ni un mesías ni un profeta ni un intermediario entre los dioses y los
hombres. Sus ideas provenían del razonamiento y tiene como pretensión la búsqueda de la verdad, si bien
como tantos otros filósofos orientales desdeña las cuestiones metafísicas (aunque no dejan de estar
presentes) para centrarse en la cuestión de cuál es nuestro cometido y objetivo en la vida, lo que implicaba
analizar los conceptos de virtud, de felicidad y de “buena” vida.
Siddartha Gautama disfrutó durante su juventud de lujos y riquezas, así como de todos los
placeres sensuales según se cuenta. Sin embargo, se percató de que esto no era suficiente para alcanzar la
felicidad plena, sino más bien un impedimento. El sufrimiento es universal y se debe a varias causas: la
enfermedad, el envejecimiento, la muerte o carecer de lo que se necesita. No obstante, los placeres
sensuales a los que recurrimos para aliviar el sufrimiento casi nunca son satisfactorios o bien su efecto es
pasajero. Y tampoco le ayudó a entender cómo lograr la felicidad el ascetismo extremo (austeridad y
abstinencia). Por tanto, propone que debe haber un “camino intermedio” entre la autoindulgencia y la
mortificación, es el que nos debe conducir a la felicidad plena y a la iluminación. La propuesta de Siddartha
Gautama consiste en vencer nuestros apegos a lo material y al propio ego. Los “apegos” incluyen tanto al
deseo sensual y a la ambición material, como a nuestro instinto de supervivencia. Satisfacer estos apegos
puede ser gratificante a corto plazo, pero no llevan a la felicidad entendida como complacencia y paz del
espíritu. Eliminando los apegos, eliminaríamos toda decepción y, por ende, todo sufrimiento. La causa de
nuestros apegos es nuestro ego: estar centrado y apegado a uno mismo. Por tanto, propone superar el apego
a lo que desea: el “yo”. Para Siddartha Gautama el mundo del ego o “yo” es una ilusión, y esto lo demuestra
con un razonamiento: nada en el universo se ha causado a sí mismo y todo es resultado de una acción previa,
por lo que cada uno de nosotros no somos más que una parte transitoria de este proceso eterno: no hay
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ningún “yo” que no forme parte de un todo mayor o “no-yo” y el sufrimiento es consecuencia de no
percatarnos de ello. Esto no significa que debamos negar nuestra existencia individual o nuestra identidad
personal, sino que debemos asumirlas como lo que son: transitorias e insustanciales. La clave para
desprendernos de nuestros apegos y liberarnos del sufrimiento es entender que formamos parte de un “no-
yo” eterno, en lugar de aferrarnos a la idea de un “yo” único.
Para el budismo no hay ningún ser permanente, sino que todo se concibe como el trance de nacer y
perecer. Por eso Buda niega también el concepto del ego, “yo” o “sí mismo” (el atmán o “alma”), ya que no
existen sustancias perpetuas. Sin embargo, Buda defiende la doctrina de la reencarnación y de la kármica
retribución de los actos, pero como no hay alma sustancial permanente, la nueva esencia viviente que surge
a partir de los actos de un ser anterior no es idéntica a aquel ni en cuerpo ni en alma. Lo que perdura
después de la muerte es únicamente la cadena causal de los actos y es eso lo que conduce a una nueva vida.
Para interrumpir este movimiento circular hay que conocer las Cuatro Nobles Verdades:
1ª Dukkha: la verdad sobre el El sufrimiento es universal, es decir, inherente a la existencia,
sufrimiento desde el nacimiento, en la enfermedad y la vejez, y en la muerte.
2ª Samudaya: la verdad sobre el El deseo es la causa del sufrimiento: el deseo de los placeres
origen del sufrimiento sensuales y el apego al poder y a las posesiones materiales.
3ª Nirodha: la verdad sobre el Puede ponerse fin al sufrimiento si se elimina el deseo.
cese del sufrimiento
4ª Magga: la verdad sobre el El Óctuple Sendero es la manera de eliminar el deseo y superar el
camino al cese del sufrimiento ego.
2. El jainismo fue fundado por Mahavira (aprox. 500 a.C.) y defiende una concepción de la realidad
que distingue entre:
- Las almas individuales, que por su naturaleza son capaces de
llegar a la perfección.
- Lo inanimado, al que pertenecen el espacio, el éter y la materia.
El jainismo defiende que las almas se ven impedidas de llegar a su
disposición natural a la omnisciencia y a la felicidad porque están
impregnadas de lo material. Debido a su actividad ingieren partículas de
materia, y con ellas el karma-materia se incrusta en la raíz de las pasiones
y condiciona su apego al movimiento circular de reencarnaciones. El fin
redentor es la liberación del alma y la ascensión a la morada de la
perfección. Para llegar allí el alma debe apartarse del karma, impidiéndole
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nuevas penetraciones mediante una vida virtuosa y finalmente expulsar el karma acumulado mediante el
ascetismo.
Hacia el año 1000 d. C. se inicia una renovación de la filosofía de India que se conoce como periodo
postclásico y hacia el siglo XIX comenzamos a hablar de un periodo moderno de la filosofía de India que
viene marcado por el contacto con el pensamiento occidental.
China vivió una época de gran desarrollo cultural entre los años 770 a. C. y 220 a. C. Las filosofías
que surgieron durante ese periodo se conocen como las Cien escuelas de pensamiento. En el siglo VI a. C., la
dinastía Zhou había empezado a declinar y pasó de la estabilidad de los periodos de Primavera y de Otoño al
que se conoce con el acertado nombre de Reinos Combatientes. En esta época nació Confucio (551-479 a.
C.), cuyo nombre original era Kong Qiu y que más tarde sería conocido como Kong Fuzi, o “Maestro Kong” (o
simplemente, el Maestro). Confucio fue, por tanto, contemporáneo de los primeros filósofos occidentales, y
como ellos, buscó constantes en un mundo de cambios; para él, esto significaba buscar valores morales que
permitieran a los mandatarios gobernar con justicia.
A diferencia de muchos de los primeros filósofos chinos, Confucio decidió recurrir al pasado en
busca de inspiración y pretende dotar de autoridad a la tradición de un pensamiento antiquísimo. No nos ha
dejado nada escrito pero sus teorías se recogieron más tarde en el libro Lun Yu o las Analectas. Este libro
es básicamente un tratado tanto de política como de ética, compuesto por aforismos y anécdotas que
forman una especie de código de conducta para el buen gobierno.
Algunos de los aforismos de Confucio nos resultan familiares:
"Así como el agua toma la forma del
recipiente que la contiene, un hombre sabio debe
adaptarse a las circunstancias".
"Dale un pescado a un hombre y comerá un
día. Enséñale a pescar y comerá toda la vida".
"Un hombre que no piensa y planifica su
futuro encontrará problemas desde su propia
puerta"
"Exígete mucho a ti mismo y espera poco de
los demás. Así te ahorrarás decepciones".
"Aceptar lo inesperado. Aceptar lo
inaceptable".
"El mejor indicio de la sabiduría es la
concordancia entre las palabras y las obras".
"Podemos volvernos sabios a través de tres formas distintas. Primero, a través de la reflexión que
es la más noble. Segundo, por imitación que es la más fácil. Y la tercera por experiencia, que es la más
amarga".
El pensamiento de Confucio es eminentemente práctico: supone una filosofía moral y del Estado
conservadoras. Y, sin embargo, rompe también con la tradición. Antes de las Cien escuelas de pensamiento,
la mitología y la religión explicaban el mundo y, por lo general, se aceptaba que el poder y la autoridad moral
eran un don divino. Confucio no hace mención alguna a los dioses, pero sí al tian o Cielo, como origen del
orden moral. Según las Analectas, el Cielo ha escogido a los seres humanos para que lleven a cabo su
voluntad y unifiquen el mundo de acuerdo con un orden moral, idea que coincidía con el pensamiento
tradicional chino. No obstante, y frente a la tradición, defiende que la virtud (te) es algo que puede cultivar
todo el mundo y no un don divino de las clases gobernantes. Confucio mismo llegó a ser consejero en la corte
Zhou gracias a méritos propios y estaba convencido de que la virtud y la benevolencia debían empapar al
resto de la sociedad para vivir con estabilidad y justicia.
Confucio llamaba junzi (caballero u hombre superior) a la persona educada, virtuosa, instruida y que
observaba sinceramente a los valores tradicionales chinos a los que Confucio recurrió para definir las
distintas maneras en que se puede actuar con te (virtud):
a) Zhong (lealtad y fidelidad). El orden en el que se tiene que ejercer esta virtud es el siguiente:
gobernante y súbdito, padre e hijo, marido y mujer, hermano mayor y menor, amigo y amigo.
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Esta jerarquía refleja una idea fundamental del confucianismo: cada persona debe saber qué
lugar ocupa en la sociedad como conjunto. La idea de zhong alberga a su vez otro de los valores
del te: shu (reciprocidad), como la reflexión que debería guiar nuestras acciones con los demás
y que aparece en el confucianismo formulada como “no hagas a los demás lo que no desees para
ti” (es lo que conocemos como la Regla de Oro y que aparece en muchos otros pensadores,
también occidentales).
b) Xiao (piedad filial): incluye todas aquellas prácticas tradicionales de culto a los antepasados,
pero, también, el respeto a los padres y los mayores. El xiao refuerza una vez más las
jerarquías dentro de la sociedad.
c) Li (respeto a los rituales): incluye los rituales relativos de culto a los antepasados y las normas
sociales que regían casi todos los aspectos de la vida china de la época (bodas, funerales,
sacrificios, normas de etiqueta para recibir a invitados o dar regalos, sencillos gestos
cotidianos, la reverencia o el modo de dirigirse a alguien, etc.). Estos rituales externos
transforman la sociedad cuando se realizan con sinceridad interior.
El texto clásico del taoísmo es el Tao Te Ching (“El camino y su poder”, aprox.
V/III a. C) que se atribuye a Lao Tse. Sin embargo, la historicidad de Lao Tse no está
demostrada. El libro trata del “camino [Tao] y de la virtud”, y considera la relación del
Tao con la vida humana y especialmente con el gobernante. Mediante el lenguaje no se
puede expresar el Tao. Es algo sin nombre, puesto que todos los nombres denominan
algún ente determinado. El Tao, sin embargo, es el principio que reina por encima de
todo, más allá de las diferenciaciones, constituye el “camino de la naturaleza y de la vida individual”.
El camino correcto del sabio y del gobernante sabio es, por tanto, dejarse llevar por el Tao,
liberándose interiormente de toda actividad egoísta y en esto consiste el te (virtud). El sabio actúa por
medio del no hacer. Eso no significa “no hacer nada”, sino la omisión de toda intervención innecesaria en el
acontecer. Cuanto menos intenta el hombre planificar por su cuenta, tanto más fielmente siguen las cosas al
Tao. “El Tao es el eterno no hacer, y sin embargo no
queda nada sin hacer”. El taoísmo no dota de un
estatus especial al ser humano, no obstante, señala
que con nuestro libre albedrío podemos desviarnos
del Tao y alterar el equilibrio del mundo. En ningún
caso Lao Tse llama al “no hacer” (no hacer nada en
absoluto), sino a actuar según la naturaleza, de
manera espontánea e intuitiva, lo que a su vez
significa actuar sin deseo ni ambición y sin recurrir
a las convenciones sociales: vivir en armonía con la
naturaleza es la enseñanza primordial del Tao Te
Ching.
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La doctrina del Yin-yang se asocia con el libro de las transformaciones o de las mutaciones (I
Ching), de origen taoísta, que contiene especulaciones numéricas que suponen una relación entre el
transcurso cósmico de la naturaleza y la vida humana mediante un patrón de ordenación común. El
fundamento de todo esto son una serie de ocho trigramas
constituidos por líneas enteras y fragmentadas que simbolizan las
fuerzas de la naturaleza y sus propiedades. Su combinación de
hasta sesenta y cuatro hexagramas supone la integración de todas
las fuerzas cósmicas en un sistema de ordenación común. Los dos
principios originarios son:
- Yang: masculino, firme, claro y activo.
- Yin: femenino, blando, oscuro y pasivo.
A partir de la interacción de estos dos principios se explica
el surgimiento y transformación de todas las cosas y de todos los
acontecimientos. Tanto el neoconfucianismo como el taoísmo se
sirven de la doctrina del Yin-yang para el desarrollo de su
cosmología.
¿Tiene sentido empeñarse hoy, a finales del siglo XX o comienzos del XXI, en mantener la filosofía
como una asignatura más del bachillerato? ¿Se trata de una mera supervivencia del pasado, que los
conservadores ensalzan por su prestigio tradicional pero que los progresistas y las personas prácticas
deben mirar con justificada impaciencia? ¿Pueden los jóvenes, adolescentes más bien, niños incluso, sacar
algo en limpio de lo que a su edad debe resultarles un galimatías? ¿No se limitarán en el mejor de los casos
a memorizar unas cuantas fórmulas pedantes que luego repetirán como papagayos? Quizá la filosofía
interese a unos pocos, a los que tienen vocación filosófica, si es que tal cosa aún existe, pero esos ya
tendrán en cualquier caso tiempo de descubrirla más adelante. Entonces, ¿por qué imponérsela a todos en la
educación secundaria? ¿No es una pérdida de tiempo caprichosa y reaccionaria, dado lo sobrecargado de los
programas actuales de bachillerato?
Lo curioso es que los primeros adversarios de la filosofía le reprochaban precisamente ser «cosa de
niños», adecuada como pasatiempo formativo en los primeros años pero impropia de adultos hechos y
derechos. Por ejemplo, Calicles, que pretende rebatir la opinión de Sócrates de que «es mejor padecer una
injusticia que causarla». Según Calicles, lo verdaderamente justo, digan lo que quieran las leyes, es que los
más fuertes se impongan a los débiles, los que valen más a los que valen menos y los capaces a los incapaces.
La ley dirá que es peor cometer una injusticia que sufrirla pero lo natural es considerar peor sufrirla que
cometerla. Lo demás son tiquismiquis filosóficos, para los que guarda el ya adulto Calicles todo su
desprecio: «La filosofía es ciertamente, amigo Sócrates, una ocupación grata, si uno se dedica a ella con
mesura en los años juveniles, pero cuando se atiende a ella más tiempo del debido es la ruina de los
hombres2». Calicles no ve nada de malo aparentemente en enseñar filosofía a los jóvenes aunque considera
el vicio de filosofar un pecado ruinoso cuando ya se ha crecido. Digo «aparentemente» porque no podemos
olvidar que Sócrates fue condenado a beber la cicuta acusado de corromper a los jóvenes seduciéndoles
con su pensamiento y su palabra. A fin de cuentas, si la filosofía desapareciese del todo, para chicos y
grandes, el enérgico Calicles partidario de la razón del más fuerte- no se llevaría gran disgusto...
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Si se quieren resumir todos los reproches contra la filosofía en cuatro palabras, bastan estas: no
sirve para nada. Los filósofos se empeñan en saber más que nadie de todo lo imaginable aunque en realidad
no son más que charlatanes amigos de la vacua palabrería. Y entonces, ¿quién sabe de verdad lo que hay que
saber sobre el mundo y la sociedad? Pues los científicos, los técnicos, los especialistas, los que son capaces
de dar informaciones válidas sobre la realidad. En el fondo los filósofos se empeñan en hablar de lo que no
saben: el propio Sócrates lo reconocía así, cuando dijo «sólo sé que no sé nada». Si no sabe nada, ¿para qué
vamos a escucharle, seamos jóvenes o maduros? Lo que tenemos que hacer es aprender de los que saben, no
de los que no saben. Sobre todo hoy en día, cuando las ciencias han adelantado tanto y ya sabemos cómo
funcionan la mayoría de las cosas... y cómo hacer funcionar otras, inventadas por científicos aplicados.
Así pues, en la época actual, la de los grandes descubrimientos técnicos, en el mundo del microchip y
del acelerador de partículas, en el reino de Internet y la televisión digital... ¿qué información podemos
recibir de la filosofía? La única respuesta que nos resignaremos a dar es la que hubiera probablemente
ofrecido el propio Sócrates: ninguna. Nos informan las ciencias de la naturaleza, los técnicos, los
periódicos, algunos programas de televisión... pero no hay información «filosófica». Según señaló Ortega,
antes citado, la filosofía es incompatible con las noticias y la información está hecha de noticias. Muy bien,
pero ¿es información lo único que buscamos para entendernos mejor a nosotros mismos y lo que nos rodea?
Supongamos que recibimos una noticia cualquiera, esta, por ejemplo: un número x de personas muere
diariamente de hambre en todo el mundo. Y nosotros, recibida la información, preguntamos (o nos
preguntamos) qué debemos pensar de tal suceso. Recabaremos opiniones, algunas de las cuales nos dirán que
tales muertes se deben a desajustes en el ciclo macroeconómico global, otras hablarán de la superpoblación
del planeta, algunos clamarán contra el injusto reparto de los bienes entre posesores y desposeídos, o
invocarán la voluntad de Dios, o la fatalidad del destino... Y no faltará alguna persona sencilla y cándida,
nuestro portero o el quiosquero que nos vende la prensa, para comentar: «¡En qué mundo vivimos!». Entonces
nosotros, como un eco pero cambiando la exclamación por la interrogación, nos preguntaremos: «Eso: ¿en
qué mundo vivimos?».
No hay respuesta científica para esta última pregunta, porque evidentemente no nos
conformaremos con respuestas como «vivimos en el planeta Tierra», «vivimos precisamente en un mundo en
el que x personas mueren diariamente de hambre», ni siquiera con que se nos diga que «vivimos en un mundo
muy injusto» o «un mundo maldito por Dios a causa de los pecados de los humanos» (¿por qué es injusto lo
que pasa?, ¿en qué consiste la maldición divina y quién la certifica?, etc.). En una palabra, no queremos más
información sobre lo que pasa sino saber qué significa la información que tenemos, cómo debemos
interpretarla y relacionarla con otras informaciones anteriores o simultáneas, qué supone todo ello en la
consideración general de la realidad en que vivimos, cómo podemos o debemos comportarnos en la situación
así establecida. Estas son precisamente las preguntas a las que atiende lo que vamos a llamar filosofía.
Digamos que se dan tres niveles distintos de entendimiento:
a) la información, que nos presenta los hechos y los mecanismos primarios de lo que sucede;
b) el conocimiento, que reflexiona sobre la información recibida, jerarquiza su importancia
significativa y busca principios generales para ordenarla;
c) la sabiduría, que vincula el conocimiento con las opciones vitales o valores que podemos elegir,
intentando establecer cómo vivir mejor de acuerdo con lo que sabemos.
Creo que la ciencia se mueve entre el nivel a) y el b) de conocimiento, mientras que la filosofía
opera entre el b) y el c). De modo que no hay información propiamente filosófica, pero sí puede haber
conocimiento filosófico y nos gustaría llegar a que hubiese también sabiduría filosófica. ¿Es posible lograr
tal cosa? Sobre todo: ¿se puede enseñar tal cosa?
[…]
Hay preguntas que admiten solución satisfactoria y tales preguntas son las que se hace la ciencia;
otras creemos imposible que lleguen a ser nunca totalmente solucionadas y responderlas -siempre
insatisfactoriamente - es el empeño de la filosofía. Históricamente ha sucedido que algunas preguntas
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empezaron siendo competencia de la filosofía -la naturaleza y movimiento de los astros, por ejemplo- y
luego pasaron a recibir solución científica. En otros casos, cuestiones en apariencia científicamente
solventadas volvieron después a ser tratadas desde nuevas perspectivas científicas, estimuladas por dudas
filosóficas (el paso de la geometría euclidiana a las geometrías no euclidianas, por ejemplo). Deslindar qué
preguntas parecen hoy pertenecer al primero y cuáles al segundo grupo es una de las tareas críticas más
importantes de los filósofos... y de los científicos. Es probable que ciertos aspectos de las preguntas a las
que hoy atiende la filosofía reciban mañana solución científica, y es seguro que las futuras soluciones
científicas ayudarán decisivamente en el replanteamiento de las respuestas filosóficas venideras, así como
no sería la primera vez que la tarea de los filósofos haya orientado o dado inspiración a algunos científicos.
No tiene por qué haber oposición irreductible, ni mucho menos mutuo menosprecio, entre ciencia y filosofía,
tal como creen los malos científicos y los malos filósofos. De lo único que podemos estar ciertos es que
jamás ni la ciencia ni la filosofía carecerán de preguntas a las que intentar responder...
Pero hay otra diferencia importante entre ciencia y filosofía, que ya no se refiere a los resultados
de ambas sino al modo de llegar hasta ellos. Un científico puede utilizar las soluciones halladas por
científicos anteriores sin necesidad de recorrer por sí mismo todos los razonamientos, cálculos y
experimentos que llevaron a descubrirlas; pero cuando alguien quiere filosofar no puede contentarse con
aceptar las respuestas de otros filósofos o citar su autoridad como argumento incontrovertible: ninguna
respuesta filosófica será válida para él si no vuelve a recorrer por sí mismo el camino trazado por sus
antecesores o intenta otro nuevo apoyado en esas perspectivas ajenas que habrá debido considerar
personalmente. En una palabra, el itinerario filosófico tiene que ser pensado individualmente por cada cual,
aunque parta de una muy rica tradición intelectual. Los logros de la ciencia están a disposición de quien
quiera consultarlos, pero los de la filosofía solo sirven a quien se decide a meditarlos por sí mismo.
Fernando Savater, Las preguntas de la vida.
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