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A lo prometido, Arturo Borda (19 de junio de 1966)

Hace cuatro meses, el domingo 27 de febrero, apareció en esta página una pintura de un Arturo Borda,
seleccionada entre más de 400 como la más interesante de la exposición "Arte de América Latina desde
la Independencia", una muestra itinerante instalada en ese momento en la Galería de Arte de la
Universidad de Yale. Borda era completamente desconocido en este país y el catálogo no ofrecía
información sobre él más allá de su nacionalidad, que era boliviana, pero el cuadro, que mostraba a un
hombre y una mujer de edad avanzada media sentados ante un paisaje obviamente imaginario en el que
varios niños y adultos se entretenían, era una obra de una vitalidad e individualidad cautivantes. Después
de analizar el cuadro, llegamos a la conclusión de que "lo mejor que se puede hacer respecto al caso de
Arturo Borda en este momento es prometer más investigación, con la esperanza de que este ejemplo no
sea una extraña excepción en su trabajo".

Desde entonces, ha llegado muchísima información sobre el artista de varias fuentes bolivianas y la
atención dada a este primer ejemplo que se puede ver en este país de su obra ha despertado el interés
suficiente en Bolivia para que se organice una muestra retrospectiva de Borda que se inaugura mañana
en La Paz, patrocinada conjuntamente por el Consejo Cultural de La Paz y la Embajada de los Estados
Unidos sobre el tema "Un olvidado artista boliviano redescubierto en los Estados Unidos".

Todo esto está muy bien, pero la opinión unánime de la gente que conoce el trabajo de Borda es que la
pintura expuesta en Yale, que es un retrato de sus padres con sus descendientes de fondo, es de lejos lo
mejor que Borda hizo. Las fotografías de su trabajo aquí recibidas apoyan la conclusión general de que
era, en el mejor de los casos, un pintor extremadamente desigual. Pero vale la pena resguardarlo en la
memoria como una personalidad extraordinaria y un artista muy venerado en Bolivia. La historia de su
vida, que sería una buena novela con escenografía exótica, de muchas maneras es paralela a la de Vincent
van Gogh con incidentales rasgos de parentesco con otras almas perdidas de artistas de finales del siglo
XIX y principios del XX proveniente de una parte del mundo que él nunca conoció.

Borda nació de una buena familia en La Paz el 14 de octubre de 1883. Su padre fue el teniente coronel
José Borda Gozálvez y su madre Leonor Gozálvez Montenegro. Asistió a una escuela primaria jesuita y a
la escuela secundaria inglesa, y ese fue el final de su educación. Como artista, fue completamente
autodidacta, y desde el principio (alrededor de los seis años) tenía igual interés en la pintura y la escritura.
Durante su vida, escribió un largo libro bajo el título general de "El Loco", una combinación de
autobiografía objetiva y espiritual que se publicaría en varios volúmenes si se publicara (el manuscrito es
conocido aparentemente por todos los intelectuales bolivianos, incluso si lo conocen solo por fragmentos
o por rumores) donde sus ideas sobre el alma, el sistema social, los principios de la estética y todo lo
demás, se dan en una combinación de lirismo Whitmaniano (Borda pintó un retrato de Whitman a partir
de una fotografía y tradujo parte de su poesía), filosofía semi-marxiana, patriotismo boliviano y
confesionario personal.

Cuando tenía solo dieciséis años, Borda comenzó a publicar regularmente en periódicos y revistas en La
Paz (esto fue en 1899) y comenzó también sus actividades socialistas entre los trabajadores bolivianos. En
1921, tenía treinta y ocho años, organizó una confederación nacional de trabajadores que incluía el
sindicato de trabajadores del ferrocarril fundado tres años antes por su hermano Héctor.
Héctor Borda, quien aún vive y es el dueño de las más o menos 500 pinturas hechas por su hermano
durante su vida (solo se ha registrado que se vendió una) se convirtió luego en el Theo van Gogh para su
Vincent. En el mismo año en que organizó la confederación de trabajadores, Arturo Borda perdió la
esperanza de que fuera posible una sociedad ideal y comenzó su declive en el alcoholismo bohemio que
duró los treinta y dos años restantes de su vida hasta su muerte en 1953, a la edad de setenta años. "Solo
vi a Borda una vez", dice un joven pintor boliviano. "Estaba caminando con dificultad y parecía
completamente inconsciente del mundo a su alrededor. Asistí a su funeral y vi su pobreza y sus magníficas
pinturas".

Si las pinturas son magníficas o no, más allá del retrato realmente magnífico que lo dio a conocer en este
país, es ciertamente una pregunta válida en vista de las fotografías disponibles. Pintó todo, desde grupos
de cuadros de género de corte académico hasta fantasías surrealistas con argumentos alegóricos socio-
estéticos como la curiosa "Crítica del arte moderno" reproducida aquí. Pintó paisajes imaginarios
aprovechando al máximo las selvas bolivianas y los picos irregulares de los Andes, donde las llamas posan
casualmente al borde de los precipicios. Pintó crucifixiones, una "Alegoría del progreso", un desesperado
"Los demoledores" que muestran a hombres desnudos en un interior doméstico destruyendo los símbolos
de la ciencia y el progreso (recordando en su forma ingenua a la "Melancolía I" de Durero) y retratos de
su familia y amigos.

En su ingenuidad puede recordar a Douanier Rousseau, pero en América del Sur se le considera primero
como un surrealista. Su surrealismo, sin embargo, fue una coincidencia: sus fantasías y alegorías fueron
concebidas como comentarios literarios sobre el arte y la sociedad, más que como exploraciones de la
psique humana. Pensó en sí mismo como antimoderno ("creo que el objetivo fundamental del arte es la
belleza, la poliforme y la protoforme, y que la incapacidad para cumplir este objetivo es responsable de
los futuristas, los cubistas, los surrealistas y otras escuelas crudas"), pero como artista es tolerable solo
por una estética contemporánea que puede interpretar en sus reflexiones, en su torpeza y en su inocencia
algo del mismo poder que se lee, por ejemplo, en Eilshemius.

Así visto, Borda podría convertirse en el arquetipo del artista en transición durante el siglo XIX, cuando los
valores del Clasicismo y el Renacimiento todavía se consideraban viables incluso cuando todas las
condiciones sociales de la nueva sociedad los declararon difuntos. Su arte adquiere un interés excepcional
porque creció en tal aislamiento que todas las ideas de segunda mano que absorbió ya estaban frustradas
en su potencial de autorrealización en una sola dirección, haciendo de su arte, en toda su diversidad, una
expresión de la confusión y la frustración de su generación estética. Se le llama, con razón, un surrealista,
aunque detestaba el surrealismo como una teoría específica. Como teoría aplicada a la pintura, el
surrealismo se ocupaba de las malformaciones de algo que solía llamarse el alma. En Borda, estas
desfiguraciones eran expresiones espontáneas, y de esta manera era el más surrealista de los que se
pueda imaginar.

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