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1. Introducción: ¿qué son las emociones?

1.1- una visión con perspectiva histórica

Ya desde la Antigüedad grandes filósofos como Platón o Aristóteles plantearon teorías genuinas
sobre las emociones.

Durante el siglo XIX el estudio de la emoción se va separando de la filosofía y profundizando en


aspectos más biopsicológicos, contribuyendo significativamente al surgimiento de la psicología
como ciencia independiente. Charles Darwin, padre de la biología moderna y uno de los
fundadores de esa nueva ciencia, publicó, en 1872, la obra sobre emociones más importante hasta
aquella fecha (Darwin, 1872). Otro de los pioneros del estudio de las emociones desde una
perspectiva psicológica o, más concretamente, psicofisiológica, fue William James, al resaltar el
papel de las respuestas periféricas (autónomas y motoras) en la constitución de las experiencias
emocionales (James, 1884), perspectiva que guarda una estrecha relación con la hipótesis del
marcador somático propuesta actualmente por Damasio.

A lo largo del siglo XX van proliferando diferentes teorías según centran su foco de atención en
unos u otros aspectos de los fenómenos emocionales. Así, de las críticas recibidas por la postura
psicofisiológica surgió la tradición neurológica encabezada por Cannon y Bard y sus teorías
centralistas. Este nuevo enfoque pone el énfasis en la activación del sistema nervioso central más
que en el periférico, proponiendo que tanto la experiencia emocional como las reacciones
fisiológicas son acontecimientos simultáneos que surgen del tálamo. Por otra parte, sabemos que
Sigmund Freud también se ocupó en profundidad de las emociones, aunque no propusiera una
teoría explícita para ellas, haciendo hincapié en la especial importancia de la experiencia
emocional vivida durante la infancia para la configuración y comprensión de la vida afectiva del
adulto (aquí entraría en juego la clásica, y muchas veces denostada, dicotomía entre consciente e
inconsciente que, sin embargo, a la luz de las nuevas perspectivas ofrecidas desde la
neurobiología y la psicología cognitiva, parecen engarzarse a la perfección con los sistemas de
aprendizaje y memoria explícitos e implícitos (Aguado, 2002). Desde enfoques conductistas
también se han estudiado las emociones, prestando especial atención al proceso de aprendizaje
de las mismas, el comportamiento manifiesto que permite inferirlas y los condicionamientos que las
provocan. De este enfoque, además de la gran utilidad de los paradigmas de condicionamiento y
las definiciones operacionales en la investigación experimental, se han derivado técnicas de
especial interés en la intervención clínica de las alteraciones emocionales. Sin embargo, en el
último tramo del siglo XX las teorías cognitivas fueron ensombreciendo el enfoque conductista y
tomando un papel dominante. Éstas consideran que la emoción es consecuencia de una serie de
procesos cognitivos como interpretación, valoración, atribución o expectativas, que se sitúan entre
los estímulos y la respuesta emocional. Se centrarían por tanto en la evaluación positiva o negativa
del estímulo que realiza el sujeto en función de cómo ha interpretado el estimulo y no tanto en el
acontecimiento en sí. Este enfoque también originará determinadas terapias que demostrarán una
elevada eficacia en trastornos como la depresión o la ansiedad patológica (Beck, 1990).

 Sentimiento: en el lenguaje común muchas veces se utiliza esta palabra como sinónimo de
emoción. Sin embargo, como veremos más adelante, en realidad hace referencia a uno de los
componentes que configuran las respuestas emocionales. Los sentimientos constituirían la parte
de estas reacciones emocionales que se somete a reflexión consciente y a la que se les asigna
una etiqueta convencional, un nombre. Son los pensamientos que tenemos sobre las emociones, la
parte que procesamos conscientemente.

Si observan, a lo largo del texto siempre se ha hecho referencia a los fenómenos emocionales en
plural, y ha sido deliberadamente. En general, la palabra emoción no es más que una etiqueta, una
manera de referirse a aspectos del funcionamiento psicológico y del organismo pues, como señala
Lazarus, no existiría la facultad de la emoción, sino diferentes tipos de emociones controladas por
mecanismos y procesos neurológicos específicos que les confieren una entidad y experiencia
subjetiva únicas (Lazarus, 1991). Algo parecido sucede cuando hablamos de percepción, pues
aunque se trata de un término por todos reconocido, cuando se quiere realizar un acercamiento
más exhaustivo a la misma se empiezan a diferenciar distintos sistemas, y hablamos entonces de
la visión, la audición, el tacto… seguramente, en la medida en que avancemos en la comprensión
de los distintos sistemas cerebrales involucrados en cada uno de los fenómenos emocionales (por
lo menos en aquellos más básicos) podremos también establecer diferenciaciones claras entre
ellos al estilo de lo que ha ido sucediendo con otras funciones cognitivas como la memoria o las
funciones ejecutivas.

2. Estructuras cerebrales vinculadas a las emociones

Tal como hemos visto en la presentación de este trabajo, hoy día se asume que cualquier
experiencia emocional posee sus propios mecanismos y correlatos cerebrales que en algunos
casos pueden verse solapados (a fin de cuentas, es la pauta general en el funcionamiento
cerebral). El conocimiento sobre estos procesos es cada vez más profundo y las nuevas técnicas
neurofisiológicas y de neuroimagen están proporcionando nuevos indicios sobre el funcionamiento,
tanto normal como patológico, de los fenómenos emocionales. Es cierto que este conocimiento es
mucho mayor en el caso de las que anteriormente hemos catalogado como emociones primarias,
seguramente debido a la posibilidad que estas proporcionan de ser estudiadas comparativamente
mediante experimentación animal y a la mayor robustez que les confiere su universalidad. No
obstante, las nuevas herramientas de carácter no invasivo que se están desarrollando van a
proporcionar valiosísima información que permitirá una mejor comprensión de los mecanismos
neurobiológicos que sustentan las reacciones emocionales secundarias, más complejas y
derivadas de las prácticas socioculturales.

Veamos, ahora sí, cuáles son las estructuras y procesos cerebrales que se involucran en la
generación de las experiencias emocionales.

 Hipotálamo (cuerpos mamilares): principal conexión con el sistema nervioso autónomo y


endocrino vía hipófisis y centros troncoencefálicos. Rector de las expresiones motoras emocionales
básicas.

 Circunvolución cingulada: se propone como una de las zonas donde se realiza la integración de
la información emocional con la cognoscitiva. El cíngulo anterior se relaciona con el control o
dirección de la atención, con las conductas de anticipación, la monitorización de acciones que
median reforzadores negativos y con la modulación de estados cognitivos y afectivos.

Aunque este esquema del sistema límbico como sustrato organizador de las emociones resulta
especialmente atrayente (estructuras agrupadas en base a consideraciones anatómicas desde una
perspectiva evolucionista), diferentes autores (Kotter, 1992) proclaman la insuficiencia de dichos
argumentos y la falta de consenso sobre los criterios a tener en cuenta para la inclusión de
estructuras en este sistema. Además, en la actualidad, cada vez se apoya con mayor fuerza el
papel fundamental de la Corteza Prefrontal en la integración de la información sensorial y
emocional crítica para la toma de decisiones y la conducta social adaptativa, así como para la
interpretación, expresión y modulación de las emociones. Una posible solución a este problema
con el concepto de sistema límbico puede ser, como ya apuntamos al definir el concepto de
emociones, estudiar los diferentes subsistemas neurofisiológicos y funcionales que intervienen en
cada una de las reacciones emocionales con identidad propia.

2.

2.3.3- vía lenta, vía rápida

Como ya apuntara Papez allá por los años 30, la información relacionada con los estímulos
emocionales parece seguir un curso doble hacia el principal centro encargado de su
procesamiento: la amígdala.
2.3.4- coloreando la cognición

El papel de la amígdala en las respuestas emocionales no sólo se limita a un disparador pasivo


dependiente del control cortical e hipocampal. En realidad, su rol se acerca más al de una interfase
en la que se integra información acerca del ambiente con las preceptivas respuestas emocionales
(pudiendo procesar información en paralelo desde diversos canales). De este modo, la amígdala
posee una amplia capacidad de influencia sobre gran variedad de procesos corticales que puede
llevarse a cabo de varias maneras (McGaugh, 2004):

1. Influencia directa:

 Recibe información sensorial altamente procesada, proyectando a su vez hacia todos los niveles
del procesamiento cortical sensorial.

 Percepción, sistemas de memoria, lenguaje, atención... la información emocional puede influir


sobre prácticamente cualquier función cognitiva.

2. Excitación a través de neurotransmisores:

 Liberados en áreas extensas de la corteza desde los sistemas del tronco encefálico. Juegan un
papel muy relevante en funciones como la atención sostenida a estímulos peligrosos.

 Uno de ellos es el núcleo basalis, el cual es activado por la amígdala cuando detecta un peligro y
libera acetilcolina en la corteza cerebral.

 Este sistema configura también un circuito reverberante que excita de nuevo la amígdala,
autoperpetuando su propia activación.

3. Retroalimentación corporal:

 Proveniente la activación conductual, autónoma y endocrina.

 Contribuye a la percepción de las emociones, ya que estas poseen patrones específicos de


activación corporal (por ejemplo, el feedback facial), a la intensidad que se le asignará a las
mismas y a la calidad de la respuesta emocional.

 Aporta información a los procesos de razonamiento y toma de decisiones, punto claramente


relacionado con la hipótesis de los marcadores somáticos.
2.4. Memoria y emociones

Del mismo modo que se hace la diferenciación entre memoria declarativa (explícita) y memoria
procedimental (implícita), podríamos hacer una diferenciación similar en cuanto a los procesos
mnésicos emocionales. De esta manera tendríamos:

 Memoria de emoción:

• sería un tipo de memoria consciente y explícita.

• recuerdo de una emoción que se experimentó en el pasado pero que no va unido a la activación
visceral que generó.

• mediada por los sistemas de memoria hipocámpico y diencefálico.

 Memoria emocional:

• es implícita y puede ocurrir sin contenido consciente (probablemente en relación con las
percepciones que denominamos “intuiciones”).

• rememoración de la activación emocional sin recuerdo consciente del evento pasado que la
generó.

• mediada por el sistema de memoria amigdalar.


Esta diferenciación se ha podido establecer tras apreciar que lesiones del sistema hipocampal
alteran el recuerdo explícito de los estímulos y las situaciones que generan las reacciones
emocionales que, no obstante, se ponen en marcha ante dichos estímulos (el sujeto no es capaz
de declarar el proceso de aprendizaje por el cual ha llegado a adquirir esas respuestas
emocionales, no es consciente de ello), mientras que las lesiones del sistema amigdalar alteran el
condicionamiento, las reacciones emocionales, mas no el recuerdo explícito de los estímulos que
las generarían (el sujeto es capaz de declarar la situación de aprendizaje pero carece de la
información visceral asociada que debería de guiar sus respuestas emocionales). Cuando la lesión
se presentaba en ambas estructuras, no se daba ninguno de los dos procesos de adquisición
(Bechara, 1995). Por lo tanto, nos encontramos ante un claro ejemplo de disociación entre
conocimientos explícitos (recuerdo consciente de la relación entre el estímulo y sus consecuencias)
e implícitos (activación emocional ante los estímulos peligrosos).

Esta disociación entre información explícita e implícita, consciente e inconsciente, puede estar en
la base de muchas alteraciones psicopatológicas. Sin embargo, en condiciones normales ambos
procesos funcionan conjuntamente en la generación del comportamiento. De este modo, la
información saliente de estos dos sistemas paralelos ingresa en la memoria de trabajo donde son
integrados en una experiencia unificada [24].

La activación paralela de estos sistemas puede dar lugar a interacciones recíprocas de manera que
las memorias explícitas pueden activar las memorias emocionales y provocar reacciones
emocionales asociadas (el recuerdo de situaciones en las que nos hemos sentido felices pueden
provocar sensaciones de felicidad). Del mismo modo, las activaciones emocionales pueden activar
el sistema hipocámpico y evocar estímulos y situaciones asociados a dichas sensaciones (cuando
nos sentimos tristes es más probable que recordemos situaciones en las que también nos sentimos
tristes).
Según Rains, este hecho podría estar en la base de fenómenos como el de congruencia del estado
de ánimo con la memoria (tendencia a recordar mejor la información cuando se está en un estado
anímico similar al que se experimentó cuando se adquirió la información). Por otra parte, estos
mecanismos también podrían estar en la base de la idea que sustenta que la activación emocional
intensa potencia la formación de recuerdos vívidos y resistentes al olvido. De hecho, diferentes
estudios de laboratorio apoyan esta última idea que puede ser explicada tanto por mecanismos
cognitivos como el procesamiento preferente de la información emocional debido a su gran
relevancia social y personal, como por mecanismos neurobiológicos basados en el papel
neuromodulador de las hormonas vinculadas a la activación emocional (como, por ejemplo, la
adrenalina y las hormonas corticoides relacionadas con las reacciones de estrés).

2.5.1.2- Corteza Orbitofrontal

Esta región del cortex prefrontal parece ser la interfase o compuerta de la información emocional,
proveniente de la amígdala, hacia la memoria de trabajo sustentada por las regiones dorsolateral y
cingulada anterior. Al igual que la región medial, posee conexiones recíprocas con la amígdala y los
sistemas sensoriales, implementando una integración de la representación del mundo y del
procesamiento emocional, por lo que sería razonable considerar que esta zona prefrontal
sustentaría una especie de memoria de trabajo emocional crucial para el razonamiento, la toma de
decisiones y el comportamiento social adaptativo. Las lesiones de esta región (síndrome prefrontal
orbitario) se caracterizan por presentar a un sujeto desinhibido, con un comportamiento impulsivo e
irritable, alteración del juicio, distractibilidad, conductas de dependencia del medio, posible moria y
euforia, así como los patrones de psicopatía o sociopatía adquirida comentados con anterioridad.

3. Conclusión y líneas futuras

Como hemos podido ver a lo largo de esta revisión, los fenómenos emocionales implican gran
variedad de sistemas: neurofisiológicos, cognitivos y conductuales, hecho que los hace
susceptibles de ser abordados desde muy diversas perspectivas. En nuestra opinión, una de las
perspectivas que mejor puede integrar los diferentes componentes de estas complejas reacciones
es, sin duda, la neuropsicología.

En la actualidad debemos asumir que las funciones cognitivas no son, ni más ni menos, que el
reflejo de un cerebro que procesa información (Duque, 2008). Bien, entonces, ¿podemos
considerar las respuestas emocionales como una función cognitiva? Según esta visión, las
emociones (o, al menos, sus componentes centrales corticales) pueden considerarse una función
cognitiva. Evidentemente, éstas poseen características particulares y componentes que van más
allá de lo puramente cognitivo, con una historia filogenética muy antigua y posible base a partir de
las que algunas de las funciones cognitivas que actualmente poseemos se desarrollaron. En
nuestra opinión, no hay un cerebro emocional y otro cognitivo-intelectual (aunque con fines
analíticos y explicativos podamos hablar de ellos), hay un solo cerebro cuyos diferentes sistemas
interactúan con el resto del organismo para producir la cognición y, a fin de cuentas, el
comportamiento (ya sea este explícito o implícito). Tal y como hemos podido ver, las emociones
son una fuente muy importante de cognición, propiciando un rico y variado procesamiento de
información, de cognoscimiento sobre nuestro ambiente. De este modo, y siguiendo la línea de
autores como Kolb y Whishaw, las emociones pueden -por no decir deben- ser consideradas como
una de las funciones cognitivas superiores del ser humano (no hay que acomplejarse porque
algunas de ellas las compartamos con otros animales “inferiores” o porque en algunas ocasiones
dominen a nuestra todopoderosa razón), y prueba de ello es la implicación fundamental de
estructuras filogenéticamente modernas (como las zonas prefrontales comentadas) en la
experiencia y regulación de las respuestas emocionales y la importancia capital que éstas tienen
en nuestras interacciones, decisiones y quehaceres diarios (siendo, por ejemplo, un componente
cada vez con más peso en las teorías de la inteligencia).

Sin embargo, en el texto antes referenciado, se sostiene que la neuropsicología no debe estudiar
los procesos emocionales o afectivos puesto que se trata de un campo que “pertenece” a la
psiquiatría o a la psicología clínica. Y que es un error, que muchos no asumen, que un
neuropsicólogo trate las alteraciones psicopatológicas de los pacientes que, por ejemplo, han
sufrido un TCE. Esta reflexión nos devuelve a la pregunta que se dejaba planteada al principio de
la exposición: ¿es lícito, por tanto, abordar los trastornos emocionales desde la neuropsicología
clínica? Tomando como ejemplo el conocido caso de Phineas Gage para exponer el núcleo central
de esta idea, surge la siguiente pregunta: ¿por qué se considera lícito que tras el desgraciado
accidente que sufrió esta persona, se abordara desde la neuropsicología la afasia motora o los
trastornos en la planificación y la búsqueda de posibilidades sobrevenidos, pero no consideramos
así la atención neuropsicológica de las alteraciones que aquel ciudadano ejemplar experimentó en
su regulación emocional y conductual?, ¿tanta diferencia hay entre una perseveración cognitiva
semántica (asociada a lesiones prefrontales dorsolaterales) y una perseveración emocional que
impide la extinción de respuestas desadaptativas (asociada a lesiones frontomediales)?

Estas cuestiones, como todo, serán susceptibles de ser matizadas por las distintas perspectivas.
Pero, en definitiva, lo que se quiere transmitir con ellas (y con todo este trabajo en sí) es la idea de
que el conocimiento de los fenómenos emocionales no debería ser excluido de la neuropsicología
clínica dada su amplia vinculación con capacidades como la toma de decisiones, la adaptación del
comportamiento a ambientes complejos y, en general, su influencia sobre el resto de funciones
cognitivas. Además, las respuestas emocionales engloban algunos de los procesos orgánicos que
mejor reflejan la compleja interacción que ocurre entre componentes fisiológicos y cognitivos en la
construcción del comportamiento integral del individuo (abarcando en este sentido todos los planos
propuestos por la Organización Mundial de la Salud a tener en cuenta respecto a la salud y
bienestar de las personas: biológico, psicológico y social). Por tanto, en nuestra modesta opinión,
sería deseable (e incluso importante) que, al menos, el neuropsicólogo clínico las conociese
adecuadamente y las tuviera en cuenta a la hora de prestar la mejor atención clínica integral
posible a los pacientes.

Desde luego, teniendo también en cuenta la actual situación de nuestros sistemas de salud
hiperespecializados y multidisciplinares, otra cosa será el profesional de la salud que mejor
cualificado esté para abordar los trastornos emocionales, ya sean de origen psicológico o causados
por alteraciones orgánicas conocidas. Hoy por hoy, psicólogos clínicos y médicos psiquiatras son
los que mayores conocimientos poseen sobre las terapias e intervenciones más indicadas en cada
caso. No obstante, en la medida en que avanza el conocimiento de las bases neurobiológicas que
sustentan muchos de estos trastornos emocionales, dichos profesionales podrán beneficiarse del
conocimiento y los descubrimientos que desde la neuropsicología y la neurología se puedan
aportar. Por tanto, en respuesta a la pregunta sobre la licitud del abordaje neuropsicológico de las
alteraciones emocionales, ciertamente, tal como acabamos de comentar, y siendo realistas, habría
que responder negativamente, pues en la actualidad son los profesionales del área de salud mental
quienes poseen los conocimientos más específicos para el abordaje de estas alteraciones. Sin
embargo, levantando la mirada hacia futuros contextos, no es descabellado pensar que, en
aquellos casos donde las alteraciones emocionales provengan de lesiones o disfunciones
cerebrales, neuropsicólogos clínicos con una formación específica en este ámbito se encuentren
en una posición ideal para el abordaje integral de dichos trastornos.

De este modo, quisiermos acabar esta exposición animando a todos los profesionales relacionados
con la neuropsicología y disciplinas afines a seguir profundizando en el conocimiento de estas
preciosas y fascinantes reacciones humanas desde esta perspectiva que, posiblemente, sea una
de las que mejor permita comprender estos complejos fenómenos en todas sus dimensiones.

http://www.neurowikia.es/content/bases-neurobiologicas-de-las-emociones

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