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Pero para Dostoyevski eso no hubiera sido realista, y si hay algo que los realistas
cuiden y mimen incluso de forma enfermiza, son los detalles. Cosa que
quedará bien patente durante la lectura de la obra.
El sufrimiento interno que alberga el protagonista a lo largo de toda la obra
sumado a su decisión de entregarse a la policía, incluso sabiendo que no
pueden demostrar que él había asesinado a las hermanas Ivanovna, y sin
contar las muchas acciones completamente desinteresadas que hace, muestra
rotundamente que verdaderamente Rodia no es una mala persona.
Queda pendiente aún el turbio asunto del asesinato de Isabel Ivanovna. ¿Acaso
era una mala mujer? ¿No era otra víctima de su hermana? ¿Es moral decir que
estaba en el momento equivocado en el lugar equivocado? Muchos se
preguntarán porqué no simplemente la ato, o porqué no la dejó marchar a
gritos por el pasillo mientras él se escabullía. Desde aquí defenderemos la
hipótesis de que los nervios y el pánico se apoderaron del joven estudiante y
actúa movido por el instinto de supervivencia. ¿Justo? No, desgraciada Isabel,
una mala vida y una peor muerte. ¿Moral? Tampoco. Jugarretas del azar,
quizá.
El lector verá en Rodia a un buen hombre, acosado por las deudas y el temor a
casar a su hermana con un tipo cuanto menos cuestionable. Sentirá compasión
por él y deseará que le vaya bien y, sobretodo, que le cojan.
Cualquiera podría decir que un asesinato, o dos, mejor dicho, no son hechos
que se puedan omitir. No obstante, imaginen a Rodia y recuerden sus actos sin
pensar en lo que hizo en las primeras páginas.
No es un mal hombre.
Rechazaba cualquier forma violenta para alcanzar el cambio social y, aunque era
bastante tradicional apoyaba las reformas impulsadas por el zar Alejandro II.
La desigualdad social fue uno de sus temas más recurrentes.
Al salir del edificio donde vive la usurera, Rodia no se siente bien y termina
en una taberna. Es allí donde conoce a Marmeladov, un hombre alcohólico y
triste cuya vida es un absoluto desastre. El hombre entabla conversación con
el estudiante y le confiesa que por su culpa su familia se ve en la más absoluta
miseria. Su hija, Sonia, se ve obligada a ejercer la prostitución para ayudar a la
familia ya que con el dinero de su esposa Katerin, que es costurera, no pueden
pagar el alquiler y comer. Es importante destacar que, aunque Marmeladoz
sufre profundamente por las penurias de su familia, es incapaz de dejar de
beber.
Rodia acompaña al hombre a su casa y éste le dice que lo que más miedo le da
de volver a casa no es que su mujer le pegue, si no mirarla a los ojos y
escuchar a los niños llorar. Nada más franquear la puerta Raskolnikov conoce
a Katerin, y ve como ella insulta y pega a su marido mientras los niños no
cesan de llorar.
Alterado, decide salir a pasear. Durante el trayecto observa a una joven que
camina delante de él. Observa como vacila al andar y lleva la ropa rasgada. La
chica se tumba en un banco y Rodia se acerca a ella para darse cuenta de que
está completamente borracha. El protagonista mira en derredor y se fija en un
hombre que parecía ir persiguiendo a la muchacha. Rodia, encolerizado, le
increpa y cuando parecía que iban a llegar a un enfrentamiento físico aparece
un gendarme.
Sus pasos le llevan hacia la casa del que probablemente sea su único
amigo, Razumikin, aunque al final no va a verle. Termina en una taberna
tomando aguardiente y como hacía tiempo que no tomaba alcohol acaba
durmiéndose en un parque. Sueña entonces con un recuerdo de su infancia. En
él aparecen él y su padre en unas fiestas de su pueblo, y para el lector pueden
ser uno de los pasajes más estremecedores de la novela, pues Rodia sueña con
el brutal apaleamiento de una yegua y el dolor interno que le producía la
situación.
Cuando despierta echa andar y termina en el mercado de heno, donde, por
casualidad, se ve en medio de una conversación entre un matrimonio y la
hermana de Alena Ivanovna. Rodia escucha entonces que Alena estará sola al
día siguiente entre las seis y las siete. La oportunidad que se le brinda es quizá
única. Regresa a casa lleno de inseguridades.
Es la carrera casi vuelve a tropezar con los dos hombres que subían
acompañados del portero. Casi da por hecho que va a ser visto cuando
recuerda que ha visto un piso vacío en el que puede esconderse unos instantes
hasta que los tres hombres pasen de largo.
Segunda Parte.
Raskolnikov consigue llegar a su casa sin ser visto y colocar el hacha donde la
había encontrado. Agotado, se duerme; pero al despertar se enfada consigo
mismo por no haber sido cuidadoso y no limpiarse la sangre ni esconder los
objetos robados. Mientras piensa en esos puntos Natacha, la criada, le entrega
una citación de la policía.
Rodia se preocupa tanto al verlo que Natacha cree que está enfermo. Sin
embargo, la citación no era de extrema gravedad, se refería a una reclamación
de dinero. Su patrona, al ver que Raskolnikov no le pagaba había acudido a la
policía.
Tras firmas unos papeles en los que asegura que va a pagar a su casera se
dispone a marcharse de la comisaria, entonces escucha a varios policías
comentando el asesinato de Alena Ivanovna y de su hermana. Rodia se
desploma inconsciente.
Rodia recuerda haber visto a alguien durante sus alucinaciones con la fiebre y
Razumikin le cuenta que no es otro que Zametov, el jefe de policía. Zametov
es amigo de Razumikin y este le había hablado mucho acerca de Raskolnikov,
con lo cual había despertado mucho interés en el policía sobre Rodia.
El protagonista se asusta y le pregunta si durante sus delirios habló de algo,
esto provoca en Razumikin diversión y se burla de su amigo preguntándole si
guarda algún secreto. Razumikin le cuenta que tan sólo ha mencionado cosas
sin sentido sobre botas, relojes y tiras de pantalón; sin sentido para él, pero
para Rodia y el lector todo guarda un perfecto sentido.
Razumikin le da a Rodia 35 rublos y le dice que va a coger 10 para algo que
tiene en mente, pero que volverá para darle cuenta de qué ha hecho. Una vez
se marcha su amigo, Rodia se levanta nervioso y al poco se duerme de nuevo.
Cuando despierta, Razumikin ya está de vuelta. La inversión de 10 rublos que
su amigo había llevado a cabo era para ropa, además, consigue hablar con la
casera para que deje de presionar a Raskolnikov con los pagos del alquiler.
Tercera Parte.
Pulqueria y Dunia quedan impactadas al oír el relato de Rodia acerca de su
encuentro por Petrovich y ponen en duda la salud mental de su hijo y
hermano. Creen que es mejor dejarle descansar y Razumikin se ofrece a
acompañarlas a la habitación que Piort ha alquilado para ellas.
Una vez llegan a la casa del juez Porfirio, Raskolnikov le expresa la angustia
que le produce no poder desempeñar los objetos que le cedió a la usurera y su
miedo a que desaparezcan antes de que él consiga el dinero. Los comentarios
velados que se producen durante la conversación entre el juez, Rodia y
Razumikin, hacen que el protagonista empiece a preguntarse si Porfirio se está
dando cuenta de que Raskolnikov es el culpable que busca.
El diálogo deriva en una charla con tintes filosóficos que da vueltas en torno al
asesinato de la usurera. Rodia decide marcharse y en el momento en el que se
va a ir el juez le frena para hacerle unas preguntas sobre el día en el que
asesinaron a Alena e Isabel Ivanovna. Raskolnikov le dice que no vio nada,
pero Razumikin se da cuenta de que Rodia no fue al encuentro de la usurera el
mismo día que la mataron, si no un par de días antes. Porfirio se disculpa por
su confusión y les despide cordialmente.
Raskolnikov le dice a su amigo que se siente molesto porque le ha dado la
sensación de que se sospechaba de él en lo referente al asesinato de las
hermanas Ivanovna, y Razumikin le apoya rotundamente.
Rodia se separa de Razumikin alegando que debe hacer un recado, pero lo que
en realidad tiene que hacer es ir a su habitación y registrarla de arriba abajo en
busca de pistas que pudieran inculparle en el crimen.
Cuarta Parte.
Svidrigailov le pide a Rodia que interceda por él y concierte una cita con
Dunia. Rodia le recrimina el trato que sufrió su hermana por su culpa y se
opone determinantemente a la petición de Svidrigailov. Entonces el hombre se
confiesa como un ser vicioso y desocupado cuyas intenciones son convertirse
en el rival de Petrovich para conseguir la mano de Dunia. Llega a ofrecer 10
mil rublos para que Dunia no se case con Piort. La propuesta le parece a Rodia
del todo insolente y le dice que no le va a decir ni proponer nada a Dunia.
En ese momento Rodia confiesa que hacía tan solo un rato que Svidrigailov
había ido a visitarle y que le había dicho que Dunia había heredado tres mil
rublos por parte de María Petrovna y que tenía intenciones de hacerle una
propuesta. Rodia quiere esperar para contarlo y Piort entiende que está
esperando a que él se vaya y se molesta, haciendo notar que pese a sus
exigencias Raskolnikov estaba allí. La tensión continúa creciendo hasta que
Razumikin estalla y discute con Piort por las insolencias que este dice. Dunia
termina calificando a Petrovich de ruin y malo y le pide que se marche.
Rodia le cuenta que ha roto su relación con su hermana y con su madre y le pide
que huya con él, ya que sobre ellos “pesa una maldición” Sonia titubea y
Rodia le asegura que es mejor cortar las relaciones de golpe, tal y como ha
hecho él mismo.
Además Rodia le dice que va a confesarle quien asesinó a la usurera y a su
hermana, pero que tiene que esperar; ello hace que Sonia comience a
sospechar que ha sido el propio Raskolnikov quien cometió los asesinatos. Lo
que ninguno de los dos sabe es que Svidrigailov está escuchando muy atento
su conversación.
Al día siguiente Rodia acude a casa del juez Porfirio para tratar el asunto de
sus objetos empeñados. El protagonista está seguro de que el juez sabe que él
es el asesino y considera su amabilidad una falsedad que, además, le
incomoda e intranquiliza. Durante su charla aparece Nikolai, el pintor que
había sido inculpado por el crimen, para declararse culpable delante de
Porfirio y de Raskolnikov. Para sorpresa del juez, Rodia empieza a gritar que
no consiente esa confesión.
El juez sabe bien que Nikolai miente y se lo dice. Después indica a Rodia que
no es oportuna su presencia en esos instantes, por lo que Raskolnikov se
marcha a su casa y se deja caer en el diván en busca de respuestas al misterio
de por qué Nikolai se había auto inculpado de los asesinatos, que,
evidentemente, él no había cometido.
Quinta Parte.
Piorte Petrovich va a la habitación de Dunia y Pulqueria para intentar
solucionar el problema con ellas, no obstante, para su sorpresa, ya no hay
solución posible por parte de las dos mujeres. Es por esto que comienza a
pensar planes vengativos contra la familia de Dunia, su ya ex prometida.
Katerin Ivanovna, esposa del difunto Marmeladov, gasta en exceso en el
funeral de éste, lo que llaman “orgullo de pobres”. Su enfermedad empeora y
tose sangre y comienza a sufrir delirios.
En la habitación de Sonia intenta hacer que adivine quien fue el que asesinó a las
hermanas Ivanovna. Ella no quiere creerlo y cuando por fin se hace a la idea le
dice que está perdido, pero para asombro de los lectores, Sonia se abraza a
Rodia y le susurra palabras llenas de ternura. Raskolnikov le pregunta
entonces si va a abandonarle y Sonia le responde que van a estar juntos para
siempre.
No obstante, las preguntas que le hace Sonia en cuanto a los motivos que
llevaron a Rodia a asesinar a Alena e Isabel Ivanovna comienzan a atormentar
a Raskolnikov.
Rodia vuelve a su casa y recibe a Dunia. Por unos instantes cree que su
hermana ya sabe del asunto del asesinato, pero lo que va a decirle es lo
maravillosos que le parece Razumikin.
Svidrigailov se presta a ayudar con los gastos del funeral de Katerin Ivanovna
y Raskolnikov duda de su generosidad, a los que Svidrigailov le responde
“Esta mujer no era un gusano como cierta vieja usurera” Raskolnikov cede al
pánico y le pregunta qué como sabe eso, descubre entonces que Svidrigailov
es vecino de Sonia y había escuchado toda la conversación.
Razumikin aparece en casa de Rodia para contarle que el juez Porfirio ya tiene
al asesino del crimen de la usurera y su hermana y que éste ha confesado.
Rodia duda de que el juez crea de verdad que el pintor, Nikolai, es el asesino.
Rodia le cuenta a Razumikin que Dunia había estado allí y que él mismo le
había dicho que su amigo era un buen hombre, honrado y trabajador, pero que
no le dijo que Razumikin la amaba porque ella ya lo sabía. Razumikin le
cuenta a Rodia que Dunia había recibido una carta que la había estresado
mucho, pero que no sabía de quién era.
Cuando Dunia se va, Svidrigailov sale de casa con el arma que la chica ha
olvidado y se dirige a buscar a Sonia con la finalidad de darle dinero para que
pueda cuidar de sus hermanastros y excusa su determinación diciendo que
pronto va a salir a América.
Tras esto acude a la casa de los padres de su prometida para comunicarles que
se tenía que ir fuera de la ciudad. Pero la realidad es que Svidrigailov se suicida
con el revólver de Dunia.
Rodia va a la habitación de Pulqueria y Dunia para despedirse de ellas, pero
solo encuentra a su madre, de la que se despide efusivamente, preguntándole
que si aunque escuchara cosas terribles de él le seguiría queriendo igual.
Epílogo.
Raskolnikov es condenado a ochos de prisión en Siberia, pero para él no es
tan dura como para el resto de presos. Ello es porque la condena mitiga su
enorme culpabilidad.
Piensa en Sonia, y esa idea le da fuerzas para continuar. Ella le está esperando
a que cumpla su condena.
Pulqueria solo sospecha que su hijo ha hecho algo terrible y cuando por fin se
entera, prefiere no darle crédito y solo recuerda las buenas acciones de su hijo.
Razumikin y Dunia se casan y poco después del enlace Pulqueria muere de una
fiebre cerebral. Al estar en Siberia, la noticia llegó muy tarde a Rodia.
Tanto Rodia como Sonia sueñan con el momento en el que podrán estar
juntos. El autor señala ese futuro como: “La historia de