Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Por
Tomás Rubio
1
Periodismo de apoyo mutuo
2
Nada que interese a un redactor
3
Licencia para inventar
4
Página sin sucesos
Nuestra ciudad era un lugar tranquilo donde los ciudadanos trabajaban, los
emigrantes sobrevivían, los empresarios prosperaban y los turistas gastaban su
dinero. La playa, una de las más visitadas del país, se llenaba de familias por
la mañana y por la noche de jóvenes alcoholizados que nadaban desnudos.
Había zonas residenciales para alemanes, noruegos e ingleses. En esos
lugares no se hablaba español. Algunos residentes se esforzaban en aprenderlo
porque después de años en la ciudad sentían que, salvo sol y alquileres
baratos, no habían conocido nada nuevo. Eran tantos los extranjeros que los
políticos comenzaron a tenerlos muy en cuenta, sobre todo desde que la ley les
permitía votar en las elecciones municipales.
Para atenderles se suprimieron de los festejos todo lo que podía herir su
refinada sensibilidad. Ya no se celebraban corridas de toros, se prohibió cantar
en la calle, los espectáculos comenzaban puntuales y se quedaban medio
vacíos porque, salvo ellos, los demás llegábamos tarde. En los cines se
proyectaban películas subtituladas muy serias que los nativos no entendíamos,
pero que mirábamos con interés pues nos advertían que era cine culto.
Los residentes extranjeros lo agradecían con sus votos, sus inversiones y
sus generosas donaciones a ONGs y fundaciones locales. Pronto estas
asociaciones se incorporaron al producto interior muy bruto de la ciudad. Las
había de todo tipo y con objetivos muy variados. Había una que defendía a las
potenciales víctimas de un ataque extraterrestre, otra se ocupaba de llevar
computadoras obsoletas a países sin electricidad. Todas las esposas de los
políticos y empresarios crearon sus propias asociaciones que ayudaban a los
débiles y a los pobres. Y cuando no encontraban a quien ayudar, se inventaban
necesitados. El caso es que siempre tenían excusas para organizar fiestas
donde se reunían con damas de otras ciudades, famosos que nadie sabía por
qué son famosos, artistas reneovanguardistas, diseñadores de cabellos,
diseñadores de ropa, de muebles, de cucharas y tenedores, de interiores, de
exteriores. Y claro, nunca faltaba el gran diseñador de las almas, el señor
obispo.
En la ciudad todo iba tan bien que a veces me preguntaba para qué servía
un redactor de sucesos. Sí, porque sorpresivamente un día fui nombrado,
temporalmente claro, redactor de sucesos del periódico.
-Hasta que encuentre a alguien más adecuado, quiero que te encargues de
los sucesos.
-¿Qué le sucedió a Juan?
-Consiguió otro trabajo.
-Me dijeron otra cosa, jefe.
-Nada que interese a un redactor.
-Me dijeron que amenazó con hablar.
- Tú a lo tuyo.
-No jefe, yo a lo suyo. Y lo suyo es que sea el redactor de sucesos. La
sangre me marea, no me gusta la idea.
- A mí tampoco. No creo que valgas para eso, pero es lo que hay. Cada
semana visitarás al jefe de la policía y al concejal de Seguridad Ciudadana.
Escribe lo que te cuenten.
-Sin preguntas.
-Sin preguntas.
Después de dos días leyendo crónicas de sucesos me sentí agobiado.
Soñaba con asesinatos, soñaba que un violador compulsivo me perseguía y
acababa conmigo en un callejón oscuro mientras yo le gritaba que era hombre,
que era hombre. Pero como se lo gritaba cuando ya estaba despierto, el tipo no
me hacía caso. También leí novelas de Stanley Gardner y Raymond Chandler.
Y cuando finalmente me sentí preparado para escribir, visité al concejal de
seguridad ciudadana.
Concerté la cita temprano, por si la información que me facilitara
requiriese contrastarla con otras fuentes o precisase de una investigación.
Pronto me di cuenta que mi función era otra. El jefe lo había anticipado.
-Como comprenderá -me aclaró el concejal- en esta ciudad todos vivimos
directa o indirectamente del turismo y no podemos publicar lo que sucede sin
hacer una selección previa.
-Comprendo señor. Usted no desea asustar a los turistas y a mí no me
agrada cubrir las páginas de sangre. Nos vamos a entender. ¿Qué publicamos
hoy?
Acababa de descubrir que el periódico tenía, en todas sus secciones,
redactores dobles. Sobre cultura escribía yo y me pagaban aunque las noticias
las decidiera el concejal de cultura. Con los sucesos, lo acababa de comprobar,
pasaba lo mismo. Cada día el concejal de Seguridad Ciudadana me indicaría lo
que había que publicar y cómo hacerlo.
A veces me han comentado que la profesión de periodista es muy
peligrosa. La realidad, sin embargo, no era tan cruda en mi ciudad. En los
periódicos escribíamos lo que nos decían para no complicarnos el sueldo y la
vida. Yo era redactor de una página de cultura sin cultura y ahora también lo
era de la página sin sucesos.
5
Prohibido morir
6
Periodismo de investigación
7
Gente guapa
8
Girando alrededor de nuestro ombligo
9
Noticias de Juan
10
El precio y el poema
11
Mi padre me enseñó a leer periódicos
-Los periódicos se leen de atrás hacia adelante, hijo. Primero las tiras
cómicas para empezar con humor el día. Después lees los deportes para estirar
un poco los músculos, te masturbas con la chica de contraportada y al baño.
Ya vestido, en el comedor llega lo que yo llamo el café literario: espectáculos
y cultura.
-¿Y qué hago con las demás páginas, padre?
-Con las páginas de opinión envuelves el sándwich y con las de política,
después de cagar, te limpias el trasero.
-¿Y con las internacionales?
-Con ésas haces una pelota y se la tiras al perro.
-Padre, pero si usted casi no lee los periódicos… ¿Por qué los trae casa?
-Es mi profesión.
Mi padre vendía periódicos.
12
La vida sigue igual
13
Un periodista tachable
14
Y fueron infelices y comieron perdices
El hombre con más memoria era el jefe de ventas. Cada día conseguía que
alguno de nuestros clientes recordara un favor que nos debía y aceptara un
nuevo contrato de publicidad.
-Las ventas no tienen ética - acostumbra a decirme -. Finalmente lo que
importa son las cifras. Si un vendedor tiene una cuenta exitosa, los de arriba
no preguntan cómo ha conseguido esos números.
Todo esto me lo confiaba porque durante años yo fui vendedor.
-Tú eras un flojo, por eso te marchaste.
-Esa no fue la razón Manuel. Tú sabes que me fui porque cuando no vendía
me presionaban y cuando vendía me presionaban más. Es un mundo
esquizofrénico.
-Cierto, así es. Pero porque eras un flojo. Igual que ahora, que eres un
redactor flojo.
Para el jefe de ventas un flojo era aquel que no utilizaba el chantaje para
ejercer su profesión.
-No vas a prosperar nunca, te jubilarás en cultura.
Ese era otro criterio absoluto de Manuel. El redactor de cultura era un
especialista de lo inútil. Y no le faltaba razón. Un redactor de cultura en
nuestro periódico ganaba poco más que los repartidores o el vigilante de la
puerta. Y eso no me hubiera importado si los redactores de economía o de
política no cobraran tres veces más que yo.
-¿Y porque no te vas a un periódico donde te valoren más? No sé, busca un
periódico más honesto que no esté tan cerca del poder, un medio más crítico
que le preocupe la educación, la cultura.
-En la facultad de periodismo narran cuentos tan maravillosos como el
tuyo.
-¿Y acaban bien?
-Todos los cuentos acaban aquí o en otro periódico similar.
-Es la cruda realidad, muchacho. Por cierto ¿Has comido?
-Solo gano para comer una vez a la semana, Manuel.
- Déjate de coñas. Te invito a comer perdices en un restaurante que nos
debe un favorcito.
-Esta invitación no te saldrá cara.
-¿A qué te dejo aquí y te traigo las sobras?
-No, Manuel. Por favor, haz tu buena acción del día.
-ok. Mientras recoges voy a llamar al dueño del restaurante. Me gusta
poner nerviosa a la víctima.
15
Por fin, periodismo de investigación
16
Caridad sin Santa Claus
17
La huelga
18
Fin del periodismo de investigación
19
Un futuro de mierda
20
Un milímetro para soñar
21
Lo primero es lo segundo
23
Nunca escribí el capítulo 22