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Hay

Oficios que Matan


Por

Tomás Rubio


1
Periodismo de apoyo mutuo

Llevaba tiempo sin un trabajo estable. Mi último empleo fue en una


agencia de detectives donde trabajé como asistente. Pronto descubrí que mis
indagaciones solo servían para encerrar en la cárcel a gente común con
problemas comunes y descubrir a infelices esposas de millonarios que hacían
el amor, o así lo llamaban sus maridos, entre los brazos de jardineros,
electricistas, masajistas, limpiadores de piscinas, profesores de lenguas, de
piano de cola, de arpa y otros instrumentos. Profesionales que en horario
laboral solo debieran utilizar las manos para lo contratado.
Los anteriores empleos tampoco me fueron mejor. Como muchos otros
jóvenes sacudidos por la crisis, decidí convertirme en solidario remunerado y
probé suerte en una ONG sin fronteras. Al poco tiempo fui detenido en la
frontera de un país africano acusado de pertenecer a una organización
financiada por un laboratorio europeo que se deshacía de medicinas caducadas
a través de aquella ONG. Lo que resultó ser cierto.
Quizás en el único empleo que profesionalmente no naufragué fue como
cocinero, pero este trabajo literalmente se fue a pique cuando la cocina, junto
con el barco en el que estaba, se hundió en el mar.
Esperando encontrar un empleo más tranquilo, a salvo de los que son
demasiados riesgosos tanto en la tierra como en el inestable mar, decidí firmar
el contrato que me ofreció el jefe de recursos humanos de un periódico local.
Antes de firmar, mi entrevistador me dejó todo muy claro.
-Como en muchos otros medios de comunicación, aquí tampoco hacemos
el tipo de periodismo del que usted habla en su currículum. Nuestro
periodismo, para subsistir, necesita en primer lugar del apoyo económico
municipal y en segundo lugar del apoyo de los empresarios.
-Y eso, supongo que trae consigo sus servidumbres…
-Vamos a llamarlo compromisos. Es muy sencillo. Como los empresarios
apoyan al poder, porque eso les beneficia, y el poder se apoya en el dinero de
los empresarios; nosotros apoyamos al alcalde de turno y en consecuencia
tanto este como los empresarios nos apoyan insertando publicidad en nuestras
páginas.
-Comprendo. Podría decirse que es un periodismo de apoyo mutuo.
-Usted lo resume de forma un tanto irónica, pero es algo así. Hay quienes
dicen que estamos vendidos, pero quién no lo está. Lo cierto es que la
competencia busca lo mismo. Usted no se preocupe de eso…
El teléfono sonó y mi entrevistador lo descolgó para decir a su secretaria
que no le molestara hasta terminar la reunión. Buena señal. Iba a ofrecerme el
contrato. Solo faltaba la condición que estaba a punto de comunicarme.
-Disculpe. Como le decía, usted solo tiene que dejar su idea de periodismo
social y seguir nuestros lineamientos. El jefe de redacción ha leído algunos de
sus artículos e independientemente de lo que dicen, considera que están muy
bien escritos.
-Soy periodista – le interrumpí, esperando que apreciara la humildad que el
orientador de la oficina de empleo me había recomendado mostrar en las
entrevistas de trabajo.
- Actualmente ser periodista y saber escribir no es imprescindible para
trabajar en un periódico. Pronto se dará cuenta. Se nota que lleva tiempo fuera
del sector – añadió dirigiéndome una sonrisa complaciente. En todo caso,
desde luego que no nos viene mal alguien con oficio. Usted se llevará bien con
el jefe de redacción. Miguel Ángel es como usted, un periodista de los de
antes, de esos que valoran la palabra.
- Hemingway se alegrará desde la tumba.
- ¿Quién?
- No importa, lo que usted dijo me recordó a un vecino que murió.
- Bien. Siento que haya muerto su vecino.
- Gracias.
- Entonces, si desea formar parte de esta familia y ganar dinero, sólo nos
queda ponernos de acuerdo en el contrato.
Y aunque a mí lo de tener una segunda familia no me hizo mucha gracia -
ya tenía tres cuñados - pensé no obstante que había llegado el momento de
madurar y sumarme al apoyo mutuo del capitalismo. Aún no sabía que el
apoyo mutuo solo era solidario para algunos y que los clarísimos lineamientos
del periódico tenían sus claroscuros o… sus mierdas, para también hablar
claro sobre lo oscuro.
Con el tiempo fui aclarándomelos y se pueden resumir de esta manera: La
política editorial del periódico favorecía a quien estuviera en el poder. Cada
cuatro años, si el gobierno cambiaba, el periódico daba el correspondiente giro
ideológico. Los redactores, para no perder el empleo, sólo debíamos girar con
el periódico. Y esto no era muy difícil teniendo en cuenta que los dos partidos
mayoritarios tenían las mismas pocas ideas.
El periódico no publicaba casos de corrupción del partido en el poder
siempre que éste mantuviera un mínimo de publicidad en sus páginas. Caso de
que esto no sucediera, el periódico conspiraba con la oposición y
temporalmente, hasta las elecciones, enarbolaba la bandera de la
independencia y su responsabilidad como cuarto poder de la democracia.
Lógicamente, el jefe de recursos humanos lo hubiera escrito sin tanta
ironía.

2
Nada que interese a un redactor

Todas las mañanas desayunaba en un bar cercano a la redacción. Allí se


reunía la plebe de la empresa. Los jefes tomaban café en los salones de un
cercano hotel. Salvo Miguel Ángel, nuestro jefe de redacción, que aún
recordaba su pasado socialista y sabía que solo conviviendo con nosotros
podría conocer lo que pensaba la chusma.
Una mañana leí sobre el mostrador la primera plana del periódico.
Aparecía como última noticia una información que me constaba no era última
ni hasta ese momento fue considerada noticia. Con el periódico en la mano me
acerqué a Miguel Ángel.
-Llegas tarde.
-Primero buenos días, jefe.
-Buenos días, llegas tarde.
-¿Y esto? - le pregunté mostrándole el periódico.
-El alcalde ha retirado la publicidad porque dice que hablamos poco de él.
-Y ustedes abrieron el cajón de los recuerdos y han decidido hablar.
-Un regalo de la casa. Portada, tercera y páginas centrales.
-¿Hay algo más?
-Nada que interese a un redactor.
Años más tarde, cuando ya no trabajaba en el periódico, supe que habían
asesinado a uno de los propietarios. Me parecía imposible. Cada cierto tiempo
el periódico denunciaba a algún político y después todo se limpiaba. El
político pagaba y la democracia seguía su gloriosa historia. ¿Habría algo más?
Nada que interese a un redactor.

3
Licencia para inventar

-Necesito noticias, Julián.


-Pero es agosto, jefe. En agosto no sucede nada.
-Pues te las inventas, coño. Además de periodista ¿no eres poeta?
-Los poetas no mentimos.
-Déjate de mamadas y escribe.
Esta breve conversación marcó una nueva época en el periodismo local.
Supuso un redescubrimiento de la lectura de periódicos para muchos lectores
que habían abandonado la anodina prensa repleta de mentiras y notas
gubernamentales. Y además, señaló un giro sorpresivo y maravilloso en mi
carrera periodística: podía inventar noticias.
El jefe me había dado permiso para publicar entrevistas a personas
inexistentes, crear sucesos inquietantes, conspiraciones secretas, inventos
inverosímiles, apariciones. Todo un horizonte se me abría.
Se acabó el triste periodismo de verano con artículos sobre destinos
turísticos exóticos, recomendaciones para proteger la piel del sol, consejos
para defender las casas de los asaltantes y qué hacer con los abuelos y los
animales domésticos durante las vacaciones. Y en su lugar, el periódico
comenzó a publicar reportajes que tocaban emociones y herían el alma hasta
del más frio y calculador de los lectores.
Inicié esta etapa en el puerto. Todos los días llegaban a la ciudad cruceros
con cientos de turistas que pasaban unas pocas horas en la ciudad visitando el
antiguo barrio judío y el museo municipal. Cada semana fotografiaba a
algunos y después inventaba las entrevistas en la redacción. Publiqué docenas
de estas entrevistas.
La sección la titulé “Vidas al descubierto” y a continuación: “Confidencias
secretas de hombres y mujeres”. Nadie dudó de su veracidad. Se podía
entender que los entrevistados, todos ancianos, no les importaba contar sus
historias a un reportero de una pequeña ciudad tan alejada de su país.
Así, los lectores del periódico conocieron a una amante de Hitler que
destapó que el dictador en la cama era dócil y tierno. Supieron también de un
expiloto de aviones que había conocido a Saint de Exupery y revelaba que el
autor de El principito no había muerto en accidente de aviación en África sino
que vivía al sur del Sahara. También “entrevisté” a una exmonja rumana –
casada con un exsacerdote italiano y después divorciada de este - que viajaba
con su actual pareja, una exnovicia polaca. La exmonja, que sólo consintió ser
fotografiada de espaldas, se desnudó ante los lectores relatando sus orgías en
dependencias del Vaticano durante el tiempo que sirvió al cuerpo cardenalicio.
Nadie dudó de la veracidad de las historias, menos mi jefe.
-Vas a ser el nuevo Stephen Glass - me dijo.
-¿Stephen qué?
-Un periodista que inventaba noticias.
-¿Duda de mí?
Y Miguel Ángel dijo no, sintiendo sí. Pero los lectores nos felicitaban y la
publicidad se disparó. Yo no mentí al jefe, solo le pregunté si dudaba de mí y
él respondió que no.
Después de aquella conversación supe que seguía teniendo licencia para
inventar. En el fondo no estaba haciendo nada nuevo en el periodismo. Había
muchos más Stephen Glass en el gremio. La mayoría – como un servidor –
consentidos, inspirados e incluso presionados por sus jefes.

4
Página sin sucesos

Nuestra ciudad era un lugar tranquilo donde los ciudadanos trabajaban, los
emigrantes sobrevivían, los empresarios prosperaban y los turistas gastaban su
dinero. La playa, una de las más visitadas del país, se llenaba de familias por
la mañana y por la noche de jóvenes alcoholizados que nadaban desnudos.
Había zonas residenciales para alemanes, noruegos e ingleses. En esos
lugares no se hablaba español. Algunos residentes se esforzaban en aprenderlo
porque después de años en la ciudad sentían que, salvo sol y alquileres
baratos, no habían conocido nada nuevo. Eran tantos los extranjeros que los
políticos comenzaron a tenerlos muy en cuenta, sobre todo desde que la ley les
permitía votar en las elecciones municipales.
Para atenderles se suprimieron de los festejos todo lo que podía herir su
refinada sensibilidad. Ya no se celebraban corridas de toros, se prohibió cantar
en la calle, los espectáculos comenzaban puntuales y se quedaban medio
vacíos porque, salvo ellos, los demás llegábamos tarde. En los cines se
proyectaban películas subtituladas muy serias que los nativos no entendíamos,
pero que mirábamos con interés pues nos advertían que era cine culto.
Los residentes extranjeros lo agradecían con sus votos, sus inversiones y
sus generosas donaciones a ONGs y fundaciones locales. Pronto estas
asociaciones se incorporaron al producto interior muy bruto de la ciudad. Las
había de todo tipo y con objetivos muy variados. Había una que defendía a las
potenciales víctimas de un ataque extraterrestre, otra se ocupaba de llevar
computadoras obsoletas a países sin electricidad. Todas las esposas de los
políticos y empresarios crearon sus propias asociaciones que ayudaban a los
débiles y a los pobres. Y cuando no encontraban a quien ayudar, se inventaban
necesitados. El caso es que siempre tenían excusas para organizar fiestas
donde se reunían con damas de otras ciudades, famosos que nadie sabía por
qué son famosos, artistas reneovanguardistas, diseñadores de cabellos,
diseñadores de ropa, de muebles, de cucharas y tenedores, de interiores, de
exteriores. Y claro, nunca faltaba el gran diseñador de las almas, el señor
obispo.
En la ciudad todo iba tan bien que a veces me preguntaba para qué servía
un redactor de sucesos. Sí, porque sorpresivamente un día fui nombrado,
temporalmente claro, redactor de sucesos del periódico.
-Hasta que encuentre a alguien más adecuado, quiero que te encargues de
los sucesos.
-¿Qué le sucedió a Juan?
-Consiguió otro trabajo.
-Me dijeron otra cosa, jefe.
-Nada que interese a un redactor.
-Me dijeron que amenazó con hablar.
- Tú a lo tuyo.
-No jefe, yo a lo suyo. Y lo suyo es que sea el redactor de sucesos. La
sangre me marea, no me gusta la idea.
- A mí tampoco. No creo que valgas para eso, pero es lo que hay. Cada
semana visitarás al jefe de la policía y al concejal de Seguridad Ciudadana.
Escribe lo que te cuenten.
-Sin preguntas.
-Sin preguntas.
Después de dos días leyendo crónicas de sucesos me sentí agobiado.
Soñaba con asesinatos, soñaba que un violador compulsivo me perseguía y
acababa conmigo en un callejón oscuro mientras yo le gritaba que era hombre,
que era hombre. Pero como se lo gritaba cuando ya estaba despierto, el tipo no
me hacía caso. También leí novelas de Stanley Gardner y Raymond Chandler.
Y cuando finalmente me sentí preparado para escribir, visité al concejal de
seguridad ciudadana.
Concerté la cita temprano, por si la información que me facilitara
requiriese contrastarla con otras fuentes o precisase de una investigación.
Pronto me di cuenta que mi función era otra. El jefe lo había anticipado.
-Como comprenderá -me aclaró el concejal- en esta ciudad todos vivimos
directa o indirectamente del turismo y no podemos publicar lo que sucede sin
hacer una selección previa.
-Comprendo señor. Usted no desea asustar a los turistas y a mí no me
agrada cubrir las páginas de sangre. Nos vamos a entender. ¿Qué publicamos
hoy?
Acababa de descubrir que el periódico tenía, en todas sus secciones,
redactores dobles. Sobre cultura escribía yo y me pagaban aunque las noticias
las decidiera el concejal de cultura. Con los sucesos, lo acababa de comprobar,
pasaba lo mismo. Cada día el concejal de Seguridad Ciudadana me indicaría lo
que había que publicar y cómo hacerlo.
A veces me han comentado que la profesión de periodista es muy
peligrosa. La realidad, sin embargo, no era tan cruda en mi ciudad. En los
periódicos escribíamos lo que nos decían para no complicarnos el sueldo y la
vida. Yo era redactor de una página de cultura sin cultura y ahora también lo
era de la página sin sucesos.

5
Prohibido morir

Me agradaba la ciudad. En ella uno se sentía en eternas vacaciones. Su


clima, su playa, sus prostitutas rusas, los alegres turistas. Un lugar feliz,
incluso para morir.
En el periódico recibíamos a la muerte con mucha alegría. Y no porque
creyéramos en la resurrección o en alguna de esas religiones orientales donde
nada es todo y desde la nada se regresa al todo. Sencillamente era por una
cuestión de contabilidad.
El dinero que pagaban los familiares de los fallecidos al publicar esquelas,
por una razón misteriosa que nunca entendí, iba derecho a una caja chica que
se repartía entre los empleados a fin de mes. A más esquelas, más dinero.
Cuando el muerto era familiar o amigo de alguno de nosotros, se procuraba
repartir el dinero con discreción y ese mes no celebrábamos una cena. Si era
un empleado el que fallecía, con su parte comprábamos una corona de flores
bien bonita.
Sin embargo, una mañana me llamó el jefe y se dirigió a mí, con más
palabras de lo habitual, explicándome algo que por primera vez me hizo
pensar en la muerte como un problema de los vivos.
-De un tiempo a esta parte la especulación del terreno ha impedido que el
cementerio sea ampliado. El ayuntamiento ha recalificado muchas zonas
verdes en terrenos edificables, ha modificado las normativas de medio
ambiente para permitir que se construya más cerca del mar; pero mientras
encuentra soluciones para los muy vivos, no parece que sepa muy bien qué
hacer con los muertos.
-La incineración, jefe.
-Eso se hace, pero mucha gente se resiste.
-¿Los muertos?
-No, bestia. Los familiares.
-Los musulmanes entierran a sus muertos de lado, cabrían más. Podríamos
convertirnos al Islam.
-Déjate de bobadas y escucha. Quiero que hables con el párroco que se
encarga del cementerio. Mañana se reúne con el alcalde y necesito publicar
una entrevista.
-¿Entrevisto al alcalde?
-No es necesario. Ya se entrevistó a sí mismo y me envió el texto y las
fotos.
-Coño, jefe. A este paso no va a necesitar redactores.
-Tú a lo tuyo.
-¿Y qué sabe del párroco?
-Que es un alucinado, como tú. Seguro que escribe poemas.
-Déjeme pensar… ¿Se va a convertir al Islam?
-No, va más allá de tus tonterías.
Y el jefe, sacando una publicación del maletín, me mostró la editorial de la
revista católica de la ciudad. El titular era rotundo: “Prohibido morir”.
-Vaya. Este párroco también es periodista.
- Algo parecido. Varias veces le hemos ofrecido editarle esta mierda, pero
dice que no, que sólo defendemos a los ricos.
- Bueno, si nos atenemos al quinto mandamiento – y tengo que creer que el
cura lo cumple – debe decir la verdad.
- Márchate ya.
- Sí jefe. Pero déjeme compartirle una reflexión. “Prohibido morir” es el
titular de la revista. Si tomamos en cuenta que la palabra crea, podemos ver
este problema de otro modo. Si las leyes prohíben fumar en los bares o
conducir a más de 120 Km y los ciudadanos obedecen, suponga que se
redactara una ley prohibiendo morir. Aunque imagínese, usted y yo
condenados a vernos durante toda la eternidad.
-Már…cha…te…
-¿Y por qué me envía a mí?
-Porque me lo pidió el párroco. Escucha Julián. En esta ciudad mandan los
empresarios, los políticos y el obispo. Pero por lo visto, en esa pirámide
todavía no sabemos dónde colocar a este párroco.
-Ya sé, el párroco es un infiltrado de los anarquistas.
-Deja ya de joder y cuidado con lo que escribes.
Yo sabía que el párroco no era anarquista, ni siquiera podría decirse que le
caracterizara la sensibilidad social que tienen algunos curas. El problema del
párroco era el mismo que tenían los empresarios, los políticos y el obispo. Él
también quería estar en lo alto de la pirámide y no aceptaba que en el siglo
XXI otro Dios guiara los espíritus: el dinero.
En todo caso, la propuesta del párroco me parecía original y rompe pelotas.
Todavía no sabía su auténtica dimensión. Por su interés, reproduzco aquí un
fragmento de la entrevista:
-Padre, si no muere la gente nos vamos a enfrentar a un grave problema
demográfico.
-No me importa, esa no es mi responsabilidad.
-¿Y qué otras alternativas ha propuesto?
-Lo que yo digo es que si no pueden ampliar el cementerio, que me cedan
algunos de los edificios de apartamentos que lo rodean y los convertimos en
edificios de nichos.
-Padre, eso es original. Se podrían vender los apartamentos a familias y así
la gente pasa la vida en un apartamento y la muerte en otro.
-Usted se ríe, pero hasta con las cosas del espíritu hay que ser prácticos.
-Padre, y si no llegan a un acuerdo ¿Usted seguirá con su prohibición de
morir?
-Yo solo tengo jurisdicción sobre los católicos, por lo cual no creo que todo
se solucione, pero algo ayudará.
La entrevista fue publicada íntegra. En esta ocasión el jefe no tocó el
contenido, solo alargó el titular. Claro que mi trabajo no apareció en las
páginas de información local sino en las de humor y pasatiempos con el título
de “Prohibido morir…de risa”.
Al día siguiente el párroco fue trasladado a un hospital donde llevan a los
curas viejitos.
Sentí una honda preocupación. No por el padre, que estaría bien cuidado,
sino por los que nos quedábamos en la ciudad. Yo sabía que el párroco no era
poeta ni anarquista, pero era justo reconocer que se había enfrentado al alcalde
con imaginación. Había llevado el asunto al mismo terreno donde se mueven
los políticos. Porque si meses antes el alcalde había autorizado la construcción
de una isla artificial frente a la playa, una capilla subacuática para bodas
originales, o con el objetivo de tener las calles limpias de negros y gitanos –
así lo había afirmado en una conversación informal - había presentado el
proyecto de una ciudad dormitorio donde encerrarían a los emigrantes después
de acabar su jornada laboral en los hoteles y restaurantes… ¿Pues por qué no
un edificio de nichos o incluir - entre otras alucinantes leyes ya existentes -
una que prohibiera la muerte? Definitivamente, el párroco no sabía quién era
Dios ahora.

6
Periodismo de investigación

-Necesito que investigues.


-Qué bueno, jefe. Esa es la aspiración de cualquier periodista ¿Vamos a
investigar en el periódico?
-No, es puntual.
-Ah, ya me imaginaba. Pero, ya que esto va a ser extraordinario,
permítame que cierre la puerta. Hay que preparar el escenario. Ya sabe, como
en las películas. Hemos de cuidar que todo tenga un aire de conspiración y
misterio.
-Haz lo que quieras, pero siéntate y escucha.
-Soy suyo, jefe. Aunque… ¿No habrá micrófonos ocultos?
-Calla y calla. Esta es la situación. Iré al grano. Uno de los propietarios
tiene una amante y según me ha informado, la muy puta se acuesta con otro.
-Con su marido.
-No, animal. Se acuesta con el concejal de Seguridad Ciudadana.
-Pero jefe, a ese tipo le veo todas las mañanas.
-Por eso te han elegido.
-Jefe, soy hombre muerto. Ahora entiendo lo de Juan.
-Juan no está muerto. Se fue de la ciudad.
-Sí, ya sé. Esto es lo que marca la diferencia entre las dictaduras y las
democracias. En las dictaduras te cierran la boca con grilletes y en la
democracia con billetes.
-No pienses tanto, te va a doler la cabeza.
- De acuerdo jefe.
- Lo único que necesitamos es que estés temprano en el Ayuntamiento y
veas por donde llega el concejal. Si lo hace por la carretera de la playa lo
anotas en tu agenda y cada viernes me lo reportas.
-Je, esa carretera es la más transitada por los políticos, los empresarios, el
obispo y todos los hombres, y no son pocos, que engañan a sus mujeres en los
moteles. Aunque claro, el señor obispo a quien engaña es al mismísimo Dios.
-El único que nos importa es el de Seguridad Ciudadana. También quiero
que investigues en las empresas de seguridad privada. Me consta que el
concejal tiene relación con algunas.
-Voy entendiendo, jefe. Los cargos públicos no pueden tener negocios con
empresas de su área. Primero averiguo si se acuesta con la amante doble y
después lo fusilamos por corrupto. Eso sí, a la chica la salvamos para que no
levante las sábanas y debajo aparezca tanta gente desnuda.
-Me asombras, cuanta intuición.
-Últimamente he leído muchas novelas policiacas.
-Puedes empezar mañana mismo.
-Una última pregunta, jefe. Solo es para sentirme orgulloso del periódico.
¿Si el concejal no se acostara con la amante de uno de los propietarios, nos
importarían los negocios corruptos del concejal?
-Tú haz tu trabajo y no preguntes.
-Nada que interese a un redactor.
-Veo que entiendes.
En nuestra ciudad los políticos podían ser corruptos y adúlteros siempre
que no tocaran los intereses de otros adúlteros poderosos. Eso le sucedió al
concejal de Seguridad Ciudadana. Aquel día comprendí que el dinero y el sexo
eran algo con lo que no se podía jugar en política. Los ideales no eran
importantes por la sencilla razón de que a los políticos ya no les quedaban.
Pero dinero y sexo había mucho en juego.
Cuando terminé mi investigación y apareció en primera plana las
comisiones que el concejal recibía de algunas empresas que prestaban
servicios al ayuntamiento, supe que además de publicidad los propietarios del
periódico demandaban de los políticos que respetaran sus hembras.
Así acabó la única investigación que realicé en el periódico. Por aquello
me subieron el sueldo y en la editorial se enalteció el espíritu de servicio al
ciudadano que desempeñan los medios de comunicación ¿Qué sería de la
sociedad sin la vigilancia que ejerce la prensa? Se preguntaba el editorialista.
Que la gente follaría a gusto, pensé yo.
Después de aquello recibí amenazas y supe que solo me quedaban dos
caminos. Dedicarme otra vez a escribir en las inofensivas páginas de cultura o
escoger un lindo país donde el poder fuera más claro y uno supiera a qué
atenderse. Me decidí por las páginas de cultura y el jefe no puso objeciones.
-Me parece bien, pero te quedaras un tiempo en la nevera hasta que todo se
olvide.
La nevera era la forma que tenía mi jefe de enfriar a sus redactores en
peligro. Cuando entré en la nevera no encontré a Juan, ni siquiera congelado.

7
Gente guapa

En aquella época sufrimos en el periódico un cambio traumático. Todo


empezó cuando los propietarios reunieron a los redactores para darnos la gran
noticia.
-Los tiempos cambian - comenzó diciendo el más joven - y ya un periódico
debe convertirse en una empresa multimediática. En breve incursionaremos en
la televisión y en internet.
Mientras escuchábamos, algunos redactores nos preguntábamos quienes
eran la gente guapa, todos altos y rubios, que rodeaban al staff directivo. La
respuesta llegó enseguida.
-Estos hombres y mujeres que hoy les presento son los locutores y
presentadores de nuestro proyecto televisivo. Ustedes seguirán escribiendo
para el periódico, pero se ocuparán también de redactar los guiones de la
programación televisiva.
Aquella reunión nos incorporaba a los nuevos tiempos donde una imagen
manipulada valía más que mil palabras sinceras. Eso ya venía sucediendo en
otros periódicos y todos sabíamos que terminaría pasándonos. Hasta entonces
ser periodista requería de estudios universitarios o experiencia en algún medio.
Los nuevos compañeros venían de publicidad y agencias de modelaje. A todos
les unía que no sabían nada de periodismo y que eran gente guapa. Lo
importante era lo segundo.
En poco tiempo se convirtieron en periodistas admirados. Y detrás de eso
llegaron problemas para otros profesionales. Pronto los productores de teatro y
cine contaban más con esa gente guapa que con buenos actores. Y tampoco
tardaron mucho los editores de libros en apoyarse en ellos para hacer negocio.
“Una mujer con un buen trasero o un tipo elegante vende más novelas. Lo que
importa es que tenga imagen pública”, declaró un conocido y bruto editor al
que hay que agradecer su sinceridad.
Los periodistas feos, gordos, bajitos – o eso era lo que ahora parecíamos –
seguiríamos trabajando en lo nuestro a la espera de tiempos mejores. Que yo
sepa, aún no han llegado.

8
Girando alrededor de nuestro ombligo

A menudo me he preguntado por qué los medios de comunicación apenas


si dedican espacios para informar sobre asuntos internacionales. En una
ocasión pregunté a un empresario de televisión y me respondió que a pesar de
la globalización, la gente piensa que en Asia todos son chinos, en África sólo
hay negros caníbales y que en el Caribe sus habitantes se la pasan bailando.
Para cambiar eso habría que invertir mucho dinero en programas de geografía
y eso no vende publicidad. Además – añadió con un punto de ironía - nosotros
no somos el Ministerio de Educación.
Como la curiosidad es gratis, quise preguntar a Miguel Ángel y así conocer
nuevas razones.
-Es muy sencillo. Cuanto menos sepa la gente, mejor. Imagínate que
nuestros lectores conocieran países donde no hay corrupción o es mínima.
-Que los hay, jefe.
-¿Y qué harían? Exigir a los políticos que siguieran su ejemplo y a
nosotros que hiciéramos nuestro trabajo. Por eso nuestra página de
internacional es muy singular: una. Y todas las noticias giran alrededor de
nuestro ombligo. Tu idea de ampliarla con gráficos y análisis me parece bien,
pero solo a mí. En este periódico no es viable. Además, a los políticos locales
les gusta aparecer todos los días, aunque sea para decir que les encanta pasear
el perro como a cualquier ciudadano.
-Claro, jefe. Y ya conoce la máxima periodística: Al lector le importa más
saber qué le sucedió a un perro de su calle que leer sobre cien anónimos niños
musulmanes muertos en una escuela de Afganistán porque un avión de la
OTAN equivocó el puntito que tenía que reventar.
- No hacía falta un ejemplo tan salvaje. De todas formas, eso explica por
qué en nuestra ciudad hay una asociación para la defensa de los animales y
ninguna que defienda a los musulmanes.
-Comprendo, jefe. Pero pensando como piensa usted ¿Qué hace de
redactor jefe en este periódico?
-Cobrar cien veces más que tú. Por cierto ¿Y qué haces tú?
-Bueno, jefe. En mi anterior trabajo ganaba dos veces menos que aquí.

9
Noticias de Juan

En nuestra ciudad teníamos todo lo que un periodista necesita para


desarrollarse: políticos que controlaban los medios de comunicación, policías
que colaboraban con la mafia rusa, empresarios con dobles y triples
contabilidades, un obispo que manejaba los cuantiosos bienes terrenales de la
Iglesia como si Dios le hubiera nombrado su testaferro, constructores que
recogían emigrantes en los barrios y los empleaban de sol a sol.
Pero a mí no me apasionaba la idea de ser un héroe del periodismo.
Principalmente cuando sabes que el que te paga por investigar es, con toda
seguridad, tanto o más corrupto que el investigado.
Una mañana, sin embargo, me llegó a casa un sobre sin remitente. Era Juan
que me hacía llegar unos documentos.
En la carta que acompañaba los papeles me rogaba que no se los mostrara
a nadie. Solo me pedía que los guardara. De ti no van a sospechar – me decía -
solo eres el redactor de cultura.
En principio me molestó. Pero sabía que era cierto. En cierto modo, para
salvarme yo mismo había elegido aquello.
Eché un vistazo a los papeles. Todos tenían comentarios escritos a mano
que explicaban su contenido. La mayoría eran fotocopias de facturas que
habían cobrado empresarios de la construcción por obras que no se había
ejecutado. Otros reflejaban inversiones del ayuntamiento que no coincidían
con lo presupuestado. Y por último, me llamó poderosamente la atención un
listado de algunas personas muy conocidas en la ciudad. Tres de ellas tenían
una marca en rojo.
Cerré el sobre mirando hacia la puerta y pensé que a partir de ese momento
cualquier ruido en la escalera me haría sentir en peligro. Podrían entrar ahora –
seguí pensando – y empujarme por la ventana. Al día siguiente el periódico
publicaría una reseña homenajeando al querido poeta melancólico que se
suicidó al atardecer. O tal vez, recordando lo sucedido a un poeta muy
conocido que cayó al vacío mientras limpiaba una cortina, el titular dijera:
Otro poeta que muere limpiando una cortina. Y al final del artículo el
perspicaz redactor concluyera: es evidente que los poetas no deben limpiar las
cortinas de las ventanas. Y un psiquiatra, especializado en los estados
depresivos de los artistas, fuera entrevistado y explicara que “es obvio que el
poeta se mueve siempre al borde del abismo. La cortina refleja su último lazo
con la vida, la tela que se desgarra del mundo”. Sin embargo, un detective de
la policía analizaría el caso e informaría a sus superiores que la cortina estaba
intacta, que la puerta fue forzada, que había señales de pelea en el
apartamento, que bajo un mueble encontró una nota donde el poeta decía que
“vienen por unos documentos im” y que posiblemente escribió mientras veía
que derribaban la puerta. Y que seguramente por eso los documentos solo eran
“im” y no importantes. Por último nadie sabría que ese brillante detective
había aceptado un destino como asesor de los vigilantes de playa de una
turística isla del Caribe con la que nuestro país tenía un acuerdo de
cooperación para el desarrollo.
Y lo peor llegaría después, cuando los compañeros del periódico me
compraran una corona bien bonita con el dinero que mis padres mandaran para
publicar una esquela.
Me senté en la cama y cerré los ojos. Recordé las palabras del jefe: No
pienses tanto, te va a doler la cabeza.
Regresaba el dolor de cabeza.

10
El precio y el poema

En el periódico el cierre correspondía a la publicidad o a la poesía. De la


publicidad se encargaba la ansiedad de los vendedores. De la poesía, un
servidor.
-¡Cuando vas a dejar de escribir esas mariconadas! Me solía ladrar uno de
los propietarios.
-Usted saben que mis mariconadas a veces nos salvan.
Y era muy cierto. Publicidad y poesía mantenían en el periódico una
complicidad inaudita. Me explico: la ciudad era pequeña y no sucedían tantas
cosas noticiables. Podríamos contar muchos sucesos o escribir sobre los
numerosos casos de corrupción. Pero eso, ya sabe el lector las razones, no
adquiría en el periódico la categoría de noticia. Es por ello que a última hora,
si no se habían vendido todas las inserciones publicitarias y ya había
suficientes noticias correctas como fotos de turistas felices, testimonios de
emigrantes agradecidos, chicas semidesnudas o pasatiempos; en la redacción
resolvíamos con nuestro último recurso: mis poemas.
-¿Por qué no escribes una columna de opinión? Me sugerían a veces los
compañeros.
- Porque soy poeta. Yo soy curvo y las columnas son rectas.
Y era gracias a la curva poesía que el periódico salía completo y florecido
hacia la imprenta. Yo sé que la gente lo agradecía. Al menos, me escribió un
lector, el periódico cuenta dos verdades: el precio y el poema.

11
Mi padre me enseñó a leer periódicos

-Los periódicos se leen de atrás hacia adelante, hijo. Primero las tiras
cómicas para empezar con humor el día. Después lees los deportes para estirar
un poco los músculos, te masturbas con la chica de contraportada y al baño.
Ya vestido, en el comedor llega lo que yo llamo el café literario: espectáculos
y cultura.
-¿Y qué hago con las demás páginas, padre?
-Con las páginas de opinión envuelves el sándwich y con las de política,
después de cagar, te limpias el trasero.
-¿Y con las internacionales?
-Con ésas haces una pelota y se la tiras al perro.
-Padre, pero si usted casi no lee los periódicos… ¿Por qué los trae casa?
-Es mi profesión.
Mi padre vendía periódicos.

12
La vida sigue igual

Cada año el periódico entregaba unos premios que suponían todo un


acontecimiento en la ciudad. Además de las personalidades locales, asistían a
la ceremonia invitados de otras poblaciones cercanas e incluso famosos muy
conocidos en el país.
Se premiaba a políticos, benefactores sociales, deportistas, artistas. Meses
antes se formaban las comisiones que “discutían” las diferentes candidaturas.
Cada comisión la coordinaba un experto. Yo era el experto de cultura.
Para ser coordinador se requerían dos cualidades. Conocer el área, aunque
en esto no se exigía demasiado. Y la segunda, esta sí era importante, ser un
buen transmisor de las orientaciones que daba la dirección del periódico.
La consigna para elegir al mejor del año en el deporte, la política, la
cultura y en otras facetas, se resumía en un solo punto: debía ser una persona o
entidad que hubiera contribuido a la prosperidad económica de nuestros
propietarios.
Un año, por citar un ejemplo, el premio en política recayó sobre un
conocido diputado que convenció al gobierno central para que modificase la
demarcación del cercano Parque Nacional. En plena crisis económica,
argumentó en el congreso de diputados, hemos de elegir entre unos cuantos
pajaritos y el derecho de los ciudadanos a empleo y vivienda digna. Ya con el
decreto ley en la mano, los propietarios del periódico pudieron invertir en un
complejo de viviendas de lujo que dieron empleo a mano de obra barata
africana y casas muy dignas a millonarios noruegos.
El premio de cultura se otorgó al empresario de nuestro proyecto
periodístico en El Caribe. El presente premio, afirmó el galardonado, es un
reconocimiento a todos los hombres y mujeres de Latinoamérica que trabajan
con nosotros y que diariamente agradecen a Dios las inversiones que España
hace en estos países para contribuir a la prosperidad de la familia
hispanoparlante.
La ceremonia fue espectacular. Incluso el mismo Julio Iglesias cantó a
través de videoconferencia su canción “La vida sigue igual”.
Al día siguiente el periódico salió con numerosas páginas dedicadas al
acontecimiento. No fue necesaria la publicidad porque los premiados pagaron
la edición. Tampoco hizo falta mi poema.

13
Un periodista tachable

- Debemos cuidar la vaca que nos da la leche


- ¿Cambio entonces el titular?
- Si, lo demás lo dejas como está. Nadie lee la letra pequeña. Pero aprende
de Felipe, ahora es un periodista intachable.
El jefe tenía razón. Felipe era un periodista intachable desde que se hizo
amante de la concejala de sanidad. Naturalmente, esa relación venía bien al
periódico pues teníamos información confidencial. Y que doña Eulalia fuera la
esposa de un empresario hotelero venido a menos, hacía de esta relación un
secreto bien custodiado pues su esposo no era influyente en la vida de la
ciudad y por lo tanto no entraba en el grupo de los intocables.
Felipe también me daba consejos.
-No te compliques la vida. Para prosperar solo tienes que publicar lo que te
dicen, no preguntar y divertirte.
Desde luego él se divertía mucho y a mí eso no me molestaba. Y si además
sus primicias nos ponían por delante de la competencia, qué me iba a importar
que casi todo su trabajo lo hiciera en los moteles.
Y no me sorprendía que le catalogasen como periodista intachable. En el
periódico había otros. Por ejemplo el redactor de economía, pariente de uno de
los propietarios, que también era intachable. Yo mismo pude serlo si hubiera
accedido a las pretensiones amorosas de la secretaria del alcalde.
En el periódico los periodistas intachables eran aquellos que se
relacionaban lo suficientemente bien para que el redactor jefe no pudiera
tacharles ningún titular. Los demás éramos redactores tachables y torpes
ordeñadores de vacas.

14
Y fueron infelices y comieron perdices

El hombre con más memoria era el jefe de ventas. Cada día conseguía que
alguno de nuestros clientes recordara un favor que nos debía y aceptara un
nuevo contrato de publicidad.
-Las ventas no tienen ética - acostumbra a decirme -. Finalmente lo que
importa son las cifras. Si un vendedor tiene una cuenta exitosa, los de arriba
no preguntan cómo ha conseguido esos números.
Todo esto me lo confiaba porque durante años yo fui vendedor.
-Tú eras un flojo, por eso te marchaste.
-Esa no fue la razón Manuel. Tú sabes que me fui porque cuando no vendía
me presionaban y cuando vendía me presionaban más. Es un mundo
esquizofrénico.
-Cierto, así es. Pero porque eras un flojo. Igual que ahora, que eres un
redactor flojo.
Para el jefe de ventas un flojo era aquel que no utilizaba el chantaje para
ejercer su profesión.
-No vas a prosperar nunca, te jubilarás en cultura.
Ese era otro criterio absoluto de Manuel. El redactor de cultura era un
especialista de lo inútil. Y no le faltaba razón. Un redactor de cultura en
nuestro periódico ganaba poco más que los repartidores o el vigilante de la
puerta. Y eso no me hubiera importado si los redactores de economía o de
política no cobraran tres veces más que yo.
-¿Y porque no te vas a un periódico donde te valoren más? No sé, busca un
periódico más honesto que no esté tan cerca del poder, un medio más crítico
que le preocupe la educación, la cultura.
-En la facultad de periodismo narran cuentos tan maravillosos como el
tuyo.
-¿Y acaban bien?
-Todos los cuentos acaban aquí o en otro periódico similar.
-Es la cruda realidad, muchacho. Por cierto ¿Has comido?
-Solo gano para comer una vez a la semana, Manuel.
- Déjate de coñas. Te invito a comer perdices en un restaurante que nos
debe un favorcito.
-Esta invitación no te saldrá cara.
-¿A qué te dejo aquí y te traigo las sobras?
-No, Manuel. Por favor, haz tu buena acción del día.
-ok. Mientras recoges voy a llamar al dueño del restaurante. Me gusta
poner nerviosa a la víctima.

15
Por fin, periodismo de investigación

He de admitir que entre tanta vulgaridad, la desaparición de Juan había


puesto en mi vida un punto de emoción. No era precisamente la emoción que
buscaba en la vida. De hecho, a menudo los pasajeros romances con turistas
rusas me hacían olvidar los papeles que escondía en casa.
Pero las turistas, después de agotado el periodo vacacional, regresaban a
sus compromisos estables y yo volvía a pasear por la playa con un libro de
poemas bajo el brazo y en los bolsillos, a veces una postal llena de frio que
una turista me enviaba desde su casa en el norte de Europa o en otras
ocasiones, algunos euros que una empresaria jubilada de Moscú me había
regalado para que de vez en cuando me tomara una botella de champagne en
homenaje a su inmortal salud sexual.
Sin embargo, después de estos y otros entretenimientos, la inquietud
regresaba y el dolor de cabeza también. Yo sabía que el periódico se sostenía
sobre un cubo de basura inmenso y que la clave para mantenerme al margen
era taparme la nariz y mirar donde oliera menos. Lo de mirar lo hacía bien,
pero con los papeles de Juan bajo mi cama no podía respirar tranquilo y mis
ojos comenzaron a mirar donde no debían.
Decidí investigar sin levantar sospechas. Lo más fácil era saber si las tres
personas señaladas con una marca en rojo habían tenido algún percance.
Comencé por un empresario de venta de automóviles que había prosperado
espectacularmente en el último año y abierto varias tiendas en la ciudad.
Solicité una entrevista de trabajo ofreciéndome como relacionador público.
Esto era muy normal entre los periodistas y no me quitaría tiempo del
periódico. Simplemente tendría que confeccionar notas de prensa y colocarlas
en medios de comunicación aprovechando mis contactos.
La entrevista se produjo, pero no con el empresario sino con uno de sus
hijos. Desgraciadamente, su padre había muerto en accidente de tráfico. Al
comunicármelo me puse pálido y el hijo me preguntó si le conocía
personalmente. Le dije que no, sencillamente – añadí improvisando lo primero
que me llegó a la cabeza – es que mi padre murió también así y usted me lo ha
recordado.
Salimos del despacho abrazados. Me prometió que contemplaría mi
propuesta y nos despedimos como dos huérfanos solidarios. Antes de
despedirnos, me miró con emoción y me confesó que había sido tanta la
impresión que había sentido al ver mi cara deshecha por el impacto de la
noticia que estaba pensando en lanzar una ONG para ayudar a los huérfanos a
superar la muerte de sus progenitores y que quizás yo sería el jefe de prensa
ideal. Yo le dije que podríamos hablarlo. Y como sabía que probablemente el
proyecto se ejecutaría, dada la tendencia solidaria de la ciudad, le advertí que
después de morir mi padre, madre se casó con un señor muy bueno y
cumplidor al que yo sentía como un verdadero padre. Quizás – le aconsejé –
ese puesto le vaya mejor a un huérfano puro. Así me curé de la posibilidad de
trabajar convenciendo a la gente para que ayudaran con dinero a mitigar los
sufrimientos de los demás.
Sacudido por el hallazgo, pero picado también por la curiosidad, decidí
continuar la investigación. La segunda persona era un editor. Como no tenía
ningún libro escrito ni sabía muy bien qué otra cosa proponer para que me
dejaran entrevistarme directamente con él, escribí una carta a su asistente
diciéndole que había encontrado entre los papeles de un tío recientemente
fallecido los manuscritos de unos cuentos y que deseaba valoraran la
posibilidad de publicarlos. Como sabía que propuestas de este tipo son
abundantes en los despachos de los editores porque todo el mundo desea
inmortalizar a sus familiares y de paso su propio apellido, decidí añadir lo
siguiente: Mi tío era funcionario de prisiones y estos cuentos los escribió
pensando en los niños huérfanos de presos que morían en prisión.
Parece que aquello llegó al corazón del editor y me concedió la entrevista.
Además, como era seguro que me pediría si yo podía aportar a la financiación
del libro, le sugeriría que un empresario estaba a punto de crear una fundación
de ayuda al huérfano y la idea de un libro así le parecería buena idea.
Después pedí aplazaran unas semanas la entrevista alegando que tenía que
salir imprevistamente de viaje. Ese tiempo realmente lo aproveché para
trabajar con una amiga sobre los cuentos. Transcribimos cuentos de una
antología de escritores de una ciudad del sur de Rusia que me había regalado
la empresaria de Moscú y me presenté con ellos a la entrevista.
Al entrar en el despacho supe enseguida que el empresario posiblemente
era de los marcados con la señal roja. Me recibió en silla de ruedas.
-Disculpe que no me levante – me dijo con muy buen humor – pero la
semana pasada me caí por una escalera.
Y aunque ya podía haberme preparado para esto, el caso es que volví a
palidecer.
-¿Se encuentra bien?
Y como no me parecía justo inventar que su situación me recordaba la de
otro familiar, sobre todo considerando que ya estaba allí mediante una mentira,
decidí decirle que estaba saliendo de una gripe y a veces el aire acondicionado
me sentaba mal.
El empresario abrió las ventanas, apagó el aire y se dispuesto a
escucharme. Yo me sentí avergonzado. Le conté lo del libro y efectivamente
surgió el asunto de la financiación.
-Tiene que entenderlo. Hoy los editores no podemos apostar con la alegría
de antes por los autores desconocidos. O bien han recibido un premio o solo
nos queda la posibilidad de que el autor, en este caso un heredero, contribuyan
a la financiación.
Desde luego, la información que me daba no era completa. Tanto él como
yo sabíamos que muchos premios literarios los decidían los propios editores
influyendo en los jurados. Era conocido el caso de un editor que abría
directamente los sobres donde se desvelaba los nombres de los concursantes.
Pero no estaba ahí como periodista sino como el supuesto heredero de un tío
escritor. Y yendo más al fondo, como un aterrado hombre al que le empezaba
a ser difícil mirar donde no había basura.
Es así como le propuse la posibilidad de la fundación. El editor me expresó
su pésame por lo de mi padre y lo hizo extensivo al solidario hijo del
empresario de automóviles al que no conocía, pero sí había sabido de su
trágico accidente.
-Parece ser que entró en un cruce a mucha velocidad. Según decía el
periódico, algún desaprensivo había robado la señal de STOP. Eso pasa a
menudo. Luego te encuentras señales de tráfico decorando bares de copas. A
esa gente habría que encerrarla.
Nos despedimos emocionados. Él porque se hacía cargo del dolor de los
huérfanos y yo porque me parecía difícil que tan buena gente estuviera
complicada en asuntos turbios. Pero los mafiosos son así – pensé al recordar
las películas de narcotraficantes – duros cuando se trata de los negocios y
blandos con los desprotegidos.
Yo sabía que todo lo que estaba montando era improvisado, que iba
saliendo de los apuros inventando al instante. Sin embargo, realmente la
intuición era la que estaba orientando los pasos. Y la intuición es sabia y la
única que sirve cuando no hay tiempo para pensar. Pero sabía que tenía que
tomarme un respiro y me fui a pasear por la playa. El mar siempre es buen
consejero, cada ola es diferente y eso es lo que más necesitaba. Renovarme,
como el poeta decía del mar: el mar, el mar sin pausa renovándose.

16
Caridad sin Santa Claus

Mientras investigaba, la vida cotidiana seguía también sin pausa, pero


estancada. Nada nuevo me traía el periódico. Respecto al tercero de la lista,
decidí esperar unos días antes de visitarlo. La única y buena información que
tenía es que este vivía también.
Ahora sabía lo que estaba haciendo. La intuición había actuado y el mar y
la razón me lo había explicado. Tenía que saber si algo les unía a los tres
amenazados. Con esa idea calentándome la cabeza fui llamado a reunión por
Miguel Ángel. Aquella llamada me asustó. ¿Sabrían de mis investigaciones?
-Los propietarios quieren hablar contigo. Tranquilo, no es un despido.
-Lo sé, jefe.
- ¿Por qué lo sabes?
-Porque ellos no se manchan las manos de sangre. Para eso está el
fontanero
-Y ese soy yo.
-Cierto, jefe. Y estando usted por medio, si es algo peor que un despido no
me hubiera deseado tranquilidad. Usted me aprecia.
-No te fíes. Bueno, te adelantaré un poco el tema. ¿Sabes lo que es la
responsabilidad social de una empresa?
-¿Van a subirme el sueldo?
-Si no sabes, te callas y escuchas.
-Disculpe, jefe. Sí sé. Eso está de moda. Es la forma que tienen de limpiar
su conciencia los empresarios. Antes iban a la Iglesia y daban limosna. Ahora
abren una fundación y así siguen en paz con el Dios del cielo y el Dios de la
tierra, Hacienda, les hace un descuentito.
-No necesito de tus discursos. Los propietarios quieren un periodista
independiente y con sensibilidad social para un trabajo.
-Y usted piensa que ese soy yo…
-Exacto.
-Pues salvo que me confunda, y no creo, yo no soy independiente porque
estoy en nómina y sobre mi sensibilidad social quiero recordarle que si ahora
parece virtud, antes era un defecto; por eso usted me apartó de las páginas de
política y sociedad. Porque, según los propietarios, mis reportajes no se
caracterizaban por una admisible sensibilidad social sino por una incorrecta
irritabilidad social
-Los tiempos cambian. Además no se trata de apoyar la revolución sino de
ser el simple relator de la experiencia de unos talleres de capacitación para
jóvenes que el periódico va a patrocinar en barrios pobres.
-¿Y para eso tienen que hablar conmigo?
-Bueno, a ellos les gustaría arrancar con una sesión de fotos con el equipo
que va a participar. Estarán los jóvenes, sus profesores, el jefe de policía, los
propietarios y tú que también eres del equipo.
-Solo falta Santa Claus.
-Es cuestión de imagen, idiota.
-Jefe, no insulte, recuerde lo de mi sensibilidad.
-Vete a la mierda.
- Ahora mismo voy. Solo dígame donde va a ser la reunión.
-Coño Julián, si no fuera porque en el fondo eres como yo, te mataría.
-Lo sé, jefe. Y usted sabe que si me matara, un psicoanalista lo
diagnosticaría como su propio suicidio.
-Fuera. Y pórtate correctamente.
La sesión fue bien. Fui correcto. Lo que no me dijo Miguel Ángel es que a
la reunión también se presentaron todos aquellos que nunca les gustaba
quedarse fuera de la foto. Y así, además de los convocados, estuvo el
presidente de los empresarios, el señor obispo, la señora coordinadora de las
ONGs, un representante de los residentes extranjeros, un miss universo recién
operado y otros famosos de la ciudad. A quien no vi fue a Santa Claus. Y eso
que salvo entre los jóvenes y sus profesores, allí había muchos con suficientes
kilos para serlo.

17
La huelga

Un día no salió el periódico. Los sindicatos convocaron huelga general y


no hubo forma de distribuirlo. Hasta las palomas se quedaron en casa.
Los repartidores – en su mayor parte inmigrantes con contratos basura - a
pesar de las amenazas decidieron resistir. No tenemos nada que perder, decían
en su comunicado, ni siquiera el miedo. Ya no nos queda.
Durante todo el día recibimos protestas. Primero protestaron los políticos
porque los ciudadanos no iban a conocer información vital sobre los acuerdos
económicos alcanzados en sus últimos viajes al Caribe o los resultados de sus
diarios almuerzos de trabajo en hoteles de lujo. Después comenzaron a llamar
los anunciantes para recordar que debían ser recompensados. También
presentó sus quejas el dueño de la funeraria alegando que si las esquelas no
eran leídas ni Dios recordaría a los muertos.
-Le veo preocupado, jefe.
-Para ti es fácil, no tienes mi responsabilidad. No paran de llegarme quejas.
-Ya veo, ya. Pero imagínese que también protestaran los lectores. Menos
mal que son los únicos que no nos echan de menos.
-No te pases de listo.
-Solo quería aliviarle.
-¿Y tú no has hecho huelga?
-Jefe, parece mentira que usted me diga eso. Los periodistas tenemos que
informar sobre la huelga. Aunque para lo que me van a dejar decir, mejor
haberme quedado en casa.
-Hay sectores que están secundado la huelga al cien por cien y no
eludiremos esa realidad.
-Yo ya tengo escrito el reportaje y tengo en cuenta su sugerencia.
- ¡Pero aún es mediodía!
-No importa, jefe. Como siempre decimos lo mismo, lo saqué del reportaje
de la pasada huelga. Déjeme leerle el titular: “Fracasó la huelga. Sólo algunos
sectores apoyaron”. Eso como titular. Y debajo lo siguiente: “La policía
informa que donde más éxito tuvo el paro fueron detenidos numerosos
piquetes violentos que impedían el libre y constitucional derecho de miles y
miles de trabajadores a acceder a su puesto de trabajo”
-Guarda eso y espera.
-Fumando espero… ¿Quiere un cigarro jefe?

18
Fin del periodismo de investigación

-¿Por qué eres periodista?


-Me gusta escribir, jefe.
-A mí también. Pero una cosa es escribir y otra trabajar aquí.
-Mmm, jefe. Le está entrando la crisis de los sesenta.
-Explícate.
-Sencillo. Usted sabe que solo le quedan cinco años de ejercicio
profesional y preferiría marcharse con una jubilación anticipada, sentarse en
su mecedora frente a una playa y escribir artículos como un sabio, más allá del
bien y el mal. Pero…
-Pero…
-Usted todavía quiere cambiar el mundo desde el poder, sin contar con su
sueldo, sus influencias, las deudas y los compromisos secretos que no le
interesan a este redactor.
-Eso pesa, sí.
-No se preocupe, jefe. Todos pasamos por momentos así.
-¿Cuál es tu crisis?
-Usted me ha preguntado por qué soy periodista y le he respondido que me
gusta escribir. Pero en realidad usted sabe que soy poeta.
-Bueno, tú lo tienes mejor. No estás casado, no dejarías un buen sueldo y
solo me debes dinero a mí. Podrías irte al Caribe.
-Eso no se decide de un pronto, jefe
-¿Y vas a aguantar esta mierda? Precisamente mientras hablábamos se me
prendió el bombillo de la intuición. Y ya conoces lo que siempre digo sobre la
intuición…
-La intuición precede a la mejor acción.
-Lo recuerdas, eso es. Tú sabes que los propietarios tienen inversiones en
el Caribe y que están pensando en un periódico como estrategia de negocio…
-Sí, lo sé. Un periódico que favorezca a políticos caribeños que allanen el
camino de sus inversiones inmobiliarias. Estoy al tanto.
-Podrías irte y trabajar en ese proyecto. Imagínate, todos los días – después
del trabajo, claro – recostado sobre la arena en brazos de una morena.
-Le rimó, jefe. Pero delante no tiene a Cristóbal Colón y usted, incluso
afeitado, no parece Isabel La Católica. No, yo no voy a hacer las Américas.
América ya está hecha…y deshecha por tipos como los propietarios de este
periódico.
-Bien, te veo muy convencido. Pero para lo que necesites, en cualquier
momento cuenta conmigo.
-¿Puede anticiparme cien euros?
-Eres rápido
-Usted dijo en cualquier momento.
Contra todo pronóstico, no pasó mucho tiempo para que Miguel Ángel
solicitara su jubilación anticipada y comenzase a publicar una columna diaria
que tituló “Desde mi mecedora”. Las deudas las resolvió vendiendo su fiel
perro de raza. Pero lo más difícil era desprenderse de algunos compromisos
que lo ataban. Por eso, al despedirse me confió un portafolio y me dijo: “Aquí
hay papeles muy importantes. Si alguien pretende tocarme los huevos le
amenazaré con publicarlos. Guárdalos cinco años. Nadie pensará que los
tienes tú”.
Claro, le respondí, quién va a imaginarse que un importante experiodista y
expolítico va a confiar sus secretos a un redactor de cultura. Además, esto ya
solo lo pensé, con sus papeles y los de Juan ya puedo competir con los
archivos reservados de la CIA.
- Y piénsate lo del Caribe. Allí estarás bien.
- Jefe. Quisiera preguntarle algo.
- Ya no soy tu jefe, pero pregunta. Responderte no sé si lo haré. Creo que
sé por dónde vas.
- ¿Juan está en el Caribe?
- Estoy al tanto de tus pesquisas. Y esas investigaciones solo puedes
hacerlas porque tienes los papeles de Juan.
- Usted lo sacó antes de que…
- Justo antes de que se complicara. Sois jóvenes y no sabéis nadar en la
mierda.
Años después Miguel Ángel me pidió que mandara anónimamente uno de
estos documentos a una revista de tirada nacional. No sé qué relación pudo
tener su publicación con el asesinato del otro propietario del periódico. No le
pregunté porque sabía la respuesta: Nada que interese a un redactor.

19
Un futuro de mierda

De la redacción se hizo cargo Manuel, el director de ventas. Para dirigirles


a ustedes no hace falta ser periodista – sentenció en su discurso de
presentación -. Ni siquiera es necesario escribir, incluso me atrevería a afirmar
que no tienen que interesarme los periódicos. En este mundo lo importante es
vender, ya sea papel con noticias o papel para limpiarse el culo; ya sea Coca-
Cola o solidaridad con los pobres. Vender y vender, rentabilizar y rentabilizar.
Ustedes escriben para que los anunciantes compren espacios publicitarios,
escriben para que el poder nos favorezca. De los lectores dejen ya de
preocuparse. No existen lectores sino consumidores. Este es el nuevo
periodismo y los hombres que entendemos este negocio lo sabemos. Ustedes
mismos también deben de impregnarse de nuestra filosofía y contribuir a este
periodismo comercial al que nos debemos y que les va a dar de comer. Puede
gustarles o no, pero ese no es el problema. Son profesionales y confío sepan
asimilar estos criterios, los míos, que son los que en definitiva orientan no solo
al periodismo sino a la humanidad. Para eso están aquí.
Tras el discurso cayó sobre la redacción un largo, espeso y melancólico
silencio. Solo lo interrumpió, tímidamente, un pequeño pedo que dejó caer uno
de los redactores. Después el nuevo jefe de redacción salió y todos nos
quedamos oliendo nuestro futuro de mierda.

20
Un milímetro para soñar

Siguiendo los pasos de mi jefe, también yo dejé el periódico. Cuando lo


hice no sabía muy bien qué iba a hacer… ¿Pero quién lo sabe? Los
compañeros me decían que estaba loco. Eso no es novedad, les respondí,
también había que estar muy loco para trabajar en el periódico. Ahora iba a ser
un loco sin periódico.
A diferencia de Miguel Ángel no era mi pretensión conspirar desde una
mecedora. No tenía ni edad ni poder para vivir sentado. Por otra parte, aunque
propusiera a Manuel una colaboración, no me la aceptaría. El nuevo jefe había
descubierto el “copy page” y se jactaba ante todos de llenar seis páginas en
solo dos horas, mientras que para escribir dos páginas nosotros invertíamos
dos días mordiendo el polvo de la calle o mendigando notas de prensa a las
secretarias de los políticos.
-Los lectores no tienen tiempo para leer y menos para comparar noticias de
diferentes medios – me decía. Además, los demás periódicos no protestan
porque ellos también lo hacen. Este es el periodismo actual, te lo tienes que
meter en la cabeza. Y si no lo haces acabarás escribiendo en uno de esos blogs
marginales donde lloran los periodistas con ideas propias. Además –añadía –
escribir así te deja tiempo para pensar en otras cosas.
-¿En qué cosas, Manuel?
-Coño, pues en cómo hacer más dinero.
Me despedí del periódico sin discutir la nueva estrategia. Manuel no daba
para más. En realidad nada había cambiado, aunque con Miguel Ángel todavía
contábamos con un milímetro para soñar.

21
Lo primero es lo segundo

-Podrías denunciarles, escribir en otro periódico sobre la corrupción que


has visto – Me propuso el editor desde su silla de ruedas.
-No serviría. Los medios se protegen unos a otros. Como hacen los
políticos. Si alguien destapa algo, la competencia amenaza con sacar el
ventilador que airea la mierda.
-Tienes razón.
-Además, me gustaría publicarlo de un golpe, no por entregas.
-Escribe una novela corta.
-Nunca he escrito novela. Para eso hay que ser ingeniero y yo soy poeta,
un simple arquitecto de nubes. Pero puedo intentarlo.
-Si lo haces desde la novela, en caso de que te ataquen podrás excusarte en
que solo es ficción.
-Eso es solo una frase. La realidad nunca supera a la buena ficción. La
ficción es nuestro sueño de la realidad.
-Escribe capítulos cortos y fulminantes, como las buenas novelas
anglosajonas, directo al corazón.
-Le entiendo, sin descripciones ni adjetivos contemplativos.
-Yo podría editártela. Tenemos una colección donde encajaría muy bien.
-La escribiré. Necesito sanar estos años.
-Por cierto, Julián. ¿De qué vas a vivir ahora?
-¿Se refiere al dinero o a la vida?
-A las dos cosas.
-Si descubro lo segundo llegará lo primero.

23
Nunca escribí el capítulo 22

Tras conversar con el editor comencé a escribir. Aquel hombre, al que


conocí cuando quise seguir los pasos de Juan, resultó ser un empresario que se
negaba a pagar el impuesto revolucionario que pretendían imponerle los
propietarios del periódico y los políticos. Eso le costó un invisible
empujoncito en una escalera de la plaza comercial donde tenía la oficina. Pero
no indagué más. Mi periodismo de investigación terminó por recomendación
de Miguel Ángel el mismo día que me contó lo de Juan. Déjalo, me dijo, o
descubrirás que hay oficios que matan.
Según avanzaba en la novela, le enviaba al editor cada capítulo para que
me hiciera sugerencias. Después del tercero recibí un cheque junto a una nota
cariñosa, escrita a mano por él mismo, donde justificaba ese anticipo como
adelanto del éxito editorial que vaticinaba.
De vez en cuando me invitaba a cenar con otros escritores que publicaban
en la editorial y críticos literarios que recibían doble sueldo, el del periódico
donde escribían sus reseñas y el de la propia editorial. Según iba viendo, en el
mundo del libro también todo estaba bien atado. Solo habían pasado unos
meses desde que abandoné el periódico y ya comprendía que no existía el
paraíso humano sino infiernos paralelos.
Una noche, mientras me llevaba a casa después de una de esas reuniones
donde los egos literarios se ahogaban de sí mismos, me aconsejó que
terminara urgentemente la novela. Puedes acabar en el capítulo 22. Ya
necesitas sacar todo eso de la cabeza y sanarte.
- Y también necesito dinero para irme. Después de esa novela tengo que
desaparecer.
- Puedes ir al Caribe.
- ¿Usted también me va a venir con lo del Caribe?
- Es sólo una idea. Conozco gente que se hace rica en esas islas. Además,
con la novela vas a tener dinero. Ya solo te falta el amor. Y en el Caribe lo
tendrás.
- No me interesa.
- No se hable más entonces. Cuando reciba el capítulo 22, te pago tu
trabajo y nos acostamos. Así tendrás las dos cosas sin viajar.
Nunca escribí el capítulo 22.
Años después me fui al Caribe y publiqué la novela. La quise titular “Hay
oficios que matan el alma”, pero el nuevo editor me recomendó que los títulos
largos no venden. De la portada se fue el alma.
Nota:
Ya no compraba periódicos, los leía por internet. Así leí - cómodamente
sentado en una chaise longe, el artículo de Miguel Ángel - escrito
cómodamente en su mecedora - y al que titulaba “los muertos no viajan”. No
tendría que buscar a Juan y tenía un título corto para otra novela.

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