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Termino con una historia heroica que ocurrió hace pocos años en el Chad.

Esteban había sido bautizado a los 28 años y era un católico fervoroso. A los
40 años se enfermó de un tumor a la garganta; las monjas de su poblado lo
enviaron a un hospital y allí le dijeron que el tumor era maligno pero operable;
sin embargo, como no tenían enfermeros disponibles, la única cosa que él
necesitaba era conseguirse alguien que lo cuidara después de la operación.
Volvió a la aldea con una esperanza y una preocupación: podía sanar si se
operaba, pero ¿quién lo cuidaría? Su esposa no podía pues estaba esperando
familia y tenía que cuidar a sus 8 hijos; sus hermanos tampoco podían dejar a
sus familias numerosas y pobres; a sus vecinos no tenía con qué pagarles. De
pronto apareció una prima con su marido ofreciéndose a ayudarlo. Esteban
quedó sorprendido pero aceptó. Viajaron a la ciudad del país vecino y el
médico le dio la fecha para la operación. Pero la noche antes su prima y el
esposo de ésta lo llamaron y le dijeron: “Escucha, nosotros no hemos venido
aquí gratuitamente. Tú sabes que nosotros somos protestantes y cada uno de
nosotros tenemos la obligación de conseguir nuevos creyentes; por eso hemos
querido ayudarte pero con la condición de que nos prometas hacerte
protestante”. Y como se mantuvieron firmes en su exigencia chantajista,
Esteban terminó la discusión diciendo: “Prefiero quedarme con el tumor antes
que renegar de mi fe”. A la mañana siguiente fue a decirle al médico que no se
operaría, pero sin explicarle la razón, y se aguantó los retos del médico que
creía que era por miedo a la operación y las burlas de los demás enfermos del
hospital. Con las primeras luces del día siguiente partieron los tres, sin hablar
más del tema. Pero en la primera aldea después de la frontera su prima
enfermó sin poder moverse; se le detectó malaria perniciosa. Su esposo, al ver
que la cosa era complicada se volvió a su pueblo abandonándola. En cambio,
Esteban se quedó con ella cuidándola, gastó en remedios sus últimos ahorros
y le pagó el viaje en camión hasta su pueblo. Él, por su cuenta, volvió a su
pueblo sin dinero y con el tumor a la garganta y allí esperó serenamente la
muerte, feliz por no haber traicionado su fe.
Feliz porque lo único que amaba era a Dios. Feliz porque su vida estaba
poseída por Amor de Dios. Él realmente había creído en ese amor.

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