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28/9/2018 El poder de un testimonio personal - Dieter F.

Uchtdorf

El poder de un testimonio personal


Octubre 2006 Conferencia general
Dieter F. Uchtdorf
Of the Quorum of the Twelve Apostles

Nuestro rme testimonio personal nos motivará a cambiar y después a


bendecir al mundo.

En el Libro de Mormón, leemos acerca del joven Ne , a quien el Señor le mandó


que construyera un barco. Él fue diligente en obedecer ese mandamiento, pero sus
hermanos se mostraron escépticos; “…cuando vieron mis hermanos que estaba a
punto de construir un barco”, él escribió, “empezaron a murmurar contra mí,
diciendo: Nuestro hermano está loco, pues se imagina que puede construir un
barco; sí, y también piensa que puede atravesar estas grandes aguas” (1 Ne
17:17).

Pero Ne no se desanimó. No tenía experiencia en la construcción de barcos, pero


tenía un rme testimonio personal de que “el Señor… [prepararía] la vía para que
[cumpliesen] lo que les [había] mandado” (1 Ne 3:7). Con ese poderoso testimonio
y esa motivación en su corazón, Ne construyó un barco en el que cruzaron las
grandes aguas, a pesar de la gran oposición de sus in eles hermanos.

Permítanme compartir con ustedes una experiencia personal de mi juventud sobre


el poder que tiene un motivo justo.

Tras la agitación de la Segunda Guerra Mundial, mi familia terminó en la Alemania


del Este, que estaba ocupada por Rusia. En el cuarto grado de la escuela, tuve que
aprender ruso como primer idioma extranjero; era muy difícil debido al alfabeto
cirílico, pero con el tiempo llegué a dominarlo.

Cuando cumplí once años, tuvimos que abandonar Alemania del Este
repentinamente debido a la orientación política de mi padre. Ahora tenía que asistir
a una escuela en Alemania del Oeste, que en esa época estaba ocupada por
Estados Unidos. Allí, en la escuela, todos los niños tenían que aprender inglés y no
ruso. Aprender ruso había sido difícil, pero inglés me resultaba imposible. Tenía la
impresión de que mi boca no estaba hecha para hablar inglés. Mis profesores
hicieron lo imposible, mis padres sufrieron y yo sabía que, sin duda, el idioma inglés
no era para mí.

Pero entonces algo cambió en mi juventud. Casi todos los días iba hasta el
aeropuerto en bicicleta y observaba el aterrizaje y el despegue de los aviones. Leí,
estudié y aprendí todo lo que pude encontrar sobre aviación: mi mayor deseo era
llegar a ser piloto. Me imaginaba a mí mismo en la cabina del piloto de un avión
comercial o de un avión de combate. En lo profundo de mi corazón, sentí que
aquello sí era para mí.
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Luego supe que para ser piloto tenía que saber hablar inglés. De la noche a la
mañana, para sorpresa de todos, pareció que mi boca había cambiado. Fui capaz
de aprender inglés. Aun así, me costó gran esfuerzo, perseverancia y paciencia,
pero, ¡pude aprender a hablar en inglés!

¿Por qué? ¡Gracias a un motivo fuerte y justo!

Nuestros motivos y pensamientos son los que, al nal, repercuten en nuestras


acciones. El testimonio de la veracidad del Evangelio restaurado de Jesucristo es la
fuerza motivadora más poderosa de nuestra vida. Con frecuencia Jesús recalcó el
poder de los buenos pensamientos y de los motivos adecuados: “Elevad hacia mí
todo pensamiento; no dudéis; no temáis” (D. y C. 6:36).

El testimonio de Jesucristo y del Evangelio restaurado nos ayudará a conocer el plan


especí co que Dios tiene para nosotros y a actuar de acuerdo con ello; nos brinda
la seguridad de la realidad, de la veracidad y de la bondad de Dios; de las
enseñanzas y de la expiación de Jesucristo y del llamamiento divino de los profetas
de los últimos días. Nuestro testimonio nos motiva a vivir en rectitud, y una vida
recta hará que nuestro testimonio sea cada vez más rme.

¿Qué es un testimonio?
Una de nición de testimonio es: “Una solemne atestación en cuanto a la verdad de
un asunto”; procede del término latino testimonium y la palabra testi que signi ca
testigo (“Testimony”, http://www.reference .com/browse/wiki/Testimony; Merriam-
Webster’s Collegiate Dictionary, 11th ed., 2003, “testimony”, pág. 1291).

Para los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, el
término testimonio es una palabra entrañable y familiar en nuestras expresiones
religiosas. Es tierna y dulce, y siempre conlleva cierto carácter sagrado. Cuando
hablamos del testimonio, nos referimos a sentimientos del corazón y de la mente,
en lugar de una acumulación de hechos lógicos y estériles. Es un don del Espíritu,
una atestación del Espíritu Santo que indica que ciertos conceptos son verdaderos.

Un testimonio es el conocimiento seguro o la certeza que viene del Espíritu Santo


acerca de la veracidad y de la divinidad de la obra del Señor en estos últimos días.
Un testimonio es “la convicción permanente, viviente y conmovedora de las
verdades reveladas del Evangelio de Jesucristo” (Marion G. Romney, “Cómo obtener
un testimonio”, Liahona, noviembre 1976, pág. 1, cursiva agregada).

Al testi car, declaramos la veracidad absoluta del mensaje del Evangelio. En una
época en la que muchos perciben la verdad como algo relativo, una declaración de
veracidad absoluta no es algo muy popular, ni parece ser políticamente correcto ni
oportuno. Los testimonios de las “cosas como realmente son” (Jacob 4:13) son
audaces, verídicos y vitales porque tienen consecuencias eternas para la
humanidad. A Satanás no le disgustaría que declarásemos el mensaje de nuestra fe
y la doctrina del Evangelio como algo que cambia en base a las circunstancias.
Nuestra rme convicción de la veracidad del Evangelio es un ancla en nuestra vida;

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es estable y dedigna como la Estrella Polar. Un testimonio es algo muy personal y


quizás un poco diferente para cada uno de nosotros, ya que cada uno es una
persona única; sin embargo, un testimonio del Evangelio restaurado de Jesucristo
siempre incluirá estas verdades claras y sencillas:

Dios vive, Él es nuestro amoroso Padre Celestial y nosotros somos Sus hijos.

Jesucristo es el Hijo del Dios viviente y el Salvador del mundo.

José Smith es el profeta de Dios por medio de quien se restauró el Evangelio de


Jesucristo en los últimos días.

El Libro de Mormón es la palabra de Dios.

El presidente Gordon B. Hinckley, sus consejeros y los miembros del Quórum de


los Doce Apóstoles son los profetas, videntes y reveladores de nuestros días.

A medida que adquirimos un conocimiento más profundo de esas verdades y del


plan de salvación por el poder y el don del Espíritu Santo, podremos llegar a
“conocer la verdad de todas las cosas” (Moroni 10:5).

¿Cómo obtenemos un testimonio?


Todos sabemos que es más fácil hablar de un testimonio que adquirirlo. El proceso
para recibirlo se basa en la ley de la cosecha: “Pues todo lo que el hombre
sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7). Nada bueno viene sin esfuerzo ni
sacri cio. Si tenemos que esforzarnos para adquirir un testimonio, eso nos hará, a
nosotros y a nuestro testimonio, aún más fuertes; y, si compartimos nuestro
testimonio, éste aumentará.

Un testimonio es una posesión muy preciada, pues no se adquiere sólo mediante la


lógica o la razón, no se puede comprar con posesiones terrenales ni se puede dar
de regalo, ni se puede heredar de nuestros antepasados. No podemos depender
del testimonio de otras personas; sino que debemos saber por nosotros mismos. El
presidente Gordon B. Hinckley ha dicho: “Todo Santo de los Últimos Días tiene la
responsabilidad de llegar a saber por sí mismo, y con certeza, sin lugar a dudas,
que Jesús es el Hijo resucitado y viviente del Dios viviente” (véase “No tengáis miedo
de hacer lo bueno”, Liahona, julio de 1983, pág. 124).

La fuente de ese conocimiento seguro y de esa rme convicción es la revelación


divina, “…porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Apocalipsis
19:10).

Recibimos ese testimonio cuando el Espíritu Santo se comunica con nuestro


espíritu. Recibiremos una certeza rme y apacible que será la fuente de nuestro
testimonio y convicción, sin importar nuestra cultura, raza, idioma, posición social o
económica. Esos susurros del Espíritu, más que sólo la lógica humana, serán el
verdadero fundamento sobre el cual edi caremos nuestro testimonio.

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La esencia de ese testimonio será siempre la fe en Jesucristo y el conocimiento de


Él y de Su misión divina, quien en las Escrituras dice de Sí mismo: “Yo soy el camino,
y la verdad y la vida” (Juan 14:6).

Por lo tanto, ¿cómo recibimos un testimonio personal que esté arraigado en el


testimonio del Espíritu Santo? El método se describe en las Escrituras:

Primero: Deseo de creer. En el Libro de Mormón se nos exhorta: “…si despertáis


y aviváis vuestras facultades hasta experimentar con mis palabras y ejercitáis un
poco de fe… aunque no sea más que un deseo de creer” (Alma 32:27).

Habrá quien diga: “Yo no puedo creer; no soy religioso”. Piensen en esto: Dios nos
promete ayuda divina aun cuando sólo tengamos el deseo de creer, pero debe ser
un deseo real y no uno ngido.

Segundo: Escudriñar las Escrituras. Háganse preguntas, estúdienlas, escudriñen


las Escrituras en busca de respuestas. Una vez más, en el Libro de Mormón se nos
da un buen consejo: “Si dais lugar para que sea sembrada una semilla en vuestro
corazón” por medio del estudio diligente de la palabra de Dios, la semilla buena
“empezará a hincharse en vuestro pecho,” si no la rechaza nuestra incredulidad.
Esa semilla buena comenzará a “ensanchar [vuestra] alma” y a “iluminar [vuestro]
entendimiento” (Alma 32:28).

Tercero: Hacer la voluntad de Dios; guardar los mandamientos. No basta con


entrar en un debate intelectual si deseamos saber por nosotros mismos que se ha
restaurado el reino de Dios en la tierra. El estudio ocasional tampoco es su ciente.
Nosotros mismos debemos actuar; eso signi ca aprender y después hacer la
voluntad de Dios.

Debemos venir a Cristo y seguir Sus enseñanzas. El Salvador enseñó: “Mi doctrina
no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios,
conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:16–
17; cursiva agregada). Y también dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”
(Juan 14:15).

Cuarto: Meditar, ayunar y orar. Para recibir conocimiento del Espíritu Santo,
debemos pedírselo a nuestro Padre Celestial. Debemos con ar en que Dios nos
ama y que nos ayudará a reconocer los susurros del Espíritu Santo. En el Libro de
Mormón se nos recuerda:

“…cuando leáis estas cosas… recor[dad] cuán misericordioso ha sido el Señor con
los hijos de los hombres, desde la creación de Adán hasta el tiempo en que recibáis
estas cosas, y que lo meditéis en vuestros corazones.

“…pregunt[ad] a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas


estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe
en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo” (véase
Moroni 10:3–4).

Y el profeta Alma dijo:

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“He aquí, os testi co que yo sé que estas cosas… son verdaderas. Y ¿cómo suponéis
que yo sé de su certeza?

“…he aquí, he ayunado y orado… para poder saber estas cosas por mí mismo. Y… el
Señor Dios me las ha manifestado por su Santo Espíritu; y éste es el espíritu de
revelación” (Alma 5:45–46).

Mis amados hermanos y hermanas, Alma recibió su testimonio mediante el ayuno y


la oración hace más de dos mil años, y nosotros podemos tener la misma sagrada
experiencia hoy día.

¿Y para qué sirve el testimonio?


Un testimonio proporciona la debida perspectiva, motivación y el cimiento sólido
sobre el cual edi car una vida útil y de progreso personal. Es una fuente constante
de con anza, un compañero el y verdadero en los tiempos buenos y en los malos.
Un testimonio nos brinda una razón para tener esperanza y alegría; nos ayuda a
cultivar un espíritu de optimismo y de felicidad que nos permite regocijarnos por
las bellezas de la naturaleza. Un testimonio nos motiva a escoger lo justo en todo
momento y en toda circunstancia; nos motiva a acercarnos más a Dios, y a permitir
que Él se acerque más a nosotros (véase Santiago 4:8).

Nuestro testimonio es un escudo protector y, al igual que una barra de hierro, nos
conduce a salvo a través de la oscuridad y la confusión.

El testimonio de Ne le dio el valor para defender sus principios y llegar a ser


contado como uno que obedece al Señor. No murmuró, no dudó ni temió, fueran
cuales fueran las circunstancias. En los momentos difíciles, dijo: “Iré y haré lo que el
Señor ha mandado, porque sé que el Señor…prepa[rará] la vía para que [lo]
cumplan” (1 Ne 3:7).

Al igual que el Señor conocía a Ne , Dios nos conoce y nos ama. Ésta es nuestra
época; éstos son nuestros días. Nos hallamos en medio de la acción. Nuestro rme
testimonio personal nos motivará a cambiar y después a bendecir al mundo. De
ello testi co, dejándoles mi bendición en calidad de apóstol del Señor, en el
nombre de Jesucristo. Amén.

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