Sei sulla pagina 1di 15

UNIVERSIDAD DE SAN CARLOS DE GUATEMALA

CENTRO UNIVERSITARIO DE PETÉN

VIOLENCIA CULTURAL

ANTECEDENTES

Los africanos fueron capturados, y trasladados a través del Atlántico para trabajar
como esclavos; millones murieron en el tránsito, ya sea en África, a bordo de los
buques que los transportaban, o ya en el continente americano. Esta violencia
directa se filtra en todas las direcciones transformándose en una masiva violencia
estructural y cultural en forma de ideas racistas. Después de un largo recorrido este
tipo de violencia física se olvida, la esclavitud se prohíbe, transformándose en dos
nuevos tipos de violencias: la “discriminación” fruto de una violencia estructural
masiva y el «prejuicio» resultado de la violencia cultural incisiva y profunda. En esta
metamorfosis el saneamiento del lenguaje, por su parte, implica también un tipo de
violencia cultural.

Hace más de mil años los vikingos del Norte atacaron, engañaron y derrotaron a los
rusos. Puede que no sea una razón suficiente la idea de que los rusos fuesen
peligrosos, salvajes y primitivos; y que esta percepción cultural significa que algún
día volverán a buscar venganza. Así, llegamos al momento histórico, cuando
Alemania atacó Noruega en abril de 1940, en el que la justificación oficial fue el
peligro inminente de una revancha del pueblo ruso. Y de esta forma, una violencia
cultural perfectamente instilada se convierte en violencia directa que aparece de
forma súbita.

Concretamente, esto significa identificar los aspectos estructurales y culturales en


los que inciden las políticas que sirve como preparación para la militarización de la
sociedad y su materialización en un sistema productivo y el despliegue operativo.
Esto incluiría el adoctrinamiento para la radicalización de los varones jóvenes en la
escuela, la primogenitura, la alienación del desempleo y la desintegración y
explotación de la sociedad en general. Además, la utilización de la producción militar
como una forma de estimular el crecimiento económico y la redistribución del
bienestar económico; además, la propaganda cultural incidiendo en ideologías
ultranacionalistas, racistas y sexistas propugnan el reconocimiento personal y
social, y muchos otros tipos de influencia y motivación. La enseñanza de una cultura
militarista a través de los planes de estudios de universidades y escuelas
secundarias merecería especial atención. Sin embargo, por el contrario, en las
políticas institucionales y culturales no se incluyen los estudios sobre el control de
armas, considerándose los temas que atañen a la seguridad nacional como áreas
altamente sensibles. Esos tabúes deberían romperse si queremos profundizar en
los estudios e investigaciones sobre la paz.

Art. 04 –Libertad de Igualdad. CPRG

El concepto de violencia cultural hay que considerarlo en un sentido amplio. Se


diferencia de otros tipos de violencia en que ésta navega a través de las ideas, las
normas, los valores, las tradiciones, etc. En otras palabras, hablamos de violencia
cultural cuando desde la cultura se legitima o promueve la violencia en cualquiera
de sus vertientes. Galtung hizo un análisis del concepto, partiendo previamente la
violencia en tres segmentos principales: violencia directa (física, psicológica,
verbal), violencia estructural (generada a través de un sistema) y violencia cultural.
La que nos ocupa se relacionaría íntimamente con las otras dos. La violencia
cultural se identifica porque siempre se pasan por alto o se apoyan prácticas
violentas, todo ello desde el mundo de las “ideas”.

Sin embargo, la promoción de una Cultura de paz no es posible sin considerar el


instrumento más importante y necesario para dinamitar la violencia cultural: la
educación. Es crucial promover un pensamiento crítico y sobre todo huir del
etnocentrismo y del sexismo, factores que favorecen la violencia cultural. Por
ejemplo, no sería conveniente seguir trasmitiendo la cultura del hombre, blanco,
occidental, de clase media o alta y perfectamente integrado en la sociedad.

Por otro lado, sería también necesario plantear una educación que esté orientada a
solucionar grandes problemas de la humanidad, promoviendo una cultura interior y
de valores, comenzando además por analizar y cambiar nuestro lenguaje, donde en
la mayoría de los casos se encuentran aspectos que pueden favorecer la aparición
de cualquier tipo de violencia.

CONCEPTO INTEGRAL DE VIOLENCIA

Entendiendo la violencia como el uso o amenaza de uso de la fuerza o de potencia,


abierta u oculta, con la finalidad de obtener de uno o varios individuos algo que no
consienten libremente de hacerles algún tipo de mal (físico, psíquico o moral).

La violencia sustenta cuatro clases de necesidades primarias:

- Necesidad de supervivencia (negación: muerte, mortalidad)


- Necesidad de bienestar (negación: sufrimiento, falta de salud)
- Identidad, necesidad de representación (negación: alineación)
- Necesidad de libertad (negación: represión)
Si no se respeta, el resultado es la degradación humana. La suma de los cinco
elementos, para todas las personas, definirá la paz.

Se debe resaltar y analizar que la violencia está integrada por un concepto


introducido por Johan Galtung denominado Triángulo de la violencia para
representar las relaciones que existen entre los tres tipos de violencia, las cuales se
puede mencionar: violencia directa, estructural y cultural. Se ejemplifica la
violencia cultural utilizando una división de cultura en religión e ideología, arte y
lenguaje, y ciencias empíricas y formales. La violencia cultural se debe incluir como
un objetivo de primer orden en la investigación sobre la paz, supone no sólo
profundizar en la búsqueda de la paz, sino también una posible contribución a la
aún inexistente disciplina general de la culturología.

TRES TIPOS DE VIOLENCIA:

1. VIOLENCIA DIRECTA: la cual es visible, se concreta con comportamientos y


responde a actos de violencia.
2. LA VIOLENCIA ESTRUCTURAL (la peor de las tres) la cual se centra en el
conjunto de estructuras que no permiten la satisfacción de las necesidades y se
concreta, precisamente, en la negación de las necesidades.

3. LA VIOLENCIA CULTURAL: la cual crea un marco legitimador de la violencia y


se concreta en actitudes. Educar en el conflicto supone actuar en los tres tipos de
violencia.

VIOLENCIA CULTURAL O SIMBÓLICA:

Hacia los años 90 surge, de la mano de Galtung, una nueva aproximación a la


violencia al crearse el concepto de violencia cultural, que la define como una
violencia simbólica, que “se expresa desde infinidad de medios (simbolismos,
religión, ideología, lenguaje, arte, ciencia, leyes, medios de comunicación,
educación, etc.), y que cumple la función de legitimar la violencia directa y
estructural, así como de inhibir o reprimir la respuesta de quienes la sufren, y ofrece
justificaciones para que los seres humanos, a diferencia del resto de especies, se
destruyan mutuamente y sean recompensados incluso por hacerlo”.
Si lo contrario de la violencia es la paz, entonces lo contrario de la violencia cultural
sería la paz cultural, es decir, aquellos aspectos de una cultura que sirven para
justificar y legitimar la paz directa y la paz estructural.

Los estudios sobre la violencia son sobre dos problemas: La utilización de la


violencia y la legitimación de su uso. Una de las maneras de actuación de la
violencia cultural es cambiar el color moral de un acto, pasando del rojo incorrecto
al verde correcto o, por lo menos, al amarillo aceptable; un ejemplo sería “asesinato
por la patria, correcto; en beneficio propio, incorrecto”. La realidad es que no vemos
el hecho o acto violento, o, al menos, no lo vemos como violento.

La violencia cultural se utiliza para lograr la aprobación de posturas fanáticas en lo


religioso, en lo económico, en las relaciones de género, en las relaciones con la
naturaleza, etc. Se basa en un amplísimo entramado de valores que asumimos
continuamente desde pequeños y que luego se refuerzan con las normas legales
de la sociedad para inculcarnos una cultura opresiva porque es acrítica y delegadora
y porque nos prepara para la colaboración pasiva y/o activa con estructuras injustas
e insolidarias. Por tanto, el problema es que luchar contra este tipo de violencia es
muy complicado, puesto que nuestra sociedad cultural nos acerca a la idea profunda
de la visión negativa de los conflictos, de nuestra visión simple, miedosa e impuesta
de la paz, con lo que encontrar alternativas a la manera de vivir y de actuar queda
reducido y poco.

En Guatemala dicha dinámica de violencia, ha tomado parte y se ha naturalizado,


es necesario además enfatizar que no es percibida y la asumen como un problema
personal que les afecta directa o indirectamente. Es decir, ha condicionado el actuar
de los miembros de la sociedad guatemalteca, de tal manera que se halla presente
en todas las costumbres y prácticas de agresión llevadas a cabo en la cotidianeidad.
Producto de esa realidad, surgen prejuicios dirigidos a grupos de personas, basados
en el fenotipo, género, capacidades diferentes.

El país ha sido dominado políticamente y económicamente durante los últimos cinco


siglos por la elite de poder, que ha ido imponiendo sus ideas, intereses, y por
consiguiente su cosmovisión del mundo. Desde la colonia las creencias con una
connotación peyorativa que se rigen, se ciernen principalmente alrededor de la
concepción de ser indígena, y son claramente el origen de todas las demás formas
de violencia cultural, en un principio fueron creadas como un instrumento de
racionalización frente a los vejámenes que se cometieron en contra de dicho grupo.

VIOLENCIA CULTURAL -RELIGIÓN-

Aquí se centra en la creencia de un Dios trascendental y un satanás trascendental.


El cielo y el infierno pueden reproducirse en la tierra, como un anticipo o muestra de
la vida futura. Miseria/ lujo pueden verse como preparación para el infierno/cielo y
la clase social como el dedo de Dios.

Son posibles las representaciones superiores e inmanentes, una donde Dios y


satanás poseen o al menos eligen a los suyos; y otra en la que dios o satanás están
en nuestro interior. ¿A quiénes elige Dios? ¿Escoge a aquellos que son más
semejantes a su imagen, dejando que satanás se lleve a los demás? ¿Si existe cielo
también existe infierno?

En Guatemala, la religión constituye un aspecto fundamental en la vida de la mayor


parte de los guatemaltecos, y aunque las tendencias religiosas han cambiado a
través del tiempo, son en la actualidad la iglesia católica y la evangélica quienes
cuentan con el mayor número de seguidores. Según un estudio de Pew Research
Center del año 2014, el 50% de los guatemaltecos se declararon como católicos y
un 41% como evangélicos. Tan sólo un 3% de los entrevistados expresó contar con
una afinidad religiosa diferente a las religiones anteriores, y un 6% expresó no tener
afiliación a ninguna iglesia.

A partir de los datos anteriores, puede deducirse que tanto la iglesia católica como
la evangélica representan dos grandes protagonistas en Guatemala, y que su fuerza
y presencia territorial las ha convertido en entidades espirituales de notable
importancia. No obstante, los hechos en la historia demuestran que ambas iglesias
han desempeñado además de un rol evangelizador, un papel fundamental en
situaciones políticas, económicas y sociales.
VIOLENCIA CULTURAL EN GUATEMALA

Todos intuimos de sobra la realidad guatemalteca, plagada de tantas


manifestaciones de violencia e inseguridad, al punto que todos sentimos que cada
día, nos adentramos en una “selva de cemento”, un territorio en el que priva por
todos lados la ley del más fuerte, en el que la “meritocracia” como mecanismo de
asignación de beneficios que rige muchas sociedades modernas, es sustituido por
lo que podríamos llamar la “cuellocracia“, un método de asignación que descansa
en la habilidad discursiva o de negociación política y no en la capacidad técnica o
el desempeño profesional de los sujetos.

Sin embargo, pocos hemos reflexionado sobre otro tipo de violencia que es aún más
dañina y perniciosa que la esa violencia directa a la que estamos familiarizados: tan
acostumbrados estamos a los muertos, a los asaltos, a los cortes de carretera, a las
huelgas y las manifestaciones de todo tipo, que ya ni vemos lo que Johan Galtung
llama la violencia estructural, y mucho menos, la que este mismo autor llama
violencia cultural.

En Guatemala, sin embargo, el pacto fundacional sobre el que se construyó lo que


Rawls llama “instituciones básicas” es tan desigual, tan habitualmente distante entre
el que tiene más con respecto al que tiene menos, que las posibilidades de que
haya un reconocimiento entre sectores diferenciados es imposible. Es debido a esta
característica particular de la Sociedad guatemalteca, que lejos de sentirnos un solo
y gran país, nos identificamos mucho más con las identidades más primarias como
la familia, la comunidad y la amistad, aquellos lazos que Mark Granovetter llama
“lazos fuertes”, que se basan en las relaciones cara a cara, en detrimento de los
lazos que han constituido a los países y naciones prósperas y equilibradas: los lazos
débiles, o de relaciones funcionales establecidas por la profesión, el rol o el estatus.

En Guatemala, entonces, hay muchas formas directas, brutales y crueles de matar,


pero también existen formas sutiles y de largo plazo para aniquilar, anular y destruir.
Si no es así, pensemos por un momento porque la indiferencia de la sociedad y las
actuales autoridades de gobierno, que con toda su pomposa campaña de
“solidaridad” y “cohesión social”, han sido sordos y ciegos al drama de los migrantes
guatemaltecos que son deportados de Estados Unidos y a quienes ni siquiera se
les brinda lo más elemental para soportar el drama que cada uno tiene que contar.

La realidad nacional es compleja y presenta sombríos escenarios que al ser objeto


de análisis, permiten comprender los problemas que afectan cotidianamente a la
población guatemalteca y que van más allá de la violencia delincuencial. La
violencia en el país encuentra sus causas a lo largo de la historia –manifestada a
través de múltiples expresiones- y brinda una particular fisonomía al país.

El racismo es un factor muy importante en la explicación de muchos actos de


violencia desmedida contra los indígenas.

Este es un primer esbozo para comprender cuestiones de violencia estructural y


cultural, dirigidas tradicionalmente contra la población indígena y las mujeres -
racismo y sexismo- que son de significativa importancia en un país donde más del
50% de la población es indígena y donde hay una de las más injustas distribuciones
de bienes de la región.

El Estado guatemalteco mantiene estructuras coloniales, el poder y los recursos


económicos están concentrados en selectos grupos de pocas familias (blancos),
persiste la subordinación de grupos sociales, y gran parte de la población -
particularmente indígena– está excluida de los procesos de toma de decisiones a
nivel nacional, sin mencionar que el Estado no tiene capacidad para brindar los
servicios básicos ni el apoyo institucional a toda la población.

El machismo ya no parece tan trivial ahora.

En resumen, el Estado de Guatemala presenta una fisonomía masculina,


discriminatoria y violenta. Es una construcción histórica causada por innumerables
gobiernos autoritarios y represivos, así como por una estructura económica
oligárquico-latifundista que tiene una gran influencia sobre los gobiernos y la toma
de decisiones, especialmente de aquellas que postulan beneficios sociales. A ello
se suma la existencia de un sistema judicial débil –y corrupto-, que no garantiza el
cumplimiento de la ley ni el respeto de los derechos ciudadanos y contrariamente
propicia beneficios a aquellos que tienen la capacidad de pagar por ella, generando
conflictos.

Recientemente, el reconocido poeta guatemalteco Francisco Morales Santos,


señaló la ausencia del nombramiento del entrante Ministro de Cultura, en el
Gabinete del doctor Giammattei. Morales Santos recalca la falta de interés y baja
prioridad que los gobiernos le han dado a la cultura.

La advertencia del poeta debe ser tomada en cuenta. Estamos atrapados en una
forma perversa de cultura de la violencia. De materialismo avasallador y alienante.
Un país sin cultura no progresa. Se ha perdido la memoria histórica y la autoestima;
reina la seudocultura del consumo extremo y su contrapartida: la subcultura de la
pobreza.

El Ministerio de Cultura ha ocupado un lugar muy pequeño en el mapa del Estado.


No por eso deja de ser una responsabilidad mayor, porque la cultura es primordial
para el desarrollo del país. Ignorar la fuerza y dinamismo social que la cultura puede
lograr, si se le da el apoyo y presupuesto necesario, ha sido la constante en
Guatemala. Por ejemplo, el gobierno de Álvaro Colom hizo en la cartera de Cultura
nombramientos solo para pagar facturas políticas. Fue el caso del floricultor
Jerónimo Lancerio como ministro, al que se le llamó con ironía Ministro de
Floricultura, pues carecía de experiencia en el campo. Su gestión fue menos que
mediocre.

El Ministerio de Cultura ha sido el patito feo de todos los gobiernos. Poco o nada se
sabe de cómo se apoyará, financiará y desarrollará la cultura guatemalteca en los
próximos cuatro años. Algo vergonzoso para un país con tan profundas raíces
históricas y culturales, y con tanto potencial de turismo cultural.

Le corresponde a este Ministerio, manejar el régimen jurídico aplicable a la


conservación y desarrollo de la cultura guatemalteca y también el cuidado de la
autenticidad de sus diversas manifestaciones; así como la protección de los
monumentos nacionales y áreas de interés histórico o cultural y el impulso de la
recreación y del deporte no federado ni escolar.
La premisa fundamental es que la política cultural del Estado debe ser eficaz,
siguiendo las necesidades internas y también las orientaciones generales de la
UNESCO y, en especial, los documentos aprobados en la 30 Conferencia
Intergubernamental de Políticas Culturales para el Desarrollo, celebrada en
Estocolmo hace veinte años. Guatemala debe en este sentido, y sigue siendo muy
actual, impulsar la cultura hasta el núcleo de decisión política en pro del desarrollo
sostenible.

Cultura es todo lo que se hace y cómo se hace. La cultura se entiende también


como formas mentales, sociales e incluso morales. Son las representaciones
comunes, la memoria colectiva, los modos de expresión y hasta la idiosincrasia. De
ahí que se haya afirmado bastante que el subdesarrollo es mental, por no decir
cultural.

En una edición del Diario de Centroamérica

¿Realmente conocemos de Derechos Humanos? La problemática de la violencia


directa e indirecta involucra a la estructura social en su conjunto. Johan Galtung
identifica tres tipos de violencia:

La violencia directa es la parte visible de los otros dos tipos de violencia, esta se
concreta en comportamientos y actos violentos. La violencia estructural refiere al
conjunto de estructuras (sociales, económicas, políticas,) que no permiten la
satisfacción de las necesidades y se concreta, precisamente, en la negación de las
mismas. Así, la violencia cultural es el marco legitimador de la violencia y se
concreta en actitudes.

El marco legitimador de la violencia directa y estructural es de carácter cultural, lo


cual supone que modificar esos esquemas requiere de la repetición y habituación
de pautas (comportamientos, normas y reglas sociales) que puedan reproducirse
fácilmente en el futuro, adquiriendo carácter significativo y conduciendo el
comportamiento social a la construcción de nuevos roles e identidades que nos
alejen de las formas legitimadoras de la violencia.
En un Artículo del Diario de Centroamérica menciona lo siguiente:

Ahora bien, existe un conglomerado de personas que se dedican y viven del


ejercicio del poder, ya sea ostentándolo o persiguiéndolo, negociándolo e incluso,
vendiéndolo. Este grupo es llamado comúnmente como “casta política”.

En Guatemala, la casta política no es precisamente un dechado de virtudes. Al


contrario, la mayoría de los políticos actúa precisamente en contra de los principios
de la política, aquellos que conjugan la ley con la ética y hacen un uso mesurado de
la economía.

Actualmente cuando decimos que alguien es político es sinónimo de llamarlo ladrón,


poco ético, mentiroso, marrullero, alcahuete, sinvergüenza; aunque, por supuesto,
haya quienes escapan a esta calificación.

Me referiré a aquellos que no se tientan el alma para enajenar al país, aunque sea
la tierra donde nacieron sus padres, hermanos e hijos. Están presentes en los tres
poderes del estado, en las instituciones autónomas, en el sector empresarial y hasta
en las iglesias; ¿qué le parece? Son personas de la peor calaña que exudan traición
y bajos instintos. Generalmente se presentan con vestidos de primera comunión,
como querubines recién bajados del cielo, pero tienen el alma color carbón.

Documento de: plaza pública.

La sensación dominante es que la violencia nos avasalla, "nos tiene de rodillas".


Pero no todo está perdido. Datos estadísticos nos indican que:
"Con mil 909 muertes registradas en todo el país por el Ministerio Público (MP) y
seis mil 25, según el Instituto Nacional de Ciencias Forenses (INACIF) ocurridas en
el 2012, es difícil creer que exista algún lugar en Guatemala donde los homicidios
sean algo inusual".
Ahora bien: puede verse que en los lugares donde se vivió lo más cruento de la
guerra, de composición maya básicamente, los índices de criminalidad son
considerablemente más bajos que en otros puntos del país.
"Son 96 los municipios que durante los últimos seis meses han estado libres de
muertes violentas, según el Observatorio 24-0 implementado por el Ministerio de
Gobernación, mediante el Viceministerio de Prevención del Delito".
De acuerdo con las estadísticas de ese Ministerio, del INACIF y del Ministerio
Público, los departamentos del Altiplano (básicamente de composición indígena, y
principal teatro de operaciones bélicas durante el conflicto armado) son los que
menos índice de homicidios registran. Sololá, San Marcos, Huehuetenango,
Totonicapán, Quiché y Baja Verapaz son los departamentos con la mayor parte de
municipios sin crímenes. De los 18 municipios de Sololá, en 14 no se ha registrado
ninguna muerte violenta en los últimos 6 meses. Según sus autoridades la
organización comunitaria y la transmisión de valores de solidaridad espontánea
entre la gente son considerados factores que contribuyen a la baja de homicidios en
sus municipios.
La clave de ese comportamiento social está en la participación de los Alcaldes o de
las autoridades que han trabajado de la mano con la población en la prevención de
hechos violentos. Es decir, pese a lo dañado por la guerra, siguen existiendo y
siendo muy funcionales los vínculos comunitarios, las redes sociales de base que
ofician como gran contenedor de los problemas del día a día. En otros términos: los
mecanismos preventivos juegan un papel clave
Estos últimos años se habló de transformar la cultura de violencia hacia una cultura
de paz. Eso, en sí mismo, está muy bien, es loable. Pero es irrealizable si no
cambian al mismo tiempo las estructuras sociales en que se apoya la violencia: la
pobreza, la exclusión social, la ignorancia. Tal como lo expresara una dirigente
maya hablando de la actual democracia guatemalteca: "Nunca tuvimos tantos
derechos como ahora, pero tampoco nunca tuvimos tanta hambre como ahora".
Viendo las anteriores experiencias de estos municipios del Altiplano, puede
deducirse que efectivamente hay mucho por hacer, que "no todo está perdido" sino
que la auténtica organización comunitaria puede servir como elemento de
prevención de la violencia. La violencia no se puede abordar con más violencia. En
ese sentido, el Estado debe nutrirse de estas experiencias ya vigentes para generar
planes de prevención comunitaria de la misma, las cuales se han demostrado
efectivas.
Tomando el ejemplo de esas iniciativas locales, debe promover la prevención a nivel
nacional, porque tal como dice el Artículo 2° de la Constitución Política de la
República de Guatemala: "Es deber del Estado garantizarles a los habitantes de la
República la vida, la libertad, la justicia, la seguridad, la paz y el desarrollo integral
de la persona".
El Derecho Consuetudinario en Guatemala

Generalmente se entiende al derecho consuetudinario como las normas legales


tradicionales no codificadas o escritas que son distintas al derecho positivo en
cualquier país (Stavenhagen, 1990: 29). ASIES (1994: 47) define al derecho
consuetudinario como “los conceptos, creencias y normas que en la cultura propia
de una comunidad señalan o definan… acciones perjudiciales o delictuosas; como
y ante quien debe el perjudicado buscar satisfacción o reparación; las sanciones
para estas acciones delictuosas o perjudiciales; como deben aplicarse estas
sanciones y quien debe aplicarlas.”

Guisela Mayén (ASIES 1995: 7) incluye dos elementos adicionales en su definición


del derecho consuetudinario: en primer lugar, señala que estas normas y practicas
deben ser ampliamente reconocidas como obligatorias por la comunidad en
cuestión (que sean socialmente aceptadas, respetadas y cumplidas); y en segundo
lugar, que deben haber sido practicadas por generaciones.

Funciones y soluciones a problemas

Existen códigos no escritos que asignan penas a las acciones delictivas.


Aparentemente, este es uno de los aspectos que ha sufrido mayores cambios dentro
del derecho consuetudinario indígena. Es escasa la evidencia de castigos
asociados específicamente a delitos. Por ejemplo, en Almolonga y Tactíc se reportó
la vergüenza frente a la comunidad, como una sanción que es utilizado para castigar
el robo la sanción consistía en llevar al transgresor por toda la comunidad
acompañado de toque de tambor de por la tarde; otra sanción de este tipo consiste
en mostrar, frente a la municipalidad o en el parque, el objeto robado al lado del
ladrón. En Totonicapán aún, el robo de madera o descortezamiento de árboles es
castigado, con azotes y calabozo. La siguiente narración ilustra una sanción de esta
naturaleza.

Caso No. 1

Lugar Totonicapán, recientemente agarraron a un descortezador, que allanó las


tierras de una parcela. La comunidad capturó al individuo y lo tomó prisionero. Lo
metieron a un calabozo… el gobernador tuvo que ir a mediar y decirles que era
ilegal su procedimiento, la policía no pudo hacer su trabajo. Denunció esta captura
el hermano del detenido, quien fue a los derechos humanos.

Evidentemente en el pasado estos códigos no escritos existieron en todas las


comunidades. Casos del pasado reportados, informan de castigo físico o trabajo
forzoso. Por ejemplo, en Almolonga, este consistía en dar latigazos a los
transgresores; los datos recolectados informan acerca de “una arroba o media
arroba de chicotazos” según la falta cometida otro castigo físico era atar a las
personas a un árbol en el parque frente a toda la comunidad; este castigo se asocia
al delito de robo. El trabajo para la comunidad; consistía en ir a romper piedra al
chixoy o algo más leve como hacer leña para el afectado. En los casos en que el
hombre maltrataba a su esposa el castigo era hincarlo sobre granos de maíz. Por
infidelidad del esposo se mandaba al culpable a cargar una madera pesada llamada
almul y pasear con esta por todo el pueblo.

Caso No. 2 Almolonga

Tipo de conflicto robo.

Aquí en la aldea, cuando se encontraba robando a alguna persona, lo que se hacía


era amarrarlo con los brazos para atrás, para que no se pudiera huir. Allí se
entregaban con el señor alcalde (alcalde auxiliar) se le explica bien cuál es el hecho.

Se mete a la cárcel de la aldea. Pero antes se hace una demostración junto con el
robo (el objeto robado), y al ladrón lo acompaña los regidores y van tocando un
tambor por las calles para que la gente lo conozca y esto les sirve a los demás de
ejemplo para no robar… no se menciona que, si el transgresor no acepta su falta y
la sanción impuesta, es echado fuera de la comunidad como un castigo mayor. El
caso siguiente ilustra una sanción tipo social.

En Tactíc y San Cristóbal Verapaz, fue reportado un castigo muy severo para las
mujeres que tenían relaciones con hombres casados. La sanción consistía en echar
chile “en sus partes íntimas”, además, después de curarse, la mujer debía irse de la
comunidad. En San Cristóbal por hacer “relajo” y riña pegaban con palos de tres
puntas, llamado “Ciprino”.

Fue reportado calabozo asociado a infidelidad en Tactíc; además de calabozo, se


privaba de alimentos durante cinco días al marido infiel. En Sololá, por brujería, en
Santiago, por asesinato, por robo en San Cristóbal Verapaz; por robo o ´por insulto,
en Almolonga. En Sololá, la falta de respeto a los mayores se castigaba con trabajo
forzoso o encierro domiciliar, en Santiago, por robo de gallina, cultivos o ropa, se
obligaba la restitución en especie de la misma clase. Por robo de maíz los metían
presos y los sacaban con la red en la espalda a dar vuelta por la plaza a las 10:00
a.m.

Por brujería, en San Cristóbal se daban golpes, se ataba al brujo y lo maltrataban al


desatarlo se le advertía que la próxima vez lo matarían. En Sololá, se apaleaban
con leño y echaban de la comunidad al brujo.

Los datos anteriores evidencian la existencia de códigos no escrito sobre qué


sanciones correspondía aplicar en determinados delitos o faltas.

Potrebbero piacerti anche