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«Los monumentos existentes conforman un orden ideal entre sí que se modifica por la
introducción de la nueva obra de arte (verdaderamente nueva) entre ellos. El orden
existente está completo antes de la llegada de la obra nueva; para que el orden persista
después de que la novedad sobreviene, el todo del orden existente debe alterarse, aunque
sea levemente. De esta manera se van reajustando las relaciones, las proporciones, los
valores de cada obra de arte respecto del todo» (Eliot).
La tradición literaria, pues, es el sistema de sincrónico de los textos literarios, sistema
continuamente en movimiento, que se recompone a medida que aparecen obras nuevas. El
demonio... 36.
● El autor
En general, para aclarar un pasaje oscuro de un texto, tienden a preferir un pasaje paralelo
del mismo autor. De todos modos, que haya una coherencia no significa que toda la
producción del autor se atenga a ella. Incluso Barthes, en S/Z compara Sarracine con otra
obra de Balzac.
Cuando autores como Eco hablan de la intentio operis emplean solecismos que nada tienen
que ver con la fenomenología, de donde toman como un término intención, ya que para esta
intención y conciencia están vinculadas. Como el texto no tiene conciencia, hablar de
intentio operis significa reintroducir subrepticiamente la intención del autor bajo un término
menos sospechoso.
● El mundo
La mímesis, desde Aristóteles, ha sido el término más común para hablar de las relaciones.
En la modernidad, la referencia será algo que obstaculice la comprensión de la literatura
como tal, y llegará a hablarse de autorreferencialidad. Su interpretación axiológica ha sido
muy diversa: Para Platón eres socialmente subversiva mientras que para Barhte represiva
por consolidar el vínculo social a través de su vinculación con la ideología dominante.
Por otro lado, se ha de recordar que su interpretación de Saussure parte de un error: este
no señala que la lengua sea arbitraria mi el que el lenguaje no hable del mundo, sino que la
relación entre el aspecto fonético de un signo y su aspecto semántica es arbitraria.
→La cuestión suele ser, al final, el margen de libertad que el texto deja al lector: ¿Qué parte
corresponde a la coacción que impone el texto y qué parte a la libertad conquistada por el
lector? ¿en qué medida la lectura está programado por el texto? ¿En qué medida el lector
puede rellenar lagunas que dejó el texto?
¿En qué grandes ramas se pueden dividir las teorías sobre la lectura?
1. Fenomenología de la lectura individual (Roman Ingarden, Iser).
2. Hermenéutica de la respuesta pública al texto (Gadamer, Jauss)
Ambas partes de la fenomenología y su reconocimiento del papel de la conciencia en la
lectura: «El objeto literario es una extraña peonza, que sólo existe en movimiento. Para
hacerla surgir, se necesita un acto concreto que se llama lectura, y solo dura mientras dura
esa lectura» (Sartre).
Roman Ingarden, como representante de los primeros, verá en el texto una estructura
potencial que se actualiza con la lectura; actualización en la cual la precomprensión y los
prejuicios de un lector ocupaban un papel importante. Además, las normas y valores del
lector pueden ser modificadas por las experiencia de lectura.
Iser hablará de que la obra tiene dos polos: uno artístico, el texto cerrado por el autor, y uno
estético, la concreción realizada por el lector. El objeto literario auténtico es la interacción
entre autor y lector. Hablarse del lector implícito como el papel asignado al lector real por las
instrucciones del texto.
La segunda vertiente, encabezada por Jauss, destaca su aportación con la noción de
horizonte de expectativas: el conjunto de convenciones que constituyen la competencia de
un lector (o de una clase de lectores) en un momento dado. El género aquí puede funcionar
como un esquema de recepción; informa al lector sobre cómo debe afrontar el texto.
● El estilo
Cabe señalar, en primer lugar, que es un término multívoco. Enumeramos aquí algunas de
las princesas acepciones que históricamente ha tenido:
1. El estilo es una norma: se le suele asociar un valor normativo y prescriptivo; el «buen
estilo» es un modelo a imitar, un canon.
2. El estilo es un ornamento: es la concepción de la retórica, de acuerdo con la oposición
entre cosas y palabras (res/verba) o entre las partes de la retórica (inventio y
dispositio/elocutio). Vestido, en suma.
3. El estilo es una diferencia: una diferencia con el uso corriente. Hay una expresión clara,
ligada a los términos propios, y otra elegante, ligada a la diferencia y a la sustitución. Es
inseparable de la anterior: ornamento y diferencia, pues el estilo se entiende como un
ornamento formal definido por la diferencia con relación al uso neutro o normal del lenguaje.
La noción de estilo vinculado a estas dos acepciones, o a esta doble acepción, depende
siempre dualismo entre lenguaje y pensamiento.
El axioma de fondo: «hay varias maneras de decir la misma cosa, maneras que el estilo
distingue». Se presupone, pues, la sinonimia.
4. El estilo es un género, un tipo. Según la vieja retórica, el estilo, como elección entre
distintos medios expresivos, estaba ligada a la noción de aptum o de conveniencia. Es estilo
es la adecuación de la expresión a sus fines.
Los tratados de retórica distinguían tradicionalmente entre tres clases de estilo: el humilde,
el mediano y el elevado o sublime. Donato, en la Rota Virgillii, los asociada con las tres
grandes obras de Virgilio, es decir, con la poesía pastoral, la didáctica y la epopeya.
Además, está noción de estilo está vinculada a los genera dicendi: mediante la noción de
estilo han sido históricamente tratadas las diferencias genéricas. El estilo, aunque pueda ser
examinado en autores particulares, es código de la expresión. Si se particulariza es porque
está más o menos bien adaptado.
5. El estilo es un síntoma. Se pone de manifiesto desde el siglo XVII. Dumais y D'Alembert
describen el estilo como individuación del artista. Según la concepción moderna, heredada
del romanticismo, el estilo está asociado al genio mucho más que al género, y se convierte
en objeto de un culto, como le ocurría a Flaubert y a Proust: «El estilo para el escritor, tanto
como el color para el pintor, no es una cuestión de técnica, sino de visión». Se concluye en
la idea del estilo como visión singular, como marca del sujeto en el discurso. En el arte se
convierte en un valor de mercado, y no se relaciona con los rasgos macroscópicos, sino con
los detalles microscópicos que permiten identificar al artista. En los estudios literarios,
tenemos a Leo Spitzer, cuyos estudios se dedican siempre a describir el conjunto de
desviaciones íntimas que permiten definir la visión de mundo de un individuo.
6. El estilo como cultura, entendida ésta como visión de mundo propia de una comunidad, el
alma de una nación, la raza. Un aire de familia, en suma, en el conjunto de sus
manifestaciones simbólicas. Aparece en La decadente de Occidente de Spengler.
● La historia
Tanto historia como valor, nociones que parecen ligeramente desplazadas, sirven para
describir las relaciones de los textos entre sí, ya sea teniendo en cuenta el tiempo (historia)
o no (valor), en la diacronía o la sincronía. Al final, todo comentario sobre un texto toma
partido sobre eso que llamamos historia de la literatura y sobre eso que llamamos valor.
A la hora de hablar de la historia, en general, podríamos prevenirnos de la ilusión genética,
esto es, la creencia en que la literatura puede y debe explicarse por causas históricas.
● El valor
Hemos de partir de esta idea: toda teoría, podríamos decir, presupone una preferencia,
aunque solo sea por los textos que mejor describen sus conceptos. Y, además, trata de
erigir estas preferencias en universales. La distinción bartheana legible/escribirle es
preferencia a los textos difíciles u oscuros. En el estructuralismo en general, la diferencia
formal y la conciencia literaria son valoradas contra la convención y el realismo.
En general, hemos decir que la evaluación racional de un poema presupone una norma, es
decir, una definición de la naturaleza y de la función de la literatura —poniendo por ejemplo
el acento en el contenido, o bien en la forma—, que la obra en cuestión lleva a cabo con
más o menos éxito.
T. S. Eliot separaba también literatura y valor: pensaba que la literalidad de un texto (su
pertenencia a la literatura) debía ser decidida con criterios exclusivamente estéticos
(desinteresados o carentes de finalidad, en la tradición kantiana), pero que la grandeza de
un texto literario dependía de criterios no estéticos. Primero nos preguntaremos si algo es
literatura basándonos en la forma, y a continuación nos preguntaremos si es «buena» o
«mala» Literatura.