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1. EL CAMBIO SOCIAL
Las comunidades humanas que han poblado la faz de la tierra a lo largo de los tiempos, siempre
han estado sometidas a cambios. Éstos, vienen siendo más acentuados cuanto más nos acercamos
al momento actual. En efecto, como señala A. Giddens en su afamado manual de Sociología, las
formas de vida y las instituciones sociales que caracterizan el mundo moderno son radicalmente
diferentes a las del propio pasado reciente. Durante un período de no más de dos o tres siglos, la
vida social de los seres humanos se ha visto arrancada de los tipos de orden social en los que la
gente había vivido durante cientos de años.
A lo largo de las próximas páginas nos detendremos a caracterizar este fenómeno de los cambios
sociales. Hablaremos de los agentes que los producen, de las revoluciones (como ejemplo más
claro de cambio social), de las perspectivas de futuro y, para empezar, ofreceremos una
definición de los mismos.
5. LAS REVOLUCIONES
La revolución es una forma de guerra -específicamente, de guerra civil- cuyos resultados difieren
con mucho de los producidos por otros modos de conflictos sociales impulsores de cambios en
las sociedades.
La revolución puede definirse como aquél proceso social de cambio intenso y rápido, que
entraña una insurrección armada inicial, y que produce mudanzas sustanciales en la estructura y
la cultura de la sociedad que la presencia.
De cuantos disturbios sociales existen, solamente aquellos que provocan cambios drásticos en las
relaciones de poder, jerarquía, ideología dominante y otros rasgos de semejante alcance pueden
recibir el nombre estricto de revoluciones. Decimos que la conflagración francesa de 1789 fue
una revolución porque, tras ella, la burguesía y las clases medias vinieron a predominar en el
Estado, la Iglesia perdió mucho poder, surgió una nueva política educativa, comenzó a
extenderse la franquicia electoral, y sobre todo, apareció en la vida de Francia la noción nueva de
ciudadanía, que se extendería luego a otros países. En contraste con eventos de este calibre, los
golpes militares, los pronunciamientos, las abdicaciones, los cambios de gobierno no alteran la
naturaleza fundamental de la sociedad y no son revoluciones.
Las revoluciones son fenómenos “totales” que no dejan ninguna zona de la sociedad fuera de su
alcance. La mudanza social viene acompañada de transformaciones en los valores, las leyes, la
religión, el poder y la técnica, si bien la nueva sociedad no difiere de un modo absoluto de
aquella que la vio nacer. Como Tocqueville mostró, la Francia y la Europa posrevolucionarias
fueron continuación, y en más de un sentido culminación, de las tendencias desarrolladas por el
mundo del Antiguo Régimen. El propio Marx (para quien la revolución era una verdadera
mutación más que una secuencia de cambios) entendió que las épocas anteriores a las
revoluciones llevaban siempre en su seno la semilla revolucionaria y la lógica irremisible de su
propia destrucción futura.
Además de ser fenómenos totales, las revoluciones son, claro está, características de su propia
época histórica. Así, la revolución que tuvo lugar en Egipto durante el reinado de Amenhotep IV
(1380-1362 a.C.) y que destruyó el poder de la vieja aristocracia de los templos e implantó un
monoteísmo universalista, un modo de pensar abstracto en la ley positiva y un arte popular, al
tiempo que daba prominencia social a los soldados y gentes humildes, fue esencialmente
diferente de la revolución democrática ateniense, plasmada en la legislación de Solón (s. VII-VI
a.C.), que abrió las puertas del poder a las clases medias y creó unas condiciones sin precedentes
para el progreso del pensamiento secular y racional.
Hemos referido hasta aquí algunas revoluciones concretas, pero, como cada período
revolucionario posee ciertas características únicas e irrepetibles, las generalizaciones que
hagamos en adelante se referirán tan solo a las modernas, es decir, a aquellas que han tenido
lugar desde la revolución puritana de 1640 en Inglaterra.
Las revoluciones modernas tienen lugar cuando concurre un número específico de
circunstancias. Si solamente se produce una o varias de ellas diremos que la situación es, a lo
sumo, cuasi revolucionaria, lo cual puede llegar a acarrear una grado notable de disturbios y
alteraciones, pero no un cambio revolucionario. Para que ocurra una revolución es menester que
estén presentes los siguientes factores:
- Antagonismo intenso de clases.
- Frustración de las expectativas económicas crecientes.
- Frustración de las expectativas crecientes de poder y status.
- Incapacidad de las clases dominantes.
- Una fracción de las clases dominantes se une al enemigo.
- La hostilidad de la comunidad intelectual.
- Existencia de mitos revolucionarios.
- Dualidad de poder.
- Existencia de elites y partidos que lleven a cabo movilizaciones sociales.
- Una situación internacional favorable.
6.2. La postmodernidad
En los últimos tiempos un buen número de autores han llegado a afirmar que las
transformaciones que se están produciendo en la actualidad son mucho más profundas de lo que
supone señalar el fin de la era industrial. Lo que se está produciendo es, ni más ni menos, que un
movimiento que va más allá de la modernidad, es decir, de las actitudes y formas de vida que se
asocian con las sociedades modernas, como la fe en el progreso, en las ventajas de la ciencia y en
nuestra capacidad para controlarlo todo.
Los defensores de la postmodernidad se inspiran en idea de que la historia no tiene una forma
concreta. Las grandes concepciones de la historia no tienen sentido. El mundo es plural y muy
diverso. Todo parece estar fluyendo constantemente.