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CAPITULO 25: LA NUEVA PSICOSFERA

Se está formando una nueva civilización. Pero ¿dónde encajamos nosotros en ella? Los cambios
tecnológicos y las agitaciones sociales actuales, ¿no significan el fin de la amistad, el amor, el
compromiso, la comunidad y la solicitud hacia los demás? Las maravillas electrónicas del mañana,
¿no harán las relaciones humanas más vacías y distantes de lo que son hoy? De hecho, estamos
experimentando no sólo la ruptura de la tecnosfera, la infosfera o la sociosfera de la segunda ola, sino
también la ruptura de su pirosfera.

En todas las naciones opulentas, la letanía resulta ya familiar: crecientes tasas de suicidio juvenil,
niveles de alcoholismo vertiginosamente altos, depresión psicológica generalizada, vandalismo y
delincuencia. En los Estados Unidos, las salas de urgencia se encuentran abarrotadas de jóvenes
toxicómanos de las más diversas clases, por no mencionar las personas afectadas de
“derrumbamientos nerviosos”. Las industrias de asistencia social y salud mental conocen un
extraordinario auge en todas partes. En Washington, una comisión presidencial sobre salud mental
anuncia que la cuarta parte de los ciudadanos de los Estados Unidos padecen alguna forma de grave
tensión emocional. Y un psicólogo del Instituto Nacional de Salud Mental, afirmando que casi
ninguna familia se halla libre de alguna forma de desorden mental, declara que “la turbación
psicológica... se halla en extremo generalizada en una sociedad americana que se siente confusa,
dividida y preocupada por su futuro”.

La gente es incapaz de dominarse. Millones de personas están literalmente hartas. Están, además,
crecientemente hostigadas por un ejército, que parece aumentar sin cesar, de matones y psicópatas
cuyo comportamiento antisocial es frecuentemente presentado con atractivos rasgos en los medios
de comunicación. Entretanto, millones de individuos buscan frenéticamente su propia identidad o
alguna terapia mágica que reintegre su personalidad, proporcione intimidad o éxtasis instantáneos o
les conduzca a estados “superiores” de conciencia.

Para finales de los años setenta, un poderoso movimiento humano, extendiéndose hacia el Este desde
California, había engendrado unas ocho mil “terapias” diferentes, compuestas de retazos de
psicoanálisis, religión oriental, experimentación sexual, juegos y exaltación de la fe religiosa.

Más importante que la floreciente industria de potencial humano es el movimiento evangélico


cristiano. Dirigiéndose a los sectores más pobres y menos instruidos y mediante un sofisticado uso
de la radio y la televisión, el movimiento de los “nacidos de nuevo” está conociendo un auge
extraordinario. Buhoneros religiosos, subidos a su carro, mandan a sus seguidores en busca de
salvación en una sociedad que presentan como decadente y condenada.
Esta oleada de malestar no ha golpeado con igual fuerza a todas las partes del mundo tecnológico.
Por esta razón, lectores de Europa y otros lugares pueden sentirse tentados a considerarlo como un
fenómeno típicamente americano, mientras en los propios Estados Unidos algunos lo consideran
todavía como otra manifestación más de la famosa extravagancia californiana.

Ni una opinión ni otra podían estar más lejos de la verdad. Si la turbación y la desintegración psíquica
se acusan con más evidencia en los Estados Unidos, y especialmente en California, ello no hace sino
reflejar el hecho de que la tercera ola ha llegado un poco antes que, a otros lugares, haciendo que las
estructuras sociales de la segunda ola se desplomen antes y más espectacularmente.

Hay un olor enfermizo en el aire. Es el olor de una agonizante civilización de la segunda ola.
El ataque a la soledad
Para crear una satisfactoria vida emocional y una sana psicosfera para la emergente civilización del
mañana, debemos identificar tres requisitos básicos de todo individuo: las necesidades de comunidad,
estructura y significado. La comprensión de cómo las socava el derrumbamiento de la sociedad de la
segunda ola sugiere cómo podríamos empezar a diseñar un entorno psicológico más saludable para
nosotros mismos y para nuestros hijos.

En primer lugar, toda sociedad debe engendrar un sentimiento de comunidad, esta da a la gente una
sensación necesaria de pertenencia, sin embargo, actualmente las instituciones de las que depende la
comunidad se están desmoronando y el resultado es la soledad. No obstante, la comunidad exige algo
más que lazos emocionalmente satisfactorios, requiere también lazos de lealtad entre los individuos
y sus organizaciones. Un indicio respecto a la plaga de la soledad radica en nuestro creciente nivel de
diversidad social. Desmasificando a la sociedad, acentuando las diferencias más que las semejanzas,
ayudamos a las personas a individualizarse; cuanto más individualizados somos, más difícil nos
resulta encontrar un compañero o un amante que tenga los mismos intereses, valores, horarios y
gustos. Por tanto, la quiebra de la sociedad de masas, aunque ofreciendo la promesa de una
autorrealización individual mucho mayor, está extendiendo, al menos por el momento, la angustia del
aislamiento. Si la emergente sociedad de la tercera ola no ha de ser heladamente metálica, con un
vacío por corazón, debe atacar frontalmente este problema. Debe restaurar la comunidad.

¿Cómo podríamos empezar a hacerlo? Cuando comprendemos que la soledad no es ya una cuestión
individual, sino un problema público creado por la desintegración de las instituciones de la segunda
ola, hay muchísimas cosas que podemos hacer al respecto. Podemos empezar por donde generalmente
empieza la comunidad: por la familia, ampliando sus reducidas funciones como la educación de los
jóvenes, el cuidado de los ancianos; las escuelas podrían en vez de calificar a los alumnos únicamente
sobre su actuación individual, se podría hacer depender parte de la calificación de cada alumno de la
actuación de la clase como un todo, o de algún grupo formado dentro de ella; también las
corporaciones podrían reforzar la moral y el sentido de pertenencia contratando grupos de
trabajadores organizados, creando planes de jubilación, y creando relaciones entre jóvenes y personas
mayores donde estas últimas tomen el papel de mentores.

Telecomunidad
Es ingenuo y simplista el temor popular de que los computadores y las telecomunicaciones nos
priven del contacto directo y hagan más distantes y de segundo grado las relaciones humanas. De
hecho, puede muy bien que sea lo contrario lo que ocurra. Si bien podrían atenuarse las relaciones
de fábrica o de oficina, los lazos del hogar y de la comunidad podrían muy bien resultar fortalecidos
mediante estas nuevas tecnologías. Los computadores y las telecomunicaciones pueden ayudarnos a
crear comunidad.
Y tampoco hay que despreciar todas las relaciones de segundo grado. La cuestión no es
simplemente que exista o no ese segundo grado, sino que exista pasividad e impotencia. Para una
persona tímida o inválida, incapaz de salir de casa o temerosa de enfrentarse cara a cara con la
gente, la emergente infosfera hará posible un interactivo contacto electrónico con otros que
compartan aficiones o intereses similares — jugadores de ajedrez, coleccionistas de sellos, amantes
de la poesía o aficionados a los deportes—, con los que podrían comunicar instantáneamente de un
extremo a otro del país. En resumen, mientras construimos una civilización de la tercera ola, hay
muchas cosas que podemos hacer para mantener y enriquecer, más que destruir, la comunidad.

La estructura de la heroína
Pero la reconstrucción de la comunidad debe ser considerada sólo como una pequeña parte de un
proceso más amplio. Pues el derrumbamiento de las instituciones de la segunda ola quiebra también
la estructura y el significado de nuestras vidas. Los individuos necesitan una estructura vital. Una
vida que carezca de estructura comprensible es un despojo desprovisto de sentido. La ausencia de
estructura engendra derrumbamiento. Enfrentados con la ausencia de una estructura visible, algunos
jóvenes utilizan drogas para crearla. “El consumo de heroína —escribe el psicólogo Rollo May—
da una forma de vida al joven. Habiendo sufrido una perpetua falta de finalidad, su estructura
consiste ahora en cómo escapar de los policías, cómo obtener el dinero que necesita, dónde
conseguir su próxima dosis... todo eso le da una nueva red de energía en sustitución de su anterior
mundo desprovisto de estructura.”

En la actualidad, la disgregación de la segunda ola está disolviendo la estructura de muchas vidas


individuales antes de que surjan las nuevas instituciones, con sus nuevas estructuras, de la tercera
ola. Esto, y no simplemente un fracaso personal, explica por qué millones de personas experimentan
actualmente la vida cotidiana como algo que carece de todo rastro de orden reconocible. Sólo
cuando ponemos todo esto en conexión —la soledad, la pérdida de estructura y la falta de
significado que acompaña al declinar de la civilización industrial— podemos empezar a
comprender algunos de los más desconcertantes fenómenos sociales de nuestro tiempo, de los
cuales no es el menos importante el asombroso auge del culto religioso.

El secreto de los cultos


Damos por sentado que los jóvenes saben desenvolverse por nuestra estructura social, pero la
mayoría no sabe la forma en que está organizado el mundo del trabajo, el mundo de los negocios,
no conocen la estructura de la economía ni la burocracia local. Necesitamos instituciones –incluidos
los cultos- suministradoras de estructura desde las que gozan de libertad de forma hasta las que se
hallan rígidamente estructuradas.

Si encontramos repelente la absoluta sumisión exigida por muchos cultos, deberíamos quizás
estimular la formación de lo que podríamos denominar “semicultos” situados entre la libertad
desprovista de estructura y la regimentación rígidamente estructurada, y esto se podría estimular a
varias clases de organizaciones, sectas o agrupaciones.
Pero más allá de estas medidas necesitaremos integrar el significado personal con concepciones del
mundo más amplias y comprensivas. A medida que llega la tercera ola necesitaremos formular
nuevas concepciones del mundo, omnicomprensivas e integradoras que alcancen y armonicen todas
las cosas.

Por consiguiente, al construir la civilización de la tercera ola debemos ir más allá del ataque a la
soledad. Debemos también empezar a proporcionar un entramado de orden y finalidad en la vida.
Pues significado, estructura y comunidad son requisitos previos, íntimamente relacionados entre sí,
para un futuro en el que se pueda vivir.

a medida que moldeamos la civilización de la tercera ola a través de nuestras propias acciones y
decisiones cotidianas, la civilización de la tercera ola nos irá, a su vez, moldeando a nosotros. Está
haciendo su aparición una nueva psicosfera, que alterará fundamentalmente nuestro carácter. Y es
esto —la personalidad del futuro— lo que ahora pasamos a considerar.

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