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CVX Jóvenes Chile 2010
+ ¿Cómo ejercita Jesús el oficio de consolador?
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Reuniones de Comunidad – Itinerario de Formación y Crecimiento en CVX
CVX Jóvenes Chile 2010
Cuadro de ayuda metodológica:
+ Se sugiere que cada miembro de la Comunidad lea previamente el texto: “Aspectos
fundamentales de la resurrección”, incluido en el apartado “Textos de ayuda para preparar la
reunión”. La lectura previa del documento, contribuirá a formular juntos la motivación inicial
y a aproximarse de buena forma al ejercicio de oración comunitaria en torno al Evangelio de
San Lucas.
+ En el apartado final de la reunión, se incluyen algunas ayudas conceptuales que pueden
orientar el compartir que surge tras la lectura del Evangelio. Se incluyen los rasgos de Jesús
como consolador y una reflexión que podría enriquecer la reflexión una vez terminado el
compartir comunitario.
Oración final
Hacemos un momento de oración. Se invita a pedir y dar gracias a Dios.
Evaluación
En clima de oración, se invita a hacer una evaluación de la reunión. Se pide a cada integrante de la
comunidad que medite un momento las siguientes preguntas. Luego se comparten:
− ¿Me ayudó la reunión? ¿Qué aprendí? ¿Qué es lo que me llevo como enseñanza?
− ¿Qué fue lo mejor logrado de la reunión?
− ¿Hay algo de la reunión que no me haya gustado?
− ¿Cómo evalúo mi propia participación en la reunión?
− ¿Hay algo que mejorar para la siguiente reunión?
− ¿Cuáles son los desafíos que me deja la reunión para el tiempo que viene, desafíos hasta la
próxima reunión de comunidad?
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Reuniones de Comunidad – Itinerario de Formación y Crecimiento en CVX
CVX Jóvenes Chile 2010
T EXTOS DE AYUDA PARA PREPARAR LA REUNIÓN
Aspectos fundamentales de la Resurrección
Tres cosas fundamentales implican la Resurrección:
+ Aceptación y Reconciliación
+ Gozo
+ Participación de ese gozo a los demás como una responsabilidad, como compromiso, como
una tarea específica del cristiano. Como un oficio que San Ignacio de Loyola llama “oficio de
consolar”.
1. Aceptación y Reconciliación
La Resurrección es la aceptación de Jesús por el Padre. Dios acepta el sacrificio de su Hijo, y lo
muestra resucitándolo. Es el gran sí del Padre al Hijo: su respuesta de amor al amor del Hijo. Por eso
la Resurrección es el misterio central del cristianismo, lo que da sentido a toda la vida de Cristo y a
toda la economía de la salvación. Por eso dice San Pablo: “si Cristo no hubiera resucitado, sería vana
nuestra fe” (1 Cor 15, 14).
La Resurrección es el más grande signo de poder del Padre. El decisivo autotestimonio del Hijo.
El comienzo del tiempo final y de su salvación. La experiencia de la salvación en el presente.
Y para nosotros “co‐resucitar con Cristo”, como dice San Pablo, significa sentirnos aceptados
profundamente por el Padre. Saber que Dios nos acepta plena e irrevocablemente. Porque Dios se
comunica al mundo irrevocablemente a través del Hijo, definitivamente aceptado por la Resurrección.
Y así, acepta al mundo a la salvación definitiva y escatológica.
Y por eso podemos reconciliarnos plenamente con nosotros mismo, con el hecho de ser
hombres. Porque hemos visto que Cristo es y será siempre Hombre, y ha sido aceptado por el Padre.
A pesar de que continuemos viviendo en tensión. Pero ya no vivimos en contradicción.
La cruz no es ya un escándalo sin sentido, y nuestra vida no es ya un inútil absurdo. La condición
humana ha cambiado esencialmente. De ahí la gozosa exhortación de San Pablo “a una vida nueva”,
“a vestir el hombre nuevo”, “a dejar la vieja levadura”... Porque el Espíritu del Resucitado hace al
creyente un hombre nuevo e imagen del último y celestial Adán.
Hay, pues, una nueva creación, un cielo y una tierra nuevos, un segundo Adán. Ahora ya
descendemos realmente de Cristo. No somos ya hijos del pecado, sino de la gracia, del Espíritu;
porque, como dice San Pablo a los Romanos: “Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los
muertos habita en vosotros, el que resucitó a Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros
cuerpos mortales por obra de su Espíritu, que habita en vosotros” (Rom 8, 11).
Aceptarse a uno mismo. Aceptarme a mí mismo, con mis limitaciones, con mis frustraciones, es
siempre enormemente costoso. Y, a veces, esta no‐aceptación rebasa incluso los límites individuales y
se convierte en una no‐aceptación más radical, más profunda: A veces, lo que nos cuesta aceptar es
nuestra misma condición humana, nuestro hecho mismo de ser hombres; nuestra herencia de
debilidad y de pecado.
Dios nos acepta plena e irrevocablemente en Cristo, por Cristo y con Cristo. Es el misterio y el
gozo profundo de la Resurrección.
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Reuniones de Comunidad – Itinerario de Formación y Crecimiento en CVX
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2. Gozo = Aceptación, Comunicación, Paz, Esperanza
La Resurrección va unida siempre a la Pasión. Y sólo el que ha experimentado el dolor cuando la
“divinidad se esconde”, como dice San Ignacio, puede experimentar esta vivencia profunda de
resurrección, cuando "la divinidad aparece y se muestra” (EE.EE. 223), al decir del mismo Ignacio.
Y sólo así se puede sentir verdadera alegría; esa que “el mundo no puede dar”. Porque lo
profundo de esa alegría se revela precisamente en el dolor.
¿Y qué significa decir “creo en Jesucristo muerto y resucitado”?
Cuando el cristiano dice “creo”, no se está simplemente adhiriendo por su inteligencia
(intelectualmente) a una verdad histórica o a un dogma de fe. Cuando un cristiano dice “creo”, lo que
quiere decir realmente es: “me comprometo”.
Entonces, cuando decimos: “creo en Jesucristo muerto y resucitado”, lo que estamos diciendo
es: “creo realmente que morir es resucitar”; es decir, “creo que darse hasta la muerte es ser feliz”,
“creo que perder mi vida es verdaderamente ganarla”, “creo que es mejor dar que recibir”, como nos
dijo Jesús.
Esto significa el gozo de la Resurrección, que no niega la Pasión, sino que le da sentido.
Y por eso hay que distinguir muy claramente lo que llamamos alegría, una palabra que usamos
para tantas cosas, de lo que es verdaderamente el gozo. Ese gozo profundo de la Resurrección.
El gozo cristiano es, en primer lugar, un profundo sentimiento de aceptación. Siento que me
acepta y, alegre y agradecido, intento aceptar a los demás. El gozo es, en segundo lugar, un profundo
sentimiento de comunicación. Lo mismo que los Apóstoles y las mujeres de la Resurrección, “he
visto” al Señor con los ojos de la fe. El Señor “se me ha aparecido”. He visto más allá de lo que mis
ojos dan; de lo que mis ojos miran. Y entonces corro a comunicar esta alegría a los otros, a formar
comunidad (“ecclesía”) con los que también “han visto al Señor”. Y nos alegramos todos juntos de
haberlo visto.
La Iglesia es la reunión de los que “han visto al Señor” y se lo comunican unos a otros y lo
celebran. Por eso no pueden faltar en la Iglesia (la gran comunidad) estas celebraciones (bautizos,
bodas, funerales...) que son celebraciones de fe, en las que todos juntos intentamos pasar, del simple
“mirar”, al “ver”.
El gozo, en tercer lugar, es un profundo sentimiento de paz. Paz con Dios, porque me acepta; no
por mí, sino por su Hijo y en su Hijo. Paz conmigo mismo, porque al fin tengo una razón para
aceptarme con mis limitaciones, tal como soy. Y paz y reconciliación con el mundo todo, con el
mundo entero, que es imagen (imperfecta, pero imagen) de Dios.
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Orientaciones para el Guía
Los discípulos de Emaús
¿Cómo ejercita Jesús el oficio de consolador?
Los toma como están, tristes y limitados. Les pregunta para que desahoguen su pena. Escucha
largamente y sólo interviene en sus errores respecto a un mesianismo sin cruz, disipa sus falsas
imaginaciones, despierta en ellos sentimientos de humildad y docilidad. Los instruye, luz que les
ilumina el verdadero sentido de las Escrituras y les enciende el corazón.
Los prepara para la misión sólidamente. Les hace aceptar la doctrina de la Cruz; les da ocasión
de practicar la hospitalidad. Así se les abrieron los ojos y lo reconocieron en la fracción del pan. Los
hace misioneros, vuelven inmediatamente a los hermanos a contarles lo que ha ocurrido.
Reflexión
La esperanza de estos discípulos era muy impura. Imaginaban un triunfo visible, en la línea del
mesianismo político y acaeció lo contrario. Así también les sucede a muchos cristianos. Creen en Dios,
pero esperan solamente la curación de sus males o que las cosas les salgan como ellos quieren, no
necesariamente esperan a Dios!
El caminar con Jesús, el trato con Él, es siempre renovador y santificador, aunque uno piense
que está ausente, que ya no lo tiene. Por esto hay que insistir en horas de oración largas, aunque
sean áridas. Buscar al Señor en el sacramento de la Reconciliación y en la Eucaristía. No dejar, en
tiempo de desolación, la penitencia. No cambiar los propósitos y la dirección que con la llamada y
gracia de Dios ya he dado a mi vida sino insistir en la confianza y paciencia (EE. EE 318‐321). Confiar
en que cuando nos parece que estamos sin Dios Él está más que nunca cercano a nosotros, y con eso
nos basta.
Es fundamental observar que Jesús hace confesar a sus discípulos la causa de su tristeza y, una
vez que lo ha logrado, los viajeros de Emaús están en el camino de su recuperación: nace el amor a Él.
Nace en ellos el deseo de mayor instrucción y la invitación, “quédate con nosotros”.
El reencuentro con Cristo compensa con creces las amarguras pagadas. Así también la
consolación que sigue a la desolación y a las cruces.
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El don de la Pascua
Pedro Arrupe Sj.
Evangelización y promoción humana ‐ en el Sínodo 1974.
La Iglesia, cuando evangeliza, anuncia una salvación que es don gratuito de Dios, que sobrepasa
todas las aspiraciones humanas. Dios se comunica el hombre en Jesucristo, mediante el Espíritu, y nos
ofrece a todos la participación en la gloria de Jesucristo Resucitado (Rom 8, 11‐14; Fil 3, 20). La
comunión de amor y de vida con el Padre en Jesucristo Resucitado se nos ofrece ya en nuestra
existencia actual si nos unimos a Jesucristo por la conversión y la fe viva, por los sacramentos y la
caridad. La unión con Jesucristo mediante el don del Espíritu implica una transformación de nuestra
conducta y de nuestras actividades profundas, pero sobre todo es una participación en la vida de Dios
por la que verdaderamente somos hijos de Dios (Jn 1, 12; 1 Jn 3, 1‐2), participamos en la naturaleza
divina (2 Pe 1, 4) y somos nueva creatura en Cristo Jesús (Ef 4, 24; Col 3, 14).
De los Discursos al Congreso Eucarístico de Filadelfia ‐ agosto, 1976
A causa de la resurrección de Cristo hay esperanza en un mundo nuevo y mejor. Llenos de esta
alegría y esperanza, demos el primer paso adelante compartiendo nuestro amor los unos con los
otros. Compartámoslo con todos los hombres, pero especialmente con los pobres y los hambrientos.
Y entonces tendremos la felicidad de experimentar que realmente Jesús se identifica con el pobre y el
hambriento y que, si buscamos su rostro en ellos, verdaderamente lo habremos conocido como él es.
Estar y trabajar con Jesús – 18.06.75
Entrar en la misión de Jesús es entrar en la prolongación del diálogo íntimo que comienza en el
seno de la Trinidad y que el Hijo manifiesta ofreciéndose hasta la muerte en la cruz. Y este diálogo ha
de prolongarse entre nosotros y los hombres, que son los destinatarios.
Todo hace especialmente difícil la continuación de este diálogo que empieza en Dios y del que
nosotros somos traductores. Pero hace también más necesario, más urgente, este diálogo llenando
de sentido toda existencia humana que vive a pleno tiempo para él. Todo hace que nuestra misión
tenga que surgir de un profundo espíritu de fe, de vida sobrenatural, de una gran esperanza, de
esfuerzo y de crecimiento, actitudes todas que reaniman y rejuvenecen en nosotros la verdadera
figura de la Iglesia.
Tenemos que descubrir a Aquel que, en Jesucristo, ha escogido tomar parte en la
aventura humana y ligarse irrevocablemente a su destino. Nuestro mundo necesita más
testigos que doctores, más obras que palabras. Nuestro mundo necesita ver hoy en nosotros
la encarnación, la cruz, el gozo pascual. Que ese fue, y sigue siendo, el diálogo, la palabra de
Dios amando hasta el extremo.
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El optimismo cristiano
Pedro Arrupe SJ.
Las siete palabras del Cristo viviente – marzo, 1977.
Jesús ha gastado cada minuto de su vida en un continuo acto de servicio. Ése es el secreto de su
triunfo. De su muerte va a brotar en seguida la resurrección. De la entrega total brota el optimismo
cristiano.
Hoy mucha gente vive triste, angustiada por la crisis internacional, por los problemas que
azotan a la sociedad, a la Iglesia, a los individuos. Es cierto que debemos poner toda la carne en el
asador para solucionarlos, casi como si sólo dependieran de nuestras fuerzas y nuestro interés. Pero
luego, ¿por qué estar tristes? Un hombre de fe que vive su disponibilidad, su diaria entrega a los
hermanos, tiene dentro de sí el secreto de la Pascua.
¿Cuál es el secreto del optimismo? Creo que simplemente un problema de fe. Yo creo en Dios.
Yo creo en Cristo. ¿No basta esto para tener un gran optimismo? ¿Qué me puede pasar que me quite
la alegría de estar salvado por Jesús y de entregar mi pequeña existencia al servicio de los demás?
Creo que éste fue el secreto de los santos, el mismo secreto que resucitó a Jesús: vivir nuestra
entrega diaria, sin miedo, con un corazón confiado y humilde, pero dando de verdad lo que tenemos
a nuestros hermanos. Así, detrás de todo, incluso de los acontecimientos contemporáneos que nos
inquietan, estará brillando la luz de la esperanza.