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Apocalipsis,

un llamado de esperanza

José Johnson Mardones


2005
APOCALIPSIS: UN LLAMADO DE ESPERANZA www.josejohnsonm.blogspot.com

CONTENIDO

INTRODUCCION.

PARTE I: ELEMENTOS INTRODUCTORIOS

Tema 1: Apocalipsis: Un llamado de esperanza

a) ¿Qué es un "Apocalipsis"?
b) El Apocalipsis de Juan
Su autor
Momento histórico
Los destinatarios
El mensaje

Tema 2: Para comprender mejor el Apocalipsis.

a) Claves de lectura.
Lectura hecha en comunidad.
Sin aumentar ni quitar nada.
Usar la inteligencia.
Tener sed de verdad y vida.
Abrirse a la acción del Espíritu.
Convertir el mensaje en oración.
Hacer vida el mensaje escuchado.
Comprometerse con la causa de los pobres.

b) Los símbolos del Apocalipsis.


c) Consejos para la lectura.

Tema 3: Estructura del libro

a) Introducción
b) La realidad del pueblo: Las siete cartas a las comunidades.
c) Primera relectura: El Dios de Jesús, Señor de la Historia.
d) Segunda relectura: La historia: el plan de Dios se realiza.
e) Tercera relectura: La llegada definitiva del Reino.
f) Saludo de esperanza.

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PARTE II: CONTENIDO DEL LIBRO

Tema 4: Presentación del libro (Ap. 1, 1-20).

a) Título y resumen del libro (1,1-3).


b) Saludo inicial en el nombre de Dios-Trinidad (1,4-8).
c) Yo, Juan, hermano de ustedes en la resistencia (1,9).
d) Origen del libro: Jesús está vivo y presente (1,10-20).

Tema 5: La Realidad Del Pueblo: Las Siete Cartas A Las Comunidades (Ap. 2-3).

a) Efeso: has perdido el amor del principio.


b) Esmirna: Una comunidad pobre y esperanzada.
c) Pérgamo: Una comunidad en conflicto.
d) Tiatira: Doctrinas equivocadas que confunden.
e) Sardes: Una comunidad que se apaga.
f) Filadelfia: Una comunidad que resiste.
g) Laodicea: Una comunidad tibia.

Tema 6: Primera relectura: El Dios De Jesús, Señor De La Historia

a)La visión del trono de Dios (4,1-11)


b) La entrada triunfal del Cordero (Jesús) muerto y resucitado (5,6-14),
c) Las etapas de la historia de las comunidades (6,1-17).
d) La misión del pueblo de las comunidades en medio del mundo (7,1-17)
e) La última etapa de la historia, el último sello y las siete trompetas (8,1-13;9,
1-12).
f) Los símbolos del libro amargo y dulce y los dos testigos ((10,8-11;11,1-13.
g) La séptima trompeta, la llegada definitiva del Reino de Dios. (11,14-19).

Tema 7: Segunda relectura: La Historia: El plan de Dios se realiza

a) La lucha entre la humanidad y el poder del mal (12,1-17).


b) Los instrumentos del mal (13,1-18)
c) El pueblo de las comunidades triunfa, a pesar de todo (14,14-20).

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d) La fiesta de la victoria (15,1-4)


e) La gota que rebasó el vaso (las siete copas) (15,5-8;16,1-21)
f) La gran prostituta, sentada sobre siete colinas (17,1-18)
g) Ha caído la gran prostituta (18,1-3)
h) Pueblo creyente, no te contamines con ella (18,4-8).
i) La ruina de Babilonia (18,9-24)
j) El canto triunfal del pueblo perseguido (19,1-10).

Tema 8: Tercera relectura: La llegada definitiva del Reino

a) El resucitado va a vencer a las fuerzas del mal (19,11-19).


b) El tiempo de la Iglesia, los mil años (19,20-21).
c) El mal va retrocediendo por la acción de las comunidades (20,1-6).
d) La última gran prueba (20,7-10).
e) El juicio definitivo de la humanidad (20,11-15).
f) Llegó el Reino: una nueva creación (21,1-22,15)

Tema 9: Saludo de esperanza.

a) El triunfo está asegurado (22,6)


b) El Señor llegará pronto (22,7.12-16)
c) Perseveremos en la fidelidad, hasta la vuelta del Señor (22,17-21).

CONCLUSION
BIBLIOGRAFIA.

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INTRODUCCION

Vamos a reflexionar sobre uno de los libros más hermosos de la Biblia, lleno de
esperanza y de confianza en el Señor, y en la capacidad de la humanidad para
construir un mundo nuevo, fraterno, solidario y justo. Estamos hablando, por cierto,
del Apocalipsis de Juan.

Seguramente, sonará raro presentar el Apocalipsis con estos adjetivos tan


optimistas. Y es que existe la impresión, alimentada por películas y comentarios
catastrofistas, que el Apocalipsis anuncia destrucción y sufrimiento, el fin del mundo
y la destrucción de la humanidad. Incluso hay quienes buscan en sus páginas señales
del fin, viendo en cada página símbolos que representarían situaciones presentes, con
lujo de detalles, lo que indicaría que estamos en “los últimos tiempos” y que se viene
una gran catástrofe, anunciada desde hace dos mil años y querida por Dios mismo.

Nada más lejos de la realidad. El Apocalipsis busca exactamente lo contrario,


dar esperanza en medio de las dificultades que vivimos, transmitir la seguridad de que
las cosas pueden ser diferentes y que la voluntad de Dios está de parte de los
pequeños, los sin poder, los pobres y oprimidos, los marginados y excluidos, y de todos
los que ponen sus fe en Dios, Señor de la Historia, y se ponen a la tarea de anunciar el
Reino en un mundo que no siempre camina según la voluntad de Dios.

En este taller vamos a entrar en este libro sagrado, con confianza y cariño,
sabiéndonos en casa, sin miedo ni amenazas. A través de los distintos temas vamos a
ir corriendo el velo del Apocalipsis, para comprender mejor el mensaje que tiene para
nosotros hoy. Junto con ello, también vamos a correr el velo de nuestra propia
historia, confusa y caótica, para descubrir detrás de ella el proyecto de Dios para
nosotros, que se va realizando en la historia, ocultamente, misteriosamente, pero
también inevitablemente.

Es esta confianza en la voluntad de Dios, siempre bondadosa y justa, la que ha


de alimentar nuestro camino, sostener nuestra esperanza en los tiempos oscuros y
llenarnos de alegría, para perseverar en la tarea de anunciar el Reino y ser, de verdad,
el pueblo de los que “siguen al Cordero a dondequiera que vaya, y han sido rescatados
de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero, y en su boca no se
encontró mentira, porque son irreprochables” (Ap. 14, 4-5)

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PARTE I: ELEMENTOS INTRODUCTORIOS

Tema 1: Apocalipsis: Un llamado de esperanza

El Apocalipsis es quizás uno de los libros más conocidos y utilizados de la Biblia


cristiana. Curiosamente, es también uno de los más enigmáticos y difíciles de
entender. En este taller vamos a adentrarnos en este hermoso libro, buscando
descubrir el mensaje que tiene para nosotros hoy. Porque el Apocalipsis, como todos
los libros de la Biblia, no fue sólo fue escrito para los creyentes de hace veinte
siglos. Su mensaje sigue vigente en todas las épocas, en cada momento, para cada
hombre y mujer, porque es palabra de Dios, siempre viva y actual. Es eso lo que vamos
a buscar en este taller.

a) ¿Qué es un "Apocalipsis"?

La palabra "Apocalipsis" viene del griego y significa "revelación", es decir,


"quitar el velo", mostrar lo que permanece oculto, dar luz y claridad a los que están
confundidos en la oscuridad. Es eso lo que nuestro Apocalipsis pretende hacer: re-
velar el sentido profundo de la historia y de la acción de Dios en favor de su pueblo,
particularmente de los más pobres. Por ello, podemos afirmar que Apocalipsis no es
sinónimo de catástrofe, sino de esperanza.

Debemos aclarar que el Apocalipsis no es una isla en la literatura de su época,


sino que es parte de un tipo de libro muy en uso en tiempos de Jesús y de la primera
Iglesia. Los libros apocalípticos eran muchos, de los cuales sólo dos entraron en la
Biblia: el de Daniel (A.T.) y el de Juan (N.T.). Se caracterizan por las visiones
fantásticas, juegos de números, animales y personajes simbólicos, etc, todos ellos
instrumentos para transmitir un mensaje que es necesario descubrir, escritos para
destinatarios concretos, en un sistema en clave que sólo ellos podían entender. Es por
ello necesario un momento de reflexión antes de interpretar un texto, sobre todo en
algunos pasajes que son complicados y que se prestan para interpretaciones
interesadas o catastróficas.

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b) El Apocalipsis de Juan
Su autor

El autor del Apocalipsis no da muchos datos sobre sí mismo. La tradición ha


atribuido el libro al apóstol san Juan, así como el cuarto evangelio. Los estudios de
hoy hacen dudar que el cuarto evangelio y el Apocalipsis hayan salido de la misma
mano, aunque ambos libros se conservan dentro del pensamiento del apóstol. Pero, más
allá de los estudios, podríamos preguntar al mismo Juan: "Juan, ¿Quién es usted?".
Obviamente, Juan no está aquí para contestarnos, pero dejó en su libro algunos datos
que nos permiten conocerlo.

Aparentemente, Juan fue algo así como el coordinador de las comunidades


cristianas de Asia Menor y a ellas dirige su libro. Las cartas de los capítulos 2 y 3
muestran que conocía muy bien la realidad de las comunidades, sus luces y sus
sombras, su tono es el de alguien cercano, pero con autoridad. A pesar de ello, Juan
no quiere presentarse como el jefe, sino como "hermano de ustedes en la persecución,
el reino y la resistencia, en Jesús" (1,9). El mismo ha sido desterrado a la isla de
Patmos "por causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús" (1,9) y es desde
esta realidad opresiva que intenta iluminar el caminar de sus hermanos en la fe, en un
momento particularmente difícil.

Momento histórico

Durante los primeros años, el cristianismo se extendió rápidamente y la actitud


del imperio era favorable, de ello dan testimonio los Hechos de los Apóstoles y las
cartas de San Pablo (ver Hch. 13,7; 19,35-40; 25,13-27; Rom. 13,1ss, etc.) Pero ya en
el año 64 la situación era muy distinta. Ese año Nerón decretó la primera persecución
contra los cristianos, acusados de provocar el incendio de Roma. Luego de Nerón, hubo
un tiempo de aparente calma, pero el conflicto no tardaría en producirse, pues los
cristianos se negaban a dar culto al emperador y vivían en forma fraterna,
considerando hermanos a todos los seres humanos, al contrario del sistema del
imperio, basado en la división de clases (ricos y pobres, esclavos y libres, hombres y
mujeres). Así, con una posición tan distinta, el cristianismo iba carcomiendo las bases
del imperio, transformándose a la larga en algo peligroso.

Es por ello que el emperador Domiciano, cerca del año 90, decretó una nueva
persecución, esta vez más cruel y peligrosa, pues no se trataba sólo de exterminar a

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los cristianos, sino de torturarlos para hacer que renegaran de su fe. Todo esto
provocaba temor en las comunidades, crisis de fe y confusión. Comunidades pequeñas,
perseguidas y sin protección frente a un imperio que parecía gigantesco, con un poder
tremendo. ¿Valdría la pena resistir? ¿Quién era el verdadero Señor de la Historia,
Jesús o Domiciano?. El Apocalipsis viene a responder a estas y otras preguntas que
iban haciendo difícil el caminar del pueblo de las comunidades. El Apocalipsis fue
escrito alrededor del año 95 d.C, a propósito de la persecución del emperador de
Roma Domiciano.

Los destinatarios

Los destinatarios, ya lo hemos dicho, son las siete comunidades de Asia Menor,
es decir, las comunidades de Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y
Laodicea. Pero el Apocalipsis está lleno de símbolos, y el hecho de que sean siete las
comunidades representa la totalidad de la Iglesia, una Iglesia perseguida, una Iglesia
de Comunidades.

Estas comunidades sufrían la persecución del Imperio y de las autoridades


judías, una persecución violenta (cf. 12, 13-17; 13,7), había prisión y muchos ya eran
mártires (cf. 2,13; 6,9-11;7,13-14; 16,6; 17,6; 18,24; 20,4), ser cristiano resultaba algo
peligroso y la fe se debilitaba (cf. 2,3-4). Nadie podía escapar de la vigilancia (cf.
13,16), ni comprar ni vender si no aceptaba el orden establecido (cf. 13,17), la
propaganda del sistema era grande y se infiltraba en las comunidades (cf. 13,13;
2,14.20), el emperador era presentado como un dios, incluso se afirmaba que había
resucitado (cf. 13,3.4.12-14).

Además, las comunidades sufrían problemas internos que hacían más difícil la
resistencia. Había un cansancio natural después de años de lucha y el entusiasmo
inicial ya había pasado (cf. 2, 2-4), también había falsos líderes que engañaban al
pueblo (cf. 2,2), doctrinas extrañas que sembraban confusión (cf. 2, 6.15). En general,
eran comunidades pequeñas, de gente muy pobre (cf. 2,9), las comunidades ricas se
acomodaron, no eran ni frías ni calientes (cf. 3,15-17).

Es a este pueblo al que Juan dirige su libro, es para ellos para quienes ha
escrito este mensaje de esperanza. Para gente sencilla, confundida en medio de las
persecuciones, gente como nosotros, creyentes de ayer y hoy que buscan en medio de

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sus dificultades el rostro de Dios, su voluntad y su presencia, para animar su caminar


y su esperanza.

El mensaje

Juan tituló su libro como "revelación de Jesucristo", es eso lo que significa la


palabra "Apocalipsis" y no catástrofe o destrucción. Revelar es quitar el velo, mostrar
lo que está oculto a los ojos. ¿Qué es lo que Juan quería re-velar? ¿Qué es lo que
estaba oculto a los ojos de las comunidades?. Sin duda, se trataba de la situación que
vivían las comunidades, el sentido de la persecución, la presencia de Dios como Señor
de la Historia, en medio de un mundo aparentemente dominado por el mal, donde el
pueblo de las comunidades aparecía indefenso.

Juan escribe su libro en clave, una clave comprensible para sus lectores, pero
no para el hombre y la mujer de hoy. ¿Por qué Juan usa palabras tan confusas?
¿Podían estos textos llenos de símbolos dar esperanza a un pueblo sencillo?. Podemos
dar varios motivos por los que Juan escribió su mensaje en forma de Apocalipsis:

• Para transformar la nostalgia en esperanza.

El Apocalipsis está lleno de citas y alusiones al Antiguo Testamento,


principalmente de los libros de Isaías, Ezequiel, Daniel y Zacarías, siendo más de
cuatrocientas dichas citas o alusiones. El pueblo de las comunidades conocía los libros
del Antiguo Testamento. En ellos había leído cómo Dios liberaba a su pueblo de sus
opresores y le enseñaba una forma de vivir más fraterna y justa. Había leído que Dios
tomaba partido a favor del pobre, escuchando su clamor y castigando la injusticia.
Usar textos del AT. era una forma de decirle al pueblo que Dios sigue actuando, que
no ha dejado abandonado a sus pobres, que sigue siendo el Señor de la Historia y que,
por lo tanto, la persecución tenía un límite y un sentido más allá de lo aparente, un
sentido oculto que Juan viene a re-velar.

• Para hacerse entender por el pueblo de las comunidades.

Un cartel dice mucho más que mil palabras. Es por ello que Juan prefiere usar
imágenes sugerentes que hacer un discurso largo. Los símbolos apuntan al corazón más
que a la cabeza, y es por ello que son más útiles a la hora de animar la vida de las
comunidades y su lucha. Es algo que Juan sabía y también sus destinatarios, y es algo
que nosotros no debemos olvidar.

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• Para defenderse de los opresores.

Hay que recordar, una vez más, que el Apocalipsis fue escrito en una época de
persecución y para un pueblo perseguido. Es por ello que Juan prefiere usar símbolos
conocidos por sus destinatarios, como son los del Antiguo Testamento, pero
desconocidos para los soldados del imperio. Es lo que hoy llamaríamos "razones de
seguridad". Hablar de más podía poner en peligro a los hermanos, lo que les podría
costar cárcel, torturas y hasta la vida. Con todo, era necesario dar una palabra de
aliento a los hermanos en la persecución, pero había que hacerlo con cuidado y
discreción. Juan quizá recordaba las palabras de Jesús: "sean astutos como las
serpientes y sencillos como las palomas" ( cf. Mt. 5, 16).

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Tema 2: Para comprender mejor el Apocalipsis.

a) Claves de lectura.

Que el Apocalipsis no es un libro fácil salta a la vista, pero esto no nos debe
hacer pensar que sea un libro imposible de comprender. El mismo Juan nos dejó,
dispersas en las páginas de su libro, algunas claves que nos ayudarán a descubrir el
mensaje de fondo que él quiso transmitir y poder vivirlo también hoy, evitando
interpretaciones interesadas o antojadizas. Revisemos algunas de esas claves de
interpretación.

• Lectura hecha en comunidad.

Juan dice en su libro: "feliz el que lee y los que escuchan las palabras de esta
profecía" (1,3). Uno solo es el que lee, pero son varios los que escuchan. Juan con esto
sugiere la idea de una comunidad reunida para leer su libro, comunidad comprometida
y fraterna, abierta a la acción del Espíritu. Por otro lado, Juan escribe su libro para
comunidades y no para personas aisladas.

• Sin aumentar ni quitar nada.

Juan advierte en su libro: "A todo el que escucha las palabras de la profecía de
este libro, yo declaro: Si alguien aumenta algo a esto, Dios echará sobre él las plagas
descritas en este libro. Y si alguno quita algo a las palabras de este libro profético,
Dios le quitará su parte en el árbol de la Vida y en la Ciudad Santa, que se describen
en este libro" (22,18-19). En lenguaje bastante adornado, propio de la literatura
apocalíptica, Juan nos transmite una idea bastante sencilla: interpretar el Apocalipsis,
teniendo el texto al frente y no sobre la base de comentarios aislados, de lo que
"dicen que dice el texto", sin quitar ni poner nada, para así evitar alteraciones que
pueden llevar a una interpretación equivocada.

• Usar la inteligencia.

En dos momentos, Juan pide a las comunidades que usen la inteligencia (13,18;
17,9). Juan escribe a un pueblo que no es muy instruido y que además goza de una
imaginación bastante desarrollada. Por ello, pide a las comunidades que actúen con
discernimiento, reflexionando detenidamente para así poder descubrir el verdadero
sentido de su mensaje. El Apocalipsis no se debe leer a la carrera.

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• Tener sed de verdad y vida.

Juan invita a las comunidades a entrar en el Apocalipsis, diciendo: "Que el


sediento venga, y quien lo desee reciba gratuitamente el agua de la vida" (22,17). Es
decir, el que lea el Apocalipsis debe buscar en él saciar su sed de vida, de vida
verdadera y plena, y no movido por pura curiosidad o por interpretaciones
interesadas. Sólo así podrá encontrar el manantial de agua viva que Jesús prometió a
los que lo siguen (ver Jn. 7,37-39).

• Abrirse a la acción del Espíritu.

Ni la inteligencia ni la sed de vida bastan para comprender el Apocalipsis. Su


mensaje no es sólo una palabra de ánimo, sino que es palabra de Dios, nacida por el
soplo del Espíritu Santo, por eso Juan dice: "Quien tiene oídos para oír, que escuche
lo que el Espíritu dice a las iglesias" (2,7.11.17.29; 3,6.13.22) La comunidad que lee
debe vivir abierta a la acción del Espíritu, leyendo los signos de su acción en la
historia, buscando ser fiel a su llamada en su vida diaria.

• Convertir el mensaje en oración.

Toda la Biblia, y también el Apocalipsis, es un diálogo entre Dios y su pueblo,


entre el creyente y su Dios. Una vez escuchada la palabra se hace necesario
responder a ella, es decir, hacer oración, y por ello Juan dice: "el Espíritu y la Esposa
dicen: ¡ven!, que el que escucha también diga: ¡ven! " (22,17). Es la invitación a sumarse
a la esperanza de la Iglesia, a alimentar la lucha y el compromiso con la espera
confiada en la vuelta del Señor, en el cumplimiento de sus promesas.

• Hacer vida el mensaje escuchado.

La palabra oída y rezada debe terminar necesariamente en compromiso. No


basta quedarse en la lectura o en la oración y por ello Juan dice: "¡Feliz el que
practica las palabras proféticas de este libro!" (22,7). También es necesario que la
palabra sea anunciada a todos (22,10), leída, compartida y vivida en comunidad (1,3).
Es éste el último fin del Apocalipsis: transformar el miedo que paraliza a las
comunidades en esperanza que las impulse a la resistencia y al compromiso por
anunciar y acoger el Reino de Dios en medio de sus dificultades.

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• Comprometerse con la causa de los pobres.

El Apocalipsis fue escrito para un pueblo pobre y perseguido, comunidades que


sufrían crisis de esperanza y de fe en el Dios de la Vida. Por ello, para comprender
verdaderamente su mensaje, es necesario tomar un compromiso real para con los
pobres de nuestro mundo, solidarizarse con los oprimidos y marginados de la tierra,
compartir la fe y la vida con las pequeñas comunidades de nuestra Iglesia. Sólo así
miraremos el Apocalipsis con los mismos ojos con que lo miraron las siete comunidades
de Asia, con la misma intención con que Juan lo escribió. Si nos quedamos
indiferentes, cómodos en una vida sin compromiso, entonces no podremos comprender
nunca el mensaje del Apocalipsis, que es mensaje de esperanza de parte de Jesús
para su pueblo.

b) Los símbolos del Apocalipsis

Sería casi imposible precisar cada uno de los símbolos que Juan ocupó en su
libro. Muchos de ellos pueden simbolizar más de una cosa a la vez o algún concepto no
fácil de precisar. A continuación se ofrece la explicación de algunos símbolos
importantes que podrán ayudarnos en la lectura. Se hace necesario recordar una vez
más que los símbolos que Juan ocupó han sido tomados principalmente del Antiguo
Testamento, pero también de la vida y la historia del pueblo sencillo de las
comunidades.

* Mujer encinta: (12,1-2) Es la Iglesia perseguida, que sufre hasta la llegada de


Jesús. Es también María, la madre del Señor. La humanidad que sufre dolor,
como de parto, en espera del nacimiento de una nueva humanidad, redimida y
liberada.

* Dragón o serpiente: (12,3.9) Es Satanás, el poder del mal, que actúa en el mundo en
contra del Pueblo de Dios.

* Cordero: (14,1) Es Jesús, el Cordero Pascual, por quien se cumple la liberación del
pueblo.

* Siete cabezas: (12,3) Son las siete colinas de la ciudad de Roma (17,9) y los siete
reinos (17,9-10).

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* Diez cuernos: (12,3) señalan poder y autoridad, dignidad real. El número diez indica
totalidad.

* Alas de águila: (12,14) Simboliza la protección de Dios sobre su pueblo (Dt.32,11;


Ex.19,4).

* Bestia: (13,1) Es el imperio romano que ha recibido su poder del dragón (Satanás),
para combatir al pueblo de las comunidades.

* Bestia con apariencia de cordero y voz de dragón: (13,1) Son los falsos líderes
que engañan al pueblo, legitimando la opresión con su falsa doctrina.

* Pantera, oso, león: (13,2) Simbolizan la ferocidad de la persecución.

* Babilonia: (14,8; 18,2) Símbolo de la explotación y de toda sociedad que se


construye en oposición al plan de Dios. Es Roma, que explota a los pueblos para
enriquecerse (18,3.9-13).

* Hijo del Hombre: (14,14) Imagen de Jesús, el Mesías, tomada del libro de Daniel
(Dn.7,13) y que Jesús se atribuye a sí mismo (Mc.2.10; 8,31;9,31;10,33;14,64;
etc.)

* Harmaguedón: (16,16) Significa en hebreo "monte (o región montañosa) de


Meguiddó". Megguiddó fue el lugar de la derrota del rey Josías (2Re. 23,29s).
Desde entonces es símbolo de derrota total para los ejércitos que ahí se
reúnan (ver Za.12,11).

* Color blanco: (19,14) Símbolo de victoria y pureza.

* Lago de fuego: (20,14) Símbolo del destino final de todo lo opuesto a Dios, de la
destrucción definitiva del mal.

* Nueva Jerusalén: (21,2 ) Es símbolo del nuevo pueblo de Dios, liberado de toda
mancha y de todo mal.

* Alfa y Omega: (21,6) Primera y última letra del alfabeto griego, símbolo de la
eternidad de Dios, principio y fin de todas las cosas.

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* Bodas del Cordero: (21,2; 19,9) Es la realización definitiva del Reino de Dios, la
unión definitiva (boda) del pueblo creyente (esposa) con Jesús (cordero).

* Siete: Representa la totalidad y la perfección. Unión de los números tres (Dios-


Trinidad) y cuatro (elementos, puntos cardinales, estaciones, etc), signo de la
totalidad de la creación.

* Doce: La totalidad del pueblo de Dios (doce tribus de Israel y doce apóstoles).

* 144.000: Número compuesto (12 x 12 x 1000). Representa la totalidad del pueblo


de Dios (A.T. y N.T.), los salvados del pueblo de Israel, los discípulos del
Cordero.

* 1260: (12,6), 42 meses (11,2), tiempo, tiempos y medio tiempo (12,14). Es la mitad
de siete años, tiempo limitado e imperfecto, aunque largo. Dios limita el
tiempo de la persecución.

* 1000 años: Tiempo que transcurre desde el fin de la persecución hasta la llegada
definitiva del Reino. Es el tiempo de la Iglesia, tiempo largo y exacto.

* 666: Es el número que identifica al poder perseguidor, el poder del mal. Al parecer
se referiría al emperador de Roma. Es 6, es decir, imperfecto, pues no alcanzó
al 7, la perfección. Denuncia contra la falsa divinización del emperador.

c) Consejos para la lectura.

• No fijarse inmediatamente en los detalles, sino dejarse encantar por el conjunto y


sólo después estudiar los detalles.

• Leer con detención las visiones, más de una vez, buscando en ella detalles nuevos
que permitan descubrir mejor su mensaje.

* Tratar de descubrir el origen de los símbolos, sobre todo los que vengan del Antiguo
Testamento.

* Buscar de qué manera estas visiones respondían a problemas concretos de las


comunidades de aquél tiempo y cómo pueden iluminar nuestro caminar hoy.

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Tema 3: Estructura del libro

No es fácil hacer una estructura del Apocalipsis. En él se encuentran muchos


textos paralelos y otros en un aparente desorden. Los estudiosos dudan si es fruto de
la unión de dos textos distintos o una sola obra escrita por una sola mano. La mayoría
se inclina hoy por lo segundo: un libro que relata la caminata del pueblo pobre de las
comunidades y el sentido que ésta tiene a los ojos de Dios, dividiendo la historia en
etapas no siempre fáciles de definir.

El esquema que a continuación se propone es uno entre los muchos que existen,
y por ello es sólo una guía, una brújula que nos ayudar a navegar tranquilos, sin
perdernos en el mar hermoso del Apocalipsis. En este esquema, la parte central
consiste en una mirada crítica de la historia, que Juan realiza desde tres perspectivas
distintas: Desde la mirada de Dios y su plan de salvación, desde la realidad de las
comunidades y por último, desde el triunfo definitivo al final de la historia.

a) Introducción

Como todo libro, el Apocalipsis tiene una introducción que ocupa todo el capítulo
primero. En él encontramos el título y resumen del libro (1,1-3), el saludo inicial en el
nombre de Dios-Trinidad (1,4-8), y el origen del libro: la visión de Jesús que tuvo Juan
en la isla de Patmos para quitar el velo que cubría el sentido del caminar de las
comunidades (1,9-20).

b) La realidad del pueblo: Las siete cartas a las comunidades

Juan, antes de transmitir el mensaje de parte de Jesús a las comunidades, hace


una especie de resumen de la vida de cada una de ellas. Como diríamos hoy, parte de la
realidad del pueblo, sus luces y sombras, y desde ahí va revelando el rostro verdadero
de Dios. Esto lo hace a través de siete cartas, las cuales ocupan los capítulos 2 y 3.

c) Primera relectura: El Dios de Jesús, Señor de la Historia

En esta segunda parte, Juan transporta a los creyentes hasta el cielo, hasta el
trono de Dios. Desde allí ellos podrán tomar distancia de sus problemas y releer el
pasado, el presente y el futuro, descubriendo que las etapas de su caminar no escapan
al plan de Dios, que Él sigue siendo el Señor de la Vida y la Esperanza, Señor de la

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Historia. El ya ha dictado sentencia contra los opresores y ha puesto límite al tiempo


de su poder. Tal como en el Éxodo, dice al pueblo de las comunidades: "He visto el
sufrimiento de mi pueblo en Egipto y he escuchado su clamor en presencia de sus
opresores, pues yo conozco sus sufrimientos. He bajado para liberarlo de la mano de
los egipcios y para hacerle subir a una tierra buena y espaciosa" ( Ex. 3,7-8B). El Dios
del Éxodo es el mismo que el del Apocalipsis: El Dios liberador.

En esta sección encontramos los siguientes elementos: La visión del trono de


Dios (4,1-11), la entrada triunfal del Cordero (Jesús) muerto y resucitado (5,6-14), la
historia pasada (6,1-8), presente (6,9-11) y futura (6,12-17) vivida por las
comunidades perseguidas (representada en el libro de siete sellos), la misión del
pueblo de las comunidades en medio del mundo (7,1-17) las plagas que señalan el fin
del mal y el cumplimiento de la sentencia divina (8,1-13;9, 1-12), los símbolos del libro
amargo y dulce (10,8-11) y los dos testigos (11,1-13) que representan la última
oportunidad de conversión, y la séptima trompeta (11,14-19), que marca la llegada
definitiva del Reino de Dios.

A través de estos símbolos, Juan describe el juicio que Dios ha hecho sobre la
historia y el papel de las comunidades. Todo ello habrá de cumplirse inevitablemente,
y esa es la esperanza que ha de sostener la lucha del pueblo creyente.

d) Segunda relectura: La historia: el plan de Dios se realiza

En la sección anterior, los hechos ocurrían en el cielo, donde Dios acompañaba


el caminar del pueblo, dictando sentencia contra sus opresores, actuando sobre la
historia a través del Cordero y de los ángeles de las siete trompetas. Ahora Juan
desciende del cielo a la tierra, es hora de volver a mirar la realidad con la luz nueva
que el pueblo ha recogido del lado de Dios, es hora de releer la historia y descubrir el
conflicto profundo que se esconde detrás de la persecución del imperio.

Juan quiere quitar el velo de confusión que no permitía al pueblo ver la


realidad. Detrás del imperio existe otro poder, más antiguo y más poderoso, que lo
respalda. Es el poder del demonio (dragón), que actúa a través del imperio (bestia)
para luchar contra el pueblo de las comunidades (los que siguen al Cordero) y tratar
de impedir el establecimiento del Reino de Dios (nueva Jerusalén). Pero la ferocidad
de la persecución no es otra cosa que los esfuerzos desesperados de una bestia
herida, derrotada, expulsada del cielo y sentenciada desde ya a la derrota. Los que la

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siguen tendrán que sufrir con ella su destino, así como el pueblo del Cordero
participará de su victoria.

Esta sección está muy enlazada con la primera y se encuentran en ella los
siguientes elementos: La lucha entre la mujer encinta (la humanidad, la Iglesia) y el
dragón (el poder del mal, Satanás), con el nacimiento del niño varón (Jesús) que es
rescatado de la amenaza del mal (resurrección), mientras la mujer va al desierto
(lugar de peregrinación), protegida por Dios (12,1-17). El demonio desciende del cielo
derrotado y busca la forma de atacar al pueblo de las comunidades (mujer). Para ello,
entrega su poder a la bestia (imperio romano), poder para oprimir y atacar (13,1-10) y
surge una segunda bestia (falsos profetas al servicio del imperio) con el poder para
engañar y hacer adorar a la primera (13,11-18). Por otro lado, Juan nos muestra que no
sólo las fuerzas del mal actúan, sino también las del bien se organizan y resisten: el
Cordero (Jesús) y los que llevan su nombre (las comunidades) en el monte Sión (la
Iglesia), el ángel que anuncia la caída de Babilonia (Roma) y el Hijo del Hombre (Jesús)
que hace la cosecha de la tierra (juicio final) (14,14-20). Sigue a esto el cántico de los
creyentes en el cielo ante el próximo cumplimiento de la sentencia divina (15,1-4) y los
siete ángeles con copas que cumplirán la sentencia, derramándolas sobre la tierra
(15,5-8;16,1-21)

La sección termina con una nueva presentación del imperio, bajo la forma de una
mujer prostituta, sentada sobre siete colinas (17,1-18), un nuevo anuncio por parte de
un ángel de su caída (18,1-3) y la invitación al pueblo creyente a alejarse de ella y no
contaminarse (18,4-8). La ruina de Babilonia provoca el llanto de los que se
enriquecían con ella (18,9-24) y el canto triunfal del pueblo perseguido (19,1-10).

e) Tercera relectura: La llegada definitiva del Reino

Luego de relatar la historia desde la óptica de Dios (primera sección) y desde la


vida de las comunidades (segunda sección), Juan dará un paso más e intentará quitar
el velo del sentido de la historia de la humanidad entera, releyendo los hechos a la luz
de la llegada definitiva del Reino en el fin de los tiempos. Aquí los símbolos cambian y
se vuelven más directos y reales. Es ésta la parte más difícil de interpretar de todo el
Apocalipsis.

El relato comienza con el mismo jinete que apareció en la apertura del primero
de los siete sellos (6,1-2), pero ahora su identidad es clara: es Jesús, la palabra de
Dios, que viene a cumplir la sentencia divina, es el Resucitado, nacido de la mujer y

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salvado de la amenaza del dragón, el que viene a vencer a las fuerzas del mal (19,11-
19). Las fuerzas del mal son derrotadas y su poder es limitado por un tiempo de mil
años (19,20-21). Es el tiempo de la Iglesia, donde ya reinan los mártires y los que han
permanecido fieles al Señor en medio de la persecución y el poder del mal va
retrocediendo por la predicación de la Buena Nueva y la acción del Espíritu en el
mundo (20,1-6).

Luego de los mil años, el poder del mal atacará nuevamente a los creyentes en
la última gran prueba de la Iglesia, donde las fuerzas del mal parecerán estar a punto
de vencerla, pero la intervención de Dios acabará definitivamente con todo mal y
toda mentira, destruyendo para siempre el poder del dragón (20,7-10). Después de
esto, viene el juicio definitivo de la humanidad, donde los que han permanecido fieles
a Dios participarán de su gozo y los que se han dejado engañar por el falso poder de la
Bestia compartirán también de su destino (20,11-15).

Al final, Juan describe la llegada del Reino como una nueva creación (21,1) y
como la Ciudad Santa que baja desde Dios (21,2-4), con la promesa de participar de
ella para los creyentes (21, 5-8). Describe la ciudad con una serie de símbolos
hermosos que hablan de perfección, pureza y eternidad, es el Reino definitivo, donde
ya no existe mal ni mentira, pecado o injusticia (21,927;22,15).

f) Saludo de esperanza

El libro termina con una serie de recomendaciones sobre su veracidad (22,6) y


de la promesa de la pronta llegada del Señor (22,7.12-16), un llamado a la esperanza,
la perseverancia y la fidelidad, hasta la vuelta del Señor (22,17-21).

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PARTE II: CONTENIDO DEL LIBRO

En esta segunda parte, vamos a analizar más en detalle cada una de las
secciones del Apocalipsis con los elementos que las componen. Es necesario recordar
que el esquema no reemplaza la lectura directa de los textos, la que siempre debe
acompañar el estudio de cualquier texto de la Biblia. El esquema nos permite
comprender mejor el sentido de un texto, enmarcándolo dentro de la estructura
general del libro.

Tema 4: Presentación del libro (Ap. 1, 1-20).

Como todo libro, el Apocalipsis tiene su introducción. En ella, Juan señala con
claridad sus intenciones al escribir el libro y los objetivos que persigue. La
presentación de Juan debe ser el punto de referencia para la lectura del resto del
libro, sus imágenes y sus símbolos buscan lo mismo que la presentación: revelar el
sentido de la historia a la luz del misterio de Jesús.

a) Título y resumen del libro (1,1-3).

Juan titula su libro como “revelación de Jesucristo” , con ello nos quiere decir
que va a re-velar el sentido del momento presente (“lo que va a ocurrir en breve”) a la
luz del misterio de Jesús, de su vida, muerte y resurrección. Los destinatarios son los
“siervos” de Dios, el pueblo de las comunidades, los creyentes de entonces y de
siempre que buscan comprender el significado de su vida y de su historia a la luz de su
fe y que viven comprometidos con esa misma vida e historia. Son aquellos que buscan
en comunidad la construcción de un mundo nuevo, según Dios.

Juan ha recibido la claridad para interpretar el momento presente, momento de


oscuridad y confusión, y de revelarlo a la luz de “la palabra de Dios y el testimonio de
Jesucristo”. Juan escribe lo que ha visto, es decir, no es una teoría o el trabajo de un
intelectual, sino la experiencia de fe de un creyente que “ha visto” en su vida la acción
de Dios y por ello cree que El actúa también en la historia a favor de su pueblo. Es ese
mismo pueblo el destinatario de esta revelación, el que debe leer, escuchar, meditar y
vivir comunitariamente lo que esta revelación le va a mostrar.

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b) Saludo inicial en el nombre de Dios-Trinidad (1,4-8).

Juan inicia su libro como una carta, deseando gracia y paz a sus destinatarios,
las comunidades cristianas de Asia menor. La paz que Juan desea viene de Dios, a
quien define como “El que es, que era y que vendrá”. Es una forma que recuerda el
nombre divino “Yahveh”1 revelado en el éxodo, es el nombre del Dios Liberador de su
pueblo en Egipto, Liberador del pueblo de las comunidades, Liberador de su pueblo
hoy. Luego menciona directamente a los “siete espíritus” (El Espíritu Santo) y a
Jesús, dándole diversos títulos que marcan su señorío y su relación con el pueblo de
las comunidades.

Luego invita al pueblo a mirar, es el mismo Jesús que ya viene y lleva a su


plenitud el Reino. Es la certeza de esta esperanza la que va a alimentar el camino de
las comunidades y la reflexión de todo el libro. Al final, es Dios mismo quien toma la
palabra, como autorizando lo que Juan ha dicho, y repite el título dado al principio,
reafirmándolo con una expresión más griega (“Yo soy el alfa y la omega, el primero y
el último”), que significa lo mismo que la de origen hebreo del principio: la eternidad y
totalidad de Dios, Señor de la Historia y Liberador de su pueblo.

c) Yo, Juan, hermano de ustedes en la resistencia (1,9).

Una vez saludado, Juan introduce la visión que da origen al libro, presentándose
a sí mismo como “hermano y compañero de ustedes en la tribulación, del reino y de la
resistencia, en Jesús”. La palabra “upomonhé” (upomonh) comúnmente se traduce
por “paciencia”. El término tiene un sentido más fuerte que paciencia, ya que indica
perseverar en una situación adversa. Por ello resulta más acertado traducir por
“resistencia”, ya que grafica mejor la situación de la comunidad del Apocalipsis2. Juan
es probablemente el coordinador de las comunidades de Asia, pero se presenta como
un hermano y compañero. Su situación es la de las comunidades, es un cristiano
perseguido por su fe: “Yo me encontraba en la isla llamada Patmos, por causa de la
Palabra de Dios y del testimonio de Jesús” . En Patmos había minas, por lo que resulta
1
El nombre divino YAHVEH (hwhy) se forma por la combinación de las palabras hyh HAIÁ (fue), hwh
HOVÉ (es) y hyhy IHIÉH (será), aludiendo al carácter Eterno de Dios. Por ello, la expresión de Juan es casi la
traducción literal de YAHVEH, excepto por la última parte (el que vendrá) que alude más bien a la vuelta del Señor o
la pronta intervención de Dios a favor de su pueblo.
2
La traducción latina traduce por “pacientia”. En español las traducciones varían entre “paciencia” (Reina-Valera,
Jerusalén), “perseverancia” (Latinoamericana, Biblia de las Américas), “firme esperanza” (Bover-Ocallaghan),
“fortaleza” (Dios habla hoy), entre otras.

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muy probable que Juan fuese enviado ahí para realizar trabajos forzados. Desde esta
situación oprimida busca iluminar el sufrimiento de sus hermanos y llamarlos a
resistir cristianamente, fortaleciéndolos con la esperanza y la fe en Jesús.

d) Origen del libro: Jesús está vivo y presente (1,9-20).

Juan no inicia su libro con una teoría, sino mostrando a Jesús vivo y actuante, a
través de una visión llena de símbolos, que infunden en el pueblo fe y esperanza. Es el
mismo Jesús quien desea animar a las comunidades y fortalecerlas en la dificultad y la
persecución y por eso dice: “Lo que veas escríbelo en un libro y envíalo a las siete
Iglesias” . Esto ocurrió en el “día del Señor”, en el Domingo. Es primera vez en el
Nuevo Testamento que se llama así al primer día de la semana. El día no es casual,
recuerda el primer día luego del descanso de Dios al terminar la creación, el día de la
resurrección de Jesús y el “día del Señor”, al fin de los tiempos, cuando se realizará
plenamente el Reino que va creciendo en la historia, siempre imperfecto y en
desarrollo. Es un testimonio claro de la importancia del Domingo para las comunidades
cristianas del siglo I. Con ello Juan señala claramente que Dios actúa hoy a favor de
su pueblo, que cada día es “su día”, el día en que hace justicia al oprimido y renueva
todas las cosas.

Los símbolos de la visión hablan de grandeza y poder. Jesús está presente


entre las comunidades (candeleros) y tiene en su mano la vida y dirección de las
comunidades (estrellas), a través de cada uno de sus ángeles (pastores) es Jesús
mismo quien guía y fortalece a la comunidad. Jesús es Señor de la Historia y como tal
interviene en ella a favor de su pueblo, con la autoridad de Dios mismo: “No temas,
soy yo, el Primero y el Ultimo (misma expresión que Juan pone en boca de Dios), el que
vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las
llaves de la Muerte y del Hades. Escribe, pues, lo que has visto: lo que ya es y lo que
va a suceder más tarde”.

De esta visión podemos sacar algunas conclusiones. Juan identifica a Jesús con
Dios mismo, dándole los títulos de eternidad que al principio había puesto en boca de
Dios. Jesús no es sólo el Maestro, ni un señor con quien pueda competir el emperador.
El es Dios y Señor de la historia y por ello el triunfo del pueblo de las comunidades
está asegurado. El ha resucitado y vive, no es un muerto que nada puede hacer o sólo
un recuerdo, es una persona viva y actuante, presente en el hoy y en el futuro de las
comunidades. Juan escribe lo que ha visto, su experiencia, y es esta experiencia la que
sirve para iluminar el camino del pueblo en la hora oscura que vive.

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Tema 5: La Realidad Del Pueblo:


Las siete cartas a las Comunidades (Ap. 2-3).

Siguiendo la orden de Jesús en la visión anterior, Juan escribe su Apocalipsis a


cada una de las siete comunidades. Y lo hace dirigiendo una carta a cada una de ellas,
haciendo un análisis de sus luces y sombras, sus dificultades y tropiezos, y también de
sus aciertos y virtudes. Esta actitud de Juan nos revela un camino a seguir. A Jesús
se le sigue y se le descubre en la realidad de cada día, en la vida y en la historia de las
comunidades y del pueblo en general, no en solitario, no descomprometido o
indiferente. Para descubrir la presencia del resucitado, renovar la fe y la esperanza,
es necesario mirar nuestra realidad, enfrentarla y comprometerse en su
transformación. Sólo así seguiremos el camino que Juan nos muestra en el Apocalipsis
y descubrir a Jesús como Señor de la Historia.

Digamos algunas ideas sobre la estructura de las cartas. Todas las cartas
parten con la palabra “conozco” y con algún símbolo presentado en la visión anterior.
Así, la imagen no queda sólo en un símbolo, sino que se relaciona con la vida de las
comunidades y con su realidad. Esta realidad es conocida por Jesús: “Yo conozco...”, al
igual que en la voz de Dios en el Éxodo: “Yo conozco sus sufrimientos. He bajado para
liberarlos...” (Ex. 3,7-8).

Cada carta termina con la misma invitación: “Quien tenga oídos, que escuche lo que el
Espíritu dice a las Iglesias”. Para descubrir el sentido de la historia no basta sólo
como mirar la realidad, o con la fe en Jesús y la esperanza en El. Esto es necesario y
vital, pero también lo es estar atento a la voz del Espíritu que sigue soplando en medio
de las comunidades y en esa misma historia. Hay que tener oídos para escuchar lo que
el Espíritu sigue diciendo hoy en la voz de los pobres de la tierra, de los que sufren,
de los que creen a pesar de todo, de los procesos sociales que vienen nuestros
pueblos. En cada realidad el Espíritu tiene algo que decir y es necesario escucharlo. A
quien escuche esa voz, Jesús promete la participación en el Reino y en la vida misma
de Dios a través de algún símbolo (árbol de la vida, piedra blanca, nombre nuevo, etc).

a) Efeso: has perdido el amor del principio.

Efeso era una de las ciudades más importantes del Asia Menor. En ella se
encontraba el famoso templo de Artemisa (Diana) y dos templos dedicados al culto al

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emperador. Era una ciudad dada a la magia y la superstición3. La comunidad de Efeso


había enfrentado problemas graves: la aparición de falsos maestros que confundían a
la comunidad con doctrinas extrañas y la presencia del grupo de los nicolaítas 4, a
quienes rechazaron. Esto causó en la comunidad un hondo conflicto y división, y el
“amor primero” se enfrió, olvidando la caridad necesaria para vivir en comunidad. La
perseverancia de la comunidad ha sido admirable, pero ha tenido el alto costo de
debilitar el amor del comienzo y apagar la caridad fraterna.

El llamado es a volver al amor y fraternidad primeros, para así ser de verdad


una comunidad cristiana. Una comunidad que no se ama, más allá de los conflictos, no
puede considerarse de verdad parte de los discípulos de Jesús, no puede ser uno de
los candeleros por entre los que el Señor se pasea. Si la comunidad retorna al amor
del principio, podrá disfrutar del árbol de la vida, es decir, de la plenitud de la vida, la
que sólo se alcanza con un amor sincero y verdadero.

a) Esmirna: Una comunidad pobre y esperanzada.

Esmirna era un puerto marítimo y bastante próspero. Había sido destruida en el


600 a.c. y reconstruida por el sucesor de Alejandro Magno. Por ello, la ciudad se
relacionaba con la imagen del ave fénix, es decir, el ave mitológica que se incendia y
luego renace de sus cenizas. Así había ocurrido con Esmirna y es por ello que el tema
de la muerte y la resurrección inician la carta.

La comunidad de Esmirna había sufrido muchas dificultades y mucha pobreza.


La perseverancia en esta situación constituía la verdadera riqueza de la comunidad.
Las tribulaciones de Esmirna provenían probablemente de un grupo de judíos que los
había denunciado como cristianos y que, al faltar a la verdad y la caridad, habían
traicionado la esencia de la tradición de Israel, por lo que se les llama “sinagoga de
Satanás” (Satanás significa “opositor”, “acusador”).

La comunidad debe prepararse para nuevos sufrimientos, ya que muchos irán a


la cárcel, pero su angustia será breve (diez días). La cárcel era el lugar para esperar
la sentencia definitiva, por lo que era una tentación muy fuerte para renegar de la fe.
Por ello, la carta les promete la “corona de la vida”, a semejanza de la corona de los
3
Es interesante ver a este respecto, el episodio de Pablo en Efeso, al entrar en conflicto con los fabricantes de imágenes
de Artemisa (ver He. 19,23-40)
4
El grupo de los nicolaítas es poco conocido. Desde antiguo se ha considerado que este grupo eran seguidores de
Nicolás de Antioquía, uno de los siete primeros diáconos (ver He.6,5). El grupo manifiesta una relajación con respecto
a las comidas en los banquetes a los ídolos, las que terminaban generalmente en un desenfreno sexual. Se trata entonces
de un grupo que, escudándose en la libertad cristiana, justificaba el desenfreno y la inmoralidad.

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ganadores de los juegos olímpicos, pero en este caso se trata de la vida definitiva, a la
que no puede atacar la “segunda muerte”, es decir, la frustración definitiva de quién
rechaza la oferta de Dios, y por ello, su plena realización y felicidad.

b) Pérgamo: Una comunidad en conflicto.

La ciudad de Pérgamo rivalizaba con Efeso y Esmirna en importancia. Estaba


llena de templos, de los cuales el más famoso era el de Esculapio, dios de la sanidad, al
que acudían multitudes para ser sanadas5. También había un gran templo dedicado a
Zeus, cuyo altar tenia forma de trono, y fue también la primera ciudad en tener un
templo dedicado a Augusto y a Roma, lo que la constituyó en el centro del culto
imperial en la provincia.

La comunidad de Pérgamo estaba en el “trono de Satanás”, es decir, en el


centro del culto imperial, lo que traía muchas dificultades a los creyentes, pero a
pesar de ello la comunidad resistía y se mantenía fiel, incluso contaba con un mártir,
Antipas, a quién la carta llama “testigo fiel”. Pero los conflictos de Pérgamo no eran
sólo hacia fuera, sino que también hacia dentro. En la comunidad había falsas
doctrinas que invitaban a participar en los banquetes de los ídolos y la inmoralidad
sexual, entendida como idolatría y como promiscuidad real. La carta alude a Balaam,
quien en Núm 22-24 es llamado por Balac para maldecir al pueblo y sin embargo
termina bendiciéndolo. Después de esto, Balaam aconsejo a las mujeres moabitas a
unirse con los Israelitas y sacrificar con ellos a sus dioses (ver Num. 25,1ss). La
situación de la comunidad era similar, esta vez por cuenta de los Nicolaítas.

El llamado es al arrepentimiento y a rechazar estas doctrinas falsas, si se


quiere de verdad mantenerse en la gracia del Señor y no sufrir las consecuencias de
tan tremendo pecado. Si la comunidad corrige su camino, participará del alimento de
vida que Dios da (en oposición a los alimentos del banquete de los ídolos) y será
transformado y renovado (piedra blanca y nombre nuevo).

5
El símbolo de esculapio era la serpiente rodeando un bastón, que luego pasó a ser símbolo de la medicina.

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c) Tiatira: Doctrinas equivocadas que confunden.

Tiatira era una ciudad de artesanos y mercaderes, por lo que había muchos
gremios, y cada gremio tenía su dios y sus fiestas. Participar en estas fiestas y en el
culto a los dioses era un signo de pertenencia al gremio, por lo que resultaba un
constante conflicto para los creyentes.

La comunidad de Tiatira era una comunidad en crecimiento (“tus obras últimas


superan a las primeras”), pero vivía profundos conflictos debido a doctrinas
equivocadas. La situación delicada por el asunto de los gremios había sido resuelto por
Jezabel, una mujer que se las daba de profetiza y alentaba a los cristianos a no
complicarse y participar tranquilamente de los banquetes a los ídolos y el desenfreno.
Es probable que el nombre de Jezabel recuerde a la reina de Acab, que introdujo la
idolatría en Israel y amenazó la continuidad del Yahvismo, en tiempos del profeta
Elías (ver 1Re. 16,29-32; 2Re. 9,22). La falsa profetiza ha continuado con sus errores,
a pesar de recibir la advertencia para que corrija su conducta. Si no lo hace, deberá
sufrir las consecuencias de su pecado, y junto con ella, todos los que la sigan.

También había otro grupo que confundía a los creyentes. Se trata de un grupo
gnóstico que pretendía conocer una enseñanza secreta que era transmitida sólo a los
“iniciados” y que constituía para ellos el verdadero cristianismo. Quien no era iniciado
en sus “misterios”, era un cristiano de segunda categoría. La carta condena a este
grupo, llamando a sus “misterios” como “misterios de Satanás”, es decir, opuestos a la
verdad que Jesús vino a transmitir y que la comunidad, a pesar de todo, se esfuerza
por mantener. No es necesario complicarse ni buscar misterios, sino perseverar en la
verdadera fe y seguir las enseñanzas del Concilio de Jerusalén (ver He. 15,28), cuyo
texto es recordado con la frase “no les impongo ninguna otra carga”. La enseñanza de
los apóstoles y de la Iglesia Madre constituyen una fuente segura para no perder el
rumbo.

Si la comunidad se mantiene fiel a la verdad del Evangelio, participará del


triunfo de Jesús y del reinado de Dios, derrotando los imperios y poderes opresores
como se quiebra la arcilla con un cetro de hierro. La derrota de los imperios será para
guiar (literalmente “pastorear”) a las naciones, es decir, llevarlas por el camino del
Evangelio, para construir una sociedad verdaderamente justa y solidaria, opuesta a la
lógica del imperio. El lucero de la mañana puede entenderse como la comunión con
Jesús (ver Ap.22,16) o como una imagen de Venus, que para los romanos era símbolo
de victoria y poder, y por ello la llevaban en sus escudos y estandartes. Los que

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perseveren derrotarán al imperio y participarán del triunfo de Cristo, verdadero


lucero de la mañana.

d) Sardes: Una comunidad que se apaga.

Sardes había sido capital del Reino de Libia, pero luego se hundió en el olvido,
una vez derrotado su rey por los asirios. Reconstruida por Tiberio, logró recuperar
algo de su gloria pasada, aunque en menor grado. Tenía una acrópolis (fortaleza) que
tenía fama de inconquistable (“capturar la acrópolis de sardes” era un refrán entre
los griegos para referirse a alcanzar lo imposible), pero que había sido tomada por lo
menos cinco veces por falta de vigilancia. También era un centro de tejedores y
estaba muy orgullosa de su lana teñida. Todo ello se refleja en la carta.

La comunidad de Sardes tenía una historia parecida. Había comenzado bien,


pero ahora se estaba apagando y debilitándose. Su buen nombre disimulaba la realidad
de una comunidad que se hunde y se muere. Si tenía algunas obras, no se estaba
preocupando por ponerlas en práctica, por “acabarlas”, es decir, era una comunidad
que no vigilaba su vida y su camino, tal como con la acrópolis de la ciudad. El llamado es
a revivir lo que queda y recordar los comienzos para reavivar la esperanza, ponerse
atenta para que las dificultades no la sorprendan ni la encuentren debilitada. El ladrón
no avisa y la comunidad debe ser perseverante y velar.

Sin embargo, hay algunos pocos que han perseverado y no se han dejado llevar
por el relajamiento y la desesperanza. Ellos no han manchado sus vestidos, como la
ciudad, sino que han mantenido sus vestiduras blancas (sin teñir), señal de triunfo y
fidelidad. Estos caminarán con el Señor, disfrutarán de su compañía e intimidad. Esa
es la esperanza que sostiene el camino: la seguridad en la presencia de Jesús y la
certeza de que se ha optado decididamente por la vida y a favor de la vida, llevando a
la práctica diaria aquello que se dice creer. Jesús mismo se compromete a abogar por
ellos delante del Padre y reconocerlos como suyos.

e) Filadelfia: Una comunidad que resiste.

La ciudad de Filadelfia sufrió muchos terremotos durante su existencia, por


ello la vida en la ciudad era muy insegura, por lo que la gente prefería habitar en los
campos cercanos. La comunidad ha mostrado firmeza en medio de los “terremotos”
que ha vivido y esa firmeza deberá seguirla manteniendo, poniendo su seguridad sólo
en Jesús y su triunfo.

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El Señor no ha abandonado a la comunidad, sino que le abre puertas para que


pueda perseverar y participar así del Reino de Dios que Jesús vino a comenzar. Ese
triunfo es tan seguro que promete que incluso los judíos que han perseguido a la
comunidad se convertirán de su mala conducta y aceptarán la Buena Nueva. Esta
“sinagoga de Satanás” (tal como en Esmirna) se refiere a un grupo de judíos que
“cerraban la puerta” del Reino a los Cristianos, por no ser parte de ellos y creían
poseer “la llave de la casa de David”, es decir, el derecho de admitir o rechazar a los
demás, negándoles la participación en la gracia de Dios.

La comunidad ha resistido y por ello Jesús le promete la fuerza para resistir la


gran crisis final que implantará definitivamente el Reino. La perseverancia se educa en
los pequeños detalles y sólo así se hace fuerte para los grandes desafíos. El Señor
viene pronto, por eso la comunidad debe seguir perseverando, para ganar la corona de
los vencedores, la participación en la plenitud de la vida que llega con el Reino. Si la
comunidad persevera participará de la comunión con Dios y serán de verdad propiedad
de Dios y parte de su Reino y su triunfo.

f) Laodicea: Una comunidad tibia.

La ciudad de Laodicea estaba situada a orillas del rio Licio. Era un centro
comercial importante, dada su ubicación estratégica. Era un centro bancario,
fabricantes de ropa y alfombras finas, y un centro medicinal, cuyo producto más
famoso era un colirio para tratamiento de los ojos fabricado con el polvo de una roca
de la zona. La ciudad tenía cerca una fuente de agua caliente (Colosas) y otro de agua
fría y potable. Sin embargo la ciudad debía traer agua a través de un acueducto, la
que llegaba bastante turbia y a veces enfermaba a la gente. Todo ello se refleja en la
carta.

La comunidad de Laodicea era una comunidad acomodada y débil. A pesar de


ello, era una comunidad orgullosa de sí misma y que no se daba cuenta de su situación.
Como las aguas de Laodicea, la comunidad enferma más que sana y eso hace que tarde
o temprano pierda el camino y la comunión con Jesús. La riqueza de la ciudad ha
entibiado el fervor y el llamado es a reconocer la necesidad de conversión y poner la
confianza sólo en Jesús, verdadera riqueza, verdadera salud y el único que puede
sanarnos de nuestra ceguera y ver con claridad nuestra propia situación y la realidad
que nos rodea.

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La comunidad debe recuperar su fervor y volverse al Señor que está cerca, que
desea ayudarla, pero que necesita de la apertura de sus miembros y su disposición a
cambiar. Si la comunidad hace esto, participará de la intimidad con Jesús, quien
entrará en medio de ellos y los sostendrá, participando de su triunfo y de la nueva
realidad que El ha venido a comenzar y que las comunidades están llamadas a vivir.

Estas son las comunidades a las que Juan escribe, comunidades como las
nuestras, con sus problemas y sus virtudes, una iglesia real y concreta, y es que sólo
mirando la realidad de nuestra situación podremos comprender lo que Dios quiere y
transformar nuestra realidad según el camino que nos enseñó Jesús. Tal es la
invitación del Apocalipsis.

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Tema 6: Primera relectura:


El Dios De Jesús, Señor De La Historia

¿Cómo se ve la historia desde la óptica de Dios? ¿El mira nuestra realidad y


actúa a favor nuestro o se ha olvidado de nosotros? ¿Por qué Dios, Señor de la Vida,
permite la muerte y el sufrimiento de los pobres, de los creyentes? Son las preguntas
que se hacían las comunidades de Juan y son las preguntas que nos hacemos hoy. Juan
va a contestar con esta visión del trono de Dios, desde ahí mirará la historia de
pueblo para descubrir su sentido.

a) La visión del trono de Dios


(4,1-11)

Juan sube por una puerta abierta hasta el trono de Dios. Desde ahí verá la
historia como si estuviera al comienzo de ella, como si todo, pasado, presente y
futuro, estuviese aún por suceder. Es la visión del tiempo como eternidad, donde
pasado, presente y futuro no son más que aspectos de un único tiempo, donde Dios
realiza su plan de salvación.

La imagen del trono contiene varios símbolos que nos permiten comprenderla
mejor. En el trono hay “uno sentado”, es el Dios único, a quien no se nombra, sólo se le
describe como luz y poder con el símbolo de las piedras preciosas. Los 24 ancianos que
le adoran simbolizan probablemente el pueblo de Israel, los 24 sacerdotes que se
turnaban en el santuario, o recordarían a los autores sagrados. También pueden
simbolizar los doce patriarcas (A.T) y los doce apóstoles (NT). De ello podemos
deducir que en torno a Dios estos personajes representan al Pueblo de Dios, su
historia y su fe, presentes delante de Dios eternamente, nunca olvidados, nunca
ausentes del pensamiento de Dios. Es algo que las comunidades necesitaban recordar.

Los cuatro animales que están alrededor del trono representan la nobleza
(león), la fuerza (toro), lo más sabio (hombre) y lo más elevado (águila) que existe en
la naturaleza, puestos aquí delante de Dios. Que sean cuatro señala la totalidad del
mundo y de la historia, la creación entera (puntos cardinales, estaciones del año,
fases de la luna, semanas del mes, elementos, etc).Lo mejor de nosotros, nuestro
esfuerzo cotidiano, no se pierde, sino que está delante de Dios. Es a través de estos
esfuerzos cómo Dios va guiando la historia.

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Tiene cada uno seis alas, como los serafines de la visión de Isaías (ver Is. 6,2).
Entre los cuatro suman 24 alas, el mismo número de los ancianos. Están llenos de ojos,
lo que indica que nada escapa a la mirada de Dios que ve hacia delante y atrás (pasado
y futuro), además del presente. Dios ve claramente lo que pasa en la historia y el
camino de las comunidades, lo tiene todo claro. Son las comunidades las que no ven con
claridad el sentido de su sufrimiento y por eso deben buscar en Dios la respuesta y la
esperanza para perseverar.

Los siete fuegos delante del trono representan al Espíritu santo, manifestado
en siete formas (dones y frutos) y en la perfección del 7. También son los siete
ángeles, delante de Dios, para adorarlo y cumplir sus mandatos.

La escena se desarrolla como una liturgia, a imitación del Templo de Jerusalén.


Es la liturgia interminable de la historia, donde nuestros actos rinden culto a Dios y
son una ofrenda agradable a sus ojos. El caminar de la humanidad y su desarrollo son
alabanza que está delante de Dios eternamente, en todo el transcurso de la historia.

b) La entrada triunfal del Cordero (Jesús) muerto y resucitado


(5,6-14).

Luego de la presentación del trono de Dios, Juan da un paso adelante. En las


manos de Dios hay un libro sellado, el libro de la historia humana, del caminar de las
comunidades. El libro está sellado y nadie puede abrirlo, por ello Juan llora. Es la
situación de las comunidades, ellas lloran porque no pueden comprender el sentido de
su caminar, de los sufrimientos y problemas que viven. El sentido está totalmente
oculto a sus ojos (siete sellos, totalmente sellado). Un ángel pregunta: “¿Quién es
digno de abrir el libro y soltar sus sellos?”, es la pregunta de las comunidades: ¿Quién
puede explicar el sentido de la persecución? ¿Quién puede tomar en sus manos el
rumbo de la historia y revelarnos su sentido?.

La respuesta la da uno de los ancianos, a Juan y a las comunidades: “No llores;


mira, ha triunfado el León de la tribu de Judá, el Retoño de David; él podrá abrir el
libro y sus siete sellos”. Son dos nombres dados al Mesías en el Antiguo Testamento6.
Juan no ve ni un león ni un retoño, sino un cordero degollado, pero de pie. Es el
momento de la resurrección, cuando Jesús asume su señorío sobre la historia, por eso
toma de la mano de Dios el libro sellado y se dispone a abrirlo. Tiene siete
(perfección, totalidad) cuernos (poder) y siete ojos (conocimiento) y es honrado con

6
Ver Gén. 49,9; Is. 11,1.-

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el mismo cántico dirigido primero a Dios, por los vivientes y los ancianos, luego por los
ángeles y por toda la creación.
Con imágenes del Antiguo Testamento (cordero pascual, león de Judá, retoño
de David) Juan nos repite plásticamente la idea del principio: “No temas, soy yo, el
Primero y el Ultimo, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de
los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades. Escribe, pues, lo que has visto:
lo que ya es y lo que va a suceder más tarde” (1,17-19).

c) Las etapas de la historia de las comunidades


(6,1-17).

La orden de Jesús de escribir lo que Juan ha visto, lo que es y lo que va a


suceder, Juan lo cumple con la apertura de los sellos. El Cordero (Jesús) como Señor
de la historia, se dispone a abrir el libro sellado, revelando el sentido de cada etapa
del camino con la apertura de cada uno de los sellos. El camino empieza a aclararse, el
Cordero tiene la historia en sus manos y las etapas empiezan a aparecer claramente.

Con la apertura de los cuatro primeros sellos, aparecen cuatro jinetes, llamados
uno por uno por cada uno de los seres vivientes del trono. Son los famosos “cuatro
jinetes del Apocalipsis” que se han prestado para tantas ideas. Cada uno de ellos alude
a algún hecho ya ocurrido, pero que también tiene una proyección mayor. El primero
parece aludir a los partos, amenaza constante del Imperio Romano, que tenía por arma
un arco. También se interpreta como la Palabra de Dios que “salió como vencedor, y
para seguir venciendo”. No se dice su nombre, el que será revelado en (Ap. 19,11). El
segundo representa la guerra y la violencia, consecuencias de un imperio que ha
sometido por la violencia a gran parte del mundo conocido. El tercero representa la
escasez, consecuencia directa de la guerra, con sus consecuencias de hambre y
muerte. El cuarto jinete es la muerte por la espada, el hambre, la peste y la
enfermedad, consecuencias de las guerras y la violencia entre los pueblos.

Cada jinete parece ser consecuencia del anterior, cada etapa de la historia se
preparó con la anterior, son nuestras decisiones de hoy las que prepararán el futuro
que viviremos mañana. Los jinetes no sólo representan hechos ocurridos antes del
momento en que Juan escribe, reflejan también las consecuencias de un mundo que se
construye en contra de la voluntad de Dios, que es voluntad de amor, fraternidad,
justicia y verdad entre las personas y los pueblos.

32
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En el quinto sello Juan ve debajo del altar a los mártires gritando delante de
Dios: “¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia y sin tomar
venganza por nuestra sangre de los habitantes de la tierra?”. Era la pregunta que se
hacían los cristianos perseguidos y que se hacen todos los que sufren la violencia y la
injusticia: “¿Hasta cuándo?”. Es el momento del hoy de las comunidades de Juan y su
respuesta a la pregunta por la utilidad de seguir resistiendo. La sangre de los muertos
no ha sido en vano, ellos están delante de Dios reclamando justicia, y se les ha pedido
que esperen el tiempo de la persecución “hasta que se completara el número de sus
consiervos y hermanos que iban a ser muertos como ellos”, hasta que el tiempo de la
persecución llegue a su fin. Mientras tanto, ya participan de la gloria y el triunfo del
Cordero (vestiduras blancas), es decir, no son víctimas inútiles sino los primeros
triunfadores de la batalla entre la construcción del Reino de Dios y los que se oponen
a El.

En el sexto sello encontramos una serie de imágenes que señalan en la Biblia el


fin de los tiempos, la llegada definitiva del Reino a través de una conmoción cósmica.
Estas imágenes no aluden a una destrucción, sino a la transformación total y profunda
de la creación y de la historia humana, una especie de “cambio de escenario” completo,
profundo y renovador. Juan agrega un elemento nuevo: el terror de todos los
poderosos y opresores frente a “la cólera del Cordero”. El temor no es para las
comunidades ni para los oprimidos, los que deben temer son los opresores y
poderosos, ellos sufrirán las consecuencias de su mal y desearán escapar sin poder
huir. Así Juan transporta a los creyentes desde la persecución presente al triunfo
definitivo en el futuro. Este triunfo ya se está realizando, aunque ocultamente, es
esta la certeza que ha de animar su camino y el nuestro.

d) La misión del pueblo de las comunidades en medio del mundo


(7,1-17)

Cuando esperábamos el séptimo sello y el fin de todo, Juan introduce un pasaje


nuevo. Cuatro ángeles detienen el movimiento de la historia (cuatro vientos) antes que
se realice la justicia de Dios y sean castigados los opresores. Un ángel viene a marcar
a los elegidos, a fin de que ninguno de ellos sufra las consecuencias del pecado de los
culpables. Hasta que no estén todos sellados, los ángeles detendrán el tiempo y
demorarán la realización del juicio. Los sellados son 144,000, lo que ha dado algunos a
pensar que hay un número limitado de salvados. Esto contradice la esencia de Dios,
que no tiene límites, sino que su amor es infinito. Se trata, como siempre en el
Apocalipsis, un número simbólico. Es la multiplicación de 12 x 12 x 1000. 12 de la

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antigua alianza, 12 de la nueva alianza, multiplicados por 1000, número redondo y


exacto, es decir, se salvarán todos los que quieran salvarse, sin que falte ninguno.
Luego, y por si las dudas, Juan ve una multitud inmensa de todas las razas
y pueblos. Ellos han triunfado (vestidura blanca) por su martirio (palmas), y su llegada
provoca la alabanza en el cielo. Un anciano aclara que son los que vienen “de la gran
tribulación” , es decir, los que han completado el número de los mártires, dando paso
al día de la justicia, cuando ha de abrirse el último sello de la historia.

Juan recuerda con estos símbolos que la persecución y el poder de los


opresores tiene un límite y que las comunidades deben resistir hasta que ese límite
llegue. Ellos deben perseverar en la fe y la esperanza, en la lucha y en la solidaridad
con sus hermanos, hasta el día del triunfo. Su tarea no es la desesperanza o la
resignación, tampoco es la venganza, sino el testimonio esperanzado de una realidad
nueva, que se va abriendo paso en la historia, a pesar del poder de los opresores,
inevitablemente.

e) La última etapa de la historia, el último sello y las siete trompetas


(8,1-13;9, 1-12).

El séptimo sello provoca un “silencio en el cielo, como una media hora” . Toda la
creación espera expectante el cumplimiento de la sentencia divina, el fin de la historia
y el triunfo del Cordero y su pueblo. Luego del silencio un ángel arroja perfume
delante del altar de Dios (“las oraciones de los santos”, aclara el texto) y luego arroja
brasas a la tierra, provocando “truenos, fragor, relámpagos y temblor de tierra”
(manifestación del poder de Dios). Las oraciones de las comunidades adelantan y
provocan la realización del plan de Dios y el triunfo del Cordero. Por ello, no somos
espectadores del drama de la historia, o títeres en las manos de Dios, sino sus
colaboradores. La oración sincera llega a Dios y provoca la realización de su justicia.

Siete ángeles reciben siete trompetas y se disponen a tocarlas. Los cuatro


primeros ángeles tocan sus trompetas, lo que provoca plagas en la tierra, a imagen de
las plagas de Egipto, nueva comparación que recuerda al pueblo de las comunidades la
acción del Dios Liberador. Las plagas son una nueva oportunidad de conversión, y su
destrucción se limita a “una tercera parte”. Dios, incluso cuando está cumpliendo su
justicia, no se olvida de la misericordia, y da una nueva oportunidad para convertirse.
Un águila se lamenta por los habitantes de la tierra ante el toque de las tres últimas
trompetas, separando estos dos momentos.

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La quinta trompeta da paso al primer “¡Ay!”, recordando la caída de Satanás


desde el cielo, y el provoca una plaga de langostas que más parece la imagen de un
ejército, que maltrata a los opresores y sus cómplices (los que no están marcados),
pero no al pueblo de las comunidades ni a la naturaleza. El poder del mal parece
inmenso, pero es limitado (cinco meses, no pueden matar), es el poder de quien ya ha
sido derrotado (Satanás) al caer del cielo. La destrucción de todo el poder humano, de
aquello que lo enorgullecía, es el primer aviso del fin. Los opresores no mueren, pero
sufren. Esto no es una actitud sádica de Dios, sino una oportunidad más, incluso en
medio del castigo, para la conversión. Quien ha muerto ya no puede cambiar, mientras
hay vida, hay esperanza.

La sexta trompeta anuncia la última plaga, la liberación de los vientos de la


historia que habían sido detenidos por Dios mientras se marcaba a los elegidos. La
destrucción que la propia humanidad se ha provocado, ya no será detenida por Dios,
los ángeles salen en un momento preciso a exterminar la tercera parte de la
humanidad. Esta imagen es un nuevo recuerdo de dos ideas base del Apocalipsis: Que
Dios es Señor de la Historia y la va conduciendo hacia su propósito, y que cada
situación, por muy terrible que sea, ofrece una oportunidad para convertirse. La
imagen de los ejércitos es la de los partos (el Eufrates), quienes aparecen como
instrumentos de Dios al atacar al imperio romano. La última oportunidad tampoco
provoca la conversión, sino que la rebeldía y el crimen aumentaron más, más asesinato
y robos, idolatría e injusticia. El tiempo de la paciencia y de las oportunidades está
llegando a su fin.

Juan ve a continuación un ángel que grita con fuerte voz, parado entre el mar y
la tierra (toda la creación, toda la historia) y recibe de Dios una respuesta que debe
permanecer en secreto (siete truenos). Somos colaboradores de Dios, pero su
proyecto nos supera y en gran parte caminamos sin entender el sentido plenamente de
lo que vivimos. Este debe quedar secreto hasta el fin, sólo entonces comprenderemos
todo totalmente. Es una invitación a la humildad y a la confianza en Dios. El ángel hace
un juramento solemne:”Ya no hay más tiempo, sino que en los días en que se oiga la voz
del séptimo Ángel, cuando se ponga a tocar la trompeta, se habrá consumado el
Misterio de Dios, según lo había anunciado como buena nueva a sus siervos los
profetas”. El tiempo de las oportunidades durará hasta la séptima trompeta, entonces
Dios realizará su plan sin más demora. Nótese que Juan alude a la “buena nueva”
(evangelio) anunciada por los profetas, los constantes defensores del pobre y
oprimido y cuidadores de la fidelidad a la alianza. El Evangelio y el clamor de los

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profetas se realizará en breve, hay que tener esperanza, es lo que Juan quiere decir
a sus hermanos perseguidos.

f) Los símbolos del libro amargo y dulce y los dos testigos


(10,8-11;11,1-13).

Antes del toque de la última trompeta, aparecen dos imágenes que representan
la última oportunidad para la conversión. La primera de ellas es un libro abierto que
Juan toma de la mano del ángel que ha jurado el fin de la espera. El libro es dulce en a
boca, pero amargo en el estómago. Es el libro que Juan está escribiendo, es el
Evangelio de Jesús que debe ser proclamado, es el anuncio de la última etapa del
camino de las comunidades, la última etapa de la historia. El mensaje es esperanzador,
agradable (dulce), pero hay que comprometerse para realizarlo y vivirlo, lo que
conlleva sufrimiento y dificultades (amargo). Juan debe comérselo (asimilarlo, hacerlo
vida) para poder proclamarlo. Es la misión de las comunidades, vivir desde ya la
realidad del Reino de Dios, vivir fraternamente y de verdad aquél mundo nuevo que
empieza en la historia, pero que se realizará plenamente más allá de ella.

Juan se prepara a medir el santuario, el templo de Dios, imagen de su pueblo. La


imagen está tomada de Ezequiel 40, 3ss, y recuerda que las comunidades, el pueblo de
Dios (el santuario) está siendo perseguido (pisoteado y rodeado) por el imperio (los
gentiles), pero esta persecución durará un tiempo definido (42 meses, 3 años y medio,
tiempo de persecución) y durante este tiempo Dios ayudará a su pueblo y no faltará
profetas que animen al pueblo y lo guíen, denunciando el pecado y la injusticia de los
opresores. Es lo que señala la imagen de los dos testigos.

Los testigos son descritos con imágenes que recuerdan a Moisés y a Elías.
Algunos han visto en ellos a Pedro y Pablo, asesinados en Roma bajo Nerón. Pero ya
sabemos que e Apocalipsis tiene significados múltiples en cada imagen, sacada del
Antiguo Testamento o de la historia de las comunidades, tienen también una
proyección universal. Para comenzar los testigos son dos, es decir, una comunidad.
Nadie da testimonio solo, ni construye el Reino en soledad. Caminamos como pueblo y
como pueblo damos testimonio de un mundo nuevo, aún por nacer, pero que ya ha
comenzado.

Durante todo el tiempo de la persecución los dos testigos (las comunidades)


anunciarán la buena nueva y denunciarán la injusticia y la opresión. Como todos los
profetas son incómodos, el imperio (la Bestia) los matará y parecerá que todo está

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perdido, los opresores celebrarán y las comunidades vivirán la desilusión. Pero cuando
todo está perdido, los testigos resucitan, las denuncias continúan y la buena nueva
sigue avanzando a pesar de la persecución y la muerte. El triunfo de los testigos
provoca la conversión de muchos, es decir, el sacrificio no será inútil y hasta última
hora es posible la conversión.

Ahora las comunidades viven el tiempo del testimonio, animada por los profetas
que Dios envía en todo tiempo y lugar, profetas siempre molestos para los poderosos,
pero necesarios e inevitables. Es la hora de perseverar, hasta el momento de la
llegada definitiva del Reino.

g) La séptima trompeta, la llegada definitiva del Reino de Dios.


(11,14-19).

Con la séptima trompeta se realiza el plan de Dios. Se anuncia un “¡ay!” que no se


describe, pero se hará más tarde. Y es que lo importante no es el sufrimiento de los
opresores, sino la alegría de la llegada del Reino y la realización de las promesas para
los que perseveraron. Todo en torno al trono de Dios es canto y alegría, es la fiesta
que llega al fin de la jornada, la entrada en el Santuario de Dios, en la comunión
perfecta con el Dios de Jesús.

Así Juan describe el plan de Dios y su realización, visto desde el cielo, desde
Dios mismo. El proyecto se va realizando inevitablemente y las comunidades han
podido verlo claro en este recorrido. Ahora tendrán más esperanza para resistir en
medio de la persecución y vivir desde ya en el Reino nuevo que esperamos.

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Tema 7: Segunda relectura:


La Historia: El plan de Dios se realiza

En la sección anterior, Juan ha analizado la persecución que sufren las


comunidades y el sentido de la historia, desde la mirada de Dios. El pueblo ha podido
ver claramente el sentido de cada etapa del camino y ha renovado su confianza en el
Dios de Jesús, el Señor de la Vida y de la Historia. Con esta luz nueva, Juan invita a
las comunidades a mirar nuevamente su historia, a bajar del cielo a la tierra y ver
cómo este plan de Dios, descrito desde el cielo en la sección anterior, se va realizando
en la tierra, mediante la presencia constante de Jesús resucitado en medio de su
pueblo, como testimonio del mundo nuevo que ha empezado a nacer, a pesar de la
opresión y la injusticia.

La luz nueva que el pueblo ha tomado de la mano de Dios le ayudará a mirar su


propia historia con una mirada más crítica y profunda, descubriendo lo que se oculta
detrás de los hechos que antes parecían inexplicables. El drama de la historia se va
revelando poco a poco, y el pueblo podrá ver la persecución que sufre como un acto
más de ese drama, como su aporte final al triunfo del Cordero y de su pueblo.

a) La lucha entre la humanidad y el poder del mal


(12,1-17).

Juan abre esta sección con una imagen de lucha. Por un lado, una mujer a punto
de dar a luz a un niño-varón “que ha de regir las naciones con vara de hierro” . Por el
otro, un dragón rojo de siete cabezas, que trata de matar al niño para que no gobierne
a las naciones y, una vez fracasado su intento, persigue a la mujer y a sus hijos, siendo
nuevamente derrotado. Antes de revisar los muchos símbolos, vamos a hacer una
mirada de conjunto.

La lucha entre la mujer y el dragón es un reflejo de la historia de la humanidad,


del pueblo de las comunidades y de cada uno de nosotros. La persecución que viven las
comunidades, los sufrimientos que vivimos nosotros, son parte de una lucha mayor que
ya está ganada. Se trata de la lucha entre las fuerzas del mal (el dragón, la bestia, el
imperio romano, los opresores de todos los tiempos) y las fuerzas del bien (mujer,
niño-varón, el Cordero y su pueblo) que las van derrotando paso a paso, hasta la
victoria final. Juan trata de evitar que los árboles no nos dejen ver el bosque. Las
comunidades están peleando contra un poder más antiguo y poderoso, y el imperio
romano, por muy poderoso que parezca, es sólo su instrumento.

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La historia humana es una constante lucha por sobrevivir, por avanzar y crecer.
Es una lucha, porque las condiciones en las que vivimos son opuestas a la vida, la
limitan y tratan de apagarla, pero la vida continúa a pesar de todo. En este combate
entre el bien y el mal, estamos llamados a hacer nuestro aporte a favor de la vida, en
contra de la opresión y la muerte, sabiendo que la victoria ya está ganada, y que los
sufrimientos presentes, la persecución y la opresión, no son más que los últimos
esfuerzos de un dragón que ya se sabe derrotado, expulsado y destruido. Su tiempo
es breve y su fin ya está pronto, es la hora de perseverar y luchar.

Juan alude a figuras tomadas principalmente del Génesis y de otras tradiciones


de Israel. Vamos a mirar cada uno de los personajes por separado, para descubrir con
más claridad lo que significan.

La mujer encinta está a punto de dar a luz. Su sufrimiento es el anuncio de una


nueva vida que nace, una nueva realidad que comienza. La persecución que viven las
comunidades, el sufrimiento de la humanidad entera, no es inútil, sino que es el signo
de un mundo nuevo que está por nacer y que se realiza por nuestro testimonio, incluso
en medio de la persecución y el sin-sentido. Esta mujer representa a la Iglesia, como
signo de la humanidad nueva que ha nacido en Cristo y se sigue desarrollando en la
historia, hasta el fin de los tiempos.

La mujer da a luz y huye al desierto, perseguida por el dragón. Dios la protege


(alas de águila) y la alimenta. El desierto es el lugar de la prueba y la soledad, el lugar
de la tentación y la madurez. El pueblo de Israel, una vez liberado de la opresión en
Egipto, tuvo que pasar por el desierto para ser un pueblo libre. Después de la
liberación no viene inmediatamente el mundo nuevo, hay que pasar la dura etapa de la
persecución y la soledad, la aridez y la protección de Dios, para así ir construyendo
esa nueva realidad que soñamos y se realizará al fin.

El niño varón es Jesús, el Mesías, el que por su triunfo, su vida y su mensaje,


dará la victoria a los que luchan por la vida en contra de las fuerzas del mal y la
opresión en cualquiera de sus formas. El niño es atacado apenas nace, pero es
rescatado por Dios. Esta imagen recuerda la persecución que sufrió Jesús durante
toda su vida y su resurrección, su triunfo sobre las fuerzas del mal. Para Juan, el
destino de la humanidad ya está decidido, el mal ya ha sido derrotado y Jesús y su
pueblo ya han triunfado. El tiempo de la historia es el plazo que queda para construir
ese mundo nuevo que esperamos, esa nueva realidad que ya ha comenzado, y es el

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tiempo también en que las fuerzas del mal hacen lo posible por frenar el avance del
Reino y demorar su derrota definitiva.

El dragón rojo representa el origen del mal y su poder, que desde los principios
de la historia (génesis) hasta el final de ella, lucha por frenar el avance del Reino de
Dios, de la vida y la libertad. Es representado con imágenes que recuerdan el imperio
romano (color rojo, siete cabezas = siete colinas de Roma). Detrás del imperio y su
poder, hay un poder más antiguo y poderoso, pero derrotado por Jesús. Es el poder
del demonio y de los que le sirven, aún sin saberlo, cada vez que ponen sus vidas al
servicio de la opresión y la injusticia. El dragón sufre constantes derrotas en su lucha:
Primero por Jesús en su resurrección, luego por las fuerzas de Dios encabezadas por
Miguel y luego por la misma tierra, que traga todos los imperios y todo el orgullo
humanos, por muy poderosos que sean. La mujer prevalece, el bien triunfa siempre,
aunque las fuerzas del mal parezcan muy poderosas.

El poder del mal siempre toma forma concreta en personas, sistemas o


situaciones injustas y opresivas. Es a través de estas formas concretas como el poder
del mal “hace la guerra al resto de sus hijos (de la mujer), los que guardan los
mandamientos de Dios y el testimonio de Jesús”. Es decir, despechado por su derrota,
resentido contra Dios y la humanidad, el poder del mal toma forma en el mundo para
perseguir a los que se ponen al servicio de la nueva humanidad, a los que buscan la
justicia y la liberación para su pueblo, continuando la senda de Jesús. Por eso las
comunidades sufren persecución y por eso mismo deben perseverar, pues se trata
sólo de un esfuerzo desesperado. La victoria sobre el mal ya es nuestra.

Con estas imágenes Juan quiere animar al pueblo de las comunidades a


perseverar y les ayuda a entender el sentido de la historia y la persecución
presentes:

• El poder del mal ya ha sido derrotado por Dios y lo será siempre, no importa de
dónde venga o la forma que tome. Hay que optar por la vida y la justicia, pues el
triunfo ya está asegurado.
• El imperio romano es sólo un instrumento del mal, un títere que pretende ser
todopoderoso, pero que deberá sufrir las consecuencias de su propio mal y su
propia injusticia.
• Las comunidades deben perseverar, aún en medio de la persecución porque sus
sufrimientos no son signos de derrota, sino de fuerza. Son los dolores que abren
paso al mundo nuevo que esperamos, a una nueva humanidad renacida en Cristo, al

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cielo nuevo y tierra nueva donde habita la justicia, la plenitud de la vida y de la


paz.
• Esta realidad nueva se construye en la historia, con los triunfos de cada día, con el
testimonio de cada uno y de todos. Se realizará plenamente más allá de la historia,
pero no sin ella.

Aclarando estas ideas, Juan nos invita a mirar la persecución de las comunidades y
el poder del imperio romano. Con esta nueva perspectiva, la realidad del sufrimiento y
la opresión se ven muy diferentes.

b) Los instrumentos del mal


(13,1-18)

Juan describe a continuación cómo el poder del mal ataca a los “hijos de la
mujer”, al pueblo de las comunidades. Primero nos describió quién estaba detrás de la
persecución, ahora nos describirá quién está al frente. Esto lo hace a través de la
imagen de dos bestias, una surge del mar y otra de la tierra.

El mundo antiguo se veía constantemente enfrentado a los animales salvajes, los


que provocaban en las personas mucho miedo, terror y desconfianza. Nosotros hemos
suavizado ese miedo, porque no nos enfrentamos a animales salvajes, salvo en los
zoológicos. Por eso, las bestias simbolizan para el mundo bíblico la ferocidad, la
brutalidad y el asesinato, el atropello constante a la vida, sin respeto ni medida.

La primera bestia viene del mar, que en este caso es el mar mediterráneo. Los
romanos llamaban a este mar “mare nostrum” (nuestro mar), porque habían
conquistado todos los pueblos que vivían en la costa. El imperio romano viene del mar,
y sus siete cabezas (las siete colinas de Roma) se dirigen a atacar al pueblo de las
comunidades. El emperador se atribuía cualidades divinas (“el divino César”) y
justificaba la opresión como un designio de los dioses. Por eso Juan dirá que es una
bestia feroz, que tiene sobre sus cabezas nombres que ofenden a Dios, y que
proclama su propia grandeza como indestructible.

El imperio era poderoso y había superado sus propias crisis y debilidades ( “una
de sus cabezas parecía herida de muerte, pero su llaga mortal se curó” ), y todos lo
alababan y se admiraban de su grandeza y poder. Todos, menos los creyentes, que
descubrían sus intenciones y creían que las cosas debían ser distintas. Juan presenta
la bestia del imperio romano como una caricatura del Cordero, como una falsa imagen

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de Dios. Pero su poder y su tiempo es limitado (tres años y medio) y ya comienza a


llegar a su fin.

El pueblo no debe dejarse engañar. El imperio es débil y su ferocidad es un


signo más de su propia debilidad. Es la hora de perseverar, de resistir con más
fuerza, incluso si esa resistencia conlleva la cárcel o la muerte. Es el momento en que
se verá claramente quién es fiel y quién no, es en medio de la persecución y las
dificultades donde la Iglesia se hace fuerte. Juan hará un llamado apasionado a las
comunidades: “El que tenga oídos, que oiga: El que a la cárcel, a la cárcel debe ir, el
que deba morir por la espada, por la espada ha de morir. Es el momento de la
resistencia y la fe de los santos (las comunidades)”.

El primer instrumento del mal, y que pone en peligro la vida y perseverancia del
pueblo de las comunidades, venía del mar, desde afuera. Pero existe otro peligro, más
sutil y difícil de reconocer, y que viene desde dentro, desde la tierra. La segunda
bestia que viene de la tierra, parece un cordero, pero es una serpiente. Ocupa su
poder para que todos sirvan al imperio, por medio de señales de poder y grandeza,
controlando cada movimiento mediante el sistema imperial (la marca de la bestia) y
exterminando a los que no se sumen al imperio ni lo adoren.

Se trata del peligro de la religión del imperio, que se infiltra en las


comunidades y provoca dudas de fe y esperanza. El culto al emperador era parte de la
dominación romana y exigía la construcción de templos y de imágenes del César por
todo el imperio. Los sacerdotes del imperio realizaban trucos y demostraciones para
que todos creyeran que el emperador era un dios, incluso afirmaban que Domiciano era
Nerón Resucitado.

Frente a un culto tan propagado, frente a la propaganda imperial, era muy


difícil no dejarse influenciar. Las comunidades sufrían esta crisis con dolor,
alimentada por muchos otros que parecían ser seguidores del Cordero, pero que
hablaban a favor del imperio. Y es que siendo el sentimiento religioso algo tan fuerte
y profundo en el ser humano, ha constituido siempre una herramienta poderosa para
dominar a los pueblos o justificar la opresión y la injusticia. Por eso Juan denuncia
esta falsa religión como un instrumento del mal, porque el verdadero Dios, el
verdadero Cordero, no justifica la opresión, sino que la combate mediante el pueblo de
las comunidades. Dios es un Dios de libertad y esperanza, no de opresión o injusticia.

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Todos se someten a las reglas del imperio, que determina su forma de pensar y
actuar (la marca en la frente y en la mano). Juan habla de marca, aunque el imperio
usaba sellos para aprobar documentos. Sólo aquellas órdenes que llevaran el sello del
emperador debían ser obedecidas. Esta diferencia es importante, porque el único que
puede “sellar” es el Cordero, el imperio sólo puede marcar a los suyos, no protegerlos
ni hacerlos de su propiedad. En el fondo, todos apoyan al imperio por sus propios
intereses y no por una adhesión de verdad, al contrario de las comunidades, que
adhieren al proyecto de Jesús con todo su ser.

La marca de la bestia, es el número 666. Para descubrir el poder del mal y la


opresión se requiere inteligencia, una mirada que no sea ingenua, sino crítica. Es el
número de un hombre, aclara Juan, no de un dios. El emperador sólo es un hombre
mortal como todos y su poder también lo es. El número es un juego de letras para
poner el nombre del emperador (Nerón, probablemente) sin nombrarlo, como una
medida de seguridad. El número también tiene otra lectura: es un 6 y no un 7. El 7 es
la perfección y la totalidad. El imperio pretende ser perfecto y todopoderoso (7),
pero esto es sólo una ilusión, su poder y su grandeza son frágiles y desaparecerán
como todos los imperios que se construyen sobre la violencia y la injusticia (6).7

Con esto, Juan aclara quiénes son las fuerzas del mal y cuáles son sus
instrumentos. Ahora el pueblo puede ver claro qué hay detrás del imperio y de la
persecución que sufren.

c) El pueblo de las comunidades triunfa, a pesar de todo


(14,1-20).

Juan ha mostrado cómo se organizan y actúan las fuerzas del mal. Ahora
mostrará cómo se organizan y actúan las fuerzas del bien, que avanzan victoriosas a
pesar de la persecución. No todo en el mundo es malo, y aunque la injusticia y opresión

7
Para sumar 666, existe una gran cantidad de combinaciones. La base de la que hay que partir para
hacer este cálculo, es el hecho de que en griego y en hebreo las letras del alfabeto tienen valor
numérico, pues estas lenguas carecían de numerales. La opinión más aceptada entre los estudiosos es
que Juan se refiere a Nerón, dado que su nombre en hebreo es NRWN QSR (Nerón César), recordando
que en el hebreo no se escriben vocales entre las consonantes (y los puntos vocales, que de cualquier
forma no tienen valor numérico, fueron adaptados varios siglos después de la escritura del Apocalipsis),

y las equivalencias numéricas son: . N(50) + R(200) + W(6) + N(50) +


Q (100) +S (60)+ R (200) =666. En griego, la suma da 616, por lo que algunas versiones de la
Biblia, muy pocas, utilizan esta otra cifra. En tal caso 616 no significa “Nerón César”, sino “Dios César”.
Como sea, todo parece coincidir con mucha fuerza para confiar en que el pasaje se refiere a Nerón.

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son poderosas, el pueblo de las comunidades debe aprender a descubrir las fuerzas
del bien que también actúan en el mundo, de forma menos evidente y espectacular que
las del mal, pero mucho más efectivas que ellas, pues el mal ya ha sido derrotado. Su
derrota final es cuestión de tiempo.

Estas fuerzas del bien son representadas por Juan con la imagen del Cordero
(Jesús) en el mote Sión, es decir, en el lugar donde estaba edificada Jerusalén, y
particularmente el Templo. El sentido es evidente: Jesús está en medio de su pueblo
como triunfador (de pie) y derrota al mal junto al pueblo de las comunidades,
representado por los 144.000 sellados.

Ya revisamos en Ap. 7,1-17 el sentido simbólico de los 144.000. Ahora se nos


muestra a este grupo actuando, como un ejército acampando para la lucha contra el
mal. El pueblo no ha sido sellado sólo para protegerlos, sino también para que den
testimonio de la Buena Nueva de Jesús en medio de un mundo que no camina como
Dios quiere. El texto nos aporta algunos detalles sobre este grupo, que conviene
revisar con más calma:

Llevan el nombre del Cordero y su Padre…

Al contrario de los que siguen a la Bestia, que llevan la marca de su nombre, el


pueblo de las comunidades lleva el sello del verdadero Dios y del Cordero. Cada grupo
deberá compartir el destino de quien sigue, y los que llevan el nombre del Cordero
compartirán su triunfo. Además de esto, los sellados deben dar testimonio de una
forma de vivir diferente de los opresores, de los que se han hecho cómplices de la
injusticia y la mentira (los seguidores de la Bestia). Esta forma de vivir y convivir
permite reconocer a los seguidores de Jesús, distinguirlo claramente, tan claro, como
si llevaran el nombre de Dios escrito en la frente.

Cantan un cántico nuevo…

El canto de las comunidades, lo que ellas celebran, sólo lo pueden aprender los
que se han comprometido con la causa de Jesús y han resistido al imperio en medio de
la persecución. Es decir, para comprender el mundo nuevo que las comunidades buscan
vivir y provocar, es necesario comprometerse con el bien y oponerse a las fuerzas del
mal. Se trata de un canto de victoria, que se repetirá varias veces en el Apocalipsis.
Las comunidades ya celebran la victoria sobre el mal y la injusticia, ya se sienten
triunfadores porque saben que lo que se realizó en Jesús se realizará también para

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ellos. Por eso las comunidades celebran su esperanza, porque el Cordero ya ha


triunfado, y nosotros triunfaremos con él.

Son vírgenes…

Los profetas acostumbraban comparar la relación entre Dios y su pueblo con la


relación entre esposo y esposa. Desde esta perspectiva, la infidelidad a Dios o el ir
tras otros dioses es comparada con el adulterio y la prostitución. Asimismo, la
fidelidad a Dios y el rechazo a la idolatría y la mentira es comparada con la virginidad.
El pueblo del Cordero es virgen, porque ha perseverado en la fidelidad a su esposo
(Cordero) y no lo ha engañado con otros amantes (la bestia). Esta fidelidad es la
mejor manera de resistir y asegurar la participación en el triunfo del Cordero.

Siguen al Cordero…

El pueblo de las comunidades es el pueblo de los que siguen a Jesús, con


fidelidad y alegría. Esto es lo que define la identidad de las comunidades y marca su
forma de lucha contra el mal: el seguir a Jesús a donde quiera que vaya, el buscar
repetir su camino en cada momento y situación, dar testimonio de su presencia en
medio de nuestro pueblo y su historia.

Primicias para Dios…

Las primicias son los primeros frutos de la tierra, de los animales y de la


familia. Toda primicia era ofrecida a Dios debía ser sin defecto. Así, los 144.000 son
primicias, porque se han ofrecido a Dios por medio del testimonio de su vida y no
tienen defecto, es decir, han perseverado en la fidelidad al Evangelio y no se han
dejado engañar por el mal y sus mentiras. Estos representan el ideal que debemos
buscar, la fidelidad a Dios total y absoluta, en medio de las circunstancias de la
vida.

No se encontró en ellos mentira…

Los que siguen a Jesús buscan la verdad y la viven. Detrás de todo pecado, de
todo sistema injusto, de toda opresión, hay una mentira sobre Dios o sobre los seres
humanos. Por eso las comunidades buscarán la verdad y denunciarán la mentira que
se esconde detrás del imperio, o detrás de cada manifestación del mal, “que es
mentiroso desde el principio” (cf. Jn. 8,44).

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Luego de la presentación del pueblo del Cordero, y a través de esta imagen, de


la forma como las comunidades deben resistir al poder del mal y dar testimonio de la
verdad, aparecen tres ángeles que anuncian tres cosas diferentes, que señalan tres
etapas del camino de las comunidades, en espera del triunfo definitivo del Cordero y
su pueblo.

El primer ángel anuncia “una buena nueva eterna”, es decir, el Evangelio, la


hora de su realización definitiva. Su anuncio es motivo de esperanza para las
comunidades y una advertencia para los opresores y sus cómplices: “Teman a Dios y
denle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio; adoren al que hizo el cielo y la
tierra, el mar y los manantiales de agua”. El ángel invita a las comunidades a
perseverar, y a los opresores a convertirse y reconocer que son creaturas de Dios
creador, y que los oprimidos también lo son. El sistema opresor se basa en una
mentira: que los seres humanos no son todos iguales. Por eso, el primer paso es
reconocer que todos somos creaturas de Dios, necesitados de su ayuda, y construir un
sistema que refleje esta realidad, que se base en la verdad de la fraternidad
universal.

El segundo ángel anuncia la caída de la Gran Babilonia, “la que dio a beber a
las naciones el vino de su furor”. Babilonia era la ciudad donde fueron desterrados los
judíos luego de la división del reino de Israel. Desde entonces, representó siempre a
todos los poderes humanos que oprimían al pueblo escogido, en este caso, se trata de
la Roma imperial. Ella ha emborrachado a todos los pueblos con sus mentiras,
llevándolos a la idolatría y a ser cómplices de la opresión de los pobres y de las
comunidades. Por eso han bebido el vino de su furor, es decir, sus acciones han
acumulado la ira de Dios y han agotado su paciencia. Se acerca la gota que derramará
el vaso de la paciencia de Dios y su juicio se realizará inevitablemente contra la Roma
de los Césares, y contra todo poder opresor a lo largo de la historia.

De este modo, el imperio y su opresión, aún sin saberlo, ayudan a apurar la


llegada del juicio de Dios. Están acumulando argumentos para que Dios actúe y por eso
las comunidades deben perseverar, pues la Gran babilonia ya ha caído y los que la
apoyan caerán con ella.

El tercer ángel anuncia que los cómplices del imperio sufrirán su misma
suerte. Un sistema edificado sobre la mentira y la opresión, sólo puede cosechar
violencia y destrucción. Y todos los que se han hecho cómplices de la opresión y la

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mentira sufrirán las consecuencias de la destrucción de ese mismo sistema que han
construido. Con imágenes bastante fuertes, Juan llama a las comunidades a asumir su
responsabilidad. Quien colabora con el imperio es su cómplice, quien no denuncia la
opresión y la injusticia es responsable de ella, quien avala la mentira sufrirá las
consecuencias de esa mentira. Un sistema construido sin Dios termina volviéndose en
contra del ser humano y, sobre todo, en contra de los que lo crearon o lo sostienen.

Esta verdad ha de realizarse en el caso del imperio romano, advierte Juan, y a


través de esto hay que descubrir el juicio de Dios.

Tres son las ideas claves de las etapas que los ángeles anuncian, como señales
de la realización del juicio de Dios:

• La llamada a reconocer a Dios como Creador y construir un mundo fraterno entre


los seres humanos, pues todos son creaturas de Dios e iguales entre sí.
• El anuncio de la autodestrucción que todo sistema injusto lleva dentro de sí.
Mientras más opresivo sea un sistema, más cerca está su final, porque Dios
defiende la vida y la justicia. De hecho históricamente, el primer síntoma de la
caída de un poder opresor es el aumento de su violencia y opresión.
• La denuncia de la complicidad de muchos que se solidarizan con el sistema por su
propia conveniencia. Ellos son responsables también de la opresión y la injusticia,
porque al solidarizarse ayudan a sostener la opresión. Por ello, sufrirán las
consecuencias de la opresión y la injusticia, cunado Dios juzgue a ese sistema y lo
destruya.

Estos elementos preparan y anticipan el juicio de Dios. Es nuestra tarea en


preparación a la acción de Dios, que actúa en la historia a favor de los pobres y
oprimidos. Esta acción de Dios se representa en el texto por la figura del Hijo del
Hombre (Jesús) y la cosecha de la tierra, realizada con la participación de tres
ángeles. Así, el Hijo del Hombre es precedido por tres ángeles y seguido por otros
tres, con lo que se recuerda que Jesús es el centro de la historia y su Señor, historia
que se realiza según el plan de Dios, perfectamente (siete personajes: 6 ángeles y el
Hijo del Hombre), a pesar de la persecución.

Las figuras de la cosecha son dos: la siega del trigo y la vendimia. La cosecha tiene
su momento, “cuando la tierra está madura”. Juan anuncia que la maduración de la
tierra ya está lista y la hora de recoger el grano se acerca. La siega es siempre un
momento alegre, donde se festejan los bienes que produce la tierra: Ya no habrá

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hambre, pues el alimento está asegurado. El juicio de Dios ha ido madurando en la


historia, la alegría del pueblo perseguido ha madurado a través de la persecución, la
derrota de la opresión ha madurado a través de su violencia y su mentira. Jesús se
dispone a cortar con la hoz las espigas, se acerca el momento de la fiesta.

Un ángel realiza la vendimia. Sale del altar de Dios, donde estaban los mártires
gritando justicia en la sección anterior, y se dispone a cortar las uvas y extraer su
jugo. La sangre de los mártires, el jugo de las uvas, es depositada en el “lagar del
furor de Dios”, es decir, las sangre de los mártires, los oprimidos y los inocentes,
hace colmar la paciencia de Dios y apurar su juicio. La sangre de los justos cubre la
tierra en una distancia enorme y esa sangre grita a Dios pidiendo justicia. La
respuesta a este clamor se realizará por medio de las siete copas.

d) La fiesta de la victoria
(15,1-4)

Antes de relatar cómo el furor de Dios se va derramando sobre los opresores,


Juan nos muestra al pueblo celebrando. Y es que lo primero para Juan no es la
venganza contra los opresores, sino la alegría del triunfo del pueblo perseguido y el
mundo nuevo que este pueblo ha hecho posible, por medio de su testimonio y su
resistencia.

El pueblo canta el cántico de Moisés, es decir, el cántico que Moisés cantó una
vez cruzado el mar y derrotados los egipcios, ganando la libertad para su pueblo (cf.
Ex. 15, 1-21). Con esta imagen, Juan alude a la liberación del pueblo de Israel de
Egipto, recordando al pueblo de las comunidades que Dios los libera de la opresión,
hoy como entonces. También cantan el cántico del Cordero, porque a través del
triunfo de Jesús se realiza el triunfo sobre el poder del mal y sus cómplices.

e) La gota que rebasó el vaso (las siete copas)


(15,5-8;16,1-21)

Juan abre este símbolo con la imagen de la “Tienda del Testimonio” en el cielo.
El éxodo relata que el Arca de la Alianza se guardaba en una tienda durante la
peregrinación del pueblo por el desierto. Era el signo de la presencia de Dios en medio
del campamento y de cómo Dios los guiaba hacia una realidad nueva, fraterna y
solidaria, representada en la Tierra Prometida. También Dios va acompañando al
pueblo de las comunidades y lo va guiando hacia su triunfo.

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Siete ángeles reciben siete copas para “derramar sobre la tierra el furor de
Dios”. La imagen se parece a las siete trompetas que vimos en la sección anterior.
Evocan las plagas de Egipto, la acción del Dios Liberador de su pueblo. Veamos en
detalle cada una de las copas:

La primera copa afecta solamente a los opresores y sus cómplices (“a la Bestia
y a los que adoran su imagen”) Ellos serán los primeros que sufrirán las consecuencias
de su propio mal y su injusticia.

La segunda copa se derrama en el mar, acabando con toda vida, a diferencia de


la serie de trompetas, donde sólo se dañaba “la tercera parte”. El mar se ha vuelto
sangre, igual que en Egipto.

La tercera copa se derrama sobre los ríos y manantiales, los que también se
convierten en sangre, tal como en Egipto.

En medio de esta serie de siete, la voz de un ángel explica la razón de esta


destrucción: “Justo eres tú, aquél que es y que era, el Santo, porque ellos derramaron
la sangre de los santos y los profetas y tú les has dado a beber sangre. Lo tienen
merecido.” El sistema opresor, la Roma Imperial y todo sistema injusto, se construye
sobre la sangre de los inocentes, de los pobres y oprimidos. Esta sangre derramada
injustamente provoca la destrucción del imperio, es la sangre con la que se han
alimentado y enriquecido. Esa sangre se vuelve ahora contra ellos. Desde el altar,
donde están los mártires, se escucha una voz que confirma esta idea.

La cuarta copa se derrama sobre el sol, provocando un calor insoportable. En


lugar de asumir su responsabilidad y reconocer su pecado, los hombres reclaman a
Dios por su sufrimiento y no se convierten. Es la soberbia de los poderosos, que no
reconocen su injusticia y cambian de conducta, sino que insisten en su injusticia que
ofende a Dios.

La quinta copa se derrama directamente sobre el trono de la Bestia, el centro


del poder del mal y de su imperio, y lo llena de oscuridad. Su negativa a convertirse,
reconocer su injusticia y cambiar, provocan oscuridad y dolor. El caos se apodera del
imperio y ya no ven con claridad. Aún así, porfían en su injusticia y se cierran a la
justicia, por lo que los sufrimientos irán en aumento.

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La sexta copa seca el Eufrates, defensa natural del Imperio Romano contra los
partos. Ahora el imperio queda expuesto a la invasión y ataque de sus enemigos. El
caos que se apodera del imperio lo va debilitando, provocando el ataque de sus
enemigos.

Todos estos peligros provocan una medida desesperada. Tres demonios son
enviados por las fuerzas del mal para convocar a sus aliados y tratar de detener el
desastre. En lugar de detenerlo con la conversión, las fuerzas del mal tratan de
detener el desastre reuniendo sus fuerzas para combatir. Pero esta batalla ya la
tienen perdida, pues se reúnen en Harmaguedón, es decir, en la región montañosa de
Meguiddó. Símbolo de derrota y desastre (ver 2Re. 23,29; Za. 12,11).

La séptima copa provoca una voz desde el santuario, de Dios mismo: “Está
hecho”, es decir, ya no hay más dilación, el tiempo de las oportunidades se acabó. La
voz de Dios provoca truenos, relámpagos y terremotos, que son manifestación del
poder de Dios. Esto provoca la división de la Ciudad de babilonia, Roma, en tres
partes. La unidad del imperio está rota y su división es señal del juicio de Dios que se
está realizando. El imperio se debilita y sus aliados lo abandonan, para evitar el
castigo.

Esta realidad es profundamente cierta. Cuando un poder se levanta sobre la


injusticia consigue muchos aliados, pero cuando cae por el peso de su propia injusticia,
todos lo abandonan. Los que se alejan del Imperio no lo hacen por convertirse, sino
por evitar la destrucción que ya se advierte. Por eso el texto señala que siguieron
ofendiendo a Dios, buscando nuevas formas de mantener la injusticia y la opresión.

Ahora el pueblo ha visto claro el juicio de Dios y cómo el Imperio opresor será
derrotado por su propia soberbia, su violencia e injusticia. Mientras todo esto ocurre,
el pueblo de las comunidades está protegido, junto al Cordero en el monte Sión. Desde
ahí observa cómo Dios va realizando su justicia. Esto reitera la idea base del
Apocalipsis: el pueblo debe perseverar y confiar en Dios, porque El ve la injusticia y
juzga a favor de los pobres.

f) La gran prostituta, sentada sobre siete colinas


(17,1-18)

A través de las distintas etapas de la historia, representadas por las siete


copas, se realiza el juicio de Dios sobre el poder opresor de Roma. Por eso, es uno de

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los siete ángeles de las siete copas el que dice a Juan: “Ven, que te voy a mostrar el
juicio de la célebre ramera, que se sienta sobre grandes aguas, con ella fornicaron los
reyes de la tierra, y los habitantes de la tierra se embriagaron con el vino de su
prostitución”. Se trata de una descripción de la Roma Imperial con imágenes ya
conocidas, ahora puesta ante el juicio de Dios. Ella se emborracha con la sangre de los
mártires y Juan se sorprende ante la brutalidad de la imagen. Es lo que ocurría con las
comunidades. A través del Apocalipsis han descubierto la injusticia del imperio y han
quedado sorprendidos. La luz nueva que Juan les ha comunicado les ha permitido
descubrir todo el mal detrás del imperio que antes no veían, y que hasta les podía
parecer normal.

No es agradable ver la realidad con toda su crudeza, pero es necesario, si en


verdad se quiere descubrir el plan de Dios en la historia y reconocer el mal y
derrotarlo. Las comunidades no pueden cerrarse a la realidad, por muy dura que sea,
sino que deben enfrentarla y juzgarla según la óptica de Dios. La Roma Imperial
parecía poderosa y magnífica (“resplandecía de oro y piedras preciosas” ), con grandes
construcciones y una cultura avanzada, pero esta sociedad se había construido sobre
la injusticia y la violencia (“vestida de púrpura y escarlata”, el color de la sangre).
Esta ciudad aparentemente tan grandiosa, no es más que una gran prostituta y madre
de todas las prostitutas, es decir, es una ciudad que ha sido infiel a Dios y ha llevado
a otros a construir también un sistema injusto y opresivo.

Luego de esta presentación, Juan va dando pistas a las comunidades para que
descubran bien de quién se trata. Por razones de seguridad no podía nombrar
directamente al emperador o a Roma, por lo que usa símbolos conocidos: Siete colinas
(la ciudad de Roma), se sienta sobre grandes aguas (el mar mediterráneo), siete reyes
( los emperadores) y diez reyes (los pueblos aliados de Roma), etc. Los detalles son
muchos, algunos un poco confusos para nosotros, pero el sentido general es claro.

Esta Roma Imperial y sus aliados “harán la guerra al Cordero, pero el Cordero,
como es Señor de Señores y Rey de Reyes, los vencerá en unión con los suyos, los
llamados y elegidos y fieles”. El Cordero vence al poder opresor “en unión con los
suyos”, es decir, con el pueblo de las comunidades, a través de su resistencia y
fidelidad. Así, el pueblo de las comunidades contribuye al juicio del poder opresor y
participa de la victoria del Cordero.

Las muchas aguas del mar mediterráneo son los pueblos que Roma ha
conquistado. Juan señala que los pueblos sometidos se revelarán contra el imperio y lo

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destruirán (“la dejarán desnuda”, “comerán su carne”), cansados de su opresión y su


injusticia. Y es que los pueblos han aceptado la tutela romana a regañadientes, porque
son débiles y pequeños, y no porque sean verdaderamente aliados. Un poder opresor
se construye sobre alianzas de intereses y no sobre una fidelidad de verdad. Por eso
el imperio es en verdad muy débil, porque debe someter por la fuerza para poder
subsistir.

Al final, Juan es más explícito aún, por si alguien no ha comprendido de quién


estamos hablando: “La mujer que has visto es la Gran Ciudad, la que tiene soberanía
sobre los reyes de la tierra”.

g) Ha caído la gran prostituta


(18,1-3)

Como ya hemos señalado, en el Apocalipsis pasado, presente y futuro se


confunden y mezclan, como en un solo tiempo. Es la manera de ver el tiempo desde la
mirada de Dios, donde lo que esperamos ya está sucediendo y se va realizando en la
historia. Es lo que Juan nos recuerda con el anuncio de la caída de Babilonia, la
Grande, la Roma de los Césares. El imperio romano no respeta la vida de los pueblos
que oprime y por ello se ha vuelto en “guarida de demonios”, es decir, el mal y la
injusticia se han propagado dentro del mismo imperio, pues cunado no se valora la vida
de los otros se termina no valorando la propia.

Por eso, las razones de la caída del imperio hay que buscarlas dentro del
imperio mismo. Es el propio sistema que ha creado, injusto y opresivo, el que
terminará destruyéndolo, realizándose así el juicio de Dios. Las razones las agrupa
Juan en tres puntos, que revisaremos a continuación:

• Todas las naciones han bebido el vino de su prostitución . La injusticia del imperio
se ha transformado en la injusticia de todos los poderosos, creándose un sistema
injusto en donde cada uno oprime al que está abajo, mientras él mismo es oprimido
por alguien también. Se trata de una pirámide de injusticia, donde cada uno bebe la
sangre del otro para sobrevivir, actuando contra la voluntad de Dios, que es
voluntad de vida, de justicia y solidaridad entre las personas y los pueblos. Por eso
se habla de prostitución, porque han sido infieles a Dios y no han respetado la
alianza que Dios ha hecho con toda la humanidad (ver. Gén. 1,28ss; 8, 21-17).

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• Los reyes de la tierra han fornicado con ella. La fornicación dice relación con las
relaciones sexuales fuera del matrimonio. Es distinto del adulterio, donde se
tienen relaciones con una persona que no es el esposo o la esposa. Los pueblos de la
tierra no han hecho alianza con el Dios de Israel, por lo que actuar contra su
voluntad no es comparable al adulterio. Sin embargo, cuando los pueblos actúan con
injusticia y violencia también faltan a la voluntad de Dios, y por ello se habla de
fornicación. Su relación con el imperio es pecaminosa, contraria a la voluntad de
Dios, pues no ya un compromiso de por medio, sino una utilización mutua, contraria
a la voluntad de Dios.

• Los mercaderes de la tierra se han enriquecido con su lujo desenfrenado . El


imperio ha construido un sistema que acumula riqueza para unos pocos, despojando
a la mayoría de los pobres. Esta realidad es contraria a la voluntad de Dios, pues el
exceso de bienes y lujos por un lado, provoca miseria y pobreza por otro. Para
Juan la pobreza y la miseria no son un fenómeno casual, sino fruto de un sistema
injusto y contrario a la voluntad de Dios, siguiendo en esto la tradición de los
profetas, constantes defensores del pobre y oprimido. Por eso, la sangre de los
pobres de la tierra da testimonio contra el imperio y sus cómplices y provoca el
juicio de Dios.

Las pruebas contra la Roma Imperial son incuestionables y su culpabilidad salta


a la vista. La sentencia de Dios está próxima y no tardará. Mientras tanto, el pueblo
de las comunidades tiene una misión, y es lo que Juan aclara a continuación.

h) Pueblo creyente, no te contamines con ella


(18,4-8).

Una voz desde el cielo declara: “Sal de ella, pueblo mío, para que no te hagas
cómplice de sus pecados y no te alcancen sus plagas, porque sus pecados llegan al cielo
y Dios se ha acordado de sus injusticias”. Es la voz de Dios, que llama a su pueblo a ser
consecuente y no ser parte del sistema injusto que Dios ha condenado. No se trata de
alejarse del mundo, de aislarse de los problemas sociales o refugiarse en una religión
descomprometida. El sentido del llamado divino es múltiple:

• Si el pueblo debe salir de la ciudad pecadora, es porque está adentro, El primer


paso para derrotar un sistema injusto es reconocer que, de alguna forma, somos
parte de él. Juan invita a las comunidades a la autocrítica, a reconocer sus

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complicidades y liberarse de ellas, para ser de verdad consecuentes con el mundo


nuevo que anuncian y esperan.

• El pueblo de Dios debe actuar y pensar distinto del sistema opresor. No debe
repetir ni prolongar la pirámide de injusticia, sino vivir una dinámica distinta,
basada en la fraternidad y la justicia, rompiendo con los opresores y denunciando
las situaciones injustas. El silencio y la indiferencia frente a las injusticias es
también una forma de complicidad con el sistema, es mantenerse dentro de la
ciudad y exponerse a sufrir también las consecuencias de ese sistema injusto,
condenado por Dios debido a sus pecados.

• El denunciar un sistema injusto, aceptado por casi todos y justificado por muchos,
no es fácil. Implica romper lazos y ponerse en peligro, exponerse a la
incomprensión, la persecución y la soledad. No se puede estar bien con Dios y con
el diablo, dice el refrán popular, y es lo que el Apocalipsis nos viene a recordar. Es
necesario conservar la libertad de espíritu para dejar las seguridades y
comodidades de la opinión aceptada socialmente, por injusta que sea, y arriesgarse
a salir al descampado, lejos de la ciudad, es decir, vivir el peligro y la
incomprensión de mantener una opinión y una forma de vida diferentes.

La voz de Dios sigue hablando al pueblo de las comunidades, en un tono que


puede parecernos poco misericordioso: “Denle (a la ciudad) como ella ha dado, denle el
doble según sus obras, en la copa que ella preparó prepárenle el doble. En proporción
a su placer y su lujo, denle tormentos y llanto”. La justicia de Dios no se aplica desde
el cielo, sino en la historia y desde los oprimidos. El imperio ha sembrado mucho odio
hacia sí mismo, mucho resentimiento por parte de las muchedumbres de víctimas de
su opresión. Por eso, la rebeldía frente al poder opresor es también un signo del juicio
de Dios, que actúa desde los pobres y oprimidos, desde el pueblo de las comunidades.

Las comunidades no deben sentarse a esperar que Dios baje del cielo para
liberarlos. Las comunidades deben combatir el sistema injusto, tomar una actitud
decidida y protagónica contra el imperio, contribuyendo así a realizar el juicio de
Dios. “Quien siembra vientos, cosecha tempestades” y los opresores sufrirán mucho
más que lo que ellos han provocado. Dios no quiere el sufrimiento de nadie, son los
mismos opresores los que ha preparado la copa, y tendrán que beber el doble, cuando
la paciencia de los oprimidos se colme. De hecho, históricamente, cuando cae un
sistema opresor, la violencia que reciben los opresores es mucho mayor que la que
ellos provocaron a los oprimidos. El Apocalipsis presenta la realidad en blanco y negro,

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y por eso presenta la reacción contra los opresores sin ninguna misericordia ni
clemencia.

El imperio se siente seguro de sí mismo, confiado en su poder y grandeza:


“estoy sentada como una reina, y no soy viuda, y no conoceré el llanto”. Esta seguridad
es su principal debilidad, y su ruina será rápida, por no prever el peligro. En las
profundidades del imperio ya se teje su ruina y llegará pronto, sin que lo espere,
“porque poderoso es Dios que la ha condenado” . La soberbia del imperio y su
autosuficiencia lo lleva a subestimar el poder de los oprimidos, que resisten
pacientemente y luchan en su contra, y detrás de ellos, es Dios mismo quien lucha
contra todo sistema injusto, opuesto a su voluntad de amor y justicia.

i) La ruina de Babilonia
(18,9-24)

La ruina del imperio es cantada como en un canto fúnebre, primero por sus
aliados (los reyes), les siguen los que se enriquecieron con el sistema injusto (los
mercaderes de la tierra), y por último, los que trasladaban las mercaderías. Todo el
sistema construido sobre la explotación, todos los que de una manera u otra
participaban de la injusticia, sea con su complicidad, su apoyo o su silencio, lamentan la
pérdida de la fuente de sus riquezas.

Juan enumera las mercaderías, desde el oro y la plata (las más preciadas para el
imperio), hasta la mercadería humana, los esclavos (la menos preciosa a los ojos del
imperio). Con esta lista Juan denuncia al sistema injusto, que pone a la riqueza y la
acumulación como el valor principal, despreciando la vida de los pobres y tomándolos
como simple mercadería. Es esta injusticia, el desprecio de la vida, el pecado más
grave de la Roma Imperial y de todo poder injusto, y el origen de su propia
destrucción.

Los que trasladan las mercaderías se quedan a distancia. Son los que
solidarizaban con el imperio, pero sin participar de su poder. Los barcos hacían posible
el comercio por el mar mediterráneo y ayudaban a sostener el sistema injusto. Ahora
se quedan a distancia, lamentando el perder “un buen negocio” y se entristecen por la
ciudad. La Roma que todos admiraban, es ahora abandonada por sus seguidores y el
sistema injusto se derrumba. Es la hora de la fiesta, el pueblo de las comunidades ha
triunfado.

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En el otro lado de la medalla, un ángel invita al cielo y al pueblo de las


comunidades a alegrarse, es la hora de la liberación y del triunfo final sobre las
fuerzas del mal y de la injusticia: “Alégrate, cielo, y ustedes, los santos, los apóstoles
y profetas, porque al condenarla a ella, Dios ha juzgado la causa de ustedes” . La lista
de los que festejan contrasta con la lista de los que se lamentan, los cantos fúnebres
de los opresores y sus cómplices contrasta con los cantos de alegría del cielo y el
pueblo de las comunidades.
El ángel lanza una piedra al mar, simbolizando con ella la caída de la ciudad,
dueña del mar y de los pueblos, la Roma Imperial, y pronuncia la sentencia de Dios
sobre ella, y sobre el fin al que está destinado todo sistema injusto:

“La música de las cítaras y los cantores,


de los flautistas y las trompetas,
no se oirá más en ti;
artesano de ningún arte se hallará en ti;
la voz de la rueda de molino,
no se oirá en ti;
la luz de la lámpara
no lucirá en ti;
la voz del novio y de la novia,
no se oirán más en ti.”

Ya que el imperio no ha respetado la vida, perderá todo lo que representa la


vida y la alegría (la música y los cantos), el arte que embellece el mundo, el pan y la
comida (la rueda de molino), la luz y la claridad (la lámpara) y la fiesta y la fecundidad
(el novio y la novia). Todas estas imágenes son parte importante de la vida de los
pobres, que les era arrebatada por un sistema injusto, por eso el imperio perderá su
grandeza y hasta lo necesario para sobrevivir y alegrarse. La razón de un destino tan
duro es nuevamente la propia acción de los opresores, “porque tus mercaderes eran
los magnates de la tierra, porque con tus hechicerías se extraviaron todas las
naciones” y porque es una ciudad manchada de sangre:

• De los profetas, que hablan de parte de Dios y denuncian la injusticia.


• De los santos, es decir, del pueblo de las comunidades.
• De todos los degollados sobre la tierra, es decir, de los pobres y oprimidos,
cuyas vidas eran sacrificadas como víctimas para enriquecer a unos pocos.

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j) El canto triunfal del pueblo perseguido


(19,1-10).

Una muchedumbre inmensa canta ¡Aleluya! En el cielo. Es una palabra de


alabanza a Dios y de triunfo8. Es el pueblo de las comunidades, la “muchedumbre
imposible de contar” de la sección anterior, que celebra el triunfo del Cordero sobre
el mal y la injusticia. Juan nos devuelve a la imagen de la visión del trono de Dios, tal
como en la sección anterior. Ahora son los 24 ancianos (que representan al pueblo
delante de Dios) también celebran la victoria diciendo ¡Aleluya!.

La voz del trono invita al multitud de los pueblos anteriormente conquistados


por Roma (“el clamor de muchas aguas”), la multitud de los pobres y oprimidos, a
celebrar la victoria y la unión definitiva entre Dios y la humanidad liberada (las bodas
del Cordero). El lino reluciente, blanco, es señal del triunfo obtenido por el pueblo de
las comunidades debido a su consecuencia, sus “obras de justicia”.

El ángel que había arrojado la piedra al mar anuncia a Juan la alegría de los que
están invitados a participar del triunfo del bien sobre el mal, simbolizado por las
bodas del Cordero y recuerda a Juan y a las comunidades que este triunfo es seguro,
no es una ilusión, pues Dios no falla a sus promesas y lo que Juan ha dicho a las
comunidades “son palabras verdaderas de Dios”.

A propósito del ángel, Juan aprovecha de mandar un recado. Entre las


comunidades existía la tendencia a adorar a los ángeles y a una multitud de fuerzas
celestes que estarían entre Dios y los hombres, a imitación de los cultos paganos con
su inmensidad de dioses y héroes (ver Col. 2,18; Heb. 1,14; Heb. 2,5). Juan trata de
postrarse ante el ángel, pero este le advierte: “No hagas eso, porque yo soy consiervo
tuyo y también de tus hermanos, los que mantienen el testimonio de Jesús. A Dios
adora”. Así Juan advierte contra el peligro de deformar el “testimonio de Jesús”
mezclando las cosas, creyendo que el cielo es una burocracia igual a la del imperio. Los
ángeles existen y los hemos visto durante todo el Apocalipsis, pero no son m{as dignos
que los humanos y están al servicio de Dios como nosotros.

8
Aleluya (allhlouia, en griego) es una expresión de origen hebreo, utilizada en la liturgia judía, particularmente en
algunos salmos (p.ej: Sal 104,35). HaLeLu-YaH(VeH) (hiywllh) significa “alaben a Yahveh”. La comunidad
cristiana adoptó la palabra como señal de alabanza y triunfo, particularmente referida a la resurrección.

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¿En qué consiste el “testimonio de Jesús” que las comunidades deben guardar?.
El mismo ángel lo dice: el espíritu de profecía. Profecía no es adivinación o predicción,
sino interpretar la historia y el momento presente desde la óptica de Dios, anunciando
su voluntad, denunciando lo que se opone a ella y consolando a los que sufren las
consecuencias de la injusticia y el pecado. Esa es la labor de las comunidades y su
forma de perseverar en el camino de Jesús. Las comunidades deben leer la historia
con la mirada de Dios, para descubrir la verdad de lo que Juan está anunciando y
participar verdaderamente del triunfo de Jesús.

Así Juan termina esta sección, dejando abierta la misión para las comunidades.
La historia no termina con la caída del imperio, sino que su derrota es sólo un paso
más en la lucha entre el bien y el mal. Más allá de la caída del imperio, la historia se
alargará hasta el fin definitivo de todo mal y de toda injusticia, al fin de los tiempos,
cuando el Reino de Dios se establezca definitivamente. La misión de las comunidades
será perseverar en el testimonio de Jesús, luchando con cada nueva Bestia que se
levante para oprimir a los pobres, contribuyendo al triunfo del bien, triunfo que ya
está asegurado. Esta nueva etapa, luego del fin de la persecución y de la caída del
imperio, es lo que Juan describirá en la última sección del Apocalipsis.

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Tema 8: Tercera relectura:


La llegada definitiva del Reino

Juan ha revisado el sentido de la persecución que vivían las comunidades desde


la óptica de Dios y luego ha mostrado cómo ese plan se va realizando en la historia de
esas mismas comunidades, con la derrota del imperio y el triunfo del pueblo de las
comunidades. Pero la historia no termina con el fin del imperio, sino que se prolonga
mucho más allá, y las comunidades deben resistir en la persecución para poder
continuar su misión después de ella. El sentido de este tiempo nuevo, desde el fin de
la persecución hasta la llegada definitiva del Reino, es lo que Juan nos va a explicar en
esta sección, la última del Apocalipsis.

Aunque esta sección habla del futuro, no debemos pensar que vamos a
encontrar en ella detalles o predicciones sobre el tiempo presente. Lo que Juan
pretende no es darnos un adelanto de lo que viene, sino explicarnos el sentido de ese
tiempo que se abre luego de la persecución, retomando elementos ya mencionados en
las otras secciones y otros nuevos que completan el sentido de la historia.

a) El resucitado va a vencer a las fuerzas del mal


(19,11-21).

La escena comienza con el cielo abierto, como en la primera sección, y con un


jinete blanco, que ya vimos en el primero de los sellos, pero de quién no se nos decía el
nombre: “cuando el Cordero abrió el primero de los siete sellos, oí al primero de los
cuatro vivientes que decía con voz como de trueno: «ven». Miré y había un caballo
blanco; y el que lo montaba tenía un arco; se le dio una corona y salió como vencedor, y
para seguir venciendo”. Ahora a este jinete se le dan varios nombres, que nos revelan
su identidad: “el que lo monta se llama «Fiel» y «Verdadero»; y juzga y combate con
justicia”. Es Jesús, el resucitado, el Cordero de pie, el hijo de la mujer, liberado del
poder del dragón y que debe regir a las naciones. Se le agregan varios detalles
tomados de la primera visión del Apocalipsis, y se le llama “la Palabra de Dios”, viste
un manto empapado en sangre, es la sangre de los opresores, a los que combatirá el
jinete junto al ejército celestial. Vamos a ver esta imagen más en detalle:

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Al ocupar la misma imagen del primer sello, Juan nos permite ubicar el momento
de la historia del que está hablando. Los sellos relataban los momentos pasados por
las comunidades, hasta la persecución en el quinto sello (el presente, para Juan) y la
liberación definitiva hasta el séptimo. Por lo tanto, Juan describirá el tiempo futuro,
después de la persecución, pero partiendo desde la misma persecución. Desde la
realidad oprimida y perseguida de las comunidades, Juan irá quitando el velo del
sentido de la misión de las comunidades, luego de la persecución.

Esta persecución es descrita con la imagen de una batalla entre dos ejércitos:
El jinete blanco y el ejército celestial (recuerdo del combate entre el dragón y el
ejército celestial en la segunda sección), por un lado, y el ejército de los reyes de la
tierra aliados con la Bestia (El imperio Romano). Es la misma persecución que ha sido
descrita anteriormente, ahora vista como un combate directo. Antes que empiece el
combate, un ángel nos adelanta el resultado: “luego vi. un ángel de pie sobre el sol, que
gritaba con fuerte voz a todas las aves que volaban por lo alto del cielo (las aves de
rapiña): «Vengan, reúnanse para el banquete de Dios, para que coman carne de reyes,
carne de tribunos y carne de valientes, carne de caballos y sus jinetes y toda clase de
gentes, libres y esclavos, pequeños y grandes»”. Todo el ejército enemigo, el Imperio
y los que se solidarizaban con él, serán derrotados y alimento de las aves de rapiña. La
ruina de los opresores será total.

La imagen nos parece un tanto fuerte, pero alude a textos del Antiguo
Testamento (ver Is. 63,3; Ez. 39,17ss; etc) que describen el “día del Señor”, en el que
Dios hace justicia a su pueblo. El banquete de las aves contrasta con el banquete de
las bodas del Cordero, donde todo es fiesta y alegría.

A continuación, Juan nos relata que la Bestia (el Imperio Romano) es capturada,
junto con el Falso Profeta (la segunda bestia, la religión al servicio del Imperio) y son
arrojados “al lago de fuego que arde con azufre”. Es una imagen para representar “el
abismo” que se nos describirá más adelante. Es una figura para señalar la total
derrota y aniquilación de las fuerzas del mal. De un abismo nadie puede salir, y de un
lago de fuego que no se apaga tampoco. El imperio y sus cómplices, están destinados al
derrumbe y la derrota, porque han construido su imperio en la injusticia y la opresión.

Los cómplices del imperio son derrotados por la espada que sale de la boca del
jinete, recordando la imagen de la primera visión del Apocalipsis. Se trata del
testimonio de las comunidades, que viven la palabra de Jesús (sale de su boca),
palabra efectiva y peligrosa (dos filos) que derrota la ideología del imperio y destruye

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sus cimientos. Así, en pocas líneas, Juan pasa de la persecución presente a lo que
vendrá después. Esto es un mensaje para las comunidades: la persecución presente,
por muy dura que sea, es sólo un momento, una etapa en el camino, lo importante
vendrá después y para eso las comunidades deben resistir y prepararse.

b) El tiempo de la Iglesia, los mil años


(20,1-3).

Juan, en la sección anterior, nos mostró que detrás del aparente poder del
Imperio, estaba un poder más antiguo y poderoso, del que el imperio era sólo un
instrumento. Es el poder del mal, de Satanás, que desde el principio de la historia
hasta el final de ella combate la vida y la verdad, tratando inútilmente de impedir la
llegada del Reino de Dios, o al menos, de demorarla, la llegada de la plenitud, de un
mundo nuevo, tal como Dios lo quiere. Una vez derrotado el imperio, un ángel encadena
a las fuerzas del mal por mil años y luego serán soltadas por poco tiempo.

Muchos han entendido estos mil años como una cifra cerrada, como si al final de
los tiempos hubiese mil años de tregua antes del fin del mundo. Otros, viendo los
males presentes, señalan que los mil años han pasado y que el dragón está suelto de
nuevo. Esta idea se llama “milenarismo” y ha sido condenada por la Iglesia. Ya sabemos
que el Apocalipsis es simbólico y que el número mil indica un tiempo largo y exacto,
una cantidad enorme, pero precisa y controlada. Juan, con los mil años, quiere
recordar a las comunidades que, luego de la persecución, la historia se alargará
mucho, un largo tiempo, pero es un tiempo exacto, en el que Dios seguirá presente y el
mal será sujetado, a fin de que la Buena Nueva pueda llegar “hasta los confines del
mundo”, tal como señaló Jesús.

Los mil años son el tiempo de la Iglesia, libre de la persecución, libre para
predicar la Buena Nueva a todas las naciones y comunicar su fe y su esperanza a
todos. Así Juan señala la misión de las comunidades, que han de ser las que mantengan
la esperanza cuando el imperio caiga, y comunicar a todos la certeza de un mundo
nuevo, que nace de la justicia, la verdad y la solidaridad entre las personas y los
pueblos.

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c) El mal va retrocediendo por la acción de las comunidades


(20,4-6).

Juan, en un pasaje un poco extraño, nos dice: “luego vi unos tronos y se


sentaron en ellos y se les dio poder para juzgar”. Juan no nos dice quiénes se
sentaron, pero más adelante dice que los mártires “revivieron y reinaron con Cristo
por mil años”. ¿Se trata de los Apóstoles, según lo dicho en Mt. 19,28? ¿O se trata de
los mártires, que juzgarán a las naciones, según 1Co. 6,2-3?. Cualquiera de las dos
respuestas tiene el mismo sentido: El pueblo de las comunidades ha triunfado y ahora
tiene el poder de juzgar a las naciones, es decir, de conducirlas según el plan de Dios,
a través de su testimonio y su predicación. El pueblo de las comunidades no es la
“carne de cañón” de Dios, sino sus colaboradores, y por eso participan de su victoria.

Los demás muertos, los marcados por la Bestia, los cómplices del imperio, no
resucitan, sino que su muerte queda olvidada e inútil. ¿Quién recuerda los nombres de
los soldados que conquistaron el mundo para el emperador?, en cambio, el testimonio
de los mártires se recuerda aún y ese testimonio es ejemplo y guía para los creyentes
de todos los tiempos. Juan llama a esto la “primera resurrección”, porque el pueblo de
las comunidades se ha levantado y triunfado, alcanzando en el duro tiempo de la
persecución su madurez. Por eso Juan dirá: “Dichoso el que participa en la primera
resurrección (el que resiste hasta el fin de la persecución), la segunda muerte no
tiene poder sobre ellos, sino que son sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con El
por mil años”. La segunda muerte es la frustración definitiva, la no-vida, de todos los
que se solidarizaron con el mal, cerrándose al Reino nuevo que comienza con Jesús,
continúa con las comunidades y llegará a su plenitud al fin de los tiempos.

d) La última gran prueba


(20,7-10).

El Apocalipsis nos llama a la esperanza, pero no a la ingenuidad. Al igual que en


la vida de Jesús, el avance del reino trae también el aumento de los conflictos y la
oposición de los cómplices del mal. Es cierto que luego de la persecución el Reino
avanzará con menos dificultades, pero el mal no ha sido derrotado todavía, su acción
sólo ha sido limitada (encadenado).

Juan, siguiendo con la lógica de la guerra, nos presenta estos mil años como una
especie de tregua, antes del combate que pondrá fin a la guerra. Durante este tiempo
de paz simulada, el pueblo avanza y crece, pero también avanzan y crecen sus

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adversarios, hasta formar un ejército incontable, que nuevamente ataca al pueblo de


las comunidades para exterminarlo.

Las comunidades no deberán engañarse. La ferocidad ha disminuido, pero la


batalla sigue. En cada época, surgen nuevas bestias y nuevos ejércitos que ambicionan
el poder y someten a los pueblos por la injusticia y la opresión. El pueblo de las
comunidades deberá juntar fuerzas durante los mil años, para resistir y combatir el
mal, en cualquier forma que tome durante la historia, hasta la derrota definitiva.

Junto con esto, Juan nos recuerda una certeza que la Iglesia ha mantenido
desde el principio. No debemos esperar un éxito total, la total conversión del mundo o
la aniquilación de todo mal en la historia. Siempre seremos un pueblo pequeño, pueblo
de pobres y oprimidos, que resiste al mal y colabora con el avance del Reino, pero este
Reino viene de Dios y no de nuestras manos.

Al fin de los tiempos, antes de la llegada definitiva del Reino, nos espera una
última prueba, donde las fuerzas del mal parecerán incontables y el pueblo de las
comunidades más débil que nunca. Es lo que Juan recuerda con la soltura del dragón y
su engaño a las naciones “por un corto tiempo”. El dragón engaña y seduce a Gog y a
Magog. Los nombres están tomados de Ez. 38-39. Gog, rey de Magog, no es para
Ezequiel un personaje real, sino una figura que concentra en sí los males de todos los
enemigos y conquistadores de Israel. El profeta nos cuenta que, al final de los días,
Gog y su pueblo marcharán contra el pueblo de Dios, que ha vuelto a la tierra
prometida y vive en paz, para exterminarlo. Pero Dios hará que se envalentone más de
lo prudente y sea derrotado, salvando a su pueblo.

Juan, al aludir a Gog y su pueblo (Magog), quiere representar todos los poderes
opuestos a la acción de Dios y su voluntad, confabulados para atacar al pueblo de las
comunidades. Pero al igual que Gog, esas fuerzas serán derrotadas por el poder de
Dios, que protege a su pueblo durante toda la historia, particularmente en los
momentos más críticos. Durante toda la historia, y especialmente al fin de ella, nos
espera el conflicto por nuestra fidelidad, y hay que estar dispuestos a enfrentarlo, si
queremos ser de ver “los que siguen al Cordero dondequiera que vaya”.

Las fuerzas del mal, rodearán “el campamento de los santos y la ciudad amada”
(Jerusalén), dos imágenes que representan al pueblo. Todo parecerá perdido y el
desastre, irremediable. Pero Dios actuará a favor de su pueblo, de los pobres y
oprimidos, y los liberará de la amenaza, castigando la maldad, tal como en Sodoma y

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Gomorra, tal como en el relato de Ezequiel, tal como lo ha hecho durante toda la
historia.

La última prueba que deberá pasar el pueblo de Dios será difícil, pero incluso
entonces la victoria estará asegurada. Nótese que en este combate final ni siquiera
hay mártires, sino que Dios destruye las fuerzas del mal y a su autor (el dragón),
definitivamente.

e) El juicio definitivo de la humanidad


(20,11-15).

A continuación de la derrota de todo mal, Juan nos presenta el juicio de la


humanidad, presentado por Juan bajo la forma de un juicio ante un tribunal. Cada uno
es presentado ante el Juez, el que está sentado en el trono blanco, y será juzgado
según su actuar y según el libro de la vida, es decir, si sus acciones buscaban proteger
la vida o actuar en contra de ella. El mar y la muerte entregan a sus muertos y es
exterminada la muerte, como signo del mal. Desde ahora todo es eternidad y vida,
todo es fiesta.

La visión de un juicio nos asusta e inquieta, y eso no deja de ser un signo que
llama la atención. Cuando las comunidades de Juan leían esta página sentían esperanza,
no miedo. Ellos estaban inscritos en el libro de la vida, habían luchado por un mundo
que asegurara la vida y trataban de vivir fraternamente. La imagen de un tribunal es
sólo una imagen, pero el criterio de juicio es claro, y ya lo mencionaba mateo en el
capítulo 25: los pobres, los enfermos, los pequeños, la humanidad sufriente y
oprimida, serán el criterio de juicio, será la misma humanidad doliente la que juzgará a
los que permanecieron indiferentes a su sufrimiento, a los opresores de todas las
épocas, a todos los que se solidarizaban con el mal. La pregunta del juicio será la
misma que Dios dirigió a Caín: “¿Dónde está tu hermano?”.

Digamos, además, que juicio en griego es “Crisis”. Crisis para nosotros es un


momento de evaluación, donde nos enfrentamos a una decisión importante, que tendrá
consecuencias para el futuro. Este es el sentido del Juicio que Juan nos propone:
decidir correctamente por la vida o contra ella, y evaluar el proyecto de la humanidad
desde la humanidad sufriente, la multitud de los pobres y oprimidos.

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Todo el plan de Dios apunta a lograr en la humanidad un reflejo de su vida


divina. Siendo Dios justo, santo, bueno y eterno, quiere que la humanidad viva en
justicia, en santidad, practicando la bondad y viviendo una vida plena y eterna. Es el
proyecto divino que Dios ha propuesto a los seres humanos y será ese proyecto el que
definirá la evaluación final de la historia de la humanidad. Por ende, la construcción de
una sociedad cada vez más fraterna y solidaria, más justa y digna, es parte principal
de la misión que los creyentes tenemos en el mundo, en espera de la llegada definitiva
del Reinado de Dios.

El “Proyecto Humanidad”, después de siglos de caminar, habrá llegado a su


plenitud. No cabe la posibilidad de un fracaso, pues la humanidad ya depurada y
madura, disfrutará de la presencia divina, dando cumplimiento al plan que Dios tuvo
para ella desde el principio de los tiempos. La humanidad, hecha ya la opción
fundamental de cada uno y de todos, y finalizado el tiempo y la historia, se mostrará
ante su Creador limpia y sin mancha.

Las infidelidades, las dudas, las grandes empresas y los grandes escándalos
habrán quedado atrás. La humanidad dejará al fin de ser peregrina, el hijo pródigo
que “se marchó a tierras lejanas” habrá al fin vuelto a la casa paterna, comenzando la
fiesta de la vida que habrá de prolongarse por toda la eternidad.

f) Llegó el Reino: una nueva creación


(21,1-22,5)

El texto del Apocalipsis nos presenta con símbolos hermosos la llegada


definitiva del Reino. No hay destrucción o aniquilación, sino una creación renovada,
limpia de todo mal y de todo pecado. El caminar de la humanidad ha terminado, es la
hora de la fiesta. Veamos en detalle estos símbolos.

La expresión “cielos nuevos y tierra nueva” que abre el texto la encontramos en


Isaías (cf. Is. 65,17; 66,22) referida a la renovación esperada para la era mesiánica.
La instauración definitiva del Reino conlleva la transformación total de la creación en
algo nuevo, donde el mal ya no existe y ella ha sido liberada de la corrupción y de la
muerte. Es el sentido del detalle: “y el mar no existe ya”, ya que el mar representa en
la simbología bíblica la presencia de las fuerzas del mal, es el lugar del demonio y de la
confusión (cf. Jb, 7,12), representación del estado de caos y confusión antes de la
intervención de Dios que da origen a la creación (cf. Gen. 1,2). El mar desaparecerá

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ante el paso del pueblo de Dios, como en un nuevo éxodo, pero esta vez para siempre
(cf. Is. 27,6; 521, 9-10; Sal. 74, 13.14; Jb. 26, 12-13).

El relato continúa con el descendimiento de la Jerusalén Celestial, la novia del


Cordero. Dos imágenes para una misma realidad. Jerusalén, la ciudad de David, capital
política y religiosa del pueblo de Israel (cf. 2Sam. 5,9; 24,25; 1Re. 6,2; Sal. 122), pasó
a simbolizar, y aún simboliza, a todo el pueblo. Es la ciudad santa de Dios (cf. Is. 52,1;
Dn. 9,24; Mt. 4,5; Sal 46,5), ya que en el monte estaba el Templo, lugar de la
presencia de Dios en medio del pueblo (cf. Sal. 2,6; Dt. 12,2-3), y por ello sería la
futura ciudad capital del pueblo mesiánico (cf. Is. 2,1-5; 54,11ss; 60,1ss; Jer. 3,17ss;
Sal. 87,1ss; 122,1ss; Lc. 2,38ss). Por ello desciende del cielo, junto a Dios, para
permanecer en medio de su pueblo, cumpliéndose el designio de salvación de Dios (cf.
He. 2,22-24; Gal. 4,26; Flp. 3,20; Ap. 3,12; 11,1; 20,2; 22,19): La plena liberación de la
humanidad de toda esclavitud y, en consecuencia, la realización de la plena soberanía
de Dios sobre ella. En palabras de Pablo: “la Jerusalén de arriba es libre, ella es
nuestra madre” (Gal. 4,26).

La voz que se escucha a continuación explica el sentido: “He aquí la tienda,


mansión de Dios con los hombres”. Es la figura de la tienda del santuario durante el
éxodo, signo de la presencia de Dios en el caminar de su pueblo (cf. Lv. 26,11;
Dt.26,15; Esd. 4,15; Sal. 43,3; 84,1; 91,10; 132,5; Is. 32,12; etc), del Templo en
Jerusalén y de la encarnación del Hijo, presencia de Dios entre nosotros (cf. Jn. 1,14).
La tienda, siempre provisoria, ahora queda establecida para siempre en medio de la
humanidad. Presencia y soberanía divinas se establecen para siempre, en una
humanidad y un mundo renovados, realización plena de la alianza de Dios con su pueblo:
“ellos serán pueblo suyo, y el mismo Dios estará con ellos como Dios suyo” 9.

El resultado de esta presencia constante de Dios, sin limitaciones ni


mediaciones, en una humanidad liberada de todo mal, son descritas en el Apocalipsis
con hermosas palabras, llenas de esperanza. El dolor, la tristeza, el llanto, serán
enjugados por Dios mismo, el mal y sus consecuencias han quedado atrás. La
humanidad y su largo caminar han llegado a su consumación y la construcción de la
sociedad humana alcanza su perfección por la acción directa de Dios.

Los esfuerzos de justicia y solidaridad prepararon el camino, aplanaron el


terreno, ahora Dios planta su tienda en nuestro suelo y esta vez para siempre, pues
9
Es la fórmula típica de la alianza divina (cf. Gén. 17,8; Lv. 26,11-12; Jer- 31,33; Ez. 27,37; 2Co. 6,16). Se caracteriza
por la intimidad entre Dios y su pueblo (cf. Ex. 25,8; Jn. 1,14), consumada definitivamente al final de los tiempos (cf.
Jl. 17,21; Za. 2,14; So. 3,15-17; Is. 12,6).

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“lo primero ha pasado”, estableciéndose un nuevo orden en el universo, tal como se


declara al final del texto: “he aquí que hago nuevas todas las cosas”, realizándose así
el proyecto de Dios para la humanidad y su historia.

La ciudad es descrita siguiendo los planos del Templo de Dios, según la


descripción hecha por Ezequiel, en los capítulos 40 al 48. Es el templo que esperaban
reconstruir los judíos cuando volvieran del destierro, en tiempos de Ezequiel. Con esta
descripción, Juan recuerda la esperanza del pueblo, simbolizada en la reconstrucción
del Templo para Ezequiel, y en la Ciudad Santa que baja de Dios para Juan. Es la
esperanza en un mundo nuevo, renovado y purificado de toda maldad e injusticia.

Todo en la ciudad habla de perfección y belleza, de solidez y estabilidad, de la


presencia de Dios constante y sin mediaciones. Ciudad abierta al mundo, a todas las
naciones, para construir juntos la nueva realidad que comienza con Jesús, continúa con
la Comunidad creyente, y se realizará plenamente al final de los tiempos.

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Tema 9: Saludo de esperanza.

Juan cierra su libro, con una serie de recomendaciones, para ser bien
comprendido y vivido con esperanza. Son los últimos mensajes de un libro que ha
aclarado el camino de las comunidades y les ha permitido comprender su presente
oscuro, y descubrir detrás de su historia la voluntad de Dios para ellos y toda la
humanidad.

a) El triunfo está asegurado


(22,6)

Juan recuerda a las comunidades que “estas palabras son ciertas y verdaderas”.
No son un sueño imposible para tranquilizar a los ingenuos, sino una certeza y una
tarea por realizar. Junto con esto, nos vuelve a repetir la imagen anterior en que
intenta adorar al ángel, para recordar que es Jesús quien ha revelado el misterio y el
sentido de la historia.

b) El Señor llegará pronto


(22,7.12-16)

Jesús dice a Juan: “no selles las palabras proféticas de este libro, porque el
tiempo está cerca”. La esperanza que el Apocalipsis viene a recordarnos no debe
quedar guardada, sino comunicarse a todos los que buscan un sentido a su vida, a los
que viven en la opresión o la injusticia, para descubrir juntos la presencia en la
historia del Dios Liberador que actúa a favor de su pueblo.

La pronta llegada del Señor, su intervención en la historia, es un motivo de


esperanza y un llamado a la conversión. Juan invita a los creyentes a perseverar y
resistir, para participar de la realidad nueva que el Reino provoca, la plenitud de la
vida.

Al final, es Jesús mismos quien “firma” el libro, señalando que es El quien ha


querido animar a las comunidades y revelarles el sentido de la historia a través del
libro de Juan. Así también las comunidades serán instrumentos de Jesús para
comunicar esta misma esperanza a todos.

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c) Perseveremos en la fidelidad, hasta la vuelta del Señor


(22,17-21).

“El Espíritu y la novia dicen «ven». Que el que escucha diga «ven»” . La fe y la
esperanza de las comunidades (la novia) no está puesta sólo en el pasado, sino sobre
todo en el futuro, en lo que esperamos que se realice. El pasado nos da la certeza que
nuestra esperanza no es ingenua, pero nuestro norte está adelante, en la vuelta del
Señor y la realización del Reino definitivo, más allá de la historia, pero no sin ella.

Juan señala a continuación dos consejos importantes, que hemos visto en los
primeros temas del taller. Para comprender el Apocalipsis hay que tener sed de vida,
es decir, buscar en él una fuente para alimentar la esperanza y para optar
decididamente por la vida. El segundo consejo apunta a tener cuidado. Las
comunidades deben conservar íntegro el texto del libro, para que se entienda bien, sin
agregar ni quitar nada. Poner “de la propia cosecha” puede deformar la idea original
que Juan quiso transmitir y provocar temor y no esperanza. Es algo que no hay que
olvidar.

Al final es Jesús mismo quien anuncia su pronta llegada, fuente de nuestra


esperanza: “sí, vengo pronto”, a lo que las comunidades responden: “¡Amén, ven Señor
Jesús!” . Se trata de una aclamación litúrgica usada por las comunidades y que se ha
conservado hasta hoy. En 1Co. 16,22 se usa la expresión aramea, traspasada a letras
griegas: “maranatha”, que significa lo mismo10.

Así Juan recuerda la oración común de la comunidad, que recuerda y celebra su


esperanza en la realidad cotidiana. Desde ahora, a partir del Apocalipsis, los
creyentes repetirán el maranatha, sintiendo de verdad que Jesús es el Señor, que
actúa en la historia y que está presente. La esperanza se vuelve entonces esperanza
cierta, espera confiada en el poder de Dios en medio de la historia, confianza en el
Reino presente y por venir, hasta la vuelta del Señor.

Juan termina su libro como una carta, recordando a las comunidades que el que
escribe es un hermano, y que deben confiar en su palabra y no temer, pues “la gracia
del Señor Jesús está con todos ustedes”. Es esa gracia la que hace posible la
10
El significado de Maranatha varía, según como se divida la palabra. Si se divide maran-atha, significa “el Señor
viene”, aunque también es posible expresarla en pasado (ha venido) o en futuro (vendrá). Si dividimos la expresión en
marana-tha, toma el sentido de una aclamación, de un ruego: Ven, Señor. Las comunidades protestantes optan
generalmente por el primer sentido (el Señor viene), mientras que las Iglesias Católica y Ortodoxa prefieren el segundo
(ven, Señor). Hoy los estudiosos se inclinan por este segundo significado, y en ese sentido se ha mantenido en la
liturgia, luego de la consagración eucarística: “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven, Señor Jesús.

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esperanza, la fidelidad de las comunidades y el triunfo definitivo, y no nuestras


capacidades, y es por eso mismo por lo que podemos confiar.

El Apocalipsis y toda la Biblia, se cierra con el “amén”. La palabra tiene un


hondo significado. Amén está asociado en el hebreo a “aamin” que dice relación con lo
estable, lo firme, lo seguro. De ahí viene “emuná”, que se traduce por creencia, es
decir, por reconocer aquello que es estable y seguro, por poner nuestra seguridad en
algo firme. De estas dos palabras derivan nuestro “amén”.

Amén es una respuesta a algo que hemos visto, escuchado o leído, y con ello
queremos decir que eso es seguro, es confiable y firme, es verdad, es lo más seguro
que puede existir. Desde otra perspectiva, amén significa fidelidad, el deseo de
permanecer en esa verdad que reconocemos, el compromiso por ser estable, seguro y
fiel, por hacer vida constantemente aquello en lo que confiamos. Quien dice amén
reconoce como verdadero lo que se le propone, manifiesta su fe en ello (así es),
refleja su deseo (quiero permanecer fielmente en esta verdad), y su esperanza (así
será).

Tal es la invitación con la que termina el Apocalipsis, creer de verdad en la


presencia de Dios en la historia, esperar confiadamente en la realización de nuestra
esperanza y comprometerse en la vida a favor de la vida, de la justicia y la
solidaridad, hasta la plena realización de nuestra esperanza, hasta la vuelta del Señor.

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CONCLUSIÓN.

Hemos terminado el Apocalipsis y hemos descubierto su profundo mensaje de


esperanza. Pero este estudio es sólo la primera parte. Juan nos ha enseñado a mirar la
historia con sentido crítico y con sentido de esperanza, a descubrir en ella la acción
del mal y, sobre todo, la acción del Dios Liberador, que a través de Jesús resucitado
actúa en la historia para conducirla a su fin, a su plenitud.

Ahora es hora de mirar nuestra propia historia, nuestras vidas, la historia de


nuestro país y del mundo, y descubrir en ella la presencia de Dios y los signos que
confirman nuestra esperanza. Es hora de dar consuelo a nuestros hermanos en medio
de sus dificultades, de confirmar con nuestro testimonio nuestra certeza y nuestra
esperanza en un mañana nuevo, donde habite la justicia, la paz y la plenitud de la vida.

Esta es la tarea a la que nos invita el Apocalipsis: Reconocer en el caminar de


nuestras comunidades la acción del Cordero y poner nuestro esfuerzo para hacer de
nuestra vida un signo del mensaje que el Apocalipsis ha querido revelarnos.

Nuestra historia también parece oscura, y también necesita de una re-velación,


de una mirada nueva que permita reafirmar nuestra esperanza, animarnos en el camino
difícil de nuestra vida cotidiana, renovando la confianza en Dios y el compromiso con
nuestros hermanos, mostrando una vez más que la Buena Nueva de Jesús sigue siendo
posible.

Tal es nuestra tarea, nuestra certeza y nuestra esperanza, hasta que el Señor
vuelva y veamos realizado plenamente ese Reino que ya comienza entre nosotros,
Reino que es presencia y esperanza en el Dios de Jesús, Señor de la Historia.

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BIBLIOGRAFÍA.

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difíciles... Para comunidades de base. Instituto de Catequesis de
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Unidas. Tercera Edición. Bogotá, Colombia, 1994.-
- LÚON-DUFOUR, XAVIER. Vocabulario de teología bíblica.
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Barcelona, España, 1996.-
- MESTERS, CARLOS. El Apocalipsis, La esperanza de un pueblo que
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Ediciones Rehue. Santiago de Chile, 1989.-
- NUEVO TESTAMENTO TRILINGÜE. Edición crítica de José María
Bover y José O’Callaghan. Cuarta Edición. Biblioteca de Autores
Cristianos. Madrid, España, 1999.-
- NUEVO TESTAMENTO. Edición Pastoral. Nueva edición revisada
1995. Décimo sexta edición. Ediciones San Pablo - Verbo Divino.
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- SCHÖKEL, LUIS ALONSO. Biblia del Peregrino. Ediciones Mensajero.
Quinta Edición. España, 2002.-
- VV.AA. La Biblia de Israel. Toráh-El Pentateuco. Libro de Bereshít-
Génesis. Editorial Benéi Nóaj – Sociedad Bíblica Chilena. Santiago de
Chile, 2003.-

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