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1 (Abril, 2012)
Reflexiones sobre la
naturaleza de la Ciencia
James Wanliss1
1. Introducción
3.1. Materialista
Según Karl Pearson, en su Gramática de la Ciencia,
“La meta de la ciencia es clara, no es sino la completa
interpretación del universo… asegura que el amplio rango de
fenómenos, tanto mentales como físicos (el universo entero)
es su campo. Asegura que el método científico es la única
entrada al área completa del conocimiento.”
En lugar de la neutralidad falsa ofrecida por la NAS, citada
antes, vemos en su lugar cuántos científicos ven su labor como
una plataforma desde la cual sacuden su puño contra Dios.
Al difunto Carl Sagan, un Caballero Negro de la ciencia
materialista, ocasionalmente le pareció conveniente representar
la posición de la NAS. Pero mayormente, al igual que Dawkins,
utilizó la solemnidad de la ciencia para socavar a la cristiandad.
Cada capítulo de su serie de televisión ‘cosmos’ finan-
ciada por el gobierno empezaba con este insultante aforismo:
El Cosmos es todo lo que hay, lo que ha habido o lo que habrá
jamás. Esta declaración profundamente religiosa, una burla
de la Biblia, deifica el cosmos. Sagan estudió las estrellas.
Demasiado impresionado por el alcance y la grandeza de sus
observaciones, decidió que nada podía ser más grande. Sólo los
mecanismos materiales necesitan explicar su ‘mundo material’.
La fuente de la verdad ha de encontrarse sólo en la observa-
ción y el estudio de lo material.
La posición de Sagan sigue presentándose como ‘cien-
tífica’. Yo diría que es la comprensión dominante de lo que
trata la ciencia. Ya sabes, si uno quiere hallar la verdad sobre
algo, evitando opiniones y argumentos caleidoscópicos, uno
acude a la ciencia. si quieres saber de dónde viene la luna, ¿a
quién vas a llamar?
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3. Carl Sagan, “Preserving and Cherishing the Earth: An Appeal for Joint
Commitment in Science and Religion,” (Preservando y cuidando la Tierra:
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Admitimos que somos como simios, pero pocas veces nos damos
cuenta de que somos monos.4
6. [De “No free will” (Sin libre albedrío); en Catching up with the Vision
(Poniéndose al día con la visión), Margaret W Rossiter (Ed.), Chicago
University Press, pg. S123, 1999.]
7. Ver http://www.earthcharter.org para ver el texto completo, del cual se
toman estas citas.
8. Ken W. Campbell, A Startrek to Eternity (Un viaje estelar hacia la eter-
nidad) (Parker, CO: Outskerts Press, 2007), pgs. 63-65
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9. John Milton, Paradise Lost (El Paraíso Perdido) (Nueva York: Penguien
Classics, 2003), pg.28.
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5.1. Deidad
En la supuesta guerra entre el cristianismo y la ciencia
no es sabio, creo yo, que los cristianos se obsesionen con la
creación. No es, creo yo, el principio de la creación lo que es
primario. “En el principio Dios…” (Génesis 1:1) es lo que los
cristianos saben que es verdad. Partimos de él, y de la realidad
de que él nos dirige la palabra.
La ciencia unista empieza con la creación. Pero, como
escribió Calvino,
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5.2. Trinidad
Romanos 1:20 es uno de los muchos pasajes de revela
otro principio claro sin el cual la ciencia queda discapacitada.
La verdadera ciencia debe armonizar con, y por supuesto no
contradecir, la verdad de la Divinidad. La creación revela la
naturaleza trinitaria de Dios. Jesucristo, eternamente proce-
dente del Padre, es inmanente en la Creación desde el principio.
El mundo fue enmarcado por la Palabra Eterna de Dios, su
unigénito Hijo, y por Él fueron creadas todas las cosas. Su
Santo Espíritu es enviado en la obra de la creación y renova-
ción. Uno sólo debe pensar en cómo estaría el mundo sin Su
directa intervención después de la caída; todo decaería y sería
reducido a nada (Salmo 104:29,30).
Los unistas orgánicos ven, particularmente en la teoría
de la relatividad y la mecánica cuántica, lo que el físico David
Bohm llamó una “totalidad intacta.”11 De hecho, el fundador
cuántico Erwin Schrödinger, un hombre a horcajadas entre el
11. David Bohm, Ciencia Posmoderna», in (ed.) David Roy Griffin, The
Reenchantment of Science (El reencanto de la ciencia), SUNY Press, 1088,
pg. 63
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5.3. Decreto
Tercero, vemos que existe un principio de la íntima deter-
minación de Dios de los eventos del mundo. Nada pasa sin
su consentimiento. Ni siquiera un cabello cae a tierra sin su
consentimiento. Por supuesto, no es mi intención insinuar
que no existan causas secundarias, como que el cabello no se
acomoda por causa de la gravedad, la curvatura del espacio-
tiempo, o alguna otra cosa. Buscar esas causas secundarias es
precisamente la preocupación de la ciencia. Pero, al buscar, uno
nunca debe pretender que las causas secundarias son indepen-
dientes del plan cuidadoso de Dios.
Dudo en llamar a este arreglo ‘ley’, ya que la biblia no
parece representar el cosmos como que es gobernado por leyes
independientes del Rey (Salmo 104:24; Proverbios 8:22-31;
Romanos 11:33-36). Los milagros no son Dios violando esta o
aquella ley. Las “leyes” de la naturaleza simplemente expresan
los mandatos directos de Dios, revelando Su naturaleza.
Ya que la mente humana, siendo hecha a la imagen de
Dios, naturalmente ama la verdad y busca alcanzarla, la ciencia
12. Erwin Schrödinger, My View of the World (Mi perspectiva del mundo),
Cambridge University Press, 2008, pg.18.
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5.7. Diversidad
Dios se deleita en sí mismo. En su unidad y pluralidad se
sienta en el cielo sobre el trono, donde todo es amor, compla-
ciéndose en su obra (Apocalipsis 4:11). Como el cuerpo de
la iglesia, debemos ver la diversidad en la creación. Desde
Génesis Dios hizo una variedad de criaturas para llenar la
tierra. Los que habitan en las profundidades, las águilas pren-
didas en el aire, las bestias en el campo muestran cómo Dios
se deleita en la diversidad genuina. Todo no es uno. Con el
salmista (104:24) cantamos, “¡Cuán numerosas son tus obras,
oh Señor! Con sabiduría las has hecho todas; llena está la
tierra de tus posesiones.”
De no estar anclado por la balanza de la Escritura, la
unidad podría agobiar a la diversidad. Ya que compartimos
5.8. Subsistencia
Laplace dijo de Dios: “No necesitaba esa hipótesis.”
Inventó un mundo frío, sin vida, engranado en el cual las
cosas simplemente pasan, sin necesidad de una inteligencia
superior para manejar todas las cosas.
Pero lo contrario es verdad. Dios mantiene el mundo, soste-
niendo y regulando cada parte. No es un Creador distraído.
Él un amante muy atento. Ya que soberanamente preordena
lo que sea que pasa, por ende también preserva y gobierna,
sostiene y regula todas las cosas.
5.9. Pecado
La evolución cósmica requiere la muerte como una fuerza
positiva para la esperanza y el cambio, pero la verdad es que la
muerte es una insurrección contra el orden original. La muerte
no es natural sino fea, y Jesús lo supo mejor que nosotros,
mejor de lo que podríamos saber, pues fue testigo de cuando
el pecado entró a este mundo.
Más aún, Él vino a morir ( Juan 12:27) para pagar el precio
del pecado, pues “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).
Y por esto podemos entender por qué “Jesús lloró,” cuando
contempló la tumba de pecado y este mundo sosteniendo el
cuerpo muerto de Lázaro ( Juan 11:35). La desobediencia y
la rebelión de Adán trajeron la calamidad al mundo, no los
cuentos de hadas evolutivos.
Adán recibió prendas visibles para contemplar la ira de Dios,
en la maldición dictada, en la culpa y las relaciones arruinadas, en
el cambio de su naturaleza fundamental por medio de la pérdida
de su justicia y santidad originales, en el deterioro visible del
cosmos, y en la muerte del animal cuya piel llevó puesta.
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5.12. Redención
Nuestro medio de creación es una singular distinción de
todas las otras criaturas. Ni el agua, ni la Tierra, sino Dios
el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo se relaciona directa y
explícitamente con el hombre. Por supuesto, Dios pone un
valor en todo lo que Él ha creado, pero únicamente con el
hombre Dios establece una relación de profundidad y grado
e intimidad indescriptibles. La historia y obra de la redención
nos eleva por sobre todas las demás criaturas; es para la salva-
ción de la humanidad que Cristo vino a vivir y morir como
un hombre (Romanos 5:7).
El mundo, pervertido y arruinado por el pecado, gime
(Romanos 8:22). Pero ese gemido, añadido a la naturaleza
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6. Conclusión