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La procesión del Espíritu Santo

Hemos visto a la luz de la Escritura que el Espíritu de Dios es una


Persona, la cual goza eternamente la misma esencia que el Padre y
el Hijo. Ahora consideraremos Su relación interpersonal en la
Trinidad y con la iglesia del Señor.
En cuanto a su propiedad personal en la Trinidad, Nuestra
Confesión de fe dice que; “El Espíritu Santo es el eterno Poder y
Potencia, procediendo del Padre y del Hijo.” [1] Este acto de
proceder del Padre como del Hijo es un acto necesario, eterno y
completo en Dios y se conoce como espiración, esto es indicado por
el propio nombre de la tercera Persona en la Trinidad que
significa aliento o soplo divino, eso es precisamente lo que leemos
en las Escrituras;
“Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el
ejército de ellos por el aliento de su boca.” (Salmo 33:6), “El
espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio
vida.” (Job 33:4), “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os
enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre,
él dará testimonio acerca de mí.” (Juan 15:26), “Y habiendo dicho
esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.” (Juan 20:22).
La tercera Persona de la Trinidad procede eternamente tanto del
Padre como del Hijo. Así como la propiedad personal del Hijo es el
ser engendrado eternamente por el Padre de tal forma que el Hijo es
la Imagen misma del Padre, de igual modo la propiedad personal del
Espíritu Santo es proceder eternamente del Padre y del Hijo como el
poder y la potencia de la Deidad en la Persona del Espíritu Santo.
W. à Brakel (1635—1711) dice sobre este tema lo siguiente;
“La eterna procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo es la
base de esta relación. El Hijo procede del Padre por medio de la
generación eterna y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo
de tal forma que puede describirse mejor como el ‘respiro’
(Divino).” [2]
De este modo y en un orden lógico vemos que la generación del
Hijo precede a la espiración del Espíritu Santo, sin embargo, porque
los miembros de la Trinidad comparten la misma esencia divina no
existe subordinación alguna dentro de la Trinidad, pues las tres
Personas gozan eternamente la misma Deidad, así el Espíritu Santo
procede del Padre y del Hijo como también del Padre a través del
Hijo como el respiro Divino en Dios.

La relación del Espíritu Santo con las otras personas de la


Trinidad y la iglesia del Señor
En cuanto a la relación del Espíritu Santo dentro de la Trinidad y
con la iglesia, en primer lugar el Espíritu de Dios es el vínculo
personal de amor y verdad en la Trinidad. En las palabras de
Agustín de Hipona el Espíritu de Dios es el vinculum amoris. Eso
significa que el Espíritu Santo es el vínculo personal de amor,
amistad y verdad entre el Padre y el Hijo. Herman Hoeksema dice
sobre esto lo siguiente; “El Padre y el Hijo se encuentran uno al
otro por el Espíritu… El Espíritu de Dios es el eslabón en la vida
amorosa divina.” [3]
De este modo vemos que la armonía perfecta entre el Padre y el Hijo
es a través del Espíritu Santo. Porque Dios es uno en esencia
subsistiendo en Tres Personas distintas, Él goza en sí mismo esta
perfecta comunión y compañerismo como el Dios viviente que Él es.
Esta es la vida de Dios que siempre debemos tener presente y
recordar sobre nuestro gran Dios Trino.
En relación con la iglesia del Señor, Dios es quien nos hace partícipe
de dicha bendición para podamos gozar eternamente de la vida
eterna que hay en sí en Dios. Esto lo vemos por ejemplo en el
siguiente texto; “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y
la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros.” (2
Corintios 13:14). La palabra griega para comunión aquí es koinonía,
que significa compañerismo, amistad, fidelidad y lealtad. Este es un
atributo propio de Dios y en Dios y que por Su gracia, Él nos hace
partícipes de ello, pues; “Fiel es Dios (según Su pacto de gracia),
por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo
nuestro Señor.” (1 Corintios 1:9).
Esto lo vemos también en la fórmula bautismal de Mateo
28:19 cuando se nos dice que los creyentes con sus hijos deben ser
bautizados; “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo.” El nombre y la obra de la tercera Persona de la Trinidad es
indispensable para nuestra salvación y comunión con Dios como lo
es el nombre y la obra del Padre y del Hijo. Dios garantiza a Su
pueblo electo que el Espíritu Santo obrará todo para bien de ellos y
para la gloria de Su Nombre.
Para culminar, veamos nuestro Catecismo Continental de la
Reforma y el Catecismo Mayor para la formación teológica de
Zacarías Ursino;
“¿Qué crees del Espíritu Santo? Que con el Eterno Padre e Hijo es
verdadero y eterno Dios. Y que viene a morar en mí para que, por la
verdadera fe, me haga participante de Cristo y de todos sus
beneficios, me consuele y quede conmigo eternamente.” [4] “¿Cómo
sabemos que Dios ha establecido tal pacto de gracia con nosotros?
El Espíritu Santo testifica esto en nuestros corazones por la Palabra
de Dios y los sacramentos, y por el comienzo de nuestra obediencia
por gratitud a Dios.” [5]
¿Qué de la tercera persona de la Trinidad?

El Espíritu Santo
En el artículo pasado vimos que la propiedad personal del Padre en
la Trinidad es el engendrar eternamente al Hijo, como también
vimos que la propiedad personal del Hijo es el ser engendrado
eternamente por el Padre de tal forma que el Hijo es la Imagen
misma del Padre. Este acto en la Trinidad es un acto necesario,
eterno y completo en Dios. Como diría Herman Bavinck (1854—
1921) citado por Louis Berkhof (1873-1957);
“La generación eterna trae distinción (de personas) y distribución
(de esencia); pero no diversidad ni división en el Ser Divino.” [1]
De ahí el Credo Niceno, donde leemos que; “Creemos en un solo
Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de
todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios
verdadero, engendrado no creado, de la misma naturaleza del
Padre, por quien todo fue hecho.” [2]
También hemos visto ya que el Padre y el Hijo gozan en sí una vida
de amor y amistad el uno con el otro y que ambos entran y habitan el
uno en el otro de tal forma que hay una recirculación en armonía en
la Trinidad sin una interrupción de propiedades personales, es decir,
que el Padre sigue siendo Padre y que el Hijo sigue siendo Hijo.
Esto significa que no solo el Padre y el Hijo se complacen y aman el
uno al otro sino que además se compenetran y habitan el uno en el
otro en la perfecta unión del Espíritu Santo. Persona y tema que
debemos estudiar a continuación.

La personalidad y divinidad del Espíritu Santo


Cuando hablamos del Espíritu de Dios sabemos por la Escritura que
Él es el Consolador enviado por Cristo (Juan 14:26), el Espíritu de
Verdad que nos guía a toda verdad (Juan 16:13) y quien equipa a la
iglesia del Señor para toda buena obra en el servicio (1 Corintios
12:8, 11). Esto implica que Él posee una mente, una voluntad y
afectos propios en sí mismo como a la vez que Él goza la misma
esencia del Padre y del Hijo. Su Nombre, Su honor, sus atributos y
obras describen la Persona que Él es en la Trinidad.
En 1 Corintios 2:10-11 leemos; “Pero Dios nos las reveló a
nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun
lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas
del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco
nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de
Dios.” En Hechos 16:6-7 leemos que fue por la voluntad del
Espíritu Santo, que Pablo y compañía les fue prohibido entrar ciertas
ciudades; “Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue
prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando
llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo
permitió.” y en Isaías 63:10 se nos dice sobre la disposición de Su
mente y voluntad, es decir, Sus afectos personales contra el pueblo
rebelde; “Mas ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su santo
espíritu; por lo cual se les volvió enemigo, y él mismo peleó contra
ellos”. De este modo vemos que quien ejerce su propio intelecto,
voluntad y afectos no puede ser un mero poder o influencia sino una
persona. Distinguido por lo que es, de su obrar; “Mas el
Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi
nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que
yo os he dicho.”
Consideremos ahora los atributos y el honor que Él goza en la
Deidad; 1) Él es eterno al ser el Espíritu de verdad (Juan 16:13),
mentirle es mentirle a Dios (Hechos 5:3-4), Él es omnipresente
(Salmo 139:7-8), Él es omnipotente (Isaías 11:2, Lucas 1:35), Él es
omnisciente (1 Corintios 2:11). En cuanto a Sus obras, Él crea,
revela, enseña, intercede, ordena y gobierna (Génesis 1:2, Job
26:13, Salmo 33:6, Lucas 12:12, Hechos 8:29, 13:2, Romanos 8:11),
Él regenera e imparte vida a los hijos de Dios (Juan 3:5, 2 Corintios
3:6), Él concede dones espirituales (1 Corintios 12:11), Él nos
enseña a orar (Zacarías 12:10, Romanos 8:26) y nos guía a toda
verdad, dándonos a conocer que somos hijos de Dios por medio de
Jesucristo (Juan 16:13-15, Romanos 8:14, Efesios 5:8).
De este modo y confesionalmente decimos que; “Creemos en el
Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del
Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe en una misma adoración y
gloria, y que habló por los profetas.” (Credo Niceno 381 d.C.).

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