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El Espíritu Santo
En el artículo pasado vimos que la propiedad personal del Padre en
la Trinidad es el engendrar eternamente al Hijo, como también
vimos que la propiedad personal del Hijo es el ser engendrado
eternamente por el Padre de tal forma que el Hijo es la Imagen
misma del Padre. Este acto en la Trinidad es un acto necesario,
eterno y completo en Dios. Como diría Herman Bavinck (1854—
1921) citado por Louis Berkhof (1873-1957);
“La generación eterna trae distinción (de personas) y distribución
(de esencia); pero no diversidad ni división en el Ser Divino.” [1]
De ahí el Credo Niceno, donde leemos que; “Creemos en un solo
Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de
todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios
verdadero, engendrado no creado, de la misma naturaleza del
Padre, por quien todo fue hecho.” [2]
También hemos visto ya que el Padre y el Hijo gozan en sí una vida
de amor y amistad el uno con el otro y que ambos entran y habitan el
uno en el otro de tal forma que hay una recirculación en armonía en
la Trinidad sin una interrupción de propiedades personales, es decir,
que el Padre sigue siendo Padre y que el Hijo sigue siendo Hijo.
Esto significa que no solo el Padre y el Hijo se complacen y aman el
uno al otro sino que además se compenetran y habitan el uno en el
otro en la perfecta unión del Espíritu Santo. Persona y tema que
debemos estudiar a continuación.