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sábado, 27 de julio de 2013

Clasificación de los negocios jurídicos


Según que sea una persona o varias las que en el negocio emiten su manifestación de voluntad,
éste se llama unilateral o bilateral. Un testamento y un contrato de arrendamiento pueden servir
de ejemplo de cada clase.

Negocios jurídicos onerosos son aquellos en que la parte que adquiere un derecho proporciona
a su vez a la otra una contrapartida; verbigracia, una compraventa. Cuando la contrapartida no
existe, verbigracia, en una donación, el negocio se dice lucrativo.

Hay negocios jurídicos cuyos efectos se aplazan hasta el fallecimiento de quien los concluye, y
se denominan por eso negocios jurídicos mortis causa, como sucede, por ejemplo, en un legado.
Cuando esta supeditación de los efectos del negocio a la muerte del sujeto no se da, se dice que
el negocio es inter vivos.

Otra clasificación de los negocios jurídicos es la que los distingue en solemnes y no solemnes.
La manifestación de voluntad que constituye la esencia del negocio jurídico debe hacerse, en
algunos tipos de éste, precisa y exclusivamente en la forma que determina de antemano la ley.
Estos negocios se llaman solemnes. Un ejemplo de ellos es el testamento. Por clara y evidente
que aparezca la última voluntad de una persona, si no encauza su expresión en una de las
formas predeterminadas para ello por la ley, no será testamento. En los otros negocios, amorfos
o no solemnes, la ley deja en libertad al que los lleva a cabo respecto al modo de exteriorizar su
voluntad. En aquéllos, se dice por los comentaristas, la forma es exigida ad solemnitatem, esto
es, como imprescindible para la validez del negocio. En los segundos, la forma que libremente
adopten los que en ellos declaran su voluntad, tiene sólo un valor ad probationem, esto es, para
patentizar y poder probar la declaración de voluntad que se emitió.

Hay también negocios jurídicos causales y negocios jurídicos abstractos. Las personas que
concluyen negocios jurídicos lo hacen por motivos diversos en cada caso, dentro de un mismo
tipo de negocio jurídico. Cada arrendatario de fincas urbanas, por ejemplo, tendrá distintos
motivos que le inducen a abonar el precio; uno lo hará para vivir en un sitio que estima
higiénico, en otro el motivo será la cercanía al lugar de su trabajo habitual, en otro la amplitud
de la cosa, etc. Pero en esta gama de motivos diversos hay uno inmediato, el más próximo, que
se da siempre en los negocios del mismo tipo. Todos los arrendatarios se deciden a entregar el
precio porque quieren la casa, como todos los arrendadores entregan la casa porque quieren el
precio. A este primer y elemental motivo, que constituye el fin práctico, común a todos los
casos de un tipo de negocio, detrás del cual podrá haber toda la variedad que se quiera de
motivos particulares, le llaman los tratadistas causa del negocio.

Negocio jurídico causal es aquel para cuya existencia la ley exige -juntamente con otros
requisitos- la causa. Si ésta no se da, el negocio no existe. Negocio abstracto es aquel en
relación con el cual la ley no tiene otra exigencia sino la de la manifestación de voluntad. Para
su eficacia basta lo exterior, la forma. Molde apto para que en él se viertan y encierran
finalidades cambiantes en cada caso. El Derecho objetivo no entra, en tales negocios, a indagar
en el campo de las intenciones. La forma podrá abrigar en ellos contenidos diversos en los
cuales la ley no penetra; por eso se les llama negocios jurídicos abstractos. Dicha forma podrá
ser taxativamente predeterminada por la ley o no. Es decir, que el negocio jurídico abstracto
puede ser solemne o no solemne. Aunque en el Derecho romano puro lo primero es la regla: los
negocios de tipo abstracto son además solemnes, estrictamente formales. La stipulatio, contrato
consistente en una pregunta y una respuesta emitidas de forma prefijada con rigurosa exactitud,
tuvo en el Derecho romano primitivo este carácter; en cuanto dos ciudadanos pronunciaban las
fórmulas prescritas, el contrato existía; lo que hubiera dentro de aquella promesa -todos los
motivos, incluso el próximo que hemos llamado causa- era indiferente para el Derecho
objetivo.

Claro es que ello no significa que en el negocio jurídico formal o abstracto la causa no exista.
En la stipulatio nadie prometía por prometer, vacío de motivos. Los que la celebraban querían
lograr una finalidad práctica, aunque no la expusiesen. Y, por otra parte, esa indiferencia de la
ley ante el motivo próximo en el negocio abstracto es muy relativa y más bien aparente, porque
lo que sucede es que esos negocios formales suelen ser partes o elementos de negocios causales
más complejos.

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