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EL PECADO ORIGINAL EN LA ESCRITURA Y LA TRADICIÓN.

El pecado es universal en la Biblia, y este mal es causado por el hombre. El mal no es responsabilidad de Dios, no es culpa
de Dios por un mundo mal hecho, sino que es causado por el hombre en su alejamiento de Dios. La Sagrada Escritura no
explica otras cuestiones, no habla del origen del mal, tampoco lo hace de la trasmisión del pecado original, siquiera habla
de su existencia como tal. Todas esas elaboraciones pertenecen a la teología posterior.

En Rom 5, 12-21 San Pablo hace una teología sobre la cuestión del pecado. Indica el texto que por un hombre entró el
pecado en el mundo y por el pecado la muerte, y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.
En este verso se ha fundamentado tradicionalmente la doctrina del pecado original. San Pablo está tratando de demostrar
que la salvación por la Ley ya no es posible, y que tampoco lo es por el conocimiento, refutando las tesis judaicas o
gnósticas. Se presentan dos figuras humanas en dialéctica, una es Adán y la otra es Cristo. Cada una muestra actitudes
distintas, Adán es el que ejecuta una acción pecadora, catastrófica para los hombres, frente a otra acción redentora de
Cristo. Podríamos concluir que, en San Pablo, todos los hombres son pecadores, y que todos estamos necesitados de Cristo
Redentor. Este es el argumento central de la carta a los Romanos, resaltar la obra salvífica de Cristo. Es verdad que se está
insinuando que la miseria del hombre ha sido determinada por un pecador, que desobedeciendo ha llevado al hombre a
la ruina, sin embargo, la relación Adán pecador y Cristo redentor, no es exactamente paralela ni equiparable. San Pablo
pretende siempre destacar, por encima de todo, la acción de Jesús contra el pecado y su esclavitud.

San Pablo no olvida la libertad del hombre y la responsabilidad del pecado, habla de que hemos caído en la esclavitud,
aunque el responsable universal haya sido Adán. La carga del pecado y su esclavitud es de todos los hombres, todos somos
responsables de nuestra situación. Pablo escribe mirando a un futuro cercano de parusía, por eso, la libertad de pecar la
identifica con la negativa a confiar en Jesús como Mesías.

La teología posterior trabajó el problema del pecado original. De nuevo tenemos que destacar de todos los esfuerzos
teológicos el desarrollado por San Agustín, que en réplica a Pelagio profundiza en la antropología como ninguno antes lo
había hecho, sentando un precedente y unas bases fuertes y sólidas.

Pelagio afirmaba el radical optimismo antropológico, el hombre era capaz del bien, podría obrar el bien sin ayuda de Dios,
es decir con sus propias fuerzas, subrayando así su libertad. Para Pelagio el hombre es libre y responsable del pecado. En
este contexto negaba la existencia del pecado original y afirmaba que el pecado de Adán fue un mal ejemplo (que solo
afectó a él), pero no una responsabilidad de todos los hombres. Siguiendo más lejos en sus deducciones, Cristo no nos
salva, sino que es un maestro, un guía ejemplar, pero no un salvador, es el hombre el que, si lo desea, se puede salvar a sí
mismo. El papel de Cristo queda minimizando. En el fondo, Pelagio cree en la ascesis como camino de salvación, el hombre
hace su propio destino con Dios, no necesita de la gracia, porque se basta a sí mismo.

San Agustín responde a Pelagio profundizando en el dogma del pecado original y dándole la forma que durante muchos
siglos, incluso hoy día, tiene en la Iglesia. Para San Agustín es central la relación que existe entre salvación humana y Cristo,
la experiencia de su vida es la mejor teología y el punto de partida del de Hipona. San Agustín comprende la situación de
pecado y comprende la fuerza salvadora de la gracia de Cristo. Descubre también la universalidad del pecado, a la que
corresponde una universal salvación, realizada por Cristo. Por eso en relación con Pelagio rechaza frontalmente su
doctrina, porque entiende que todos los hombres necesitan de Cristo redentor, no puede haber una soteriología sin Cristo
en el centro, que es el redentor universal.

Sigue con el argumento extendiéndolo al problema de la salvación de los niños, que parecen irresponsables de sus
pecados. Si decimos que Cristo no salva a los niños, porque son irresponsables del pecado, les negamos la salvación. San
Agustín afirma reiteradamente que el hombre no se salva a sí mismo, sino que es Dios el que nos libera, y libera a todos
los hombres, incluidos los niños y los irresponsables.

Hay que decir que San Agustín no identifica pecado original con concupiscencia, como más tarde hará el agustino Martín
Lutero. La concupiscencia para San Agustín es partícipe de la desobediencia de Adán, y es inclinación al pecado, pero no
es lo mismo, no es identificable.

Nos preguntamos por la esencia del pecado original. San Agustín muestra varios aspectos de la misma realidad, sin optar
más que por una relación de todos. Estos aspectos son la muerte del hombre, que se produce con el pecado, la
concupiscencia, que nos inclina al pecado y la solidaridad pecadora de toda la humanidad con Adán. El centro de todo es
Cristo redentor, y que no es posible la salvación fuera de Cristo, la gracia es una especie de medicina sanadora de una
enfermedad que el hombre ha heredado de Adán.

El Magisterio de la Iglesia declaró en el Concilio de Cartago, en el 418 sobre el pecado original y la gracia. Trascribimos lo
afirmado por los Padres conciliares en los tres primeros puntos. Decía así: "Quienquiera que dijere que el primer hombre,
Adán, fue creado mortal, de suerte que tanto si pecaba como si no pecaba tenía que morir en el cuerpo, es decir, que
saldría del cuerpo no por castigo del pecado, sino por necesidad de la naturaleza, sea anatema". Estamos ante un
platonismo que reafirma la inmortalidad del hombre antes de morir. Segundo punto: "quienquiera que niegue que los
niños recién nacidos del seno de sus madres, no ha de ser bautizados o dice que, efectivamente, son bautizados para
remisión de los pecados, pero que de Adán nada traen del pecado original que haya que expiarse por el lavatorio de la
regeneración; de donde consiguientemente se sigue que en ellos la fórmula del bautismo "para la remisión de los
pecados", ha de entenderse no verdadera sino falsa, sea anatema. ... porque por esta regla de fe, aun los niños pequeños
que todavía no pudieron cometer ningún pecado por sí mismos, son verdaderamente bautizados para la remisión de los
pecados, a fin de que por la regeneración se limpie en ellos lo que por la generación contrajeron". En este punto se
distingue entre pecado personal y pecado original, y aunque los niños no hayan imitado ningún mal ejemplo, son
herederos, a través de la generación, del pecado original. El valor del Concilio de Cartago, inicialmente provincial, fue
aprobado por el Papa San Zósimo, dándole así una importancia universal, y condenando el Pelagianismo como error.

También el Concilio de Orange trabajó el tema del pecado original, fue en el año 529, y se arremetió en concreto contra
los semipelagianos. De nuevo se reafirmó de manera parecida lo proclamado en Cartago, y sirvió de base para la teología
elaborada sobre el pecado original en Trento, unos siglos más tarde. El problema de Trento era singularmente distinto, no
hay un enfrentamiento contra el pelagianismo, sino contra una tendencia distinta, como era la Luterana. La acusación de
la teología protestante a la católica era de ser excesivamente pelagiana, dar demasiada importancia a las obras frente a la
gracia de Cristo.

El fundamento de la teología luterana estaba en la experiencia del monje Martín Lutero. Su angustia consistía en desear
lo bueno, pero verse incapaz de su superación. Su experiencia de fe le lleva a liberarse de la angustia del pecado
descubriendo la gracia. Dios justifica al hombre sin cambiarlo y sin eliminar el pecado original. El hombre sigue estando
corrompido por el pecado, pero la gracia de Dios no mira el pecado sino al hombre. Para Lutero el hombre es un ser
intrínsecamente pecador y totalmente corrompido, por si mismo no puede obrar el bien de ninguna manera, no es libre,
sino que es esclavo de la concupiscencia, que identifica con el pecado original. El Bautismo no elimina el pecado original,
ni quita la concupiscencia, sino que es el manto de Cristo el que nos cubre para nuestra justificación y redención.

Zwinglio matiza algunas cosas contra Lutero y Calvino, que prácticamente están en la misma línea. Dice Zwinglio que el
hombre no nace con el pecado original, porque para que haya pecado debe hacer una trasgresión voluntaria a la ley. La
herencia de Adán es nuestro amor propio y egoísmo, que brotan de la voluntad del hombre. Aunque afirma que sí que es
oportuno bautizar a los niños, para que formen parte de la comunidad cristiana.

El Concilio de Trento respondió a la Reforma con varios Decretos. La clave de la teología Católica era salvar tanto la
existencia del pecado original, como la gracia y la libertad del hombre. El Decreto sobre el pecado original, de 1546, dice
que por el pecado de Adán se ha producido un verdadero pecado, por el que todos han perdido la santidad y la justicia,
rechazando así la doctrina de Zwinglio. En el canon tercero se afirma que la acción salvífica de Cristo, es el único salvador,
acentuando la salvación en la cruz, oponiéndose así a los pelagianos. Cristo es la salvación y el instrumento empleado para
esa salvación es el bautismo. Para el Concilio, el pecado es único en su origen, y se trasmite por propagación, rechazando
el pelagianismo que indicaba que era imitación. Propagación lo interpretamos como generación. Todos y cada uno de los
hombres son pecadores.

En el canon cuarto y quinto se valora la teología bautismal, necesaria para eliminar el pecado original, tanto en niños como
adultos. El bautismo es así una auténtica regeneración, elimina el pecado. Esto ya se oponía al protestantismo, pero es
que además se indica que no es "como que no estuviera" o no se imputara el pecado, sino que es realmente destruido. El
Concilio quiere corroborar su doctrina con la Escritura, citando Romanos 6,4 y otros. El bautismo no elimina la
concupiscencia, que no es nociva para los que luchan contra ella con la gracia de Cristo y se oponen a ella.

El Concilio de Trento nos indica claramente que el pecado original es un pecado distinto de los pecados personales, dado
que se introduce por generación. No es lo igual que la concupiscencia. El pecado original se transmite de padres a hijos, y
todos estamos necesitados del agua purificadora del bautismo.

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