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Primer parcial:
Historia Social Latinoamericana
Comisioó n Viernes de 17 a 19hs | Profesor: Mariano Salzman
a. Señale los cambios y las continuidades fundamentales del escenario político y social
latinoamericano con posterioridad a las guerras de independencia. Señale al menos un punto en común y
una diferencia entre los enfoques sobre este período de T. Halperín Donghi, J. Lynch y J.C. Chiaramonte.
Tras las guerras de independencia latinoamericanas, que buscaron quebrar el pacto de dominación
colonial, podemos encontrar una serie de resultados consecuentes con este objetivo, así como
continuidades en el plano político y social con respecto al orden hasta entonces sostenido. Refiriéndonos
inicialmente a las fracturas que se dieron como producto de aquellos procesos, podríamos considerar que el
orden colonial mantenía a lo largo y ancho de América Latina –más puntualmente, de Hispanoamérica por
un lado y de la América portuguesa por otro- una unidad que con las revoluciones se vio atomizada. Este
territorio ahora fragmentado acabó por separar a zonas enteras de sus fuentes de metal precioso, lo cual
generó la necesidad de crear nuevos vínculos, vías de conexión y de producción. A su vez, esto generó un
conflicto en la constitución de identidades nacionales, ya que la uniformidad de pueblos otorgada por el
Imperio se veía ahora coartada por la independencia y la necesidad de conformación de Estados nacionales
subsumidos a las nuevas fronteras. Esta fragmentación y sus resultados, producto de la demanda
independentista, es estudiada por Miguel Ángel Centeno, quien plantea que “(…) las guerras
independentistas produjeron fragmentos de imperio pero no nuevos Estados (…)” 1. En este sentido, algunos
rasgos coloniales se ven intactos: no encontramos un proceso de ciudadanía inmediato, así como los
nacionalismos y patriotismos se ven carentes de contenido, debido a que no hay identidad colectiva ni
cohesión social al interior de cada nación.
Si bien aún no podemos hablar de Estados nacionales, vemos que ya no existe la forma político-
administrativa de dominación mantenida por el orden colonial, lo cual deja ver una secuencia de
advertencias negativas: “(…) degradación de la vida administrativa, desorden y militarización, un
despotismo más pesado de soportar porque debe ejercerse sobre poblaciones que la revolución ha
despertado a la vida política (…)”2. Al no establecerse aún un orden unificado y administrativo nacional, se
generaliza, en la posteridad a las guerras independentistas, la difusión de armas, produciéndose así una
militarización que pretendía mantener un mínimo orden interno, una defensa propia de los prontamente
ciudadanos. Sin embargo, este proceso acaba perpetuando la violencia y enalteciendo a las figuras militares,
dando lugar a un personalismo que se verá representado en fenómenos tales como el caudillismo.
En lo referido a los vínculos de dominación hallamos una continuidad ya que estos, ligados al
latifundio heredado de la época colonial y mantenidos por el poder suscitado por personalidades
caudillistas, se ven sostenidos. Sin embargo, el cambio se dará en el agente social de dominación, ya que los
hacendados, otrora relegados a una posición, se verán beneficiados por las modificaciones en el plano
económico y pasarán a convertirse en la nueva clase dominante. En cierta forma, como dice John Lynch,
“(…) la independencia fortaleció la hacienda (…)” 3 al establecer la necesidad de una economía
1
Centeno, M.A. (2014). Página 57.
2
Halperín Donghi, T. (2000). Página 159.
3
Lynch, J. (1985). Página 378.
agroexportadora. Replicando las palabras de John Lynch –quien se centra particularmente en la Revolución
Mexicana, pero que efectúa un estudio del proceso independentista en todo América Latina-, notamos que
se trataba de una suerte de revolución conservadora, “(…) una revolución política en la cual una clase
dominante desplazaba a otra (…)”4: quienes dominaban en el período colonial, es decir, antiguos sectores
de las minas, el comercio y la burocracia, son ahora reemplazados por el poderío de los hacendados.
Con cierta tardanza pero marcando un quiebre de gran importancia se hará visible un cambio en la
naturaleza del vínculo comercial con las potencias europeas: estos mercados buscarán en Latinoamérica un
lugar donde hacer llegar sus productos. Sin embargo, la inserción al mercado mundial será aún una meta
que las economías latinoamericanas tardarán en alcanzar, manteniéndose la falta de inversiones extranjeras
y de demanda por gran parte del siglo XIX, en el cual, sin embargo, se llevarán adelante transformaciones
tendientes a agilizar la comercialización de productos; estas medidas, las cuales desarrollaremos
posteriormente, lograrán que cambie también el lugar que ocupa la Iglesia en la sociedad, pasando de un
lugar predominante a uno subordinado al poder político.
Dentro de los autores estudiados para referirnos a los cambios y continuidades en el paso del orden
colonial a la dependencia podemos destacar los trabajos de Tulio Halperín Donghi, John Lynch y José Carlos
Chiaramonte. En los tres casos hallamos un acuerdo en la postulación de la tardanza del nuevo orden -“(…)
todavía a principios del siglo XIX seguían siendo visibles en Iberoamérica las huellas del proceso de conquista
(…)”5-, evidenciada con los aspectos que se vieron constantes por un período prolongado de tiempo luego
de las guerras de independencia. El estudio de Halperín Donghi hace hincapié en reiteradas ocasiones en el
fuerte legado colonial con el que tuvo que desenvolverse el nuevo escenario político y social
latinoamericano, ejemplificando y evidenciando los procesos pertinentes. En la misma línea, John Lynch
consideró que, si bien se quebró el pacto de dominación colonial y con él las estrechas relaciones de
dependencia política y económica con España y Portugal, el nuevo orden tardó en hacerse presente por la
difícil posibilidad de desarrollo económico, causado por el mantenimiento de una fuerte dependencia con
las potencias europeas. En este lineamiento el autor se destaca, además, por poner en duda el poder de
elección a este respecto: se pregunta “(…) ¿tenían los nuevos estados una elección realista entre autarquía y
dependencia, entre desarrollo y subdesarrollo? (…)” 6, haciendo un guiño, al dejar inconclusa la respuesta, al
mantenimiento de ciertas relaciones de dependencia. Es clara la similitud del análisis que propone
Chiaramonte, quien hace referencia a cuerpos institucionales muy débiles, endebles y fragmentados: “(…) lo
que parecería haber sucedido es que el proceso de las guerras de Independencia y de las llamadas guerras
4
Lynch, J. (1985). Página 386.
5
Halperín Donghi, T. (2000). Página 17.
6
Lynch, J. (1985). Página 376.
civiles, así como los esfuerzos de los gobiernos centrales durante los lapsos centralizadores para anular los
órganos de poder autonomistas, condujeron a una situación en que fueron destruidas o debilitadas las
formas institucionales de ejercicio de la autonomía, sin haber sido reemplazadas por nuevas instancias de
poder acordes con el régimen representativo liberal que intentaba organizarse (…)” 7. Según este autor, el
nuevo orden buscaba imponerse antes de que estuviesen realmente construidas las condiciones materiales
para su desenvolvimiento.
Por otro lado, si bien la postura recién expuesta es compartida, podemos apreciar que difieren los
puntos de partida de cada autor, así como los aspectos en los que hacen énfasis y la estructura de sus
trabajos. Al tiempo que John Lynch parte de la experiencia mexicana para apreciar las dificultades
transitadas y los resultados obtenidos y así comprender mejor la totalidad de los casos, José Carlos
Chiaramonte inicia con correcciones y precisiones conceptuales con respecto a los poderes locales y el
federalismo - temáticas que guiarán su estudio. En este sentido Tulio Halperín Donghi se presenta, entre los
tres, como el teórico más interesado por un análisis global de este período, haciendo referencias breves a
los casos nacionales y relacionándolos en la articulación y seguimiento de los procesos compartidos en la
disolución del orden colonial. Si hilamos fino en las perspectivas de cada uno de los autores, podremos
hallar coincidencias –la centralidad del caso mexicano y la excepcionalidad del caso chileno en numerosos
aspectos- así como distinciones en los análisis en cuanto a consideraciones que los demás no mencionan.
Ejemplo de esto son el mencionado cuestionamiento de Lynch sobre el poder de elección de las nuevas
naciones con respecto a la dependencia o autonomía económica, y el argumento que Chiaramonte
contempla al pronunciar que los procesos independentistas nacieron de la voluntad de los Ayuntamientos y
por tanto tuvieron un origen urbano, entre otros puntos esgrimidos.
Quedan expuestos, entonces, los cambios y continuidades que moldearon la transición entre el
período colonial y el período post-independentista, evidenciándose la tardanza en la llegada del nuevo
orden, así como los puntos de encuentro y de quiebre entre los autores estudiados.
7
Chiaramonte, J.C. (2003). Página 11.
b. A partir de la cita de referencia señale cuáles son esos “cambios producidos en la economía
internacional” de mediados del siglo XIX a los que alude y mencione qué procesos de transformación
interna contribuyeron a producir en uno de estos casos nacionales: México, Bolivia, Brasil.
En referencia a la cita de Oscar Oslak, deberíamos iniciar postulando la definición que él hace del
estado: “(…) instancia política que articula un sistema de dominación social. Su manifestación material es un
conjunto interdependiente de instituciones que conforman el aparato en el que se condensa el poder y los
recursos de la dominación política (…)” 8. Entendiendo el proceso de constitución de los Estados
latinoamericanos ligado a la desarticulación de un sistema de dominación social para dar surgimiento a uno
nuevo, consideramos que la posibilidad de concreción de los proyectos nacionales dependió directamente
no sólo de las condiciones internas –intereses políticos enfrentados, guerras, nacionalidad, entre otras- sino
también de condiciones económicas, políticas, sociales e ideológicas del desenvolvimiento europeo.
Retomando al autor, “(…) la existencia del estado presupone entonces la presencia de condiciones
materiales que posibiliten la expansión e integración del espacio económico (mercado) y la movilización de
agentes sociales en el sentido de instituir relaciones de producción e intercambio crecientemente complejas
mediante el control y empleo de recursos de dominación. Esto significa que la formación de una economía
capitalista y de un estado nacional son aspectos de un proceso único (…)” 9. Iniciamos este análisis, entonces,
comprendiendo, como postulan también Cardoso y Faletto, que en este proceso se anexa la constitución de
una nación independiente a la de una economía periférica, integrada al mercado mundial gracias a las
condiciones estructurales nacionales, condicionadas por las condiciones estructurales internacionales.
A mediados del siglo XIX la economía internacional estaba atravesando una serie de cambios que
acabaron dando nuevas posibilidades de desarrollo a los Estados. Aproximadamente entre los años 1850 y
1870 se vivió una Segunda Revolución Industrial, la cual consiguió modificar las tecnologías del ámbito
productivo y las utilizadas para el transporte, incrementando así las condiciones favorables para la
exportación e importación de las naciones europeas. De esta forma, las potencias –Gran Bretaña, Francia,
Alemania y Estados Unidos- iniciaron con un creciente interés por nuevos mercados en donde pudiesen
desembocar sus exportaciones, al mismo tiempo que vieron en alza su demanda de bienes primarios,
necesarios tanto para la confección de manufacturas como para alimentar a una clase obrera naciente – ex
campesinos que migraron a las ciudades y que ya no producen sus propios alimentos, por lo que requieren
materia prima para la industria alimenticia. “(…) Estos cambios en la demanda de los países industrializados
favorecieron la modificación en los patrones de las exportaciones, reduciendo la importancia de los
productos de exportación tradicional o colonial (como la minería), ante la expansión de nuevas
exportaciones de origen agrícola (…)” 10. En esta línea, comenzó a confeccionarse una división internacional
del trabajo, postulándose una dualidad entre centro y periferia a partir de la cual los países europeos
concretaron su industrialización mientras que los Estados latinoamericanos encauzaron sus economías en la
producción de bienes primarios.
8
Oslak, O. (2007). Página 3.
9
Oslak, O. (2007). Página 4.
10
Alcazar, J. (2003). Página 148.
Por otro lado, la ideología europea también fue transformándose, alterando el ámbito de la práctica.
Las ideas liberales en boga a mitades del siglo XIX llegaron junto a las migraciones a América, generando en
los gobiernos latinoamericanos una repercusión a nivel económico y social, que acabaron dando la
seguridad necesaria al capital extranjero de estar invirtiendo en sectores confiables económica y
políticamente hablando. De esta forma, siendo consecuente con tal ideología, los grupos corporativos
comenzaron a ser vistos con cierto recelo: la Iglesia pasó de ser un grupo dominante a ser considerado un
obstáculo para la modernización y la implantación de la economía liberal.
Como postulamos con anterioridad, estas alteraciones en la economía internacional dieron lugar a
procesos de transformación al interior de las naciones latinoamericanas. En palabras de Glade, “(…) el
motor principal del crecimiento en este período fue la producción industrial en países del centro económico,
con los cambios sociales y económicos que la acompañaban (…)” 11. En esta ocasión, nos referiremos a los
cambios generados en México.
En México, las medidas adoptadas por el régimen de Porfirio Díaz consiguieron cortejar a los
inversores extranjeros, regularizando el funcionamiento de la sociedad en su conjunto y de la economía a
través de lo que Oslak llama una “institucionalización del orden” en beneficio de la economía nacional –
tensión que, según Centeno, se mantiene al día de hoy en todas las naciones latinoamericanas. El Estado
ejercía entonces su autoridad e imponía un nuevo sistema, un orden neocolonial, en el cual las relaciones
de dominación apuntaban a la inserción en el mercado internacional.
11
Glade, W. (1991). Página 7.
12
Centeno, M.A. (2014). Página 39.
13
Katz, F. (1992). Página 15.
café, tabaco o azúcar) creció un 75,5% (…)” 14- y la llegada de capitales extranjeros – Estados Unidos invirtió
en ferrocarriles, minas de oro, plata, cobre y oro en el país. A su vez, la inmigración recibida en el país
generó un profundo cambio tanto en el mercado de trabajo como en los niveles de producción: doblándose
la población entre 1850 y 1930, la mano de obra disponible se acrecentó, así como la demanda nacional de
alimentos.
c. Compare sobre dos casos nacionales (Brasil y México) las formas que adoptó el pacto de
dominación oligárquica a partir de la siguiente dimensión de análisis: los mecanismos clientelares de
dominación oligárquica.
Para poder comprender los mecanismos clientelares de dominación oligárquica, primero debemos
establecer que el pacto de dominación oligárquica se presenta como un “(..) modo de ejercicio de la
dominación política por un grupo minoritario perteneciente a clases sociales que detentan poder económico
y social (…)”16, llegando a marcar con claridad la distinción de clases a través de la monopolización y
centralidad del poder y de la fragmentación y exclusión geográfica, social, política y económica.
Sobre esta base, y paralelamente al proceso de constitución de los Estados tras la descolonización,
llegó a establecerse en varios países de la región un sistema informal de poder, político y social, basado en el
intercambio de favores: el clientelismo. Podríamos caracterizarlo, a su vez, como una relación diádica y
jerarquizada en la cual el patrón y el cliente tienen un interés recíproco. El nexo que los une es asimétrico, y
la desigualdad que los distancia es estructural: sólo a través del pacto establecido es que el cliente podrá
conseguir los beneficios privados que el patrón le otorgará a cambio de apoyo político.
Habiendo estudiado con anterioridad los procesos de constitución de los Estados nacionales
latinoamericanos, podemos comprender que la fragmentación y debilidad administrativa propia del siglo XIX
sienta las bases del contexto ideal para el desenvolvimiento del clientelismo. En un capitalismo dependiente
incipiente con estructuras políticas aún endebles, los patrones aparecen en el ámbito privado para reponer
aquello que el Estado no es capaz de ofrecer. En búsqueda de la expansión del dominio personal, estos jefes
locales son la clara ejemplificación de lo que Ansaldi llama “privatización de la esfera pública”. Según diría
14
Alcazar, J. (2003). Página 150.
15
Glade, W. (1991). Página 43.
16
Ansaldi, W. (1992) Página 3.
Chiaramonte, “(…) el caudillismo es una de las formas, no exclusiva, en que las sociedades emergentes del
derrumbe de la dominación ibérica organizan la vida social en comunidades en las que, a diferencia de las
colonias angloamericanas, las prácticas representativas populares eran por demás recientes y débiles y las
viejas formas corporativas se debilitaban (…)”17.
En América Latina, si bien los procesos históricos se presentan de forma similar en todo el territorio,
encontramos especificidades dentro de cada espacio nacional: el estudio de los casos de Brasil y México nos
habilitará la posibilidad de conocer los modos de ejercer la dominación tradicional en América Latina en el
contexto político de los estados oligárquicos previamente definidos. En ambos casos el espacio que da lugar
al pacto patrón-cliente es la hacienda: en tanto unidad productiva y de control social y político, habilita el
establecimiento de la relación de dominación. El cliente o campesino es quien trabaja las tierras del patrón,
el cual a su vez es comerciante o funcionario, lo cual le da la posibilidad de ofrecer favores a cambio de
lealtad y apoyo político. Este patrón dirime conflictos, imparte justicia y garantiza la supervivencia y la
protección de la comunidad, al mismo tiempo que asegura el orden para poder negociar con el poder
estatal la provisión de seguridad así como de apoyo político.
En el caso mexicano, hablamos del “caciquismo”: el cacique en el México de fines del siglo XIX, si
bien también se proclama como la persona que detenta más poder en la región, tiene un lugar más
17
Chiaramonte, J.C. (2003). Página 3.
18
Fausto, B. (1992). Página 423.
19
Murilo de Carvalho, J. (1995). Páginas 42 y 43.
20
Murilo de Carvalho, J. (1995). Página 28.
subordinado que el coronel brasileño, ya que no es tanto un líder local sino un intermediario político entre
dos esferas, que se encarga de la circulación de mercancías entre su región y las redes nacionales, de agilizar
la relación entre la comunidad y el mercado, y de las acciones administrativas que el Estado no llega a
cumplir en dimensiones locales, tales como la unificación, organización y representación de la comunidad.
Se entiende al cacique como “(…) el impulsor directo de las decisiones de gobierno en el nivel local (…) y se
ubica por encima de la autoridad del gobernador, quien se ve obligado a someter sus decisiones al acuerdo
de aquél (…)”21. Si bien notamos aquí cierta autonomía del poder local de los coroneles con respecto a los
funcionarios públicos, entendemos que es imprescindible la articulación regional de puestos
gubernamentales que permitan el intercambio de favores. Al igual que el coronelismo, se postula como una
instancia de gobierno extraoficial o interna pero prácticamente autónoma. Fernando Salmerón Castro
define su origen y tareas de la siguiente forma: “(…) El cacique es habitualmente un dirigente surgido de la
propia comunidad sobre la que ejerce su influencia, y sus seguidores son básicamente miembros de la
propia comunidad. Sus actividades se orientan, en lo fundamental, a resolver asuntos y preocupaciones
locales (…)”22. A diferencia de los coroneles, los caciques no ocupan puestos públicos formales, por lo cual su
liderazgo y sucesión integra mecanismos políticamente heterodoxos. En la intención de enriquecerse
personalmente, se ven obligados a demostrar la legitimidad de su derecho al liderazgo por todos los medios
posibles, para lo cual les es ventajoso demostrar efectividad al asegurar beneficios para la comunidad. Al ser
intermediarios entre el poder de turno y la comunidad de la que forman parte, los líderes locales suelen
contar con su aporte en la movilización de grandes contingentes para eventualidades políticas. La base de su
apoyo suelen ser familiares y amigos cercanos, lo cual nos deja ver que se trata de un clientelismo mucho
más informal que el coronelismo.
Podríamos establecer como una de las diferencias, entonces, la relación que en cada caso tienen el
explotador y el explotado: en el caciquismo el binomio es claro porque se da entre el patrón y el cliente o
miembro de la comunidad, mientras que en el coronelismo brasileño la asociación implica mayor
complejidad. Por otro lado, vemos que las bases sobre las que se sustenta su legitimidad y poder son
ampliamente distintas, así como la formalidad de su puesto. En ambos casos hablamos de ambiciones
personales que detentan un poderío personalista y paternalista, casi autónomo del poder nacional, de
dominio de proyección local y rural –producto de la importancia de la hacienda a partir del pacto
neocolonial-, de mantenimiento del poder económico y social para los grupos provinciales, personificadas
en personalidades carismáticas que surgen ante la difícil constitución de una autoridad política centralizada
– dificultad asociada a los resultados de las guerras de Independencia. Esto nos da la pauta de que ambos
mecanismos se enmarcan dentro de la dominación político-social oligárquica, en la cual aún no se ha
unificado el poder pero sí ya está relegado a personas elegidas por ser consecuentes con los principios de
“orden y progreso” a los que aspiran las oligarquías de la época, empleando sistemáticamente alusiones a
los valores políticos imperantes para justificar el ejercicio de la violencia y detentar autoridad.
21
Castro, F. (1984). Página 7.
22
Castro, F. (1984). Página 4.
Bibliografía utilizada.